Entrevista a Ani Mestre, hija de Goar Mestre - por William Navarrete - Cubanet
Entrevisto a Ani Mestre, hija del conocido empresario y zar de la TV cubana Goar Mestre. Ani vive en Buenos Aires desde su salida de Cuba en 1960. Ha escrito varios poemarios y no ha perdido su apego a la Isla. Les copio la entrevista, pongo enlace y varias fotos:
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Entrevista copiada a continuación:
“Acostumbrada en 1960 a la modernidad de La Habana, Argentina me pareció otro
mundo”
(El escritor William Navarrete entrevista a la
escritora Anie Mestre, hija del empresario cubano Goar Mestre)
Quien me habló de Anie Mestre fue Margarita
Larrinaga. Ambas estudiaron juntas en el colegio
del Sagrado Corazón de La Habana en la década de 1950 y a pesar de que viven
muy lejos, la primera en Buenos Aires, la segunda en Madrid, se han mantenido
en contacto durante todas estas seis décadas de exilio.
Enseguida supe de Anie era hija de Goar Mestre, un
nombre que para los cubanos de hoy no debe significar mucho, pero que para los
de la Cuba libre de ayer y conocedores de la historia de la isla quiere decir
mucho. Y es que Goar Mestre, junto a sus hermanos Abel y Luis, era uno de los
empresarios más prósperos de la Cuba de los años 1950, propietario de unas 25
empresas valoradas en más de 30 millones de dólares estadounidenses de la
época, entre las que figuraban la publicitaria Mestre, Conill y Cia, la productora
de alimentos Bestov Product, la fábrica de conservas Productos Alimentor de
Cuba, la agencia Vaillant Motors S.A, el comercio de venta a plazos Televisión
y Aire Acondicionado S.A, una planta procesadora de kenaf, la Compañía
Farmacéutica Mestre S.A, el edificio FOCSA en El Vedado, sin olvidar lo que en
realidad hacía del consorcio familiar uno de los más prestigiosos de Cuba, el Circuito CMQ S.A,
con los canales 6 y 7 de televisión y las radioemisoras Radio Reloj, Radio
Universal, CMBF Onda Musical, e incluso el cine Radiocentro, que luego llamaron
Yara. Todo un imperio que montó casi desde cero gracias a su talento como
inversionista y que el castrismo se encargó de nacionalizar sin indemnizaciones
en 1960. Y de desbaratarlo.
Anie Mestre vive desde hace 64 años en Argentina,
y a pesar de todo el tiempo transcurrido y de haber llegado de niña a Buenos
Aires, hace todo lo posible por mantener sus raíces cubanas y de inculcarlas a
sus hijos y nietos. Va a presentar el próximo 13 de junio su último libro de
poesía en Madrid y es una buena ocasión para que nos cuente todo lo que ha sido
su vida desde que vio la luz en La Habana hace 73 años.
- Como a todos los entrevistados te va a
tocar contarnos algo de tus orígenes familiares y de tus primeros años de vida
en Cuba.
Mi infancia fue, como se espera sea cualquier
infancia en el trópico, la más feliz de todas. Cuando veo la de mis hijos y
nietos en un país donde el invierno es rudo, me digo que fue un auténtico
privilegio y una bendición haber nacido en Cuba y poder corretear descalza el
año entero por las playas y jardines, sin preocuparnos de que pronto el
invierno llegaría.
Nací en La Habana en 1950. Mi padre, Goar Mestre
Espinosa, nació en Santiago de Cuba, en 1912, hijo también de santiagueros que
decidieron ponerle ese nombre poco corriente y que corresponde al de un santo
germánico nacido a orillas del río Rhin. Mi abuelo paterno, Luis Mestre Díaz,
tenía la Droguería Mestre y Espinosa, muy próspera en Santiago de Cuba, que era
a su vez distribuidora de medicamentos en toda la isla. Había comenzado con una
farmacia en el pueblo oriental de Palma Soriano. Mi abuela Mercedes Espinosa,
era hija de Prisciliano Espinosa, quien había sido alcalde de Santiago de Cuba
y socio de su yerno. No los conocí pues fallecieron antes de mi nacimiento,
pero tuve una abuela de sustitución, Esperanza Espinosa de Fiol, hermana de mi
abuela paterna, que ocupó el lugar de la madre de mi padre. Esperanza escribía
poesía y creo que debo a ella la influencia en este ámbito.
Mi madre, Alicia Martín Ortalda, era argentina. Y
como muchos argentinos, hija de un español y de una italiana. A mis abuelos
maternos no los vi mucho antes de los 10 años de edad, pues vivimos en Cuba
hasta 1960 y ellos estaban en Buenos Aires. Fue así como se conocieron y como
comenzó el noviazgo, aunque mi padre decidió dejar de trabajar para la empresa
norteamericana y regresar a Cuba para fundar una representación de marcas en la
isla. La primera fue la marca Kresto que fabricaba chocolate en polvo que
empezó a fabricarse en el país, aunque otras que el también representó luego
solo se envasaban como algunos productos de Kolynos, Jello, Gerber Foods, etc.
Mi padre había estudiado business administration en la Universidad de
Yale y era la razón por la que lo habían enviado a la capital argentina.
- ¿Fue entonces, después de casarse con su
novia argentina, que Goar Mestre empezó en el giro de los medios de
comunicación?
Mi padre fue un visionario que descubrió el márketing
antes de que esta disciplina se estudiara y desarrollara. En un momento de su
vida se dio cuenta de que la mayoría de los anuncios que pasaban en la radio
cubana era él quien los pagaba para dar publicidad a los productos que
distribuía. Fue el empresario mexicano Emilio Azcárraga Milmo, el futuro
propietario de Televisa, quien le sugirió en 1943, durante una visita de mi
padre a México, que comprara CMQ Radio. Cuando le dijo que no estaba a la
venta, Azcárraga le dijo que todo estaba en venta, que hiciera una oferta y que
él mismo se convertiría en su asociado poniendo parte del dinero. Todo esto
antes de descubrir, durante un viaje a Estados Unidos, el invento de la
televisión, de la que también fue un precursor en Cuba.
Cuando mi padre regresó a Cuba desde Argentina
estuvo como dos años sin volver a ver mi madre, al cabo de los cuales, ella
viajó a Nueva York, pues había postulado como profesora para enseñar en la
Universidad Vassar, y había obtenido el puesto. Hizo la travesía en barco
Buenos Aires-Nueva Orleans, y antes de terminar en Nueva York, se encontró con
Goar en La Habana y juntos fueron a Santiago de Cuba invitados por mi abuela,
el 2 de septiembre de 1939, el mismo día en que estalló la Segunda Guerra
Mundial. Mi madre se enamoró de Cuba y poco después, en junio de 1940, se casa
con mi padre.
- ¿Qué recuerdos tienes de tus diez años
de vida de Cuba?
Vivíamos en la avenida 21, entre 150 y 160 del
Country Club o reparto Biltmore. Nuestra casa y la de mis tíos Abel y Luis
colindaban y se comunicaban por detrás, a través de los jardines. Estudié en el
colegio del Sagrado Corazón que quedaba en lo que después se convirtió en la
Escuela de Medicina, en ese mismo reparto. Como es lógico, habiendo salido de a
los 10 años de edad y viviendo el resto de mi vida en Argentina uno de mis
problemas era el de mi identidad pues como decía Facundo Cabral no era ni de aquí,
ni de allá. Ese problema pude resolverlo después, regresando a la isla de
visita, y descubriendo que finalmente era de los dos lados. Y algo que ahora
digo con tanta facilidad, me costó en realidad años solucionarlo.
- ¿En qué
momento tus padres deciden que tienen que dejar la isla y exiliarse?
Como mi madre era
argentina, el problema de a dónde ir estaba resuelto. Nuestra salida fue
traumática porque en realidad tuvimos que huir prácticamente. En la cadena CMQ
el periodista Luis Conte Agüero animaba un programa de actualidad política había
pedido a mi padre y sus hermanos los micrófonos para desenmascarar el giro
ideológico que estaba tomando el gobierno. Eso sucedió a finales marzo de 1960,
y los Mestre aceptaron pues, en definitivas, sospechaban que poco tiempo les
quedaba sin que les confiscaran el circuito de radio y televisión. Sucedió que
las turbas de manifestantes contra Conte Agüero bloquearon los accesos a la
emisora y éste tuvo que leer su carta dirigida a Fidel Castro en otra emisora. Pero
la suerte estaba echada, y a sabiendas de que una orden de arresto contra él no
tardaría en llegar, mi padre decidió escapar de la isla junto a mis dos
hermanos Roberto y Eduardo el 25 de marzo, antes de que fuera demasiado tarde.
Mi madre, mi hermana Alicia y yo salimos dos días después, el 27 de marzo de
ese mismo año.
Recuerdo que mi
madre fue al banco para vaciar las cuentas, pero un empleado la vio y la denunció.
Mi padre le había encargado que hiciera cheques para saldar pagos pendientes
sin saber que las cuentas habían sido congeladas, algo que habían hecho
justamente para tener elementos que les permitieran acusarles, ya que era un
delito entregar cheques sin fondos. Yo era una niña, y me mantenían ajena a
todo esto, pero la profesora de francés me había dicho que lo que estaba
ocurriendo en Cuba era similar a lo que ya había pasado en Europa. Entonces me
sugirió que recorriera bien toda mi casa para que me la grabara bien en la
memoria y pudiera recordarla siempre ya que nuestra salida del país era
inevitable. Recuerdo que me disgusté con ella y protesté, pues no podía
imaginar que algo así pudiera suceder. ¡Y sucedió! Salimos casi huyendo, por
los jardines traseros que daban para los de la casa de mi tío Luis Augusto, evitando
el grupo de milicianos revolucionarios que habían colocado delante de la
nuestra para vigilarnos.
- ¿Cómo
fueron tus primeros años de vida fuera de Cuba, la continuación de tu
escolaridad?
La transición fue
fácil en la teoría, pero no en la práctica. Fue fácil porque existía una
tradición según la cual cualquier alumna que viniera de un colegio del Sagrado
Corazón podía entrar inmediatamente en otro similar en cualquier sitio. Al
llegar a Buenos Aires la monja directora del de esta ciudad dijo: “para una
alumna que viene de este colegio hay siempre espacio”. Lo difícil fue el resto,
pues me sentía rara, no tenía el mismo acento que las demás alumnas, era la
única extranjera. Esta monja, por cierto, terminó misionando en la década de
1970 en Holguín, Cuba, aunque no de manera oficial pues la religión estaba
prohibida entonces en la isla.
Mis hermanos
varones que habían salido de Cuba con mi padre estaban de pupilos cerca de
Nueva York y mi hermana también. Mi madre, mi padre y yo nos instalamos en
Buenos Aires, en donde vivimos primero en un hotel venido a menos, el Alvear,
en el centro de la ciudad. Para mí, acostumbrada en la década de 1950 a la
modernidad de La Habana, Argentina me parecía otro mundo. En Cuba, por ejemplo,
mi colegio tenía autobuses amplios y modernos, mientras que en Buenos Aires nos
recogían en una camioneta en que las alumnas teníamos que apretarnos para caber.
Y ni hablar de la ciudad, en la que apenas había semáforos y que carecía de las
infraestructuras fabulosas que entonces tenía la capital cubana.
Solo estuve tres
meses porque inmediatamente nos fuimos a Nueva York por unos días, pero mi
hermano Roberto enfermó y tuvimos que quedarnos ese verano a la espera de que se
curara. En la Gran Manzana experimenté mi primera lección de austeridad porque durante
nuestra estancia no disponíamos de suficiente dinero para mantenernos. Mi padre
viajaba por negocios constantemente y mi hermano mayor se enfermó de los
riñones y nuestras economías mermaban con su hospitalización. Recuerdo que
cuando mi madre veía cupones que anunciaban rebajas en los periódicos y
revistas los recortaba y gracias a esto las tres podíamos comprarnos vestidos
por el precio de uno. Al final, cuando mi hermano se curó, en septiembre de
1960, regresamos a Buenos Aires mis padres y yo, mientras que mis tres hermanos
volvieron a sus colegios norteamericanos.
- Pero
tengo entendido que tu padre enseguida fundó un canal de televisión en
Argentina
En efecto. Mi
padre utilizó el poco dinero que pudo salvar de Cuba para fundar el canal 13 de
televisión en Buenos Aires. En 1959, los Mestre habían vendido por 20 millones
de dólares un porcentaje de su CMQ cubana a la gran cadena norteamericana CBS.
Cuando mi padre se reunió con Fidel Castro en febrero de 1959 se dio cuenta inmediatamente
de que todo lo de Cuba se iría a pique. Es por eso, por honestidad y porque
siempre dijo que no se podía hacer negocio con alguien sabiendo que a ese
alguien le iría mal, que decidió informar a los compradores norteamericanos del
error que cometerían si compraban el porcentaje acordado del consorcio
familiar. Pero al mismo tiempo, gracias a esa prueba de ética y honestidad,
esos mismos norteamericanos le concedieron luego el préstamo para que pudiera
abrir su canal 13 o Proartel en Argentina, en octubre de 1960.
Mi padre creó no
solo un canal, sino que hizo escuela. Tuvo una manera de enfocar la televisión
muy propia, e incluso, al principio, trajo a Buenos Aires a muchos de sus
técnicos cubanos. En estos inicios creo que ellos y nosotros formábamos las
únicas familias cubanas en Argentina. Pero en julio de 1974, el gobierno de María
Estela Martínez de Perón, conocida como Isabel Perón, quien aún vive en las
afueras de Madrid, le estatizó o nacionalizó el canal (el canal 9 y el 11 también), así como de
los bienes inmuebles, pretextando la caducidad de las licencias. Lo mismo hizo
el gobierno del general Juan Velasco Alvarado en Perú, con el canal en que mi
padre tenía partes de acciones, pues estableció la censura y confisco toda la
radio, prensa y televisión del país. Resulta que sufrió dos nuevas
expropiaciones, lo que prueba que en aquella época los gobiernos les temían a
los medios de comunicación, cosa que hoy en día ya no sucede gracias a las
redes sociales. Estas dos nacionalizaciones no fueron como las de Cuba, por
supuesto. En Argentina y Perú pagaron al menos. Los que les dio la gana, pero
pagaron.
- ¿Y
retomaste tus estudios? ¿En qué te desempeñaste?
Estudié un año en
Inglaterra en 1969. En 1970 ingresé en la Universidad para cursar periodismo.
Durante mucho tiempo fui productora del canal de mi padre, aunque empecé de
cero y trabajé un año entero sin sueldo aprendiéndolo todo y pasando por cada
departamento. Me casé en 1972. Después de la nacionalización del canal empecé a
trabajar en la COAS (Cooperadora de Acción Social), una organización que se
ocupaba de ayudar a los hospitales públicos. Con la COAS organizaba grandes
ferias, como la Feria de las Naciones, y podíamos importar artículos sin
aranceles para hacer colectas de fondos. Viajábamos a China y a muchos otros países.
A la vez, vendí muebles de decoración para mayoristas y también trabajé con la
compañía del circo Ringling Bros que montaba una gran feria espacial en
diferentes lugares de América Latina. Una locura. Tuve, entre tanto, a mis tres
hijos, que me han dado ocho nietos.
- ¿Has
vuelto a Cuba?
He hecho cuatro
viajes a Cuba. Como dije, no solo quería volver a ver los sitios de mi
infancia, sino que deseaba resolver el problema de mi identidad. El primer
viaje lo realicé en 1984 junto a mi madre, mi hermana, mi cuñado y mi esposo.
En esa ocasión pude viajar con pasaporte argentino y considero que fue lo más
importante que me ha pasado en la vida, pues representó el reencuentro con todo
lo que había dejado atrás. Mis padres, cuando tuvieron que salir de la isla, habían
pasado la página. Tal vez porque en 1960, en Argentina, vivíamos lejos,
contrariamente a mis primos y tíos en el sur de la Florida, pudimos decir que
en lo adelante nuestro presente y futuro era exclusivamente Buenos Aires.
Nuestros familiares en Miami transformaron toda una ciudad a la que llegaban
por miles los exiliados cubanos, nosotros en Argentina no teníamos nada que
transformar, a la excepción de transformarnos nosotros mismos y de adaptarnos
para sobrevivir.
- Cuéntanos
de esos viajes a Cuba y tus impresiones
En 1984, como
dije, fuimos todos, excepto mi padre que no deseaba regresar a la Isla, como
tampoco quiso hacerlo Roberto, mi hermano mayor. Mi madre, antes del viaje,
dejó bien claro al embajador que viajábamos de manera anónima, y que no deseaba
que nos utilizaran políticamente. Me di cuenta, una vez en La Habana, de la
amabilidad de la gente y de la llaneza del cubano que, a diferencia del
argentino, es muy directo en el trato. Por supuesto, fui a ver nuestra casa en
el Country Club, al oeste de la ciudad, ocupada desde que nos fuimos por la
embajada de Portugal. En realidad, cuando nos fuimos en 1960 la secretaria de
mi padre se movió muy rápido para alquilarla inmediatamente al embajador de
este país. De modos que, al mismo tiempo que nosotros salíamos, el embajador
colocaba en la entrada el escudo lusitano. Esto evitó que durante el acto de
confiscación las turbas revolucionaran la allanaran y rompieran todo. Al
parecer nuestros muebles se habían conservado intactos hasta poco antes de mi
primer viaje. Aunque los de mi cuarto sí que estaban todavía en 1984. Hoy en día,
sigue siendo la residencia del embajador de Portugal y, cosa curiosa, queda casi
en frente a la de Argentina.
Luego volví en
1997 cuando ya había fallecido mi padre y con pasaporte cubano pues cambiaron
la ley y ya no nos dejaban viajar con el argentino. Quise que mis hijos
conocieran el país de su abuelo, pues él había sido una persona clave en sus
vidas. Aquel viaje de rescate de la cubanía de mi padre lo hice con casi todo
el clan de los Mestre presente, con mi hermana, mi cuñado, mis sobrinos, mis
tres hijos y primos. Éramos unos 15. A todos les cautivó Cuba, quiero decir, el
paisaje, el trato, el clima, las playas, el cariño de su gente. Fruto de estos
dos viajes fue mi primer libro, Mis tres adioses a Cuba, que publiqué en
las ediciones Universal de Miami, dirigidas por Juan Manuel Salvat, y gracias a
Luis Aguilar León, el esposo de mi prima Vera Mestre Mascaró. Recuerdo que el
propio Luis Aguilar, a quien todos llaman “Lundi”, se enojó con nosotros cuando
se enteró de que habíamos ido a Cuba en 1984. Cuando escribí este libro,
después del segundo viaje, hice que leyera el manuscrito para que entendiera
todas mis razones. Y lo entendió realmente porque fue él mismo quien me puso en
contacto con Salvat, su editor, para que lo publicara.
El tercer viaje
tuvo justamente que ver con “Lundi” quien había fallecido en Miami, en 2008. Mi
prima Vera Mestre, su esposa, tenía entonces 79 años, y me dijo que su sueño
era volver a su tierra tras 50 años de exilio. Entonces lo arreglamos todo y viajamos
en 2010 con mi hermana Alicia, que era su ahijada. Finalmente, el último viaje tuvo
lugar en 2015, cuando las cosas parecían arreglarse tras la visita de Barack
Obama a La Habana y que el país había restablecido relaciones diplomáticas con
Estados Unidos. Este viaje lo hice porque mi amiga Flavia Campili, que trabajaba
en Cuba para Telecom durante mi segundo viaje, me lo propuso. Fue ella quien insistió
para que fuéramos a la Bienal de La Habana.
- Has
escrito varios libros de poesía. ¿Qué planes tienes en lo inmediato?
He publicado cuatro
libros de poesía: 44 poemas, Entrevoces, Dormir en el medio
y, recientemente, Desvelos, en septiembre de 2023. Este último fue
publicado también por la editorial española Kalathos y lo presentaré en Madrid,
en el bar de libros Olavide, que se encuentra en la calle Olid, n° 14, del
barrio Chamberí, el jueves 13 de junio próximo a las 19 horas.
- Si me lo
permites quisiera terminar esta entrevista con algo inusual: uno de los poemas
de tu último libro. Se trata de “A cuestas”, dedicado a una amiga común, la cienfueguera
y argentina Claribel Terré Morell, porque ahí compartes sentimientos que expresan
muy bien lo que significa seguir sintiéndose cubano en Buenos Aires.
Qué nos une de esta
nacionalidad, amiga mía
una insularidad natal
incomprendida aquí
donde el mar es pampa llana
y las palabras viborean
en lugar de nuestra incisiva
y desnuda flecha recta.
Creciste con la nueva trova
de azules unicornios
yo con la añoranza de Chirino y Celia
un padre a quien Cuba
se le hacía congoja
en la voz y un carraspeo
de pena en la garganta
Para el tuyo, un sueño
en balas de revolución
y en común, poco más
que el son y una bandera
Cuando tú soñabas con irte
Yo soñaba con volver
Ya la esperanza carcomida
hoy seguimos las dos
Con nuestra Cuba a cuestas.
París – Buenos
Aires, mayo 2024
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