Entrevista a Elena Larrinaga - Cubanet

Entrevisto a Elena Larrinaga en Madrid, historiadora, activista y una cubana muy activa por la causa.

Leer entrevista y enlace abajo:

El gobierno anacrónico de Cuba es un mal ejemplo que debemos extirpar

(El escritor William Navarrete entrevista a la historiadora y activista cubano-española Elena Larrinaga)

A Elena Larrinaga es difícil seguirle los pasos. Su febril desempeño como activista en el ámbito de los derechos humanos la sitúa en el epicentro de la disidencia y de las acciones contra la dictadura cubana desde hace décadas. Es presidenta del Partido Demócrata Cristiano de Cuba, de la Red Femenina de Cuba y de la Plataforma Cívica Cubana. También es responsable de relaciones internacionales del Consejo para la Transición en Cuba, cofundadora del Observatorio Cubano de Derechos Humanos y presidenta de la Federación Española de Asociaciones Cubana, una plataforma que concibió para aunar las acciones y esfuerzos dispersos en favor de un mismo objetivo: la democratización de la Isla caribeña.

De izq a derecha: Margarita Larrinaga, William Navarrete y Elena Larrinaga, Madrid, mayo 2024

Nos encontramos en Madrid, en la casa de su prima por partida doble, Margarita Larrinaga, cuyos padres son sus tíos pues dos hermanos Larrinaga se casaron en La Habana con dos hermanas Luis. La propia Margarita me recuerda que Elena presidió la asociación de las Damas de Blanco en Madrid y que es cofundadora de la Mesa de Unidad de Acción Democrática impulsada por la Fundación Adenauer, además de gestora del Centro Félix Varela en la Universidad madrileña Francisco de Vitoria. Acaba de regresar de Washington en donde la sección Women’s Democracy Network (WDN) del International Republican Institut le concedió el premio Jeanne J. Kirkpatrick por su labor en la red femenina, otro de los temas en los que se ha implicado mucho.

Elena tiene mucho humor, algo que percibí apenas empecé a entrevistarla. Desborda de optimismo, energía y creatividad, siempre buscando qué hacer para impulsar las causas que defiende con pasión. Mejor que sea ella quien nos cuente qué ha sido de su vida y las actividades que ha llevado y lleva a cabo a lo largo de todos estos años.

- Como a todos los entrevistados empecemos por tus orígenes familiares y el momento de tu nacimiento.

Nací en La Habana en 1955 y antes de salir de la isla, cuando iba a cumplir los cinco años, vivía en el reparto Kohly. Mi padre, Severiano Larrinaga Verano-Aguirre nació en Besauri, un pueblo del País Vasco, cerca de Bilbao. De su familia, su tío Camilo había sido el primero en instalarse en Cuba y, poco a poco, fueron llegando otros miembros, dedicándose todos al ramo de la metalurgia y la exportación e importación de metales. Al principio, mi padre tuvo una compañía de fabricación de cabillas, antes de fundar la sociedad Antillana de Acero, en La Habana, de la que era el mayor accionista y cuya gran fábrica, equipada con lo más moderno, se inauguró a finales de 1958, antes de que el gobierno castrista se la robara. Mi padre era hijo de los vascos Antolín Larrinaga Barrenechea y Cándida Verano-Aguirre Arróspide quienes lo trajeron pequeño a la isla.


Bautizo de Elena Larrinaga, La Habana, 1955

Mi madre Isabel de Luis Sánchez era cienfueguera, pero de padre catalán y madre cubana. Su padre, Teófilo, era originario de Biedes y se estableció en Cienfuegos en donde vivían sus hermanos mayores. Luego fundó una perfumería y una fábrica de perfumes que era una prospera industria nacional, también expropiada por el castrismo. Mis abuelos vivían en El Vedado, en la calle I esquina 15. Mis padres tuvieron siete hijos, de los cuales el más pequeño nació en el exilio, viviendo todos ya en Madrid.

- Supongo que al salir tan pequeña de Cuba tienes pocos recuerdos del país…

Tengo recuerdos muy vívidos que preceden a nuestra salida, un 26 de julio de 1960. Mi madre, una mujer de poco hablar, muy práctica y bastante cáustica, me dijo: “Te vas de vacaciones con tus primos y tus hermanos pequeños, Betty y Javier”. No había cumplido aún los cinco años, pero a pesar de mi corta edad me daba cuenta de todo aquello era rarísimo, cuanto más que veía que en la casa habían empezado a cubrir los muebles con paños y sábanas como si se tratase de un largo viaje que emprenderíamos todos.

Recuerdo perfectamente el día de la salida de La Habana porque mi madre nos acompañó al aeropuerto de Rancho Boyeros y no paraba de decirme que no llorara. Cuando subí la escalerilla del avión me di media vuelta para decirle adiós con la mano y entonces vi, que aquella mujer tan fuerte, que minutos antes me decía que no llorara, estaba anegada en lágrimas. Este tipo de situación no se olvida nunca.

Isabel de Luis Sánchez, madre de Elena Larrinaga

- ¿A dónde se van?

Me envían a Washington y como el curso escolar había terminado ya, a mi prima Ana Larrinaga y a mí nos mandan al campamento de verano Camp Maria. Por las noches me orinaba en la cama y me pasaba buena parte de la madrugada batallando con las sábanas para orearlas agitándolas para que se secaran y que no se dieran cuenta de lo que me había pasado. Cuando quería llorar me escondía detrás de un piano. Aunque no estábamos abandonadas me imagino que la sensación de no tener a tus padres contigo debe provocar cosas como las que me sucedían. En algún momento vino a vernos el padre Pedro Arrupe Gondra, quien era sacerdote jesuita y llegó a ser el prepósito general de la Compañía de Jesús, que quiso informarse cómo estábamos. Arrupe era bilbaíno y cuando visitó La Habana tras un recorrido por diferentes países de América Latina fue recibido en nuestra casa por la familia.

Cuando regresé del summer camp ya mi madre había llegado a Washington. Mi padre no, pues se quedó en La Habana más tiempo ya que el tío Camilo estaba enfermo y no podía viajar. También porque hasta el último momento, por ser el mayor accionario de Antillana de Acero, intentó salvar la compañía. Conservo toda la correspondencia que mantuvo con Fidel Castro, Ernesto Guevara, Osvaldo Dorticós, el capitán Antonio Núñez Jiménez y otros miembros del gobierno castrista durante esos meses. Incluso tengo un memorándum dirigido a toda esta gente, fechado el 3 de marzo de 1960, en que queda claro que estaba dispuesto a entregarle el 51% de Antillana de Acero al Estado, en un acto desesperado para salvar por lo menos una parte del negocio que habían construido con tanto esfuerzo. En ese memorándum explicaba detalladamente que la empresa era esencialmente cubana, constituida en un 81% con capital nacional, es decir con más de 6 millones de pesos como capital cubano privado y con el objetivo de aunar toda la producción de acero del país desde 1957, ofreciendo trabajo a unas 600 familias. Antillana de Acero tenía solo un millón y medio de pesos, equivalentes a dólares, de capital extranjero. Estos archivos han sido publicados recientemente por el artista multidisciplinario cubano Léster Álvarez Meno y pueden ser consultados en el sitio web de la revista Árbol invertido.

Elena Larrinaga en el Colegio del Sagrado Corazón

- ¿Cursas entonces tus primeros años de escolaridad en Washington?

Me inscriben en Stone Ridge School, el colegio del Sagrado Corazón en Bethesda, Maryland. Allí estuve de 1960 a 1963, en que me enviaron junto a Maribel y Teresa, mis dos hermanas mayores, a Bilbao, en donde también nos inscribieron en el colegio del Sagrado Corazón de Algorta. Allí estuve un año interna y luego tres años más externa. Permanecimos en el País Vasco hasta que cumplí los 11 años en 1966 y después, hasta el día de hoy, he vivido en Madrid.

- Todos conocemos tu implicación contra la dictadura cubana y en los asuntos que conciernen a la isla en general. ¿Desde siempre has estado vinculada a esta causa?

Desde nuestra llegada a España, mi padre y mis tíos mantuvieron las puertas de casa abiertas a todo refugiado que llegaba de la isla. De hecho, fueron miembros fundadores en 1966 del Centro Cubano de Madrid, una institución que aglutinaba a los exiliados cubanos en la capital española y que fue concebida para dar apoyo a cuanto refugiado cubano llegara a la ciudad hasta que cesó de existir en su última sede de la calle Claudio Coello. Mi tío Alejandro Larrinaga, quien falleció centenario en 2021, fue su último presidente. A todo exiliado, célebre o no, se le daba apoyo y una excelente acogida.

El exilio no era color de rosa. Los primeros años fueron difíciles ara todos. Éramos como parias sin nacionalidad. No fue hasta 1978, después de casarme con Iván de la Mora Armada, mi esposo, que pude adquirir la nacionalidad española, a pesar de que mi padre había nacido en Bilbao, y que mis abuelos eran españoles. Es más, durante años teníamos que ir cada seis meses, tanto yo como mis hermanos, primos y demás familiares, a la comisaría de Leganitos a justificar nuestra presencia en España para poder renovar la residencia. Te preguntaban tonterías como: “¿Y a qué se dedica tu padre?”. Y yo les respondía: “¡Y qué sé yo!”. En la cubierta del pasaporte o especie de salvoconducto aparecía la palabra “apátrida”. Yo les decía a los comisarios encargados de esos trámites: “Mire, mi único problema es hacerme amigas en el colegio, pues no hablo igual que mis compañeras, ni tengo una historia común con ninguna de ellas”.

Elena y su familia en los jardines de la casa de Tarará, Cuba, 1957

Una vez las monjas inventaron una excursión a la localidad balnearia francesa de Biarritz y todas podían ir menos yo. Entonces mi padre fue a ver al jefe de la policía del aeropuerto de Barajas, un tal Pompeyo, a quien él conocía, y éste habló con personas encargadas de estos temas para que me dieran un documento que me permitiera pasar la frontera. Recuerdo que el día en que me lo iban a dar el funcionario que nos recibió hojeó el pasaporte y dijo que había una incidencia y que tenía que verificar no sé qué. Entonces se ausentó y dejó el pasaporte del otro lado del ventanillo y mi padre temiendo que las cosas se complicaran me dijo que metiera las manos por debajo, que agarrara el documento y que me largara rápido de allí. Por suerte en aquella época no había internet ni nada de eso. De modo que lo agarré y salí corriendo de las oficinas con la autorización que me permitía sumarme al grupo que iba a Biarritz.

- Eran otros tiempos… Veo que no has perdido tu humor cubano.

Eso dicen. En casa siempre fue así. Cuando éramos jóvenes, las muchachas no podíamos salir si no era acompañadas con un muchacho que nos invitara. De modo que los sábados esperábamos ansiosas que el teléfono sonara porque, en general, algún chico se brindada para venir a buscarnos y sacarnos. Cuando más deseosa estaba de que alguno me llamara sonaba el teléfono y siempre era mi tía Manuela. Y yo: “Ay tía, por favor, llama después que esta es la hora en que llaman lo pretendientes y el teléfono tiene que estar libre”. La llamada inoportuna de la tía Manuela no fallaba nunca. Sucedía también que el único que se proponía para sacarme era un chico un poco enclenque y medio enano, que a nadie le gustaba mucho, y que le decían Revu, creo que por el apellido. Pero como no había otra opción mi madre me decía: “Ponle buena cara al Revu, pues si no, no sales”. Eran cosas de aquel tiempo. En casa nunca faltó el sentido del humor cubano con situaciones de este tipo.

Hasta mi esposo, que es español, tiene una conexión cubana porque desciende del gobernador de la isla Pedro de Valdés, quien decidió la construcción del castillo de los Tres Reyes del Morro de La Habana y una de las calles de la ciudad lleva su nombre.

La casa de los abuelos, calle I esquina 15, Vedado

- ¿Continuaste tus estudios en Madrid? ¿A qué te dedicaste?

Cuando terminé el bachillerato estudié secretariado técnico bilingüe en el colegio Bienaventurada Virgen María, conocido como el de las Madres Irlandesas, algo que me sirvió de mucho después. Luego, hice la carrera de Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid y me gradué en 1980, dos años después de casarme, cursando mi especialidad en Historia Moderna, que terminé en 1989. Sucedió que poco después de mi matrimonio mi madre enfermó y falleció, y tuve que ocuparme de mi hermano menor que había nacido en Madrid y todavía era menor. Mi hijo nació después de 14 años de casada, cuando pensaba que ya no podría tener descendencia.

Trabajé primero en la Coca Cola, y por eso digo que el hecho de haber estudiado secretariado me fue de mucha utilidad. Con el tiempo monté una empresa de tiendas de arreglos de ropa llamadas Hilo y Aguja que creció mucho y que, aunque ya me jubilé y terminé vendiéndolas a las mismas mujeres que empleé, existe todavía. El objetivo de Hilo y Aguja era la inserción laboral de mujeres inmigrantes en situación de vulnerabilidad. Toda una red de tiendas que hoy en día administran las propias mujeres que en su momento empezaron de cero cuando fundé el proyecto.

Elena Larrinaga en los jardines de su casa en Kohly

- ¿Has vuelto a Cuba?

En dos ocasiones que, en realidad, ha sido una solamente. En 2007, después de haber trabajado codo a codo con la disidencia de la Isla, habiendo acogido en Madrid a los presos y sus familiares, víctimas de la ola represiva de la Primavera Negra de 2023, y siendo parte activa del movimiento contestatario contra la dictadura castrista, representándolo en el Parlamento Europeo de Bruselas, en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra y en las instancias y organizaciones internacionales, se me ocurrió montarme en un avión e ir a La Habana y encontrarme con los líderes de la oposición en la isla.

De más está decir que no me dejaron entrar. A pesar de ser ciudadana española y de que mi pasaporte cubano quedó anulado en el momento mismo en que dejamos la isla en 1960, el funcionario de inmigración me dijo que por haber nacido en Cuba tenía que entrar al país con un pasaporte nacional. Aquello fue todo un show. Me arrinconaron entre dos policías y dos perros, y me tuvieron detenida cuatro horas en el aeropuerto de Rancho Boyeros para, finalmente, montarme en un avión de vuelta a Madrid. Los propios policías que me acompañaron hasta el asiento del avión me miraron apenados y me dijeron que sentían mucho esa situación, y que ellos no tenían la culpa de que sucedieran estas cosas.

El caso fue que tras mi regreso forzado a Madrid lo primero que hice fue pedir cita en el consulado cubano para hacer los trámites que ellos consideraran pertinentes y que me permitieran volver al país en donde nací. En el momento de la entrevista le dije al cónsul que yo era una persona corriente, una ama de casa y le expliqué que, en mi casa, por ejemplo, no mandaban los abuelos, haciendo referencia a que el país era gobernado por octogenarios que no tenían por qué liderar el gobierno, ni en la isla ni en ningún lado del mundo. Ellos intentaron hacerme ver que mis actividades perjudicaban a Cuba y que ése era el motivo por el que no aceptaban que regresara. Entonces les expliqué que, en realidad, yo necesitaba ir para tener una idea real de la situación, pues hasta el momento la única versión que tenía de lo que sucedía en Cuba me llegaba de trasmano a través de terceros. No le mentí con respecto a mis intenciones de reunirme con Manuel Cuesta Morúa, Beatriz Roque, Elizardo Sánchez Santa Cruz, Laura Pollán, a la esposa del Dr. Oscar Elías Biscet, entre otros disidentes. Y le dije que cinco días me bastaban. Fue en esas condiciones que obtuve el permiso para volver a Cuba por primera y única vez, y quedarme en el país apenas una semana.

Me acompañó durante el viaje Iván, mi esposo, y pude ver a muchos líderes de la disidencia con los que quería entrevistarme, y también a Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, vicario general de La Habana, en su iglesia de San Agustín, y a quien conocía pues ya me había encontrado con él en una ocasión en Roma, cuando le entregué el documento “Cuba: un camino al porvenir”, que habíamos redactado entonces para tener su opinión. El propio Carlos Manuel de Céspedes me habló de la mala relación que existía entre la familia de Raúl Castro y la de Fidel, y el complejo que tenía el primero de “segundón”, razón por la cual nunca se atrevería nunca a cambiar nada, incluso después de la muerte de su hermano.

Primera piedra de Antillana de Acero, La Habana

Durante el viaje siempre tuvimos a alguien detrás de nosotros para vigilarnos. Recuerdo que cuando llegamos a la cita con el vicario general, como estábamos adelantados, le propuse a mi esposo que merodeáramos un poco por fuera de la iglesia San Agustín. Entonces, el propio agente de la Seguridad del Estado que nos venía siguiendo nos rogó que entráramos a las dependencias de la iglesia porque le perjudicaría que nos quedáramos fuera.

- Has viajado mucho y te has encontrado con muchas personalidades de todo el mundo defendiendo siempre la democracia no solo en Cuba, sino en el mundo entero. ¿En qué punto te encuentras en este momento?

La democracia no puede existir sin una sociedad civil estable y sólida. Es necesario fundar estas bases para poder neutralizar todos los abusos de poder, poca importa si de un lado o de otro. Lo primero que hay que hacer, sin entrar en consideraciones de tendencias políticas, preferencias sexuales u orientaciones ideológicas, es crear las condiciones para que la sociedad civil impida que un gobierno totalitario logre implantarse en cualquier país. Por esto nos hemos incorporado al Observatorio Político de América Latina.

Por otra parte, nos hemos enfrascado en tener un cuerpo jurídico que sea reconocido por la Unión Europea con la apostilla de La Haya, de modo que todas nuestras acciones puedan ser compartidas a nivel de las Naciones Unidas y sus organismos, así como en el Parlamento Europeo. Pienso que es necesario proponer una solución global que permita garantizar un vuelco de toda América Latina, un poco como sucedió en Europa del Este en el momento de la caída del muro de Berlín en 1989. Sin en este consenso y sin sociedades civiles estables la democracia siempre va a tambalearse cuando menos lo esperemos y en donde menos nos lo imaginamos. Y es por eso que insisto siempre que el gobierno anacrónico de Cuba es un mal ejemplo que debemos extirpar. Un símbolo de nefastas influencias para toda aspiración democrática en cualquier lugar del mundo.

Elena Larrinaga en el IRI’s Women’s Democracy Network (WDN), de Washington, marzo 2024


Ivan su esposo izq y el actual Conde de de Revillagigedo, su primo Álvaro Armada


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