Entrevista al galerista y editor suizo-cubano Orlando Blanco / William Navarrete / Cubanet
Entrevisto para Cubanet al galerista y editor suizo-cubano, Orlando Blanco Varona, radicado en Ginebra desde hace 53 años. Les dejo el enlace directo a Cubanet, la entrevista copiada e incluyo fotos (algunas inéditas).
enlace: Orlando Blanco / William Navarrete / Cubanet
“Castro traicionó al pueblo de Cuba
entregándole a la jerarquía desprestigiada del PSP las riendas del poder”
El escritor William Navarrete entrevista
al galerista y editor suizo-cubano Orlando Blanco Varona
Sobre Orlando Blanco, su esposa Dolores y
su galería-casa de ediciones Editart oí hablar apenas llegado a París. Los
pintores cubanos exiliados en la capital francesa tenían muchos vínculos con
ellos, al punto de considerar a Blanco como “nuestro hombre en Ginebra”, una
ciudad en la que ha vivido durante los últimos 53 años.
Para mí Orlando Blanco era alguien que se
había dedicado toda su vida al arte y al mundo de la edición. Mi sorpresa fue
grande cuando, a través de esta entrevista, me fui enterando de su “otra vida”,
la que cubre el periodo entre su adolescencia y la llegada definitiva al
exilio, marcada por su activismo político en la Isla y por haber sido un actor
del movimiento obrero y estudiantil del convulso periodo que precedió al
triunfo de la insurrección en 1959.
Tenía pendiente esta entrevista a alguien
que conozco desde la década de 1990, con quien me carteaba a menudo y nos
habíamos visto en alguna ocasión a raíz de algún evento cultural del que ahora
ninguno de los dos logramos precisar fecha y lugar. El caso es que el tiempo
fue pasando, nos perdimos de vista y, al cabo de varios años, gracias al
investigador belga-chileno Rafael Pedemonte y al musicólogo y escritor francés
Marcel Quillévéré, que lo habían visitado recientemente, pude restablecer el
vínculo perdido.
- Como a todos los entrevistados me
gustaría conocer algo sobre sus orígenes familiares, su patria chica y sus
primeros pasos por la vida.
Nací el 6 de marzo de 1930 en la ciudad
de Camagüey, antigua villa colonial fundada como Puerto Príncipe, entre las
siete primeras de Cuba. Mis padres eran de orígenes modestos y en el hogar
tenían que mantener a cinco hijos. Luis Salustiano Blanco Suárez, mi padre,
tuvo varios oficios, desde torcedor de tabacos y ebanista hasta militar, ámbito
en el que llegó a alcanzar el grado de capitán y en el que ejerció como fiscal del
Ejército. Mi madre, Concepción Varona Alonso, era camagüeyana, de padres
cubanos, profesora de violín y de pintura al óleo. Mi abuelo paterno era
gallego, de Lugo. Los restantes abuelos eran cubanos, pero no conocí a ninguno
de los cuatro.
Vivíamos en la calle General Gómez, a
apenas dos manzanas del puente sobre el río Tínima, cuando la calle empezaba
dando inicio de la ciudad. De niño era muy enfermizo, con lo cual mi educación
primaria fue irregular pues pasaba largos periodos sin asistir a clases. Nunca
se supo lo que tuve, pero puedo decir que si he pasado los noventa años de edad
debe ser porque tengo muy buena genética ya que el médico de mi niñez hizo todo
lo necesario para que no hiciera el cuento. Imagínate que me sacaban sangre, la
mezclaban con hiposulfito de sodio y me la volvían a inyectar. Era lo que
hacían para aliviar los dolores. Con el tiempo y en retrospectiva se piensa que
tenía problemas renales, pero en esa época no lo diagnosticaban como ahora.
- ¿Dónde cursaste la enseñanza
secundaria?
Antes entrabas en los estudios
secundarios a los doce años y los culminabas con el bachillerato a los 18. Tuve
que prepararme para los exámenes que me permitían entrar en el Instituto de
Camagüey, pues como dije había faltado a una buena parte de los estudios
primarios. Por cierto, me preparó para esos exámenes una hermana del poeta
Nicolás Guillén, que también vivía en la misma calle que nosotros. Así fue como
ingresé en el Instituto en 1942 y en el cuarto año, que era cuando uno escogía
Letras o Ciencias, yo opté por Ciencias, específicamente Farmacia, de la que
solo cursé un año.
- ¿Continuaste luego los estudios
universitarios?
En cuanto terminé el bachillerato, con 18
años, me fui a La Habana. Mi deseo era entrar en la Universidad, pero como
tenía que trabajar para mantenerme la única opción que me quedaba era trabajar
de día y cursar la universidad en los cursos nocturnos. En ese entonces la única
carrera que se podía estudiar de noche era la de Ciencias Comerciales, un poco
el equivalente de los estudios de Economía hoy. De día trabajaba en la oficina
de Ortega y Fernández, una especie de “holding” que se ocupaba de la
importación de cementos, maquinarias agrícolas, y esas cosas, y de noche seguía
la carrera. Lo cierto es que nunca practiqué lo que estudié. Indirectamente sí,
en la oficina, porque era el tenedor de los libros de contabilidad, o sea, que
llevaba los registros de lo que entraba y salía de la empresa. Allí permanecí
hasta que, por exámenes, pude entrar en 1952, en la Compañía Cubana de
Electricidad, en la sección del Gas.
Mis aspiraciones hubieran sido estudiar
marina civil, pero esa carrera no existía en Cuba. La gente que quería entrar
en la mercante lo que hacía era estudiar en la Academia Naval y al cuarto año se
renunciaban y entonces con el nivel adquirido eran aceptados en la mercante. Yo
lo intenté, pero justo cuando iba a entrar en junio de 1952 ocurrió el golpe de
Estado de Fulgencio Batista poco antes y eso hizo que renunciara al proyecto.
- ¿Qué incidencias tenía la vida
política de entonces en el joven Orlando Blanco?
Mucha. Desde la época de estudiante del
Instituto de Camagüey, a los 14 años de edad, fundé junto a Faure Chomón
Mediavilla –quien fue luego comandante de la Revolución–, Jorge Enrique Mendoza
Reboredo y otros estudiantes camagüeyanos, un movimiento que llamamos “Vanguardia
Cívica Juvenil en Marcha”, nombre largo con el que no íbamos a ningún lado,
pero teníamos el brío que aporta la juventud. Quiere esto decir que, desde muy
temprano, era parte de la juventud que buscaba la manera de cambiar las
prácticas políticas de Cuba.
En 1946,
cuando Grau San Martín y el Partido Revolucionario Cubano Auténtico ganaron las
elecciones en cinco de las seis provincias, hicieron un pacto con el Partido Republicano
(conservador), fundado en 1943 y encabezado por Guillermo Alonso Pujols. El
caso fue que el
candidato aclamado para la alcaldía de Camagüey era Ramón Pereda Pulgares, a
quien el pueblo quería, pero por el pacto en cuestión querían imponer a sus
propios candidatos y ejercieron presión para anular la candidatura de Pereda. Para
convencer a los camagüeyanos enviaron al senador Manuel Antonio de Varona Loredo.
La gente se lanzó a las calles y en esa manifestación, con 16 años, estaba yo. En
un momento tuve a Varona cerca y se me ocurrió gritarle que no tenía vergüenza.
Encolerizado hizo ademán de sacar su pistola y, por suerte, la gente se apartó
para que yo pudiera correr y escapar porque de lo contrario hubiera sido capaz
de balearme allí mismo.
La corrupción era un hecho innegable, y
al respecto voy a contarte una anécdota de algo que me contó un amigo cercano
al hermano del presidente Carlos Pío Socarrás. Resulta que cuando éste comienza
su mandato presidencial en 1948 en el Ministerio de Hacienda en el Ministerio
de Hacienda trabajaba un destacado profesor y experto en cuestiones económicas.
Pero al llegar Pío al poder puso al frente de ese Ministerio a Antonio Prío, su
propio hermano. Al ocupar su puesto reunió a todos los jefes y lo primero que
les dijo fue que él no había venido a cambiar nada. Pero citó en privado a ese
profesor y le preguntó si en ese puesto se podía robar algo. Con lo cual, éste
le respondió que la única forma de hacer trampas era cuando cambiaban los
billetes de banco pues la parte no recuperada pasaba a formar parte de una
Reserva y se acreditaba entonces en los registros. Entonces Antonio Prío le
respondió: “Muy bien, incineraremos 10 millones solamente porque éste es un
gobierno honrado”.
- ¿Y con el golpe de Estado de
1952?
Los jóvenes militantes de entonces
queríamos cambiar la situación política cubana. De modo que el golpe de Batista
fue el incentivo que unió a todos los que de una forma u otra deseábamos ese
cambio.
Como en Cuba el Servicio Militar no era
obligatorio, una de las primeras cosas que creamos fue una “escuela de armas”
clandestina a través de una de las asociaciones estudiantiles. La fundamos con Luis
Miguel Hernández, que había sido policía durante el gobierno del Partido
Auténtico Cubano, el ingeniero José Casas, Faure Chomón, Rubén Aldama y otros.
La Universidad en aquel momento se había llenado de maleantes. Era la época en
que Fidel Castro formaba parte de la Unión Insurreccional Revolucionaria (URI),
una de esas asociaciones gansteriles que agitaban la vida universitaria.
Cuando Fidel ataca el cuartel Moncada en
1953, Faure Chomón y yo salíamos de la Universidad en un jeep y la policía nos
detuvo porque le caímos sospechosos y estuvimos detenidos todo un día en los
locales de la dirección general de la policía.
- ¿Conociste a Fidel Castro
personalmente?
La primera vez que lo vi fue durante los
entrenamientos de la escuela de armas de la que te hablé. Fue en 1952 y él vino
a visitarnos para ver el funcionamiento, pero también porque estaba reclutando
gente para lo que pensaba hacer en Santiago de Cuba, o sea, el ataque al
cuartel Moncada.
Personaje inquietante, lo más
impresionante era la prodigiosa memoria que tenía porque años después, en 1959,
tras el triunfo de la Revolución, regresé de mi primer exilio en Miami, integré
el Frente Obrero Nacional (FON) y fui elegido Secretario de Trabajo de la
Federación de Plantas Eléctricas de La Habana. Organicé entonces la única
manifestación del movimiento obrero después de 1959 y saqué los camiones a la
calle para protestar contra el ministro del Trabajo que protegía a los
rompehuelgas. Fuimos al Palacio Presidencial donde se celebraba un Consejo de
Ministros. Solicitamos ver al ministro de Trabajo. Para sorpresa nuestra,
Castro salió también pidiendo explicaciones para saber qué significaba aquella
manifestación. Después de escucharnos, nos dijo que estas manifestaciones ya no
eran necesarias porque, habiendo triunfado la Revolución, se solucionaban todos
los problemas. A continuación, le dijo al ministro de Trabajo que no entendía
su actitud porque era muy fácil optar, ya que de un lado estábamos nosotros los
revolucionarios y del otro los rompehuelgas. Y acto seguido se volteó hacia mí
y me dijo: “A ti yo te conozco de algún lado”. Y le respondí que de la “escuela
de armas” por la que él tanto se había interesado.
Otro hecho importante fue su célebre
discurso del 8 de enero 1959 en el que dice la famosa frase “armas para qué”,
un verdadero ataque al Directorio Revolucionario, el cual protestó de sus
injustas acusaciones. Varios miembros de la dirigencia del Directorio fueron a
visitar a Castro.
El caso es que, en ese mismo momento,
para desviar la atención, como muy bien sabía hacer, dijo que lo importante era
que el pueblo nos viera juntos haciendo la Revolución y nos invitó a las
laderas de la Sierra Maestra para que fuéramos testigos del momento en que
procedería a dictar y aplicar la primera ley de Reforma Agraria.
- ¿Dices que te exiliaste una
primera vez durante el gobierno de Batista?
En 1958 yo seguía trabajando en la
Compañía de Electricidad y militando en el Directorio Revolucionario. Por las
actividades en la que estaba implicado vino, a fines de mayo de 1958, la
policía con uno de los esbirros de Esteban Ventura llamado “Miguelito El Niño”
– quien, por cierto, había servido de chofer a Fidel Castro en su etapa
gansteril – a mi trabajo. Pude escapar huyendo por detrás. Me escondí en la
casa de un abogado a la espera de encontrar una embajada que me diera asilo,
cosa ya muy difícil en aquel momento. Pude asilarme finalmente en la de Ecuador
a sabiendas de que el gobierno de Batista no estaba dando salvoconductos a
nadie que perteneciera al Directorio Revolucionario. Tuve la suerte de que pude
conseguir uno gracias a Arturo Hernández, quien había sido senador, camagüeyano
como yo, y que intercedió por mí.
Por suerte también tenía pasaporte, ya
que lo había hecho tiempo atrás cuando un tal Valentín González, a quien
llamaban “El Campesino”, había llegado a Cuba traído por Rolando Masferrer y
había venido a vernos para implicarnos en la organización de las milicias
revolucionarias bolivianas. Ese señor había sido pistolero en su Badajoz natal,
soldado en la guerra del Rif, general improvisado de la guerra civil española y
miembro del Partido Comunista español. Exiliado en Moscú al final de la guerra
y recibido como un héroe por Stalin, éste termina deportándolo a Siberia, por
sus frecuentes indisciplinas, pero de allí escapó atravesando a pie la frontera
con Irán, fue capturado, reenviado a Siberia y se volvió a escapar a través de
Irán por segunda vez antes de llegar a Cuba en donde también estuvo preso porque
Batista lo prendió en un momento dado. Nada, el perfecto aventurero y malhechor.
Cosa de la que nos dimos cuenta poco después cuando ya teníamos hecho el
pasaporte. De modo que nos negamos a seguir con su proyecto.
Fue entonces que, aprovechando que ya
estaba fuera de Cuba, Faure Chamón me dio la misión de ser uno de los firmantes
del llamado “Pacto de Caracas” que significaba la unidad y una estrategia común
por parte de todas las organizaciones revolucionarias que luchaban entonces
contra la dictadura de Batista. El Pacto se firmó el 20 de julio de 1958 en la
capital venezolana e incluía a unas 11 organizaciones entre las que figuraban
el M-26 de Julio (encabezado por Fidel Castro), la Federación Estudiantil
Universitaria (representada por José Puente y Omar Fernández), el Movimiento de
Resistencia Cívica (encabezado por Ángel María Santos Bush), el Grupo
Montecristo (con el capitán Gabino Rodríguez Villaverde y Justo Carrillo
Hernández), el Partido Demócrata (con Lincoln Rodón al frente), entre otras. Yo
me encontraba entre los firmantes, representando a la Unidad Obrera junto a
José M. Aguilera, Ángel Cofiño, David Salvador, Pascasio Lineras y Lauro
Blanco. Fue un mes después, y desde Miami, que se designó a José Miró Cardona
como coordinador general.
En el exilio participamos activamente en
apoyar la lucha contra Batista, a pesar de que las autoridades norteamericanas
nos vigilaban. Incluso cerraron la emisora radial a través de la cual hacíamos
transmisiones hacia la Isla.
- Me imagino que eres de los
primeros en regresar a la Isla tras el triunfo del 1° de enero de 1959. ¿En qué
momento te das cuenta de que una dictadura remplazaría a la otra?
En efecto. Como era parte activa del
Directorio y del movimiento obrero me pongo inmediatamente a trabajar en lo que
creíamos iba a ser una nueva sociedad. Faustino Pérez, entonces ministro de Recuperación
de Bienes Malversados, nos entregó un edificio recién construido por el régimen
anterior, en la calle Primera entre C y D, en el Vedado, para que acogiéramos a
los que venían de la Sierra y que no tenían donde vivir.
En octubre de 1959 Aníbal Escalante,
Secretario de la Organización del PCP (Partido comunista), nos pidió que quería
reunirse con la Dirección del Directorio Revolucionario. Esta reunión se
celebró en el apartamento donde vivía Faure Chomón, el cual me invitó a que yo
estuviera presente. Allí descubrí el doblez de este hombre, capaz de hacer una autocrítica
en la que renegaba de su alianza con Fulgencio Batista en 1940. De esta reunión
se derivaba una consecuencia nefasta para la verdadera revolución, o sea, para
quienes manteníamos el ideal de una Cuba democrática sin corruptos ni
violaciones. La reunión y la autocrítica de Aníbal Escalante revelaban el pacto
secreto entre Fidel Castro y el Partido Socialista Popular, la organización que
menos prestigio tenía, la que menos había hecho durante la lucha contra Batista
y la que era un nido de corruptos estalinistas.
Fue en ese momento en que me di cuenta de
que la Revolución iba a ser traicionada y de las verdaderas intenciones de
hegemonía de poder de Fidel Castro. Y no me equivoqué porque en julio de 1961,
a medida que los comunistas de la vieja guardia del PSP conseguían puestos
claves en el Gobierno, anunció la creación de las Organizaciones
Revolucionarias Integradas (ORI), como paso previo para crear luego, el 26 de
marzo de 1962, el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) y
el fin del multipartidismo e imposición del totalitarismo.
- ¿Qué sucedió entonces? ¿Por qué
te quedas en el país?
Los que habíamos luchado a brazo partido
por restablecer la democracia en Cuba no concebíamos que el proyecto por el que
tantos sacrificios se hicieron terminara en una dictadura, aún más feroz e
implacable que aquella que habíamos combatido.
Poco a poco, la gentuza del PSP, que no
había dudado en abrazar el estalinismo y que tenía un historial de asesinatos
sórdido comenzó a apropiarse, con el beneplácito y la autorización de Fidel
Castro, de los puestos esenciales de la vida política cubana. Así entraron en
la gran escena personajillos deleznables como Lázaro Peña, Blas Roca, Carlos
Olivares, Joaquín Ordoqui, Edith García Buchaca, Carlos Rafael Rodríguez,
Severo Aguirre, Osvaldo Dorticós Torrado, Juan Marinello, Osvaldo Sánchez,
entre los viejos lobos gestores del comunismo en Cuba desde la década de 1930.
Castro traicionó al pueblo de Cuba entregándole a la jerarquía desprestigiada
del PSP las riendas del Poder, a cambio de que se le reconociera a él como el
César.
A mí me mandaron al MINREX (Ministerio de
Relaciones Exteriores) como director de información, un puesto en el que me
mantuve hasta 1964, año en que la Seguridad de Estado decidió que ese puesto debía
ser exclusivamente de su incumbencia. Entonces caí en un limbo y empezaron a
proponerme otros puestos en el extranjero, una manera de deshacerse de los que no
comulgábamos con la deriva totalitarista del régimen. Y finalmente, a sabiendas
de que lo mejor era salir del país, acepté el de encargado de negocios en Berna
(Suiza).
- ¿Cuándo rompes definitivamente
con el régimen castrista?
En marzo de 1967 entregué mi puesto y
salí de la embajada. El año anterior había estado en Cuba visitando a mi madre
que estaba enferma cuando, el 3 de noviembre de 1966, al llegar al aeropuerto de
La Habana y, a pesar de que afuera me estaba esperando Faure Chomón, me arrestan.
Había sido una orden del inefable Manuel Piñeiro Losada, conocido como
“Barbarroja”, jefe de los servicios secretos de Fidel Castro y fundador del represivo
G2. Me acusaban de haber participado en la organización de un atentado planeado
contra Fidel Castro en 1964.
Cuando logré, gracias a la influencia de
Faure Chomón, salir, ver a mi madre y regresar a Suiza, renuncié definitivamente
a mi puesto en la embajada cubana en Berna y nunca más regresé a la Isla.
- ¿Qué hiciste entonces para poder
vivir en Suiza?
Logré un puesto de temporero en la Sede de
las Naciones Unidas en Ginebra. Y permanecí 21 años en él. Como no era personal
de la Organización, sino independiente, el gobierno castrista no podía ejercer
presión para que me echaran. Mi trabajo era tratar toda la correspondencia no
identificada que llegaba a la Sede, es decir, me ocupaba de enviarla a las secciones
adecuadas, no de tratarla ni de responderla. Toda la valija diplomática que llegaba
al Secretario General la despachaba a los lugares correspondientes.
- Pero tu labor fundamental, por la
que todos te conocen ha sido en el ámbito de la
edición y, sobre todo, de la difusión de arte y publicaciones sobre este tema a
través de Editart. ¿Cuándo surge esta vocación y cómo?
En paralelo a mi trabajo en Naciones
Unidas comencé a interesarme desde 1967 en los temas artísticos. Conocí a Daniel
Argimón, pintor catalán, que me introdujo en este ámbito. Por otra parte, tenía
una estrecha relación de amistad con Carlos Franqui, quien ya se había exiliado
y decidido no regresar nunca más a Cuba. Franqui no tenía trabajo y comenzó a
colaborar con la revista “Derrière le miroir” de la Galería Maeght de París, escribiendo
textos sobre pintores que él mismo había invitado al Salón de Mayo de La Habana
en 1967. Para ayudarlo, 15 pintores le dieron una plancha (Valerio Adami, Asger
Jorn, Joan Miro, Corneille, Antoni Tapiès, Alexander Calder, Paul Rebeyrolle y
los cubanos Wifredo Lam, Agustín Cárdenas y Jorge Camacho), con la que se
publicó en 1971 un libro titulado El Círculo de Piedra, en los talleres
del grabador y editor Giorgo Upiglio, en Milán.
Yo me había casado en 1970 con Dolores,
mi esposa actual, y comenzamos la aventura editorial con Upiglio. Carlos
Franqui y su familia habían venido a vivir con nosotros a Ginebra.
En 1972 realizamos nuestro primer libro
titulado Cinco originales, con textos manuscritos de José A. Goytisolo,
Juan Arcocha, José Ángel Valente, Carlos Franqui y mío, ilustrado con cinco serigrafías
del artista catalán Lluis Pessa.
En 1975, en la avenida Pictet-de-Rochemont,
N° 17, inauguramos nuestra primera galería de arte, donde se daban cita
artistas de diversas latitudes con muchas actividades culturales, conferencias,
encuentros, lecturas, música, etc. Ese mismo año, se me ocurrió realizar el
libro que considero uno de los más importantes de nuestra aventura: Poemas
para mirar, con la participación de 6 artistas: Valerio Adami, Alexander
Calder, Jorge Camacho, Joan Miró, Paul Rebeyrolle, Antonio Tapies y poemas
manuscritos de Carlos Franqui. A la presentación de este libro en nuestra
galería, que fue acompañada de originales de todos estos pintores, asistieron
Joan Miró, Antonio Tapies, Paul Rebeyrolle y fue muy visitada por el público.
- En 2020 Editart celebró su 50
aniversario. Imposible resumir todo lo que han publicado y difundido desde entonces.
¿Puedes resumir la labor que han realizado desde entonces?
En 2020 la Municipalidad ginebrina de Chêne-Bougeries
celebró en el Espacio Nouveau Vallon los 50 años de Editart. Viendo reunido el
cúmulo de años de trabajo es que pudimos darnos cuenta de todo lo que hemos
logrado. Entre los artistas y autores cubanos que forman parte de nuestro
catálogo figuran Cundo Bermúdez, Jorge Camacho, Joaquín Ferrer, Enrique Gay
García, José María Mijares, Baruj Salinas, René Francisco y Eduardo Chillida,
la colombiana Gloria Ávila, los venezolanos Cristina Stein y Alfredo Silva
Estrada, el peruano Américo Ferrari, los japoneses Kouji Ochiai y Masafumi
Yamamoto y muchos más, franceses, italianos, rusos, etc. Fue muy importante la
colaboración de poetas y escritores como Michel Butor, Yves Bonnefoy, Sylviane
Dupuis, Bernard Noël, María Zambrano, Jean Starobinski … y artistas como Claude
Garache, Antonio Tapies, José Venturelli, Zao Wou-ki…En total un centenar de
libros de arte y de grabados realizados con nuestros propios medios y con la
ayuda del Círculo de Amigos de Editart, cuyo apoyo ha sido esencial durante las
tres últimas décadas.
La celebración fue también una
oportunidad para recordar a Carlos Franqui, quien en 1980 tuvo la iniciativa de
organizar en la ciudad de Montecatini-Terme, donde residía, un homenaje a Miró
llamado MAGGIO MIRO. Franqui invitó a más de 100 artistas y nos propuso
que seleccionáramos a los suizos para que durante una semana pintaran al aire libre
en los jardines de las termas y, de este modo, dotar al museo de arte de esa
ciudad las obras donadas por éstos al final de su estancia junto a una inmensa
obra que envió Joan Miró como agradecimiento de este homenaje.
Ginebra-París, septiembre de 2023
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