Entrevisto a Emilita Dago, gloria de Cuba / Cubanet
Entrevisto a la gran Emilita Dago, la casi nonagenaria más jovial y divertida que he conocido en mi vida. Ejemplo de entusiasmo y optimismo. Me encantó rodar hasta Kendall para encontrarme con ella en la clínica a la que asiste 3 veces por semana y en la que la adoran. Un lujo revivir con una de las glorias de Cuba de una época que no conocí. Me complace dejar testimonio de este encuentro gracias a esta entrevista y compartirla con todos:
“Cuando me deprimo, me sacudo, y me digo
que es hormonal”
Entrevista a la cantante y actriz cubana
Emilita Dago
Por William Navarrete
Nació en La Habana en un momento convulso:
en 1933, el año en que estalló la revolución que acabó con las pretensiones de Gerardo
Machado de eternizarse en el poder. De padres españoles, y tal vez por pertenecer
estos a sociedades de recreo peninsulares en la capital cubana, incursionó desde
muy temprano en el ámbito artístico. A los 4 años de edad actuó por primera vez
cantando canciones y cuplets de la Madre Patria. Su carrera despuntó de forma
precoz y fue muy exitosa. En la radio primero, y en la televisión después,
desde finales de la década de 1940 y hasta 1960, todos sabían quién era Emilita
Dago en Cuba, y también en América Latina. Al punto que cuando le dije a mi
madre que iba a entrevistarla afirmó: “Yo era niña y ya ella era famosa”.
Aproveché un viaje a Miami para encontrarme
con ella. Una oportunidad única porque de las glorias de Cuba que acapararon la
atención del público antes de 1959 ya no quedan muchas. Manejé hasta Kendall en
donde me esperaba la casi nonagenaria (cumplió ya 88) más jovial que he
conocido en mi vida. Revivo las dos horas que pasamos conversando y todavía me
sonrío al pensar en sus ocurrencias, en su energía desbordante, su modernidad y
sabiduría. Los muchos altos y bajos (sobre todo “bajos”) después de que llegó
al exilio no hicieron mella en la increíble vitalidad y generosidad de Emilita.
Agradezco al pianista José Ruiz Elcoro
quien me puso en contacto con ella y sugirió que le hiciera esta entrevista.
- 1933 no fue un año cualquiera en la
historia de Cuba. ¿Consideras premonitorio que hayas nacido en un momento como
ese?
Nací en el hospital Hijas de Galicia y
ese mismo día mis padres tuvieron que atravesar conmigo en los brazos un cerco
de tiroteos entre el castillo de Atarés y el hotel Nacional para llegar a
nuestra casa sita en las calles Águila y Reina. Cuatro mil soldados armados
atacaron ese hotel, apoyados desde el puerto por dos busques escuela. Un
combate que duró 11 horas y, en medio de la balacera, mi padre tratando de
llevarnos a mí y a mi madre a casa. Desde entonces, en Cuba, en Chile, en
Venezuela, las revoluciones estallaban y yo corría delante huyendo de ellas.
- ¿Cómo fue tu infancia en el barrio
de Centro Habana, en donde viviste tu infancia y adolescencia?
Emilio Dago, mi padre, era originario de
una aldea asturiana llamada Tornín y llegó a Cuba a principios de la década de
1920. Mi madre, Manuela Pardo, era gallega, nacida en Herbón, a pocos
kilómetros de Santiago de Compostela. Cuando mi padre desembarcó en La Habana
trabajó primero como dependiente del Mercado Único de Cuatro Caminos y a los 4
años de estar allí compró una cafetería llamada El Cafetal, y luego se asoció
con su hermano para comprar el bar Franco, en Lamparilla y Montserrate. Cuando yo
nací vivíamos, como dije frente a los Almacenes Ultra, en Reina y Águila que
era donde estaba El Cafetal. Los encargados de mi edificio tenían dos hijas de
16 y 17 años, muy pizpiretas, que fueron las que me iniciaron en el arte de
cantar canciones españolas y me llevaron a “La Corte Suprema del Arte” en donde
gané el primer premio. Durante mi infancia estudié solfeo, artes dramáticas con
el profesor Joaquín Riera y actuaba constantemente en las sociedades de recreo
de inmigrantes españoles y en centros masónicos, aunque no tuviera mi padre
nada que ver con las logias. Como hija de españoles estudié en el plantel
Concepción Arenal, que pertenecía al Centro Gallego. Luego, realicé mis
estudios secundarios en la Havana Business Academy, pero como a los 16 años
empecé a ganar dinero y como ganaba muy bien decidí no ir a la Universidad.
- ¿Cómo entraste al mundo de la
actuación? ¿Qué recuerdos tienes de esos primeros años?
Debuté en la televisión cubana en “La
Revista Española”, en 1952, un programa en donde se presentaban todos los
artistas de la Península que pasaban por Cuba, como Los Chavales de España y
otros. Un amigo de mi padre, Alberto Arredondo, me abrió las puertas de C.M.Q y
empecé con ese programa. Con anterioridad había actuado, con 16 años y gracias
a la invitación de Elvira Patiño, en la película Cuando
las mujeres mandan (1951), en la que los protagonistas eran los famosos
cómicos Alberto Garrido y Federico Piñero, bajo la dirección de José Prieto.
A los dos años de estar en la TV empecé a
trabajar con Germán Pinelli en su “Show de las Doce”. Germán era un gran
locutor y con él aprendí mucho. Inmediatamente se me fueron abriendo puertas y
llegó un momento en que me llamaban “patrón de pruebas” porque salía todo el
tiempo, ya que hacía incluso comerciales para H. Uppman y otras marcas conocidas.
Sin contar la radio y las dos revistas de Rodney en las que participé por
varios meses en el cabaret Tropicana. Fue en esa época que trabajé con Ernesto
Lecuona, cuando se presentó en el teatro Blanquita y que me escogió para que
cantara su pregón El frutero. En 1954 actué en la película Misión
al norte de Seúl, dirigida por Juan José Martínez Casado y junto a
Rafael Bertard. Como sabes había estallado la guerra de Corea y yo interpretaba
la esposa de un soldado que vivía en Nueva York y de la que se enamora otro
hombre que, durante la guerra, descubre que su compañero de armas es el esposo
de mi personaje. En Cuba solo pude grabar dos LP de 45 minutos.
- Pero muy pronto alcanzas dimensión
internacional…
En efecto, los dueños de H. Uppman
quisieron enviarme a Argentina, para que participara en la Feria de las
Américas, en la ciudad de Mendoza. Iba a representar esa firma de tabacos en el
pabellón cubano y, una vez allí, también fui invitada por los chilenos para que
cantara en un show en el que estaba la célebre rumbera Yolanda Montes, más
conocida como “Tongolele”, con quien enseguida simpaticé.
De regreso a Cuba estreché vínculos con
artistas latinoamericanos que Gaspar Pumarejo contrataba, como el chileno Lucho
Gatica, el colombiano Nelson Pinedo y el venezolano Alfredo Sadel, quien era
opositor contra el dictador Marcos Pérez Jiménez. Un amigo mío del círculo de
Fulgencio Batista comentó que el dictador venezolano estaba muy disgustado
porque en Cuba se decía que cuando las artistas cubanas iban a Venezuela la
gente de su gobierno las utilizaban para satisfacer sus deseos sexuales. Como
siempre fui aventurera me dije que si enviaban a una delegación de artistas con
el objetivo de probar que aquello era falso yo tenía que formar parte de ese
elenco. Y así fue. Contra la opinión de Sadel, de mis padres y de muchos
amigos, fui parte del grupo de cubanas que llegó a Caracas para pasar una
temporada de actuaciones en el famoso cabaret Pasapoga. El mismo día que
comenzó el show fuimos invitados a una fiesta en una finca llamada La
California, propiedad de alguien del gobierno, cerca del aeropuerto La Carlota.
Allí estaban todos los militares y ministros, que formaban pequeños grupos,
pero nadie se acercaba a Pérez Jiménez, que se paseaba solo. Entonces me
acerqué a él y le dije: “Coronel, ¿acepta que lo tome del brazo y paseemos por
los jardines?”. El accedió muy contento, no sin antes aclarar que sus grados los
había ganado en el Ejército y no como Batista, mi presidente, que se los ponía
él mismo. Entonces le pedí una entrevista, que me concedió invitándome a un
almuerzo al día siguiente. Fue entonces que me comuniqué con el gobierno cubano
y les aclaré el malentendido. Hice saber que en Venezuela había un grupo
operando un negocio de trata de blancas y que el gobierno iba a tomar cartas en
el asunto. Pérez Jiménez para agradecerme me preguntó qué podía hacer por mí.
Le pedí que, en vez de trabajar en el Pasapoga, prefería hacerlo en Radio
Televisión Caracas. Y en poco tiempo realicé varios programas para de TV, dejé
el cabaret y regresé feliz en La Habana porque me había hecho conocer en todos
los hogares venezolanos, algo que fue definitorio para mi futura carrera en ese
país.
- Pero seguiste viajando por el mundo…
Sí. Creo que entonces le cogí el gusto a
viajar. Estuve actuando en la España de Franco, con muchas dificultades porque
la censura moralista allí estaba en su máximo apogeo y las cubanas teníamos
fama de “muy desenvueltas”. Un viejo enjuto era el censor del club en que canté
y me obligaba a cubrirme hasta el cuello y hasta esconder una cruz que llevaba
en el cuello. Luego canté mucho en Radio Madrid y conocí a Antonio Machín, el
cubano más famoso en la España de entonces, que me invitó a actuar y a cantar
con la orquesta de Málaga, con la que tenía contrato. También la vedette
argentina Celia Gámez, que vivía en España, me invitó a actuar en su
espectáculo, en donde interpreté un chotis con mantón de Manila y todo. Actué
luego en Asturias, Barcelona y visité Galicia, la tierra de mi madre y pude
conocer a toda la familia que se quedó allá.
De regreso a Cuba viajé nuevamente, una
vez a República Dominicana (entonces bajo la bota de Rafael Leónidas Trujillo)
y luego a Ecuador. En mi libro Entre tambores y castañuelas, publicado
en Miami en 2018 cuento mis aventuras en ambos países y el día que Radamés
Trujillo, el hijo del dictador, quiso obligarme a estar con él.
- Ya estamos cerca del funesto 1958,
año en que todo se precipita en Cuba. ¿Cómo era La Habana de esos últimos años
de esplendor y qué estabas haciendo cuando se anuncia la caída de Fulgencio
Batista?
La Habana era mágica: la ciudad que no
dormía. La noche empezaba en El Vedado y terminaba en la Playa de Marianao. Te
ibas al Ali Bar, en la Vía Blanca, y veías a Benny Moré cantando, o más tarde
en la noche te lo encontrabas en los Aires Libres, frente al Capitolio. En ese
momento acaba de firmar un contrato con Roberto Rodríguez, el mánager de
Lecuona, para actuar en Puerto Rico. De modo que el 31 de diciembre de 1958
estaba en el cabaret La Concha, de San Juan, y en el momento del brindis
exclamé: ¡Qué se vaya el dictador Batista! Media hora después nos enterábamos de
la noticia de que Batista había abandonado el poder y dejado el país. Lejos
estaba de imaginar que lo que vendría luego iba a ser peor. El caso fue que,
como había caído el gobierno, no había vuelos para La Habana, pues habían
cerrado el aeropuerto.
- ¿Entonces, cuando regresaste y qué
impresiones tuviste?
Pude volver 3 semanas después. Apenas
llegué al aeropuerto me di cuenta del cambio. Aquella gente peluda y apestosa,
con uniformes de barbudos, había ocupado el aeropuerto. No me hizo falta ver
más para darme cuenta de que aquello sería peor. Mi madre, que leía mucho y
estaba al corriente de todo, me dijo: “Perdimos a Cuba. De aquí hay que
largarse, esto es comunismo”. Como muchos al principio, pensé que la cosa sería
cuestión de meses, así que me conseguí un contrato en México de 8 meses y allí
estuve, actuando en el teatro Iris (hoy de la Ciudad), en Acapulco y con Pedro
Vargas en su show semanal, hasta finales de 1959.
En esa época yo vivía en el Edificio FOCSA.
A mi regreso me encontré que personas que nunca habían sido antibatistianas y se
habían convertido de la noche al día en interventores, y mordían si alguien
hacía un comentario contra el régimen. Entonces me asocié a dos personas para
inaugurar nuestro propio club: el Scherezada, en los bajos de ese edificio. La
situación era muy tensa porque la censura comenzaba a instaurarse. Además,
recibíamos inspecciones de milicianos y algunos clientes iban a los baños del
club a consumir drogas. La alegría duró poco pues me tendieron una trampa para
que cogiera miedo y me largara. Un miliciano me aconsejó que me fuera y hasta
me facilitó la tarjeta, que aún conservo, para que me largara a Venezuela. Así
fue que salí de La Habana, sin nada y sin despedirme de nadie, un 17 de febrero
de 1960, por Delta y con escala en Curazao, y hasta la fecha nunca más regresé.
- Empieza entonces tu verdadera
carrera en Venezuela, país en que te convertiste en un ídolo y todavía se te
recuerda con admiración y cariño.
Había conseguido un contrato falso para
salir de Cuba gracias al empresario colombiano Guillermo Arenas y a la cónsul
venezolana en La Habana, Josefina Aché, quien me dio la visa enseguida que supo
mi situación. Llegué a Venezuela en época de carnavales y canté primero con la
orquesta Los Solistas y me presenté a los pocos días en el club Casablanca. Mi
idea era seguir rumbo a España, pero Renato Capriles había fundado la orquesta
Los Melódicos hacía dos años y me propuso formar parte del elenco. Con ellos
hice mis primeras grabaciones, en una época en que se pensaba que las mujeres
no vendían como solistas. El éxito de mis canciones era arrollador, mis temas
se vendían por todas partes, pasaban por la radio y la televisión, pero yo no
participaba con beneficios extras de aquella bonanza económica. Cuando le comenté
a Capriles mi deseo de ganar más me respondió que yo era parte de una orquesta
y que el éxito no era solo mío.
Como extranjera tenía que renovar cada 6
meses me visa y en una ocasión el funcionario de Inmigración me dijo que me la
renovaría siempre y cuando fuera amable con Lubín Chacón Escalante, el director
de aquella institución. Cuando Capriles se enteró pidió cita y el escándalo fue
mayúsculo. Encontraron como solución enviarme a Curazao para desde allí obtener
una visa definitiva. Cosa que logré no sin mucho batallar porque el cónsul en
aquella isla dijo que las cubanas éramos prostitutas y que mis papeles de
locutora y actriz eran falsos. Tuve que hacer que interviniese el ministro del
Interior venezolano para que aquel cónsul de pacotilla estampara la visa en mi
pasaporte y poder, de ese modo, regresar a Caracas con los papeles al día.
Mi deseo en realidad era regresar a Cuba,
pero la situación en la Isla era intolerable. Mis padres se habían quedado del
otro lado de la cortina de hierro y como Rómulo Betancourt, el presidente de
Venezuela, había roto todo contacto con La Habana tenía que volar a Curazao una
vez al mes para poder hablar por teléfono con mis padres. Esto se cuenta hoy y
nadie de lo cree. En aquellos años tumultuosos ya el comunismo se iba
infiltrando en Venezuela y en otros países del continente. Recuerdo que, en
ocasiones, junto al dominicano Billo Frómeta, autor de “Cuando me fui de Cuba”,
no podíamos cantar esta canción porque gentes del público nos abucheaba y hasta
botellas nos tiraban. Eso pasó, por ejemplo, en la Universidad de Caracas, en
donde los grupos de estudiantes izquierdistas interrumpieron nuestro
espectáculo y empezaron a cantar La internacional.
- Pero, al
parecer, logras afianzarte con Los Melódicos…
Sí. Con altos
y bajos logré varias grabaciones y contratos decentes. Con mi primer salario
digno me fui de vacaciones a Argentina. Mi pasaporte cubano estaba por vencer y
no había manera de conseguir otro. Se lo comenté a Fernando Albuerne, el gran
cantante cubano que vivía entonces en Caracas, y como éste conocía al antiguo
cónsul de la Cuba republicana en Venezuela pude conseguir que le añadiera a mi
pasaporte cubano unas hojas membretadas que él conservaba y con ese pasaporte
“remendado” y, por supuesto, ilegal, pude seguir viajando por un tiempo.
Recuerdo que en un viaje hacua Japón y China al llegar, en escala, al
aeropuerto de Hong Kong, el funcionario de inmigración se extrañó de ver ese
pasaporte con hojas pegadas y cuando me preguntó qué era aquello le dije que en
Cuba era así, que el Gobierno no tenía papel, y para ahorrar pegaban hojas al
pasaporte. Menos mal que se lo creyó. Hoy en día me hubieran metido de patitas
en la cárcel.
Después de
aquel incidente permanecí varios años con Los Melódicos. De esa época datan la
mayoría de mis discos.
- ¿En qué
momento te estableces en Estados Unidos y qué pasó después?
Estuve 8 años
sin ver a mis padres. Te imaginarás la angustia. Pude sacar a mi madre en 1968
vía México-Venezuela, y un año después a mi padre. Mi pasaporte cubano ya
estaba vencido hacía tiempo. Yo iba en un barco desde Guayaquil (Ecuador) rumbo
a Valparaíso (Chile) cuando el capitán, que era húngaro, me dijo que saludara a
mi esposo en Chile (en esa época me había casado con un chileno) y que, con la
misma, me fuera a Nueva York porque lo de Allende era comunismo. No le hice
caso, y me quedé atrapada en Chile hasta que en diciembre de 1970 pude llegar a
Nueva York. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma
piedra. De Chile salí huyendo rumbo a Mendoza (Argentina), donde trabajé por
poco tiempo, y después a Buenos Aires en donde intenté acercarme a Goar Mestre
pero mis propios compañeros me boicotearon. Así fue como no tuve más opción que
emigrar a Estados Unidos en 1970.
Durante una
década viví enredada con problemas migratorios. Sin papeles no te daban trabajo
y mi residencia norteamericana demoró 8 años. Como se dice en cubano me
peloteaban de un lado para otro. Así y todo, me instalé en Miami en donde
tampoco me dieron trabajo o, en realidad, muy poco: alguna que otra
presentación con Pro Arte Grateli, con quienes hice Las Leandras en
1975, y cosas así. Pero nada serio. Viajaba entre Nueva York y Miami tratando
de resolver mi entuerto migratorio. Cada vez que me iban a dar un estatus de
residente me decían que mis papeles se habían extraviado. Hasta que un jefe de
ese servicio tomó cartas en el asunto y un día se indignó tanto que me dijo:
“¡Usted ya es residente!” Y me dio el preciado documento. Entonces le respondí
abrazándolo: “¡Siempre supe que Dios era negro!” Pues, en realidad, él lo era.
Y se rio muchísimo. Esas cosas espontáneas, si pasaran hoy, me imagino que uno tiene
que reprimirse.
- Entonces…
Entonces
vegeté en Miami. Tenía a mi familia, pero desde el punto de vista de mi
profesión no logré abrirme paso. Un cubano, cuyo nombre no digo, me aconsejó
incluso que “me regresara con mis indios”, refiriéndose a los años que trabajé
en Suramérica. Me puse a trabajar de secretaria en una oficina de médicos
cubanos. Un día vino Rogelio Martínez, el director de La Sonora Matancera, y me
dijo que me iba a contratar como cantante. Me dije que me había llegado el
momento, pero el que nunca llegó fue él. Me di cuenta de que solo había venido
para ver si era verdad que trabajaba en aquella oficina.
- ¿Eso te
ha frustrado?
No. Siempre he
sido feliz y pienso que nada ocurre por casualidad. Uno debe aprender de los
golpes y obstáculos. Volví a Venezuela, en 1974 y en medio de mi entuerto
migratorio, para cantar durante un año. Me han invitado a menudo para homenajes
y celebrar aniversarios de Los Melódicos. Recientemente publiqué mi libro de
memorias, me han homenajeado en el Dade County Auditorium, el alcalde Tomás
Regalado me dio las llaves de la Ciudad y el público nunca me ha olvidado. No
sabes la de cartas que recibo y el cariño también.
Hoy vivo en
Kendall. Me miman mis sobrinos. El personal del centro Blossom Behavior al que
asisto tres veces por semanas me atiende como una reina y me quieren mucho.
Tengo una gata que llegó un día de la calle y se quedó conmigo, además de dos perros
prestados. Y, sobre todo, viajo gratis y sin mascarilla porque mis sobrinos-nietos
me han metido en Internet y me defiendo cantidad. De hecho, te mandaré desde mi
celular las fotos de todos mis pasaportes y visas para que veas que no sé ni
cómo todavía estoy aquí.
Y cuando me
levanto un poco deprimida, me sacudo, miro a mi alrededor, veo que no me falta
nada y me digo que debe ser hormonal. Entonces lo descarto y comienzo feliz mi
día.
Miami, 7 de
diciembre de 2021
Comentarios
Publicar un comentario