Entrevista al médico y exiliado cubano Tony Guedes - Cubanet
Entrevisto al médico y exiliado cubano en Madrid, Antonio "Tony" Guedes para Cubanet. Un placer entrevistar a personas tan queridas y admiradas.
Enlace directo: El escritor y periodista William Navarrete entrevista al Dr. Antonio Guedes / Cubanet
“Imaginación es la que se necesita hoy
en día para hacernos una vaga idea de lo que fue Cuba”
(El escritor y periodista William
Navarrete entrevista al Dr. Antonio Guedes, activista cubano exiliado en Madrid)
Figura imprescindible en el exilio cubano
de Madrid en las últimas tres décadas, Antonio Guedes, amigo de muchos de mis
amigos en esa ciudad es alguien de quien siempre había oído hablar con especial
cariño. Sabía que, no sólo había asistido a muchos de ellos desde la práctica
de su profesión, sino que ha estado y sigue implicándose en actos, plataformas
y acciones para denunciar los atropellos del régimen castrista.
Los últimos veinte y dos años de vida en
Cuba después de 1959 hasta su salida hacia España estuvieron repletos de sinsabores
y zozobras. En condiciones adversas comenzó a estudiar en el Seminario de San
Carlos y San Ambrosio de La Habana y, aunque no terminó sus estudios de
sacerdocio, se mantuvo siempre muy apegado a la Iglesia de la que continuó
siendo parte activa como laico en una época en que este tipo de actividad era muy
reprimida en Cuba. Asistió al lento e inexorable desangramiento de la familia
cubana, la propia, fue expulsado de sus estudios de Medicina, vivió en la
cuerda floja que este tipo de régimen tiende en la vida diaria de cada
ciudadano, viendo partir a muchos, caer presos a otros y, sobre todo, atestiguó
la destrucción del mundo que con tantos esfuerzos sus padres y abuelos habían
forjado.
Como en el mundo cubano siempre hay alguna
conexión entre las personas, me asombró enterarme de que una muy buena amiga de
mis años de estudios secundarios y preuniversitarios, Mariángel Salesa Guedes,
era hija de Amalia Guedes Delgado, prima hermana del entrevistado. Al padre de
esta amiga le decían Mario “El Polaco” y fue el sastre que le confeccionó a
Antonio Guedes, obrando milagros, el traje con forros de sacos de yute para que
saliera definitivamente de Cuba rumbo a Madrid. Mariángel murió con 50 años,
hace poco en Miami, en donde había trabajado en la librería Universal de Juan
Manuel Salvat, una ciudad a la que había llegado con sus padres a fines de la
década de 1990.
A todos los que fuimos sus amigos de
estudios nos consternó la noticia de su fallecimiento. Y atando cabos, recuerdo
que a pesar de que era una de las alumnas más aventajadas de las aulas por las
que pasó, nunca fue aspirante de la Unión de Jóvenes Comunistas –
contrariamente a otros – ni propuesta para tal cosa, porque sus padres eran
católicos practicantes y en su casa, sita en la calle 11 entre 60 y 62 de Playa,
había una imagen en grande del Sagrado Corazón de Jesús.
Ya retirado, “Tony” Guedes – como todo el
mundo que le llama – vive rodeado del amor de su esposa y sus dos hijas en
Madrid, continúa siendo el médico de muchos de sus pacientes y amigos y sigue ocupándose
de personas que acuden a él. Para que sus nietos nacidos en España sepan su
historia y la de su isla ha escrito unas memorias muy detalladas que rompen
aquel día de 1951 en que vio la luz en el pueblo de Unión de Reyes, en la
provincia de Matanzas.
- Como a todos los entrevistados
voy a pedirte que comiences hablándonos de tus orígenes y primeros pasos por la
vida
Nací en Unión de Reyes, un pueblo de la
provincia de Matanzas, un año antes del golpe de Fulgencio Batista de 1952. Mi
padre se llamaba Antonio Rafael Guedes Padrón y había sido pesador en el
central “Conchita” (luego Puerto Rico Libre cuando lo nacionalizaron) cuando
conoció a Eva Sánchez Ruiz, mi madre, nacida en Jovellanos y maestra de primer
grado en el pueblecito de Bermejas, y luego en Alacranes.
De toda esa geografía de los llanos entre
La Habana y Matanzas vienen mis ancestros inmediatos, pues como sabemos era
región de mucho asentamiento de canarios y peninsulares. Mi abuelo paterno, por
ejemplo, era de Sabanilla del Encomendador y su esposa, María Padrón Quintero era
nieta de Blas Padrón y Juana Febles, que habían venido de Canarias. Por parte
de mi madre mis abuelos eran de Güira de Melena y de Guamutas. La familia era
enorme y es por eso que en Hoy como ayer, mis memorias publicadas
recientemente por la editorial Betania, en Madrid, decidí estampar un árbol
genealógico para reflejar las diferentes ramas.
Mi primer grado lo hice en el colegio
Emilio Sorondo, de Alacranes, y tuve el privilegio de que mi propia madre fuera
mi maestra. Luego seguí mis cursos en Unión de Reyes y recuerdo perfectamente a
cada uno de mis maestros. Ya en esa época mi padre había comprado en Unión de
Reyes una bodega, que es como en Cuba le llamamos a las tiendas de comestibles,
a la que puso “Casa Ñico”. Pero siempre íbamos al central Conchita, en donde
vivía y trabajaba como jefe del taller de locomotoras mi abuelo Rafael Sánchez.
Recuerdo perfectamente que en el central había de todo: una bodega, una tienda
de ropas, una cafetería-restaurante, farmacia, biblioteca, sala de cine,
terreno deportivo e, incluso, una fábrica de galletas, marca “Brilla”, que
pertenecía a una familia gallega de Lugo de apellido Pastoriza. ¡Todo aquello
existía en la década de 1950 en un pequeño central azucarero cubano!
- También Unión de Reyes, pueblo
mítico por su célebre rumbero al que llamaban “Malanga”, forma parte de tu
imaginario de la infancia. Lo evocas como un sitio ensueños y tanto que parece una
fábula.
¿Fábula? ¿Qué fábula puede ser un lugar
del que puedo mencionar todos y cada uno de los muchos comercios,
instituciones, empresas e infraestructuras que existían? En Unión de Reyes, por
ejemplo, en su Teatro-Cine Unión (luego López), vi de niño actuar a los primos
de mi padre Guillermo y Eloísa Álvarez Guedes. También al célebre dúo de Olga
Chorens y Tony Álvarez. Era un pueblo de unas 7000 almas y así y todo tenía
varias academias de estudios, 5 médicos, 3 dentistas, un laboratorio clínico y
una casa de socorros, 3 ferreterías, varias carnicerías, 2 tintorerías, la
mueblería de Alberto Abdemur (que llamaban “El Moro”), más de 30 bodegas como
la de mi padre, 3 panaderías, 1 fabrica de dulces y conservas, 2 hoteles (El
Louvre y Unión), 2 imprentas (La Central y El Relámpago), 2 semanarios (El
Pueblo y La Hora), la mercería de Los Polacos, la quincallería de
Teté, la sastrería de Máximo Gutiérrez, la talabartería de Fata “El Italiano”,
varias peluquerías y barberías, un banco y hasta calles pavimentadas,
acueductos y un sistema completo de electrificación.
¿Imaginación dices? ¡Imaginación es la
que se necesita hoy en día para hacernos una vaga idea de lo que realmente fue
Cuba! Ha sido tanto el destrozo y el abandono que la isla entera es como
Pompeya: hay que hacer arqueología para dar con los vestigios. Figúrate que
frente a mi casa estaban los Talleres Fundición Perret que pertenecían a
Alberto Enrique Perret Baltz, de padre sueco. De allí salían piezas para todos
los centrales de Cuba y para la exportación. Fidel Castro se los quitó, rebautizaron
a aquella próspera empresa “Primero de Mayo” y en poco tiempo se convirtió en
una montaña de chatarra en ruinas, inservible e improductiva hasta su
desaparición total.
A mí quien me diga que todo esto es fruto
de mi imaginación le cito nombres y apellidos, le muestro fotos y papeles. Y es
cierto que de Unión de Reyes era el famoso José Rosario Oviedo, más conocido
como “Malanga”, rumbero mayor, que bailaba con un vaso de ron en la cabeza y
dentro de un círculo de botellas que ni siquiera rozaba mientras bailaba
haciendo increíbles giros y movimientos. Murió envenenado en Camagüey, y una
canción que dice: “Unión de Reyes llora / porque Malanga murió” puso a nuestro pueblo
en los labios de todos los cubanos y rebasó las fronteras marítimas de la Isla.
- ¿En qué situación te sorprende el
triunfo revolucionario de 1959?
Yo tenía 8 años de edad, pero lo recuerdo
perfectamente. Como Unión de Reyes tenía estación de trenes y por allí pasaba
el tren de Oriente a Occidente tengo aún la imagen de aquella gente barbuda,
vestida con uniformes de milicianos y enardecida que pasaba por allí. A una de
las fondas del pueblo, por ejemplo, llegó una tarde el propio Che Guevara,
andrajoso y sucio, camino de no sé dónde, en una de esas giras que daba por la
Isla. ¡Qué se puede esperar de un individuo que fue capaz de escribir en un
mensaje dirigido a la OSPAL en 1967 que “el odio es el elemento central de
nuestra lucha”!
En el momento que llega esa fatídica
fecha para Cuba, mi tío político Reinaldo González Medina, era alcalde de Unión
de Reyes y mi padre se había convertido en concejal desde 1954. Ambos fueron
inmediatamente suspendidos de sus cargos e incluso a mi tío le confiscaron
inmediatamente el automóvil porque dijeron que pertenecía al Ayuntamiento, lo
cual no era cierto.
Poco a poco el mundo familiar se fue
desmoronando. No pasaba un mes sin que nos enterásemos que un familiar o un
amigo se largaba del país. Por supuesto, cuando un adulto presentaba la salida
tenía que esperar a que le autorizaran emigrar en un campamento de trabajos
forzados a partir del momento en que comenzaron los llamados “Vuelos de la
Libertad”, tras un acuerdo entre Fidel Castro y el gobierno norteamericano de
Johnson. A esos campamentos criminales el pueblo les llamaba jocosamente “las
becas Johnson” y por ahí desfilaron muchos de nuestros familiares y conocidos.
- ¿Por qué no salieron de Cuba en
ese momento?
Como muchos recuerdan Fidel Castro
instauró el Servicio Militar Obligatorio en 1963. Yo tenía 12 años y todavía mi
padre conservaba su bodega en Unión de Reyes porque las nacionalizaciones
finales de la pequeña propiedad no se hicieron hasta 1968 que fue el año que
llamaron “de la gran ofensiva revolucionaria”. Existía la esperanza de que el
régimen cayera y todos los días en casa se decía que a “aquello” no le quedaban
ni seis meses. El caso fue que, de seis meses en seis meses, iba pasando el
tiempo y no sucedía nada.
Cuando mis padres se decidieron a pedir
el permiso de salida del país ya yo estaba muy cerca de la fecha en que
cumpliría los 15 años. Así y todo, se arriesgaron y el resultado fue que le
confiscaron la bodega, a mi madre la expulsaron inmediatamente, el 7 de enero
de 1967 de la escuela en que era maestra y a mi padre lo enviaron para un
campamento de trabajos forzados o granja en Camagüey. La salida nunca llegó y
yo cumplí la edad militar. Y mi padre prefirió seguir haciendo trabajos
forzados por si acaso cambiaban la ley y autorizaban mi salida.
En esas condiciones empecé estudiar a
Matanzas, a hacer el bachillerato (preuniversitario le llamaban ya) en el
antiguo Instituto de esa ciudad, entonces rebautizado, como todo, José Luis
Dubrocq. Recorría a diario los 34 kilómetros que separaban a Unión de Reyes de
la capital provincial.
- Siempre estuvieron, tanto tú como
tus familiares allegados, muy cerca de la Iglesia Católica. ¿Fue eso lo que
influyó tu decisión de entrar en el Seminario?
Nunca, ni siquiera en los momentos más difíciles y de mayor represión, dejamos de ir a la Iglesia y de relacionarnos estrechamente con ésta. Incluso en el Preuniversitario, durante las llamadas Escuelas al Campo, recibía la comunión que me traían escondida en cajitas de fósforos (cerillas, en otras partes). Antes de entrar en el Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana, estudié un año de Pedagogía en la escuela para estos efectos en Matanzas. Una de las decisiones más fallidas de mi vida. Pero ya en septiembre de 1969, con 17 años, comencé como alumno interno del Seminario, sito en la Avenida del Puerto de La Habana y del que era rector entonces Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, sobrino bisnieto de un presidente de la República y tataranieto del “Padre de la Padre” y también presidente, pero de la República en Armas, en el momento de la primera guerra por la independencia de Cuba.
- ¿Cómo fue tu vida en el Seminario
y por qué lo abandonaste?
Era una auténtica hermandad. Yo estudié
tres cursos completos, entre 1969 y 1972. Entonces se estudiaban 4 años de
Filosofía y 4 de Teología. En ese periodo tuve como compañeros a Emilio
Aranguren, Carlos Balandrón, José Conrado, Norberto López López, Sabino
Estrada, entre otros que son hoy sacerdotes, obispos o frailes. Se trabajaba y
estudiaba mucho porque además de los cursos, los rezos y el tiempo de
meditación, nos ocupábamos, turnándonos, de la limpieza, el mantenimiento, la cocina,
la preparación de la capilla y de todo lo relativo a la vida dentro del
Seminario. Los fines de semanas íbamos a las pastorales en las parroquias de
pueblos cercanos a la capital y, a veces, en algún momento libre hacíamos
alguna salida, por ejemplo, al cine o para ver alguna función de teatro. En el
Seminario recibíamos visitas, pero siempre en los salones preparados para esto
en la planta baja y de manera poco invasiva. Los fines de semanas podíamos ir a
nuestras Diócesis, o sea, al sitio de donde veníamos y en donde vivía nuestra
familia.
Fue justamente a partir de estos viajes
que empecé a relacionarme con Lourdes, que era de Jagüey Grande, y con quien
terminé casándome en 1975. Antes de nuestra boda, y al darme cuenta de que
estaba enamorado de ella y de que deseábamos formalizar nuestro noviazgo, hablé
con el padre Carlos Manuel de Céspedes y le planteé mi decisión. El padre habló
entonces con los hermanos del Sanatorio de San Juan de Dios, en el barrio de
Los Pinos, el único hospital privado que había sobrevivido a las
nacionalizaciones del castrismo, y los hermanos de allí me aceptaron para que
trabajara como ergoterapeuta, una profesión para la que me había preparado a lo
largo de mis diferentes formaciones en las que no estuvieron excluidos los
estudios de psicología y cuyos conocimientos había ido adquiriendo entre pito y
flauta. Para alejarme de Unión de Reyes y evitar que me llamara el Servicio
Militar el padre Carlos Manuel de Céspedes me dejó vivir en la parroquia de
Jesús del Monte, en su casa parroquial, durante varios años.
En el Sanatorio me ocupaba de personas de
todas las edades y patologías dándoles apoyo psicológico, pero también
organizaba actividades para distraerlos. Recuerdo, por ejemplo, que, en una
ocasión, años después y en mi segunda etapa en esta institución, pudimos traer
a la vedette Rosita Fornés para que actuara para ellos. Durante todo ese tiempo
no perdía de vista mi intención y deseos de estudiar Medicina, y por eso me
inscribí en la Facultad Obrero Campesina que era la única manera de terminar el
bachillerato que había interrumpido cuando entré en el Seminario.
Por cierto, no era porque estudiábamos
para sacerdote que no fuimos a cortar caña. Tal vez pensando en ganar pequeños
espacios de libertad y tolerancia, el padre Froilán Domínguez, entonces rector
del Seminario una vez que Carlos Manuel de Céspedes cesó en esta función,
aceptó que participásemos en la descabellada cosecha azucarera, la famosa zafra
de los “Diez Millones”. Hay una foto mía cortando caña que fue publicada en la
revista Cuba Internacional. Entonces nos pusieron en albergues con
militantes del Partido Comunista y muchos agentes que intentaban infiltrarnos,
pero como ellos tenían una formación muy mediocre no lograban mantener un
diálogo con nosotros que teníamos muy sólida formación intelectual. Siempre
terminábamos enredándolos con mucha facilidad. El caso fue que, en el reportaje
para esa revista, aparezco no como Antonio Guedes Sánchez, sino como Antonio
Sánchez, y el periodista me hizo 9 preguntas, pero a la hora de publicar las
respuestas, las cambió, recortó y dejó frases sueltas de modo que lo que yo
decía no correspondía en lo absoluto con lo que realmente le había dicho.
- ¿Cómo sobreviven una vez casados,
Lourdes y tú, en un medio tan hostil, siendo católicos practicantes y con
intenciones de irse un día del país?
Mis padres nunca pertenecieron a ninguna
de las organizaciones de masas (CDR, FMC, etc.) creadas por el castrismo para
controlar, vigilar y manipular a los ciudadanos. Lourdes y yo no nos casamos hasta
1975 porque esperábamos encontrar una vivienda. Yo quería estudiar Medicina y
la única forma de entrar en ese momento, para alguien con una historia como la
mía, era vinculándome con el ámbito de la Sanidad. Por esa razón fue que estuve
trabajando cuatro años en el Sanatorio San Juan de Dios hasta que en 1976 pude
comenzar los estudios de Medicina, pues para la fecha había acumulado
experiencia en el Sanatorio y tenía ya el bachillerato completo por haber
terminado la Facultad Obrero Campesina.
- ¿Logras entonces hacerte médico en
Cuba?
¡Qué va! ¡Eso no fue más que una quimera!
Cuando Lourdes y yo nos casamos empezamos a vivir con Eladia Iglesias del
Valle, una feligresa que vivía sola y que se relacionaba con el padre Arnaldo
Fernández, quien había sido prefecto de disciplina del Seminario. Eladia había
sido directora del colegio de las Damas Catequistas y cuando el comunismo cerró
el colegio, Eladia se quedó viviendo sola en la casa principal de las monjas, sito
en Miramar, cuidándola para no perderla, ya que todos los religiosos y
religiosas de esta institución habían tenido que abandonar la Isla. Allí vivió
en 1969 pues el gobierno le informó que iban a ocupar la casa, de modo que le
propusieron varios apartamentos para que se mudara, y al final, después de
muchos lugares prácticamente inhabitables, terminó por aceptar uno, pequeño, en
la calle 3ra entre 96 y 96-A, en Miramar. A ese apartamentico fuimos a vivir
Lourdes y yo por gestión del padre Arnaldo y porque Eladia aceptó recibirnos. Al
fin, pudimos casarnos, por lo civil primero y por la Iglesia después, siendo el
padre Carlos Manuel de Céspedes el sacerdote que hizo de testigo en nuestra
boda.
Como anécdota de ese periodo, puedo
contar que conseguimos, gracias a una feligresa de nuestra iglesia, 15 días en
el Hotel Riviera para nuestra Luna de miel. Allí, en la piscina, conocimos a
Margarita, la esposa de Ricardo Alarcón de Quesada, embajador de Cuba ante la
ONU, quien venía a pasar temporadas en la isla y se hospedaba cada vez en ese
hotel con su hija y la abuela de ésta. Un día la piscina estaba sucia y bastó
con que la tal Margarita chasqueara sus dedos y diera órdenes para que
inmediatamente la limpiaran. Nos hablaban de sus compras en Nueva York y
desayunaban, almorzaban y comían en el L’Aiglon, el restaurante de ese hotel,
que era considerado el más lujoso entre los restaurantes que había sobrevivido a
la hecatombe del castrismo.
Evidentemente, para poder vivir en casa
de Eladia y estar inscritos en una libreta de abastecimiento que daba la
OFICODA, tuvimos que ser miembros del CDR de esa manzana, con todo lo que eso
significaba: guardias, trabajos voluntarios, reuniones ideológicas. Hasta ese
momento habíamos escapado de esto, pero además era requerimiento para que
pudiera entrar en la escuela de Medicina. Lourdes ya era técnica de Oftalmología,
trabajaba en el hospital de Diez de Octubre (antigua La Dependiente) y yo
empecé los estudios de Medicina en 1976. Nuestra primera hija, Beatriz, había
nacido ese mismo año, y no podíamos prescindir de lo poco que vendían por la
mencionada libreta o cartilla de racionamiento.
Yo cursé entonces cuatro años de
Medicina, pero en junio de 1980 fui expulsado, mediante un juicio sumario, de
la Facultad. Se me achacó que recibía familiares de Miami (en efecto, a partir
de 1979 empezaron a venir, por autorización del propio Gobierno, cubanos
exiliados a través de la llamada “Comunidad”, y una tía política, colombiana
para más detalles, había venido a Cuba y habíamos salido con ella). También que
regalaba artículos o prendas extranjeras (que eran de las que me había traído
mi tía), que me relacionaba con extranjeros en mi barrio (pues en efecto, una
pareja de canadienses que frecuentaba la iglesia del Corpus Christie en el
Country había simpatizado con nosotros y nos invitaba a cenar a su casa con
cierta frecuencia). Para colmo, el cuarto elemento en que basaron mi expulsión
fue que yo era católico y lo había ocultado. Imagínate, cómo podían decir esto,
si yo había sido seminarista, me había casado por la Iglesia católica con más
de diez sacerdotes entre padrinos y testigos, asistía semanalmente con Lourdes
a la iglesia de San Agustín (barrio de Almendares) en donde ayudábamos al cura,
y no dejábamos de celebrar, públicamente, las fechas del calendario litúrgico.
En un país repleto de chivatos como Cuba era imposible que no lo supieran, amén
de que yo mismo lo decía siempre.
Cuando le comuniqué a mi padre mi
expulsión, éste dijo algo que para mí fue una enorme recompensa: “Hijo, que te
hayan expulsado de esa escuela es el mejor título universitario que te han
dado”.
- ¡Entonces llega la tan añorada
salida definitiva de Cuba!
Primero ocurren los sucesos de la
embajada del Perú y del puente migratorio del Mariel. Un año después, el 23 de
diciembre de 1981, fuimos, ¡al fin!, expulsados del Infierno, como digo en mis
memorias, en el vuelo de Iberia que nos condujo a la anhelada libertad. Antes,
al quedar fuera de la escuela de Medicina y no poder trabajar en nada que
perteneciera al Gobierno (y en Cuba prácticamente todo pertenecía al Gobierno),
volví al Sanatorio de San Juan de Dios, cuyo superior era el hermano Ramiro
Berrade, quien enseguida me dio trabajo, una vez más como ergoterapeuta. Al
final, luego de muchos intentos frustrados, conseguimos una visa para España
gracias a una sobrina de Eladia, quien, para asombro nuestro, también dijo que
estaba dispuesta a salir del país con nosotros.
Te voy a ahorrar todos los sobresaltos y
temores que vivimos hasta que despegamos del aeropuerto de Rancho Boyeros rumbo
a Madrid. Hubo que conseguir la baja de Lourdes de su trabajo, sacar a la niña
del círculo infantil o guardería, tomar precauciones para que no faltara nada
tras el inventario obligatorio que el gobierno te hacía de tus propias
pertenencias, ocultar el embarazo de Lourdes que llevaba ya en el vientre a
nuestra segunda hija, darnos prisa para que ésta no naciera en Cuba. Incluso,
el cónsul, cuando ya lo teníamos todo repartido y medio mundo sabía que nos íbamos,
nos negó la visa. Gracias a María, una feligresa española que asistía a la
iglesia del Corpus Christie y cuyo esposo, también español, tenía un puesto
diplomático en la embajada en La Habana, se pudo alertar al Embajador, quien
nos recibió y ordenó al cónsul que estampara finalmente las cuatro visas.
- En España inmediatamente te
integras a la vida del país. ¿Cómo logras hacerte médico?
Todo no ha sido coser y cantar. Primero
trabajé acompañando a ancianos en sus paseos por las manzanas en que vivían.
Inmediatamente convalidé tres años de estudios, aunque tuve que pasar una
asignatura de primer año, Física Médica, que en Cuba no se estudiaba. Me gradué
en 1986 de la UCM y el Hospital Clínico San Carlos de Madrid. He hecho los 32
créditos del doctorado en pediatría y puericultura. Por supuesto, fue un largo
proceso porque durante cuatro años mi estatus migratorio (y el de Lourdes) era
el de “Permanencia”. Esto significaba que teníamos que ir cada tres meses a la
Comisaría de nuestro barrio para prorrogar ese estatus y validarlo, pues
obtener la “residencia” costaba Dios y ayuda y era casi imposible.
Como yo quería trabajar en el sector
sanitario público, una de las condiciones era ser español. Entonces, empecé los
trámites para adquirir la ciudadanía española en 1985, además de estar
colegiado y me hice ciudadano un año después cuando ya iba a graduarme. En esa
época la ciudadanía la daban con cierta rapidez.
Por supuesto todo esto ha tenido un alto
precio pues estuve separado de mis queridos padres durante trece años. Una
hermana, que quedó en Cuba, los acompañó varios años después de nuestra
partida, pero ella también terminó marchándose al exilio. No fue hasta 1994 que
logré sacar a mis padres del país. Una semana después de estar en Madrid, por
las emociones y porque venía ya muy descompensado, falleció mi padre. Yo
siempre recalco en mis memorias que todas estas desgracias tienen un solo
responsable: el comunismo. Si nada de esto hubiera sucedido no hubiéramos
tenido que padecer tantas calamidades, necesidades, temores, incertidumbres y
dolores. El comunismo los entrenó a aguantar el dolor de ver partir, poco a
poco, a todos sus seres queridos; el comunismo les enseñó a preferir que sus
seres queridos vivieran en libertad antes que tenerlos cerca; pero el comunismo
también les fue robando salud, vida y alegría. Ellos eran personas de
compromiso y durante todo ese tiempo no dejaron de ser el brazo derecho de la
iglesia de Unión de Reyes y de participar activamente en la vida parroquial.
- Eres primo de un grande del mundo
artístico cubano, Guillermo Álvarez Guedes, del que todos los que lo conocimos
y tratamos guardamos muy gratos recuerdos. ¿Qué recuerdos tienes de él?
Guillermo y su hermano Fito se largaron
de Cuba en 1961, apenas les confiscaron el sello discográfico Gema que con tan
excelente catálogo musical habían fundado en Cuba. Desde entonces, se convirtió
en una estrella del exilio de Miami y en gran humorista. Su hermana Eloísa
Álvarez Guedes, casada con Armando Rabilero y simpatizante del castrismo, se
quedó en Cuba. Una tía abuela mía, Josefina, que vivía al doblar de nuestra
casa en Unión de Reyes fue a verla a La Habana para despedirse pues se iba del
país. Entonces Eloísa trató de disuadirla para que se quedara. Por eso, y no
por otra cosa, fue que pudo seguir trabajando en la Televisión oficial (la
única) y actuando mientras tuvo la capacidad para hacerlo.
- A partir de 1990 comienzas a
participar activamente en la vida del exilio cubano en Madrid. ¿Puedes
contarnos un poco sobre esto?
A partir de 1990 comencé a participar en
la Unión Liberal Cubana, presidida entonces por Carlos Alberto Montaner y de la
que he sido vicepresidente y también presidente. En esa época, dado que
acababan de caer el muro de Berlín, se funda en Madrid una Plataforma
Democrática de las diferentes fuerzas políticas del exilio en la que nosotros
participamos. Por otra parte, integro el Comité Pro Derechos Humanos que fundó
también en Madrid la Dra. Martha Frayde. De ella fuimos parte los editores
Víctor Batista Falla, Felipe Lázaro y Pío Serrano, el escritor Mario Parajón,
el historiador Leopoldo Fornés-Bonavía Dolz (por cierto, medio-hermano de
Rosita Fornés), los pintores Waldo Díaz-Balart y Andrés Lacau, Helen
Díaz-Argüelles, Javier Fernández Olano, Aurora Calviño, Manuel Fernández, e
incluso la arquitecta Irma Alfonso Rubio, recientemente fallecida en Madrid,
con quien tú y yo tuvimos una gran amistad, además de que era mi paciente.
También he sido presidente de la Asociación Iberoamericana por la Libertad y he
colaborado mucho con la Asociación por la Paz Continental (Asopazco)
Me he mantenido siempre activo en todo lo
que representa denunciar al régimen cubano, tanto en el ámbito internacional
como en España. Durante todos estos años hemos hecho todo lo posible por
comunicar a todos los niveles la realidad de Cuba. Y creo que seguiré
haciéndolo hasta el último minuto de mi vida, si Dios me lo permite.
Comentarios
Publicar un comentario