Cinco castillos en el país cátaro francés / en El Nuevo Herald
Aquí les dejo mi crónica de viaje a cinco castillos del país cátaro francés (departamento del Aude) que visité el pasado verano. Lo publico en la edición del domingo 16 de octubre pasado en El Nuevo Herald.
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castillos en el país cátaro francés / El Nuevo Herald / William
Navarrete
Cinco castillos en el país cátaro francés
William Navarrete* / El Nuevo Herald
Mucho se ha hablado de los cátaros y de
la manera en que fueron perseguidos por el Vaticano y despojados de sus tierras
y castillos en épocas medievales. Los defensores de lo que en realidad era, más
que una religión, una doctrina y modo de vida que perjudicaba los intereses de
la Iglesia, no creían en un solo Dios, sino en el bien y el mal como
divinidades irreconciliables, es decir, en Dios y Satanás. Cristo no era más
que un ser espiritual que nació para traer a los hombres la ceremonia del
bautismo, único sacramento de la Iglesia católica que los cátaros observaban.
El catarismo halló terreno muy fértil en
la Occitania francesa, en particular en el territorio que se extiende entre la
vieja ciudad de Carcasona y los Pirineos, así como alrededor de la también
occitana Albi. Declarados herejes, el papa Inocencio III organizó en el 1207
una cruzada, la definitiva, para perseguirlos sin cuartel, completando así la
labor de sus homólogos precedentes con miras a erradicar a los también llamados
“Perfectos”. Se le unieron muchos nobles franceses que asediaron con sus huestes
los castillos y las ciudadelas en donde se refugiaban los afines a este
movimiento gnóstico. Y los vencieron unos veinte años después, despojando a los
supervivientes de sus feudos y otras posesiones.
Pero en el siglo XIX los escritores
comenzaron a interesarse en aquel movimiento del que solo quedaban vestigios,
documentos y algunas huellas en el paisaje languedociano francés. Entonces se
inventó o se magnificó la leyenda de los cátaros como detentores de grandes
tesoros escondidos, entre los que se encontraba el célebre Santo Grial. Desde
entonces, decenas de teorías sobre los motivos reales de su persecución
comenzaron a aflorar y no faltaron autores imaginativos que crearon
innumerables versiones sobre el tema, haciendo de los cátaros sujeto de
leyendas, mitologías y no pocas historias fantasiosas.
Lo que sí es cierto es que, al sur de
Carcasona, se halla un sistema de fortificaciones y castillos, en lo que se ha
dado a llamar, turísticamente hablando, como el “país cátaro francés” que, de
alguna manera algo tuvieron que ver con aquellos hombres perseguidos. En muchos
de estos castillos no vivió nunca cátaro alguno, pero muchos sirvieron, por su
posición estratégica en la frontera de Francia con al antiguo reino de Aragón
de último refugio a algunos de ellos.
Empecé mi recorrido por el célebre castillo
de Villerouge-Termenès. Me recibe Emmanuelle quien me invita a descubrir
uno de los edificios medievales mejor conservados de la región, sito en un
pueblecito fortificado cuyo trazado corresponde exactamente al del siglo XIV. En
él, Guilhem Bélibaste, el último cátaro, fue condenado a la hoguera y ejecutado
en el 1321. El castillo conserva un fresco original representando a San Cristóforo,
y también almenas, torreones, chimeneas y otros elementos de su plaza fuerte.
El pueblo, a orillas del riachuelo Lou es pintoresco y vale la pena perderse
entre sus callejuelas pues casi todo data de esa época.
Atravieso paisajes desérticos de la
región de Corbières para llegar a otro de los castillos de este mismo conjunto:
Termes, en lo alto del pueblo que le da nombre y donde me recibe Fauve
Petit, la conservadora. El pueblo posee una iglesia de finales del XIII con una
pila bautismal de ese siglo, que lleva tres blasones de Pierre de Montbrun,
arzobispo de Narbona. El castillo, a unos 15 minutos de marcha ascendente, se
encuentra en ruinas porque fue bombardeado en 1210 durante el sitio de Termes
dirigido por Simon de Montfort contra Raymond de Termes, considerado herético a
favor de los cátaros. Del castillo quedan murallas y elementos que permiten
imaginar su esplendor, y se ven espectaculares vistas del pueblo, el valle y
las gargantas circundantes.
Visité luego el torreón de Arques,
castilluelo exiguo y perfectamente conservado con carácter defensivo, de 1280.
Impresiona la estrechez y, por ende, la altura de sus cuatro pisos en que solo
existe una pieza por nivel. Nada tiene que ver con los cátaros, pero por su
situación geográfica forma parte de este circuito. La calidad y fineza de su
construcción son elementos que saltan a la vista.
Más al sur, el castillo de Puilaurens
es un auténtico nido de águilas, auténtico reto para los asaltantes desde que,
en el siglo X, pertenecía al dominio de la abadía de San Miguel de Cuxa. Se
mantienen en pie la poterna, las murallas, la cisterna, la llamada “Torre de la
Dama Blanca”, los caminos de ronda y algo más. Como muchos de estos castillos,
la subida representa un esfuerzo recompensado por la abundante vegetación que
podemos observar tras nuestro paso. Una vez arriba, la vista desde 700 metros
de altura del valle de la Boulzana, que antes defendía del invasor aragonés, será
nuestro mejor trofeo. Del primer castillo, anterior a 1240, no queda casi nada,
precisa Nathalie Garsaball. La lucha contra los cátaros representó también una
oportunidad para que Francia convirtiera a muchos de estos castillos en
fortalezas del sistema defensivo en las lindes del reino.
Finalmente, el último de los castillos de
este recorrido, el de Peyrepertuse –donde me recibe Agnès Daubrege– se
asemeja al anterior por su disposición de atalaya en lo alto de un peñón de
difícil acceso, pues culmina a 800 metros de altura. Fue construido en el siglo
XI y perteneció al conde Besalú. También estuvo vinculado a los combates contra
los cátaros o albigenses, como también se les llamaba, y en 1240 pasó a ser
propiedad del rey de Francia. Pueden verse los dos recintos amurallados, el
primer torreón, la muralla de 1 km y diferentes estancias ya sin techumbres. Es
necesario prestar atención cuando nos aproximamos al sitio porque, visto desde
el valle, se confunde con la cresta rocosa de la montaña y parece una nave
dividida en tres sectores del que se destaca el torreón de San Jordi. De hecho,
su nombre significa en occitano “piedra tallada”. De todos es el que más
esfuerzo requiere para llegar a la puerta de acceso.
Todos los visitantes que viajen en auto
desde España hasta Francia, o viceversa, pueden dedicar unos días a las visitas
de estos tesoros de la historia que forman parte del Aude francés, antes de
llegar a Narbona, Carcasona o Albi, las tres ciudades más conocidas de esta
región de la antigua Occitania.
* Escritor franco-cubano establecido en
París
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