Cien mujeres célebres de paso por La Habana / El Nuevo Herald
Les dejo mi reseña de este estupendo
libro publicado por la editorial Unos y Otros de Miami, del autor Leonardo
Depestre Catony, sobre cien mujeres célebres de paso por La Habana (o en
general por Cuba). En El Nuevo Herald dominical:
Enlace directo: Cien mujeres de paso porLa Habana / William Navarrete / El Nuevo Herald
Cien mujeres célebres de paso por La Habana
William Navarrete* / El Nuevo Herald / 27 de noviembre de 2022
Me llega un nuevo libro de la editorial
Unos y Otros, desde Miami, cuyo catálogo se ha ido enriqueciendo en estos
últimos tiempos con ensayos muy pertinentes sobre la música y la cultura cubana
en general. En esta ocasión, se trata del libro Cien mujeres célebres en La
Habana, del investigador Leonardo Depestre Catony (Remedios, Villaclara,
1953), quien ya había publicado anteriormente otros estudios que abordan la
música popular cubana y sobre habaneros célebres y temas relativos a la
capital.
En el libro que presento hoy, el autor
indaga sobre el paso por La Habana de mujeres de renombre provenientes de otras
naciones, quienes, por diversas razones, vivieron o visitaron la ciudad en
diferentes épocas. Comienzan estas viñetas con un personaje peninsular del
siglo XVI, la célebre Doña Guiomar (quien en realidad nunca estuvo en La
Habana, sino en Santiago de Cuba, entonces capital de la Isla) y cuya vida
influyente y novelesca abordó ampliamente Emilio Bacardí Moreau en una novela.
A ésta le sigue la célebre Inés de Bobadilla, también de ese siglo, quien quedó
como gobernadora intendente de la incipiente colonia cuando Hernando de Soto,
su esposo y gobernador, partió rumbo a La Florida en misión de exploración y
conquista.
Otras mujeres que marcaron el imaginario
popular enriquecerán las viñetas, como el caso de la suiza Enriqueta Faber
(quien vivió gran parte del tiempo en Baracoa). Para ejercer la medicina, una
profesión vedada a las mujeres, no vaciló en travestirse en hombre e, incluso,
casarse con una joven, hasta que fue descubierta. De ella escribió una
excelente novela Antonio Benítez Rojo, antes de morir en exilio, en Amherst,
donde enseñaba.
La bailarina Fanny Essler, más tarde la
rusa Anna Pavlova y la norteamericana Isadora Duncan, la cantante sueca Jenny
Lind, la soprano española Adelina Patti y la italiana Marietta Gazzinaga,
seguidas de la pianista venezolana Teresa Carreño y la actriz italiana Adelaide
Ristori, son buenos ejemplos de la importancia que tenía la escena artística
habanera a finales del siglo XIX y albores del XX, en donde se presentaban
artistas de tal magnitud. Algo de ello cuenta también otra de las mujeres que
Depestre incluye: la escritora y viajera sueca Frederika Bremer, cuyas cartas
desde Cuba fueron publicadas hace unos años por una editorial de la isla.
Llegamos entonces a la divina Sarah
Bernhardt, de quien José Martí ya había hablado cuando la vio actuar en París
en 1879, y quien se presentó en dos ocasiones ante el público habanero, la
primera vez a fines del siglo XIX, en una época en que otra mujer célebre, esta
vez del mundo del poder, la infanta Eulalia de Borbón, visitaba también la
Isla, antes de proseguir su viaje hacia Estados Unidos.
Otras menos conocidas, pero no por ello
de labor poco descollante aparecen en el libro, como las enfermeras
norteamericanas Clara Barton y Clara Maass (de papeles cruciales en la Cruz
Roja durante el conflicto de 1894-1898 y después de éste), la también
norteamericana Jeannette Ryder (fundadora de la primera Sociedad Protectora de
Animales en la isla, en 1906), la escritora asturiana Eva Canel, la cantante de
opereta Esperanza Iris o la poetisa mexicana Rosario Sansores, quien colaboró
para la prensa cubana (Bohemia y El Fígaro) entre 1910 y 1930.
Nuestros abuelos recuerdan aún las presentaciones
de la cupletista Consuelo Portela “La Chelito” y el mundo intelectual la
presencia de la doctora en letras dominicana Camila Henríquez Ureña, así como
las conferencias de la feminista española Belén de Sárraga, de la periodista y
poetisa Luisa Capetilllo, y de Margarita Xirgu, la actriz preferida de Federico
García Lorca.
Imposible mencionar a las cien
celebérrimas recordadas por el autor, pero no es posible obviar a las
escritoras Gabriela Mistral, Anais Nin, Carmen de Burgos (“Colombine”), Teresa
de la Parra (intimísima de Lydia Cabrera), Concha Espina, María Teresa León, Julia
de Burgos, Concha Méndez, Mercedes Pinto, María Zambrano, Françoise Sagan o
Simone de Beauvoir. Aunque tampoco a Zenobia Camprubí (quien llega a Cuba con
Juan Ramón Jiménez), la aristócrata roja Alejandra Kollontai, quien hizo breve
escala rumbo a México, a la fotógrafa mexicana Tina Modotti, la aviadora
norteamericana Amelia Earhart, las inolvidables María Félix, Lola Flores,
Concha Piquer, Sarita Montiel y Chavela Vargas, y la divina porteña Imperio
Argentina desde su primera presentación en el Radio Cine de la calle Galiano en
1936, o Libertad Lamarque, Toña la Negra y la mítica bailarina Carmen Amaya.
También aparecen la actriz italiana
Eleonora Duse, muchas estrellas de Hollywood (Gloria Swanson, Rita Hayworth,
Mary Pickford) que frecuentaban casinos, cabarets y otros sitios a la moda de
La Habana antes de 1959, donde también bailaba Carmen Miranda o cantaba la
inigualable Edith Piaf, sin olvidar a Josefine Baker, y su sonado desagravio
que luego el castrismo intentó enmendar y, finalmente, Angela Davis o la Madre
Teresa de Calculta, líderes políticas o espirituales.
No están en el libro de Despestre todas
las celebridades femeninas que pasaron por La Habana o vivieron en ésta.
Pienso, por ejemplo, en la bailarina rusa Anna Leontieva quien llegó a Cuba con
los Ballet Ruso de Monte-Carlo, se estableció en la Isla en la década de 1940,
fundó su propia compañía, creó numerosas coreografías y perdió lo construido cuando
llegó el reino absoluto de Alicia Alonso en la década de 1960. La Leontieva se
suicidó en su casa de Miramar, en 1979, en donde todavía recibía a alumnas y
daba clases particulares de ballet.
Cien mujeres célebres en La Habana es un libro necesario que traerá no pocos recuerdos a muchos
lectores y hará que otros descubran por qué justamente a La Habana se le
llamaba “el París del Caribe”, mítico pasado del que, como en un juego de
arqueología, los visitantes intentan descubrir hoy en día las huellas de sus
glorias innecesariamente perdidas.
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