“Los objetos usurpados que se venden los objetos que se venden en Cuba tienen el olor de la muerte” / Cubanet / entrevista a Anita Guerra
Entrevisto a la artista cubano-italo-americana Anita Guerra, quien reside en Roma desde 1977.
Les dejo el enlace directo a Cubanet:
Y la copio también:
“Los objetos usurpados que se venden
los objetos que se venden en Cuba tienen el olor de la muerte”
El escritor William Navarrete entrevista
a la artista Ana María Guerra Recio
Como dice el refrán “Todos los caminos conducen a Roma”. Por diferentes razones no podía faltar en esta serie de entrevistas para Cubanet la de la artista cubano-americano-italiana Ana María Guerra Recio, conocida como Anita Guerra, quien vive en la Ciudad Eterna desde 1977. Primero, porque una amiga en común, Andrea Herrera O’Reilly, nos había vinculado en cierta medida, a través de su libro Cuban Artists Across the Diaspora: Setting the Tent Against the House. Luego, el artista Leandro Soto y su esposa Grisel Pujala a través de su proyecto CAFÉ (sobre el que yo había escrito y que había sido fundado en México, en 2001, junto a Yovani Bauta e Israel León) la invitaron a participar también. Por último, porque tras mi última visita a Roma, a principios de este año, el también artista José Grave de Peralta me recordó que “Anita”, como todos suelen llamarla todos, era una de las personas nacidas en Cuba antes de 1959 que había desarrollado una notable carrera fuera de la Isla y que valía la pena que me acercara a ella para que contara más detalles sobre su obra y su vida.
- Como para todos los entrevistados me gustaría nos contaras sobre tus orígenes familiares
Mi padre, Juan
Ignacio Guerra Aymé (La Habana, 1920 – Filadelfia, 2013), hijo a su vez de
Juan Guerra Seguí y Julia Aymé Rodríguez Tabío, también cubanos, fue un
arquitecto graduado de la universidad de la capital cubana. Mi abuelo paterno,
Juan Guerra Seguí era ingeniero jefe de
calles y parques de La Habana.
Mi madre, Josefina Recio Agüero (Camagüey,
1919-Filadelfia, 2012) también era arquitecta, y tras casarse con mi padre, ejerció
muy poco con la empresa de su esposo en La Habana y después en el exilio, en
Filadelfia, pues tras casarse con mi padre tuvieron 7 hijos. Ella era hija del comandante
Enrique Recio Agüero, quien había sido héroe de la guerra de independencia,
senador de la República y cuatro veces gobernador de Camagüey, nacido en el
seno de una familia de patriotas, razón por la cual vio la luz en el puerto del
Callao (Perú), pues allí se encontraban exiliados sus padres al final de los
Diez Años (1868-1878). Mi bisabuelo, Enrique Recio Agramonte, llamado “Papá Chino”,
oriundo de Camagüey, y casado con doña Caridad Agüero Cisneros, luchó en la
Guerra de los 10 años y perseguido por las autoridades coloniales españolas,
tuvo que exiliarse en Perú, donde nació mi abuelo materno de un parto gemelo del
que solo sobrevivió él. Después, durante una tregua, padre e hijo volvieron a
Cuba para luchar en la guerra del 1895-1898 bajo las órdenes de Máximo Gómez. Mi abuela materna, Josefa Agüero Gómez,
también era camagüeyana y prima de mi abuelo, como solía suceder muy a menudo
en las viejas familias coloniales de Camagüey.
- ¿Dónde
naciste y qué recuerdos tienes de tus primeros años de vida en Cuba?
Nací en La Habana, en 1955, en el reparto
Biltmore, en una casa que mi propio padre había diseñado en la calle 214 entre
198 y 200. Ya él se había graduado en 1947 y se había asociado con Claudio
Mendoza para crear la firma Guerra y Mendoza, sita en 3ra y Baños (en el barrio
del Vedado).
Yo tenía apenas cuatro años en 1959, de
modo que tengo recuerdos muy difusos de esa etapa. Como la mayoría de los
cubanos de momento en casa se celebró con júbilo la caída de Fulgencio Batista,
pero muy pronto mis padres se dieron cuenta de que las cosas tomaban un giro
que no era el que Fidel Castro había prometido. Inmediatamente nuestros vecinos
empezaron a abandonar el país y recuerdo perfectamente esa sensación de pérdida
que se respiraba en el ambiente.
Un ejemplo de lo que se estaba viviendo
lo experimenté en carne propia estando en casa de una vecina con mi prima
Yolandita, en el Biltmore. Yo había ido a jugar con ellas y como su casa tenía
piscina estábamos las dos al borde de ésta. No sé por qué razón habían colocado
allí a uno de esos milicianos que después de enero de 1959 pululaban por todas
partes. El miliciano me preguntó entonces si yo sabía nadar y le respondí que
no. Enseguida me alzó en peso y me lanzó al agua. Por suerte, mi prima sabía
nadar y pudo rescatarme. El miliciano ni se inmutó. Al principio no tenía miedo
porque me fascinaban las manchas de colores a mi alrededor, pero cuando oí los
gritos “¿dónde está Anita?” y a sentir que no podía respirar me asusté, pero
por suerte, mi prima se lanzó agua y me sacó.
Mi madre estaba aterrorizada con todo lo
que estaba sucediendo y me había dicho que no abriera la puerta de la casa a
nadie. Pero, cosa de muchachos, un día tocaron y la desobedecí. Eran los
dichosos milicianos y venían a hacer un registro. Entraron como Pedro por su
casa y lo revolvieron todo. Mi madre estaba en el cuarto y cuando salió se
encontró con el espectáculo. En un closet hallaron una botella de champán que
ella conservaba. Al parecer, aquellos milicianos nunca habían visto una botella
de ese tipo, y la acusaron de esconder un coctel Molotov para hacer sabotajes contrarrevolucionarios.
Por supuesto, era una simple botella y mi madre los encaró indignada diciéndoles
que aquella botella con todas las firmas que exhibía en su etiqueta
representaba la colecta de fondos que ella y unas amigas habían organizado meses
antes para apoyar la lucha antibatistiana en la Sierra.
También recuerdo que una noche, tras la
salida de mis hermanos más grandes para USA con Operación Peter Pan, empezaron a
oírse explosiones muy cerca de nuestra casa en el Biltmore (hoy Siboney) y mami
nos encerró en el baño al lado de mi cuarto. Yo tenía cinco años, mi hermanito
Juansi cuatro y Teresita dos. Un rato después, mami pasó a buscarnos y no
encontró a Juansi. Había salido del baño y estaba parado frente al gran
ventanal de la sala, escuchando los aviones y entretenido con las luces y las
explosiones de las bombas. Vivíamos cerca de la base militar Columbia donde el
15 de abril del 1961 aviones B26 USA camuflados como aviones del ejército
cubano, atacaron la base dos días antes de los sucesos de bahía de Cochinos.
Cuando regresé a la casa donde nací, 50 años después de mi salida, reconocí ese
mismo baño tal y como lo dejamos, con sus losas originales de color amarillo
claro.
Otra imagen que no olvido ocurrió en la
casa enfrente de la nuestra, ya convertida en beca para estudiantes. En ese
momento, julio de 1961, un mes antes de mi salida, visitaba el país un
cosmonauta ruso y en los jardines de aquella residencia habían sembrado flores tanto
en caracteres latinos como cirílicos: “Bienvenido Yuri Gagarin”. Yo pregunté por
el significado de aquellas letras y me dijeron que era ruso.
- Tu padre, Juan Ignacio Guerra
Aymé, fue uno de los arquitectos destacados de la nueva generación de cubanos
en la década de 1950. ¿Puedes contarnos sobre su obra y carrera?
Mi padre cursó carrera porque él mismo se
pagó los estudios. Su padre murió siendo él muy joven y, al parecer lo había
perdido todo, de modo que, mi padre, su hermana Esther, y su madre fueron a
vivir con familiares de modestos recursos que vivían en Quivicán. Mi padre hizo
su carrera universitaria trabajando a la vez y por esa razón demoró más en
graduarse.
Antes de obtener su título de arquitecto
ya trabajaba con Claudio Mendoza en la firma que ambos crearon para construir viviendas
por encargo en diferentes barrios de La Habana. Ambos se complementaban muy
bien porque mi padre hacía los planos y su asociado, a quien llamaban “Sony”,
se ocupaba de la parte técnica y, sobre todo, de buscar a la clientela, pues él
pertenecía a una de las familias más pudientes del país. Construyeron muchas
casas con un diseño muy avant-garde, pero sin olvidar el toque de
arquitectura cubana ya que mi padre había sido émulo de Eugenio Batista, un
destacado arquitecto, cuyo estilo integraba lo que se llamaba entonces
“arquitectura vernácula de las 3 P” a los criterios del Modernismo.
Entre las residencias que construyeron
estaban la Byron-Blanco (1957), en el Country Club y la Residencia de Luis de
Luis (1958) en el mismo barrio; la Agüero-Grau (1949), en el reparto La
Coronela (esta la busqué en el 2019 por un día entero sin lograr encontrarla) o
la residencia Carbonell. También la de Pérez-Fernández Roque (1949), en la
calle 19 esquina 24, en el Vedado, así como la casa de Francisco Mestre
Marcoleta y Anita Chadbourne (1949), en la calle Buenavista N° 1301, esquina a
La Lisa, en el Biltmore o la de la familia del Dr. Tomás Gamba y Olga Ramos (1953),
en la calle 200, esquina 21, en ese mismo reparto, en mis documentos tengo 1953
para la residencia Gamba, e incluso la nuestra. En el reparto Miramar existen
todavía, pero en muy mal estado, los Apartamentos Residencial 88 (1952).
Un caso particular fue la casa del Nicolás
Sierra Armendáriz y su esposa Gilda Rosa Álvarez (1951) con la cual ganaron la
Medalla de Oro del Colegio Nacional de Arquitectura del 1952 y que se
encontraba en la 7ma Avenida y la calle 12, del reparto Miramar, ocupada hoy en
día por la embajada de México.
A la par de su labor en la firma también
ejercía como docente en la Universidad Santo Tomás de Villanueva, en donde se
había creado un claustro para impartir cursos de arquitectura del que también
formaban parte Eugenio Batista, Mario Romañach Paniagua, Eduardo Monteliu,
Emilio del Junco, Alberto Beale, Nicolás Quintana, Frank Martínez y Manuel
Gutiérrez.
- ¿Qué sucede tras el triunfo del
castrismo en 1959?
Es lógico que con tan exitosa carrera mi
padre conservara la esperanza de que el gobierno castrista no iría muy lejos,
tomando en cuenta sobre todo la cercanía de Estados Unidos. Mi madre insistía
en que debíamos irnos del país cuanto antes, pero él se aferraba a la idea de
que Fidel Castro no se saldría con la suya.
Mi madre intentó conseguir una visa para
irse del país con nosotros, pero los americanos no daban visa a mujeres casadas
sin la compañía del esposo. Así fue como envió a mis hermanos mayores a través
de la Operación “Peter Pan”. Fue una odisea porque para que no los separaran
tuvo que optar por un orfelinato en Filadelfia, St. Vincent´s Orphanage for
Children, pues su padre había sido cónsul de Cuba en esa ciudad en 1927. El 21
de enero de 1961, salieron de Cuba mis cuatro hermanos, María de Lourdes de 11
años, María Josefa, 10, Antonio Enrique 8, y Julia María, 6, y nos quedamos en
La Habana mis padres y tres de sus hijos, entre los que me encontraba yo, porque
para ser aceptado por la Operación Peter Pan había que tener más de seis años.
Por supuesto, la firma Guerra y Mendoza, de mi padre y su
asociado, fue inmediatamente confiscada y, a través del Colegio de Arquitectos,
Fidel Castro inventó, en febrero de 1959, el Instituto Nacional de la Vivienda,
dirigido por Pastora Núñez González, la famosa “Pastorita”, encargada de regalar
las casas de toda La Habana que dejaban las familias que partían al exilio.
También era la directora de los nuevos planes de viviendas en repartos de la periferia.
A ese instituto tuvo que incorporarse mi padre como proyectista junto a otros
arquitectos de la década de 1950 como Ana Vega,
Modesto Campos, Antonio Rojo, Lorenzo Gómez Fantoli,
José A. Vila, Hilda Fernández Vila, Alberto Beales, Ernesto Gómez Sampera,
Gonzalo Dean, Carlos Alfonso Díaz, Basilio Piasecki, María Elena Cabarrocas, Manuel
Gutiérrez, Roberto Carrazana, Humberto Santo Tomás, Margot del
Pozo Seiglie, Heradia Hurtado Mendoza, Félix Pina Morgado, Mario González
Cedeño, Selma Soto del Rey, Samuel Gutiérrez y Mercedes Díaz.
Guerra y Mendoza
ganaron el Concurso para el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes en el
Reparto Fontanar en el 1958 pero debido al triunfo de la Revolución, nunca
se construyó. Era preciosa, en forma de estrella. Ganaron también el Concurso
de Viviendas Económicas del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas del 1959,
entre otros proyectos como el concurso del Ministerio de Obras Públicas Instituto
de Segunda Enseñanza de Santa Clara (1959) y las Viviendas Económicas en Rancho
Boyeros en 1960.
- ¿En qué momento logran salir del país y cómo?
Salí de Cuba con mi madre y mis otros dos hermanos el 2 de agosto
de 1961. Llegamos primero a Miami, pero allí mi madre no consiguió trabajo y la
situación era muy difícil. A esto se sumaba el problema de que mi hermana mayor
iba a cumplir 13 años y el orfelinato St. Vincent´s de Filadelfia en que estaba
internada era solo hasta los 12. Para poder irse para Filadelfia mi madre pidió
un préstamo. A mi hermano Juansi tuvo que dejarlo en St. Vincent´s. Entonces a
mi hermana más pequeña, Teresita, a mi hermana Lourdes y a mí nos puso en el
orfelinato Mother Cabrini, la primera santa norteamericana, nacida en
Lombardía, patrona de los inmigrantes y fundadora de las misionarias del
Sagrado Corazón. Mi madre dormía en la enfermería de ese sitio.
Entre tanto, gracias a Carlos Alvaré, consiguió un trabajo como dibujante
pues el título cubano de arquitecta no era reconocido en Estados Unidos. Mi
padre logró salir de Cuba en noviembre de 1961. Al final, como familia, no
pudimos reunirnos todos bajo un mismo techo hasta enero de 1962 porque los
orfelinatos no entregaban a los niños hasta tanto los padres no tuvieran un
trabajo y un hogar.
Nosotros debemos mucho a la familia Alvaré O’Reilly, de origen cubano e
irlandés. María Teresa Alvaré Cabello, cubana y fallecida en 2021 en Devon,
Pensilvania, era la esposa de Hubert O. O’Reilly, irlandés. Sus padres fueron Nemesio
Alvaré y Andrea del Carmen Cabello. La familia vivía con sus hijos cerca de
Filadelfia. Fueron ellos quienes nos encontraron la primera casa, en Wayne, en
donde nos vivimos tres años hasta que la dueña quiso recuperarla. Después de la
casa en Wayne, en 1964, vivimos en una casa alquilada en Villanova hasta el
1973. Entonces mis padres, con la ayuda de los Alvaré O´Reilly que nos dieron
la entrada, decidieron comprar una casa en Strafford, Pennsylvania.
- ¿Qué estudios realizaste
entonces?
Hasta 1973 estudié en Filadelfia, en escuelas
católicas, hasta que terminé el bachillerato y quise independizarme de la
familia. Había transitado durante mi adolescencia la época convulsa de los
movimientos Peace and Love, la guerra de Vietnam, etcétera, y mis padres estaban
aterrorizados de que nos alcanzara, también en Estados Unidos, otra revolución
como la cubana.
Entonces comencé lo que llamo mi “autoexilio”,
pues apenas cumplidos los 18 años me fui a estudiar Bellas Artes a Sevilla (Andalucía),
a la Real Academia Santa Isabel de Hungría. Era muy rebelde y, en seis meses de
estudios en esa institución me di cuenta de que no era lo que esperaba pues el
franquismo y su censura estaban todavía en vigor. Imagínate que no nos
permitían dibujar desnudos hasta el tercer año de carrera y la enseñanza era
muy anticuada. Entonces decidí regresar a Filadelfia en donde matriculé, en
1974, en Tyler School of Art, en Elkins Park, que era parte de la Temple University.
- Pero tengo entendido que eres,
por así decirlo, ciudadana romana desde hace 45 años. ¿Cómo apareció Italia en
tu vida, al punto de adquirir la nacionalidad de ese país?
En 1977, estando en tercer año de
Pintura, vine a Roma a estudiar y me enamoré de la Ciudad Eterna. Me costeé mis
estudios, obtuve becas, conseguí un puesto de profesora de inglés e incluso me
casé, en el mismísimo Vaticano, con un iraquí, en 1980. Descubrí entonces que me
gustaba enseñar, pero que no quería quedarme como profesora de inglés, de modo
que volví a estudiar en Temple University para obtener un máster de Bellas Artes
y me permitieron hacer los dos últimos años en Roma, en donde me gradué en
1984.
Entonces empecé a trabajar en universidades
norteamericanas como University of Dallas y Loyola University, ambas de Roma, hasta
que en 1986 empecé como profesora de acuarela en Temple University de Roma en
donde enseño todavía.
- ¿Cómo ha podido llevar en
paralelo la vida docente y la de artista?
Siempre digo que se complementan. En Roma
tengo mi taller en mi propia casa, en el barrio Aurelio, cuyo nombre se debe a
la antigua Vía Aurelia que lo atraviesa, colindante con el Vaticano, razón por
la cual veo desde mi terraza la cúpula de la basílica de San Pedro.
He enseñado Bellas Artes, Diseño,
Escultura, y Pintura en muchas instituciones como el Instituto Gualandi para
Sordomudos de Roma, la St. Stephen´s School, la St. John´s University, entre
otras, todas en la capital italiana. Al mismo tiempo he continuado mi trabajo
creativo que expongo con frecuencia en diferentes ciudades. Mi primera exposición
importante, “Women About Woman”, la hice en la Noël Butcher Gallery de Filadelfia
en 1985, seguida de otras muestras, personales o colectivas, ya sea en la misma
Roma como en otras partes de Italia (Populonia, Celano, Perugia, Fiumicino) e,
incluso, en Washington, Filadelfia, Miami, Colorado, Phoenix, Nueva York o la
isla de Barbados. También fui parte, gracias a Andrea Herrera O’Reilly, hija de
los Alvaré-O´Reilly de Filadelfia, del proyecto CAFÉ, fundado por los artistas
cubanos Leandro Soto, Yovani Bauta e Israel León. Con Leandro hice la curaduría
de la VIII edición de CAFÉ en el 2008, en la Temple University Gallery en Roma
donde soy profesora.
Hay obras mías en varias colecciones de
museos como el Castello Piccolomino (Celano, L’Aquila), el Centro de estudios
San Luis de Francia (en Roma), la Pricewaterhouse Cooper (en Nueva York) o el
Museo Caproni (en Trento).
¿Qué proyecto estás realizando
ahora?
Acabo de terminar un libro de memorias
ilustrado. Lo llamé primero “Tres Patrias” como la exposición del mismo nombre
que hice en Roma en el 2020, pero ahora lo he titulado “Juan Ignacio y
Josefina”, nombres de mis padres. Ha sido una obra muy intensa de amor hacia
mis padres, mi familia, mis antepasados, y un legado que dejo, no solo a mi
hijo y a mis sobrinos, sino a todos los cubanos dentro la isla y en el exilio.
Porque, como me confesó una custodia en el Museo de la Obra Pía durante mi
exposición en La Habana Vieja: “Tu historia es nuestra historia”. Todas las
familias cubanas tienen alguien en el exilio. Escribí el libro en inglés porque
muchos de mis familiares han perdido nuestra lengua materna. Dibujé retratos de
mis hermanos y parientes en esos primeros años de exilio sobre hojas de
periódicos que compré en La Habana cuando murió Fidel Castro. Por supuesto,
solo había tres periódicos en toda la isla y todos eran portavoces del régimen:
Granma, Tribuna de la Habana, y Juventud Rebelde. Quise contrarrestar
las caras tristes de mis seres queridos que sufrieron tanto por culpa de Fidel
Castro con artículos elogiosos en las ediciones conmemorativas después de su
muerte.
Había programado dos exposiciones sobre
mis cuadros, dibujos e investigaciones para este libro en marzo y mayo del
2020, la primera en Roma y la segunda en Filadelfia (en la Tyler School of Art
and Architecture de la Temple University). Debido al COVID-19, se pospuso la de
Roma y la hice de forma virtual en noviembre del 2020. La de Filadelfia la
cancelaron y por eso proyecto realizarla en 2024. Filadelfia es una ciudad muy
importante para mi familia durante los primeros años de exilio y verdaderamente
nos mostró su divisa: “The City of Brotherly Love” (la ciudad del amor fraterno).
He tenido muchas exposiciones
estimulantes últimamente, como la colectiva “Remanso” (2022) en la ExPapeleria
en la Vía Appia Antica, donde todos los artistas experimentamos con textiles. Hice
un tríptico kinésico con un bastidor que rodeaba otro cuadro al óleo del río
Almone, afluente del Tíber, y fijado en la pared. Bordé la pieza con hilo
blanco sobre un fondo semi-transparente. Narra las historias mitológicas de la
diosa Cibeles, invocada para salvar los romanos de Aníbal. Otra mujer heroica, Claudia
Quinta, rescata del lodo del Tíber el barco con la diosa Cibeles y salva de este
modo al pueblo romano.
Participé a ArtePorto Fuori Confine (2021)
en el antiguo puerto de los Emperadores Trajano y Claudio, en Ostia Antigua, a
10 minutos del aeropuerto Leonardo da Vinci en Roma. Hice una instalación site-specific
al aire libre con aros de hierro bordados sobre tela de mosquiteros colorados. Mi
obra habla del puerto antiguo como núcleo de intercambio cultural, tema muy
actual, especialmente en Fiumicino, ese sitio por donde pasan tantos aviones hacia
todas las partes del mundo.
-
¿Has vuelto a Cuba?
Sí, 54 años después de mi salida. En
2015, por mi propia voluntad. Con mis padres ya fallecidos, empecé un proyecto
de memoria familiar para el que obtuve el premio “Temple University Presidential Humanities and Arts
Award” para volver a Cuba, pintar y hacer investigaciones para mi libro de
memorias. Además, recibí el Edward Carter Award de la
escuela St. Stephen’s, una subvención con un año sabático de investigación. Entonces
decidí ir a Cuba por primera vez. En ese viaje se unieron tres de mis hermanos –
María Josefa (Fefita), Tony, y Teresita. Y como un viaje lleva a otro, estando en
La Habana, conocí a una persona que trabajaba para la embajada italiana que me
propuso volver en 2016, esta vez como artista italiana, para participar en la
XIX Semana de la Cultura Italiana con una exposición titulada “Mi Cuba, la Mia
Italia”. La exposición tuvo lugar en la Casa de la Obra Pía, sita en La Habana
Vieja. Mi hijo mayor, Nuri, que vive en San Sebastián en España, vino para apoyarme
en la exposición y para conocer esa parte de sus raíces.
- ¿Puedes contarnos las impresiones
de ese primer viaje?
Fueron impresiones muy contrastantes. Por
una parte, nada tenía que ver con el país de mis primeros seis años de vida y a
la vez todo estaba como congelado en el tiempo. Los sitios turísticos muy restaurados
y el resto cayéndose a pedazos. La gente tratando de sobrevivir a cualquier precio
y, lo peor, los profesionales trabajando como choferes y en otras cosas por tal
de estar en contacto con los turistas como fuente de ingreso.
En el primer viaje, gracias a Graziella de
Luis Ponce, que llamaban “Gachi”, una importante intérprete de Naciones Unidas y
del Vaticano que trabajaba para la FAO en Roma, y cuyo padre, Luis de Luis era
de una eminente familia cubana (para el que mi padre construyó su residencia en
el reparto Country Club) y su madre yucateca, pude alquilar un penthouse
del Vedado que ocupaba una funcionaria cubana, primera esposa del general
fusilado Arnaldo Ochoa y casada luego con un comandante del Gobierno. Esta
señora vivía como funcionaria de la FAO en Roma, razón por la cual “Gachi”, quien
por cierto falleció en 2019 en un accidente aéreo cuando viajaba a Etiopía, la
conocía.
Por supuesto, yo estaba aterrorizada con
la idea de ir a la isla, y por eso me dije que lo mejor era que me quedara como
“inquilina” de alguien del Gobierno, pues estando esta señora tan vinculada con
el régimen por formar parte de éste, pensé, ilusamente, que no podían tocarla
y, por consiguiente, a mí tampoco. Lo que queda claro es que viajaba con mucho miedo
y desconfianza.
La sensación que tuve quedándome allí,
así como en la casa particular de un médico que alquilé después, en el mismo Vedado,
fue que todos esos nuevos propietarios eran impostores que sabían muy bien que esas
propiedades no les pertenecían. Una sensación bastante desagradable que sentí
también visitando mi propia casa en el Biltmore (ahora Siboney) que ocupan hoy en
día tres familias. Mi casa la dividieron de manera anárquica e, incluso, añadieron
casetas en los jardines traseros para alojar a familiares. Así y todo, pude ver
que las losetas, los detalles de la estantería de la cocina, mi cuarto y un
sinfín de cosas estaban en el mismo lugar que 55 años atrás. Y los nuevos
ocupantes –entre los que estaba una señora que la vivía desde que nosotros
partimos al exilio– me dejaron entrar cuando dije que aquella era mi casa natal
y que la que había construido mi padre. Tuve la impresión que para ellos era
normal que entrara, como si me hubieran estado esperando de toda la vida.
Pude ir a Camagüey, ciudad de mis ancestros
patriotas, los Recio Agüero y, en general, me dio la impresión de que Cuba era
como un gran Mercado de las Pulgas, en donde todos los objetos usurpados que se
venden tienen el olor de la muerte por haber pertenecido a personas que tuvieron
que desprenderse de ellos y que ahora proponen al mejor postor quienes buscan sobrevivir
a toda costa en medio de un gran naufragio. Es la mejor prueba de que otro país
existió un día.
París- Roma, septiembre de 2023
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