Entrevista a Eduardo Martínez Dubouchet, IX conde de Casa Bayona / Cubanet / William Navarrete
Entrevisto para Cubanet a Eduardo Martínez Dubouchet, IX conde de Casa Bayona, VIII conde de Santa María de Loreto y X marqués de Arcos. Les dejo la entrevista con otras fotos que no fueron publicadas en el diario:
“Los títulos nobiliarios cubanos que
ostento son más que todo parte de la historia de la isla”
(El escritor William Navarrete entrevista
a Eduardo Martínez Dubouchet, IX conde de Casa Bayona, VIII conde de Santa
María de Loreto y X marqués de Arcos)
Hubo una época en que los títulos
nobiliarios se ganaban empuñando la espada. Las grandes y antiguas casas
aristocráticas europeas saben que sus lejanos ancestros merecieron estas
distinciones en función de sus hazañas militares. Luego, tras la Revolución Francesa
y los avances tecnológicos del siglo XIX, los títulos se concedieron casi
siempre en función de otros méritos, sobre todo financieros, cuando alguien le
prestaba servicios al Rey como funcionario ejemplar o contribuyente importante a
las arcas del reino. De un tiempo para acá, los títulos se ganan o se recuperan
en buena lid, pero más bien en los tribunales, audiencias y cortes. Ese fue el
caso de Eduardo Martínez Dubouchet, profesor cubano exiliado en Miami, quien
ostenta desde hace pocos años tres títulos nobiliarios cubanos que se
consideran históricos.
Martínez Dubouchet es actualmente el IX
Conde de Casa Bayona, X Marqués de Arcos y VIII Conde de Santa María de Loreto.
Aunque Cuba dejó de pertenecer al Reino de España en 1898 casi todos los cubanos
han oído hablar de estos nobles, ya sea porque sus antiguos palacios y
haciendas han sobrevividos a desastres naturales y políticos o, simplemente,
porque algunos de los personajes que los ostentaron marcaron de alguna manera
la historia de la Isla.
Cuba es el país de América Latina con
mayor cantidad de títulos nobiliarios proporcionalmente hablando, pero la
revolución de 1959 expulsó al exilio a muchos de los representantes de estas
dignidades. La pérdida de sus propiedades originales (confiscadas por el
castrismo) y las dificultades financieras que encontraron cuando llegaron a los
países de adopción hicieron que muchos nobles
cubanos no rehabilitaran o no hicieran valer sus derechos durante las décadas
de 1960-1990.
Hace unos pocos años saltó a la prensa el
caso de la cubana casi centenaria María
Elena de Cárdenas, exiliada en Miami, quien logró tras ardua batalla de
seis años en los tribunales peninsulares que se le reconocieran sus derechos y,
de este modo, convertirse en la VIII marquesa de Bellavista, IX marquesa de
Campo Florido y VI marquesa de Almendares, en detrimento de las
multimillonarias españolas Alicia Koplowitz, su sobrina Alicia Alcocer
Koplowitz, y en el caso del tercero ganado contra Miguel Mariano Freyre Gómez,
nieto del expresidente cubano. Todos ostentaban desde hace años estos títulos
sin que fueran las que más derecho tenían. Las demandas interpuestas por Cárdenas
hicieron que se le reconociera su preferencia y era algo que su padre le había
pedido que hiciera antes de fallecer en 1964. Sin embargo, en medio de la
inestabilidad de los primeros tiempos de exilio no pudo cumplir con su reclamo.
Tras el reciente fallecimiento de la triple marquesa, su hijo Luis de la Vega
Cárdenas, empresario cubanoamericano establecido en Miami, ha heredado los tres
títulos.
Vale la pena recalcar que la posesión de
estos títulos no implica, hoy en día, privilegio alguno para sus poseedores y,
contrariamente a lo que se puede creer, resulta costoso rehabilitarlos y llevar
os casos de reclamaciones a los tribunales. En la mayoría de los casos quienes
los ostentan han tratado de cumplir con el sueño de sus padres o, simplemente,
han deseado honrar la memoria familiar e histórica con la que se sienten
estrechamente vinculados.
Como estuve indagando sobre el primer
conde de Casa Bayona por haber sido el fundador del poblado de Santa María del
Rosario, me pregunté en quién había recaído el célebre título, otorgado en 1721
por el rey Felipe V, a José de Bayona Chacón, por ser, entre otras cosas,
fundador del señorío y de la ciudad condal. Fue de este modo y gracias a
Lourdes Abascal Zayas-Bazán que entré en contacto con su actual detentor.
- Como a todos mis entrevistados me
gustaría nos contara sobre sus origines familiares y su nacimiento.
Nací en La Habana en 1941, en la que era
la casa de mis abuelos, a pocas manzanas del Parque Maceo, en la parte que
llaman Centro Habana, muy cerca del Malecón. Mi padre, Arturo Martínez
Hernández, era habanero, pero de padres originarios del poblado de Jaruco. Mi
abuelo paterno, Isidoro Martínez Verdugo, había sido el único médico a finales
del siglo XIX de toda esa comarca, se mudó para la capital hacia 1910, en donde
dirigió varios hospitales públicos. Su esposa, Teresa Hernández Morales era la
hija de Antonino Hernández, quien había sido el primer alcalde de ese pueblo de
la llanura habanera.
Por parte de María Julia Dubouchet
Cadavel, mi madre, la familia era del Vedado. Mi abuelo paterno se llamaba
Nicolas Dubouchet de la Vallina y había estudiado Medicina y, luego, Derecho,
pero falleció en 1919 siendo mi madre muy joven. Su esposa, mi abuela materna, fue
María de la Caridad Cadaval Martí y vivía en la calle E, n° 210 del Vedado. Su
padre, Manuel Cadaval Chacón había sido capitán de milicias de la plaza de La
Habana y fue, a su vez, hijo de Luisa Chacón Calvo de la Puerta, descendiente
del primogénito de los condes de Casa Bayona. Esta relación que revelo por el
interés que tiene en los aspectos relacionados con los títulos.
- ¿Qué recuerdos tiene de sus dos
primeras décadas de vida en Cuba y en dónde cursó
estudios?
Guardo maravillosos recuerdos de esa
etapa de mi vida. Cursé casi toda mi escolaridad en el Colegio Baldor, en El
Vedado, hasta el bachillerato. Como la familia tenía fincas en el campo pasaba
los momentos de ocio montando a caballo o cazando, que eran dos actividades que
a mi padre le encantaban. Una tía paterna estaba
casada con el dueño del central azucarero Andorra, en Pinar del Río y por esa
razón también íbamos mucho a ese sitio. Tuve la oportunidad de viajar bastante
a través de la isla porque mi padre y su cuñado eran propietarios de una
fabrica de cosméticos, la Pedreira y Fuentes, en El Cerro, pero representaban
también a grandes marcas norteamericanas como la Revlon, Roux y otras en todo el
país. Tenían tiendas en La Habana, Santa Clara y Santiago de Cuba, lo cual los
obligaba a viajar y, en ocasiones, yo los acompañaba.
Pero de todos los lugares de la isla, mi
preferido era Soroa, en Pinar del Río. Allí estaba la casa de mi tío político
Pedro Rodríguez Ortiz, conocida como el Castillo de las Nubes por estar
construido a principio de la década de 1940 en lo alto del cerro El Fuerte. La
mandó a construir piedra a piedra, después de que recorrió
junto a mi tía Mercedes la región francesa de Normandía y decidieron traer de
allí tejas, recubrimientos y buena parte de la estructura con que fue
construida. Como mis tíos no tenían hijos entonces siempre me llevaban con
ellos a todas partes. Y en la subida hasta aquella exótica casona en medio de
la Sierra del Rosario estaba el Rancho Pilila, propiedad del abogado canario
Tomás Felipe Camacho y, sobre todo, su célebre orquideario con más de 18,000
especímenes y único en su tipo en Cuba.
- ¿En qué momento de su vida le
sorprende el triunfo de la revolución de 1959 y cómo les afectó?
Yo había empezado el primer año de
estudios de ingeniería en la Universidad de La Habana. Inmediatamente
comenzaron las confiscaciones de las propiedades. Un buen día mi padre y su cuñado
llegaron a la empresa y se encontraron con un miliciano que les dijo que todo
aquello ya no les pertenecía pero que si querían podían incorporarse a trabajar
como cualquier empleado. Yo y mi hermano salimos para Madrid en septiembre de
1960 y mis padres se quedaron pensando que ocurriría un milagro y que aquella
situación cambiara. Recuerdo que mi madre afirmaba que los americanos no iban a
permitir lo que estaba pasando. El caso fue que ya solo les quedaban las casas
cuando se fueron, rumbo a Nueva York, a los seis meses de nuestra salida.
En medio de todo, lo único positivo fue
que mi padre iba a realizar una transacción
importante de compra de maquinarias para centrales azucareros en Nueva York por
un valor de unos 350,000 dólares y ese dinero estaba fuera de la Isla cuando se
detuvo todo. Como no se realizó la compra, el dinero quedó del otro lado, algo
que nos permitió a todos sobrevivir en los primeros tiempos del exilio. Sin
contar que otra de las cosas que hizo mi padre durante los dos años que se
mantuvo en Cuba después de 1959 fue comprar, en una carrera casi desenfrenada,
la mayor cantidad de dólares posibles y enviarlos a Estados Unidos gracias a la
amabilidad de los marineros de la Trasatlántica.
- ¿Entonces se queda en Madrid o decide reunirse con sus padres en Estados Unidos?
En Madrid estuve primero un mes, pero me hice inmediatamente residente norteamericano. En un primer tiempo estuve yendo y viniendo entre Nueva York y Madrid y hasta gané una beca para estudiar arquitectura en la Universidad Cooper Union de Nueva York donde cursé estudios de esta disciplina durante un año hasta que decidí dejarlos y fijarme en España en 1964. Al principio estudié Ingeniería, pero la dejé al tercer año. Vivía en el Colegio Mayor José Antonio, a la entrada de la Universidad Complutense, y creé una Academia de Idiomas en el barrio Serrano que prestaba servicios de traducción e interpretariado para muchas empresas. Así estuve hasta 1969 hasta que por una decepción amorosa decidí dejar España y establecerme en Nueva York.
- ¿En qué momento y por qué razones
se instala en Miami?
Viví en Nueva York, en donde me casé en
1971 con Ada María Pérez-Daple, la madre de mis dos hijos, Eduardo y Raquel. No
fue hasta 1975 que decidimos mudarnos a Miami porque en realidad teníamos a
toda la familia entre Santo Domingo, Puerto Rico y la Florida. Fue entonces que
alcancé mi mayor estabilidad pues desde 1976 hasta que jubilé en 2006 le
dediqué 30 años de mi vida al sistema educativo. Primero como profesor de
Literatura Española y de Matemáticas, por poco coherente que parezca, y luego
como administrador del sistema público de Educación de la Florida.
Una de las satisfacciones que me dio ese
trabajo ocurrió cuando el éxodo de cubanos por el Mariel, cuando junto al Departamento
de Inmigración trabajé en recibir y colocar a unos 11,000 niños cubanos
utilizando exámenes estandardizados para los grados en que debían matricular y
poder enviar esa información a los diferentes sistemas del país. También con
los niños que llegaban en balsas. Pude hacerle ver a las autoridades que esos
niños no eran delincuentes y, en el caso del Mariel, que les quitaran las
alambradas que los mantenían separados. El gobierno federal colaboró con
nosotros y la operación fue muy exitosa. Por eso siempre me pidieron que me
ocupara de los temas de inmigración dentro del sistema escolar.
- Usted comenzó un largo proceso
para recuperar títulos nobiliarios que recaían en su rama ¿Cuándo comienza su
interés por rehabilitar los títulos nobiliarios a los que su rama tenía más
derecho que quienes los ostentaban y por qué decidió dar este paso?
Mis dos abuelas eran dos enciclopedias
vivientes y desde pequeño me hablaban mucho de la historia familiar. El último
conde de Casa Bayona que descendía directamente de José María Chacón Calvo de
la Puerta, hermano de María Luisa y cuarto titular y nieto del primogénito, fue
el ilustre escritor y pensador José María Chacón Calvo a quien nos unían
solidos lazos familiares, nos visitábamos e, incluso, fue él quien me dio las
cartas de recomendación necesarias para ser aceptado en la universidad
madrileña cuando salí al exilio en 1960.
El abuelo de José María había sido
Francisco Chacón Herrera, la quinta persona de esta familia que ostento el
título. Sucedió que, al morir el quinto conde en 1896, su hijo Francisco Chacón Álvarez-Calderón, padre de José María, no se ocupó
de la sucesión. Era el momento de la guerra de independencia, muchas familias
perdieron tierras y centrales, el clima político y económico era de gran
inestabilidad, razón por la cual no era una prioridad ocuparse de estas cosas.
De modo que el título quedó vacante por mucho tiempo hasta que en 1953 José
María se vio casi obligado a reclamarlo por la simple razón de que se enteró de
que otras personas con menos derechos y pertenecientes a otras ramas tenían
pretensiones de pedirlo.
En realidad, José María Chacón era un
hombre simple y sin pretensiones. Hoy día se le menciona poco pero fue un
hombre erudito, abogado, doctor en Filosofía y Letras, bibliófilo, profesor de
la Universidad Católica de Villanueva, diplomático, agregado cultural de la
embajada de Cuba en Madrid, investigador oficial de la República de Cuba en los
archivos nacionales españoles, comendador de la Orden Carlos Manuel de
Céspedes, delegado cubano al II Congreso Hispano-Americano de Historia y
Geografía, director de la Sociedad de Conferencias de La Habana, presidente del
Ateneo de La Habana y director de cultura de la Secretaría
de Educación de la República de Cuba. Fue además autor de una veintena de
libros pues era amigo y colega de muchos de los escritores de la Generación de
1927 como Juan Ramón Jiménez, Gregorio Marañón y Federico García Lorca. Por
suerte los más
de 3000 libros de la biblioteca que poseía en su residencia en Madrid pasaron,
tras su fallecimiento en 1969, al Instituto de Cultura Hispánica. Fue autor de importantes libros como Diario íntimo
de la revolución española, Cien mejores poesías cubanas, Estudios
heredianos, entre muchos más.
En Cuba, José María era dueño del palacio
que se encuentra frente a la Catedral de La Habana, construido en 1720, y que
ahora es sede del Museo Colonial. Un palacio que alquilaba desde 1935 a la
ronera Arechabala (fabricante del ron Havana Club) que estableció allí su sede
hasta que el gobierno castrista la confiscó con palacio y todo en 1960.
José María murió en La Habana en 1969 y
como no tuvo hijos el título quedo vacante. En 1976 otras personas
descendientes de parientes pertenecientes a otras ramas se apresuraron en
rehabilitarlo. Existe una ley en las Cortes que establece que, si durante 40
años nadie reclama mejor derecho a un título, éste queda definitivamente en
manos de quienes ya lo ostentan. Como ya he dicho yo tenía conciencia de
nuestro grado de parentesco con el sexto conde porque mi abuela María de la
Caridad Cadaval Martí era nieta de María Luisa
Chacón Calvo de la Puerta, hermana del tercer conde de Casa Bayona y tía de su hijo, Francisco Chacón Herrera casado con su
prima-hermana María de la Asunción Álvarez Calderón Chacón.
Mi madre no quiso reclamar el título porque estaba enferma y esta reclamación
implicaba un enorme esfuerzo y un gasto de miles de dólares entre abogados,
tribunales internacionales como el de La Haya y documentos que había que mandar
a pedir a Cuba. Pero a mí me mortificaba mucho que el título estuviera en otras
manos, de modo que, antes de que pasaran los 40 años
y, teniendo el tiempo y la posibilidad de emprender el proceso judicial, comencé
la reclamación hasta que por decisión del Ministerio de Justicia español del 9
de enero de 2020 se expidió la Real Carta de Sucesión
concediéndome el título de noveno conde de Casa Bayona.
- El condado de Casa Bayona esta
intrínsicamente vinculado a la historia fundacional de Cuba. ¿Tiene conocimiento
de este tema?
El título fue concedido en 1721 al
habanero José Bayona Chacón quien falleció sin descendencia en 1759, de modo
que pasó a su sobrino-nieto y cuñado Francisco José Chacón Torres, también de
Santa María del Rosario. El primer conde fue el fundador, en 1733, la villa de
Santa María del Rosario. En esta localidad de los campos habaneros se erigió
una iglesia cuyo edificio actual data de 1766, pero el original databa de 1732,
fecha de sus primeros registros. Posee el templo en las pechinas de su nave los
frescos del primer pintor cubano de renombre, José Nicolás de la Escalera, por
lo que se le llama “la Catedral de los campos de Cuba”. Estas pinturas tienen
la particularidad de que por primera vez en la historia de la Isla un artista
pintó a una persona de raza negra. Se trataba de un esclavo del primer conde, a
quien él le había concedido la libertad por haber sido quien le indicó el sitio
en que se encontraban las aguas medicinales que iban a curarlo de la gota, razón por la cual fundó la villa en ese lugar. Al parecer,
el primer conde de Casa Bayona se caracterizó por tratar a sus esclavos como nunca
nadie lo había hecho. De hecho, los puso a vivir en la planta baja de su casona
y no en los barracones como solían hacer los restantes propietarios de aquella
época.
Luego, otros titulares de esta dignidad
nobiliaria influyeron mucho en el desarrollo social de la Isla. Se sabe, por
ejemplo, que el segundo conde socorrió a la población de Santa María de La
Habana cuando los ingleses tomaron La Habana en 1762 y que el tercero donó una
gran cantidad de dinero a la orden de los Agustinos para que fundaran la
primera Universidad de La Habana. Otras instituciones como el cementerio de
Espada o la Casa de Beneficencia también fueron creadas con el dinero de
titulares del condado. De hecho, esta última la administraba mi tío materno
Eduardo Cadaval y luego Nicolás Dubouchet quien lo hacia a través de un abogado
apellidado Portela a quien contrataba para esto.
- Pero tengo entendido que antes de
lograr que se le reconociera sus derechos a este título obtuvo primero el del
marquesado de Arcos, otro por el que había comenzado el proceso jurídico
después. ¿Me equivoco?
En efecto, esta también es una antigua
dignidad nobiliaria cubana concedida por el rey Carlos IV, en 1792, a Ignacio
Peñalver Cárdenas, pues era el Tesorero del Ejército y de la Real Hacienda de
La Habana. Digamos que era la persona encargada de enviar a la Corona las
recaudaciones. Su palacio, ubicado también en la plaza de la Catedral, es otra
de las edificaciones notables de la arquitectura colonial cubana. El título
estuvo vacante durante un periodo tras la muerte en 1916 de su sexto poseedor,
que había sido alcalde de Madrid. Luego fue rehabilitado por Francisco Franco
y, al igual que el condado de Casa Bayona, estaba en manos de alguien que tenía
menos derechos que yo. En su momento lo tuvo Esther Alcocer Koplowitz,
perteneciente a una de las grandes fortunas de España, pero lo había perdido en
2013 cuando se lo pleiteó Francisco Monteverde Cuervo. Este título lo obtuve por decisión del Ministerio de
Justicia español el 14 de febrero de 2019.
- Y el último que obtuvo fue el octavo
condado de Santa María de Loreto ….
Este título estaba en manos de María de
la Concepción Monteverde Cuervo, hermana del anterior, que lo había obtenido en
detrimento de una hija de Esther Koplowitz que, por supuesto, tiene una
filiación cubana, pero pertenecen a una línea con menos derecho que la mía.
Estos temas se resuelven como cualquier litigio, es decir, a base de
perseverancia, abogados y documentos que prueben las aspiraciones de cada cual.
En mi caso, conté con la ayuda valiosa de Don Francisco López Becerra Casanova
y su hijo Álvaro, actual conde de Cabra, que es quien a mi juicio mayor
conocimiento tiene sobre la nobleza cubana. Además, sus abogados no trabajan
por dinero sino por restablecer la verdad histórica.
- ¿En algún momento ha pensado
volver a Cuba, visitar tal vez el antiguo señorío de Santa María del Rosario o
recorrer los sitios de su adolescencia e infancia?
Nunca. No me interesa ver el desastre en
que ese gobierno convirtió el país. Oportunidades he tenido, pues incluso el
duque de Maqueda organizó un viaje por el quinto centenario de La Habana, creo
una delegación española, me curso invitación y yo miré para otro lado. Tengo 82
años, vivo muy tranquilo en Miami, cerca de mis hijos y familia, y la energía
que me queda la empleo en recuperar los títulos que mi familia perdió por los
avatares de la historia y el comunismo. Ahora emprendí el reclamo del
marquesado de Casa Calvo, entre los más antiguos de la Isla. Después de todo,
los títulos nobiliarios cubanos que ostento son más que todo parte de la
historia de la Isla.
París/Miami, marzo de 2023
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