De las cenizas renacerá un día una nueva Cuba - entrevista a Eva Slodarz
Entrevisto para Cubanet a la empresaria judía cubanoamericana Eva Slodarz a quien tuve el gusto de conocer recientemente en Miami. Les dejo enlace, entrevista y fotos:
De las cenizas renacerá un día una nueva Cuba / William Navarrete / Cubanet
De las cenizas renacerá un
día una nueva Cuba
El escritor William Navarrete entrevista a la empresaria cubanoamericana de origen judío Eva Slodarz
Para nadie es un secreto que
la pujante economía cubana anterior al triunfo del castrismo convirtió a Cuba en
un país de inmigración, a donde llegaban miles de europeos buscando rehacer sus
vidas en un clima de prosperidad. Entre los muchos que se instalaron en la Isla
se destacó la comunidad judía, tanto sefardí (casi todos provenientes de
Turquía) como askenazí (que los cubanos llamaban “polacos”, aunque no todos
venían de Polonia), una comunidad que poseía en La Habana importantes comercios
mayoristas, fundamentalmente en la calle Muralla, aunque también en otras partes
de capital y pueblos de provincia. Las sinagogas habaneras o el cementerio
judío de Guanabacoa, dan fe de esa vida comunitaria.
Tras la instauración de un
régimen totalitario en el que se abolió prácticamente toda la empresa privada,
los judíos instalados en Cuba, algunos ya nacidos en la Isla, partieron al exilio,
constituyendo principalmente en Miami una importante comunidad que no ha perdido
sus raíces hebreas ni tampoco las cubanas. De esta comunidad han surgido personalidades
como la congresista Ileana Ros-Lehtinen, el senador Alberto Gutman, la
académica Ruth Bear o el secretario de seguridad nacional Alejandro Mayorkas. En
algunas oportunidades en que he asistido a actividades organizadas en Miami por
judíos cubanoamericanos, como en la Sinagoga Beth Samuel, sede de la Cuban
Hebrew Congregation of Miami, fundada en 1961, o también
en el Temple Moses, fundado en 1968 por la Cuban Sephardic Hebrew Congregation,
me ha sorprendido ver la bandera cubana junto a la israelí.
Recientemente, estando yo de
visita en Miami, la colega y amiga Olga Connor, organizó un almuerzo familiar en
Talavera, un restaurante mexicano de Coral Gables, al que invitó a Eva Slodarz,
una amiga cubanoamericana, empresaria retirada y residente de la ciudad desde
la década de 1970. Como siempre me ha interesado la muy diversa composición
étnica de Cuba, le pregunté a Eva por sus orígenes y no tardé en darme cuenta de
que su historia es parte de la fascinante epopeya de la emigración judía y
también de la extraordinaria capacidad que tuvo la Isla para integrar a las emigraciones
de todo tipo antes de la llegada del castrismo.
Ahora que Israel ha sufrido
la más dramática agresión desde la fundación del Estado hebreo, esta vez desde
la Franja de Gaza, la entrevista a Eva Slodarz es un pretexto para evocar la
historia de los grandes éxodos del siglo XX.
- La historia de tus
padres, antes de que llegara a Cuba, resume muy bien la de todo el siglo XX.
¿Pudieras contarnos sobre tus orígenes familiares?
Mi padre, Josef Slodarz,
nació en 1912, en Myszyniec, cerca de Ostrolenka, al noreste Varsovia, en lo que
es hoy Polonia. La pequeña ciudad formaba parte de Mazovia, una región que
formo parte de Prusia, del Ducado de Varsovia bajo la influencia bonapartista,
del Imperio Ruso, estado satélite de los alemanes durante la Primera Guerra
Mundial y, finalmente, núcleo de la Segunda República de Polonia al final de la
guerra de 1914. En Myszyniec la comunidad judía era muy importante y había sobrevivido
a los múltiples cambios geopolíticos. Mis abuelos, por ejemplo, nacieron como
rusos ya que la región había sido incorporada a Rusia, como parte del Zarato de
Polonia entre 1815 y 1916.
Tras los primeros pogromos
antisemitas ocurridos en el Imperio Ruso en 1821, Moscú había definido las
zonas en que los judíos estaban autorizados a vivir. 887 pogromos de gran
magnitud ocurrieron en Rusia antes de 1917, arrojando un total de 60 000
muertos, razón fundamental del increíble éxodo judío incluso antes de la
ascensión de Hitler al poder. Los judíos vivían en lo que se conoce como guetos,
distritos urbanos cerrados que se crearon a partir de 1516, siendo el de Venecia
el primero de su tipo. Esta medida segregacionista se extendió por toda Europa.
Mazovia no era una excepción. El aislamiento tenía como consecuencia que muchos
judíos de la zona ni siquiera hablaban polaco, sino yiddish. Mi padre, como
todos los de su pueblo, asistió a la yachiva o centro de estudios de la
Tora y el Talmud, pues estudió para ser rabino.
Mi madre, Sima Tetelbaum,
nacida en el mismo año que mi padre, quedó huérfana de joven, razón por la
cual, además de asistir a la yachiva para aprender el yiddish, tenía que
cuidar a sus 7 hermanitos. La comida escaseaba y la papa era la base de la
alimentación, al punto que de pelar tanta papa durante su infancia y adolescencia
nunca más quiso probar ese tubérculo cuando logró atravesar el océano
Atlántico.
Documento oficial de Josef Slodarz, padre de la entrevistada, Departamento de Immigración de Cuba
- ¿Cómo aparece Cuba en el destino de tus padres?Unos de los primeros judíos de Myszyniec que emigró a Cuba fue David Peison, quien
llegó a la isla caribeña en 1932. Lo hizo porque había menos requerimientos que
para instalarse en Estados Unidos. David estuvo enamorado siempre de Shayma
(Linda, en hebreo), la mayor de mis tías maternas, y una vez en Cuba le
escribió a mi abuelo materno diciéndole que había fundado en Rodas, una localidad
del centro de la isla, una pequeña fábrica de zapatos. Le pedía la autorización
para casarse con mi tía y le enviaba el pasaje para el viaje. Y así hicieron.
Para 1933 mi padre y mi madre
–que se conocían desde los 13 años– se habían casado en Polonia. Las cosas
pintaban mal y ya se respiraba el aire viciado del nazismo con el auge del
nacionalsocialismo alemán. Mi abuelo, previendo el futuro, le sugirió a mi padre
que se fuera a Cuba con su cuñado David. Este aceptó, pero solo tenía el dinero
para pagar el viaje de mi padre sin su esposa. Así llego Josef a Rodas en 1937
y un año después trajo a su esposa Sima.
- ¿Pudieron
entrar a Cuba sin trabas?
Nada ha sido
nunca históricamente fácil para los judíos. Mi
madre salió de Polonia hacia España para viajar en el vapor Orduña (el
mismo que mi padre) hacia la isla. Las travesías eran inciertas, el barco iba repleto
de judíos y quien enfermara o muriera a bordo lo echaban al mar para que no
contaminara a los otros. El barco entró en el puerto de La Habana, pero en esa
época el gobierno de Laredo Bru, simpatizante del falangismo español, les negó
la entrada a los judíos. La historia, más conocida, del barco San Luis, no
es la única de este tipo, y ni siquiera la primera. Como mi padre era muy
carismático se las ingenió para comunicarse con la persona adecuada y de ese
modo obtuvo en mayo de 1938 el permiso para que mi madre desembarcara. Así fue
como pudieron finalmente reunirse y comenzar su vida en Rodas.
- ¿A qué se dedicaron una vez en Cuba y
cuando y en qué circunstancias naciste tú?
Yo nací en la Clínica Española de Cienfuegos en 1940 y mi hermano en 1944. Al
principio de su llegada a Cuba mi padre había conocido a otros judíos que
tenían una tienda de ropa en Santa Isabel de las Lajas, otro pueblo cienfueguero,
y éstos le propusieron que se hiciera cargo del negocio. Mi padre era un hombre
de múltiples facetas pues cantaba, tocaba el clarinete, había sido actor del Teatro
Polaco y, en cuanto tuvo un poco de dinero, se le ocurrió comprar el único cine
que existía en Santa Isabel de las Lajas y que, en ese momento, estaba en venta.
Al final, mi padre llegó a tener
un circuito de unos 8 cines en diferentes pueblos como Palmira, San Fernando de
Camarones, Cumanayagua, Santa Isabel de las Lajas, e incluso el cine Patria en
La Habana. Como tenía muy buen olfato para los negocios contrataba a artistas
célebres de radio, cine y televisión para que actuaran en sus cines. Así trajo
a Las Mulatas de Fuego, al Dúo de Olga y Tony y a muchísimos más a aquellos pueblos
cienfuegueros.
Por cierto, al de Palmira lo
llamó Eva, por mi nombre y todavía existe, se llama así y tengo una anécdota que
contaré después.
- ¿Dónde cursas tus
primeros estudios y qué recuerdos tienes de esa época?
Desde los cuatro años, es decir 1944, estudié la primaria en una escuela de
monjas de Santa Isabel de las Lajas. Luce extraño, pero ni había escuelas
judías, por una parte, y por otra, mi padre se había alejado de su religión muy
desencantado de las atrocidades que había tenido que soportar el pueblo judío. Había
perdido su fe. Así que aprendí también a rezar el Padre Nuestro y el Ave María,
y como todos los cubanos crecí como producto de una mezcla de religiones y
costumbres. Figúrate que a mi padre le encantaban las masas de puerco fritas a
la cubana y cuando descubrió la langosta y los enchilados de camarones les parecieron
un manjar de los dioses.
Luego nos mudamos para la
ciudad de Cienfuegos, pero efectué varios viajes a Estados Unidos pues mis tíos
David y Shayna se habían mudado para Racine, en Wisconsin en 1947, en donde
vivían hermanos de mi abuelo materno. Incluso, cursé estudios en Nueva York, a
donde mi padre me envió entre 1953 y 1955 a estudiar a la Juilliard School of
Music y en donde tuve como profesor de piano al cubano, nacido en Caibarién,
Santos Ojeda. En el colegio, Ojeda había sido alumno de Josef y Rosina Lhevinne,
pianistas judíos rusos que habían emigrado a Nueva York en 1919.
Poco después me encontraba en
La Habana, terminando mi bachillerato en el Instituto Edison en 1956.
- ¿Dónde te
encontrabas cuando triunfa la revolución en 1959 y qué hacías en ese momento?
Yo estaba en ese momento en
Nueva York. En 1959 me casé y entonces volví a Cuba a pasar mi luna de miel en
junio de ese mismo año. Cuando llegué me sobrecogió la situación política del
país y me costaba trabajo creer lo que estaba pasando. El cambio era brutal.
Donde quiera comparaban a Fidel con Cristo. El fanatismo era absoluto. Por otro
lado, las colas eran ya interminables y justamente tuve que hacer una para poder
renovar mi visa americana. No olvido la envidia de la gente que hacía conmigo
aquella cola y la manera en que aprobaban las confiscaciones iniciales de las
grandes propiedades. Fidel Castro supo capitalizar la envidia de la gente y ponerlos
a unos contra otros. En ese verano de 1959 que pasé en Cuba tuve la impresión de
que el 90% del pueblo estaba a favor de Castro. Tanto fanatismo me provocó
pánico y no tardé en regresar a Nueva York.
- ¿Y tu familia?
Mi madre y mi hermano
lograron salir en 1960. Mi padre se quedó un tiempo más porque todavía el gobierno
no le había robado los cines. Cuando ocurrió lo de bahía de Cochinos en 1961 a
mi padre lo retuvieron en uno de sus cines en Cienfuegos. Mi padre había conservado
en sus papeles el apellido Wishinski (Wyszynska, en versión polaca) de su madre
y eso lo salvó. Pues cuando el miliciano encargado de controlar a los detenidos
vio aquel apellido le pregunto si él era familia del ministro soviético así apellidado
y él, siempre vivo y alerta, mintió diciéndole que sí. Entonces el miliciano le
dijo: “Usted queda libre”. En junio de 1961 ya estaba en Nueva York con mi hermano
y mi madre.
- ¿Cómo se
desarrolló tu vida fuera de Cuba y la de tus padres en su segundo exilio?
Primero viví en Nueva York, donde empecé a trabajar en el negocio de Gustavo
López, un cubano de Santiago de Cuba que había salido de Cuba mucho antes junto
con Desi Arnaz. Su compañía de Import/Export estaba en el sur de Manhattan y desde
mi oficina podía ver la estatua de la Libertad.
De allí nos mudamos, mi esposo
y yo, para Puerto Rico, en 1963. Yo estaba embarazada y era muy difícil tener
un bebé en Nueva York y trabajar a la vez. Por eso mis dos hijos nacieron en
San Juan de Puerto Rico. La Isla del Encanto, como le llaman, apareció en nuestras
vidas porque alguien le dijo a mi padre que era un sitio virgen y propicio para
los negocios. Al principio él quiso rehacer su circuito de cines en la Isla y se
asoció con la persona que más salas tenía. Pero al poco tiempo entró también en
el negocio de importaciones cuando todavía las cosas no se traían de China. Fue
uno de los primeros judíos venidos de Cuba que se estableció en Puerto Rico y
allí murió en 1984, razón por la cual, al cabo del tiempo, mi madre fue vendiendo
los negocios y se instaló en Miami en 1988 donde yo vivía ya.
Cuando llegué a Puerto Rico
trabajé al principio para el negocio de mi padre y cuando empezó a irle mejor me
ayudó a fundar mi propia compañía: Eva Import, en la avenida Ponce de León, de
Santurce. El negocio prosperó muchísimo. A mi hijo menor lo envié a la escuela
Montessori y un día, camino de las clases, vio una escuela militar con sus cadetes
y estudiantes uniformados y me dijo que eso era lo que él quería hacer. Entre
1967 y 1969 estudió entonces en una Academia militar que dirigía un cubano, el coronel
Ramón Barquín quien al reunirse conmigo y enterarse de nuestra historia familia
me dijo algo que nunca olvidé: “Eva, nosotros los cubanos somos los judíos del
Caribe, porque como los judíos hemos tenido siempre la fuerza de recomenzar y levantarnos,
como mismo hizo tu padre con más de 50 años”. ¡Y tenía razón!
- ¿Cuándo llegas a
Miami y en qué te desempeñas?
A Miami llegué en 1974 y empecé
a trabajar en Import/Export, lo mismo que había hecho antes, en la parte
administrativa. Como tenía mucha experiencia en el tema y en el manejo de las
documentaciones necesarias para esta actividad terminé como vicepresidenta de
una compañía que se dedicaba a vender plantas para la recuperación de las gomas
en países de América Latina. Allí estuve hasta que me casé con mi segundo esposo
y me convertí en Eva Fox.
- Me imagino que has
hecho algunos viajes a tus raíces. ¿Me equivoco?
Para nada. El primero de ellos
fue con mis padres a la Unión Soviética donde vivían dos hermanos de él que se
habían quedado a Polonia y que habían tenido que emigrar a Rusia cuando parecía
inminente la invasión de la Alemania Nazi al país. Salieron caminando hacia la
Unión Soviética porque no estaba aliada con Hitler y en una caja de zapatos echaron
las únicas pertenencias que tenían. Caminaron durante dos meses hasta que llegaron
a Ekaterimburgo, la ciudad en donde habían asesinado a los miembros de la
familia imperial rusa. Allí, en los Urales, los acogieron, les dieron carrera y
trabajo e hicieron sus vidas y fundaron familia. Moisés, uno de ellos, llegó a
ser ingeniero eléctrico y hasta llego a inventar cosas importantes en esa
disciplina.
Nosotros viajamos a la Unión
Soviética en 1970, con pasaporte norteamericano y con un guía que nos acompañó
durante toda la estancia. Solo podíamos ir a los lugares bajo control. Viajamos
primero a Kiev y ellos pidieron un permiso para que nos encontráramos todos después
en Moscú. Por supuesto, a ellos no los dejaron subir a la habitación en que
nosotros nos alojábamos. Y la comunicación se hizo en yiddish, la única lengua
común que hablábamos todos. Luego, cuando fuimos a la antigua Leningrado (hoy
San Petersburgo), autorizaron a las esposas de ellos y a sus hijos que ni siquiera
mi padre conocía, para que vinieran a nuestro encuentro.
También estuve e Polonia en
2015 y fui a Myszyniec. Visité el Ayuntamiento y solo encontré en los registros
a una hermana de David Peison, mi tío político. De los judíos allí no quedó
nada, ni siquiera las tumbas. Los nazis lo quemaron y destruyeron todo cuando se
vieron perdidos. Daba la impresión que ningún judío había vivido en lo que fue
una enorme comunidad hasta 1940.
- ¿Y Cuba en todo
esto?
¡Ay, Cuba! En 2011 regresé
por primera y única vez después de 1959. Mi ilusión era quedarme en el hotel
Nacional que desde niña lo consideraba como el mejor de La Habana. Mi decepción
fue grande. Todo estaba vetusto y mal atendido. La ciudad tenía más partes destruidas
que arregladas, pero así todo tuve la impresión de que todo el mundo bailaba en
todas partes como si la estuviesen pasando bien, cosa que, de toda evidencia, era
imposible.
Tuve una conversación con un
taxista que me dijo que en Cuba tenían la mejor medicina del mundo y que en Estados
Unidos si no pagabas no te hospitalizaban. Por supuesto, lo desmentí y expliqué
que todo eso era la propaganda de un régimen obsoleto.
Viajé con una amiga a Cienfuegos
y desde allí, en taxi hasta Palmira. Cuando le conté al taxista lo del cine con
mi nombre me dijo: “Señora no espere que el cine se siga llamando igual”. Cual
no fue mi sorpresa al parquearnos enfrente y descubrir que el nombre seguía siendo
el mío: “Eva”.
En los escalones del cine
había dos ancianos sentados y al ver a mi amiga sacarme tantas fotos en ese
sitio en el que nadie debía haber posado nunca le comentaron al taxista lo extrañado
que estaban y éste les dijo que el cine se llamaba así porque había pertenecido
a mi padre. Entonces sucedió lo impensable porque los dos viejitos vinieron
hasta mí y me dijeron que se acordaban de cuando yo tenía 11 años y hasta me preguntaron
por mis padres y por mi hermano. La impresión que provocó aquel encuentro
fortuito no la podré olvidar jamás.
Cuba, finalmente, es un desastre
absoluto. Hace poco se derrumbó otro edificio de La Habana. Lo vi en la
televisión y lo que puedo decir es que esa es la imagen que explica todo lo relativo
al país: un derrumbe total, una ruina. Creo que, al final, de todas esas cenizas,
renacerá un día una nueva Cuba.
París/Miami, noviembre 2023
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