Pasiones mitológicas, Tiziano en el Museo del Prado - Madrid primavera 2021
Publico en El Nuevo Herald una reseña después de visitar la exposición “Pasiones mitológicas”, en la que el Museo del Prado exhibe las llamadas seis poesías de Tiziano, reunidas por primera vez desde hace cuatro siglos y desde que el rey de España Felipe II las encargara a mediados del siglo XVI.
La muestra ha generado cierta polémica, de parte de
los tontos del políticamente correcto amparados en todo ese movimiento del
feminazismo actual y otras estupideces más de la perspectiva de género a la
ortodoxa. Con lo cual me dije que no me daba la gana de dejárselas pasar y aquí
va lo que pienso:
(El artículo saldrá en la edición impresa de El
Nuevo Herald el 18 de abril 2020). Para los que no pueden acceder al diario (por no estar suscritos) copio la reseña al final y añado los seis cuadros de Tiziano (en el orden en que los menciono).
Por ahora, aparece en la digital:
Las seis poesías de Tiziano en el Museo del Prado / William Navarrete / El Nuevo Herald
Las seis poesías de Tiziano en Madrid
* William Navarrete
La temporada madrileña de exposiciones en
2021 ha arrancado con la muy esperada Pasiones mitológicas del Prado en
la que, por primera vez, se reúnen en un mismo espacio los seis cuadros que el
rey Felipe II encargó a Tiziano entre 1551 y 1562. La muestra ya se había
suspendido una semana después de inaugurada, en marzo de 2020, en Londres, debido
a la pandemia. En la capital española estaba prevista para el otoño-invierno
2020, y ha corrido con mejor suerte, pues finalmente pudo abrir al público el
pasado 2 de marzo.
Se trata de obras de madurez del genial Tiziano,
nacido en Pieve di Cadore (antigua República de Venecia), en 1488. Para demostrarlo,
El Prado exhibe dos de sus óleos muy anteriores: Ofrenda a Venus y La
bacanal de los andrios, de 1518 y 1523 respectivamente, ambos pintados para
los Este de Ferrara y atesorados por el museo. En estos, al igual que en las
seis poesías exhibidas, el tema es mitológico: ofrendas a dioses de la
Antigüedad de mucha sensualidad, pues se trata de Baco (dios del vino) y de Venus
(diosa del amor).
Para situar en su contexto y aportar
guiños a las influencias anteriores y posteriores de los seis grandes lienzos
de Tiziano, la curadoría ha introducido obras de Rubens, Poussin, Velázquez,
Veronés, van Dyck, Ribera y Allori. Siendo El rapto de Ganimedes, el
célebre cuadro de Rubens, el de mayor erotismo por tratarse de un acto
simbólico (y mitológico) de penetración, inspirado en el deseo de Zeus por la
carne del pastor Ganimedes (el más hermoso de la antigua Troya, según el mito).
Estas seis poesías han sido llamadas así
porque el genio del Renacimiento se inspiró libremente de relatos de la
Antigüedad y se permitió licencias poéticas al interpretar las fuentes, como Las
metamorfosis de Ovidio. En Tiziano, lo sabemos, triunfa el color sobre el
diseño; el deleite de los sentidos importa más que la razón, y le costaba mucho
denuedo pintar con libertad porque tenía que burlar la suspicacia de prelados y
ministros de la Iglesia, siempre prestos a censurar.
Las seis poesías reunidas, en medio de
una veintena de cuadros, son, por orden de presentación: Dánae (colección
Wellington de Londres), Diana y Acteón (Galería Nacional de Edimburgo,
Escocia), Venus y Adonis (El Prado, Madrid), Diana y Calisto (de
esta última), El rapto de Europa (Museo Isabella Steward Gardner, de
Boston) y Perseo y Andrómeda (colección Wallace, Londres).
Tomemos como ejemplo el mito de Dánae.
Zeus posee a la hija de Acrisio, rey de Argos, transformándose en lluvia de
oro, a pesar de que el padre la había encerrado porque un oráculo predijo que
un nieto lo mataría. Para representar este mito Tiziano sustituyó a Cupido por
una anciana celadora, encargada de vigilar a la joven. El Prado posee una
versión tardía, pero la de Londres, a la que falta la parte de la representación
de Zeus en forma de águila por haberse perdido, es la que forma parte de las seis
poesías.
El mito tiene múltiples interpretaciones,
pero Tiziano se adelanta a la sensualidad posterior del barroco y pinta un
desnudo muy erótico para el que se dice utilizó como modelo a una cortesana.
Contra el vigor juvenil nada se puede, y a cambio de una recompensa no hay
celador que impida que los jóvenes se salgan con la suya.
Con motivo de esta exposición ha surgido
alguna polémica, francamente divertida si no fuera porque desde hace algún
tiempo algunos oportunistas se agazapan detrás de los preceptos moralizadores
de lo “políticamente correcto” para imponer su visión del mundo, su supina
ignorancia o, peor aún, sacar provecho de la ignorancia de algunos e instaurar
una especie de inquisición del espíritu en pleno siglo XXI que nada tiene que envidiar la sharía del islamismo radical u otras
ortodoxias religiosas, vengan de donde vengan. Unos para generar polémicas y
que hablen de ellos; otros para surfear sobre la ola del MeToo o, finalmente, para
hablar por hablar con muy poca autoridad y escasos conocimientos.
A uno de esos tontuelos, ávidos de trepar
a toda costa, Arturo Pérez-Reverte llamó recientemente desde su cuenta de
Twitter “converso dispuesto a hacer méritos como sea”, encaramado en la carroza
del risorgimento feminista (añado). Pretende, entre otras
extravagancias, que El Prado cambie las cartelas o etiquetas de los cuadros, y que,
en vez de “rapto”, por ejemplo, se utilice la palabra “violación”. Ni lo
menciono, para que no gane visibilidad. Sí al autor de La piel del tambor,
pues como buen maestro de esgrima no deja pasar una a
estos trasnochados.
Así, El rapto de Europa se
convertiría en “La violación de Europa”. Como si en la Antigüedad no hubieran
existido también raptos de jóvenes hermosos. Como si no hubiese sido una práctica
en la antigua Esparta, en que el matrimonio comenzaba por el rapto simbólico de
la futura esposa. Como si entre los griegos y, luego, entre los latinos de la
Antigüedad, no existiera la costumbre de impedir que la desposada traspasara
por sus propios pies el umbral de la nueva morada, para lo cual el futuro
marido la cargaba mientras ella fingía resistencia. Como si no existieran
también raptos mitológicos de personajes masculinos como el del propio
Ganimedes, o el de Pélope por Poseidón, o el de Crisipo por Layo. O como si
incluso la diosa Eos no hubiese raptado por el simple placer de “disfrutar y
apropiarse de la belleza masculina” al joven troyano Titono, sobrino de Príamo.
Como si la palabra “rapto”, a diferencia de “secuestro” no llevara ya implícito
en castellano la connotación sexual.
¿Y qué pasaría con las ninfas que
raptaban a jóvenes varones, como al hermoso Hilas, cuando los argonautas lo
enviaron a buscar agua? ¿No raptó acaso Salmasis a Hermafrodito? ¿Qué haríamos
con los frescos de tanto edificio europeo en que aparecen muchos raptos y otras
alegorías mitológicas más? ¿Los cubriríamos? ¿Les colgaríamos rótulos escolares
que expliquen que, según los criterios de nuestra sociedad occidental, prácticamente
toda la mitología y las representaciones de otros tiempos son condenables? ¿Qué
aclaraciones habría que hacer desde la perspectiva de género para exhibir las
estampas japonesas del shunga? ¿O los objetos de sacrificios humanos o imágenes
de las ahuianimes o protitutas sagradas aztecas? ¿Y las representaciones
egipcias de los tiempos de los farones o los frescos en los lupanares de
Pompeya?
¡Qué irreparable pérdida de tiempo que en
pleno siglo XXI haya que justificar la historia del arte o la libertad de
creación! Fue Einstein quien dijo que había dos cosas infinitas: el Universo y
la estupidez humana. Y añadió, para más picante: “del Universo no estoy
seguro”. Y Montaigne, otra eminencia a años luz de los tontos de hoy, que nadie
quedaba “libre de decir estupideces, pero lo malo era decirlas con énfasis”.
¡Ya tuvo que dar demasiadas cuentas a la
Inquisición el propio Tiziano por su Venus y Adonis, como para que siga
dándolas, más de cuatro siglos después, a los espectadores de hoy! El arte no
tiene que justificar su existencia ni los creadores sus intenciones.
Ahí permanecerán Tiziano, su obra valiosa e inconmensurable, así como los tesoros artísticos del Prado, sin otro didactismo que el que la propia obra genere y la lectura libre y subjetiva de quienes contemplan las obras. También quedará la pertinencia de esta fabulosa exposición a cargo de Miguel Falomir (director el Museo y especialista de Tiziano) y Alejandro Vergara, excelentes comisarios, que podremos disfrutar por algunos meses si las condiciones lo permiten.
* Escritor franco-cubano residente en París
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