Entrevista a Waldo Díaz-Balart, en Madrid
Aquí les dejo la entrevista que hice esta semana a Waldo Díaz-Balart, viejo amigo y alguien que tengo siempre en mis itinerarios cuando vengo (muy a menudo) a Madrid. Las fotos las tomé el mismo día de la entrevista (28 de mayo de 2021). Espero la disfruten porque Waldo es un gran conversador y tiene tremendo sentido del humor. ¡Por suerte!
Entrevista a Waldo Díaz-Balart / William Navarrete / Cubanet
Waldo Balart y William Navarrete, Madrid, 28 de junio de 2021 |
Waldo Balart y María José Gutiérrez Muñoz, Madrid, 28 de mayo de 2021 |
Ultimas piezas realizadas por Waldo Balart en su estudio de Madrid, 28 de mayo de 2021 |
Waldo Balart me dedica su su último catálogo y pone: "Donde dije digo, digo Diego" |
Otras piezas recientes de Waldo Balart |
Y copio la entrevista para no perderla (pero léanla mejor haciendo click en el enlace de Cubanet):
“Donde dije digo, digo Diego”
Entrevista al pintor Waldo Balart
Por William Navarrete
Me encuentro con Waldo Balart en su casa
del barrio de Santa Isabel, en el triángulo que forman el Museo Nacional Centro
de Arte Reina Sofía, el mercado Antón Martín y la calle Atocha. Como sucede desde
siempre, –y digo un poco en broma, aunque en realidad va en serio–, a su casa
(y estudio) se llega como a las casas cubanas de la antigua provincia de
Oriente, es decir, tocando a la puerta, sin aviso previo ni protocolo. Lo sé porque
mi propia familia paterna es de esa misma provincia de Cuba. Es más, la casa en
que nací y viví mis cinco primeros años de existencia, en Banes, se encuentra
casi en frente a la casa en donde nació Waldo Díaz-Balart Gutiérrez un 10 de
febrero de 1931. Para más exactitud, ambas casas están en la amplia avenida de
Cárdenas de ese pueblo, entre las calles Céspedes y Bayamo, la misma arteria que
conduce al puente que da paso a lo que fuera el barrio norteamericano de la
United Fruit Company. Waldo vivió allí hasta que cumplió los 18 años, es decir,
hasta 1949, en la misma casa en que se había celebrado, un año antes, el
brindis de bodas de su hermana Mirtha con Fidel Castro.
Siempre he pensado que el lugar en que se
nace, por mucho o poco que lo vivamos, deja huellas profundas en la manera en
que cada cual ve el mundo y lo interpreta. Incluso cuando dejarlo atrás se
convierte en un imperativo o, simplemente, en la realización del deseo de escapar
del patrón de ideas, comportamientos y costumbres del lugar al que estábamos
predestinados. En ese pozo misterioso e insondable de la infancia que se
prolonga hasta la adolescencia, todo ser humano debe hurgar para encontrar
muchas de las respuestas sobre su propia identidad, es decir, en aquello que
heredamos de nuestras complejas circunstancias, en medio del rompecabezas de
ancestros forzados a moverse por la geografía de la Historia, a la merced de
acontecimientos políticos, históricos y sociales, resortes de la novela de sus
propias vidas y de las nuestras.
Intuyendo que Waldo quiso, en su momento,
ir a contracorriente de lo impuesto, despojarse del peso de tradiciones y
malentendidos, pregunté por aquello que no suele aparecer en las entrevistas
sobre arte y que, como la vida misma, resulta capital para entender la
dimensión humana del artista, para desentrañar las mitologías familiares cuando
los otros deciden que de “eso no se habla”.
Mi amiga Caridad, hija de José Hernández
y Mercedes Guerrero, nieta de Guadalupe Díaz, a quien llamaban “Pitica” me dijo
que su abuela era hermana de Rafael, tu abuelo paterno. Su madre, que vive
todavía en Banes, le envió por teléfono estas fotos de la casa en donde naciste
y ella me las envió desde Miami. ¿Reconoces la casa? ¿Sabes de quiénes te
hablo?
WB: Pongamos orden al trabalenguas cubano
de la parentela, y también al caos que es lo que siempre trato de hacer con mi
pintura. Recuerdo perfectamente a Pitica, pero no a los otros que me mencionas.
Me cuesta trabajo reconocer la casa porque la nuestra tenía dos plantas y a
esta que me mostraste sólo le queda una; sin embargo, la entrada, con esos
escalones por el costado para subir al corredor, que es como se le llama en
Oriente al portal, sí sigue siendo la misma. Mi padre Rafael José Díaz Balart
nació en 1899 en Santiago de Cuba. Era hijo de Rafael Díaz Montesino y de
Josefa Balart de Moya, mis abuelos. Mi madre, América Gutiérrez Vila, nació en
Banes, en 1903, y no pude conocerla porque falleció al yo nacer en 1931. Ella era
hija de Juan Gutiérrez Rodríguez, santiaguero, y de Juana Vila Gros, catalana
de origen, aunque nacida en Marsella, en 1879. Resulta que el padre de Juana fue
un militar comprometido con la Primera República Española (1873) que gracias a
la ayuda del poeta Federico Balart, una vez derrotada esa República, logró
escapar y exiliarse en Marsella, razón por la que Juana nace en esta ciudad
portuaria del sur de Francia. Al parecer, su padre tenía contactos en Santiago
de Cuba, en donde había una nutrida colonia de nativos de Cataluña, al punto
que, a los venduteros o dueños de bodegas, se les llamaba “catalanes”. Juana
llega de niña a Santiago. Allí conocerá después a su futuro esposo, Juan
Gutiérrez Rodríguez, quien era hijo de un militar español que había operado en
la zona de Guantánamo durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y había
tenido relaciones con una india de la región llamada Teresa Rodríguez. Por
razones que ignoro, este militar fue enviado a Ceuta como prisionero. En
realidad, él tenía dos familias: una oficial, que residía en el pueblo de Gibara,
al norte de Oriente, y otra no oficial, que había constituido durante la guerra
con la india Teresa en Guantánamo y de la que provenía el mencionado Juan
Gutiérrez, mi abuelo materno. El caso es que Teresa terminó siendo acogida por
la familia oficial de Gibara.
En el mundillo de los catalanes de
Santiago, las familias Balart y Vila ya tenían contactos desde los tiempos de
Cataluña. En la capital de Oriente es donde Rafael José y América, mis padres,
se conocen, antes de que el primero ocupara el puesto de abogado de la poderosa
United Fruit Company, empresa frutera estadounidense que operaba en el norte de
Oriente y cuyo centro administrativo se encontraba en Banes, pueblo con una
amplia infraestructura relacionada con este consorcio. En ese pasado familiar
hay episodios que, por tapujos o mojigatería, se ocultaron. Lo de la india fue
uno de ellos. Lo que para mí es motivo de orgullo, o sea, descender de una
descendiente auténtica de aborígenes cubanos, para la familia de aquella época resultaba
vergonzoso. Para más señas, te diré que parece que la india era una mujer
hermosísima, bastante alta y con una cabellera impresionante. Otro episodio
familiar del que tampoco se hablaba tiene que ver con mi abuela Josefa Balart
de Moya, quien no tuvo un matrimonio feliz. Como en aquella época no existía el
divorcio no le quedó otra que permanecer casada, aunque se fue a Santiago de
Cuba y por allá tuvo, se dice, una relación con un hombre muy influyente. Yo
mismo me he enterado de esto hace poco. Creo que la intriga, de la que no te
doy todos los detalles, daría para escribir una novela.
Cuentan que la sociedad de Banes en
esa época era muy moderna. Una poeta, Albis Torres, también nacida allí, lo
recuerda en sus poemas. Las muchachas, dice, andaban en short, montaban
bicicleta y jugaban al tenis a principios del siglo XX ¿Cuál era el universo
del joven Waldo?
WB: Yo era un privilegiado porque gracias
a la posición de mi padre formábamos parte de la clase media local. Tengo
recuerdos entrañables de los 18 años que viví en ese lugar. Estudié hasta el
segundo año de bachillerato en el colegio
Los Amigos, una institución docente administrada por los cuáqueros, una
especie de congregación de protestantes. Se impartía una enseñanza muy moderna,
sin sacerdotes y con profesores tolerantes. El colegio estaba en el barrio de
la United Fruit Company (UFC°) y era muy cosmopolita, como el propio pueblo,
porque estudiaban en él tanto los hijos de norteamericanos como los de cubanos.
Detrás estaba el edificio del Club Americano y el campo de golf. Iba a la
iglesia de Los Amigos quien quería. De niño yo montaba mucho a caballo, pues la
equitación formaba parte de las costumbres. En la temporada veraniega íbamos a una
playa completamente virgen llamada Puerto Rico, en donde muchas familias tenían
ranchos rústicos. Y recuerdo que para llegar atravesábamos el feudo de la UFC°
y nos prestaban la llave que abría la talanquera que cerraba el acceso al
camino de Punta de Mulas, de obligatorio paso para seguir rumbo a la playa.
Para muchos jóvenes soñadores de
entonces el futuro estaba en la capital del país. Otros banenses motivados por
la cultura, pienso en Gastón Baquero o en el pianista Silvio Rodríguez
Cárdenas, pusieron tierra de por medio y se fueron a La Habana a hacer carrera
¿Fue así que llegaste tú también a La Habana? ¿O tiene relación con el
historial político de tu familia?
WB: Ni lo uno ni lo otro. En primer
lugar, el historial político de mi familia es anterior a la existencia misma de
Fulgencio Batista como presidente. Mi padre ya era presidente del Partido
Liberal, concejal y alcalde de Banes en 1932, miembro de la Cámara de
Representantes en 1936, antes de que Batista llegara al poder la primera vez. Fue
después del golpe de Estado de 1952 que mi padre fue Ministro de Transporte de
Batista, y mi hermano Frank y yo mismo trabajamos en el Ministerio de Hacienda
de ese gobierno. En realidad, lo que sucedió en los primeros años de mi vida
fue que mi padre al enviudar se casó con una señora que fue una auténtica
madrastra en el sentido en que el imaginario describe siempre este parentesco. A
mis hermanos Rafael y Frank los enviaron a estudiar como internados al colegio
presbiteriano La Progresiva de Cárdenas, una institución religiosa fundada en
el 1900 que existe todavía, hoy en día, en Miami. Y luego me enviaron a mí para
que cursara mis tres últimos grados de bachillerato. Durante el último año,
para celebrar mi cumpleaños, me di tremenda emborrachada. Por supuesto, me
expulsaron del colegio, aunque con derecho a presentarme a los exámenes finales.
Fue en ese momento en que, entre tanto, me fui a La Habana donde permanecí
cinco meses y regresé a Cárdenas a pasar los exámenes. La sorpresa para todos fue
que obtuve el tercer lugar, a pesar de no haber podido asistir a clases durante
todo un semestre. Al terminar el colegio decidí estudiar contabilidad en La
Habana. No me interesaba mucho esa carrera, pero era la única que ofrecía
cursos nocturnos y yo tenía necesidad de trabajar para mantenerme. Yo tuve que
trabajar para pagar mis estudios y hasta el traje de mi graduación me lo compré
yo mismo con lo que ganaba como mensajero (eso que en inglés llaman “office
boy”) para la firma Crusellas, cuyas oficinas estaban en el edificio de la CMQ
de la calle 23 del Vedado.
La Habana a la que llegaste era,
dicen, el París del Caribe. Cuéntame algo de aquellos años.
WB: Cuando me instalé en La Habana
alquilé con mi hermano Frank dos habitaciones con baño intercalado en el hotel
Andino, muy cerca de la Colina Universitaria, que se había convertido en una
especie de casa de huéspedes. Por cierto, en el cuarto de al lado vivía Raúl
Castro, quien ya había entrado en la familia por haberse casado mi hermana
Mirtha con su hermano Fidel. Raúl quería entrar en la Universidad pero no lo
dejaron porque nunca terminó el bachillerato. Fue entonces que empezó a entrar
en contubernios con gentes del Partido Comunista y a participar en la vida
política en relación con esas ideas. Incluso, antes de 1959 había estado ya en
la República Democrática Alemana. Después me mudé para una amplia casa de la
calle 23 del Vedado en donde vivíamos mi hermana Mirtha, con su esposo Fidel y
su hijo Fidelito, mi hermano Frank, mi abuela Josefa Balart (que trajimos de
Banes) y yo. Ya me había graduado, asistía a cursos de posgrado de Ciencias
Políticas y Económicas en la Universidad Santo Tomás de Villanueva y trabajaba
como contable para el Ministerio de Hacienda. Aunque en casa convivíamos, cada
cual andaba por su lado pues nuestros intereses y amigos no eran los mismos. Además,
yo trabajaba todo el día. Después del golpe de Estado de 1952, comenzó la agitación
de ciertos grupitos. Y como se sabe, la situación se fue complicando. Hubo un
momento en que había mucha tensión política e inseguridad, al punto que estoy
vivo, paradójicamente, gracias a uno de aquellos agitadores revolucionarios, Carlos
Menéndez, casado con mi prima Magda Díaz Rojas. Era la época del llamado
“gatillo alegre”, y cualquiera que no cayera bien lo eliminaban. Mi nombre surgió
en uno de esos debates entre matones revolucionarios cuando el tal Carlos (que,
por cierto, después del triunfo de la revolución se exiló en Venezuela y cuando
vio llegar a Chávez entendió inmediatamente que aquello era comunismo y se
largó a Miami) les dijo, refiriéndose a mí, que yo era muy buena gente y que me
perdonaran la vida. ¡Por eso puedo hacer el cuento hoy!
Entonces viene la salida de Cuba…
WB: El 31 de diciembre de 1958 yo estaba
en La Habana de casualidad. Acabada de regresar de Nueva York, a donde había
ido de paseo con Andrés Rivero Collado, uno de los hijos de Andrés Rivero Agüero,
el último presidente electo democráticamente en Cuba y que nunca llegó a ocupar
el cargo. Estaba despidiendo la Nochevieja en un club de La Habana, justamente
con Andrés, cuando le vinieron a avisarle que Batista se había ido y que lo
mejor era que se fuera también. Entonces entendí que mi propia vida peligraba, corrí
a mi casa (en donde vivía en esa época con mi hermano Rafael en Alturas de
Miramar), la desmantelé y como sabía que me buscarían me refugié en casa de un
pariente mío por parte de los Balart, con quien no podían asociarme. Por
suerte, mi padre y mis hermanos se encontraban en ese momento en Estados
Unidos. El pariente en cuestión fue al día siguiente al aeropuerto y pudo
conseguirme un billete para ese mismo 1° de enero de 1959, pues un americano
había cancelado el suyo ya que no quería perderse el triunfo de la revolución.
El americano no quería perdérselo y yo deseaba todo lo contrario. La prueba fue
que, poco después, supe que Raúl Castro preguntó por mí y cuando le dijeron que
tanto yo como Frank estábamos en Estados Unidos respondió: “Menos mal que no
está aquí porque yo no hubiera podido hacer nada por él”.
Se ha hablado bastante de tus
primeros pasos en el mundo del arte en Nueva York en la década de 1960, de los
cursos que tomaste en el MOMA, de tu amistad con Andy Warhol, tu participación
el dos de las películas que filmó (una de ellas fue La
vida de Juanita Castro (1965), parodia de la familia Castro en
que actúas y la otra, Four Stars (1967), que dura 24 horas y se filmó,
en parte, en tu casa de East Hampton), del grupo de artistas The foundation for
Totality, de tu ya famoso “orden axiomático” para las formas y colores en tus
cuadros, etc. No vamos a repetir lo que podemos encontrar en la Red y otras
bibliografías sobre ti. Sí me gustaría un retrato más personal, tal vez alguna
anécdota, de Andy Warhol y de tu mundo en Nueva York, por ejemplo, antes de establecerte
en Madrid.
WB: Yo vivía en el Village, después me
mudé para el Meat Market, un barrio que entonces tenía muy mala fama y, por
último, al Lower East Side. En este último, muy cerca de mi casa, había una
discoteca llamada Max’s Kansas City a donde solía ir Andy Warhol. Fue allí en
donde nos conocimos, simpatizamos y comencé a frecuentar su mundo. A él le
gustaba mucho organizar fiestas en donde se reunía toda la fauna del momento,
desde personas pudientes hasta gente que hoy día llamaríamos “alternativas”. Utilizaba
mucho la influencia de sus amistades poderosas para avanzar, pero se cuidaba
mucho de no abrirle la puerta a nadie y de no mezclar sus intereses
profesionales con la amistad. Lo mismo sucedía con las películas “underground”
que hacía, iba escogiendo actores en su círculo de amigos y se movía muy bien
en este sentido. Digamos que, para todo lo que fuera frivolidad y diversiones,
siempre eras bienvenido. Además, era alguien bastante distante, que sabía muy
bien lo que quería y siempre iba a lo suyo. El resto era pura distracción. Por
suerte, tuve contacto con otros artistas como el escultor geométrico Peter
Forakis, con quien compartí taller, Willem de Kooning o Franz Kline, que me
abrieron los ojos acerca de las corrientes artísticas que tenían que ver más
con mis ideas. Pero como he dicho antes, el Pop-Art nunca me interesó, mis
inquietudes no eran las de Andy, e incluso había rechazado la posibilidad de
estudiar en el Art Student League, que me parecía una escuela bastante convencional,
ajena a lo que yo buscaba y en la que matriculé varias veces y nunca pasé del
umbral.
Entonces aparece Europa, en
específico España, en donde todavía vives desde 1970, y que en realidad es
parte de tu elección…
WB: Creo que en Europa existe algo que
definiría como “conciencia intelectual”. Aquí no se da prioridad, como en
Estados Unidos, al hecho de “inventar algo nuevo”. Digamos que la razón y la
intuición marchan a la par. Por ejemplo, los americanos creen que inventaron
algo con el Minimal Art y, en realidad, no han inventado nada que ya no
existiera. En resumidas cuentas, Malévich, Mondrian y grandes artistas de la
Bauhaus no han sido nunca nadie en Estados Unidos. He explicado estos temas en La
práctica del arte concreto, un libro que publiqué en Valencia, en 2011.
Aunque vine para trabajar como contable para una empresa norteamericana que
quería buscar clientes en Europa, fue en Madrid en donde encontré a muchos
artistas como Julián Gil, Eusebio Sempere, Abel Martín, entre otros, que sí
tenían que ver con mis intereses. Si miras ese afiche que tengo colgado en la
pared, puedes ver las actividades del No Grupo, al que pertenezco.
A casa de Waldo llegan siempre
amigos, colaboradores, gente (como yo) que pasa por Madrid. Yo mismo toqué a su
puerta sin avisarle, le dije que venía a entrevistarlo y empezamos. Entre
tanto, un vecino venezolano nos hizo café y, poco después, pasó Ángel Llorente
Hernández, uno de sus colaboradores. Justo en el momento en que pensaba
preguntarle sobre su estancia en Lieja (Bélgica), llegó María José Gutiérrez
Muñoz, quien en 2015 escribió su tesis “Waldo Balart y el arte concreto” cuando
cursó estudios en la Universidad Complutense. Se trata de una investigación muy
completa, con gran cantidad de imágenes de personales y de obras, casi un
catálogo raisonné con la que habrá que contar
el día en que se establezca el verdadero y definitivo catálogo. Tanto Llorente
como María José son los curadores de la exposición “Ritmos y campos de
sentido” que se exhibe en estos momentos en el Museo Francisco Sobrino, de
Guadalajara (España) y hasta el 27 de junio. En la muestra pueden verse los
trabajos de Waldo de los dos últimos años, correspondientes a su serie “Nudos”.
Es muy difícil entender lo de esos
“nudos”. Bromeo con Waldo acerca de su complejo “orden axiomático”, el
endiablado sistema de cálculos y espectros luminosos que desde finales de la
década de 1980 utiliza invariablemente para “componer” sus figuras y darles
color. Como muchos, abandono toda pretensión de entender el sistema, sobre el
que ha escrito María José (la única persona que conozco que lo haya entendido)
y quien lo explica justamente en el hermoso catálogo que ha publicado este
Museo. Desisto una vez más, tal vez porque también abandoné, en una época de mi
vida, una carrera de ingeniería para dedicarme a las artes y las letras.
Mañana, habrá un taller sobre la
obra de Waldo en el Francisco Sobrino, y para prepararlo todo es que ha venido María
José. De todas formas, ya daba por terminada la entrevista. Había logrado saber
aquello que me interesaba más: la infancia, la adolescencia, Cuba, la familia…
Entonces me dedica su reciente catálogo y escribe: “Donde dije digo, digo
Diego”. Nos reímos todos. No se llega a los 90 años con tanta fuerza, pasión y
vitalidad sin humor. Y añade: “Hay más”. No lo dudo. Hay varias vidas y varios
Waldo. Lo que sí es único e irrepetible es la obra de este artista y amigo que
forma parte ya del Madrid cálido y amistoso que tanto quiero.
Madrid, 28 de mayo de 2021
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