Entrevista a la poeta María Elena Blanco
Entrevisto a la poeta y amiga María Elena Blanco en el Café de Flore en París. Toda una vida dedicada a la literatura y a las traducciones en el sistema de las Naciones Unidas.
Enlace directo: En Cuba todo estaba en el mismo lugar, pero nada era igual a lo que fue / William Navarrete / Cubanet
En Cuba todo
estaba en el mismo lugar, pero nada era igual a lo que fue
(El escritor
William Navarrete entrevista a la poeta María Elena Blanco)
Nos dimos cita en
el Café de Flore, en el bulevar parisino de Saint-Germain, no lejos de donde
estaba celebrándose el Marché de la Poésie, una feria completamente dedicada a
los poetas que, con carácter anual, se lleva a cabo en la capital francesa por
esta fecha, en la plaza de Saint-Sulpice. En este prestigioso evento literario,
María Elena Blanco estuvo presente con su nueva antología de poemas, En
attendant Ulysses / Esperando a Ulises (L’Harmattan, París, 2024) que acaba
de publicar en una edición bilingüe francés-español, y cuyas traducciones a la
lengua de Molière las realizó ella misma.
Nos conocimos
hace ya algunos años, en uno de sus viajes a París, y además de la poesía y la
literatura en general, nos sentimos identificados también no solo por nuestros
orígenes cubanos sino porque ambos hemos trabajado como traductores para
organismos de Naciones Unidas. En febrero de 2009, reseñé para El Nuevo
Herald su antología poética Havanity/Habanidad, publicada por las
ediciones Baquiana en Miami. Una cita de la crítica que hice entonces sobre
este libro fue publicada en la contraportada de la antología que presenta ahora
en París. También la entrevisté para este mismo diario el 4 de octubre de 2015
cuando indagué sobre qué pensaban algunos intelectuales cubanos establecidos en
Europa sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos durante el gobierno de
Obama.
Nuestro encuentro
en este París veraniego permitió que intercambiáramos algunos de nuestros
últimos libros, y me dio también la oportunidad de conocer un poco más sobre la
vida y la obra de esta poeta y traductora cubano-americana quien desde su
temprana salida de Cuba ha vivido la mayor parte del tiempo, y sigue haciéndolo,
entre Nueva York, Viena y Chile, sin que por ello haya olvidado a su Habana
natal.
- ¿Puedes
hablarnos de tus orígenes familiares y primeros pasos por la vida?
Nací en La Habana, en el barrio de La Víbora,
en 1947. Mi padre, José María Blanco Barrios, era también habanero, nieto de
españoles. Trabajó primero en un concesionario de la marca de norteamericana de
automóviles Ford y luego como gerente de las Aerolíneas Argentinas en Cuba,
cuyas oficinas se encontraban en el hotel Sevilla-Biltmore, en el Paseo del
Prado, un sitio que era muy hermoso y del que conservo gratos recuerdos.
Mi madre,
Aracelia Beltrán, era hija de Luis Beltrán González y Eloísa Costa de la Flor,
ambos cubanos. Se graduó de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana.
Ejerció como profesora en una escuela privada excelente que se llamaba Havana
Business Academy, con varias sucursales en la Isla, entre las que figuraba la
de la calzada de Diez de Octubre en donde ella trabajaba. Esa escuela era
propiedad de Henri Mathiot, un francés casado con una cubana que residía en la
Isla. Mis abuelos maternos vivían en la calle Oquendo, pero cuando yo nací se
mudaron también para La Víbora. A la escuela en que trabajaba mi madre iba yo
de pequeña a perfeccionar mi inglés. Las profesoras eras todas norteamericanas
y muy buenas, por cierto.
Formaba parte de
la familia mi hermana, menor que yo, además de los abuelos maternos que, como
dije, vivían cerca de nuestra casa.
¿Cómo fue
tu infancia y tu primera escolaridad en La Habana?
Cursé todos mis
estudios, desde la preprimaria hasta que nos fuimos del país, después de mi
segundo año de bachillerato, en el Instituto Edison de La Víbora. Tenía
excelentes profesores y recuerdo en particular a la de Matemáticas, Hilda
Núñez, quien decía que yo debía estudiar ciencias porque era muy buena en esa
asignatura. También adoraba a Mr. Jerry, mi profesor de inglés.
Como mi padre
trabajaba en Aerolíneas Argentinas viajábamos con relativa facilidad a Estados
Unidos, fundamentalmente a Nueva York y a Miami. También, ya a finales de la
década de 1950, íbamos mucho a Celimar, un reparto residencial al este de La
Habana entre Bacuranao y Tarará, en donde había comprado una casa de playa. Por
cierto, en uno de mis viajes a Cuba anduve por allí y me quedé perpleja al
descubrir que el Celimar Yacht Club, un centro de recreo moderno y fabuloso en
aquella época, era un amasijo de ruinas.
- ¿Qué
sucede en el seno de tu familia durante los meses que precedieron el triunfo de
la insurrección de 1959 y después?
Recuerdo que mi
padre era bastante escéptico con lo que estaba sucediendo y con el triunfo de
enero de 1959, pues conocía a muchos de los personajes que habían iniciado las
luchas contra Batista desde la época estudiantil en la Universidad y los
consideraba unos revoltosos sin mucho fundamento. En cambio, mi madre creía en
la necesidad de una justicia social y, al principio, se mostró entusiasmada con
aquel triunfo. ¡Solo al principio!
Recuerdo que en
ese primer año de revolución, hubo una campaña para que se invitara a los campesinos
a las casas de quienes vivían en La Habana, y que en la nuestra se invitó a
almorzar entonces a una familia que venía del campo. Cuando la situación en
Cuba empezó a ponerse crítica, que comenzaron las nacionalizaciones, las
Aerolíneas para las que trabajaba mi padre, temiendo el cierre forzoso, decidió
dejar sus oficinas en la isla. En ese momento, a mi padre se le presentó la oportunidad
de salir con nosotras vía Buenos Aires, de modo que dejamos La Habana un 19 de
febrero de 1961. En Cuba se quedaron mis abuelos, tíos y primos, quienes
salieron también después y, por supuesto, la casa de La Víbora la perdimos con
nuestra salida.
- ¿Alguna
anécdota de la salida? ¿Qué sucedió después?
En realidad,
recuerdo que mi madre, mi hermana y yo íbamos elegantísimas porque una tía era
modista y me había hecho un traje de lana precioso. Hubo un primer cambio de
avión en Nueva York en pleno invierno, desde donde tomamos el que nos
conduciría a Buenos Aires. Pero, claro, habíamos olvidado que en el hemisferio
sur era verano, de modo que cuando el avión aterrizó en Rio de Janeiro, en
donde teníamos que bajarnos para almorzar, las bocanadas de aire caliente fueron
tan intensas que toda aquella elegancia se desvaneció y empezamos a despojarnos
de toda la ropa de invierno que llevábamos puesta.
Una vez en Buenos
Aires, en donde solo estuvimos unos meses, mi padre tenía dos opciones: irnos a
París o a Nueva York. Finalmente, escogió esta última, algo que después, un
poco en broma, le achaqué porque yo era una francófila nata y mi sueño había
sido siempre París. Ese mismo año nos establecimos en Nueva York.
-
¿Continuaste entonces tus estudios?
Terminé mi
bachillerato en Mother Cabrini Hight School, en Washington Heights (MCHS) y asistí
también a la escuela de verano para pasar una asignatura que me faltaba. Ese
mismo año escogí francés, de modo que en el tercer año de bachillerato me
permitieron entrar en el último año de este idioma. Luego empecé los estudios
de bachelor en el Hunter College, una institución que entonces era solo
para mujeres, y allí tomé como primera especialización Literatura francesa y,
como segunda, Literatura española e hispanoamericana. Recuerdo que tuve
excelentes profesores y, entre estos, a varios cubanos como Oscar Fernández de
la Vega y, posteriormente, José Olivo Jiménez. También a Juan Ventura Agudiez,
quien me enseñó a entender y amar la poesía francesa.
En el Hunter
College mi madre también revalidó su título cubano, algo que le permitió
ejercer como profesora. En el tercer año de bachelor me fui a París,
entre 1965 y 1966, para continuar los estudios en La Sorbona, y regresé al
Hunter de Nueva York, del que me gradué en 1967. En septiembre de ese mismo año
estaba ya de vuelta a París, en donde empecé la proseguí mi carrera
universitaria en el Instituto de Altos Estudios de América Latina, el Instituto
Hispánico y la École Pratique des Hautes Études, todos parte de la
Universidad de París.
- ¿Viviste
los acontecimientos de la revolución estudiantil de mayo de 1968? ¿Te
implicaste en ésta?
Por supuesto que
los viví, y no solo eso, sino que parte de las dificultades que tuvimos todos
los estudiantes de aquel curso fue que las universidades permanecían gran parte
del tiempo cerradas.
Por supuesto,
estuve en alguna que otra manifestación, y me dejaba llevar por el grupo de
estudiantes pues cada vez que Jean-Paul Sartre iba a hablar en algún espacio
público, como en la Mutualité, allí estábamos todos. El movimiento tenía mucho
apoyo, incluso entre los propios docentes, porque recuerdo que algunos
profesores a favor de las reformas me preguntaron, a la hora de examinarme, si
había participado en alguno de los comités de acción.
Fue un año
bastante movido, al final del cual me fui a Londres en donde empecé a dar
clases de español y a recibirlas de guitarra hasta que regresé a Nueva York en
1970.
- Tengo
entendido que Chile ha sido muy importante en tu vida personal y académica.
¿Puedes contarnos por qué?
En París, en mi
época de estudiante, había conocido a muchos latinoamericanos, entre los cuales
había no pocos chilenos. Yo deseaba profundamente salvar mi lengua materna y mi
identidad latinoamericana, de modo que Chile se presentó como una opción para poder
retomar el curso de mi identidad lingüística. Llegando a Chile, poco después,
comenzó el gobierno de Salvador Allende. Mis amigos chilenos me advierten que
había un puesto vacante en el Instituto de Lengua y Literatura de la
Universidad Católica de Valparaíso para el que postulé inmediatamente. Me lo
dieron, y también el de profesora de la Facultad de Idiomas Modernos, de esa
misma Universidad, de modo que tuve trabajo a jornada completa como profesora
de Literatura francesa y de Francés en ambos lados.
Por supuesto, el
ambiente en Chile estaba muy politizado y se sentía la crisis política que se
avecinaba. Yo conocía a muchas personas de izquierda, simpatizantes de Allende
quien pretendía instaurar un tipo de socialismo a través de la vía democrática.
Fue en ese momento en que conocí a mi primer esposo y la razón por la que
nuestro hijo nació en Chile. La situación se estaba degradando y, como me había
separado, decidí salir de Chile con mi hijo rumbo a Nueva York en 1973 antes
del golpe militar.
- Has
trabajado durante mucho tiempo para las Naciones Unidas, primero en su sede de
Nueva York y luego en la de Viena (Austria). ¿En qué momento te conviertes en
traductora oficial de esta Organización?
Antes de ingresar
en Naciones Unidas fui profesora durante muchos años en Long Island, en
institutos de bachillerato. Fue en 1980 que una amiga de mi hermana llego un
día a la casa con un recorte del New York Times en el que se convocaba a
traductores para trabajar en Naciones Unidas. En realidad, no era un trabajo
que contemplase para mi futuro, pero ante tanta insistencia me dejé entusiasmar
y me presenté al examen. Lo saqué y, en 1983, entré de lleno en la Organización.
Fue en este periodo que conocí a mi segundo esposo, chileno, quien era
temporero de Naciones Unidas y había aceptado un contrato permanente en la
capital austríaca. Fue así que pedí también mi traslado para las oficinas de la
Organización en Viena, y la razón por la que me instalé en esta ciudad a partir
de 1986. Como traductora en la ONUV participé en frecuentes misiones a países
de Europa, África y América. Permanecí en la sede de Viena hasta que me jubilé,
llegando a ser jefa de la Sección de Traducción al Español de 2001 a 2007, y he
conservado mi domicilio en esta ciudad.
-
¿Continuaste tus vínculos con Chile?
La dictadura
militar de Augusto Pinochet duró hasta 1990. Yo ya vivía en Nueva York desde
1973 y, al estar muy relacionada afectiva y profesionalmente con chilenos, a lo
largo de ese periodo, me impliqué en muchos movimientos de solidaridad y de
derechos humanos a favor de la democratización de Chile, a la vez que proseguía
mis estudios de doctorado en New York University.
El fin de la
dictadura de Pinochet coincidió con la salida de mi primer libro de poesías: Posesión
por pérdida, finalista del concurso Barro de poesía, que publiqué primero
en Sevilla y también en la editorial Libra de Santiago de Chile, ilustrado por
el gran artista chileno Mario Toral. Ese mismo año, 1990, fue el de mi primer
viaje de regreso a Cuba.
- ¿Puedes
contarnos en qué circunstancias decides regresar a Cuba?
En realidad, no
decidí nada. Fui a La Habana como traductora de Naciones Unidas, con un
pasaporte de funcionaria internacional para trabajar en un congreso sobre el
delito y el tratamiento del delincuente que se celebraba en la capital cubana.
Me hospedaron en el hotel Habana Riviera, y aunque el trabajo era intenso pude
darme algunas escapaditas para ver los sitios que había dejado 30 años antes.
Por supuesto,
estuve en San Lázaro 818 (no confundir con la calle de este mismo nombre en
Centro Habana), la última casa en que viví en Cuba. Todo estaba irreconocible y
en muy mal estado, incluso el colegio en que estudié que, aunque aún funcionaba
como tal, estaba muy desmejorado. El terreno de pelota, antes tan cuidado, era
un potrero lleno de yerbas. Cuando anduve por el barrio me encontré en el
portal de su casa en la calle Carmen a Nina, la tía de Teresita, una de mis
mejores amigas de infancia. Me acerqué a la reja de entrada de la casona en que
vivía y la saludé. Ella me invitó a entrar y no me reconoció al principio, pero
cuando le dije quién era enseguida le vino todo a la memoria.
Puedo decir que en
Cuba todo estaba en el mismo lugar, pero nada era igual a lo que fue. Y por
otro lado la dimensión real de las cosas tenía otra escala con relación a la que
la que yo guardaba en mis recuerdos. Es decir, hasta la calzada de Diez de
Octubre que, en mi mente, aparecía como una arteria ancha y difícil de cruzar,
en la realidad me pareció encogida, esmirriada e insignificante.
- Tengo
entendido que has vuelto desde entonces varias veces y que también has
publicado en Cuba…
Mi segundo viaje
tuvo que ver directamente con la Feria del Libro de Guadalajara, en donde me
encontraba asistiendo a un simposio literario cuando conocí a varios
intelectuales cubanos que habían venido a la premiación de Eliseo Diego, a
quien acababan de otorgarle el premio Juan Rulfo. En ese contexto conocí a los
editores de las ediciones Vigía, la única casa editorial independiente que
existía entonces en la Isla, con sede en Matanzas. En esa ocasión me
propusieron participar en un coloquio sobre José Lezama Lima que tendría lugar
en 1994 en Cuba por el 50° aniversario de la creación de la revista Orígenes.
Entonces volví en 1994, pero pagándome todos mis gastos de viaje, boletos y
hotel, y así fui como participé en aquel homenaje al autor de Paradiso.
Allí coincidí también con jóvenes escritores cubanos que ya despuntaban por su
talante crítico, como Antonio José Ponte, Rolando Sánchez Mejías y Rafael
Rojas, y con los editores de Vigía Alfredo Zaldívar, Gisela Baranda, Laura Ruiz
Montes y todo el equipo editorial de aquellas ediciones independientes
matanceras.
Y, como una cosa
lleva a otra, en las Ediciones Vigía, fabulosas por su cuidadoso trabajo
completamente artesanal, publiqué en 1998 la edición limitada de mi poemario Corazón
sobre la tierra/tierra en los ojos, que también reedité ya ampliado bajo el
título de Alquímica memoria, en las ediciones madrileñas Betania, en
2001.
- Has
publicado muchos poemarios, preparado varias antologías y traducido – en
algunos casos haciendo frente al desafío que implica conservar la rima en el
paso de una lengua a otra – a muchos poetas al español. ¿Puedes hablarnos un
poco de esta actividad literaria en paralelo, así como de tus planes futuros?
Publiqué Mitologuías.
Homenaje a Matta (2001), El amor incontable (2008), Sobresalto al
vacío (2015), Botín (2016), entre otros poemarios a lo largo de las
últimas dos décadas. También he publicado varios libros de ensayos como Devoraciones.
Ensayos de periodo especial, que publicó en 2016 la editorial Almenara en
Leiden (Holanda).
Uno de los
trabajos en los que he invertido varios años ha sido la traducción de la poesía
de Baudelaire en español, concretamente Las flores del mal, respetando
la versificación y la rima al llevarla a nuestra lengua. La publicación, que va
en su segunda edición revisada y aumentada, ha corrido al cargo de la editorial
chileno-española Aerea y va acompañada de mis notas y de una introducción.
Siempre digo que yo llegué a la traducción por la poesía y no al revés. Y
traducir poesía ha sido parte también de mi quehacer poético, regido por mi
gusto y mis derivas personales. Y, en este caso, Baudelaire ha sido uno de mis
hitos, por su inquietante belleza y complejidad.
Actualmente
completo la traducción al español de un poeta del Sud-Tirol, esta región de
Austria próxima al norte de Italia donde se habla el alemán y varios dialectos
locales. Se llama Gerhard Kofler, fue muy amigo mío y falleció en 2005. Ya
había traducido algunos de sus trabajos, pero ahora estoy enfrascada en
traducir una selección de su obra poética para rendirle homenaje en forma de
antología por el vigésimo aniversario de su fallecimiento.
París, 22 de
junio de 2024
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