Sobre la soprano cubana Blanca Varela, para Cubanet
Un artículo con algo de la entrevista que le hice a la soprano cubana exiliada en Miami Blanca Varela para Cubanet. Aquí se lo dejo y agradezco a Juan Cueto por las fotos y reproducciones de éstas.
Enlace: Blanca Varela y la memoria de una Cuba que debe perdurar / William Navarrete / Cubanet
París - Cumplió hace unos meses 94 años y vive desde hace 60 en Estados Unidos, país al que llegó en 1961. Nació en Camagüey, en la calle General Gómez, barrio de la iglesia Santa Ana, y allí vivió las dos primeras décadas de su vida. Blanca Varela Acosta conserva vívidos los recuerdos de aquellos tiempos, en los que aún no pensaba convertirse en una de las sopranos más destacadas de Cuba. Su padre era oficinista de los Ferrocarriles de Cuba, y su madre, aunque ama de casa, insistió en que ella recibiera una formación completa en la que no faltaron las clases de piano, de ballet (con Gilda García) y las de canto. De hecho, se graduó en la Colonia Española de Camagüey y debe al azar el hecho de haber sido “descubierta” tempranamente por sus dotes musicales. Entre sus primeros triunfos estuvo el de resultar la ganadora de un concurso de canto que organizaba la marca de chocolates La Estrella, en su ciudad natal. Y en concurso de la radio CMJC cantó Besos brujos, su verdadero primer éxito.
“A Camagüey llegó un día la compañía de Mario Martínez-Casado, en la que participaban vedettes y cantantes como Rosita Fornés y Armando Bianchi”, me cuenta. “La Sociedad de Artistas de Camagüey exigía que las compañías que visitaban la ciudad contrataran o permitieran, al menos, que un artista local participara en su espectáculo, y fue así como alguien le sugirió a Mario que me oyera cantar, y lo hice en el teatro Principal que era el más importante”.
Fue entonces que la calidad de su tesitura y su gracia convencieron al empresario para contratarla y llevarla de gira, primero por la isla, luego rumbo a Venezuela, en donde cantó en el Teatro Nacional zarzuelas cubanas durante tres temporadas. Las primeras piezas que cantó fueron el aria de la locura de Lucia de Lammemoor, la célebre ópera de Donizetti, y la zarzuela cubana María la O, de Ernesto Lecuona.
“Aunque comencé a actuar en La Habana, en
el Teatro Martí primero, en el Nacional después, entre otras salas, siempre iba
y venía entre Camagüey y la capital, pues en mi ciudad natal tenía a mi madre
al cargo de mis hijos y a pesar de que ella estaba encantada con cuidármelos
para mí era siempre desgarrador llevar la vida de artista sin poder ocuparme de
ellos a tiempo completo”, confiesa.
Un buen día, le presentaron al maestro
Gonzalo Roig quien, inmediatamente, quedó satisfecho por su timbre melódico y
le confió la interpretación de la zarzuela Cecilia Valdés, que
interpretó entonces, e incluso grabó, junto al tenor Manolo Álvarez Mera, y más
tarde con Armando Pico.
“Era una época formidable, de mucha vida
cultural. Figúrate que el gran Roderico Neira, conocido como ‘Rodney’, entonces
director artístico de las revistas musicales y espectáculos del mítico cabaret
Tropicana, decidió introducir en una revista de cabaret números de arte lírico.
Es por ello que, me convertí en la primera cantante lírica en cantar arias de
ópera y zarzuelas, como Luisa Fernanda, La viuda alegre o
canciones líricas como Aves y flores y El clarín, en un
establecimiento de ese tipo, y puedo decir que no sucedió una sola vez, sino
que me mantuve en cartelera por cinco o seis revistas consecutivas”, me cuenta
para darme una idea de hasta qué punto aquellos espectáculos revolucionaron la
idea que se tenía del cabaret y daban fe del increíble talento de “Rodney” para
mezclar géneros y sacar provecho de todo lo que valía en el arte.
También cantó en
varios programas de televisión del circuito CMQ, como El cabaret
Regalías, luego llamado Casino de la Alegría, que animaba Rolando Ochoa, en
donde lo mismo se presentaban figuras nacionales como Alicia Alonso o Bebo
Valdés, como internacionales como la soprano puertorriqueña Lucy Fabery y el
cantante mexicano Pedro Vargas. Una emisión que, por once años, a partir de
1952, fue la más importante y popular de la televisión de la isla.
Cuando triunfa la revolución de 1959 se
da cuenta que el espacio artístico comienza a reducirse. En 1960 viaja por
trabajo a Puerto Rico y cuando el oficial de emigración norteamericano le
pregunta si quería quedarse le respondió que tenía a toda su familia en Cuba y
que no podía hacerlo.
En su último año en Cuba, en 1961, y en
solo 6 meses cantó en televisión las zarzuelas Luisa Fernanda, La parranda,
Los claveles, Cecilia Valdés, Amalia Batista y Katiuska.
Esta última zarzuela Katiuska, de Pablo Sorozábal, la prohíben los censores
de la Dirección de Cultura porque la consideraron “contrarrevolucionaria”. Se
graba, pero no se transmite.
Fue entonces que se dio cuenta de que sus
días en Cuba estaban contados y junto a su esposo que era médico y sus hijos se
instala en Miami en 1961 en un primer tiempo.
“Al poco de llegar al sur de la Florida a
mi esposo le proponer un trabajo en Detroit, Estado de Michigan, y para allá
nos fuimos. En ese periodo que duró hasta 1967 no canté, primero porque me
ocupaba de los niños, y luego porque tampoco en Detroit había un público para
los géneros que interpretaba”.
El acontecimiento más importante que
recuerda de los años que vivió en Detroit fue el día en que iba por la calle y
de pronto se formó un tornado de la nada. “Gracias a una señora cubana que
vivía por el sitio por el que iba pasando, y que me alertó de aquel fenómeno
que se acercaba, pude ponerme a salvo. Y por cosas de la vida, el marido de esa
señora vendía coches en un concesionario de la General Motors y fue a él a
quien le compramos aquel con el que meses después viajamos de vuelta a Miami”, cuenta
con mucho humor.
De regreso a Miami entró en la Sociedad
Pro Arte Grateli que dirigía Miguel de Grandy, con quien ya había trabajado en
Cuba, y comenzó a cantar en óperas, zarzuelas y espectáculos líricos en el
Miami Dade County Auditorium que era la sede de esta Sociedad. Fueron muchas
obras, desde La rosa del azafrán hasta Bohemios, por solo citar
dos del año 1974. “Canté varias veces junto a la gran soprano cubana Marta
Pérez, con quien ya había trabajado en La Habana y uno de nuestros dúos
memorables fue el de Madame Butterfly”, recuerda. También cantó en
varias temporadas en Nueva York (en el Town Hall), en Chicago y muchas otras
ciudades de Estados Unidos.
Cuando le pregunto sobre Marta Pérez,
diva del lírico cubano, y su relación con ella, indagando si hubo alguna
rivalidad entre ambas o si el carácter de Marta, era, como dicen algunos, tan
difícil como lo pintaban, suelta una carcajada: “Mira, sucede que las
rivalidades entre artistas, la comidilla del público, la genera muchas veces el
propio público. Marta era una gran profesional, cantaba maravillosamente, no
tenía rivalidad con nadie porque era una excelente soprano, y siempre
colaboramos sin tener un sí ni un no. Es más, cuando se le hizo el homenaje y
me pidieron que cantara, lo hice, y como ya en ese entonces había decidido
cantar solo para el Señor, entonces interpreté Gracias Señor, una pieza
que había cantado siempre en coros de iglesias y en otros lugares”.
Sobre esa decisión que toma hacia 1987,
es decir, la de abandonar definitivamente los escenarios del arte lírico y de
cantar exclusivamente para la iglesia Evangélica revela que se debió a
disgustos en el ámbito de la profesión. “Cosas que suceden y sobre las que no
vale la pena volver pues nada de eso tiene remedio ni importancia”.
Aunque había tenido el gusto de conocerla
años atrás en Miami, nunca la oí cantar pues salí de Cuba cuando ya Blanca
Varela se había retirado de la escena teatral. He podido tener acceso a ella
una vez más gracias al escritor Juan Cueto, quien ha mediado para poder
entrevistarla y ha tenido la amabilidad de hurgar en los álbumes de la artista
para ilustrar este artículo con portadas de álbumes y fotografías de su
carrera.
Aunque vive retirada desde hace ya
algunas décadas, no ha perdido el contacto con los artistas del exilio que,
como ella, viven en Miami. A sabiendas del periodo particularmente difícil que
hemos vivido, y sobre todo para las personas que no estaban ya en la vida
activa, le pregunto cómo ha vivido estos últimos tiempos.
“La pandemia ha cambiado un poco las
costumbres de todos”, confiesa. “Durante dos décadas nos reunimos, a veces
hasta unas 20 personas, para desayunar todos los miércoles en Roma Bakery, en
la calle Ocho y la 48 del SW, muy cerca de donde vivo en Coral Gables, pero
resulta que, entre los que han muerto, los que le temen al virus y el hecho de
que ya una no tiene 20 años, me he ausentado un poco de estas tertulias
mañaneras. Por ahora, me siento muy bien en casa y tengo mucho archivo por
ordenar y personas más jóvenes que siempre me están solicitando para que les
hable de cosas que ellos no vivieron, de los recuerdos de una Cuba cuya memoria
no tiene, y no debe, por qué perderse con nosotros”.
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