Antiguos y legendarios comercios de Madrid - El Nuevo Herald
Les dejo mi artículo sobre viejos comercios y tiendas de Madrid que suelo visitar. Muchos van desapareciendo con el tiempo y era hora de hablar un poco de los que han sobrevivido al cambio de milenio. Lo mejor es desearles larga vida, aunque eso solo depende, a veces, de la voluntad de propietarios y herederos.
Para leer directamente en el Herald:
Antiguos y legendarios comercios de
Madrid – William Navarrete / El Nuevo Herald
También se los copio al final para
quienes no tienen acceso al diario.
Antiguos y legendarios comercios de
Madrid
William Navarrete* / El Nuevo Herald / 26 de marzo de 2023
Aunque los hemos visto desaparecer poco a
poco durante las últimas décadas, quedan todavía algunos que resisten a los
embates del tiempo y la desidia. Cuando más duele verlos desaparecer es al
comprobar que son reemplazados por una franquicia, de esas que lo mismo da que
estemos en París, Nueva York o Hong Kong ya que siempre serán las mismas, con
idénticas ofertas y un estilo uniforme que anula toda voluntad de diferencia y
originalidad.
Son los viejos comercios de Madrid, los
que aún perduran y en los que intento, cada vez que puedo, comprar lo que
necesito no solo para ayudarlos, sino también porque garantizan productos de
calidad.
En la Puerta del Sol y sus alrededores,
epicentro madrileño, permanecen en pie dos pastelerías legendarias: La
Mallorquina (fundada en 1894, siempre repleta) y la Antigua Pastelería
del Pozo, en una callejuela que le da nombre, fundada en 1830 por la
familia Aguado y considerada la más antigua de la capital. En 1930 la compra la
familia Leal que perpetúa hoy su tradición pastelera. Detrás del mobiliario
original de mármoles y maderas: tartaletas, rosquillas, pasteles, pastas, yemas
y bartolillos, entre otras delicias como unas torrijas diferentes a las que
encontramos en otros sitios. Converso con Antonio Pérez, gerente del comercio,
a quien confieso que sus palmeras son las más exquisitas que he comido en mi
vida, incluso superiores a las mejores que existen en Francia. Y me revela que
el secreto consiste en fabricarlas con manteca de cerdo y no con mantequilla
como hacen, sin excepción, todos los pasteleros del mundo.
No lejos de ese kilómetro cero de todas las rutas de España están la Mercería Pontejos, de 1913, un increíble viaje a los costureros de nuestras abuelas, en donde venden botones, cintas, pasamanería e hilos de todo tipo; la centenaria Casa Labra (fundada en 1860 y especializada en deliciosas tajadas de bacalao, tapas que acompañan el típico vaso de vermut); la auténtica chocolatería San Ginés (con su chocolate espeso siempre acompañado de churros y porras); la casa de té y dulcería El Riojano (fundada en 1855 que propone, se dice, las mejores torrijas de Madrid) o el centenario Lhardy (elegante restaurant de 1839 que también es traiteur, inmortalizado por aristócratas, políticos, escritores y artistas durante siglo y medio).
Si seguimos por la carrera de San
Jerónimo, hacia el Prado, no demoraremos en dar con La Violeta (plaza de
Canalejas), coqueta confitería que parece sacada de un cuento de hadas. Mónica
del Prado, su propietaria, es tercera generación desde 1915 y vela para que no
falten caramelos, bombones, frutas confitadas y otras golosinas, siempre con
sabor a flores de violeta, su especialidad.
Y dos manzanas hacia abajo, la turronería
Casa Mira, fundada en 1842 por el emprendedor jijonenco Luis Mira,
especializada no solo en turrones artesanales (consumidos más en Navidad), sino
en mazapanes, peladillas, tortas y frutas confitadas que exponen en un aparador
giratorio. Seis generaciones cuidan de este tesoro de alta gastronomía atendido
por Carlos Ibáñez, el joven heredero de la tradición.
Llegamos al barrio de Las Letras y en la calle León n° 12 entramos en la Casa González, tienda de comestibles fundada en 1931 que administra el nieto del fundador y propone venta, cata y degustación de vinos acompañados de quesos y fiambres con posibilidad de sentarse en un ambiente que poco ha cambiado desde entonces.
Y a muy pocas manzanas de allí, en una esquina de Echegaray n° 19, me recibe María Cabello, propietaria de Licores Cabello, la licencia de venta de alcohol más antigua de Madrid (en funcionamiento), establecida en 1902 bajo el nombre de Licores Aguado. Un espacio que poco ha cambiado desde entonces, especializado en etílicos de todo tipo, algunos de colección, otros para el consumo diario. Cuando la exhorto a que por nada del mundo deje que se pierda este auténtico local me confiesa una de las razones por las que los viejos negocios cierran: “Ni los hijos quieren continuar con la labor de los padres, ni los padres desean que sus hijos los hereden. Hay que saber las horas que dedicamos a un negocio así para no desearles igual suerte a nuestros hijos”.
Salgo del barrio hacia la Ronda de Atocha
y en el n° 95 de esa misma calle doy con la Casa Pajuelo, cuyo lumínico
anuncia su especialidad en mieles desde 1946. Casa de extremeños de Badajoz, su
propietario actual Pedro Piquelo es la segunda generación. Allí es donde
siempre compro la miel pura de abejas cuando estoy en Madrid, aunque también
especias de mucha calidad que, en medio de antiguos anaqueles, viejos potes y
una pesa casi centenaria, suelen servir a granel.
Quedan pocas mantequerías (en
Latinoamérica les llaman colmados, abarrotes o bodegas) de las auténticas. Los
supermercados han acabado con ellas. Sin embargo, en Madrid los precios entre
ambos no difieren mucho y, en cambio, la calidad de estos pequeños negocios de
barrio es muy superior. Para ver una auténtica y muy antigua hay que dirigirse
al Paseo de Los Olmos, junto a la puerta de Toledo. Allí esta la MantequeríaAndrés desde 1870 exhibiendo los muchos reconocimientos dados por el gremio
del comercio. Vende todo lo necesario para una cocina y mesa completas. Como en
muchos de estos negocios el uniforme de los dependientes es una pieza de rigor,
y la amabilidad y disponibilidad también. Siempre compro los bizcochos caseros
que venden enteros o por trozos, y cuyos sabores cambian según las estaciones.
Y cerca de Tirso de Molina, el herbolario de la Viuda de Morando, en pie
desde 1918, ha conservado el sabor y el ambiente desde entonces, en que guardan
en cajones de maderas hierbas y raíces de todo tipo.
Hay otra, muy bien surtida, llamada Bermejo,
a apenas una manzana de la Plaza Mayor, en una esquina de la calle Zaragoza n°
2. La tienda data de 1845, pero están en ese local desde 1924. Venden de todo,
desde mazapanes y polvorones, entre otras golosinas, hasta granos de todo tipo
a granel, aceites, jamones, conservas y demás. Y lo hacen en un ambiente de
otros tiempos, encantador y lleno de nostalgia.
Se admira uno de que hayan sobrevivido
sitios como La Casa Botín de 1725 (el restaurante más antiguo del mundo
según el libro Guinness y especializado en cochinillo); las Bodegas
Ricla fundada en 1867 (frente al anterior), con inconfundible sabor a
antaño, o incluso, no lejos de allí, en la calle Las Fuentes n° 10, la casa
Amillo de 1890, especializada en encuadernaciones de libros, todo un arte,
con escuela propia en el local adyacente.
Por supuesto, esta lista no es exhaustiva
y lamento queden fuera otros muchos comercios del Madrid de otros tiempos. Lo
importante, a mi juicio, es destacar la necesidad de apoyarlos para que estos
ejemplos vivos de la Historia no desaparezcan por falta de clientes o por
descuido de las nuevas generaciones. El consumismo fácil ha sido también la
razón por la que los pequeños negocios de barrio (como los cines y otros
establecimientos) cierren sus puertas. Cada vez que pase delante de uno de
estos compre algo. Es bueno que las futuras generaciones conozcan el mundo en
que vivían sus ancestros y que no tengan que recurrir a viejos filmes o
revistas para conocerlo.
* Escritor franco-cubano establecido en
París
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