Entrevista a Fulgencio Batista Fernández, hijo del dictador cubano - Cubanet
Hace unos días entrevisté para Cubanet a Fulgencio Batista, hijo menor del presidente y, luego, dictador cubano del mismo nombre, quien vive en Ibiza y es una persona encantadora. Les dejo la entrevista aquí y también pueden leerla en la web pulsando este enlace:
“Imposible desentenderse de Cuba
siendo como soy un hijo de Batista”
(El escritor William Navarrete entrevista
a Fulgencio Batista Fernández, el hijo menor del dictador cubano)
Nació en Cuba y ha vivido prácticamente
toda su vida fuera de la Isla. Tiene recuerdos muy vívidos de sus padres y su
familia. Hace cuatro décadas que vive en Ibiza, de cara al campo, lejos de la
vida pública y en contacto con la tierra. Aunque no tiene el acento de la
tierra que lo vio nacer, cuando oye sones y otros ritmos cubanos se siente
inmediatamente identificado con la Isla de la que conserva pocos recuerdos. Y
ello, a pesar de haber estado en el centro de acontecimientos clave que
tuvieron lugar a finales de los años 1950.
Se trata de Fulgencio Batista Fernández
(La Habana, 1953), el hijo varón más pequeño de Fulgencio Batista, Presidente
de Cuba elegido democráticamente entre 1940 y 1944, quien diera un fatídico
golpe de Estado en 1952, justo un año después del nacimiento del entrevistado.
Para que podamos tener una visión sana y completa de nuestra historia
contemporánea, es importante reunir la mayor cantidad de material posible y
reunir, de parte y otra, todo testimonio que ayude a comprender la convulsa
historia contemporánea de la Isla. Es ésta la primera entrevista que da en sus
72 años de vida.
¿Qué recuerdos tiene de sus
orígenes familiares?
La familia era grande porque a la
excepción de mi hermana Marta María, que nació después que yo, ya tenía tres
hermanos: Jorge Luis, Roberto y Carlos Manuel. Mi padre había tenido además con
Elisa Godínez Gómez, su primera esposa, otros tres hijos, es decir, a Fulgencio
Rubén (a quien llamaban “Papo”), Mirtha Caridad y Elisa Aleida, quienes también
formaban parte de la familia. A esto habría que sumarle la enorme parentela de
tíos paternos y maternos, con sus esposos y esposas, así como todos los primos.
Mi madre Martha Fernández Miranda había
nacido en Cuba en 1923, pero descendía de gallegos. Era hija de Ramiro
Fernández Ledo y Emelina Miranda Casal, mis abuelos. Mi abuela Emelina venía de
una familia acomodada de Vilameá (Pontenova) y fue llevada a La Habana en 1914
para que estudiara en el colegio habanero de Las Ursulinas. Su futuro esposo
era originario de Chantada, también en Galicia, y trabajaba en Cuba como
mecánico y chofer de los autobuses del colegio en que estudiaba mi futura
abuela. Uno de mis tíos maternos, Roberto Miranda, escribió las memorias de su
familia, que están mejor documentadas de lo que pudiera decir yo. Mi abuelo
Ramiro, como muchos gallegos, era hijo de Manuel, un soldado que había participado
en la guerra de independencia cubana del lado de España, había regresado a
Galicia, tenido varios hijos, y uno de ellos, mi abuelo, se fue para Cuba evitando
de este modo tener que pasar el Servicio Militar.
Mi padre había
tenido ya, como dije, primeras nupcias e hijos cuando conoció a mi madre. Ella
era mucho más joven que él y se conocieron de una forma bastante accidental,
nunca mejor dicho, pues ella estaba montando bicicleta en El Vedado cuando la
arrolló el coche presidencial en que él viajaba. Al parecer, empezó a visitarla
a diario en el Hospital Militar durante el tiempo que duró su convalecencia. Se
casaron en 1945, ya él había terminado su mandato presidencial, y se fueron a
vivir a Daytona Beach, en donde nació mi hermano
mayor Roberto, el primer hijo de ambos, recientemente fallecido en Madrid.
No tengo recuerdo alguno de mis abuelos
paternos. Eran Carmela Zaldívar González, originaria de Fray Benito, una
localidad cerca de Banes, pueblo de Oriente en el que nació mi padre y en el
que ella está enterrada, y Belisario Batista Palermo. Ambos fallecieron cuando
mi padre era muy joven. A la única persona que conocí de mi rama paterna fue a
mi tío Francisco, al que llamaban “Panchín” y a su hijo Manuel. Sé que los orígenes
familiares de mi padre eran muy modestos, los de un mestizo que se había
forjado a base de mucho empeño y esfuerzo en la Cuba de principios del siglo XX.
¿Tienes algún recuerdo de Cuba a
pesar de haberte ido a los 6 años de edad?
Tengo imágenes difusas. Nací en el
Palacio Presidencial y allí vivíamos, pues a la finca Kuquine solo íbamos de
paseo, así como a la casa familiar en Varadero. Recuerdo, por ejemplo, el
Colegio Lasalle, en donde estudié al igual que mis hermanos y, en particular,
al Hermano Pedro. Siempre nos trataban con mucho cariño y nunca sentí acoso ni
hostilidad de ningún tipo.
En familia, a la hora de la siesta, me
ponían aparte porque era muy inquieto y no dejaba que los demás durmieran. De
hecho, a pesar de haber vivido prácticamente toda mi vida en España, nunca he
hecho ni hago siestas.
El recuerdo más claro que tengo es el del
ataque al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957, a pesar de tener apenas
cuatro años de edad. Mi madre estaba embarazada de mi hermana Marta María y
cuando comenzó el ataque me escondió en un armario. Recuerdo que me dijo que no
me asustara, que eran fuegos de artificio, pero yo sabía distinguir muy bien el
ruido de los fuegos de artificio. Entonces le dije que el ruido que oíamos no
era lo que ella me decía.
También tengo también muy vívidos los
recuerdos de un domingo en que asistía con mi madre
a la misa de la Catedral de La Habana. Se acostumbraba a que la familia del
Presidente asistiera a esta misa. Me viene a la mente en particular una que se
celebró después del paso de un ciclón que había provocado estragos. Mi madre,
como siempre, se había implicado mucho en el tema humanitario, algo por lo que
todos la conocían y querían. En aquella ocasión cuando llegamos a la Catedral,
recuerdo perfectamente la fuerte impresión que me causó el hecho de que la
gente aplaudiera y gritara “Marta del pueblo”, como solían llamarla por lo
mucho que se implicaba en ayudar a los necesitados y en fundar misiones
caritativas.
¿A su madre no le interesaba la
política?
A mi madre lo que le interesaba era su
enorme devoción y las causas humanitarias. A donde quiera que iba llevaba sus
imágenes del Cristo de Limpias y de Santa Marta. Así fue hasta el último día de
su vida al fallecer en Palm Beach, en 2006. Había tenido unos embarazos
horribles y, de hecho, perdió a varios hijos antes de mi nacimiento e, incluso,
durante el parto en que dio luz a mi hermano Roberto perdió a su gemelo, al que
iban a llamar Francisco y es la razón por la que a él terminaron llamándolo
Roberto Francisco.
Algunos dicen que ella era como una
especia de Eva Perón para los cubanos. También ayudaba mucho en el seno de la
comunidad de emigrantes gallegos, al punto que en 1957 el Concello de Ribadeo,
en Galicia, la declaró “Hija Adoptiva” por ser mi abuela materna originaria de
este sitio. Influía mucho en mi padre para que donara terrenos para construir
dispensarios, centros sanitarios infantiles, etc. Incluso, durante su exilio en
Florida, se convirtió en donante permanente del Jackson Memorial Hospital y
siguió haciéndolo cuando se mudó definitivamente a Palm Beach en la década de
1980. Su mano derecha en estas cuestiones fue siempre Zoila Fernández-Concheso,
nacida en Banes y cuyos apellidos de soltera eran Mulet Proenza.
Es probable que recuerde también la
salida de Cuba y los primeros días en el exilio…
La noche del 31 de diciembre de 1958 me
sacaron de madrugada de la cama y, de pronto, me vi en un avión junto a mi
abuela Emelina, mi hermana Marta María, mis tías maternos Adela, Lilia y
Cecilia, todos los primitos y primitas menores que yo, las manejadoras y,
pilotando el avión, Jorge Hernández Volta, a quien llamábamos “Yoyi”, el brazo
derecho de mi padre hasta el último día de su vida, al punto de que se
encuentra enterrado junto a mi abuela en el cementerio madrileño de San Isidro.
Salimos de La Habana y aterrizamos en
Pensacola. Recuerdo que mientras aguardábamos en una especie de sala de
cristales para nuestro traslado a Daytona Beach, la gente gritaba afuera
enardecida “Abajo Batista”. Mis hermanos Roberto y Carlos Manuel, quienes
salieron rumbo a Nueva York, tuvieron similares experiencias. Es algo que
Roberto cuenta en sus memorias publicadas antes de fallecer que tituló Hijo
de Batista.
¿Cómo fueron los primeros años de
exilio? ¿Qué recuerdos tiene?
Yo era pequeño y, por supuesto, recuerdo
que fue un periodo muy incierto. Vivíamos en
Daytona Beach, en una casa que mi padre había comprado cuando salió de Cuba en
1945, en el momento en que el Dr. Ramón Grau y San
Martín gana las elecciones. Mi padre salió hacia
Daytona porque prefirió no entorpecer la nueva presidencia y compró entonces la
casa en que vivimos mi hermana Martica, mi abuela, mi madre y yo en esa ciudad
floridana mucho después. En 1957, mis padres ya habían donado a la ciudad y a
los habitantes de Daytona parte de la colección de
obras de arte que allí tenían. Esta colección de arte cubano, una de las más
completas fuera de la Isla, forma parte hoy del Cuban Foundation
Museum e incluye más de 200 objetos entre pinturas, esculturas, mobiliario,
mapas, grabados, etc. Pueden verse cuadros de Romañach, Miguel Melero, José Joaquín
Tejada, Armando Menocal, Víctor Manuel, Amalia Peláez, Mario Carreño, René
Portacarrero, entre otros.
Por su parte, mi padre con otros miembros
de la familia, había salido de Cuba en otro avión rumbo a Santo Domingo,
acogidos en un primer momento por Leónidas Trujillo. Fueron alojados primero en
el Palacio Nacional y, luego, en el hotel Jaragua, pero sucedió que Trujillo le
reclamó enseguida 3 millones de dólares por la venta anterior de unas armas,
con lo cual se generó una situación muy tensa. Incluso estuvo dos días en
prisión hasta que pagó la supuesta deuda. Recuerdo que mi madre y mis hermanos
mayores pasaron las de Caín para que Trujillo les autorizara a verlo.
¿Cómo logran reunirse otra vez?
Sucedió que Antonio de Oliveira Salazar,
presidente de Portugal, cursó una invitación a mi padre, quien necesitaba liberarse
ya de las garras de Trujillo. Allí, en la capital de la isla de Madeira,
logramos reunirnos todos finalmente en septiembre de 1959. En los archivos
de la RTP portuguesa se ve la llegada de mi padre en barco desde Lisboa y a
mi madre con su eterno bustico de Santa Marta contra el pecho. Yo había viajado
desde Miami a Funchal antes y los esperaba allí. Nos alojamos en el Reid’s
Palace y estuvimos seis meses viviendo en la isla.
Luego retomamos nuestra vida de
peregrinaciones ya que nos instalamos en Lisboa, en donde yo asistí al colegio
de Los Maristas, y de allí a Estoril, donde mis padres alquilaron una villa durante
un tiempo hasta que la situación les permitió comprar su propia casa en la rua
de Inglaterra, a pocos metros de la Villa La Giralda, en donde vivía exiliado Don Juan, el monarca de España que nunca pudo
reinar. A nuestra casa se la llamó Villa Baní, en honor al nombre aborigen de
la localidad oriental de Banes, en donde nació mi padre, y ahí está aún en pie,
casi como la dejamos. Esa casa mi madre me apremió para que la vendiera en
1974, tras la Revolución de los Claveles que puso fin a la dictadura de 40 años
de Salazar. Mi madre vivía entonces en Madrid y me llamó a Londres donde me
encontraba para decirme que me ocupara de liquidarla porque ella de
revoluciones estaba hasta el gorro y temía que terminaran instaurando un
régimen comunista. Recuerdo que me fui a Estoril y lo vi todo tan tranquilo que
me parecía absurdo que nos deshiciéramos de la casa, por lo cual me pasé un
tiempo allí disfrutando del ambiente y, al final, terminé complaciéndola.
¿Cuándo se radican en España y por
qué?
Francisco Franco no dejó entrar a mi
padre a España hasta 1963. Hubo dos personas que intercedieron ante el Caudillo
para que finalmente se le permitiera vivir en este país. Fueron Gastón Godoy
quien, como todo el mundo sabe, fue su último vicepresidente, y Leo
Urrestarazu, el suegro de mi hermano Jorge Luis, quien estaba casado con Rosa,
una hija de él. Incluso, Carmen Polo, la esposa de Franco, le envió una vez a
mi madre una notita invitándola a quedarse en Madrid, donde era bienvenida y
donde teníamos un apartamentico en el Paseo de La Habana, pero mi madre declinó
muy amablemente respondiéndole que mientras a su esposo le negaran la
residencia en ese país, ella no podía instalarse allí.
El caso fue que Leo Urrestarazu tenía una
propiedad en Guadalmina, una urbanización a unos 15 km de Marbella, y se ofreció para alquilárnosla. Esto fue posible finalmente en
1963 cuando Franco le levantó el veto de residencia española a mi padre.
Habíamos recorrido el Algarve y parte de Andalucía en familia y mi padre
conocía todos los lugares, Huelva, Cádiz, Málaga, sin haber estado nunca en
ellos. La primera visita de La Alhambra que hice fue sirviéndome él de guía.
Tenía tal don para transmitir pasiones que me enamoré definitivamente de la
historia y, en general, de aquel palacio de los reyes moros al pie de la Sierra
Nevada.
¿Puedes decir que entonces que
vinieron años de estabilidad?
¡Qué va! A mí me mandaron junto a mis
hermanos Roberto y Carlos Manuel a estudiar al Instituto Monnivert, en la
localidad de St. Prex, entre Morges y Lausana. Mi hermano Jorge Luis estudiaba
Ciencias Políticas en Ginebra y cuando se casó con Rosa, quien era como una
hermana para mí, al punto que se compenetraba más conmigo que con él, se mudaron
para Lausana. En esa escuela que hoy ya no existe estuve hasta los 13 años. Era
un colegio internacional y estábamos obligados a hablar en francés y nos
castigaban si nos oían hablando en otra lengua, pero finalmente entre amigos
hablábamos en inglés, italiano, portugués, castellano, mezclándolo todo, porque
veníamos de muy variados horizontes.
Recuerdo que a mis 13 años durante unas
vacaciones con la familia en Estoril mi padre me puso a recitar las
conjugaciones de los verbos en francés. A él le encantaba aprender cada día y
había estudiado el francés a partir de un librito, El pequeño príncipe
de Saint-Exupéry, que yo había ganado en un premio en Monnivert. Este librito
lo conservo aún y está todo marcado en sus márgenes por las anotaciones que
hacía mi padre aprendiendo el francés. El caso fue que cuando se dio cuenta de lo
mal que yo hablaba el castellano decidió enviarme a Madrid. Esto fue en 1967, en
que ingresé en el Colegio Santa María de los Rosales. Entonces nos instalamos
en un apartamento que era de Ramón Serrano Suñer, el Cuñadísimo, como le
llamaban, por estar casado con una hermana de Carmen Polo, la esposa de Franco.
El Colegio había sido fundado en 1952 y fue donde estudió poco después el
entonces príncipe de Asturias Don Felipe.
¿Llegó a cursar estudios
universitarios?
Mi padre falleció en Marbella en 1973, de
un infarto masivo, teniendo yo 19 años de edad. Siempre insistió en que todos
sus hijos fueran universitarios, de modo que yo estudié cuatro años de Derecho,
en la Complutense de Madrid, una carrera que al llegar al Derecho mercantil y
administrativo me di cuenta de que no era lo mío, pero en la que tuve
profesores de lujo como Iñigo Cavero, antiguo ministro de España y mi profesor
de Derecho Constitucional. Luego, cambié por Filosofía y Letras de la cual me
gradué finalmente en 1976 en esa misma Universidad.
¿Siguió teniendo contactos con el
mundo cubano y sus raíces durante todo ese tiempo?
Imposible
desentenderse de Cuba siendo como soy un hijo de Batista. En mi casa, mientras papi vivió, se comía cubano, se oía música
cubana, se hablaba de cualquier noticia que se tuviera que ver con la Isla. En
Madrid recuerdo que la primera vez que comí comida cubana fuera de casa fue en
un restaurante llamado Los Tres Cerditos, de Chona García Piedra. Y cada vez
que visito esta ciudad no dejo de ir, al menos una vez, al restaurante Zara, en
la calle Barbieri de Chueca. En casa recibíamos desde Miami los discos de
músicos que vivían y grababan en el exilio. Recuerdo aquel fabuloso del Dúo Cabrisas-Farach
que ponían mañana, tarde y noche.
Recuerdo perfectamente las veces que le
oí decir a mi padre que de lo único que se arrepentía en la vida era de aquel
fatídico 10 de marzo en que decidió dar el golpe de Estado, es decir, en sus
propias palabras por haber “roto la democracia”. Creyó
o le hicieron creer en su momento que era un golpe necesario. Dejó muchos
libros escritos, como Respuestas y Piedras y leyes, que pueden
esclarecer mejor que yo, que entonces era un niño, sus posiciones y razones.
En 1980, cuando el éxodo del Mariel, mi
tío Roberto me pidió que lo ayudara a él y a la familia a acoger cubanos que
llegaban por ese puente migratorio. Sin pensarlo dos veces me instalé en un
apartamentico que tenía en Key West y allí permaneció varios meses acogiendo a cubanos,
traduciéndoles del inglés al español y viceversa y ayudando en lo que podía. Me
sorprendió que muchos hablaban mejor el ruso que el inglés, lengua que desconocían por completo.
El arraigo cubano me sale inmediatamente
cuando oigo música o cuando como frijoles negros, arroz blanco, ropa vieja,
yuca con mojo y plátanos maduros fritos.
¿He oído decir que fue un bailador
empedernido y que el baile ha sido el centro de su vida?
No tengo ningún problema en reconocerlo.
A los 12 años mis hermanos Roberto y Carlos Manuel me llevaron de paseo a
Londres. Por la noche fuimos a un club en Soho y cuando oí por primera vez a
Marvin Gaye empecé a bailar sin parar. Mis hermanos se fueron y yo me quedé
dando vueltas en la pista. Aquello fue como una revelación. Por eso, cuando en
1976 conocí el club Sept de París, justamente bailando, a una señora que me
propuso viajar con su hija y con ella a Ibiza, descubrí que aquella isla de las
Baleares, que apenas comenzaba a convertirse en el centro de la vida nocturna
de toda España con la transición democrática, era el sitio en donde deseaba
radicarme para siempre.
Al principio le alquilé por unas 250
pesetas al mes un estudio a unas monjas adorables que se preocupaban cuando los
inquilinos llegábamos como se solía entonces llegar de una noche de juerga.
Luego, me instalé en Santa Eulalia y, finalmente, en San Lorenzo, donde todavía
vivo.
Más de cuarenta años después aquí estoy
todavía. Y hasta los 65 años en que tuve un accidente creo que no paré de
bailar. Vivo en el campo, con mi pareja de 30 año, el pintor Luis Cabezudo, y me
parece que nunca más podré instalarme en una gran ciudad.
París – Ibiza, mayo de 2023
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