Entrevista al editor y librero cubano del exilio Juan Manuel Salvat - Cubanet
Entrevisto a Juan Manuel Salvat, figura imprescindible del exilio cubano. Editor por 57 años en el exilio. Les dejo el enlace a Cubanet y les copio la entrevista:
"Si tanta gente no hubiera apoyado al castrismo, lo hubiéramos podido vencer en sus inicios". Entrevista a Juan Manuel Salvat, por William Navarrete / Cubanet
El escritor y periodista William Navarrete entrevista al librero y editor cubano Juan Manuel Salvat
De Sagua la Grande, pueblo grande de la
provincia central de Las Villas, eran el gran Antonio Machín y Rodrigo Prats
(eminentes de la música), el urólogo Joaquín Albarrán, el pintor Wifredo Lam,
el escritor Jorge Mañach y … el librero y editor cubano que durante más años ha
ejercido esta profesión, Juan Manuel Salvat. 57 años al servicio del oficio,
publicando a autores cubanos en Miami y 82 años desde que vio la luz en la
llamada Villa del Undoso. “A los que nacimos en ese pueblo nos anima un
sentimiento gregario porque siempre terminamos reencontrándonos y ayudándonos”,
enfatiza.
La imagen del “Gordo Salvat” –como
siempre todo el mundo lo ha llamado cariñosamente desde joven sin que a él le
resulte molesto ni ofensivo– será siempre la del afable amigo, sonriente y
bonachón, vestido con la elegancia cubana de otros tiempos, sudando la gota
gorda bajo el implacable verano floridano con las manos ocupadas por cajones de
libros, pero con tiempo para detenerse, interrumpir su trabajo y ponerse a
conversar con cualquiera de los clientes, amigos o conocidos que penetraba por
la puerta de la librería que él mismo construyó en la esquina de la Calle Ocho
y la 31 Avenida del South West de Miami.
Durante dos décadas fui visitante fiel y asiduo,
además de contertulio, de su librería Universal. Cuando cerró en 2013 fue como
si un pedazo –otro más– de mis vínculos afectivos con esa ciudad y, por ende,
con Cuba, desapareciera para siempre. Aquel espacio, creado en medio de la
aspereza de una calle que se pobló con la premura de quienes pensaban permanecer
sólo de paso, representaba para mí lo que oía contar a los mayores sobre las
librerías de La Habana. Es decir, un lugar de encuentros sorpresivos con amigos
que no pensábamos ver pero que no por eso dejaban de ser amigos o, simplemente,
con personas desconocidas que desde aquel primer encuentro nos acompañarían durante
toda la vida. Perderse entre los muebles y anaqueles de la librería de Salvat era
un viaje al corazón de Cuba (parafraseando el título del excelente libro de
Carlos Alberto Montaner, recientemente retomado junto a Miguel Sales).
No por sonriente y bonachón, Salvat no ha
sido “de armas tomar”. Nunca mejor dicho, porque antes de convertirse en el
editor de la memoria de la otra Cuba, revólver en mano, intentó derribar la
dictadura que todavía padecemos. Ni lo pensó dos veces para infiltrarse en la
Isla, ni se le aflojaron las piernas cuando, en más de una ocasión, encaró
públicamente al régimen que empezaba a violar las libertades individuales más
elementales. Confieso que sabía algo de esto, pero que desconocía los detalles de
esa etapa antes de convertirse en editor de Lydia Cabrera, Reinaldo Arenas, Enrique
Labrador Ruiz, Rosario Hiriart, Luis Mario, Luis Aguilar León, Hilda Perera y
muchos autores más.
- Como con todos los entrevistados
vamos a viajar a los primeros pasos de tu vida en la Cuba: la infancia, tus
padres, la familia y los primeros recuerdos…
La infancia fue una etapa de felicidad
absoluta. En Sagua la Grande, el pueblo grande en el que nací, todo el mundo se
conocía. Tenía unos 36,000 habitantes cuando terminé el bachillerato en 1957. Mi
padre, Manuel Salvat Martínez, era del caserío de Sierra Morena, no muy lejos.
Mi madre, Consuelo Roque Olivé, era de Quemado de Güines. Ambos tenían
bisabuelos catalanes, pero desde varias generaciones éramos todos muy cubanos.
Como mis abuelos paternos tuvieron nueve hijos, mi padre tuvo que empezar a
trabajar desde la edad de siete años. O sea, que desde niño trabajó en la finca
El Uvero, cargando caña en los vagones y las carretas con el güinche. Digo
empezó, porque al final terminó como administrador de aquella finca. Y cuando
se casó con mi madre, montó una bodega, La Casa Salvat, sita en el Mercado de
Sagua, que llamábamos “La Plaza”, en cuya planta baja se encontraban las
tiendas de víveres y viandas y, en la segunda, los puestos de carnes y
pescados.
En casa éramos tres hermanos: Gabriel
(quien ya falleció en Miami), Teresa (que vive aún en Miami) y yo. De aquella
época tengo recuerdos muy gratos, sobre todo de las temporadas de vacaciones en
que pasamos los veranos en la playa El Salto. Pero también de las tertulias
interminables en el parque principal del pueblo, de sus retretas y de la manera
en que le dábamos la vuelta según nuestro estatus civil, casados o solteros.
- ¿Dónde cursaste tus primeros estudios
y qué recuerdos conservas de esta etapa?
El preescolar y el primer grado en el
colegio de las monjas del Apostolado y, a partir del segundo, me matricularon
en el colegio de los jesuitas hasta que terminé el sexto grado, pues en Sagua
no tenían enseñanza secundaria. En el colegio jesuita recuerdo muy bien a
profesores como el Hermano Parada y el Hermano Ibáñez, pero sobre todo al padre
Altamira que era un joven habanero que influyó mucho en todos nosotros, al
punto que cuando dejamos la escuela primaria fundamos, gracias a su influencia,
la Agrupación Católica de Sagua, para mantener los vínculos con el colegio.
Teníamos incluso un programa radial dominical llamado Justicia Social.
Fue él quien nos enseñó a no perder nunca la fe.
Luego vinieron los años de estudios
secundarios hasta finalizar bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza
de Sagua la Grande. De esa etapa recuerdo que tuve a un profesor de literatura
extraordinario. Se llamaba Manuel Gayol y había conocido a Federico García
Lorca cuando tras su paso por Sagua, camino de Santiago de Cuba, se encontró
con él. Nos contaba que Lorca le había dicho que usara sombrero para no
quedarse calvo, y como nunca le hizo caso siguió sin usarlo y por eso era
calvo.
En Sagua entonces había dos librerías,
pero yo siempre iba a la llamada La Peña, en la calle Carmen Ribalta 115, cuyo
dueño se llamaba Osvaldo Évora. Como era un gran lector me llevaba los libros
de la librería y luego el dueño le enviaba la factura a mi padre. Tenía,
además, a un gran amigo: Marcelino García, quien luego fue rector por 25 años
del colegio de Belén en Miami pues se hizo jesuita. Marcelino leía sin parar e
influyó mucho en mi aprendizaje como lector y como amigo.
- Llegas a La Habana en 1957 para
estudiar Derecho. El ámbito estudiantil era entonces un hervidero. ¿Cómo fueron
esos dos años de tu vida en la capital antes de que triunfara la revolución de
1959?
Fíjate si todo estaba entonces en
ebullición que la Universidad había cerrado. Por esa razón empecé mis estudios
en la universidad de los Hermanos de La Salle que recién acababa de ser
inaugurada. Tuve que esperar hasta 1959, cuando volvió a abrir la Universidad
de La Habana, para entrar en la Facultad de Derecho, aunque en primer año pues
no quisieron reconocer lo que habíamos cursado en La Salle. En esa época de
estudiante vivía en la resicendia que la Agrupación Católica Universitaria de
La Habana tenía en las calles Mazón y San Miguel, muy cerca de la Colina.
Recuerdo perfectamente el primer discurso
de Fidel Castro. La gente estaba entusiasmadísima con lo que había escuchado,
pero a mí no me gustó en lo absoluto. Tengo que decir que, siendo estudiante en
Sagua, había tenido la oportunidad de escuchar las conferencias que sobre el
marxismo dio un sacerdote rumano llamado Stefanich. Aquello fue determinante
porque enseguida me enteré de la realidad de esa corriente y de lo que padecían
los pueblos que habían basado en ella sus gobiernos.
Entonces, desde nuestro grupo de
estudiantes católicos, Alberto Muller, Ernesto Fernández Travieso y yo
decidimos comenzar a publicar un periodiquito llamado Trinchera. Poco
después, cuando las elecciones de la FEU –a las que yo aspiraba como
vicesecretario de nuestro grupo y que ganamos– empezamos también a publicar
otro periódico llamado Manicato, que era un término taíno. Desde la
agrupación católica intentamos contrarrestar a los comunistas, cada vez más fuertes
dentro de la Universidad. En las elecciones ganamos en algunas facultades, como
las de Ciencias Sociales y Derecho Público, la de Ciencias y otras.
- ¿Era la época en que Rolando
Cubela dirigía la FEU? ¿Qué papel desempeñó entonces?
Nosotros cometimos el gran error de
apoyar a Rolando Cubela en las elecciones, en lugar de a Pedro Luis Boitel.
Como todos saben sucedió lo contrario de nuestras previsiones. El que resultó
ser un verdadero patriota fue Boitel, del que pensábamos tenía ideas marxistas
pues había militado en el Movimiento 26 de Julio y que finalmente murió, tras
una larga huelga de hambre, en 1972, a pesar de ya había cumplido su pena de
prisión de diez años desde 1961.
En cambio, Rolando Cubela, al que
apoyamos por haber sido del Directorio Revolucionario fue quien terminó
expulsándonos de la Universidad y colaborando ciegamente con el castrismo. Aunque
a él también lo sacrificaron porque en 1966 fue acusado de participar en un
complot para asesinar a Fidel Castro y lo condenaron a 30 años de prisión, de
los cuales cumplió 13 hasta que lo liberaron en 1979 y salió rumbo a España
donde vive todavía.
Sucedió que el gobierno recibió en
febrero de 1960 a Anastas Mikoyán, el viceprimer ministro de la Unión Soviética.
Entonces, el gobierno organizó una ceremonia en la que Mikoyán depositaría una
ofrenda floral en la estatua de José Martí en el Parque Central. Nosotros no
podíamos permitir algo así y respondimos con una protesta, la primera
organizada contra el castrismo en Cuba, en que unos 50 miembros de nuestra
agrupación y otros estudiantes universitarios nos dirigimos al Parque Central
con una corona que representaba una bandera cubana. La policía castrista
intervino inmediatamente y nos encarceló. Recuerdo que Alberto Muller se tiró
para que no me llevaran preso y resultó que también lo cogieron a él. Nos
llevaron para las oficinas de la Seguridad del Estado, en Quinta Avenida y 14,
en donde estuvimos toda una noche. A mí me interrogó Abelardo Colomé Ibarra, el
tal “Furry” y me defendí argumentando que yo no era comunista y que por eso
había manifestado, algo que todavía en aquella época podía decirse.
Recuerdo que vino a vernos entonces
Octavio de la Concepción de la Pedraja “Tavito”, que había sido compañero
nuestro en la asociación, y quien había estado en la Sierra donde había
obtenido el grado de teniente. En esa época ya él había dejado nuestro grupo, e
incluso estuvo con el Che en Bolivia después en donde murió en 1967. Pero en
ese momento creo que tuvo cierta incidencia en que nos soltaran porque él vino
a hablar con los mandos del G2 durante nuestra detención.
- ¿En qué momento y cómo Rolando
Cubela los expulsa de la Universidad?
Esto ocurrió de la forma más arbitraria
del mundo, como todo lo que tiene que ver con el castrismo. Hubo una primera
asamblea pública en la plaza Cadenas de la Universidad en la que Cubela, al ver
cuánta gente de los nuestros nos rodeaba, no se atrevió a amonestarnos. Pero en
la siguiente, en que ya éramos menos numerosos, aprovechó para vociferar en
público que no merecíamos estudiar en la Universidad. Entonces el grupo
comunista empezó a pedir paredón para nosotros y nos cercaron gritando a voz en
cuello que nos fusilaran. Quedamos acorralados y nunca más pudimos volver a la
Universidad. Esta fue la primera vez, hubo otras, en que vi la muerte de cerca,
pues en la Cuba de ese momento ya se fusilaba al tutiplén, para usar un
cubanismo, a todo el que les molestara.
- ¿Qué hicieron entonces?
Como sabía que iban a venir a buscarme
tuve que esconderme. Me refugié primero en el convento de San Francisco, en La
Habana Vieja. Eso sucedió en mayo de 1960. De allí pasamos un grupo a casa de
Alberto Alejo Munguía, el administrador de La Polar, casado con la hija de Nicolás
Sierra, quien era el presidente de esa cervecera cubana que ya ni siquiera
existe en la Isla pues creo que se la llevaron para Venezuela. La casona de
ellos tenía la particularidad de que la mitad estaba ocupada por la embajada de
Brasil, con lo cual nos era muy fácil hacer los trámites para salir de la Isla
directamente en la embajada. El embajador brasilero de entonces, el Sr. Vasco
Leitão da Cunha, nos dio enseguida los permisos que necesitábamos y nos
escoltó personalmente hasta el aeropuerto de Rancho Boyeros en donde tomé ele
vuelo, junto a Alberto Muller y Ernesto Fernández Travieso, en aquel verano de
1960 rumbo a Miami.
- Pero tengo entendido que regresan
todos a los pocos meses. ¿Cómo era posible?
En aquella época todavía se podía
regresar infiltrándose. Teníamos además la certeza de que podíamos acabar con
el régimen y había mucha inestabilidad. Si tanta gente no hubiera apoyado al
castrismo lo hubiéramos podido vencer en sus inicios. El caso fue que, ya en
Miami, compramos un barquito de 30 pies para entrar en Cuba y empezar a luchar
desde dentro. En ese momento habíamos fundado en Miami el Directorio
Revolucionario Estudiantil (DRE), anticomunista y anticastrista.
Viajamos a Cuba en diciembre dee 1960 y
entramos por el Náutico, al oeste de La Habana. Viajábamos Rolando Martínez, al
que llamábamos “Musculito”; Manuel Guillot Castellanos (que fue fusilado un
tiempo después, en 1962, con 26 años de edad), Miguel García Armengol y yo. El
piloto era Kikío Llansó. Ya Muller se había infiltrado un mes antes, de modo
que nos reunimos todos en la Universidad de Villanueva y creamos las diferentes
células del Directorio para empezar la lucha clandestina. A mí me tocó la
sección de Propaganda, mientras que Alberto Muller y Luis Fernández Rocha eran
los secretarios generales. En ese momento comenzamos a publicar nuevamente el
periódico Trinchera que se imprimía en un “multilí” que manejaba
Bernardo Peña. Por otra parte, Mario Albert, un judío cubano amigo nuestro inventó
unos aparatos pequeños y fáciles de manipular que lograban interferir el audio
de los canales de televisión y nos permitían pasar nuestros mensajes al pueblo.
En esa época teníamos lo que llamábamos
“casas de seguridad”, o sea, lugares en los que podíamos permanecer escondidos.
A mí me llevaba de un lado para otro María Odoardo, miembro del Directorio, que
se había destacado combatiendo a Machado, a Batista y, en ese momento, a Fidel
Castro. Ella tenía auto, y yo no manejaba entonces. Creamos entonces el
Ejército clandestino a lo largo de la Isla y manteníamos contacto con la UR, el
MRP, el MRR y otras organizaciones. Nuestra idea era realizar alzamientos en
toda Cuba antes de que llegara la esperada invasión.
- Y la invasión llegó…
Sí, lastimeramente. Y lo digo porque la
idea era que nosotros recibiéramos previamente las armas y que fuéramos
avisados con antelación del día en que invadirían. Y no sucedió ni lo uno ni lo
otro. Nos enteramos de la invasión como todo el mundo: por la radio y la
televisión. Fue cuando ya estaban invadiendo que recibimos el mensaje
telegráfico desde Estados Unidos. Se diría que lo habían hecho adrede, para que
todo se frustrara.
En ese momento yo vivía bajo otra
identidad, la de un tal Juan Sánchez Portela, en la casa de Rufino Moreno y de
Julia del Valle, en el Nuevo Vedado. Julia era de Sagua y como ya te dije los
sagüenses somos muy gregarios y solidarios. Ellos tenían muy buena posición
económica y conservaban todavía algo del estatus de antes. El 18 de abril de
1961 vinieron a hacerles un registro. Encontraron mi pistola y cuando intenté
escapar me cercaron. Así llegué escoltado por los esbirros del castrismo a La
Cabaña. Por suerte, en medio de la confusión, los del G2 no lograron atar cabos
y darse cuenta de que “Juan Sánchez Portela” era en realidad Juan Manuel
Salvat. A mí me salvó el hecho de ser gordo y de que todo el mundo me llamara
cariñosamente así. En La Cabaña, entre los presos, muchos me conocían, pero
como me llamaban “Gordo” y no Salvat, entonces los oficiales no podían hacer la
relación. Si no fuera porque para todos era “El Gordo” no estaría aquí
haciéndote el cuento.
- ¿Cómo logras salir de Cuba por la
segunda vez?
La única vía segura era la base de
Guantánamo. Me escondí primero en la Nunciatura Apostólica hasta que vino Julio
Hernández Rojas a buscarme para llevarme a Santiago de Cuba. Allí él tenía
contacto con los Kindelán que me consiguieron la persona que me llevara hasta
la Base norteamericana para brincar la cerca. Procedimos entonces así. Cuando
vi la cerca me dije que no podía brincarla, pero con enorme esfuerzo y
raspándome por todas partes, lo logré. Del otro lado había que quedarse quieto
hasta que vinieran los marines en jeep a buscarte pues todo el terreno estaba
minado y solo ellos sabían por dónde se podía pasar. Me llevaron a una de las
galeras y, casualmente, allí me encontré con Rafael Quintero y Manuel Guillot,
amigos del Directorio, quienes por su cuenta también habían tomado la misma
iniciativa sin que los demás lo supiéramos. Así fue como, a los tres días,
viajábamos en un avión militar rumbo a Key West.
- Pero tengo entendido que volviste
a intentar infiltrarte en Cuba y llevar a cabo acciones para desestabilizar al
régimen…
En diciembre de
1961 intenté regresar por Pinar del Río. Nuestro enlace en Cuba era Juan
(Juanín) Pereira Varela, quien era coordinador del Directorio en la Isla. Le
correspondía enviarnos las señales luminosas desde la costa para que
procediéramos al desembarco, pero al no recibirlas decidimos regresar a La
Florida. Juan había estudiado en el colegio Baldor y era una de las personas
más buenas que he conocido en mi vida. A nuestro regreso nos enteramos que lo
habían capturado y, con apenas 18 años, lo fusilaron.
Entre tanto, me
daba cuenta de que tenía que sentar cabeza pues me había casado con mi esposa,
Marta Ortiz Iturmendi, quien también era de Sagua la Grande y con quien tenía
noviazgo desde los 15 años (ella con 13). Ella había venido para Miami con mi
hermana a verme, pero regresó a Cuba antes de mi intento de infiltración, y
volvió a salir después de la invasión de Girón, ya definitivamente. Estuvo viviendo
con mis padres en Miami hasta que nos casamos.
Aún así, seguí
con las actividades del Directorio y conseguimos donaciones para comprar un
yate de 31 pies al que le pusimos Juanín, el nombre de nuestro amigo
fusilado. Nuestra primera misión era infiltrar a Luis Fernández Rocha, pero la
operación tuvo un final trágico porque teníamos a un espía dentro de la
organización que se ocupó de desmantelarla. El espía era Jorge Medina
Bringuier, llamado “Mongo”, quien, por cierto, vive todavía en España, después de
haberse ido primero a Berlín Oriental. Era un infiltrado del G-2 pero nuestro
compañero Julio Hernández Rojas lo había aupado y lo había metido de lleno en
el Directorio dentro de la Isla. Aquello representó el fin de la organización.
- Sin
embargo, participas después en una operación militar contra los rusos en Cuba,
según he leído en una Cronología cubana hecha por Leopoldo Fornés-Bonavía.
¿Puedes hablarnos de esto?
En efecto. Un día
vienen a vernos José Basulto y Carlos Hernández, a quien llamábamos “Batea”, y
nos cuentan que sabían de buena tinta que iba a tener lugar una fiesta de
militares rusos en el hotel Rosita Hornedo, que ya habían confiscado y le
habían puesto el nombre de Sierra Maestra, sito en la calle Primera de Miramar,
cerca de La Puntilla. Entonces conseguimos un cañón de 20 mm y preparamos el
viaje con el objetivo de ametrallarlos durante la fiesta. Recuerdo que el 24 de
agosto de 1962, día de la operación, dijimos a nuestras esposas que nos íbamos
a West Palm Beach. En el barco íbamos Enrique Torres “Quiquito”, Bernabé Peña,
Albor Ruiz, Isidro Borja de capitán, Julián y yo. En ruta hacia a Cuba se nos
acabó la gasolina, pero por suerte llevábamos un tanque extra. Nos acercamos al
hotel y Basulto y Carlos hicieron fuego. Enseguida vimos como apagaron todas
las luces. Durante el ataque yo tenía la misión de leer una declaración en la
que denunciábamos la presencia de cohetes rusos en Cuba, pero con el
nerviosismo no apreté en botón correcto y no pude amplificar la voz.
Regresamos a Cayo
Marathon y nos reunimos en el restaurante Minerva, en el Downtown,
probablemente el único restaurante cubano en aquel tiempo, y desde allí oímos
por la radio que Castro acusaba a Kennedy de aquel ataque, cuando en realidad
lo habíamos organizado nosotros solos sin ninguna intervención de la CIA ni del
gobierno norteamericano. En el exilio la gente recibió con mucha efusividad la
noticia, e incluso el semanario Zig-Zag Libre, que se publicaba en
Miami, nos dedicó varios artículos elogiosos.
- ¿Esto
puso fin a tus incursiones en el tema del activismo militar contra el
castrismo?
Los
norteamericanos hicieron todo lo posible por pararnos. Incluso trataron de
quitarnos el Juanín. Como nos tenían fichados y no podíamos hacer nada
en La Florida, entonces montamos una base en la isla Catalina, en República
Dominicana, para que muchos del Directorio pudieran entrenarse. Aún así aquello
no pudo durar mucho porque Washington presionó al gobierno dominicano para que
nos sacaran de allí. A mí me pusieron entonces una orden de restricción que no
me permitía salir del Dade County. Con esto, todos nuestros esfuerzos de
derrotar al castrismo cayeron al agua y en 1965 cesaron las actividades de
nuestro Directorio.
- ¿Y qué
hiciste?
Yo tenía ya tres
hijos y un hogar que atender. Estaba ya casado con Marta, quien desde entonces
sigue siendo mi esposa sesenta años después. Fue en ese momento, año 1965, que
se me ocurrió vender libros por correspondencia. Y fundar una pequeña casa
editorial que se llamó Universal. Mandaba libros a los amigos y les pasaba la
factura, pero como ellos tenían mejor situación que yo no se disgustaban,
aunque le pusieron a mis ediciones “La Cañona”. Al principio teníamos la
oficina en el edificio José Martí, que está (o estaba, porque el otro día pasé
por allí y miré sin poder encontrarlo), al comienzo de la Calle 8 del otro lado
de la I-95. Preparábamos desde ese sitio los paquetes para los envíos. Los
encargos aumentaban pues teníamos entre nuestros clientes a La Rosa Mística,
que hacía muchos pedidos y nos dimos cuenta de que necesitábamos un local.
Fue entonces que nos
mudamos para la Calle 8 entre las avenidas 24 y la 25 con un alquiler de $ 100
mensuales. Ese local es donde se encuentra hoy El Dorado de Manuel Capó, que en
aquella época compró los edificios para levantar su negocio allí. De modo que
nos mudamos por un tiempo para otro frente al anterior. Poco tiempo después, mi
padre recibió un seguro que había suscrito en Canadá y como acababa de cobrarlo
me dio $ 3,000, y, por otra parte, Rufino Morales y Julia del Valle, aquella
pareja en cuya casa del Nuevo Vedado había estado escondido, me prestaron $
10,000. Con eso pude comprar el terreno de la Calle Ocho y la 31 en donde mandé
a construir el edificio de la librería Universal que todos conocen.
- ¿Entonces
el local que yo conocí desde mi primer viaje a Miami a principios de los 1990, el
de la Calle Ocho y la 31, vino después?
En efecto, antes
de que encargara a principios de la década de 1980 al arquitecto Juan Antonio
Rodríguez Jomolga, alias “El Guajiro” (pues era del pueblo villaclareño de
Rancho Veloz) y que conocía de mis años de estudiante en el Instituto de Sagua
la Grande que me construyera la librería en ese terreno que pude comprar
gracias a un préstamo para negocios pequeños. En realidad, él construyó un
edificio de una sola planta, pero como luego necesitamos ampliarnos le
encargamos el segundo piso y la ampliación a Miguel Font.
Fue allí en donde
comencé a publicar libros por consejo de Ana Rosa Núñez (quien realmente
concibió el Fondo Cubano de la Biblioteca de la Universidad de Miami junto a
Rosita Abella, y luego Lesbia O. Varona, Esperanza Bravo de Varona y Gladys
Blanco). Incluso era ella quien me sugería el nombre de las diferentes
colecciones. En aquella época recuerdo que trabajábamos hasta las 10:00 pm.
- ¿Qué o a
quiénes publicaste primero?
Lo primero que
publiqué fue una Encíclica del papa Pablo VI y una antología titulada Poesía
en éxodo de la propia Ana Rosa Núñez. Agradeceré eternamente a los abogados
cubanos quienes, al llegar al exilio, comenzaron a trabajar como profesores de
español en muchas universidades de todos los Estados Unidos. Fueron mis mejores
clientes durante los primeros años del negocio. Por citar solo un ejemplo, a
uno de ellos, José Sánchez Boudy, quien era profesor en la Universidad de
Greensboro, Carolina del Norte, y a quien publiqué unos cien títulos, entre
ensayos, diccionarios, manuales de español, etc.
Al principio
imprimía con mi tío Oscar Echevarría, que tenía una imprenta en Miami en la 22
Avenida, y después conseguí con Francisco Gordo Guarinos publicar en su
imprenta en Barcelona, un contacto que le debo a Carlos Alberto Montaner que lo
conocía. Esto fue antes de seguir imprimiendo en Miami.
En aquella época
Lydia Cabrera, que vivía en Miami desde 1960 me llamaba “El bodeguero de la
Calle Ocho”. Tenía mucho sentido del humor y vivía en un apartamento en Coral
Gables, cerca de la 37 Avenida, con Titina Rojas. Ella también fue de las
primeras que publiqué e iba mucho a visitarla con Celedonio González. En esa
época publiqué a escritores, investigadores e historiadores como Rosario
Hiriart, a Calixto Masó (que era profesor en Chicago), a Matías Montes Huidobro
y Yara Montes (que eran profesores en Hawái), al historiador Enrique Ross, a la
propia Ana Rosa Núñez, al coleccionista y crítico de arte José Gómez Sicre,
antologías de Julio Hernández Miyares y Hortensia Ruiz del Vizo, a Rita Geada,
Armando Álvarez Bravo, César Mena, Josefina Inclán, Luis Mario, Rogelio de la
Torre, José Ángel Buesa, Amelia del Castillo, Guillermo de Zéndegui, Guillermo
Cabrera Infante, Manuel Fernández Santalices, Luis Aguilar León, Jorge Mañach y
más tarde a Cristóbal Díaz Ayala, Ofelia Martín Hudson, Olga Rosado, Uva de
Aragón, René Touzet, al padre Miguel Ángel Loredo, Severo Sarduy, etc.
El catálogo fue
creciendo con el tiempo, como sabes, pues incluso después del Mariel publiqué a
Reinaldo Arenas, Lourdes Casal, Heberto Padilla, Nivaria Tejera, Carlos
Victoria, Armando Chávez Rivera, Vicente Echerri, Carlos M. Luis, Carmelo Mesa-Lago,
Rafael Rojas, Gustavo Pérez-Firmat, María Elena Cruz Varela, Esteban Luis
Cárdenas, José Miguel González-Llorente, Concepción Alzola, Gladys Zaldívar,
Ángel Cuadra, Roberto Valero, Luis de la Paz, José y Nicolás Abreu Felippe, y
muchos más. Incluso saqué a la luz los últimos tres
tomos inéditos de los nueve que conforman la valiosísima Historia de
Familias Cubanas, de Francisco Xavier Santa Cruz y Mallén, conde de San
Juan de Jaruco, y varios tomos de apuntes para la historia de la farándula en
Cuba del compositor y presentador de radio y televisión Rosendo Rosell. Sin
contar la gran cantidad de clásicos cubanos como La Edad de Oro y otras
muchas obras de José Martí, Cecilia Valdés, Espejo de paciencia, Contrabando
(de Enrique Serpa), la Condesa de Merlín, Mi lucha (de Gerardo Machado),
las poesías completas de Julián del Casal, la Avellaneda, El Cucalambé, Carlos
Loveira, Alfonso Hernández Catá, Emilio Bacardí, Luis Felipe Rodríguez,
Virgilio Piñera y cientos más…
- Vendes el
edificio de la librería en 2013. ¿Sientes nostalgia de esos 47 años como
librero? ¿Sigues publicando?
Mucha nostalgia.
La librería de la Calle Ocho y la 31 acogía además del espacio para la venta de
libros y las oficinas, el almacén y un salón en la planta alta para las
presentaciones. Por allí desfilaron, como sabes por haber sido tú mismo uno de
los que presentó y fue presentado allí, todos los autores de paso por Miami, no
solo los cubanos, sino también latinoamericanos y españoles. Fueron años de muy
lindos encuentros, en que bajaba a la librería y me encontraba siempre con dos
o tres amigos que venían a hacer tertulia.
Por allí pasaba
todo el mundo porque estaba en un lugar muy céntrico. Un día, por ejemplo,
estaba con Armando Couto, al autor de las muy famosas aventuras de Los tres
Villalobos que empezó a transmitir Radio Cadena Azul en Cuba, en la
década de 1940 y también de las historietas de Tamakún, el vengador errante,
cuando vimos pasar por la acera a la gran poetisa cubana santiaguera Pura del
Prado. El exilio y la ausencia de Cuba la habían afectado mucho, de modo que ya
en esa época cometía algunas excentricidades involuntarias pues no estaba bien
de los nervios y se paseaba sola por las aceras de la Calle Ocho de modo que no
pasaba desapercibida.
- ¿Qué hace
Juan Manuel Salvat hoy en día?
Sigo publicando
libros, no la misma cantidad que antes, pero en este año ya llevamos por siete.
Además de distribuirlo, según los pedidos, a universidades, instituciones y
privados. También mantengo la conexión con la gente del Directorio, pues quedan
como unos 150 vivos. Sirvo de enlace, enviándoles noticias de Cuba y, en
ocasiones, firmamos un documento (como cuando la represión del 11 de julio de
2021 llevada a cabo por el régimen cubano que lanzamos un manifiesto). Según mi
esposa me paso el día trabajo. También me reúno con grupos de amigos, ahora
vamos a Casa Cuba, que acaba de abrir Felipe Valls, cerca de Sunset Drive. Sin
contar que con mis cuatro hijos (Marta María, María Cristina, Juan Manuel y
Miguel Ángel) la familia ha crecido, tanto en nietos como en bisnietos ya. En
realidad, no me queda mucho tiempo libre y el poco del que dispongo lo empleo
en leer, algo que siempre he hecho y haré hasta que Dios me llame.
París/Miami, 19
de agosto de 2022
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