Mina Novick, una cubanoamericana de origen judío que acumula un siglo de vida - Entrevista
Entrevisto a Mina Novick, admirable dama, con un siglo de Cuba y una trayectoria increíble. Les dejo enlace a Cubanet y copio también la entrevista aquí:
“A pesar de que mis orígenes
genéticos son otros yo nunca me he sentido otra cosa que cubana”
(El escritor William Navarrete entrevista a Mina Novick, cubanoamericana de origen judío)
Conocí a Mina Novick una
tarde dominical de enero de este año en su propio apartamento de Sunny Isles y
gracias Julia Velázquez, quien la acompaña y quien primero me habló de ella.
A Mina, en la Cuba de otros
tiempos, la hubiéramos llamado “Doña Mina”, pues acaba de cumplir cien años y,
dato excepcional, goza de excelente salud, memoria y es completamente autónoma.
De hecho, durante mi visita, en la que me acompañaba también mi madre, empezaron
a desfilar vecinos, casi todos rondando como ella el siglo de vida, con quienes
comparte el mismo edificio desde hace décadas. Uno vino a traerle, como cada
día, El Nuevo Herald en español, otro a conversar y una tercera a
saludarla. De modo que, un poco en broma, un poco en serio, le pregunté qué le echaban
al agua de aquel edificio de Sunny Isles para que llegaran todos a tan
avanzadas edades y en tan buen estado físico y mental.
Pero también por la dulzura,
el trato afable, la amabilidad y suavidad de sus gestos y su perfecta dicción en
español hacen de Mina un ser excepcional. No ha perdido tampoco, a pesar de más
de seis décadas de exilio, su amor por Cuba, la tierra que acogió a sus padres
cuando emigraron desde Austria después de la Primera Guerra Mundial.
En el transcurso de mi primera
visita fue que me di cuenta de que valía la pena entrevistarla. Y regresé, una
semana después, para hacerlo. Siempre digo que no hay persona de origen judío
sin una historia interesante detrás, a pesar de que casi siempre ésta tenga relación
con éxodos, persecuciones, obstáculos y vidas truncas y recomenzadas, casi siempre
con el éxito que impone la propia incertidumbre y los avatares de la Historia.
La vida de Mina confirma mi idea y es mejor que sea ella quien nos la cuente.
- Empezaremos, como
con todos mis entrevistados, por sus orígenes y la manera en que Cuba apareció
en sus vidas.
Mi padre, Samuel Weber, era
un judío askenazí, nacido en Chorostkow, un pueblo que perteneció al Imperio
Austro-Húngaro, pero que tras su disolución en 1918 comenzó a formar parte de
Polonia y, finalmente, fue ocupado por el Ejército Rojo en 1939, anexado por la
Unión Soviética y, hoy, como parte de Ucrania. Su madre, Hashe Weisbrot, nació en
otro pueblo de ese mismo Imperio que corrió con suerte similar y tuvo además de
a mi padre a dos hijos más: Moisés y Julius.
Sarah Weister, mi madre, venía
también de un pueblo austríaco y su madre falleció cuando ella tenía 15 años, y
su padre, Abraham, era sastre en ese pueblo. A mi madre la enviaron en una
caravana con otros paisanos a Siberia pero el gobierno norteamericano se enteró
de aquel traslado forzoso y protestó, de modo que los devolvieron. La historia
que contaban es que al regreso encontraron que el pueblo había sido destruido y
es la razón por la que fueron acogidos en el de mi padre. De modo que así fue
como se conocieron.
Mis padres se casaron en
Polonia, y como deseaban emigrar a Estados Unidos, donde ya teníamos familiares,
se enteraron de que Washington no estaba autorizando la entrada de emigrantes
judíos a su territorio. A mi padre le comunicaron a mi padre que el gobierno de
una isla llamada Cuba estaba dando visas. Dada la proximidad geográfica hizo
las gestiones pertinentes y obtuvieron la famosa visa. Viajaron entonces en
barco de Polonia a Francia y, desde ese país, en un trasatlántico a La Habana,
ciudad a la que llegaron en 1920. Inmediatamente se sintieron a gusto, y tanto
que, cuando les avisaron de que ya podían emigrar a Estados Unidos mi padre
dijo que su país era Cuba y que ellos estaban muy bien allí. Por eso nací en
Candelaria, pueblo de la provincia de Pinar del Río, en 1923.
- ¿Por qué Candelaria?
¿Qué recuerdos tiene de ese pueblo? ¿Cursó allí su primera escolaridad?
Candelaria era un pueblo
pequeño fundado a principios del siglo XIX y cuya economía se basaba fundamentalmente
en los cultivos de tabaco y café. Había dos familias conocidas, los Amador y
los Llera. También dos familias judías, los Goldenberg y los Waxman. Yo sospecho
que fue por éstas que mis padres se instalaron allí. La atracción turística
fundamental era el salto de Soroa, cascada que se encontraba en el territorio de
la municipalidad.
En ese pueblo mi padre puso
una tienda de ropa. Recuerdo que el único hotel y restaurante se llamaba Núñez.
La escuela primaria, hasta el quinto grado, la hice en una academia privada cuyo
dueño y maestro era Pepe Lavandera, un maestro cuya buena reputación era
conocida en toda la región.
- ¿Y luego?
En 1933 la situación
económica con la crisis del final del gobierno de Gerardo Machado no era buena.
Para colmos, y tal vez por eso, robaron en la tienda de mi padre, instalada en
un edificio que alquilaba a José y Benigno, dos españoles. Con lo del robo mi
madre se puso muy nerviosa y no quiso seguir viviendo allí y, cuando yo cumplí
los 12 años decidieron mudarse para Marianao, en La Habana, pues alguien le
dijo a mi padre que estaban vendiendo una tienda en ese barrio. Y eso, a pesar
de que la policía había logrado arrestar a los ladrones de la tienda en el momento
en que intentaban vender en una casa de empeño parte de la mercancía que habían
robado.
Una vez en Marianao, me
matricularon en el Instituto de Segunda Enseñanza, del que siempre recordaré
con admiración a la Dra. Torres, mi maestra de Matemáticas. Vivimos allí hasta
1937, de modo que pude terminar el bachillerato en este lugar.
- ¿Tenían relaciones
con la comunidad judía? ¿Practicaban la religión hebrea?
En Candelaria no había
sinagoga. La única que cumplía con ciertas reglas, como no trabajar los
sábados, era mi madre. Ella me contaba historias de Europa, pero mi padre se
mantenía alejado de la religión y su calendario litúrgico, tal vez un poco escéptico,
porque para él los sufrimientos por los que había pasado el pueblo judío y los
atropellos durante la Segunda Guerra Mundial hicieron que se desencantara con
todo eso.
Después de Marianao, en
1938, cuando nos mudamos para La Habana Vieja, exactamente para la calle
Picota, pudimos comenzar a frecuentar la sinagoga de esa misma calle. Además, en
ese barrio, a lo largo de toda la calle Muralla, había gran cantidad de comerciantes
judíos, la mayor parte dueños de comercios mayoristas. Luego vivimos en la calle
Sol, después en Bernaza, y por último en Sol.
- ¿Fue a la
Universidad?
Cuando terminé el bachillerato quise estudiar Ciencias Comerciales, pero como los
cursos eran nocturnos mi madre no quiso. Eso sí, después del bachillerato me regalaron
un viaje a Nueva York, en donde pude conocer a uno de mis tíos y a su familia pues
vivían en el Bronx. Cuando ellos me preguntaron si me interesaba quedarme a vivir
allí les respondí que en donde me gustaba vivir era en Cuba. ¡Quién me iba a
decir que dos décadas después el cambio fuera tan radical y nuestros deseos
otros!
Entonces comenzó la Segunda
Guerra Mundial y llegaron a La Habana muchos diamanteros judíos provenientes de
Bélgica y Holanda, y abrieron fábricas en la capital cubana. En una de éstas,
sita en la calle Almendares, empecé a trabajar. Cuando la guerra terminó muchos
volvieron a Europa y como me había quedado sin trabajo una amiga me recomendó
para que me aceptaran en las oficinas de los laboratorios de la Kodak, que se
hallaban en la calle Águila, casi en frente de los grandes almacenes de lujo
Fin de Siglo.
Mi padre trabajaba ya en esa
época como viajante, recorriendo diferentes pueblos de provincias, a donde llevaba
mercancías para vender cuantas novedades llegaban a La Habana.
- Vivieron la época
que siguió al golpe de Batista. ¿Se mezclaban en su casa en los temas políticos
que acaparaban la atención entonces?
Nosotros nunca tuvimos problemas con Fulgencio Batista porque en realidad nunca nos hizo ningún daño. Por otro lado, el 15 de diciembre de
1951, me casé en el Centro Israelita de la calle Ejido con mi esposo Aron
Novick, quien descendía de judíos rusos y tenía un almacén de telas en la calle
Compostela entre Muralla y Teniente Rey. Acto seguido, nos mudamos para la calle
Estrada Palma y La Sola, en Santos Suárez, a un edificio completamente nuevo que
estrenábamos como inquilinos. Allí nacieron nuestras dos primeras hijas, como
cubanas: Ena y Marcia. La vida seguía su rumbo, Cuba era un país próspero en
donde se vivía bien y se podía, incluso sin ser propietario de la vivienda,
cubrir todas las necesidades gracias al trabajo.
- ¿Tras el triunfo de
la revolución de 1959, en qué momento se dan cuenta de que deben abandonar el
país?
Yo no creía que los cambios iban a ser tan radicales, pero Aron se dio cuenta enseguida
de que aquello era comunismo. Decretaron una ley en que obligaron a los propietarios
a bajar los alquileres de la mitad, con lo cual él, que estaba informado de la
manera de proceder de los comunistas, me dijo: “Mina, esto es comunismo. Si los
hubieran bajado de un 5 o 10 % no, pero de la mitad, y aun cuando estemos del
lado de los beneficiados, te puedo garantizar que esto es cosa de comunistas”.
Así fue como presentamos la
salida del país, algo que no pudo suceder hasta el 13 de junio de 1961.
- ¿Tiene algún
recuerdo particular en particular de ese momento?
¡Por supuesto! Lo primero fue
que tuvimos que hacer todos los preparativos en silencio, para no llamar la
atención. Nosotros nos íbamos con las dos niñas, pero mis padres se quedaban. Ellos
vinieron a despedirnos en el aeropuerto de Rancho Boyeros. Cuando pasamos el
control, un funcionario nos dijo que no podíamos viajar con joyas, ni siquiera
las alianzas matrimoniales. Nosotros habíamos pretextado que íbamos a Miami
para llevar a nuestra hija de 8 años a ver a un médico. Fue entonces que, al
constatar que del otro lado del cristal que cubría la mitad del puntal y servía
para separar a los que se iban de quienes venían a despedirlos, aún se encontraban
mis padres, el funcionario de turno nos dijo: “Bueno, si piensan regresar entonces
no tendrán inconvenientes dejar las prendas con la familia”, e indicó hacia el otro
lado de “la pecera” que es como llamaban al cristal. Entonces reuní todas nuestras
prendas en una especie de pañuelo que me sirvió de talego y por encima del panel
transparente las lancé para que mis padres pudieran recogerlas y salvarlas de
las garras de aquella gente.
Lo peor de las cosas que
ocurrieron y siguen ocurriendo en Cuba es que se cuentan con normalidad, pero nada
de aquello lo fue y sigue sin serlo.
- Miami se convirtió
en su segunda casa hasta el día de hoy 62 años después…
En efecto. Mis padres quedaron
atrás, pero pudieron reunirse con nosotros, primero mi madre seis meses después
y uno más tarde, en enero de 1962, mi padre. Aquí adquirimos el estatus de refugiados
políticos cubanos.
Al principio, mi esposo
trabajó como vendedor ambulante, pero viajó a Nueva York y consiguió un crédito
para abrir en Miami un local de telas en North Miami Avenue. Cuando las señoras
cubanas se enteraron de que un “polaco” –como llamaban a los judíos en Cuba–
había abierto una tienda, venían todas a comprarle cintas, adornos, telas,
hombreras, etc. Así fue como el negocio fue prosperando y la Novick’s Fabric,
mantuvo sus puertas abiertas hasta que Aron se retiró en 1997. Un negocio en el
que yo solía ayudar cuando se iba de compras a Nueva York.
Pero mi esposo, al
principio, no quería hacerse ciudadano porque creía que el castrismo no duraría
mucho y que regresaríamos a La Habana. Por otro lado, Beatriz “Bebe”, la menor
de nuestras hijas, había nacido ya en Miami. Fue mi hija la mayor quien, al ver
el tiempo pasar y a sabiendas de que sin la ciudadanía norteamericana no
podríamos integrarnos plenamente a la vida norteamericana, lo convenció para que
nos hiciéramos ciudadanos.
Así nos fuimos quedando en
Miami. Primero vivimos en Meridian (South Beach), luego en la 16 (cerca de
Lincoln Road Mall), también en Euclid y, por último, en la 13 Terrace (una calle
que ya no existe) y la West Avenue, a orillas de la bahía. Asistíamos todos los
sábados al Círculo Hebreo Cubano, de la calle Michigan, en donde reanudamos
contactos con las familias judías exiliadas cubanas. Y, por supuesto, en casa
nunca faltaron las comidas de la Isla y, entre mis preferidas, el arroz con
pollo y los plátanos maduros fritos.
- ¿Nunca pensó en volver a
Cuba, aunque fuera de visita?
Ganas no me han faltado, pero
Aron en eso estuvo siempre claro pues era consciente que viajando a Cuba todo el
dinero que allí gastáramos iba a terminar en las arcas de la dictadura. De mis
hijas la del medio, que nació en Cuba y vino para Miami con nosotros a la edad
de 4 años, quiso ir. Estuvo en la casa en donde nació en Santos Suárez, y la
familia que vive allí la dejó pasar muy amablemente. A su regreso me contó que
pudo reconocer el cuarto que compartía con su hermana mayor. A mis hijas, aunque
casadas todas con norteamericanos, las obligué a aprender español y lo hablan perfectamente.
Pues a pesar de que mis orígenes genéticos son otros yo
nunca me he sentido otra cosa que cubana.
- ¿Cuál es su secreto para
haber llegado tan bien al siglo de vida?
El principal es no guardar
nunca rencores que nos envenenan la vida. Creo en Dios y le rezo cada noche,
primero para agradecerle por todo lo que me da cada día y, luego, para pedirle
salud para todos los que quiero y me rodean. Aron falleció en 2005 sin cumplir
su sueño de volver a Cuba. Mi padre en 1976, aquí en Miami, y mi madre también,
veinte años después, sin poder volver tampoco.
Yo también me iré sin ese
anhelo cumplido. Pero sé que nada es eterno. Todo tiene un principio y un
final. Hoy por hoy, estoy rodeada de amor y de cosas que me recuerdan mis
orígenes. Veo la televisión en español, leo los periódicos y las noticias de
Cuba en la prensa, disfruto el olor del cafecito cubano que, aunque no debo
tomar, solo con olerlo ya soy feliz porque su aroma es inconfundible. Y, sobre
todo, disfruto de la paz que me da saber que mis tres hijas y yernos, mis seis
nietos y ocho bisnietos viven en un país libre y democrático que dejó de ser nuestra
segunda casa para convertirse en nuestro hogar para toda la vida.
Sunny Isles, enero de 2024.
Comentarios
Publicar un comentario