Primavera en Madeira - en El Nuevo Herald
De mi reciente viaje a la isla portuguesa de Madeira, en medio del Atlántico. Sorprendente isla de contrates con vegetación única y flores por todas partes. Una fabulosa experiencia que les cuento aquí:
Enlace: Primavera en Madeira: la isla de las flores / William Navarrete /
El Nuevo Herald
Primavera en Madeira: la isla de las flores
William Navarrete*
A Madeira me fui esta primavera, pensando
en que, al ser conocida como la isla de las flores, no podría haber mejor
estación para visitarla. Y no me equivoqué. Puedo decir que he visto allí
infinidad de árboles, plantas y flores desconocidas para mí, y visitado muchos
jardines que son auténticos remansos de belleza y paz.
Llegué a Funchal, la capital al sur de la
isla, ciudad que con el tiempo y gracias a su aeropuerto y puerto marítimo,
recibe muchos visitantes a diario. Cientos vienen en cruceros, se bajan,
visitan dos o tres sitios y regresan por la noche a sus barcos. Este tipo de
turista no se ve en otros pueblos y sitios de interés de la isla, porque,
aunque hay autobuses para recorrerla, se requiere de tiempo y las distancias,
aparentemente cortas, no lo son tanto debido al relieve montañoso propio de una
isla volcánica.
Me hospedé muy cerca del jardín Municipal
y apenas salí del hotel me sorprendió la cantidad de árboles exóticos que vi. Visité
la catedral (Sé), consagrada en 1517, en pleno periodo manuelino, en donde
había una misa por Ucrania. Es un templo sobrio por fuera y de una admirable
riqueza en su interior con techo de alfarje morisco (uno de los más bellos de
Portugal), azulejos y retablos muy barrocos.
Lo que los funchalenses llaman la parte
vieja de la ciudad es un barrio al este de la bahía que concentra la mayoría de
los restaurantes y bares a lo largo de la calle Santa María. Pero los edificios
de interés están del otro lado, al oeste de la plaza del Municipio, en que se
halla el Ayuntamiento, el interesante Museo de Arte Sacra (con gran cantidad de
pinturas flamencas que los comerciantes de vino de Madeira adquirían a cambio
de sus barricas) y la muy barroca iglesia jesuita de San Juan Evangelista del
siglo XVII, rebosante de azulejos y con techo en forma de quilla de barco.
Subiendo por la calle de la iglesia San
Pedro, pueden visitarse tres casonas que pertenecieron a familias pudientes de
la isla. La primera, la Frederico de Freitas, atesora colecciones de pinturas,
mobiliario, vajillas y piezas que pertenecieron a los condes de la Calzada y
también al abogado y coleccionista que la vivió posteriormente y a la que debe
su nombre. Subiendo por la cuesta empinada de Santa Clara, nos toparemos con la
fabulosa Quinta das Cruzes. Propiedad de la familia Cámara en el siglo XVII, posee
hermosos jardines con especies únicas como el drago y un magnífico orquideario.
Objetos de arte, mobiliario inglés, esculturas, piezas de cerámica y porcelanas
europeas componen su rica colección.
Justo enfrente, la casa del escritor Juan
Carlos Abreu, llamada Universo de las Memorias, es una hermosa residencia de
finales del XIX en la que el escritor reunió una enorme cantidad de curiosidades,
desde una impresionante colección de corbatas y de caballos en todas las
representaciones posibles, hasta broches, piezas de orfebrería, bastones,
cuadros, etc. Fuera, alrededor de una fuente, un cenador y pérgola de época
brindan la posibilidad de merendar.
Al oeste de Funchal, donde se encuentran
playas y casinos, está el célebre hotel Reid’s, majestuoso palacio construido
por un escocés en 1891 en el que han residido, en diferentes momentos, reyes y
príncipes europeos, así como otras personalidades, desde Rilke hasta Churchill.
Y a pocos kilómetros hacia el este, el pueblo de pescadores Cámara de Lobos,
con sus barcas típicas multicolores llamadas xavelhas flotando en el
puertecillo. Lo típico allí es el ponche de maracuyá o tanjarina y también el
bacalao, según recetas tradicionales.
Toda la costa este puede recorrerse
gracias a un ingenioso sistema de túneles que comunica a cada pueblo pesquero y
caleta, pues las laderas suelen ser muy abruptas y los paisajes impresionantes.
Vale la pena visitar el mirador de Cabo Girao, desde una plataforma vertiginosa
suspendida en el vacío. También almorzar en A Poita, de Madalena do Mar,
auténtico restaurante de pescadores, así como visitar Ponta do Sol, pueblecillo
de donde era originaria la familia del escritor norteamericano John Dos Santos,
cuyo centro cultural y casa pueden visitarse.
En las empinadas laderas que dan forma de
anfiteatro a Funchal, encontraremos los dos jardines más espectaculares de la
isla. El primero y mi preferido es el Jardín Botánico de Madeira, situado en la
antigua Quinta do Bom Sucesso, un auténtico mirador con vistas al valle, los
barrancos y la capital. La casona pertenecía a la familia Reid y sus jardines
albergan más de 2500 especies entre palmeras tropicales, cactus de múltiples
variedades, plantas aromáticas, árboles centenarios, coníferas, cicadáceas,
además de coloridos parterres geométricos a la francesa y otros ornamentos.
El otro, el Jardín de Monte Palace, abierto
desde 1991, se encuentra en la localidad de este nombre en donde se halla
también la iglesia del Monte. El jardín discurre en un enorme parque alrededor
de una villa y posee como atracción mayor dos jardines orientales (chino y
japonés) con el mobiliario propio de estos, como perros fo de mármol, un buda
gigante, puentecillos, estanques con peces, pérgolas, dragones y hasta una casa
de té. La casona es privada, pero se puede recorrer la parte del gran estanque
con cuevas artificiales, una isleta decorativa y gran cantidad de azulejos.
A ambos jardines se puede subir en
funicular desde Funchal, pero la mejor opción para evitar las colas y verse
encerrado en una cabina suspendida y atiborrada de visitantes, es el autobús,
ya que varias rutas cubren la trayectoria por un precio ocho veces inferior e
idénticas vistas.
En el centro de la isla está Curral das
Freiras, entre altas montañas. Las vistas son increíbles y la cocina a base de
castañas es deliciosa. La carretera zigzaguea entre bosques de eucaliptos
centenarios, y el restaurante La Perla ofrece la mejor terraza con vista al
valle y las montañas que lo circundan.
Mi segunda etapa en Funchal incluyó una
estancia en San Vicente, al norte de la isla. Muy abrupta, con grandes
farallones e incluso cascadas que caen en el océano, esta porción de litoral es
mucho más salvaje y, por ende, menos frecuentada. El pueblo es espectacular,
los paisajes inolvidables y cuando llueve se forman poderosos saltos de agua en
las carreteras. Vale la pena visitar, a pocos kilómetros de allí, los pueblos
de Seixal y Porto Moniz, con piscinas naturales formadas por la lava de los
volcanes e inundadas por las mareas del océano. Son sitios inolvidables que no
pueden recorrerse sin un coche, también muy útil para subir a los parques
nacionales entre altos picos y mares de nubes.
Partiendo de Sao Vicente hacia el este, encontraremos
el pueblo de San Jorge, que posee la iglesia más barroca de la isla, así como el
de Santana donde único perduran las coloridas casas típicas de Madeira, con
techos cónicos cubiertos de guano.
Sin olvidar, en la costa oeste de la
isla, los pueblos de Machico, primera capital de la isla, con su antigua
fortaleza Amparo y su iglesia renacentista; así como Santa Cruz, a escasos
minutos del aeropuerto, y con una plaza que recuerda las que luego se
construyeron en Brasil o el resto de América Latina.
Madeira es un archipiélago, y como tal,
tiene dos islas más. La del Porto Santo, más pequeña y con la única auténtica
playa (de aguas frías) y arenas doradas del archipiélago, a donde se va en
avión o ferry. Y las llamadas “Desiertas”, completamente deshabitadas, a las
que se puede llegar gracias a excursiones que proponen algunos operadores
turísticos.
* Escritor franco-cubano establecido en
París
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