Utopías paralelas para ciudades cubanas – en El Nuevo Herald

Aquí les dejo el artículo que escribí sobre la exposición de arquitectura cubana (o de quimeras arquitectónicas más bien) de la década de 1980 en Cuba. La visité en el Museo de Arte Moderno de Palma de Mallorca, durante mi reciente estancia en la isla. Se llama “La utopía paralela. Ciudades soñadas en Cuba” y es muy interesante. Tuve el gusto de conversar con Imma Prieto, la directora de este hermoso museo, instalado en un antiguo baluarte de las murallas de Palma, por lo cual se llama justamente Es Baluard.

Aquí tienen el artículo en cuestión. Otro diferente sobre la misma publicaré en Cubanet.

Enlace a El Nuevo HeraldUtopías paralelas para ciudades cubanas / William Navarrete

De irquierda a derecha: William Navarrete,
Imma Prieto (directora del museo Es Baluard) y
Alejandro Alcolea (responsable de comunicacion)


Utopías paralelas para ciudades cubanas

William Navarrete* / El Nuevo Herald / 14 de junio de 2021

Es Baluard (baluarte en español) es un fortín del siglo XVI construido por Felipe II para completar el engranaje defensivo de Palma de Mallorca contra las invasiones turcas. En esa misma época, La Habana se dotaba también de similar coraza en previsión de los pillajes de corsarios y piratas. Tanto el Baluarte del Príncipe (nombre completo del palmense) como el Castillo de la Real Fuerza habanero, que tienen cierta semejanza, fueron concebidos por arquitectos italianos. El habanero sirvió de tribuna, a mediados de la década de 1980, para algunos movimientos contestatarios de artistas cubanos jóvenes; el de Palma de Mallorca acoge, desde 2004, al Museo de Arte Contemporáneo, uno de los más importantes de su tipo en toda España.

De mediados de abril a fines de septiembre de 2021, Es Baluard exhibe la muestra “La utopía paralela. Ciudades soñadas en Cuba (1980-1993)”. La curadoría ha estado a cargo del ensayista Iván de la Nuez, radicado en Barcelona, y del Atelier Morales (basado en París, e integrado por los arquitectos Teresa Ayuso Vega y Juan Luis Morales Menocal), bajo la dirección de Imma Prieto, directora de la institución.  

La arquitectura ha sido la “Cenicienta” de las artes cubanas en las últimas seis décadas. Son tan pobres y escasos los buenos ejemplos, que no queda más remedio que ponernos a soñar con lo que pudo haber sido y nunca fue. Las excepciones pudieran ser las inconclusas (excepto la de Artes Plásticas) Escuelas de Arte en el Country Club (que de tan mencionadas acabamos por pensar, con razón, que no hubo más nada); el proyecto bucólico y dislocado del Parque Lenin (tragado por los yerbazales de un suburbio habanero) o lo poco que hizo Walter Betancourt en Santiago o en Velasco, un desconocido pueblo holguinero, gracias al hecho de que Félix Varona Sicilia, un promotor cultural y vecino del pueblo de Gibara, fue llamado por la municipalidad de Velasco que quería construir una Casa de la Cultura. Félix era amigo de Walter, y lo contactó para emprender un proyecto que también quedó inconcluso.

A esta Cenicienta, no le faltaron sueños y quimeras de arquitectos con proyectos que no llegarían ni podían llegar nunca a esa palestra burocrática que eran y, siguen siendo, las instituciones oficiales (las únicas) del Estado dizque socialista. En donde la arquitectura dejó de ser independiente, como todas las profesiones liberales, para convertirse en parte del aparato de Estado.

Tanto fue, y es aún así, que los cubanos, hábiles en consolarse con la idea de “que no hay mal que por bien no venga”, han terminado por alegrarse de que la suerte de La Habana, en medio de tan enorme desgracia, ha sido que no se llevara a la práctica ninguno de los planes colosales de desmantelamiento y reconstrucción de manzanas enteras de las zonas históricas, al quedar aniquilado el capitalismo pujante y próspero de los 1950 a partir de la década siguiente. Se ha derrumbado casi todo, pero las ruinas “están ahí”.

Lo que Es Baluard muestra, además de la genialidad de un grupo de arquitectos de vanguardia, es la frustración de una generación y el aborto de talentos que estudiaron para, finalmente, servir a otros clientes, fuera de la asfixia y el monólogo nacionales, o simplemente, para no realizar nunca sus sueños.

La exposición se divide en ocho capítulos con un indicador común: la certeza de que ninguno de esos proyectos se materializaría. Le han llamado utopía paralela, pero creo que la única utopía fue la de estos arquitectos. La otra, la de los que deconstruían la nación levantando (no “construyendo”) modelos prefabricados soviéticos, era todo, menos utopía. O sea, que la utopía paralela de estos jóvenes fue en realidad la única y gran utopía de ese tiempo en que solo se erigían casitas para médicos de la familia, edificios de micro y otros similares (llamados cajas de fósforos) y parquecitos sin árboles que servían de “parche” en cualquier esquina en que se venía abajo, por desidia e inepcia, un palacete colonial.

Comienza la muestra con el capítulo “Ciudad prólogo” de un grupo que parte del plan de Sert para La Habana, de las inevitables Escuelas de Arte habaneras y los delirios ingeniosos de Walter Betancourt. Son sueños anteriores a los de la época anunciada y aparecen proyectos de Betancourt y Gilberto Seguí (quien terminó el proyecto de la Casa de la Cultura de Velasco).

Le sigue “Monumentos en presente”, con proyectos de Felicia Chateloin, Patricia Rodríguez (el del afiche de la muestra sobre la Plaza Vieja habanera es de ambas), Rafael Fornés, Enrique Pupo, Rolando Paciel, Alfredo Ros, Luis Marrero, Orestes del Castillo. También de Francisco Bedoya, quien siempre llama la atención por la calidad del dibujo, como por su atrevida propuesta de reconstruir la imagen de lo perdido. Y para una ciudad que dejó de crecer de Este a Oeste, como sucedía desde finales del XVIII, nada mejor que construir hacia arriba, poblando de casas las azoteas, a ver si al menos así se solucionaba el problema de la vivienda y, de paso, lograban construir algo nuevo. En ese tema, el de “Una habitación del mañana”, hay proyectos de Rafael Fornés, Ricardo Reboredo, Juan Luis Morales, Teresa Ayuso, Florencio Gelabert, Rosendo Mesías, Lourdes León, entre otros.

Vienen luego las “Utopías instantáneas” con trabajos de Antonio Eligio Tonel, seguido de una especie de glásnot en Guantánamo con vista hacia la Base Naval norteamericana de Caimanera, que Iván de la Nuez llama “última frontera de la guerra fría por donde debería comenzar el deshielo”. Y pensando en ello, María Eugenia Fornés, Enrique Ramón Alonso, Nury Bacallao, Hedel Góngora, Eliseo Valdés, Emilio Castro, y otros ya mencionados, proyectan utopías en ese “no man’s land”.

En el séptimo capítulo se muestran proyectos sobre el Malecón, la avenida rompecabezas de La Habana que no ha dejado nunca de tener poderosos enemigos: las olas, el salitre, los piratas, el Estado, la condición de frontera, de muro eternamente reconstruido y de edificios que se pierden en la nada.

Y terminamos con “La ciudad invisible”, que anuncia esta vez una auténtica utopía que es la de la cubanidad del escritor Italo Calvino, tan italiano que hasta el nombre lo obligaba a serlo, nacido por casualidad en Santiago de las Vegas, cerca de La Habana, y que muy utópico fue, por otra parte, porque como su homóloga, la aristócrata y también escritora italocubana Alba de Céspedes, veía al comunismo, desde Roma, como la salvación planetaria. Es un proyecto irónico de Juan Luis Morales, Teresa Ayuso (en que por primera vez trabajan como taller) y Bedoya. Los tres conciben también “Andar el Malecón”, con paseos sobre las aguas prohibidas con la idea de restituirle su doble función perdida de zona de baños, desde donde se entraba y se salía libremente del país.

Nótese que se trata en todos los casos de concebir espacios urbanos, no edificios. Como si la ciudad real necesitara ser suplantada por otra, que se adecuara mejor a todas sus contradicciones, a todos los desencantos. Y a ciudad nueva, nuevo ciudadano. Otra manera de actuar, tras una reflexión madura sobre cómo llegamos a lo que llegamos, por parte de quienes de alguna manera seguían creyendo ingenuamente que tenían cabida dentro (tal vez no tanto “con”) el sistema que los ninguneaba.

Esta utopía paralela debería exhibirse en Miami, ciudad concreta. El Museo Es Baluard se ha solidarizado con el Movimiento San Isidoro de jóvenes artistas de la Isla, y aunque no tiene relación directa con el tema, es prueba de que exposiciones como esta crean nexos y permiten ver mejor la dimensión del enmarañado bosque cubano.

* Escritor cubano residente en París

wnavarre75@gmail.com

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