Entrevista a Sylvia Iriondo / William Navarrete / Cubanet

Entrevisto para Cubanet a Silvia Iriondo, exitosa y valiente exiliada cubana a quien siempre he admirado. Un lujo poder compartir etapa de su vida que ni yo mismo conocía, a través de esta entrevista. Se las copio y también les dejo el enlace a la web del periódico digital.

Cuando salí de Cuba, mi país salió conmigo / entrevista a Sylvia Iriondo / William Navarrete

MAR por Cuba manifestando durante la Primavera Negra de 2003 frente a la embajada cubana en Paris

“Cuando salí de Cuba, mi país salió conmigo”

(El escritor William Navarrete entrevista a la activista y empresaria cubanoamericana Sylvia G. Iriondo)

Es una de las voces más sólidas del exilio cubano. Incansable luchadora contra el régimen dictatorial cubano y en favor de la democracia y los derechos humanos en la isla, siempre se le ha visto, digna e impecable, a lo largo de todos estos años prestando su voz contra los desmanes del totalitarismo. Y lo ha hecho con sobria elegancia, perfecta locución tanto en inglés como en español, y con mucha firmeza y claridad en cada frase.

Se trata de Sylvia Iriondo, nacida Goudie Medina, en La Habana, un 26 de enero de 1945, quien llegó al exilio de Miami hace ya 63 años. Nunca ha vuelto a Cuba porque “la razón por la que me fui está aún vigente”. Y añade como si fuera una broma, pero me consta que es muy capaz si pudiese hacerlo: “a menos que lo haga en acto de desobediencia civil o para ver izar mi bandera libre, independiente y soberana en el suelo cubano”.

Nos conocimos hace ya más de dos décadas, en alguna de las presentaciones de MAR por Cuba en Miami o en otra de las tantas que a principios de este siglo realicé o realizó ella en la ciudad. La acompañé, así como a muchas integrantes de la Organización cuando viajaron a París durante la ola represiva que desató el régimen cubano contra 75 periodistas independientes en 2003, la llamada “Primavera Negra”. Estuvimos en la Asamblea Nacional Francesa un 13 de abril de 2004 junto a muchos diputados franceses que aceptaron apadrinar a prisioneros políticos cubanos y también en el Centre d’Accueil de la Presse Etrangère (CAPE), en esta misma ciudad. Un año después, lo repetimos en la Maison de l’Amérique Latine de la capital francesa junto a Reporteros Sin Fronteras, en abril de 2005. Y en 2006 me encontraba junto a ella en el Country Club de Coral Gables cuando MAR por Cuba lanzó la campaña “Yo no”. Bastaba que supiera que había llegado a Miami para que me invitara, siempre cordial y solidaria, al desayuno mensual de MAR en el hotel Colonnade de Coral Gables o en la casa de alguna de las activistas del grupo o en los predios del Big 5 Club.

Desde entonces, aunque nunca nos hemos perdido de vista y siempre hemos estado al tanto el uno del otro, le debía esta entrevista que tal vez por sentirla siempre muy cercana nunca le había hecho. Sylvia es alguien que rehúye los homenajes y a quien le debemos los más grandes. Lo digo sin adulaciones porque no es estilo ni necesidad de ninguno de los dos.

Vive siempre activa, por Cuba y su familia. Madre de cuatro hijos, abuela de nueve y bisabuela de siete ha formado, más allá de la gran familia de MAR, su propio hogar como lo fue aquel de seis hermanos que fundaron sus padres en La Habana cuando se casaron un 18 de diciembre de 1943 y que supieron reconstruir con el mismo éxito desde los primeros años del exilio.

- Con todos los entrevistados de esta serie comienzo siempre evocando a sus padres y abuelos porque fueron ellos y nuestros abuelos quienes echaron a andar la República y a nosotros mismos. ¿Puedes contarnos acerca de tus orígenes?

Por parte de mi padre, Cecil Goudie de Monteverde, toda la línea Goudie, era de origen escocés. El primero en establecerse en La Habana fue John Goudie Dick quien se casó en la capital cubana, en 1866, con Alice Margaret Crawford Jacobsen, mitad danesa y mitad escocesa. Tuvieron, entre otros, a Arturo, mi abuelo, que se casó en Matanzas, en 1907, con quien será después mi abuela paterna, Luz de los Ángeles de Monteverde Tió. Mi abuela Luz era la hija de un hombre excepcional, Federico Monteverde de Sedano, que fue general, gobernador de Canarias, doctor en Filosofía y Letras, abogado, arquitecto, agrimensor, perito químico y acreedor de órdenes como la de San Hermenegildo, la de Carlos III, la de Comendador de Alfonso XII, de la Legión de Honor de Francia, entre otras condecoraciones más.

Diario de la Marina, Cuba. Sylvia Iriondo junto a su madre y sus hermanos Eileen, Annie Laurie en brazos y Cecil Arturo, 1956

Mi madre, Sylvia Medina Ruiz de Porras, era cubana al igual que sus padres. Mi abuelo materno fue Antonio Medina y mi abuela Eleonor Ruiz de Porras. Esta era asidua y benefactora de la Sociedad Infantil de Bellas Artes, de modo que desde niña educó a mi madre en un ambiente artístico. Por eso inauguró en 1949 su propio estudio de ballet, en el Vedado, junto a Magali Acosta, y lo llamaron Sylvia M. Goudie Studio. Allí se daban clases de ballet clásico, de baile español, de gimnasia rítmica, entre otras disciplinas de la danza. Como mi abuela también era pianista las acompañaba durante sus clases, pues en aquel entonces las clases de ballet se impartían tocando el piano.

Sylvia M. Goudie, madre de Sylvia Iriondo dirigiendo su programa de televisión para CMQ- La Habana, 1956

Mi padre trabajaba para la compañía de concreto Caribe SA y luego fue administrador de la planta Central de Mezclas, fábricas de hormigón premezclado, propiedad de su hermano, Manuel Federico Goudie de Monteverde “Freddy”. Había sido cadete de la escuela del Mariel, y un gran jugador de futbol americano, del que era entrenador de equipos aficionados del Vedado Tennis Club. Ya casi nadie recuerda que en Cuba se jugaba este deporte en el estadio de La Tropical entre equipos de la Universidad de La Habana, el Club Atlético de Cuba y equipos de clubes y colegios de la Isla, como el Miramar Yacht Club, el Club de Profesionales de Cuba, el Havana Military Academy y otros. Mi padre era un gran deportista y como pertenecíamos al Vedado Tennis Club participábamos en todas las actividades deportivas de la época. En mi caso practicaba natación en el Vedado Tennis Club, incluso a nivel de competencias.

Cecil Goudie junto a José Portela y Raul Lopez, dos jugadores del team de futbol americano del Vedado Tennis Club, La Habana 1956

- O sea que creciste entre dos universos muy diferentes…

En efecto, crecí entre las clases de ballet que impartía mi madre, cuyo último estudio estuvo en la calle 11 y F del Vedado, al lado del internado del colegio Baldor, y las aficiones futbolísticas y deportivas en general de mi padre. Tal vez por eso hoy en día soy una gran aficionada de este deporte, del que aprendí de niña todas las estrategias y reglas. Recuerdo también, por ejemplo, cuando mi padre me llevó en su auto “pisicorre”, con mi hermana Eileen y mis amigas, a ver la competencia de regatas de cuatro a la bahía de Cienfuegos, sin saber que eran las últimas que tendrían lugar en Cuba.

Por otra parte, una vez al año, el estudio de mi madre organizaba una gala de recital en el Teatro América, en la calle Galiano. La orquesta que acompañaba todo el recital era la del maestro Rodrigo Prats y mi abuela Eleonor, a quien llamaba “Ita”, tocaba el piano hasta su muerte en 1955.

Los veranos los pasábamos en Varadero, en la casa de Olguita Carrillo Silva, hija de Edgard Carrillo Angulo y Olga Silva Giquel, el reparto Silva que quedaba al lado del Kawama Beach Club que fuera originalmente propiedad de Eugenio Silva Alfonso, el abuelo de Olguita, quien era propietario de terrenos en esa playa y promotor inmobiliario. Allí nos reuníamos muchos de los “pepillos” de nuestro grupo para pasar las vacaciones. Voy a enviarte una foto inédita de nuestro grupo de amigas delante del bohío que tenían allí mismo, en los jardines de la casa. Y las voy a mencionar a todas porque esa memoria de Cuba se está perdiendo y da la impresión de que nunca existió otra cosa que el desamparo de hoy.

Casa de los Carrillo, Varadero, 1958. Olguita Carrillo delante, María Fernanda Ortiz, Sylvia Iriondo, Sarah Maymir, María Elena Baradat, María Cristina Guastella, Johnny de la Cruz, Carlos Fdez Freyre, Arturo Finlay

- ¿Dónde te educaste? ¿Qué recuerdos tienes de tu escolaridad?

El preescolar o kínder lo cursé en una escuela en Alturas de Almendares pues allí, en ese barrio, nací ya que mis padres al casarse vivieron primero en una casa en la calle 12 esquina 4ta de ese reparto. Luego nos mudamos para el Vedado, primero a la calle 19 entre 6 y 8, justo frente al Colegio Columbus, que fue donde cursé todos mis estudios hasta mi salida de Cuba, y después, hasta 1956, a la calle N, en el Vedado.

Estudié en Columbus School, uno de los grandes colegios habaneros. Todas las clases, excepto las de Gramática y Español, se impartían en inglés. El nivel en este idioma era tan bueno que cuando llegué al exilio no necesité aprenderlo pues ya traía los conocimientos de Cuba. El colegio tenía tres edificios: el de enseñanza primaria, el de secretariado y el de bachillerato. Mi propia abuela Eleonor era profesora de piano allí. Con la llegada del castrismo mis estudios quedaron interrumpidos de modo que sólo pude llegar hasta el tercer año de secretariado. Siempre digo que yo me gradué de “la escuela de la vida” porque cuando llegué al exilio no fue para estudiar ni recrearme, sino para trabajar mucho y ayudar a mis padres con sólo 15 años.

Boda de Cecil Goudie y Sylvia Medina, La Habana, 18 de diciembre de 1943

- Pero tu español, tanto en la dicción como el vocabulario es perfecto para alguien que salió de Cuba sin haber llegado a la adultez…

No me mofo de esto, pero lo que sí puedo decir es que todo mi español se lo debo a una excelentísima profesora llamada Ena Mouriño. Recuerdo que ya en el exilio y trabajando en el Comité de Rescate Internacional (CRI o IRC por sus siglas), muy al principio, José Elías de la Torriente necesitaba dictar una carta en taquigrafía y yo me brindé para ayudarlo. Cuando se la di para que la leyera me di cuenta por la cara que puso de que estaba sorprendido porque no encontró en ella ni una sola falta de ortografía.

- ¿Cómo fueron tus últimos años en Cuba y en qué condiciones se produjo tu salida de la Isla?

Cuando irrumpió el castrismo en la vida de la nación cubana nosotros vivíamos desde hacia unos años en Miramar, en una casa que mis padres habían construido en 7ma B entre 66 y 70, frente a la casa del contratista Alberto Vadía Mena y en la misma cuadra en donde estaba la Quinta Estación de Policía.

Mi padre y mi tío Johnny habían pertenecido al cuerpo militar y papi comenzó a conspirar contra el gobierno castrista desde el primer día en que se hicieron con el poder. Al parecer su nombre fue mencionado por la radio de onda corta como enemigo del régimen, de modo que su vida comenzaba a peligrar. Un día nos reunieron a todos los hermanos en la sala de casa y nos dijeron que mi padre saldría del país con mi hermano Cecil Arturo que tenía 10 años. Ambos se fueron para Miami en junio de 1960. Cuatro meses después, el 8 de octubre, nos sacaron a mis hermanas Eileen y Annie Laurie y a mí. Mi madre y mis hermanos Jorge y Eleanor nos siguieron una semana después, el 15 de ese mismo mes.

El momento de la salida de Cuba lo tengo muy grabado en la memoria. Annie Laurie, que era la más pequeña de las tres, se despedía de nuestra casa besando todas las paredes y caminó todo el trayecto hasta la escalerilla del avión agarrándose de mi falda para sentirse protegida. Ya dentro del avión mirábamos por la ventanilla el paisaje antes de despegar con la inconsciencia que nos daba la juventud. En mi caso me alegraba de volver a Estados Unidos en donde había estado anteriormente en unas competencias de natación por el Vedado Tennis Club en Fort Lauderdale y Atlanta. Cuando el avión despegó sentí como si me encogiera el pecho. Ahora, 63 años después de aquel momento puedo decir que fue una premonición.

Fiesta del Teen Age del Country Club, 1958. Sarita Maymir, María Fernanda Ortiz, Sylvia Iriondo, Tessie Vailant. Grupo del zapateo cubano.

- ¿Cómo retoman sus vidas una vez en Miami?

Lo primero que debo decir es que nosotros salimos de Cuba creyendo que era de manera provisional. No era una “despedida” sino un “hasta pronto”. En esas condiciones, era lógico que no pensáramos en otra cosa que en el regreso y, en mi caso, no pensé en la posibilidad retomar mis estudios.

En realidad, yo nunca me fui de Cuba, sino que Cuba salió conmigo. Nunca regresé porque no necesito regresar a un sitio en que se ha violado impunemente el más mínimo derecho fundamental de todos los ciudadanos. Recuerdo perfectamente cada rincón, cada mueble, cada escalón que subía a diario de mi casa y los sitios en donde pasé mi infancia y parte de mi adolescencia. No he olvidado nada, recorro mentalmente las calles y veo como si fuera ayer cada una de las vivencias de mi Cuba de ayer.

Al llegar a Miami, siendo la mayor de los seis hermanos y hermanas, mi objetivo fue ayudar a mis padres a mantener el hogar. De modo que, apenas llegada, me puse a trabajar gracias a Antonieta Font de Gorrín, quien fuera muy amiga de infancia de mi madre y mi profesora de literatura e inglés en el Columbus School. Ella me recomendó ante el Comité de Rescate Internacional (CRI/IRC). La agencia, que fue la primera que abrió en Miami para ayudar a miles y miles de refugiados políticos cubanos que llegaban al exilio, funcionaba en una oficina donada por William Pawley, un americano notable que había vivido en Cuba en la década de 1920. Esa primera oficina se encontraba en Biscayne Boulevard, frente al sitio en que años después se fundó Los Violines, el primer cabaret propiamente cubano en el exilio. En el CRI/IRC empecé a trabajar como voluntaria a medio tiempo ganando 30 dólares a la semana con gente valiosísima del exilio como la misma Antonieta, Sergio Agüero, Salomé Casanova, Cusa Lecours, Albert K. Trout Jr., Rosie Fontova, Mary Lilliam Cancio, Margarita Menocal, por solo mencionar a algunos.

Mi padre, al igual que mi tío “Freddy” Arturo Goudie, en cuanto llegaron a Miami empezaron a trabajar en favor de la libertad de Cuba. Junto a mi primo José Cancio, a mi novio Miguelito Suárez Simpson (con quien me casé poco después, en 1962 y con quien tuve tres hijas), a Raimundo Menocal, Polito Aguilera, Calixto García Vélez, Santiaguito Álvarez, Felipe Villaraus y otros mucho, creó el GTC (Grupo Transporte y Comando) para realizar infiltraciones y exfiltraciones en y desde la isla. Mi padre era jefe de operaciones del grupo y capitán de uno de los barcos del GTC que se llamaba El Barbero. Con esto quiero decir que, desde mis 15 años, tras mi llegada a Miami, estuve involucrada junto a toda la familia en los esfuerzos por liberar a mi país de las garras del comunismo. ¡En casa a veces éramos hasta 18 personas y con un solo baño! El espíritu de solidaridad y de unión en aquellos primeros tiempos del exilio son inolvidables. Nos ayudábamos unos a otros sin miramientos y mucho aprendí de mis propios compatriotas. Nuestros padres nos enseñaron a querer a nuestro país de nacimiento y al país que nos permitió vivir en libertad y criar a nuestros hijos.

Sylvia con Beatriz Iriondo Larosa y sus hijos Andrés Iriondo Goudie, Mayte Suárez de Norona, Syel Suárez y Annie Suárez de del Valle

- ¿En qué momento te das cuenta de que la estancia en Miami puede prolongarse indefinidamente? ¿Qué decides entonces?

Aquellos esfuerzos hubieran dado resultado si no hubiéramos sido traicionados como pueblo y como exilio por el gobierno de John F. Kennedy. Luego vino la crisis de octubre de 1962 y en ese momento, tras los acuerdos ruso-americanos, nos dimos cuenta de que el regreso a Cuba no era inminente.

Un año después de estar en el CRI/IRC salí de él para que mi madre pudiera entrar. Ella trabajó en este Comité durante 30 años, además de ocuparse del Studio de bailes que había vuelto a fundar en el exilio. Recuerdo que a través del Sylvia Goudie Studio se realizaban recitales benéficos en el Miami Children’s Hospital, el Miami Heart Institut o el Cuban Refugee Emergency Center e, incluso, se organizó un espectáculo en el Miami Dade County Auditórium titulado “Cuba llora, canta y baila” para ayudar a recaudar fondos para liberar a los prisioneros de bahía de Cochinos.

Yo comencé a trabajar en 1962 en el Centro de Emergencia para los Refugiados en el programa de asistencia el Estado de La Florida, que comenzó en un sótano frente a un parque del North West antes de que pasara a otros locales y, finalmente encontrara su sitio en la icónica Torre de la Libertad, por donde pasaron miles de compatriotas. Me ocupaba del departamento de registros, que era en donde se preparaban los expedientes de quienes llegaban al exilio. Confrontada a tantos casos y con historias y testimonios tan duros como disímiles me fui sensibilizando y curtiendo. Recuerdo perfectamente cómo volvían a vernos tiempo o escribían tiempo después de haber recibido la ayuda económica que se les había dado como refugiados muchos de los que por allí pasaron. Venían con un cheque o lo enviaban por correo por la misma cantidad de dinero que se les ofreció para devolvérnosla una vez que habían conseguido encaminarse y prosperar. Esos ejemplos de decencia y de civismo de mis compatriotas en aquel tiempo nunca se me olvidarán. Allí trabajé hasta 1963 o 1964, y empecé luego a hacerlo en lo que se planificaba como una Feria Internacional que se llamaría Interama, donde exactamente hasta el día antes de dar a luz a mi segunda hija en 1966.

A principios o medidos de los 60, también abrimos en Westchester una sucursal del Studio Sylvia M. Goudie, dirigió por mí y Olga Mari Zuazo que había sido alumna del Studio en Cuba, con el objetivo de dar apoyo emocional a las niñas que llegaban de Cuba para que reanudaran, en la medida de lo posible, las actividades que solían realizar en la isla. Llegué a tener hasta 100 alumnas y mantuve el estudio hasta 1973. Todavía hoy en día me topo en la calle con algunas de ellas, “mis niñas”, ya convertidas en mujeres maduras, y cuando me reconocen salen corriendo para abrazarme.

En 1972 estudié bienes raíces y empecé a trabajar como corredora, al inicio para otras personas, antes de fundar mi propia oficina. Uno de los primeros trabajos que tuve en este ámbito fue para un conjunto de edificios en la 9 Terrace del SW la 33 y la 36 del SW que una firma americana donde trabajaba mi primo Johnnie Goudie convirtió en condominios para la venta, y que los cubanos llamaron jocosamente “Pastorita” (por el nombre de aquella señora que repartía en La Habana las casas y apartamentos que se robó el gobierno castrista), pero que en realidad nada tenían que ver los edificios de Coral Garden administrados por Edgard Carrillo, el padre de mi amiga, hasta su conversión en condominio, y en donde vivimos muchos en nuestros primeros tiempos del exilio.

A mediados de la década de 1970 fundé mi propia oficina en Coral Way, Iriondo, Prats & Associates, junto a mi amiga y asociada Georgina “Yoyi” Shelton, estableciendo una sucursal en Key Biscayne, que después pasaría a ser Iriondo-Ecker & Associates, hasta que me uní a Elia Tarafa en 1990 y fundamos mi última oficina de bienes raíces, Tarafa & Iriondo Corporation, en Key Biscayne, que mantuve hasta el 2007 cuando enfermó mi esposo Andrés y decidimos las dos incorporarnos a una prestigiosa oficina de bienes raíces, EWM Realty, ahora BHHS EWM Realtors, también en Key Biscayne, donde trabajo y me desempeño como corredora asociada .

Nunca me alejé de a labor comunitaria. Entre 1981 y 1994 fui miembro de la junta directiva de numerosas asociaciones caritativas de la comunidad. Hasta que paré todo para fundar MAR por Cuba.

- ¡Justamente! Cuando nos conocimos ya habías fundado MAR por Cuba, junto a un grupo de mujeres, una organización que se financia, si no me equivoco, con el aporte personal de sus directoras y miembros y las contribuciones de personas que apoyan la labor de la organización en aras de la libertad de Cuba. ¿Como surgió y cuál ha sido su objetivo desde entonces?

Fue en 1994 cuando un grupo de valerosas mujeres cubanas decidimos unir nuestros esfuerzos y fundar MAR por Cuba (Madres y Mujeres Anti-Represión). Ese año ocurrieron tres acontecimientos que fueron el detonante que nos impulsó a crearla. El primero fue una conferencia en La Habana llamada “La nación y la emigración” que pretendía dar borrón y cuenta nueva a los crímenes de Fidel Castro con la anuencia de antiguos exiliados que viajaban a Cuba como “emigrantes”, para participar en ese encuentro con el dictador y ‘darle abrazos y las gracias por todo lo que había hecho por Cuba’ como si nunca hubiera pasado nada. El segundo fue el hundimiento y la masacre de cubanos refugiados, incluso de niños, que viajaron en el remolcador 13 de marzo el 13 de julio de 1994. Y el tercero, la política de Clinton cuando decidió considerar a los cubanos, no como refugiados políticos, sino como emigrantes, sin que nada hubiese cambiado en la isla.

Estos tres hechos nos indignaron tanto que nos dijimos que ya había que ponerle freno a la falta de respeto hacia miles y miles de compatriotas que habían sufrido la opresión, la humillación y el abuso por parte del castrismo. Decidimos juntarnos pensando en todos los que, como mis padres, fallecieron sin poder regresar nunca a una Cuba democrática.

Sylvia y su esposo Andrés Iriondo, 2001

- MAR por Cuba ha llevado a cabo numerosas campañas y desplegado una intensa actividad a lo largo de estos años. ¿Nos puedes hablar de esto?

MAR por Cuba está constituida por mujeres comprometidas con la libertad de Cuba y sus prioridades, desde que se fundó, han sido la defensa de los derechos humanos y libertades fundamentales del pueblo cubano, el apoyo a la resistencia interna, el respaldo a los prisioneros políticos y a sus familiares, así como fomentar medidas y sanciones contra el régimen dictatorial. Hemos participado en numerosos foros internacionales recabando solidaridad con la oposición y nos hemos reunido con jefes de Estado y cancilleres de todo el mundo, representantes de la Unión y el Parlamento Europeos, miembros de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, diputados de la Asamblea Nacional Francesa, participado en conferencias de la OEA y asistido a cumbres para exponer la realidad cubana. Durante años auspiciamos el Foro Paralelo de Derechos Humanos en el hotel Presidente Wilson de Ginebra durante las sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y hemos participado en numerosas iniciativas conjuntas con otras organizaciones del exilio como Plantados hasta la Libertad, Directorio Democrático Cubano y muchas más. Hemos denunciado las violaciones de derechos humano y levantado nuestras voces a favor del pueblo cubano en cuanta tribuna y espacio hemos podido. La organización tiene una junta directiva en Miami y un capítulo en Puerto Rico. Los miembros nos vestimos de negro durante nuestras actividades en señal de luto por todos los sufrimientos del pueblo cubano. Somos miembros fundadores y del Secretariado de la Asamblea de la Resistencia Cubana (ARC), una coalición de organizaciones en la Isla y en el exilio que aunamos esfuerzos en aras de acelerar el cambio verdadero en Cuba.

Sylvia Iriondo con su hija Mayte Suárez, su hijo Andrés, sus nietas Ana María y Mariana del Valle, y Christian Parfit, esposo de Mariana. Torre de la Libertad, Miami 2021.

- Hubo un episodio muy trágico, otro crimen del régimen castrista, del que fuiste testigo presencial. Me refiero al derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate con la muerte de cuatro miembros de la organización. Me gustaría que nos contaras qué sucedió aquel 24 de febrero de 1996.

MAR por Cuba comenzó a ayudar a Hermanos al Rescate llevando provisiones a Nassau, a la base de Carmichael en donde alojaban a los cubanos refugiados que interceptaban en altamar. Hasta la fecha la organización había salvado la vida a más de 6000 balseros cubanos encontrados a la deriva en el mar. El 23 de febrero de 1996, nos reunimos con otros grupos de exiliados en el hotel Hyatt de Coral Gables para apoyar a Concilio Cubano –una reunión que se iba a celebrar en La Habana con la participación de toda la disidencia interna de la Isla al día siguiente y como acto simbólico por ser el 24 de febrero la fecha en que se reiniciaron las luchas por la independencia de Cuba a fines del siglo XIX.

Armando Alejandro Jr., que se encontraría un día después en una de las avionetas derribadas, formaba parte de la mesa que presidía aquella reunión en el Hyatt. Me pasó una nota en la que escribió que el momento era ideal para que, en apoyo a Concilio Cubano y a cubanos que pudieran encontrarse en peligro, hiciéramos un vuelo humanitario al estrecho de la Florida al día siguiente, pidiéndome que hablara con Basulto.

Le pasé la nota a Basulto, quien se reunió con nosotros al término de la sesión para informarnos e invitarnos al vuelo humanitario de Hermanos al Rescate al día siguiente. Andrés Iriondo, mi segundo esposo y padre de mi hijo Andrés, me dijo que venía conmigo o, simplemente, yo no iría. Acepté entonces, pero insistí varias veces para que viajáramos en avionetas separadas porque nuestro hijo era adolescente y si sucedía un accidente se quedaría huérfano. Pero Andrés no cedió y nos montamos los dos con José Basulto y Arnaldo Iglesias en una de las Cessna que pilotaba Basulto. En las otras dos avionetas viajaban Armando Alejandre, Carlos Costa, Mario de la Peña y Pablo Morales. Salimos del aeropuerto de Opa Locka pasada la 1 pm. Era un día espectacular. El mar sereno y en calma. No había una nube en el cielo de un suave azul, y el sol ardía radiante. Durante el vuelo, yo sentí el deseo imperioso de escribir una nota. Saqué un pedazo de papel y escribí una frase de dos líneas. Andrés, que iba a mi lado, me pidió leerla. Se la pasé, pero como no encontraba sus lentes, me dijo que la leería después y me la devolvió.

Como todos saben, nos encontrábamos en espacio aéreo internacional, al norte del paralelo 24, cuando dos MIGs, aviones del ejército cubano, lanzaron dos misiles aire-aire y pulverizaron las dos avionetas que nos acompañaban. Desde nuestra cabina solo vi dos cortinas de humo. Sabíamos que algo terrible había sucedido, pero nunca imaginé un crimen tan horrendo. El silencio era ensordecedor. Pensé que era el silencio de la muerte, que estábamos muertos y no lo sabíamos. Me despedí de mi madre, de mis hijos, de mis hermanos, de mi familia y de mis seres queridos, mientras sacaba un rosario de dedo que siempre llevo en mi monedero y comencé a rezar.

Semanas después, cuando el Buró de Investigaciones Federales (FBI) nos citó para ponernos las grabaciones parciales de las cintas grabadas de las conversaciones entre la Torre en Cuba y los pilotos del régimen, escuchamos sus gritos de júbilo y sus groseras exclamaciones mientras asesinaban fríamente y en plena luz del día a nuestros hermanos Carlos Costa, Armando Alejandre, Mario de la Peña y Pablo Morales en un espacio aéreo internacional. Nos enteramos también, por las grabaciones, que un MIG cubanos estuvo persiguiendo nuestra avioneta después del crimen hasta muy cerca de las costas norteamericanas con el objetivo de derribarnos también, y escuchamos una voz de mando desde la Torre de Cuba que decía a los pilotos: “Suspendan la misión, están muy arriba”. Muy arriba quería decir que estábamos demasiado cerca de las costas estadounidenses.

Ese día se cometió uno de los crímenes más horrendos en la larga historia de asesinatos cometidos por la dictadura castrista. Un crimen que aún permanece impune y que clama justicia.

- ¿Y qué decía el papel que Andrés Iriondo no pudo leer y leyó luego supongo?

“El mar que baña a mi patria / nos trae mensajes de muerte”.

París/Miami, octubre 2023


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