Entrevisto al pintor Humberto Calzada, en Miami y desde Miami - Cubanet
Entrevisto al pintor (y amigo) Humberto Calzada, en Miami y desde Miami, para Cubanet. Me unen a Humberto y su familia años de amistad y complicidad. Lo demás lo cuenta él en la entrevista cuyo enlace pongo aquí y copio abajo para que no se pierda un día.
Enlace: Lo alarmante no es ya la dirección que ha tomado el arte, sino la que ha cogido su público / Cubanet
“Lo alarmante no es ya la dirección
que ha tomado el arte, sino la que ha cogido su público”
Entrevista al pintor cubanoamericano Humberto
Calzada
* William Navarrete
Nació en La Habana en 1944 y a pesar de
haber llegado al exilio con apenas 16 años se ha mantenido siempre muy apegado
al mundo cubano. Quienes lo conocen saben que Humberto Calzada es uno de los
personajes del ámbito cultural de Miami más cordial, generoso y campechano. Por
ser fiel a su gusto y principios abandonó su profesión de ingeniero para
convertirse en pintor, a sabiendas del riesgo e inseguridad que oficios como
éste implican. Durante años, junto a Carmen Kohly, su esposa recientemente
fallecida, acogió en su residencia, muy cerca de Sunset Drive, a decenas de
artistas y escritores que han llegado al exilio. Sus tertulias, sesiones de
cine y fiestas, en las que las fritas hechas en casa y servidas con papas
cortadas muy finas (que siguen siendo para mí las mejores que he comido en mi
vida), han sido memorables. He aprovechado este viaje al sur de la Florida para
entrevistarlo pues, aunque en diversas ocasiones he reseñado sus exposiciones,
nunca había indagado sobre aquello que, fuera del tú a tú de una entrevista,
pocas veces preguntamos.
- Cuéntame de tu infancia en Cuba, de
los primeros recuerdos, de tu casa y la familia
Nací el Vedado, exactamente en la calle
Línea y M. Mi abuela vivía un poco más lejos, en la calle Calzada. Cursé toda
la escuela preescolar, primaria y secundaria en la Saint George’s School, una
escuea que quedaba en Línea y 6. Toda mi escolaridad fue en inglés, excepto
para las clases de idioma Español y de Historia, y allí estuve hasta el tercer
año de Bachillerato. Desde mi casa se veía el mar porque en esa parte la calle
15 atraviesa Línea y desemboca en el Malecón, dejando ver el área en que se
encuentra la embajada de Estados Unidos y el litoral. Era un barrio muy moderno.
Hoy en día, me da gracia cuando los americanos se asombran de la eficacia de
los servicios de entrega de comida y otras cosas a domicilio porque al doblar de
mi casa se encontraba El Liro, una pollería (después de 1959 la convirtieron en
el restaurante El Conejito), y allí hace de esto ya más de 60 años, medio
barrio encargada los pollos por teléfono y te los traían a la puerta de tu
casa. Y a media cuadra de donde vivía había una farmacia, llamabas por
teléfono, encargabas lo que necesitabas y te lo llevaban a la casa. Después de
vivir los 13 primeros años de mi vida en el Vedado, mi padre compró una finca en
1958 y construyó una casa en la Carretera de Vento, detrás de Río Cristal. Ese
fue el último sitio en que viví los tres últimos años en la isla.
- ¿Siendo habanero de pura cepa, se te
puede aplicar aquello de que como buen capitalino no conociste el resto de Cuba?
Por varias razones el refrán de “conozca
a Cuba primero y el extranjero después” no iba conmigo. Viajábamos todos los
años a Palmira, un pueblo de la región de Cienfuegos, porque por parte de mi
padre parte de la familia era de allí. Luego por los Coro de mi lado materno, tres
tíos tenían casa en Cabañas, un pueblo que se encuentra entre Mariel y Bahía
Honda, e íbamos con mucha frecuencia. La casa de uno de estos tíos se hallaba en
un cayo y la de los otros dos a orillas de la bahía. La familia materna era de
orígenes asturianos y los antepasados se habían instalado en la región
pinareña. Por eso visitábamos Viñales y recorríamos la zona tabacalera pinareña
muy a menudo. No es menos cierto que viajábamos también bastante al extranjero.
Íbamos cada año a Estados Unidos y realizamos varios viajes a México. Recuerdo
en particular uno en el que atravesamos en auto el país hasta California. Eran
épocas en que todo eso era posible. El mundo ha cambiado bastante desde
entonces.
- ¿En qué condiciones ocurre tu salida
de Cuba?
Mi padre había sido administrador de la
Compañía Cubana de Electricidad y en el año 1957, cuando ocurrió una de las
huelgas generales, como ejecutivo que era le correspondió llamar a la policía
porque los huelguistas se habían vuelto muy agresivos y la iban a emprender con
el edificio. Esto hizo que, tras el triunfo de la revolución, unos empleados
recordaran aquel incidente y, resentidos, lo denunciaron. Estuvo preso entonces
por poco tiempo en el castillo del Príncipe a principios de 1959 y, luego, dos
veces más, siempre por periodos de corta duración, ya que lo consideraban
desafecto al régimen. En 1960, cuando la situación se volvió intolerable, el
embajador de Honduras, que era amigo suyo, lo invitó a asilarse en la embajada.
Como toda embajada debía declarar a las personas que pedían asilo, el embajador
le dio tiempo a la familia para que pudiera sacar de la casa los objetos de
valor y dejarlos a buen recaudo. Decidimos dejar nuestras cosas con un tío mío que
juraba que de Cuba no se iba ni muerto. Al final, nos fuimos mi madre primero, luego
mi hermana y yo, y unas semanas después, mi padre de último. El tío que dijo
que no se iría nunca del país lo hizo también en menos de un mes. De este modo
que de nada sirvió encomendarle nuestras cosas porque finalmente todo fue nacionalizado,
lo nuestro y lo de él.
- ¿Cómo era el Miami de aquellos
primeros años de los 1960? ¿Qué recuerdos tienes de esa época?
Ni parecido al de ahora. Antes, cuando
llegabas tenías que sobrevivir como fuera porque no te daban ninguna ayuda. Yo llegué
solo un 11 de octubre de 1960. Pude terminar los dos años de bachillerato que
me faltaban en el Coral Gables Senior Hight School, y después estudié
ingeniería industrial en la Universidad de Miami pues uno de los consejeros
educativos de mi instituto me dijo que si estudiaba arquitectura, que era mi verdadera
vocación, me moriría de hambre. Hay que recordar que en el Miami de aquella
época no había la fiebre constructiva de décadas después.
Miami era entonces una ciudad muy
conservadora. El sur del Sur. Todo el mundo estaba “escachao” como decimos en
argot cubano y las reuniones sociales se hacían en las casas. Vivimos primero
en un apartamento de la calle Majorca y después nos mudamos para West Miami.
Recuerdo que cuando mi padre compró la casa ni siquiera exigían dar una
entrada. Mi padre no estaba muy seguro de aquella compra y no paraba de
preguntarse a quién se la íbamos a vender en cuanto regresáramos a Cuba, pues
para él aquella situación no iba a durar más de un año. El mundo latino era muy
reducido, y excepto una placita o mercadito por la calle 8 y la 16 del SW, así
como un restaurante cubano llamado Badia, también en ese barrio, no había muchos
lugares propiamente cubanos.
- Tengo entendido que eres autodidacta
y que comenzaste tu carrera de pintor después de haber ejercido como ingeniero…
En efecto, cuando me gradué comencé a
trabajar en el ámbito de la ingeniería industrial, probablemente la más
aburrida de todas las ramas. Yo trabajaba para IBM y detestaba profundamente
todo el universo relacionado con ésta, la gente, la manera de vestirse, los
cuellitos y corbaticas, la jerga, los horarios estrictos, las formalidades. En
mis ratos de ocio pintaba y fue en 1972, en épocas de mi noviazgo con Carmen
Kohly, mi futura espoca, que se me ocurrió comprar en un Ten Cent acuarelas y
papel para pintar. Mi deseo era dedicarme a esto, o sea, hacer algo más
creativo, pero si dejaba mi trabajo seguro por algo tan inestable como la
carrera de artista Carmen me hubiera matado.
- ¿En qué momento decides dar el salto
y hacer lo que te gustaba?
En 1975, la Bacardí me permitió exponer
en un solo en la galería que tenía la empresa en su sede del bulevar Biscayne.
Allí exponían sobre todo a principiantes, y me asombré porque vendí todo lo que
expuse. Cuando me di cuenta de que podía vivir de la pintura comencé a
planteármelo seriamente y un buen día dejé mi trabajo de profesor en el
Miami-Dade College. Fue al año siguiente, en 1976, cuando Dora Valdés-Fauli y
Martha Gutiérrez abrieron su galería Forma en Coral Gables, que expuse en solo
por la segunda vez y, visto el éxito a nivel de ventas que tuve, decidí dejar definitivamente
mi carrera de ingeniero y dedicarme por completo al arte. En poco tiempo empecé
a exponer en la galería Coabey, de San Juan de Puerto Rico, y en una exposición
organizada por el Lowe Art Museum titulada “Artistas latinoamericanos del
sureste de la Florida”, en 1978. Dos años después expuse en muestras colectivas
en Boca Raton, en la sede de la OEA (Washington) y, con mucha regularidad, en
Forma Gallery. Desde entonces he tenido exposiciones cada año, e incluso varias
a la vez.
- Casi siempre pregunto a un artista
cuáles fueron sus primeras influencias, digamos que aquello que de alguna
manera lo marcó en sus primeros trabajos.
Además de que, como ya dije, no soportaba
mi carrera, los recuerdos estéticos que marcaron mi universo de infancia
estaban relacionados con la casa que mi tío Armando Coro tenía en su finca
Maví, en la carretera de Arroyo Naranjo, contigua por el fondo con la nuestra.
Visitaba con mucha frecuencia aquella hermosa casa de estilo colonial, con
suelo en forma de escaque blanco y negro como el de un tablero de damas que
aparece en muchos de mis cuadros y reproduje, incluso, en mi atelier en Miami.
Mi tío tenía una fabulosa colección de obras y objetos de arte. El ambiente de su
vivienda era particularmente refinado. Ese es el mundo que he intentado, en la
medida de las posibilidades, recrear en mi taller en que, como sabes, puse
persianas a la francesa, puerta de dos hojas, vitrales de medio punto que dan hacia
el patio, un puntal alto con una lámpara de lágrimas como las de Cuba que me
fabricó un artesano cubano que vivía en Puerto Rico. Puede que en el
subconsciente todo esto haya quedado y de ahí mi deseo de rodearme de ese tipo
de ambiente.
- Has expuesto mucho y en no pocos
países. Has sido representado en Chile, Perú, Venezuela, Panamá, España, Puerto
Rico… Tus obras forman parte de importantes colecciones como la Smithsonian, el
Lowe Museum, el Bass, el Museo de Arte de Ponce, Bellas Artes de Chile, el
Museo de Arte Contemporáneo María Zambrana (Málaga), etc. Tienes varios
periodos o series temáticas, pero no sé cómo llegas a cada serie y si la
retomas o la dejas definitivamente cuando comienzas una nueva etapa.
Nunca cierro las etapas que, en realidad,
comienzan casi siempre en relación con alguna exposición importante que tengo
prevista. Por ejemplo, pinté muchos cuadros con temática arquitectónica,
también otros que engloba una serie titulada “La hora azul”, o la de “Years of”
que tiene que ver con la ciudad hundida, una especie de paisaje urbano cubano que
se lo va tragando el mar. A veces una serie me lleva a otra, pero nunca
abandono ninguna del todo. Cuando comencé a pintar los cuadros de “The Fire
Paintings” lo hice porque había trabajado mucho con el elemento “agua” y quise,
de pronto, hacerlo con el fuego. Coincidió, como sucede a veces misteriosamente
con la creación artística, con la llamada “Primavera árabe”, y entonces empecé,
como los manifestantes de esa región, a prenderle fuego a todo. Así le metí
fuego al aeropuerto de Rancho Boyeros, al Malecón con el Morro, a edificios
emblemáticos de La Habana. Fue una época en que me la pasaba viendo las
noticias, nutriéndome de imágenes de incendios provocados en el Oriente Medio y
países del norte de África.
- Giulio de Blanc, gran curador y
crítico de arte cubano fallecido a principios de los 1990 te incluyó en el
grupo de pintores de Miami Generation, en que también figuran María Brito,
Mario Bencomo, César Trasobares, Fernando García, Pablo Cano, Carlos Maciá,
Emilio Falero y Juan González. ¿Te sientes identificado con ellos?
En realidad, ese grupo no fue tal porque
ninguno de los que en él aparecemos tuvo nada que ver con el otro. El indicador
común es que vivíamos en Miami y habíamos nacido en Cuba, pero el arte de unos
no guardaba relación alguna con el de los demás, y ni siquiera nos reunimos
bajo un manifiesto o tendencia, contrariamente a grupos cubanos como el de los
concretos, el de los Once o la Escuela de La Habana. Se trató de una exposición
concebida por Giulio para el Museo Cubano de Arte y Cultura en aquel entonces
y, como vivíamos todos en Miami, formamos parte de la muestra y del catálogo.
- Regresaste a Cuba en 2008. ¿Por qué
lo hiciste y qué impresiones te provocó?
La primera razón por la que lo hice fue
porque mis padres ya habían fallecido. En vida de ellos no hubiera podido
hacerlo pues les hubiera ocasionado preocupación y disgusto. La segunda razón
fue porque en 2007 sufrí un ataque cardíaco y me di cuenta de que cualquiera se
muere de pronto. No quería morir sin volver a ver el sitio en que viví hasta
los 16 años de edad.
Déjame decirte que mi primer verdadero
intento de regresar a Cuba fue un fiasco total. Sucedió que en 2003 mi hija
Carolina, estudiante entonces de Arquitectura, viajó con un grupo de académicos
y compañeros norteamericanos a Cienfuegos, pues iban a estudiar la arquitectura
colonial de Trinidad. Como Cienfuegos formaba parte de mi imaginario de
infancia, mi hija me incitó a que los acompañara en aquel viaje y yo,
ilusamente, creí que aquello era cuestión de sacar el pasaje y de aterrizar en
la Isla. Cuál no fue mi sorpresa cuando, al llegar al aeropuerto cienfueguero, me
apartaron del grupo por ser el único nacido en Cuba. Se hicieron gestiones de
todo tipo, incluso a nivel de Washington, pero las autoridades cubanas no
aceptaron que entrara a la isla sin un permiso especial que es lo que le
destinaban a cada persona nacida en el país. Aquello fue casi tragicómico pues
como no había otro vuelo hasta el día siguiente me hospedaron en el hotel
Pasacaballo, a orillas de la bahía de Cienfuegos, y me pusieron a dos escoltas
jóvenes en la habitación de al lado. Yo les decía a esos muchachos que se
despreocuparan que no pensaba, ni en sueños, escaparme del hotel y quedarme en el
país. Ellos, en cambio, estaban felices porque gracias a que les habían dado la
misión de vigilarme tenían acceso al restaurante. Para que veas que las
referencias de una persona no tienen nada que ver con las de otra, recuerdo que
lo que yo consideré la peor comida de mi vida, la del restaurante de ese hotel,
mis dos escoltas se relamían, pues la encontraban deliciosa. El hotel estaba
lleno de canadienses y yo me preguntaba cómo aquellos turistas podían pagar por
unas vacaciones en un sitio en que se comiera tan mal. Al día siguiente, antes
de que me mandaran de vuelta a Miami, le pedí a mis escoltas que me llevaran en
carro y sin bajarme para ver el centro de Cienfuegos, sobre todo por la calle
Santa Cruz, que era donde estaba la casa de mi tía a donde iba de niño. Accedieron,
me pasearon, recorrimos en auto la calle, pero nunca encontré la casa de mi tía
pues ya los números habían cambiado o nada era reconocible.
Más tarde, en 2008, volví con mi hijo
Nicolás, que es cineasta, en el marco de un viaje de Caritas. La impresión que
me causó La Habana fue la de una madre que fue Miss Universo y que no has
vuelto a ver por 40 años y te la encuentras al cabo de todo ese tiempo, ajada,
deslucida, decrépita e irreconocible. Fue un choque tan violento que aún no
logro olvidarlo ni me he recuperado nunca de la impresión.
- ¿Tuvo que ver ese viaje con tu
última etapa titulada “Reconstruyendo La Habana”?
Sí y no. Esa idea de pintar hermosas
casas cubanas y de reconstruir una parte y dejar la otra en el estado actual
surgió, tal vez inconscientemente, cuando para la retrospectiva de mis 30 años
de carrera artística que organizó el Lowe Art Museum tuve que cubrir una puerta
de escape un poco fea que había en la sala con una tela grande pintada a partir
de una foto impresa en grande de la esquina de Prado y Neptuno que había
comprado en un evento de Cuba Nostalgia. Fue entonces que “arreglé” o restauré la
puerta que se veía en dicha foto. Tal vez fue esa la semilla, pero el caso es
que durante mi viaje a La Habana de 2008 saqué una enorme cantidad de
fotografías que, hoy por hoy, son la base de este periodo. En esa ocasión me
quedé 3 noches en el hotel Nacional, porque quería que mi hijo viera la vista
del Malecón desde ese sitio, y luego en La Habana colonial, en el hotel Santa
Isabel, un palacete que perteneció en el siglo XIX a uno de esos condes cubanos
del azúcar, creo que al de Santovenia.
- Conocí a Carmen Kohly, tu esposa y
sé que fue además de tu compañera de toda la vida, una gran amiga de tus amigos
(entre los que me incluyo) y una persona inolvidable. Tal vez quieras decirnos
algo sobre ella.
Ahora que no está es que me doy realmente
cuenta de cuán imprescindible era. Carmencita era una gran organizadora y se
ocupaba de la logística de mi carrera. Siempre recurrían a ella quienes me
pedían imágenes, catálogos, fechas, detalles. Cómplice y confidente. Amiga de
mis amigos como bien dices. Y mi mano derecha.
- Miami ha cambiado, las ferias de
arte de Basilea se han convertido en una referencia, el circuito artístico ha
tomado nuevas direcciones. ¿Qué piensas de todo lo que se vive ahora al
respecto?
Chico, la verdad es que ya yo no pienso
nada, ni sé qué pensar. El espectáculo de aquel plátano colgado en la pared,
comprado a 120 mil dólares por alguien que sabe que va a podrirse mañana fue realmente
patético. Lo alarmante no es ya la dirección que ha tomado el arte, sino la que
ha cogido su público. Me siento como un fósil, y por lo que veo esto ya no
tiene freno. Yo mismo he decidido vivir fuera de ese circuito y, hoy por hoy,
solo conservo mi galería de Naples. Al parecer debo lucir como aquellos que se
escandalizaban en el siglo XIX con las pinturas de Monet, Toulouse-Lautrec o
Cézanne. Pero el problema es que ninguno de estos artistas ni quienes los
apoyaban hubieran colgado, no digo yo un plátano que en Europa en aquella época
no existía, ni siquiera una hoja de lechuga en la pared de una sala de
exposiciones, y lo mejor: ¡a nadie se le hubiera ocurrido comprarla!
Miami, 25 de noviembre de 2021
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