Entrevista a Elena Larrinaga - Cubanet
Entrevisto a Elena Larrinaga en Madrid, historiadora, activista y una cubana muy activa por la causa.
Leer entrevista y enlace abajo:
“El gobierno anacrónico de Cuba es un mal ejemplo que debemos extirpar”
(El escritor
William Navarrete entrevista a la historiadora y activista cubano-española Elena
Larrinaga)
A Elena Larrinaga
es difícil seguirle los pasos. Su febril desempeño como activista en el ámbito
de los derechos humanos la sitúa en el epicentro de la disidencia y de las
acciones contra la dictadura cubana desde hace décadas. Es presidenta del
Partido Demócrata Cristiano de Cuba, de la Red Femenina de Cuba y de la
Plataforma Cívica Cubana. También es responsable de relaciones internacionales
del Consejo para la Transición en Cuba, cofundadora del Observatorio Cubano de
Derechos Humanos y presidenta de la Federación Española de Asociaciones Cubana,
una plataforma que concibió para aunar las acciones y esfuerzos dispersos en
favor de un mismo objetivo: la democratización de la Isla caribeña.
Nos encontramos
en Madrid, en la casa de su prima por partida doble, Margarita Larrinaga, cuyos padres son sus tíos pues dos
hermanos Larrinaga se casaron en La Habana con dos hermanas Luis. La propia
Margarita me recuerda que Elena presidió la asociación de las Damas de Blanco
en Madrid y que es cofundadora de la Mesa de Unidad de Acción Democrática
impulsada por la Fundación Adenauer, además de gestora del Centro Félix Varela
en la Universidad madrileña Francisco de Vitoria. Acaba de regresar de
Washington en donde la sección Women’s Democracy Network (WDN) del International Republican Institut le concedió el premio Jeanne J.
Kirkpatrick por su labor en la red femenina, otro de los temas en los que se ha
implicado mucho.
Elena tiene mucho
humor, algo que percibí apenas empecé a entrevistarla. Desborda de optimismo,
energía y creatividad, siempre buscando qué hacer para impulsar las causas que
defiende con pasión. Mejor que sea ella quien nos cuente qué ha sido de su vida
y las actividades que ha llevado y lleva a cabo a lo largo de todos estos años.
- Como a
todos los entrevistados empecemos por tus orígenes familiares y el momento de
tu nacimiento.
Nací en La Habana
en 1955 y antes de salir de la isla, cuando iba a cumplir los cinco años, vivía
en el reparto Kohly. Mi padre, Severiano Larrinaga Verano-Aguirre nació en
Besauri, un pueblo del País Vasco, cerca de Bilbao. De su familia, su tío
Camilo había sido el primero en instalarse en Cuba y, poco a poco, fueron
llegando otros miembros, dedicándose todos al ramo de la metalurgia y la
exportación e importación de metales. Al principio, mi padre tuvo una compañía
de fabricación de cabillas, antes de fundar la sociedad Antillana de Acero, en
La Habana, de la que era el mayor accionista y cuya gran fábrica, equipada con
lo más moderno, se inauguró a finales de 1958, antes de que el gobierno
castrista se la robara. Mi padre era hijo de los vascos Antolín Larrinaga
Barrenechea y Cándida Verano-Aguirre Arróspide quienes lo trajeron pequeño a la
isla.
Mi madre Isabel
de Luis Sánchez era cienfueguera, pero de padre catalán y madre cubana. Su
padre, Teófilo, era originario de Biedes y se estableció en Cienfuegos en donde
vivían sus hermanos mayores. Luego fundó una perfumería y una fábrica de
perfumes que era una prospera industria nacional, también expropiada por el
castrismo. Mis abuelos vivían en El Vedado, en la calle I esquina 15. Mis
padres tuvieron siete hijos, de los cuales el más pequeño nació en el exilio,
viviendo todos ya en Madrid.
- Supongo
que al salir tan pequeña de Cuba tienes pocos recuerdos del país…
Tengo recuerdos
muy vívidos que preceden a nuestra salida, un 26 de julio de 1960. Mi madre,
una mujer de poco hablar, muy práctica y bastante cáustica, me dijo: “Te vas de
vacaciones con tus primos y tus hermanos pequeños, Betty y Javier”. No había
cumplido aún los cinco años, pero a pesar de mi corta edad me daba cuenta de todo
aquello era rarísimo, cuanto más que veía que en la casa habían empezado a
cubrir los muebles con paños y sábanas como si se tratase de un largo viaje que
emprenderíamos todos.
Recuerdo
perfectamente el día de la salida de La Habana porque mi madre nos acompañó al
aeropuerto de Rancho Boyeros y no paraba de decirme que no llorara. Cuando subí
la escalerilla del avión me di media vuelta para decirle adiós con la mano y
entonces vi, que aquella mujer tan fuerte, que minutos antes me decía que no
llorara, estaba anegada en lágrimas. Este tipo de situación no se olvida nunca.
- ¿A dónde
se van?
Me envían a
Washington y como el curso escolar había terminado ya, a mi prima Ana Larrinaga
y a mí nos mandan al campamento de verano Camp Maria. Por las noches me orinaba
en la cama y me pasaba buena parte de la madrugada batallando con las sábanas
para orearlas agitándolas para que se secaran y que no se dieran cuenta de lo
que me había pasado. Cuando quería llorar me escondía detrás de un piano. Aunque
no estábamos abandonadas me imagino que la sensación de no tener a tus padres
contigo debe provocar cosas como las que me sucedían. En algún momento vino a
vernos el padre Pedro Arrupe Gondra, quien era sacerdote jesuita y llegó a ser
el prepósito general de la Compañía de Jesús, que quiso informarse cómo
estábamos. Arrupe era bilbaíno y cuando visitó La Habana tras un recorrido por
diferentes países de América Latina fue recibido en nuestra casa por la familia.
Cuando regresé
del summer camp ya mi madre había llegado a Washington. Mi padre no,
pues se quedó en La Habana más tiempo ya que el tío Camilo estaba enfermo y no
podía viajar. También porque hasta el último momento, por ser el mayor
accionario de Antillana de Acero, intentó salvar la compañía. Conservo toda la
correspondencia que mantuvo con Fidel Castro, Ernesto Guevara, Osvaldo Dorticós,
el capitán Antonio Núñez Jiménez y otros miembros del gobierno castrista durante
esos meses. Incluso tengo un memorándum dirigido a toda esta gente, fechado el 3 de marzo de 1960, en que queda
claro que estaba dispuesto a entregarle el 51% de Antillana de Acero al Estado,
en un acto desesperado para salvar por lo menos una parte del negocio que
habían construido con tanto esfuerzo. En ese memorándum explicaba
detalladamente que la empresa era esencialmente cubana, constituida en un 81%
con capital nacional, es decir con más de 6 millones de pesos como capital
cubano privado y con el objetivo de aunar toda la producción de acero del país
desde 1957, ofreciendo trabajo a unas 600 familias. Antillana de Acero tenía solo
un millón y medio de pesos, equivalentes a dólares, de capital extranjero.
Estos archivos han sido publicados recientemente por el artista
multidisciplinario cubano Léster Álvarez Meno y pueden ser consultados en el
sitio web de la revista Árbol invertido.
- ¿Cursas
entonces tus primeros años de escolaridad en Washington?
Me inscriben en
Stone Ridge School, el colegio del Sagrado Corazón en Bethesda, Maryland. Allí
estuve de 1960 a 1963, en que me enviaron junto a Maribel y Teresa, mis dos hermanas
mayores, a Bilbao, en donde también nos inscribieron en el colegio del Sagrado
Corazón de Algorta. Allí estuve un año interna y luego tres años más externa.
Permanecimos en el País Vasco hasta que cumplí los 11 años en 1966 y después,
hasta el día de hoy, he vivido en Madrid.
- Todos
conocemos tu implicación contra la dictadura cubana y en los asuntos que
conciernen a la isla en general. ¿Desde siempre has estado vinculada a esta
causa?
Desde nuestra
llegada a España, mi padre y mis tíos mantuvieron las puertas de casa abiertas
a todo refugiado que llegaba de la isla. De hecho, fueron miembros fundadores en
1966 del Centro Cubano de Madrid, una institución que aglutinaba a los
exiliados cubanos en la capital española y que fue concebida para dar apoyo a
cuanto refugiado cubano llegara a la ciudad hasta que cesó de existir en su
última sede de la calle Claudio Coello. Mi tío Alejandro Larrinaga, quien
falleció centenario en 2021, fue su último presidente. A todo exiliado, célebre
o no, se le daba apoyo y una excelente acogida.
El exilio no era
color de rosa. Los primeros años fueron difíciles ara todos. Éramos como parias
sin nacionalidad. No fue hasta 1978, después de casarme con Iván de la Mora
Armada, mi esposo, que pude adquirir la nacionalidad española, a pesar de que
mi padre había nacido en Bilbao, y que mis abuelos eran españoles. Es más,
durante años teníamos que ir cada seis meses, tanto yo como mis hermanos,
primos y demás familiares, a la comisaría de Leganitos a justificar nuestra
presencia en España para poder renovar la residencia. Te preguntaban tonterías
como: “¿Y a qué se dedica tu padre?”. Y yo les respondía: “¡Y qué sé yo!”. En la
cubierta del pasaporte o especie de salvoconducto aparecía la palabra
“apátrida”. Yo les decía a los comisarios encargados de esos trámites: “Mire,
mi único problema es hacerme amigas en el colegio, pues no hablo igual que mis
compañeras, ni tengo una historia común con ninguna de ellas”.
Una vez las
monjas inventaron una excursión a la localidad balnearia francesa de Biarritz y
todas podían ir menos yo. Entonces mi padre fue a ver al jefe de la policía del
aeropuerto de Barajas, un tal Pompeyo, a quien él conocía, y éste habló con personas
encargadas de estos temas para que me dieran un documento que me permitiera
pasar la frontera. Recuerdo que el día en que me lo iban a dar el funcionario
que nos recibió hojeó el pasaporte y dijo que había una incidencia y que tenía
que verificar no sé qué. Entonces se ausentó y dejó el pasaporte del otro lado
del ventanillo y mi padre temiendo que las cosas se complicaran me dijo que
metiera las manos por debajo, que agarrara el documento y que me largara rápido
de allí. Por suerte en aquella época no había internet ni nada de eso. De modo
que lo agarré y salí corriendo de las oficinas con la autorización que me
permitía sumarme al grupo que iba a Biarritz.
- Eran
otros tiempos… Veo que no has perdido tu humor cubano.
Eso dicen. En
casa siempre fue así. Cuando éramos jóvenes, las muchachas no podíamos salir si
no era acompañadas con un muchacho que nos invitara. De modo que los sábados
esperábamos ansiosas que el teléfono sonara porque, en general, algún chico se brindada
para venir a buscarnos y sacarnos. Cuando más deseosa estaba de que alguno me llamara
sonaba el teléfono y siempre era mi tía Manuela. Y yo: “Ay tía, por favor,
llama después que esta es la hora en que llaman lo pretendientes y el teléfono tiene
que estar libre”. La llamada inoportuna de la tía Manuela no fallaba nunca.
Sucedía también que el único que se proponía para sacarme era un chico un poco
enclenque y medio enano, que a nadie le gustaba mucho, y que le decían Revu,
creo que por el apellido. Pero como no había otra opción mi madre me decía:
“Ponle buena cara al Revu, pues si no, no sales”. Eran cosas de aquel tiempo.
En casa nunca faltó el sentido del humor cubano con situaciones de este tipo.
Hasta mi esposo,
que es español, tiene una conexión cubana porque desciende del gobernador de la
isla Pedro de Valdés, quien decidió la construcción del castillo de los Tres
Reyes del Morro de La Habana y una de las calles de la ciudad lleva su nombre.
-
¿Continuaste tus estudios en Madrid? ¿A qué te dedicaste?
Cuando terminé el
bachillerato estudié secretariado técnico bilingüe en el colegio Bienaventurada
Virgen María, conocido como el de las Madres Irlandesas, algo que me sirvió de
mucho después. Luego, hice la carrera de Geografía e Historia en la Universidad
Complutense de Madrid y me gradué en 1980, dos años después de casarme, cursando
mi especialidad en Historia Moderna, que terminé en 1989. Sucedió que poco
después de mi matrimonio mi madre enfermó y falleció, y tuve que ocuparme de mi
hermano menor que había nacido en Madrid y todavía era menor. Mi hijo nació
después de 14 años de casada, cuando pensaba que ya no podría tener
descendencia.
Trabajé primero
en la Coca Cola, y por eso digo que el hecho de haber estudiado secretariado me
fue de mucha utilidad. Con el tiempo monté una empresa de tiendas de arreglos
de ropa llamadas Hilo y Aguja que creció mucho y que, aunque ya me jubilé y
terminé vendiéndolas a las mismas mujeres que empleé, existe todavía. El
objetivo de Hilo y Aguja era la inserción laboral de mujeres inmigrantes en
situación de vulnerabilidad. Toda una red de tiendas que hoy en día administran
las propias mujeres que en su momento empezaron de cero cuando fundé el
proyecto.
- ¿Has
vuelto a Cuba?
En dos ocasiones
que, en realidad, ha sido una solamente. En 2007, después de haber trabajado
codo a codo con la disidencia de la Isla, habiendo acogido en Madrid a los
presos y sus familiares, víctimas de la ola represiva de la Primavera Negra de
2023, y siendo parte activa del movimiento contestatario contra la dictadura
castrista, representándolo en el Parlamento Europeo de Bruselas, en la Comisión
de Derechos Humanos de Ginebra y en las instancias y organizaciones
internacionales, se me ocurrió montarme en un avión e ir a La Habana y
encontrarme con los líderes de la oposición en la isla.
De más está decir
que no me dejaron entrar. A pesar de ser ciudadana española y de que mi
pasaporte cubano quedó anulado en el momento mismo en que dejamos la isla en
1960, el funcionario de inmigración me dijo que por haber nacido en Cuba tenía
que entrar al país con un pasaporte nacional. Aquello fue todo un show. Me
arrinconaron entre dos policías y dos perros, y me tuvieron detenida cuatro
horas en el aeropuerto de Rancho Boyeros para, finalmente, montarme en un avión
de vuelta a Madrid. Los propios policías que me acompañaron hasta el asiento
del avión me miraron apenados y me dijeron que sentían mucho esa situación, y
que ellos no tenían la culpa de que sucedieran estas cosas.
El caso fue que
tras mi regreso forzado a Madrid lo primero que hice fue pedir cita en el
consulado cubano para hacer los trámites que ellos consideraran pertinentes y
que me permitieran volver al país en donde nací. En el momento de la entrevista
le dije al cónsul que yo era una persona corriente, una ama de casa y le
expliqué que, en mi casa, por ejemplo, no mandaban los abuelos, haciendo
referencia a que el país era gobernado por octogenarios que no tenían por qué
liderar el gobierno, ni en la isla ni en ningún lado del mundo. Ellos
intentaron hacerme ver que mis actividades perjudicaban a Cuba y que ése era el
motivo por el que no aceptaban que regresara. Entonces les expliqué que, en
realidad, yo necesitaba ir para tener una idea real de la situación, pues hasta
el momento la única versión que tenía de lo que sucedía en Cuba me llegaba de
trasmano a través de terceros. No le mentí con respecto a mis intenciones de
reunirme con Manuel Cuesta Morúa, Beatriz Roque, Elizardo Sánchez Santa Cruz,
Laura Pollán, a la esposa del Dr. Oscar Elías Biscet, entre otros disidentes. Y
le dije que cinco días me bastaban. Fue en esas condiciones que obtuve el
permiso para volver a Cuba por primera y única vez, y quedarme en el país
apenas una semana.
Me acompañó durante
el viaje Iván, mi esposo, y pude ver a muchos líderes de la disidencia con los
que quería entrevistarme, y también a Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal,
vicario general de La Habana, en su iglesia de San Agustín, y a quien conocía
pues ya me había encontrado con él en una ocasión en Roma, cuando le entregué
el documento “Cuba: un camino al porvenir”, que habíamos redactado entonces
para tener su opinión. El propio Carlos Manuel de Céspedes me habló de la mala
relación que existía entre la familia de Raúl Castro y la de Fidel, y el
complejo que tenía el primero de “segundón”, razón por la cual nunca se
atrevería nunca a cambiar nada, incluso después de la muerte de su hermano.
Durante el viaje
siempre tuvimos a alguien detrás de nosotros para vigilarnos. Recuerdo que
cuando llegamos a la cita con el vicario general, como estábamos adelantados,
le propuse a mi esposo que merodeáramos un poco por fuera de la iglesia San
Agustín. Entonces, el propio agente de la Seguridad del Estado que nos venía
siguiendo nos rogó que entráramos a las dependencias de la iglesia porque le perjudicaría
que nos quedáramos fuera.
- Has
viajado mucho y te has encontrado con muchas personalidades de todo el mundo
defendiendo siempre la democracia no solo en Cuba, sino en el mundo entero. ¿En
qué punto te encuentras en este momento?
La democracia no
puede existir sin una sociedad civil estable y sólida. Es necesario fundar
estas bases para poder neutralizar todos los abusos de poder, poca importa si
de un lado o de otro. Lo primero que hay que hacer, sin entrar en
consideraciones de tendencias políticas, preferencias sexuales u orientaciones
ideológicas, es crear las condiciones para que la sociedad civil impida que un
gobierno totalitario logre implantarse en cualquier país. Por esto nos hemos
incorporado al Observatorio Político de América Latina.
Por otra parte,
nos hemos enfrascado en tener un cuerpo jurídico que sea reconocido por la
Unión Europea con la apostilla de La Haya, de modo que todas nuestras acciones
puedan ser compartidas a nivel de las Naciones Unidas y sus organismos, así
como en el Parlamento Europeo. Pienso que es necesario proponer una solución
global que permita garantizar un vuelco de toda América Latina, un poco como
sucedió en Europa del Este en el momento de la caída del muro de Berlín en
1989. Sin en este consenso y sin sociedades civiles estables la democracia
siempre va a tambalearse cuando menos lo esperemos y en donde menos nos lo
imaginamos. Y es por eso que insisto siempre que el gobierno anacrónico de Cuba
es un mal ejemplo que debemos extirpar. Un símbolo de nefastas influencias para
toda aspiración democrática en cualquier lugar del mundo.
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