Entrevista al compositor, director y guitarrista Flores Chaviano
Entrevisto para Cubanet al maestro Flores Chaviano, personalidad indispensable del exilio cubano en Madrid, quien ha sabido ganar el reconocimiento de los amantes de la buena música con sus muy interesantes revelaciones.
Enlace: Mi salida de Cuba como la de casi todos los cubanos fue una odisea / William Navarrete / Cubanet
Mi salida de Cuba como la de casi todos los cubanos fue una odisea
El escritor William Navarrete entrevista
al guitarrista y compositor cubano Flores Chaviano
Conocí a Flores Chaviano, hace casi 20
años, durante un evento organizado en el hotel Sanvy (actual NH), de la plaza
de Colón en Madrid el 30 de enero de 2004. Ambos participábamos en un panel
organizado por la Asociación Española Cuba en Transición sobre el tema de la
música cubana y junto al musicólogo Tony Évora, el tresero Guillermo Pompa
Montero y el periodista Michel Suárez.
Desde entonces, aunque he seguido
abordando en mis libros y artículos el tema de la música cubana y, a pesar de
ir con mucha frecuencia a Madrid, no había tenido oportunidad de coincidir con
el guitarrista, compositor y director musical Flores Chaviano, quien se ha
mantenido muy activo, ya sea como profesor o como músico durante las dos
últimas décadas.
- Como a todos mis entrevistados me
gustaría saber cuáles son sus orígenes.
Mis padres eran originarios de la zona de
Ranchuelo, un pueblo de la provincia de Las Villas. Por allí se conocieron y se
casaron, e incluso mis tres hermanos mayores nacieron allí. Como mi padre,
Florencio Chaviano Zamora, era policía recibió una mutación para el pueblo
costero de Caibarién, en la misma provincia. Es por eso que yo nací en ese
pueblo en 1946 en un hogar en el que fuimos en total siete hermanos. Mi madre,
Iluminada Jiménez González era ama de casa. Mis abuelos maternos tenían finca
en una zona llamada El Pirey.
- ¿Qué recuerdos tiene de su
infancia en Caibarién?
Caibarién era un pueblo pesquero muy importante.
La prosperidad se respiraba en sus calles. Todo el desarrollo que se alcanzó el
castrismo se encargó de destruirlo. Para dar una idea de lo que era, recuerdo
que salían diariamente camiones refrigerados con pescado fresco que se vendía a
primeras horas de la mañana en el Mercado Único habanero de Cuatro Caminos. Incluso
cuatro ómnibus salían cada día en dirección de la capital y cada media hora,
uno con aire acondicionado, viajaba a Santa Clara.
Caibarién tenía muchos bares y sitios
para divertirse. Nosotros vivimos primero en la zona de los pescadores y,
luego, nos mudamos para el centro del pueblo. Allí cursé mis estudios hasta el
nivel de secundaria.
- ¿En dónde estudió exactamente?
La primaria la hice en una escuela pública,
y puedo decir que era excelente. En 1959, en el momento del triunfo del
castrismo, me encontraba cursando la secundaria en el antiguo colegio de Los
Maristas que, inmediatamente, el gobierno nacionalizó. Los tiempos eran muy
convulsos y tuve que abandonar mis estudios y ponerme a trabajar. Sucedió que
como mi padre había sido policía y que mi hermano mayor era soldado del
Ejército de Batista nos tenían a todos en la mirilla. A mi padre lo sacaron
dele trabajo y a mi hermano también. Les hicieron la vida imposible y cada vez
que había cualquier situación venían a buscarlos para meterlos presos.
Recuerdo, por ejemplo, que cuando lo de
bahía de Cochinos se los llevaron sin que, durante un mes, supiéramos dónde se
encontraban ni si estaban vivos o muertos. Todo esto hizo que para ayudar en
casa tuve que dejar la secundaria y ponerme a trabajar. Primero en el Café
Central, una cafetería de Caibarién que, todavía a principios del comunismo,
mantenía un vasco llamado Rufino Elorrieta. También trabajé en un estudio
fotográfico e hice un poco de todo para ayudar a mantener la casa. Fueron años
muy duros.
- ¿Por qué no se fueron del país en
ese momento?
Al principio hubiéramos podido salir
directamente desde Caibarién sin dificultades porque en ese entonces familias
enteras se iban para la Florida y hacían incluso fiestas públicas de despedida.
Pero mi padre se sentía cansado y sin fuerzas para emprender una vida en otra
tierra, sin contar que siempre quedaba la esperanza de que el régimen durara
poco. De modo que nos fuimos quedando y
llegó el momento en que de aquel país ya no se podía salir.
- ¿Cómo empieza su vocación musical
y por qué?
La tradición trovadoresca de Caibarién
era impresionante. Uno de los mayores compositores y cantantes de la trova
tradicional cubana, Manuel Corona, era de nuestro pueblo. También el cantautor
Pablo León era originario de allí. Caibarién tenia su propia emisora radial
musical, Radio Caibarién, fundada en 1923 por un asturiano llamado Manuel
Álvarez Álvarez, a quien llamaban “Manolín”. Asimismo, las comparsas del pueblo
eran muy famosas, entre ellas la de Los Moros Azules que salía durante los
carnavales. Luego, el propio Pablo León creó el primer tema musical con el que
salía la comparsa Los Piratas, una agrupación de hasta 100 miembros. También
había un virtuoso de la mandolina llamado Manuel Broche Pendás, quien junto a
Jesús Díaz González (alias “Chuchanga”) y Wilfredo Fernández Costa había
formado parte del Trío Villa Blanca, que era el nombre por el que se le conocía
a Caibarién. Recuerdo que antes de irme de Cuba averigüé por él y me dijeron
que estaba en un asilo de ancianos pues nunca se casó ni tuvo hijos. Lo fui a
ver y me encontré con que no veía y le habían dando los espejuelos de un
anciano que acababa de fallecer. Intenté comunicarme con la dirección del asilo
para hacerle llegar unos lentes adaptados a su problema y me dijeron que no era
necesario, que él no necesitaba nada. La crueldad bajo ese régimen han sido de
una bajeza tan grande que muchos cubanos tendrán de qué arrepentirse por mucho
tiempo.
Durante el poco tiempo que permanecí en
la secundaria había un circulo de interés en que uno podía apuntarse en
determinado ámbito según su motivación. Yo escogí la música y tuve como
profesor al excelente guitarrista Pedro Julio del Valle. Dirigía el coro de la
parroquia de Caibarién en donde yo empecé a cantar y hacia 1962, viendo mi
interés musical, me propuso que empezara a tomar clases en el Conservatorio de
Santa Clara. En ese momento todavía era posible utilizar el transporte público
heredado del capitalismo, de modo que me desplazaba con mucha facilidad hacia
la capital provincial para tomar mis clases.
- ¿En qué momento empieza a
realizar estudios profesionales en el ámbito de la música?
Eso sucedió en 1965 en que me presenté en
la Escuela Nacional de Arte (ENA) fundada en los antiguos feudos del Country
Club de La Habana para hacer los exámenes de ingreso. Durante una semana me
sometieron a diferentes pruebas que arrojaron como resultado mi aceptación en
los cursos de esta escuela de enseñanza media. Estudié dos carreras paralelas:
guitarra y dirección coral. Mi profesor principal de guitarra fue Isaac Nicola,
uno de los fundadores de la Escuela Cubana de Guitarra, hijo de la también
guitarrista Clara Romero de Nicola. Su hermana “Cuqui” Nicola también era
guitarrista.
De la ENA me gradué en 1970 y como en
Cuba ya no podías escoger tu propio destino, sino que tenías que ir a donde te
enviaran a mí me tocó irme dos años a Santiago de Cuba, en donde me convertí en
profesor del Conservatorio Esteban Salas de la capital oriental.
- ¿Qué experiencia sacó de esta
etapa?
Era un periodo tan duro que podías
pasarte cuatro horas haciendo una cola para comprar una pizza. Ni siquiera
había transporte para desplazarte a otras provincias. Desde el punto de vista
profesional Santiago abrió mis horizontes. Sabido es la importancia de esta
ciudad para la música cubana. Cuna de la trova y del son, en Santiago había
tradiciones musicales que, incluso en el género clásico, con el gran Esteban
Salas, estaban profundamente enraizadas.
En Santiago, dirigí el Coro Madrigalista
con el que viajé bastante por los diferentes pueblos de la antigua provincia de
Oriente. Todo el pasado de Miguel Matamoros, Sindo Garay, Alberto Villalón,
entre otros, estaba muy presente. También llegué a tocar en la Orquesta
Sinfónica Nacional de Santiago de Cuba antes de mi regreso a La Habana en 1972.
- ¿Qué sucedió después?
Pues sucedió que me ubicaron en el
Conservatorio Amadeo Roldán, pero como yo quería seguir superándome entonces me
inscribí en el recién estrenado Instituto Superior de Arte (ISA) en cuanto lo
inauguraron en 1976. Incluso participé en la gala inaugural tocando la guitarra
junto a un flautista.
Estuve trabajando unos ocho años en el
Conservatorio y estudiando composición en el ISA con el profesor catalán Jorge
Ardévol y con Sergio Fernández Barroso, quien vive todavía en Vancouver
(Canadá). Fue hacia 1979, tras los sucesos de la embajada del Perú que muchos
profesores del ISA se fueron del país, entonces el maestro Nicola me llamó porque
necesitaban sustituirlos. Estudiaba y trabajaba, pero ya me había casado y
tenía una hija y no deseaba seguir viviendo en el país, de modo que preferí no
graduarme.
En realidad, para mi graduación era
necesario presentar una composición final que era la que me daba el título de
graduado. Al mismo tiempo si aceptaba esta situación me quedaba bloqueado en la
isla, pues el gobierno exigía que se pagara la carrera con dos años de servicio
social en el lugar a donde ellos quisieran enviarme. Para mí estaba claro lo
que quería, de modo que opté por abandonar la carrera en el último año.
- ¿En qué momento logras salir del
país?
Mi salida de Cuba como la de casi todos
los cubanos fue una odisea. Mi esposa, Ana Miranda, era hija de una española
que vivía con nosotros. Como la madre, la abuela y ella tenían la nacionalidad
española para ellas no era complicado emigrar. El problema lo tenía yo. Un buen
día de 1981, después de los acontecimientos del Mariel, presentamos los papeles
para irnos todos. Nosotros vivíamos en la calle 9na, en la Playa de Marianao,
muy cerca del Coney Island y de la rotonda de Quinta Avenida, de modo que habíamos
visto con horror la manera en que apalearon a quienes se habían refugiado en la
embajada del Perú cuando les autorizaron volver a sus casas para esperar la
salida.
En medio de ese ambiente de terror
pedimos la salida y, por supuesto, a mí me la negaron. La primera represalia
contra mí fue que me expulsaron de mi trabajo y, como castigo, me quitaron la
guitarra. Pero tuve, como sucede a veces en esos casos, un ángel de la guarda
que fue el hijo del embajador de México en Cuba a quien le daba clases particulares
para ganarme la vida.
Resultó que un buen día el hijo del
embajador, que se llama Álvaro Eniac Martínez y se
convirtió después en un gran fotógrafo, se presentó
en mi casa para tomar sus clases. Entonces le dije que lo lamentaba pero que no
podía seguir ensenándole porque el gobierno me había confiscado la guitarra.
Evidentemente, no entendía nada, pero no pasó ni medio día para que el padre,
enterado por él de aquella situación anacrónica, me llamara por teléfono para
invitarnos a almorzar en su residencia al siguiente domingo.
Ese señor, Gonzalo Martínez Corbalán, entendió
perfectamente la situación pues estaba al corriente de la realidad cubana.
Entonces me propuso seguir dándole las clases a su hijo en su propia residencia
y, por supuesto, la guitarra la puso él. También me prometió intervenir para
que me autorizaran la salida hacia España. En realidad, él era amigo de Armando
Hart, ministro del Cultura, de modo que, al parecer, utilizó sus influencias
para obtener mi libertad. A los seis meses, cuando pensaba que nada iba a
resolverse, recibimos una convocación de Emigración. A partir de ese momento
las cosas se aceleraron y pudimos salir de Cuba en menos de un mes. Éramos
cinco: mi esposa, su madre, su abuela, nuestra hija y yo. Por supuesto, nos
hicieron un inventario en que contaron hasta los cubiertos y antes de salir
vinieron, lista en mano, a comprobar que todo estaba en la casa. De más esta
decir que salimos de Cuba con lo que teníamos puesto. Llegamos a Madrid un 10
de junio de 1981.
¿Ha vuelto a saber de él?
Falleció en Ciudad de México en 2017 y el
hijo en el 2019. Al parecer el embajador era alguien muy querido pues durante
el golpe de Pinochet en Chile, país en donde también había ocupado ese cargo, ayudó
a sacar del país a cientos de chilenos, entre ellos a la viuda e hijas de
Salvador Allende. Luego del puesto en Cuba, fue senador de uno de los Estados
mexicanos y lo era cuando estuve invitado a su país para dar un concierto con
la Sinfónica Nacional de México. En ese momento lo invité, no pudo venir por
cuestiones de trabajo, pero se las arregló para invitarme a almorzar otro día.
Le estaré eternamente agradecido por haberme ayudado a salir de Cuba con toda
mi familia y por haberme dado trabajo cuando el gobierno de mi país me expulsó de
todas partes.
- ¿Cómo fue su llegada a España y
qué hizo durante los primeros tiempos?
Nosotros llegamos en verano que como se
sabe es tiempo muerto. El país se paraliza durante los sofocantes meses
estivales. Por suerte, un hermano de Ana que se había ido para Miami, nos tenía
alquilado un modesto apartamento en el que, al principio, vivimos los cinco.
Al poco tiempo de estar en Madrid conocí
a Evelio Domínguez, fabricante de guitarras, poeta y compositor muy querido de
todo el gremio español. Me prestó una guitarra y con ella empecé a tocar por
aquí y por allá, e incluso grabé algunas canciones para Radio Nacional de
España para ganar algún dinero. También, ya empezado septiembre, empecé a
impartir clases en la Academia Residencial Embajada, que dirigía cerca de
Barajas el andaluz Enrique del Rosal.
Más tarde hice los exámenes de
suficiencia para el Real Conservatorio de Música de Madrid y me aceptaron
inmediatamente. Allí estudié dos años para obtener las equivalencias y fui
alumno de Demetrio Ballesteros. En 1987, me gradué del Conservatorio, me
presenté a las oposiciones, quedé en primer lugar y obtuve inmediatamente un
puesto de profesor.
- Ha tenido una vasta y rica
experiencia profesional desde entonces. ¿Cómo podría resumirla?
Al entrar en el sistema de funcionariado
me enviaron a donde había una plaza libre. En mi caso fue al Conservatorio de
Segovia, ciudad en la que viví unos diez años y en donde dirigí esta
prestigiosa institución durante seis. Allí fundé el Ensemble de Segovia,
agrupación camerística de música del siglo XX. Esto fue entre 1992 y 2002.
Luego, al liberarse una plaza en Madrid, seguí como profesor en el de la
capital, en donde me jubilé en 2016.
Durante todos esos años di muchos
conciertos en el mundo entero. He tocado en el Lincoln Center de Nueva York, en
el Kennedy Center de Washington, en el Teatro Real de Madrid, en la Academia
Gdansk de Polonia, con la Filarmónica de Montevideo, el Mutare Ensemble de
Fráncfort, el Cuarteto Latinoamericano de México, el Quinteto de la Komische
Opera de Berlín, en la Florida International University o el Coro de la
Fundación Príncipe de Asturias. He dado clases en el Conservatorio de Pekín, en
la Universidad de Puerto Rico, en la Universidad de Salamanca o en los Cursos
“Manuel de Falla” del Conservatorio de Granada, por solo citar unos pocos.
También he grabado tres discos y compuesto unos treinta títulos (por ejemplo, La
Cubanita, el danzón Gran
Vía o Sonata,
evocación y boceto).
- ¿Has vuelto a Cuba?
Mi padre falleció en Cuba en 1987. Le
había dado una trombosis y, además, estaba ciego. Pedí autorización al consulado
de Cuba en Madrid para ir a verlo y me dijeron que iban a investigar la
situación de mi padre. Imagínate, al cabo de una larga espera en la que se
tomaron el trabajo y cometieron la bajeza de ir a la casa de mi padre a
averiguar si realmente estaba enfermo, me dijeron en el consulado cubano de
Madrid que su caso no era grave y que no tenía justificación para ir. De modo
que mi padre falleció a los pocos meses sin que yo pudiera despedirme de él.
Con mi madre, una vez viuda, sucedió que
pude invitarla a Madrid al poco tiempo de fallecido mi padre. En 1996 ella enfermó
y presentí que no le quedaba mucho, de modo que me puse de acuerdo con mi
hermano, que vivía en Miami, y coordinamos un viaje a Cuba en diciembre de ese
año. Esta vez, por primera vez, me dejaron regresar. Me encontré con un país
literalmente desolado. Mis amigos contemporáneos en edad conmigo parecían tener
veinte años más que yo. Allí no quedaba nada, solo la desvergüenza con la que
habían estado gobernando la Isla durante aquellas casi cuatro décadas. Por
suerte, pude ir porque mi madre falleció meses después, en marzo de 1997.
- ¿Qué hace hoy en día Flores
Chaviano y qué planes tiene?
Fundé el Cuarteto
de Trova Lírica Cubana con un repertorio de la cancionística de la isla
desde el siglo XIX. Lo hice junto a mi hija, Nadia Chaviano, quien toca la
viola; mi esposa Ana que es la cantante y Akemi Alfonso, una soprano cubana.
Nos hemos presentado en muchos sitios, en Florencia, Miami, Nueva York y
decenas de lugares de la península. En la familia todos somos músicos e,
incluso, mis dos nietos estudian, el primero el último año de violín y el más
pequeño la guitarra.
También tengo otro cuarteto llamado Fin
de Siglo, que es solo instrumental (viola, violín, violoncello y guitarra) con
el que nos presentamos en muchos escenarios de España y del mundo. Justamente
en octubre de 2023 daremos sendos conciertos durante el Festival de la
Hispanidad: el primero, el 12 de octubre, en el Teatro de la Abadía y el
segundo el 14 de octubre en la Casa de Lope de Vega, en el barrio de las
Letras, ambos en Madrid.
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