El Museo Naval de Madrid / en El Nuevo Herald
Escribo en El Nuevo Herald sobre el extraordinario Museo Naval de Madrid y la visita que me hizo el capitán de navío Juan Escrigas Rodriguez, vicedirector del Museo y gran conocedor de la historia del Reino.
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O pulsar : El Museo Naval, un tesoro poco conocido de Madrid / William Navarrete
El Museo Naval, un tesoro poco conocido de Madrid
William Navarrete* /
Me recibe el capitán de navío (CN) Juan
Escrigas Rodríguez, subdirector del Museo Naval de Madrid. La institución ocupa
un imponente edificio del Paseo del Prado, a escasos metros del Museo que da
nombre al Paseo y justo a continuación del emblemático palacio de Cibeles,
antigua oficina central de Correos.
Nacido en El Ferrol (Galicia) en 1962, el
capitán de navío Escrigas, doctor en Historia Contemporánea graduado de la
Complutense, es también un gran conocedor de la historia de España. Apenas me
conduce a la primera sala del Museo constata mi sorpresa. “Le sucede a todos
los que vienen por primera vez. Nadie se imagina el esplendor y la
magnificencia de este lugar. Lo mejor comienza ahora, en cada una de las estancias
en donde se atesoran los fondos”, me advierte.
El Museo Naval nació en 1790 como
institución dedicada a la enseñanza para los guardamarinas que se preparaban
para convertirse en oficiales de Marina, aunque realmente queda inaugurado en
1843, cuando la reina Isabel inaugura su primera sede en la calle Mayor. El
edificio actual, antiguo Ministerio de la Marina, es la cuarta sede desde 1932
y su primer director fue el alicantino Julio Guillén Tato, contralmirante de la
Armada Española, de quien el Museo ofrece la reconstitución de su camarote que
atesora valiosas piezas y libros personales.
Después de contemplar un óleo de Martín
Fernández de Navarrete, director de la Real Academia de Historia, obra de
Bernardo López Piquer, el CN Escrigas nos conduce a la sala José Ignacio González-Aller
o del Real Patronato, en homenaje a quien dirigió la institución en los años
1890. En una de sus vitrinas se conserva una pieza muy curiosa: la copa de
madera con la que se celebró bajo una ceiba, la primera misa en La Habana, el
19 de marzo de 1515.
En una de las vitrinas de la primera gran
sala, el CN Escrigas me indica la vajilla con la
que se pretendía inaugurar en 1843 el Museo. “Nunca pudo utilizarse porque se
mandó a fabricar a Limoges (Francia) y cometieron un error: las franjas
rojigualdas de la bandera española aparecen en posición vertical, como la
francesa, y no horizontal como las de nuestra enseña”, me indica, señalando
hacia las curiosas piezas.
Decenas de muebles exhiben objetos de
extraordinario valor. Hay lienzos imponentes como Alba de América
(1856), de Antonio de Brugada Vila; un retrato de Juan Sebastián Elcano; el
gran cuadro del Primer Homenaje a Colón (1892), de José Garnelo; un hermosísimo
Globo terrestre de 1688 del monje veneciano Vicenzo M. Coronelli y otro celeste
del mismo autor, además de instrumentos náuticos antiguos (astrolabios,
sextantes, comprases, entre unas 600 piezas), decenas de documentos, tratados
originales y cartografías de gran valor como el primer mapa de América, el que
dibujara Juan de la Cosa en 1500 “que estuvo desaparecido durante tres siglos
hasta que lo compraron en 1832 en una subasta en París y, luego en otra, por el
Ministerio de la Marina de España en 1852”, me revela el CN Escrigas.
“España cambia de dinastía en el siglo
XVIII y debe sentar las bases, desde 1717, para dotarse de una gran Marina. Al
replantearse su Armada debe tener en cuenta las dotaciones con una formación
teórica fuerte para oficiales son también ingenieros mecánicos, los buques y
los arsenales o astilleros, de modo que, se convierte en la segunda potencia
marítima del orbe, algo que el Museo consigue mostrar”, añade.
El Museo rinde homenaje a grandes
almirantes como Antonio Barceló o Don Blas de Lezo, quien venciera a la armada
inglesa del almirante Edward Vernon en Cartagena de Indias, en 1741, siendo la
fuerza militar que dirigía muy inferior a la británica.
Otra sala admirable es la que exhibe los
restos arqueológicos del pedio de la nao San Diego, hundido en 1600 en
Filipinas, y figuran decenas de objetos de loza de Manila, jarras de Siam y porcelanas
chinas, codiciada por los europeos, y otros tantos de plata, muy apreciados por
los chinos. En esa misma sala cuelga el célebre pendón o estandarte de los
Oquendo, del siglo XVI, una familia muy vinculada a la marina del Reino.
Hay también segmentos dedicados a la
marina ilustrada y en especial a las expediciones científicas de los oficiales
Alejandro Malespina y José Bustamante (1789-1794) quienes recorrieron el río de
La Plata, la Patagonia, las Malvinas, Chile, Perú, Centroamérica, California y
Alaska hasta las islas Marianas y el continente australiano. La colección sobre
estas expediciones es realmente abrumadora en cuanto a su riqueza y muestras.
De unos cajones protegidos por láminas de
vidrio el CN Escrigas extrae mapas habaneros de los siglos XVIII y XIX. En otra
vitrina me muestra el primer metro que se utilizó en España después de que el
sistema métrico se adoptara en París a finales del XVIII. La sala siguiente ha
sido dedicada al desastre de Trafalgar (1805) con especial hincapié el Santísima
Trinidad, llamado “el Escorial de los mares”, el mayor navío del mundo de entonces, construido en La Habana con
cedro y caoba en 1766, y hundido durante el conflicto.
Hay también salas dedicadas a la
medallística y numismática, a los astilleros españoles con sorprendentes
herramientas y maquetas, la guerra hispano-cubana-americana de 1898, a la
pérdida de los últimos territorios de Ultramar, a las comisiones hidrográficas
en Asia (en que se exhibe incluso un mapa pirata de 1825 anotado en lengua
malaya), piezas curiosas (como un trozo del árbol que cobijó a Hernán Cortés
durante La Noche Triste) y unas mil obras de pintura, esculturas y gráfica, de
las que el Museo solo muestra una tercera parte de sus reservas.
El CN Escrigas me conduce a la exposición
temporal, esta vez dedicada a la contribución de España en la independencia
norteamericana. Además del aporte sustancial en el plano militar me muestra el
uniforme de los dragones de cuera, protectores de las fronteras, de los que se
inspiraron los vaqueros del Oeste americano para vestirse, así como el origen
de los ranchos de esta región que no es otro que el cortijo andaluz propiamente
dicho. “Todo el trabajo del cuero del Far West viene de la marquetería y
repujado arabo-español”, afirma. Sobresale un curioso retrato de Luis de
Córdoba, cuyos estudios han arrojado la manera en que el lienzo fue cambiando
con añadidos a medida que este célebre marino ascendía en grados gracias a sus
méritos y hazañas. El Museo cambia con regularidad sus exposiciones temporales.
Puedo afirmar que mi visita al Museo
Naval, un sitio que a pesar de mis numerosas estancias en Madrid había
descuidado, ha sido una de las más instructivas, inesperadas y asombrosas de
los últimos tiempo. Debo el privilegio de haber sido recibido y guiado por el
subdirector de la institución al historiador Guillermo Gonzalo Calleja-Leal quien
obró para que este encuentro y artículo fueran posibles.
* Escritor franco-cubano establecido en
París
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