Entrevista a Elizabeth Burgos - por William Navarrete
Entrevisto a la antropóloga franco-venezolana Elizabeth Burgos en su casa cerca de París para mi serie de entrevistas de Cubanet. Larga y enjundioso intercambio que disfruté mucho:
Enlace: El postcastrismo ha demorado más de la cuenta / William Navarrete entrevista a Elizabeth Burgos
“El postcastrismo ha demorado más de la cuenta"
(El escritor
William Navarrete entrevista desde Francia a la antropóloga franco-venezolana Elizabeth
Burgos)
Conocí a la
antropóloga franco-venezolana Elizabeth Burgos en 1996 cuando un grupo de
activistas de diferentes nacionalidades fundó la asociación Sin Visa, cuya
publicación Sin Visa intentaba denunciar la ya larga dictadura
castrista. En alguna que otra ocasión el grupo, encabezado por el periodista
argentino Jorge Masetti, se reunió en casa de Laurence Debray, hija de
Elizabeth Burgos y de Régis Debray, quien colaboraba entonces con el grupo. Fue
en una de las presentaciones de la revista, en la Maison de l'Amérique Latine de
París, donde por primera vez me encontré con quien también había sido, entre
1984 y 1989, la directora de esta institución emblemática de la cultura
latinoamericana en la capital francesa.
En 1989 fue
nombrada por el Ministerio de relaciones exteriores de Francia, directora del
Instituto francés de Sevilla, centro desde donde se organizó la presencia
cultural francesa en la Exposición Universal de 1992; la festividad de mayor
relieve con la que España celebró el quinto centenario del descubrimiento de
América. Luego fue nombrada Agregada cultural en la Embajada de Francia en
Madrid. Esa época colaboró con la creación en Madrid, en 1996, de la asociación
Encuentro de la Cultura Cubana, que dirigió hasta su fallecimiento en mayo de
2002 el escritor cubano Jesús Díaz, a quien Elizabeth Burgos había conocido en
La Habana a finales de la década de 1960. De aquella amistad y de las
posiciones críticas que ambos adoptaron luego con respecto al castrismo, surgió
la colaboración de la antropóloga y analista con la revista, de la que incluso
fue, durante varios años, parte de su consejo de redacción. De hecho, fue en la
casa de Burgos en París, calle de Bourgogne, en donde conocí al fundador de Encuentro
hace dos décadas y media. Yo, con 25 años menos que hoy, apenas debutaba en
aquel ámbito, lo que no constituyó un impedimento para que Elizabeth me abriera
las puertas de su casa como si nos conociéramos de toda una vida.
Desde entonces,
Venezuela cayó entre las garras del chavismo. Los vastos y profundos
conocimientos del aparato político-militar cubano de Elizabeth Burgos la han
convertido en una de las analistas que con más fundamento y bagaje acerca del
engranaje del poder cubano y la nefasta influencia de La Habana en la cúspide
del gobierno venezolano. A menudo le he oído decir que Venezuela no es otra
cosa que un “protectorado” de Cuba. Es necesario disponer del caudal de
información de la entrevistada para que entendamos por qué.
Hasta ahora,
todos los entrevistados de esta serie han sido cubanos exiliados nacidos antes
del 1° de enero de 1959. Dado sus diversos orígenes y trayectorias sus
testimonios puede ser considerados un modesto aporte a desentrañar, como si de
arqueología se tratase, lo que fue aquella Cuba y lo que vino inmediatamente
después de la llegada del castrismo a la Isla.
Esa nueva fase de
la historia cubana que el oficialismo ha llamado “triunfo revolucionario” trajo
también una oleada de extranjeros, entusiasmados por los ideales de justicia
que proponía aquella gesta, cuanto más que su juventud y contexto geográfico la
situaron lejos de las ortodoxias estalinistas que muchos ya habían rechazado.
Para tener una visión más amplia de estas cuestiones he decido iniciar un nuevo
ciclo de entrevistas en el que expresen sus puntos de vista de los visitantes extranjeros
que, de una forma u otra, frecuentaron las instancias oficiales cubanas durante
las dos primeras décadas de castrismo.
- Naciste
en 1941 en Valencia, Venezuela, capital del Estado Carabobo que el auge
petrolero convirtió en centro industrial del país. ¿Cómo describirías tus dos
primeras décadas de vida y qué influencias pudiera haber tenido el modo de vida
de entonces en tu propia trayectoria?
Valencia, unos 160 kilómetros al oeste de Caracas,
en las inmediaciones de la Cordillera de la Costa, era una ciudad refinada de
reputación conservadora. Tras la Segunda Guerra Mundial, el gobierno decidió
desarrollar una política migratoria pues el auge petrolero le permitió traer
mano de obra europea. Llegaron muchos emigrantes de distintas nacionalidades
europeas que aportaron costumbres nuevas a una sociedad que más bien era
tradicional. Abrieron restaurantes y cafés que no existían antes, accesibles a la
clase media, modificando notablemente las costumbres sociales. Esos europeos,
muchos de origen italiano y portugués, aunque también provenientes de Europa
del Este, tenían hijos con los que, de repente, nos encontramos compartiendo en
las aulas sin que ellos hablaran todavía español. Tuve compañeras de colegio
polacas y letonas. Recuerdo que me encantaba ir a sus casas porque me ofrecían
platos diferentes que no eran los que solíamos preparar en los hogares
venezolanos.
Venezuela comenzó
su modernización cuando bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez comenzó a
transformar la economía agraria del país en economía petrolera. Esa bonanza
económica tuvo su auge mayor a partir de la década de 1950.
En esa época Venezuela se convirtió en un país
cosmopolita. Acogimos a aquellos extranjeros con gran cariño, nunca existieron
sentimientos de xenofobia de nuestra parte hacia ellos. Luego también llegaron
muchos cubanos exiliados del castrismo. Después de Estados Unidos, Venezuela
fue el país que más cubanos acogió durante el gobierno de Rómulo Betancourt. En
los autobuses podíamos escuchar todos los idiomas. Durante las dictaduras
militares, llegó también una ola de inmigrantes proveniente del cono Sur americano.
Imagino lo que deben sentir los venezolanos, tan acogedores con los extranjeros
en el pasado, cuando hoy en día obligados a huir la dictadura chavista padecen
el rechazo y la xenofobia en muchos de los países a donde emigran.
- ¿Se
tenían noticias de Cuba y de la guerrilla contra Fulgencio Batista comenzada a
mediados de la década de 1950?
Dos presidentes venezolanos habían vivido
exiliados en Cuba. El primero, Rómulo Betancourt, llegó a La Habana en 1949 y
permaneció en Cuba hasta el golpe de Estado de 1952 que puso fin al gobierno de
Carlos Prío Socarrás. El segundo fue Rómulo Gallegos, quien llega a Cuba
expulsado de Venezuela, el 5 de diciembre de 1948. En ese periodo escribe La
brizna de paja en el viento, muy interesante novela cuya protagonista es la
propia isla. Es como un tratado de antropología global de todas las facetas del
país, sociales, económicas, políticas, incluso la política inmediata, de ahí
que la Universidad de La Habana aparezca como un protagonista central. Un hecho
curioso que demuestra la intuición del novelista, es uno de los personajes
protagónicos que hoy podemos fácilmente reconocer: Justo Rigores, un alter
ego de Fidel Castro, quien funda (tanto en la novela como en la vida real)
una escuela de pistoleros para enseñar a disparar en el seno de la propia
Universidad. Gallegos tilda a Rigores-Castro de “aprovechador envalentonado”,
alguien que sabía sacar provecho de las revueltas y los descontentos. La novela está dedicada a sus amigos cubanos Raúl
Roa y Sara Hernández Catá.
Con la modernidad llega también a Venezuela la
televisión y la radio. Vivíamos informados de todo cuanto pasaba en el mundo y
debido a la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958, el interés
se volcó hacia la lucha que se estaba llevando a cabo en la Sierra Maestra. Radio
Continente era la más popular de todas y a través de sus ondas el país pudo
escuchar la radionovela cubana El derecho de nacer. No hay que olvidar
tampoco que la emisora transmitía directamente los programas de Radio
Rebelde. Ver en la televisión, por otra parte, a los jóvenes barbudos
cubanos en las pantallas de nuestros televisores, era como tener a Hollywood en
vivo en tu propia casa. Todo aquello iba dándole un aura de prestigio a la
revolución cubana.
A finales de la década de 1950, llegaron a
Venezuela muchos exiliados huyendo de Fulgencio Batista, un dictador que para
nosotros era similar al de Venezuela, el general Marcos Pérez Jiménez. Yo
estudiaba entonces el bachillerato y estaba inmersa en esas luchas
estudiantiles contra la dictadura. Con la llegada de la democracia a mi país,
llegaron también delegaciones de dirigentes de los partidos y organizaciones de
oposición cubanos, y fue así como se celebró y firmó en Venezuela el “Pacto de
Caracas” que configuraba el gobierno que asumiría el poder en Cuba tras la
caída de Batista, un hecho que demuestra el apoyo que se le daba a la oposición
cubana desde el propio gobierno venezolano.
De más está decir que veíamos con muy buenos ojos las luchas
antibatistianas.
Ya con la democracia instalada en Venezuela,
quisimos demostrar nuestra solidaridad con los cubanos: se decretó a nivel
nacional una campaña de colecta de fondos para enviarlos a la sierra llamada
“Un bolívar para la Sierra Maestra”.
Incluso, el contralmirante Wolfgang Larrazábal, presidente de la Junta
de Gobierno que asumió el poder tras la caída de Pérez Jiménez hasta la
celebración de las elecciones presidenciales, fue quien autorizó en diciembre
de 1958 el envío de un avión que salió del aeropuerto de Maiquetía con siete
toneladas de cajas de armas y municiones para la Sierra. En ese avión que
aterrizó en un aeropuerto improvisado en las estribaciones de las montañas del
Oriente cubano, viajó, entre otros, Manuel Urrutia Lleó, efímero presidente
designado por Fidel Castro tras la toma del poder y obligado a renunciar y a
exiliarse pocos meses después.
Pero, tal como fue acordado con la Junta
provisional de gobierno, se celebraron elecciones presidenciales que colocaron
a Rómulo Betancourt en el poder, y con la llegada de éste al poder los vientos
en favor de la Revolución cubana no soplarían de la misma manera.
- Pero en
esa época tengo entendido que tenías tus ojos puestos en Europa, que era lo que
realmente te interesaba entonces…
En efecto, Europa siempre había estado en mi
imaginario y aspiraciones. En la familia tuvimos a varios exiliados que se
instalaron en Europa durante la dictadura de Gómez, como un primo de mi madre que
era filósofo, otro violinista y director de orquesta, y otra prima, poeta. De
modo que debido a todo eso, sumado al contexto de los muchos europeos que
habían llegado al país, Europa se convirtió en una presencia atractiva. Todavía
no había surgido el prototipo del venezolano poseído por la pasión del consumo miamense.
Yo leía mucha literatura, en particular francesa, y había despertado en mí la
curiosidad intelectual y las ganas de visitar Europa, en particular París.
En efecto, estando todavía en el liceo me afilié a
las Juventudes Comunistas y ese fue sorpresivamente el paso previo que me
permitió viajar a Viena, invitada a participar en el VII Festival de la
Juventud y de Estudiantes que organizaba ese año en la capital austríaca la
Federación Mundial de la Juventud Democrática, aunque dependía de Moscú. Era el
primero que se celebraba fuera de los países del bloque socialista y, por
supuesto, estuvo marcado por el acontecimiento de la Revolución cubana y la
naciente democracia venezolana. Asistían al evento más de 18.000 jóvenes
provenientes de 112 países del mundo. Sin embargo, no podíamos regresar sin
antes haber visitado la cuna de la revolución y fuimos invitados a Moscú.
Viniendo de la modernidad venezolana, mi impresión de Rusia fue bastante
negativa. Tuve la ventaja de viajar por tren desde Austria, y pude así
contemplar la pobreza de los pueblos de la URSS que atravesábamos, además del
control policial. Algo que me fascinó, es que recitaban poesía por los altavoces
del tren.
Al llegar a Europa occidental me sentí como en mi
casa. Cuando venía de vuelta de Moscú para tomar el avión de regreso en el
aeropuerto de Roma, el tren paró en Venecia. Fue allí cuando decidí cambiar mi
billete a Roma, por uno rumbo a París. Así fue como llegué a la capital
francesa y rápidamente me integré a la vida de las chicas que venían a Francia
a aprender el francés y trabajaban como niñeras en familias francesas. Ese
trabajo, destinado a las estudiantes extranjeras, permitía que te integraras a
la familia, pues te ofrecían el alojamiento, la comida y un pequeño sueldo a
cambio de horas de presencia y fuera de tus horas de clases. El trabajo
consistía en acompañar a personas mayores, o a ocuparse de los niños al regreso
de sus escuelas, lo que tenía la ventaja de que se aprendía rápidamente el
francés. Incluso, me tocó trabajar con la familia norteamericana de un
funcionario de la embajada de Estados Unidos. Allí conocí personas muy
interesantes, entre otros, el artista-fotógrafo Man Ray y su esposa, que le
adoptaron y que solían visitar en su taller. La pareja se percató de mi gusto y
conocimiento de la pintura. Conocí y trabé amistad, en particular, con los
pintores venezolanos que luego alcanzaron fama: Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez
etc. En aquel entonces, había en la capital francesa un grupo de intelectuales,
artistas plásticos, escritores de alto nivel. En realidad, conocí el mundo
intelectual y artístico de Venezuela en París.
- Pero
antes de llegar a Europa te dio tiempo a ser testigo de la acogida que le dio
Caracas a Fidel Castro apenas 26 días después del triunfo revolucionario…
Fidel Castro llegó a Caracas el 23 de enero de
1959 acompañado por Pedro Miret, Celia Sánchez, Violeta Casals (que era la
presentadora de Radio Rebelde en la Sierra), Luis Orlando Rodríguez,
Guillermo Cabrera Infante y otras personas de su séquito. Esa visita tuvo mucha
repercusión en el país. Miles de venezolanos lo recibieron entusiasmados, incluso
el presidente de la Junta de gobierno, el contralmirante Wolfgang Larrazábal.
La acogida fue tan impresionante que el propio Castro reconoció que había
superado a la que le brindaron los cubanos al llegar días antes a La Habana. Pronunció
tres discursos públicos en los que expuso su pensamiento estratégico y con
mucha claridad todo el proyecto político que cumplió a cabalidad durante todo
su reinado exportando la revolución hacia todo el continente. Todo le fue de
maravillas hasta que, el 26 de enero, poco antes de su regreso a La Habana, se
entrevistó con Rómulo Betancourt en su residencia de Baruta, quien ya había
sido electo presidente de la República, pero que todavía no había asumido el
mando. Castro le pidió dinero y petróleo gratis. Betancourt le dijo que él no
disponía del petróleo como si fuera su propiedad y dinero no tenía, pues el
gobierno anterior había dejado las arcas vacías.
En ese momento, Betancourt se convirtió en el
primer presidente latinoamericano que rechazó abiertamente a Fidel Castro, pues
sabía perfectamente quién era el personaje ya que durante su exilio cubano
había conocido su reputación de estudiante vinculado con el gansterismo en el
seno de la Universidad. Este fue el preámbulo que culminó con la decisión de
Betancourt de romper relaciones diplomáticas con La Habana el 11 de noviembre
de 1961, consecuencia de los desembarcos de armas que llegaban desde Cuba para
armar a las guerrillas que, impulsadas por Cuba, habían comenzado a operar en
las montañas de Venezuela, además de los múltiples disturbios e intentos de
golpe militar en las bases de Carúpano y Puerto Cabello, que habían ocurrido en
el país alentados por influencia de Fidel Castro.
Betancourt respondió a la guerra con la guerra,
único presidente civil latinoamericano que lo decidió entonces. Fue la primera
guerra que libró el castrismo contra una democracia.
- ¿Coincide
esto con tu regreso a Venezuela y tu primer encuentro con Régis Debray?
Regreso de Francia en 1963, casi al final del
gobierno de Rómulo Betancourt. La guerrilla alentada por el castrismo había
logrado generar una atmosfera de inestabilidad, en particular en Caracas, y en la
Universidad que comencé a frecuentar esperando matricularme en Antropología, algo
para lo que no me dio tiempo pues los acontecimientos posteriores me llevaron a
abandonar el país.
La Universidad se había convertido en un centro de
acopio para la guerrilla. La represión se acentuó durante el período electoral.
Algo nunca visto iba a suceder, pues Betancourt, en lugar de aferrarse al poder
según la tradición latinoamericana, pudiendo haberlo hecho gracias a su
popularidad, entrego el mando a su sucesor como lo había prometido. Entonces,
la guerrilla y los comunistas llamaron al pueblo a la abstención creyendo que
serían escuchados por la población. Pero el pueblo no escuchó, y votó masivamente
por el candidato socialdemócrata, Raúl Leoni, quien salió electo. La abstención
fue muy baja. Se trataba de la primera derrota en América Latina del dogma de
la lucha armada.
Esa derrota fue inesperada, pues el movimiento
armado había comenzado con dos “victorias” importantes. Primero: la de lograr
que el Partido Comunista, liderado por antiguos dirigentes como los hermanos
Gustavo y Eduardo Machado, y Pedro Ortega Díaz (quienes no eran realmente
partidarios de la lucha armada, aunque rebasados por la juventud del Partido),
terminaron apoyando esa aventura. Dos: que la juventud de Acción Democrática, el
partido que ejercía el gobierno, dividiera a la organización, conformara el Movimiento
de Izquierda Revolucionario (MIR) y se sumara a la lucha armada. La unión de
esas dos fuerzas militares, el PC y el MIR (Movimiento de Izquierda
Revolucionaria), se convierte en el mayor baluarte, en guerra contra la
democracia. Ese sector, cuarenta años más tarde, logró derrotarla.
La guerrilla, de la cual el frente más descollante
fue el José Leonardo Chirinos, en la zona del Falcón, encabezado en particular
por Douglas Bravo y Teodoro Petkoff, tenía una gran repercusión en el ámbito
internacional pues se esperaba que Venezuela se convirtiera en la nueva Cuba.
Las redes de propaganda internacional funcionaban a tope.
En ese contexto, interesado en convertirse en
testigo de una revolución (pues se había perdido la cubana), llegó a Caracas
Régis Debray, joven francés de 23 años y estudiante de la Escuela Normal
Superior de París. Venía con la intención de rodar un documental sobre la
guerrilla en la zona del Falcón. En la Universidad Central yo solía visitar a
mi amigo, el profesor Oswaldo Barreto, miembro del Partido Comunista y
colaborador de la guerrilla. Él había estudiado en París, hablaba muy bien el
francés y se había hecho amigo de Régis, además de ser su contacto con la
guerrilla. Fue en su oficina en donde vi por primera vez a Régis.
La ola de represión llegó hasta Oswaldo pues fue
detenido y encarcelado, y durante los interrogatorios, le preguntaron por
nosotros. Gracias a que logró avisarnos fue que decidimos escapar del país,
pero como no teníamos dinero para boletos aéreos emprendimos un viaje por
tierra, viajando de pueblo en pueblo, atravesando la frontera con Colombia a
través de Cúcuta. De pueblo en pueblo, a través de pampas, cordilleras y
desiertos, llegamos hasta Chile, y luego a Bolivia.
- ¿Fue este
viaje el que te permitió conocer desde dentro a América Latina?
Fue un viaje iniciático pues íbamos de pueblo en
pueblo en autobuses, trenes o camiones de carga. Esto nos permitió sentir,
oler, escuchar lo más profundo del continente.
Mi obsesión entonces era conocer Bolivia que, como sabemos, fue un
invento de Simón Bolívar. En Bogotá me enteré de que el director de teatro
Enrique Buenaventura, que yo había conocido en París, dirigía un teatro en
Cali, y hasta allí fuimos a verlo. Fue él quien me dio cartas de recomendación ante
amigos suyos para que nos acogieran en los diferentes países fronterizos.
Gracias a una de esas cartas, al llegar a Quito, fuimos recibidos por el pintor
Oswaldo Guayasamín, de quien nos hicimos grandes amigos, nos recibió en su casa
y hasta pintó nuestros retratos.
En cada país veíamos a gente de izquierda que compartía las ideas castristas, es decir, comunistas y opuestas a la línea de Moscú. Al llegar a Lima, fuimos a entregarle la carta de recomendación de Enrique Buenaventura al director de teatro Reynaldo D’Amore quien, al conocer nuestro deseo de ir a Bolivia, nos puso en contacto con Líber Forti, también director de teatro, entre otros oficios, pues como buen anarquista de la época, ejercía como linotipista y consejero cultural de la Central Obrera Boliviana. Forti era sobre todo uno de esos “personajes inolvidables”, cuya única religión era la amistad. No llamaba por el nombre a las personas que quería, sino “hermano” o “hermana”. Estaba en el Perú porque lo habían expulsado de Bolivia por sus labores con los sindicatos mineros, muy poderosos en aquel entonces. Fue él quien nos abrió las puertas de Bolivia, ya que nos dio cartas de recomendación para sindicalistas, ex presidentes de la República, etc.
También conocimos al periodista Genaro CarneroCheca, célebre por haber publicado El Águila rampante. El Imperialismo
yanqui sobre América Latina, una persona muy comprometida políticamente y
muy activo. Nos puso en contacto con miembros del llamado Frente de Liberación
Nacional con quienes asistimos a un homenaje en honor del célebre marxista José
Carlos Mariátegui por el aniversario de su muerte en el cementerio de Lima.
Esto coincidió con un momento en que se estaba organizando una guerrilla en
Perú, cosa que Régis y yo ignorábamos. La policía, que controlaba a todos los
grupos de izquierda, vio a dos personajes desconocidos, en particular, uno muy
blanco y rubio. Nos pidieron que nos identificáramos. A mí, por ser venezolana,
inmediatamente me consideraron altamente sospechosa – ya se hablaba mucho de la
guerrilla de Venezuela en la prensa. A Régis le habían robado el pasaporte en
un autobús y tenía un salvoconducto de la Embajada francesa, algo que resultaba
aún más sospechoso. Entonces nos detuvieron. Los titulares de los periódicos
daban cuenta de la detención de un agente ruso apellidado “Debrovski”, en vez
de Debray, con toda la consonancia soviética que esto podía tener entonces. A
mí, con el perfil que tenía como venezolana, también me asociaron rápidamente a
la guerrilla de mi país. Me llevaron a la cárcel de mujeres de Chorrillos, pero
al cabo del tiempo, como no encontraron prueba alguna de una actividad
subversiva determinada en Perú, me liberaron. Por otra parte, la embajada de
Francia intervino por Régis demostrando que no era ruso. Pese a ello, nos
expulsaron del país. Fue así como nos llevaron en un avión militar hasta cerca
la frontera con Chile para expulsarnos.
Así llegamos, atravesando el desierto de Atacama,
hasta Santiago de Chile, en donde permanecimos un tiempo. Recuerdo que el país
estaba viviendo la agitación de la campaña electoral en que Salvador Allende y Eduardo
Frey eran los candidatos.
- ¿Fue
entonces ese el primero de los múltiples viajes que después tuviste que hacer a
Bolivia?
Estuve en La Paz hasta la caída del presidente
Víctor Paz Estenssoro tras el golpe de Estado del 4 de noviembre de 1964.
Gracias a un amigo, René Zavaleta Mercado, brillante sociólogo y filósofo,
quien entonces era ministro de Minas y Petróleo, comencé a trabajar en este
ministerio en La Paz. Régis siguió viaje a Argentina, Uruguay y, por último, a Brasil
en donde tomó un barco de regreso a París, pues lo esperaban sus estudios que
debía terminar ese año.
Tras el golpe en Bolivia, Zavaleta se refugió en
la embajada venezolana y se fue a Venezuela como exiliado. Yo hubiera podido
quedarme, pues el golpe del general Barrientos no desencadenó una represión,
sino que, por lo contrario, se celebraron después elecciones y fue electo
presidente constitucional. Pero Régis entonces me propuso ir a París. De este
modo, hice una escala en Caracas a donde fui a ver a mi familia, y aunque inicialmente
me dejaron entrar en el país, luego no me dejaron salir al darse cuenta de que
por el arresto del Perú mi nombre aparecía en un fichero internacional. Me apresaron
entonces unos días y luego me expulsaron prohibiéndome la entrada a Venezuela.
Finalmente, a principios de 1965, pude llegar a Francia.
- Hasta
ahora simpatizan con la revolución cubana pero nunca han puesto los pies en
Cuba. ¿En qué momento ocurre tu primer viaje a la Isla y en qué condiciones?
A mí no me interesaba particularmente ir a Cuba. A
Régis sí, pues ya había estado en 1961 y por eso su deseo de rastrear otra
revolución. Entre tanto, nuestro amigo Oswaldo Barreto había salido de la
cárcel y se encontraba en Argelia. A Cuba le interesaba que el centro de la
lucha armada se diversificara, de modo que Argel se convirtió, junto con La Habana,
en uno los centros principales de diplomacia de la guerrilla, una idea que
compartía Ben Bella.
Régis había publicado ya en Les Temps Modernes,
la revista dirigida por Jean-Paul Sartre, su artículo “El castrismo o la larga
marcha de América Latina”. Barreto la recibió y se le dio a leer al Che que
había llegado a Argel, en donde pronunció aquel famoso discurso contra los
soviéticos.
Fuimos invitados entonces como “invitados
especiales” a la Primera Conferencia Tricontinental, aquella célebre reunión celebrada
durante la primera quincena de enero de 1966 en La Habana, de modo que llegamos
a la capital cubana a finales de la última semana de diciembre de 1965. Y en la
sala de espera del aeropuerto de Praga recuerdo haber visto a Mario Monje,
secretario general del PC boliviano, a Cheddi Jagan, el primer ministro de
Guyana y, más tarde, gran aliado de Cuba, así como a Claude Couffon, traductor al
francés de los grandes poetas latinoamericanos.
Nos hospedaron en el antiguo hotel Habana Hilton,
convertido en Habana Libre: Nuestra vecina de habitación era Josephine Baker.
La Tricontinental congregó a más de 500 delegados de África, Asia y América
Latina comprometidos con las luchas anticoloniales como los africanos, además
de los vietnamitas que se enfrentaban a la guerra de Estados Unidos y de los
latinoamericanos, que no eran colonias y nadie les hacía la guerra, pero acataban
la línea cubana de lucha armada.
Elizabeth Burgos, junto al escritor Carlos Fuentes y el pintor Roberto Matta, París, 1986
- ¿Cuál fue
tu primera impresión de La Habana?
Me pareció una ciudad muy bella y moderna. Me
impresionó la luz, los colores, la gente. Pero la impresión negativa que tuve
fue la extrema militarización y el despliegue militar que había por todas
partes. Como venía de las experiencias de las dictaduras militares que desde la
independencia habían gobernado Venezuela, todo lo que fuera ostentación militar
me despertaba rechazo y Cuba significaba esa ostentación por donde quiera que
se le mirara. A esta impresión negativa puedo añadir que tampoco me gustaba la
cantidad de azúcar que le echaban los cubanos a casi todo, jugos, postres y
bebidas. Al punto que, estando hospedada en los inicios en el llamado Habana
Libre, aunque le pedí a los empleados de la cafetería que no me pusieran azúcar
en el jugo, lo hacían de todas maneras. Terminé mintiéndoles. Les dije que padecía
de diabetes y que era una invitada personal de Fidel Castro y que si me pasaba
algo ellos tendrían que responder ante el comandante. Resulta gracioso, pero no
tuve otra alternativa para que acabar con aquella obsesión.
- ¿Supieron
inmediatamente lo que se esperaba de ustedes, es decir, la participación de
Régis Debray en Bolivia en donde Fidel Castro pretendía comenzar una nueva
guerrilla?
No. Fidel Castro, nos invitó a quedarnos para
participar en el proyecto revolucionario internacional decidido durante la
Conferencia Tricontinental. Inmediatamente comenzamos el entrenamiento
militar. Esa fue la razón por la que vivimos en Cuba de 1966 a 1968. Nos
alojaron en un apartamento al final de Miramar, llegando ya a lo que se llama
la Playa de Marianao.
Existía lo que se llama la “compartimentación”, es
decir, ningún funcionario cubano revelaba en qué lugar estaban preparando la
guerrilla, aunque lo sospechábamos dada la cantidad de bolivianos que había
entre los candidatos a guerrilleros, por encima de otras nacionalidades tales
como guatemaltecos, colombianos, quebequenses que eran militantes por un Quebec
Libre, e incluso Black Panthers norteamericanos. Tampoco sabíamos oficialmente,
aunque sí lo intuíamos, que el Che estaba viviendo clandestino en Cuba. Régis
realizó un primer viaje a Bolivia para realizar una prospección de terreno para
la asentación de la guerrilla, yo me quedé en La Habana, él regresó y luego
volvió a ser enviado a Bolivia cuando ya el Che se encontraba en este país.
Durante ese tiempo no veíamos a nadie, excepto a Fidel Castro y a los
funcionarios encargados de las misiones en el exterior.
- ¿Crees
que Fidel Castro premeditó enviar al Che a Bolivia para quitárselo de encima o
para abandonarlo a su suerte?
Cuando estás en medio de la acción se oscila entre
el proyecto bien organizado y lo no premeditado porque constantemente suceden
cosas imprevistas. No creo que Fidel Castro hubiese premeditado abandonarlo por
mucho que le conviniera quitárselo de encima, pues al mismo tiempo también su
propósito era el de exportar la revolución en todo el continente y la figura de
Che Guevara era la única que, según él, podía levantar a las masas, algo que lo
otros líderes guerrilleros no habían logrado. En el momento del proyecto
boliviano, las guerrillas más importantes, como las de Venezuela y Perú, habían
fracasado. El sentimiento mesiánico que embargaba, tanto a Fidel Castro como a
Che Guevara, los hacía creerse infalibles, y que todo el mundo los seguiría,
como había sucedido en Cuba. Incluso, luego se supo, que el Che había pedido ir
a la guerrilla en Venezuela, pero el PCV lo rechazó; se oponía que un
extranjero viniera a dirigir la guerra. El mismo argumento de Mario Monje en
Bolivia. Para Fidel Castro era de suma importancia que el proyecto boliviano
del Che, que estaba destinado a encender los países limítrofes, tuviera éxito,
para demostrarle a la URSS lo correcto de su voluntad de expansión de la
revolución, pues la Unión soviética se oponía a ello. Las experiencias de las
derrotas de la guerrillas venezolanas y peruanas, le demostraron a Moscú que el
aventurerismo de Castro era iluso. Lo demuestra la aceptación por Castro de la
sovietización de Cuba tras la muerte del Che y el fracaso de encender la
pradera desde Bolivia. A partir de ese fracaso, se impuso la línea de Moscú.
Hasta los uniformes de las FAR se hicieron rusos. Fidel y Raúl Castro comenzar
a usar uniformes de generales soviéticos.
La incógnita que sí ha quedado fue la elección de
la zona donde se desarrollaron las acciones de la guerrilla, intrincada,
agreste y con escasas posibilidades de sobrevivir. Evidentemente, se escogió
esta última y el resultado ya sabemos cuál fue, aunque tal vez hubiera sido el
mismo.
- ¿A ti
nunca te propusieron sumarte a la guerrilla? ¿Qué paso después del
encarcelamiento de Régis Debray?
Yo quedé como “reservista” en La Habana y es muy
probable que si los acontecimientos se hubieran desarrollado de otro modo pensaban
que, una vez asentado el foco guerrillero, todos nos incorporarían, como ya había
sucedido en Cuba. Y si la guerra era “larga y prolongada”, se optaba por el
modelo maoísta, el de “la larga marcha”. Otra posibilidad era que me enviaran a
operar en zonas urbanas, dado mis conocimientos de idiomas y mi experiencia por
haber conocido varios países, tanto europeos como latinoamericanos. De todas
formas, el 20 de abril de 1967, desde el momento en que capturaron a Régis
Debray junto al pintor argentino Ciro Roberto Bustos, en la zona de Muyupampa,
mi vida cambió radicalmente. Me quedé en Cuba hasta la muerte de Ernesto
Guevara. Antes no podía salir de Cuba por razones de seguridad. Tras la derrota
de la guerrilla, ya no había peligro alguno.
Cuando eres familia o tienes vínculos estrechos
con alguien que es rehén tienes como tarea negociar. Solo un año después,
gracias a las gestiones de la embajada de Francia en La Paz, pude viajar a
Bolivia. De modo que lo primero que negocié como compañera sentimental de Régis
fue el derecho de visita. Las autoridades militares me pusieron como condición
que contrajera matrimonio para legalizar mi condición de esposa, de otra manera
me negaban la autorización. El 12 de febrero de 1968, me casé con Régis en la
prisión de Camiri como condición impuesta por el gobierno boliviano para
autorizarme las visitas.
Como me consideraban agente del gobierno cubano me
prohibieron regresar a la Isla, pero en realidad continué yendo y pasando por
Argelia, Moscú o Praga, pues cada vez que lograba la autorización para ver a
Régis Fidel Castro pedía verme personalmente.
- ¿Cómo se
desarrollaban estas visitas frecuentes que realizaste a Bolivia estando Régis
Debray encarcelado?
Tras la ejecución de Che Guevara, y de todos los
guerrilleros que caían vivos, la imagen internacional del ejército boliviano
era execrable, de modo que, para cambiarla y demostrar humanidad, intentaban
crear una puesta en escena mediática con la celebración de la boda para
demostrar al que el mundo que tenían muy buen sentido de la justicia. Nunca me
permitieron quedarme en Bolivia, o sea que, llegaba a Camiri con la
autorización y me alojaba en la pensión Marietta, cuyo dueño era un italiano
llamado Federico Forfori, en donde me recibían siempre como si fuera parte de
la familia. A veces el jefe de la división militar que operaba en la ciudad de
Camiri, por puro capricho, me negaba el acceso a la prisión haciendo caso omiso
de la autorización del Alto Mando de La Paz, y me hacía viajar de nuevo a La
Paz para solicitar la intervención de la embajada de Francia.
- ¿Cómo
definirías la personalidad de Fidel Castro?
Es alguien que vivió poseído por la voluntad de
ser un personaje mayor de la Historia. De ego sobredimensionado. Desde muy
temprano supo que ese papel mundial histórico, sólo lo alcanzaría, en la lucha
contra un enemigo superior: tuvo la suerte de tener, además, en su cercanía, a
los Estados Unidos. Ya desde la Sierra Maestra, en una carta dirigida a Celia
Sánchez, expresaba que su destino era hacerle la guerra a Estados Unidos, cosa
que realmente cumplió, aunque en gran medida, se tratase solamente de una guerra
de ficción hasta el fin de sus días, pues ni siquiera tuvo que desplazarse.
Bolívar, Napoleón, Alejandro Magno, etc., todos tuvieron que hacer esfuerzos
físicos desmedidos. Fidel Castro logró ese estatus de héroe sin haber librado
batalla alguna, ni siquiera la de Playa Girón.
Se adelantó a la civilización de la ficción, de
los efectos especiales que estamos viviendo hoy. Inventó una guerra que no
existía. El escritor cubano José Antonio Ponte tiene un excelente libro en el
que describe un país, Cuba, convertido en una ruina similar a un país
bombardeado, sin haberlo sido en realidad. Fidel Castro inventó una guerra
anticolonial en América Latina. Les inculcó a los latinoamericanos que eran
colonizados por Estados Unidos y que debían luchar contra el colonialismo, al
igual que las colonias africanas colonizadas por países europeos. Desde
entonces, los latinoamericanos acataron esa versión y viven sumergidos en esa
ficción de lucha anticolonial, olvidando que ya contaban con el mito
fundacional de la independencia y de sus héroes: Bolívar, San Martin y todos
los demás.
La voluntad mesiánica de Fidel Castro fue
favorecida por el hecho de haber nacido en Cuba pues la historia de la isla y
su posición geográfica la convirtieron en un centro de imperios. Es así como
los cubanos aprenden a lidiar con potencias imperiales. Desde siempre estuvieron
bajo la égida de imperios. Primero con el imperio de la Monarquía católica
hispana, luego con la “República imperial” estadounidense (con la cual, por
cierto, ya mantenía relaciones desde la época de las Trece colonias), más tarde
con la URSS, y hoy prosigue cual Celestina, jugando entre los múltiples
candidatos imperiales que intentan derrotar la preeminencia de la que hasta
ahora ha gozado Occidente.
Con los cubanos, Fidel Castro ha sabido aprovechar
el trauma de que su país obtuviera la independencia gracias a la ayuda de
Estados Unidos y la consecuente intervención. Por supuesto, su gran logro fue
convencer a los latinoamericanos de que ellos tenían una una historia similar a
la cubana; de que también eran víctimas, que habían sido ocupados por el
Imperio norteamericano y que no tenían independencia.
En la relación personal, Fidel Castro empleaba su
caudal de simpatía y de seducción. Si notaba que no caías en las redes de ese
encanto se cohibía, perdía el centro, se dislocaba. Conmigo se dio cuenta de
que yo no funcionaba con el juego de la seducción, de modo que cuando nos
veíamos tratábamos de temas precisos.
Era muy intuitivo, siempre tenía bajo la manga
varias soluciones para un mismo problema; nunca caía desprevenido. Siempre
debía tener en sus manos el desenlace de todo conflicto. Era un pragmático que
se inspiraba de todas las técnicas de poder que le permitiera ejercerlo de
manera absoluta; fuera de inspiración fascista, fuera de inspiración leninista.
Esta última es la máquina más certera para hacerse con el poder y él la conocía
perfectamente.
- ¿Qué
consecuencias crees que ha tenido la revolución cubana para América Latina y el
resto del mundo?
Independientemente de las posturas binarias que
trato siempre de eludir no cabe duda alguna de que el castrismo le puso freno a
la democratización del continente. Si hacemos un balance hoy en día, podemos
afirmar que significó un retroceso en el desarrollo de una cultura democrática
en el continente. Tomemos el ejemplo de Venezuela: antes del chavismo los
venezolanos habían adquirido conciencia de lo que era la libertad durante
cuatro décadas, tras el fin de la dictadura de Pérez Jiménez. Hay que decir que
Rómulo Betancourt llevó a cabo la obra política más moderna de Hispanoamérica
cuando trajo a la democracia como ideología rectora durante la revolución
democrática que emprendió. Si lo miramos desde este ángulo, la verdadera
revolución la hizo entonces Betancourt, pues fue capaz de conducir al país de
una república militar a una república civil. De cuatro universidades Venezuela
pasó a tener unas veinte, por solo citar un ejemplo del enorme avance que
aquella transición significó.
Por su parte, Fidel Castro era un gran
improvisador y esto, unido a su audacia y carácter temerario, hicieron que Cuba
se convirtiera en una potencia política a escala mundial. Por supuesto, a
expensas de la muerte de miles de latinoamericanos. Pero si leemos
detenidamente los tres discursos que pronunció durante su visita a Caracas en
enero de 1959 nos damos cuenta de que todo lo que pretendía hacer e hizo está
recogido en sus palabras. Como líder mesiánico su patología implicaba una
enorme incidencia en grandes mayorías, que supo manejarlas, crear escenarios
grandiosos, enormes escenografías y comunicar durante horas con las masas. Todo
eso define muy bien su personalidad.
- Entonces,
si Venezuela gozaba de una auténtica democracia, ¿por qué jóvenes como ustedes se
empeñaron en derrocar al gobierno y construir el “paraíso” socialista de la
manera en que Cuba empezó a hacerlo?
Sabido es que el idealismo siempre ha marchado a
la par con la juventud. Lo primero que hay que tener en cuenta es que, cuando la
revolución cubana aparece en el panorama occidental, las simpatías por el
comunismo soviético se hallaban en su peor momento, pues ya se habían hecho
públicos los desmanes y atropellos de Stalin en la Unión Soviética. De modo
que, los partidos comunistas no sabían cómo justificar su razón de ser y el
ejemplo soviético ya no les servía. Fue entonces que, providencialmente para
todos los jóvenes comunistas de Occidente, opuestos al colonialismo y a la
guerra de Vietnam, el discurso cubano suplía el vacío dejado por los partidos
comunistas siempre fieles a Moscú. Además, aquel fenómeno surgió en la parte
más amable del trópico, en una isla mestiza, llevada a cabo por personajes que
parecían caballeros justicieros de la Edad Media, que fumaban tabaco y muchos
eran hasta hermosos y sensuales. Más que simpatía, fue una suerte de embrujo.
Además, el antiamericanismo, exacerbado por la guerra de Vietnam, era
compartido por izquierdas y derechas.
Así se forja una cultura emotiva y de opinión muy
favorable por la revolución cubana, de la que también formé parte. No hubo
reflexión en medio del entusiasmo y, mucho menos, de la acción. De poco
valieron las alertas que ya se disparaban.
- ¿Fue
entonces Venezuela, como América Latina, víctima de las pretensiones
revolucionarias de Fidel Castro desde 1959?
En Venezuela hubo, alentada por la revolución
cubana, una guerrilla contra la democracia. El primer atentado realizado por
los grupos violentos urbanos registrado fue el ataque a la Casa del exilio
cubano. Los cubanos exiliados ya se habían organizado. El dogma revolucionario
ganó terreno y la militarización de la política también. No hay que olvidar que
en ese momento Fidel Castro crea el dogma de la lucha armada, según la cual un
simple grupo de guerrilleros podía derrocar a un Ejército nacional regular y
todo revolucionario, según el dogma del Che Guevara, debía ser una certera y
fría máquina de matar, algo que era parte del ideal guevarista. Curiosamente,
estas dos premisas se han cumplido recientemente con el ataque perpetrado por
Hamas al Estado de Israel el 7 de octubre, la mayor masacre de judíos después
de la Shoah.
Cuando ya se agotan las guerrillas y cae la URSS,
el castrismo procede a un reciclaje de línea política. A penas cesaron las
guerrillas, los países latinoamericanos restablecen relaciones diplomáticas con
Cuba que ya creían cansada de sus deseos mesiánicos. Optan por la técnica del
entrismo. Envían funcionarios cubanos con el objetivo de infiltrar las
instituciones. En el caso de Venezuela aquellos guerrilleros que
desestabilizaron la democracia fueron perdonados. Los que eran académicos
fueron reciclados e incorporados al ámbito institucional, y los que no tenían
nivel educativo constituyeron el caldo de cultivo o germen de la delincuencia
que aqueja desde entonces al país.
Hay que saber que el comunismo funciona como una
religión: con la diferencia de que, en lugar de esperar llegar al cielo, se
autoproclama como proyecto mesiánico que va a crear el Paraíso en la Tierra
según su propia visión del Paraíso, de allí que, pese a la ruina que provocan
sus políticas económicas, el control férreo de las sociedades, la privación de
la libertad, y la represión inherente a esos regímenes, sigue teniendo
seguidores. El trabajo de las redes cubanas a través del mundo nunca se ha
detenido desde hace 65 años.
- Algo que
caracteriza tu larga relación con el mundo cubano ha sido la gran cantidad de
personalidades de todos los ámbitos, desde la política hasta la cultura, con
quienes has tenido vínculos muy estrechos. ¿Podrías contarnos tu relación e
impresiones sobre algunos de ellos, desde Celia Sánchez y Haydée Santamaria, en
la oficialidad, hasta escritores como Severo Sarduy y Gastón Baquero, que
formaban parte del exilio?
Han sido muchos, empezando por Fidel Castro, Alejo
Carpentier o la misma Dulce María Loynaz. A Celia Sánchez Manduley, por
ejemplo, la frecuenté en su propia casa de la calle 11 del Vedado, especie de
refugio y entonces cuartel familiar de Fidel Castro y, en cierto modo, su hogar
hasta la muerte de Celia. Tuvimos alguna oportunidad de encontrarme en la calle
11 con Celia, Fidel Castro y el comandante Dr. René Vallejo Ortiz (su médico
personal). En realidad, ellos tres formaban como una especie de Santísima
Trinidad. Celia era como un “Fidel Castro bis” y lo representaba en su calidad secretaria
de la Presidencia y miembro del Consejo de ministros. Recuerdo que era la
encargada de recibir las credenciales de los nuevos embajadores nombrados en
Cuba. Se ha estudiado muy poco su influencia en las dos primeras décadas de
castrismo.
Fidel Castro siempre se desplazaba con varios
automóviles y escoltas, a los que seguía siempre otro coche repleto de libros
que era como su biblioteca personal ambulante. Era alguien que leía sin cesar.
La muerte de Celia Sánchez, en enero de 1980, significó el fin de aquella “triada”
y las cosas no volvieron a ser igual que antes. Celia andaba siempre vestida de
miliciana, pero llevaba invariablemente ballerinas. Y también se ponía collares
de santería en sus tobillos. Se vestía de civil cuando recibía las credenciales
de los embajadores o en alguna ceremonia diplomática. Sus vestidos eran modelos
únicos que no se veían en ninguna parte. Eran trajes largos amplios, con mangas
tipo kimono, parecidos a los que usan las indígenas de la Goajira venezolana.
Era muy fina, muy delgada, no tenía para nada el físico de la mujer cubana.
Haydée Santamaría, a quien también frecuenté bastante, era
diferente. Muy espontánea y dinámica, y es por eso que la colocaron en el
puesto de directora de la Casa de las Américas por su capacidad relacional. Los
sucesos de la embajada del Perú, el éxodo del Mariel y el divorcio que su
esposo, Armando Hart, llevó a cabo sin su consentimiento, la condujeron al
suicidio en julio de 1980. Yo recuerdo que la vi el 30 de abril de 1980,
durante el entierro del escritor Alejo Carpentier, en el cementerio Colón de La
Habana. Al salir del sepelio me dijo: “El próximo entierro será el mío”.
Haydée, por su propia historia, era menos controlable y actuaba con más
libertad. Tenía el aura de ser mujer y de haber estado en primera línea durante
el asalto del cuartel Moncada y también de haber perdido a su hermano Abel de
la manera en que lo perdió. Por eso pudo intervenir en favor de tantas personas
y sacarle las castañas del fuego a muchísimas más. Su personalidad se
caracterizaba por su espontaneidad. Demostraba empatía y era cariñosa.
También frecuenté a numerosos intelectuales
cubanos. A Gastón Baquero, por ejemplo, lo conocí cuando yo era la
agregada cultural de la embajada de Francia en Madrid, y a través del editor
cubano, también exiliado, Pío Serrano, entrañable amigo que conocí en La Habana.
Me hablaba de su infancia en Banes, el pueblo en donde nació, y cuando de niño
vendía dulces en sus calles para ayudar a su familia. Lo acompañaba a los
coloquios y a las presentaciones. Cuando entró en la residencia para personas
mayores que hoy lleva su nombre en Alcobendas, en las afueras de Madrid, iba a
verlo casi todos los domingos y le llevaba su dulce preferido: un boniatillo
que elaboraba entonces una dulcería madrileña llamada La Marquesita, en el
barrio de Tribunal. Fue una amistad muy tierna y de gran cariño.
En cuanto a Severo Sarduy, empecé a
frecuentarlo cuando comencé a dirigir la Casa de América Latina de París en
1983, aunque en realidad lo conocí en casa del escritor argentino Abel Posse,
recientemente fallecido. Severo fue un escritor que inventó un estilo singular
y como todo creador de lenguajes, será reconocido con el tiempo, más allá del círculo
de especialistas y admiradores. Un día terminará por ser valorizado. No tenía
nada que ver con los clásicos contadores de anécdotas. Sabía el peso enorme que
ejercía Lezama Lima entre los escritores cubanos, de modo que sin renegar de él
inventó su propio camino. Tal vez lo influyó el hecho de haber llegado a París
en un momento crucial para la literatura y de haber conocido a Roland Barthes,
a los del grupo "Tel Quel" y a su pareja François Wahl, muy implicado en este
movimiento. Nos hicimos tan amigos que conversábamos todos los días por
teléfono, sin contar que no parábamos de vernos. Era alguien muy espontáneo,
con una dicción y dominio perfecto del español, que durante toda su carrera
profesional como director de colecciones para las ediciones Gallimard dio
prueba de mucho rigor intelectual. Nunca regresó a Cuba por miedo, aun cuando
en cierto momento pensamos hacerlo juntos.
- ¿Por qué
crees que el castrismo ha durado tanto?
Lo primero ha sido por ese trauma cubano de amor y
odio hacia Estados Unidos que, como dije, les aguó la fiesta de la
independencia en 1898 y condujo al país a una ocupación norteamericana y a una
proclamación de la República en 1902 bajo la imposición de la Enmienda Platt,
mediante la cual Estados Unidos se arrogaba el derecho de intervenir en la Isla
en cuanto sus intereses se vieran afectados. Esto exacerbó el nacionalismo
cubano.
A esto se añade la aparición de un líder mesiánico
que convirtió la guerra permanente, aunque fuera de palabras, en su estandarte.
Fidel Castro estuvo siempre en guerra, no solo físicamente, al punto que, ya
retirado y enfermo, seguía escribiendo unas columnas en la prensa que llamó
“Riflexiones”, juego de palabras con “rifle”, es decir, con “arma”. De modo
que, forjó a un tipo de individuo, los castristas, que son, ante todo,
guerreros y que saben funcionar como militares porque fueron educados para ello.
Al mismo tiempo, hacerle la guerra a Estados Unidos le dio una jerarquía de
orden mundial y un estatus casi de “realeza” ante los ojos de numerosas
naciones y líderes del mundo.
Todo esto, a la par de otros factores, han hecho
que el postcastrismo haya demorado más de la cuenta. De todas formas, no se sale
tan fácilmente de los grandes acontecimientos históricos y estos pueden
arrastrarse como lastre durante mucho tiempo.
Pero el mayor éxito histórico que se ha suscitado
en Cuba, que además en el seno mismo del pueblo mulato por el que se
vanagloriaban los castristas haber hecho la revolución, es la canción
convertida en slogan de ese pueblo que ha decido dejar de ser rehén: “Patria y
Vida”. Nunca imaginé que alguien en Cuba se atrevería a semejante rebelión ante
el dogma por excelencia del castrismo: el Patria o Muerte. La fuerza de “Patria
Y Vida” es la mayor que todas las armas.
París, febrero de
2024.
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