El arte del colombiano Gonzalo Fuenmayor - El Nuevo Herald
Mi artículo en El Nuevo Herald dominical sobre este artista colombiano, Gonzalo Fuenmayor, barranquillero para más señas, que tuve el gusto de visitar en su atelier de Oolite en Lincoln Road, Miami Beach, durante mi última estancia allí.
Les dejo el enlace y lo copio abajo:
La riqueza de América Latina en los claroscuros de Fuenmayor / William Navarrete / El Nuevo Herald
La riqueza de América Latina en los claroscuros de Fuenmayor / por William Navarrete
El
pintor colombiano Gonzalo Fuenmayor (Barranquilla, 1977) vive en Estados Unidos
desde 1998. Ese año presentó su candidatura para estudiar en Nueva York, lo
aceptaron, y dejó atrás una Colombia en la que las secuelas de los años de guerra
civil y violencia eran aún palpables. En la capital de su país había estudiado,
casi por complacer a su familia, administración de empresas, pues siendo sus
padres ingenieros químicos no se esperaba otra cosa de él. Aguantó seis
semestres y se dijo, tal vez siguiendo las huellas de Alfonso Fuenmayor, su
abuelo escritor, periodista y miembro del grupo barranquillero del café La
Cueva en donde estaban García Márquez y Alejandro Obregón, “hasta aquí llegué”.
Entonces
llegó la oportunidad de vivir en Nueva York, de trabajar como archivista en la
Biblioteca, de estudiar una maestría en Arte en Boston, de dar sus primeros
pasos como artista, e incluso, de regresar a Colombia entre 2005 y 2007, para
volver, esta vez a Miami, en donde trabaja y vive aún.
Me
lleva a conocer su taller, temporalmente en Oolite Arts (Lincoln Road, Miami
Beach), la cartagenera Karen Fryd quien comparte raíces y sensibilidades con el
artista, como suele suceder con los costeños del Caribe colombiano. Gonzalo
Fuenmayor fue durante dos años residente de la institución, un periodo que
correspondió con la pandemia, y durante el que tuvo que hacer, como muchos
artistas, malabarismos para mantenerse en contacto con el público y dar a
conocer su trabajo.
Excelente
dibujante, Fuenmayor tuvo que lidiar con los estereotipos de ser colombiano fuera
de su país. El realismo mágico de su coterráneo García Márquez ha impregnado
todo lo que se “exporta” desde Colombia a otras partes del mundo y, como
respuesta a esto, comenzó a pintar aquello que, en realidad, pudiera ser uno de
los iconos de la visión que se tiene de un país como el suyo: un racimo de
bananos o plátanos, que evoca no solo un hábito alimentario, sino los
consorcios fruteros del Caribe, como la Chiquita o la United Fruit Company. Es
decir, el ciclo de pobreza-riqueza que es parte del engranaje de este tipo de
latifundio.
“Como
me utilizaban como ejemplo de lo exótico, decidí entonces volverme exótico de
verdad”, nos dice, pero en realidad no lo hizo sin provocar sensaciones de
extrañamiento cuando optó por el blanco y negro, como manera de rechazar el
hecho de que se le asocie al colorido tropical. Y a esas telas o papeles
pintados con carboncillo un estilo llegó después de haber transitado por una
serie de bodegones coloridos que realizó a escala humana.
En
Fuenmayor, el banano ha sido un instrumento que le ha ayudado a camuflar las
latentes tensiones Norte-Sur, y al pelar la fruta, dejándola en cierta medida
desnuda, la convertía en otro objeto, en una especie de pelea fallida contra el
propio símbolo. Al banano ha añadido otros estereotipos sudamericanos como el
tucán, la piña y la palmera.
En
otra de sus series, sobre la famosa rumbera y actriz Carmen Miranda muy
conocida en la época dorada de la música latinoamericana, solo se ve el tocado de
la diva, nunca el rostro. Es de este mido que el acto identitario se convierte
en performance de la vida, al que no se puede renunciar, por mucho que lo
deseemos, si queremos continuar siendo de donde se viene. En esa medida, sus
bananos con aureolas aparecen como la sublimación de lo nacional. Y en otra de
sus obras, el apellido del artista y un logo para representarlo, aparecen en
una sucesión de etiquetas, a la imagen del pop art e imitando a las que
empresas fruteras como Chiquita o Delmonte que pegan etiquetas similares con
sus nombres sobre las cáscaras de bananos y otras frutas.
Al
colocar en medio de lujosas escenografías victorianas o rococó, de fastuosas
óperas europeas o teatros, racimos de bananos que cuelgan como candelabros de
cristal del techo, Gonzalo Fuenmayor abarca la extraordinaria riqueza de
América Latina, en donde al legado europeo se superpone lo local. Y ese lujo
exuberante aparece atenuado por los tonos grises y oscuros, porque “si por una
parte nos trajeron luz, también aportaron partes de sombras”, aclara. Sombras
como los propios claroscuros que sabe utilizar a la manera de los grandes
maestros del barroco europeo.
Fuenmayor
es un as del carboncillo, técnica que maneja con maestría inigualable. Estamos
lejos de los experimentos inflados por la especulación del mercado que ni son
arte, ni son experimentos. Hay mucho trabajo, “mucha cocina”, como se suele
decir de algo que requiere de una larga preparación, para llegar al producto
que exhibe. Trabajo y originalidad, y, sobre todo, respeto por el público y por
sí mismo.
Y
también una toma de posición que alerta sobre los peligros de la
“macdonalización” de la vida latinoamericana, cuando utiliza el símbolo de esta
cadena de comida rápida para evocar a un Macondo, paradigma de lo más recóndito
y auténtico, como víctima de la globalización. Aun cuando, hoy por hoy, también
pudiéramos decir que está ocurriendo el fenómeno inverso, es decir, la “macondización”
del llamado Primer Mundo. De esta parodia nace un cuestionamiento mayor: por
cuánto tiempo más resistirán las fronteras entre ambos mundos.
Como
colofón de su estancia en Oolite Arts, la institución publicó en colaboración
con DelMonico Books el primer libro de un artista residente, Gonzalo
Fuenmayor, acompañado de un ensayo de Tobias Ostrander sobre su obra, así
como de una entrevista realizada por Dennis Scholl, presidente de Oolite.
Recientemente,
ha diseñado la etiqueta para una edición limitada del Ron Matusalem, fundado en
Santiago de Cuba en 1872 y producido hoy en República Dominicana años después
que la compañía licorera fuera nacionalizada por el gobierno cubano en 1961. Y
un solo suyo puede verse hasta el 17 de julio en el Baker Museum de Naples, que
es parte de Artis-Naples, en Florida.
*
Escritor cubano residente en París
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