Entrevista al compositor, director y guitarrista Flores Chaviano

Entrevisto para Cubanet al maestro Flores Chaviano, personalidad indispensable del exilio cubano en Madrid, quien ha sabido ganar el reconocimiento de los amantes de la buena música con sus muy interesantes revelaciones.

Enlace: Mi salida de Cuba como la de casi todos los cubanos fue una odisea / William Navarrete / Cubanet

Flores Chaviano junto a Armando Rodríguez Ruidíaz y Efraín Amador en Santiago de Cuba en 1973


Mi salida de Cuba como la de casi todos los cubanos fue una odisea

El escritor William Navarrete entrevista al guitarrista y compositor cubano Flores Chaviano

 

Conocí a Flores Chaviano, hace casi 20 años, durante un evento organizado en el hotel Sanvy (actual NH), de la plaza de Colón en Madrid el 30 de enero de 2004. Ambos participábamos en un panel organizado por la Asociación Española Cuba en Transición sobre el tema de la música cubana y junto al musicólogo Tony Évora, el tresero Guillermo Pompa Montero y el periodista Michel Suárez.

Desde entonces, aunque he seguido abordando en mis libros y artículos el tema de la música cubana y, a pesar de ir con mucha frecuencia a Madrid, no había tenido oportunidad de coincidir con el guitarrista, compositor y director musical Flores Chaviano, quien se ha mantenido muy activo, ya sea como profesor o como músico durante las dos últimas décadas.

- Como a todos mis entrevistados me gustaría saber cuáles son sus orígenes.

Mis padres eran originarios de la zona de Ranchuelo, un pueblo de la provincia de Las Villas. Por allí se conocieron y se casaron, e incluso mis tres hermanos mayores nacieron allí. Como mi padre, Florencio Chaviano Zamora, era policía recibió una mutación para el pueblo costero de Caibarién, en la misma provincia. Es por eso que yo nací en ese pueblo en 1946 en un hogar en el que fuimos en total siete hermanos. Mi madre, Iluminada Jiménez González era ama de casa. Mis abuelos maternos tenían finca en una zona llamada El Pirey.

- ¿Qué recuerdos tiene de su infancia en Caibarién?

Caibarién era un pueblo pesquero muy importante. La prosperidad se respiraba en sus calles. Todo el desarrollo que se alcanzó el castrismo se encargó de destruirlo. Para dar una idea de lo que era, recuerdo que salían diariamente camiones refrigerados con pescado fresco que se vendía a primeras horas de la mañana en el Mercado Único habanero de Cuatro Caminos. Incluso cuatro ómnibus salían cada día en dirección de la capital y cada media hora, uno con aire acondicionado, viajaba a Santa Clara.

Caibarién tenía muchos bares y sitios para divertirse. Nosotros vivimos primero en la zona de los pescadores y, luego, nos mudamos para el centro del pueblo. Allí cursé mis estudios hasta el nivel de secundaria.

La parroquia de Caibarién en cuyo coro Flores Chaviano cantó en 1962

- ¿En dónde estudió exactamente?

La primaria la hice en una escuela pública, y puedo decir que era excelente. En 1959, en el momento del triunfo del castrismo, me encontraba cursando la secundaria en el antiguo colegio de Los Maristas que, inmediatamente, el gobierno nacionalizó. Los tiempos eran muy convulsos y tuve que abandonar mis estudios y ponerme a trabajar. Sucedió que como mi padre había sido policía y que mi hermano mayor era soldado del Ejército de Batista nos tenían a todos en la mirilla. A mi padre lo sacaron dele trabajo y a mi hermano también. Les hicieron la vida imposible y cada vez que había cualquier situación venían a buscarlos para meterlos presos.

Recuerdo, por ejemplo, que cuando lo de bahía de Cochinos se los llevaron sin que, durante un mes, supiéramos dónde se encontraban ni si estaban vivos o muertos. Todo esto hizo que para ayudar en casa tuve que dejar la secundaria y ponerme a trabajar. Primero en el Café Central, una cafetería de Caibarién que, todavía a principios del comunismo, mantenía un vasco llamado Rufino Elorrieta. También trabajé en un estudio fotográfico e hice un poco de todo para ayudar a mantener la casa. Fueron años muy duros.

- ¿Por qué no se fueron del país en ese momento?

Al principio hubiéramos podido salir directamente desde Caibarién sin dificultades porque en ese entonces familias enteras se iban para la Florida y hacían incluso fiestas públicas de despedida. Pero mi padre se sentía cansado y sin fuerzas para emprender una vida en otra tierra, sin contar que siempre quedaba la esperanza de que el régimen durara poco.  De modo que nos fuimos quedando y llegó el momento en que de aquel país ya no se podía salir.

- ¿Cómo empieza su vocación musical y por qué?

La tradición trovadoresca de Caibarién era impresionante. Uno de los mayores compositores y cantantes de la trova tradicional cubana, Manuel Corona, era de nuestro pueblo. También el cantautor Pablo León era originario de allí. Caibarién tenia su propia emisora radial musical, Radio Caibarién, fundada en 1923 por un asturiano llamado Manuel Álvarez Álvarez, a quien llamaban “Manolín”. Asimismo, las comparsas del pueblo eran muy famosas, entre ellas la de Los Moros Azules que salía durante los carnavales. Luego, el propio Pablo León creó el primer tema musical con el que salía la comparsa Los Piratas, una agrupación de hasta 100 miembros. También había un virtuoso de la mandolina llamado Manuel Broche Pendás, quien junto a Jesús Díaz González (alias “Chuchanga”) y Wilfredo Fernández Costa había formado parte del Trío Villa Blanca, que era el nombre por el que se le conocía a Caibarién. Recuerdo que antes de irme de Cuba averigüé por él y me dijeron que estaba en un asilo de ancianos pues nunca se casó ni tuvo hijos. Lo fui a ver y me encontré con que no veía y le habían dando los espejuelos de un anciano que acababa de fallecer. Intenté comunicarme con la dirección del asilo para hacerle llegar unos lentes adaptados a su problema y me dijeron que no era necesario, que él no necesitaba nada. La crueldad bajo ese régimen han sido de una bajeza tan grande que muchos cubanos tendrán de qué arrepentirse por mucho tiempo.

Durante el poco tiempo que permanecí en la secundaria había un circulo de interés en que uno podía apuntarse en determinado ámbito según su motivación. Yo escogí la música y tuve como profesor al excelente guitarrista Pedro Julio del Valle. Dirigía el coro de la parroquia de Caibarién en donde yo empecé a cantar y hacia 1962, viendo mi interés musical, me propuso que empezara a tomar clases en el Conservatorio de Santa Clara. En ese momento todavía era posible utilizar el transporte público heredado del capitalismo, de modo que me desplazaba con mucha facilidad hacia la capital provincial para tomar mis clases.

- ¿En qué momento empieza a realizar estudios profesionales en el ámbito de la música?

Eso sucedió en 1965 en que me presenté en la Escuela Nacional de Arte (ENA) fundada en los antiguos feudos del Country Club de La Habana para hacer los exámenes de ingreso. Durante una semana me sometieron a diferentes pruebas que arrojaron como resultado mi aceptación en los cursos de esta escuela de enseñanza media. Estudié dos carreras paralelas: guitarra y dirección coral. Mi profesor principal de guitarra fue Isaac Nicola, uno de los fundadores de la Escuela Cubana de Guitarra, hijo de la también guitarrista Clara Romero de Nicola. Su hermana “Cuqui” Nicola también era guitarrista.

De la ENA me gradué en 1970 y como en Cuba ya no podías escoger tu propio destino, sino que tenías que ir a donde te enviaran a mí me tocó irme dos años a Santiago de Cuba, en donde me convertí en profesor del Conservatorio Esteban Salas de la capital oriental.

- ¿Qué experiencia sacó de esta etapa?

Era un periodo tan duro que podías pasarte cuatro horas haciendo una cola para comprar una pizza. Ni siquiera había transporte para desplazarte a otras provincias. Desde el punto de vista profesional Santiago abrió mis horizontes. Sabido es la importancia de esta ciudad para la música cubana. Cuna de la trova y del son, en Santiago había tradiciones musicales que, incluso en el género clásico, con el gran Esteban Salas, estaban profundamente enraizadas.

En Santiago, dirigí el Coro Madrigalista con el que viajé bastante por los diferentes pueblos de la antigua provincia de Oriente. Todo el pasado de Miguel Matamoros, Sindo Garay, Alberto Villalón, entre otros, estaba muy presente. También llegué a tocar en la Orquesta Sinfónica Nacional de Santiago de Cuba antes de mi regreso a La Habana en 1972.

- ¿Qué sucedió después?

Pues sucedió que me ubicaron en el Conservatorio Amadeo Roldán, pero como yo quería seguir superándome entonces me inscribí en el recién estrenado Instituto Superior de Arte (ISA) en cuanto lo inauguraron en 1976. Incluso participé en la gala inaugural tocando la guitarra junto a un flautista.

Estuve trabajando unos ocho años en el Conservatorio y estudiando composición en el ISA con el profesor catalán Jorge Ardévol y con Sergio Fernández Barroso, quien vive todavía en Vancouver (Canadá). Fue hacia 1979, tras los sucesos de la embajada del Perú que muchos profesores del ISA se fueron del país, entonces el maestro Nicola me llamó porque necesitaban sustituirlos. Estudiaba y trabajaba, pero ya me había casado y tenía una hija y no deseaba seguir viviendo en el país, de modo que preferí no graduarme.

En realidad, para mi graduación era necesario presentar una composición final que era la que me daba el título de graduado. Al mismo tiempo si aceptaba esta situación me quedaba bloqueado en la isla, pues el gobierno exigía que se pagara la carrera con dos años de servicio social en el lugar a donde ellos quisieran enviarme. Para mí estaba claro lo que quería, de modo que opté por abandonar la carrera en el último año.

Flores Chaviano junto a Miguel Bonachea, Rolando Moreno, Efraín Amador y Guajiro Miranda

- ¿En qué momento logras salir del país?

Mi salida de Cuba como la de casi todos los cubanos fue una odisea. Mi esposa, Ana Miranda, era hija de una española que vivía con nosotros. Como la madre, la abuela y ella tenían la nacionalidad española para ellas no era complicado emigrar. El problema lo tenía yo. Un buen día de 1981, después de los acontecimientos del Mariel, presentamos los papeles para irnos todos. Nosotros vivíamos en la calle 9na, en la Playa de Marianao, muy cerca del Coney Island y de la rotonda de Quinta Avenida, de modo que habíamos visto con horror la manera en que apalearon a quienes se habían refugiado en la embajada del Perú cuando les autorizaron volver a sus casas para esperar la salida.

En medio de ese ambiente de terror pedimos la salida y, por supuesto, a mí me la negaron. La primera represalia contra mí fue que me expulsaron de mi trabajo y, como castigo, me quitaron la guitarra. Pero tuve, como sucede a veces en esos casos, un ángel de la guarda que fue el hijo del embajador de México en Cuba a quien le daba clases particulares para ganarme la vida.

Resultó que un buen día el hijo del embajador, que se llama Álvaro Eniac Martínez y se convirtió después en un gran fotógrafo, se presentó en mi casa para tomar sus clases. Entonces le dije que lo lamentaba pero que no podía seguir ensenándole porque el gobierno me había confiscado la guitarra. Evidentemente, no entendía nada, pero no pasó ni medio día para que el padre, enterado por él de aquella situación anacrónica, me llamara por teléfono para invitarnos a almorzar en su residencia al siguiente domingo.

Ese señor, Gonzalo Martínez Corbalán, entendió perfectamente la situación pues estaba al corriente de la realidad cubana. Entonces me propuso seguir dándole las clases a su hijo en su propia residencia y, por supuesto, la guitarra la puso él. También me prometió intervenir para que me autorizaran la salida hacia España. En realidad, él era amigo de Armando Hart, ministro del Cultura, de modo que, al parecer, utilizó sus influencias para obtener mi libertad. A los seis meses, cuando pensaba que nada iba a resolverse, recibimos una convocación de Emigración. A partir de ese momento las cosas se aceleraron y pudimos salir de Cuba en menos de un mes. Éramos cinco: mi esposa, su madre, su abuela, nuestra hija y yo. Por supuesto, nos hicieron un inventario en que contaron hasta los cubiertos y antes de salir vinieron, lista en mano, a comprobar que todo estaba en la casa. De más esta decir que salimos de Cuba con lo que teníamos puesto. Llegamos a Madrid un 10 de junio de 1981.

¿Ha vuelto a saber de él?

Falleció en Ciudad de México en 2017 y el hijo en el 2019. Al parecer el embajador era alguien muy querido pues durante el golpe de Pinochet en Chile, país en donde también había ocupado ese cargo, ayudó a sacar del país a cientos de chilenos, entre ellos a la viuda e hijas de Salvador Allende. Luego del puesto en Cuba, fue senador de uno de los Estados mexicanos y lo era cuando estuve invitado a su país para dar un concierto con la Sinfónica Nacional de México. En ese momento lo invité, no pudo venir por cuestiones de trabajo, pero se las arregló para invitarme a almorzar otro día. Le estaré eternamente agradecido por haberme ayudado a salir de Cuba con toda mi familia y por haberme dado trabajo cuando el gobierno de mi país me expulsó de todas partes.

- ¿Cómo fue su llegada a España y qué hizo durante los primeros tiempos?

Nosotros llegamos en verano que como se sabe es tiempo muerto. El país se paraliza durante los sofocantes meses estivales. Por suerte, un hermano de Ana que se había ido para Miami, nos tenía alquilado un modesto apartamento en el que, al principio, vivimos los cinco.

Al poco tiempo de estar en Madrid conocí a Evelio Domínguez, fabricante de guitarras, poeta y compositor muy querido de todo el gremio español. Me prestó una guitarra y con ella empecé a tocar por aquí y por allá, e incluso grabé algunas canciones para Radio Nacional de España para ganar algún dinero. También, ya empezado septiembre, empecé a impartir clases en la Academia Residencial Embajada, que dirigía cerca de Barajas el andaluz Enrique del Rosal.

Más tarde hice los exámenes de suficiencia para el Real Conservatorio de Música de Madrid y me aceptaron inmediatamente. Allí estudié dos años para obtener las equivalencias y fui alumno de Demetrio Ballesteros. En 1987, me gradué del Conservatorio, me presenté a las oposiciones, quedé en primer lugar y obtuve inmediatamente un puesto de profesor.

- Ha tenido una vasta y rica experiencia profesional desde entonces. ¿Cómo podría resumirla?

Al entrar en el sistema de funcionariado me enviaron a donde había una plaza libre. En mi caso fue al Conservatorio de Segovia, ciudad en la que viví unos diez años y en donde dirigí esta prestigiosa institución durante seis. Allí fundé el Ensemble de Segovia, agrupación camerística de música del siglo XX. Esto fue entre 1992 y 2002. Luego, al liberarse una plaza en Madrid, seguí como profesor en el de la capital, en donde me jubilé en 2016.

Durante todos esos años di muchos conciertos en el mundo entero. He tocado en el Lincoln Center de Nueva York, en el Kennedy Center de Washington, en el Teatro Real de Madrid, en la Academia Gdansk de Polonia, con la Filarmónica de Montevideo, el Mutare Ensemble de Fráncfort, el Cuarteto Latinoamericano de México, el Quinteto de la Komische Opera de Berlín, en la Florida International University o el Coro de la Fundación Príncipe de Asturias. He dado clases en el Conservatorio de Pekín, en la Universidad de Puerto Rico, en la Universidad de Salamanca o en los Cursos “Manuel de Falla” del Conservatorio de Granada, por solo citar unos pocos. También he grabado tres discos y compuesto unos treinta títulos (por ejemplo, La Cubanita, el danzón Gran Vía o Sonata, evocación y boceto).

Flores Miranda en la casa de Manuel de Falla, Granada, 1987

- ¿Has vuelto a Cuba?

Mi padre falleció en Cuba en 1987. Le había dado una trombosis y, además, estaba ciego. Pedí autorización al consulado de Cuba en Madrid para ir a verlo y me dijeron que iban a investigar la situación de mi padre. Imagínate, al cabo de una larga espera en la que se tomaron el trabajo y cometieron la bajeza de ir a la casa de mi padre a averiguar si realmente estaba enfermo, me dijeron en el consulado cubano de Madrid que su caso no era grave y que no tenía justificación para ir. De modo que mi padre falleció a los pocos meses sin que yo pudiera despedirme de él.

Con mi madre, una vez viuda, sucedió que pude invitarla a Madrid al poco tiempo de fallecido mi padre. En 1996 ella enfermó y presentí que no le quedaba mucho, de modo que me puse de acuerdo con mi hermano, que vivía en Miami, y coordinamos un viaje a Cuba en diciembre de ese año. Esta vez, por primera vez, me dejaron regresar. Me encontré con un país literalmente desolado. Mis amigos contemporáneos en edad conmigo parecían tener veinte años más que yo. Allí no quedaba nada, solo la desvergüenza con la que habían estado gobernando la Isla durante aquellas casi cuatro décadas. Por suerte, pude ir porque mi madre falleció meses después, en marzo de 1997.

- ¿Qué hace hoy en día Flores Chaviano y qué planes tiene?

Fundé el Cuarteto de Trova Lírica Cubana con un repertorio de la cancionística de la isla desde el siglo XIX. Lo hice junto a mi hija, Nadia Chaviano, quien toca la viola; mi esposa Ana que es la cantante y Akemi Alfonso, una soprano cubana. Nos hemos presentado en muchos sitios, en Florencia, Miami, Nueva York y decenas de lugares de la península. En la familia todos somos músicos e, incluso, mis dos nietos estudian, el primero el último año de violín y el más pequeño la guitarra.

También tengo otro cuarteto llamado Fin de Siglo, que es solo instrumental (viola, violín, violoncello y guitarra) con el que nos presentamos en muchos escenarios de España y del mundo. Justamente en octubre de 2023 daremos sendos conciertos durante el Festival de la Hispanidad: el primero, el 12 de octubre, en el Teatro de la Abadía y el segundo el 14 de octubre en la Casa de Lope de Vega, en el barrio de las Letras, ambos en Madrid.


 

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