Entrevista al pedagogo Eduardo Zayas-Bazán Loret de Mola - Miami
Durante mi reciente estancia en Miami pude entrevista al profesor cubano-americano, combatiente de la brigada 2506 Eduardo Zayas Bazán Loret de Mola. Y luego pude compartir con su esposa, también vieja amiga, Lourdes Abascal. Les dejo el enlace a Cubanet y la entrevista:
(El escritor
William Navarrete entrevista al académico Eduardo Zayas-Bazán Loret de Mola)
Con Eduardo
siempre he tenido decenas de temas que abordar: Cuba, la vida del Camagüey de
otros tiempos, todo lo que perdimos, nuestros lazos familiares a través de las
ramas de los Loret de Mola, Batista, Varona, Betancourt, y toda la genealogía,
bastante endogámica, por cierto, de esta parte de Cuba extendida hasta Bayamo y
Holguín. Parte de su vida y no pocos hechos históricos en relación con ésta las
ha contado en sus memorias, My Life, publicadas en 2021 con abundante
material fotográfico.
Ahora, durante
una visita a Miami, he tenido la suerte de poder entrevistarlo y de compartir
con ambos en este pedazo de Cuba implantado entre los frondosos y fornidos
árboles de South Miami, el barrio en que viven desde hace más de dos décadas.
Evocar
contigo la genealogía familiar es remontarse a una madeja de nombres ilustres
del Camagüey de los tiempos coloniales. ¿Puedes contarnos algo de tus padres y
abuelos?
La familia era
extensa y sigue siéndolo. Mi padre, Manuel Eduardo Zayas-Bazán Recio, era
ganadero y político. Representante del Partido Liberal en Camagüey, a los 23
años de edad, llegó a ser gobernador de la provincia. Esa vena le llegaba por
su padre, Rogerio Zayas-Bazán Ramírez, mi abuelo paterno, quien había sido
comandante del Ejército Libertador, jefe del Partido Liberal en Camagüey,
gobernador de esa provincia en 1922 y secretario de gobernación del gobierno de
Gerardo Machado durante sus primeros tres años, hasta abril de 1928, en que
renunció porque no estaba de acuerdo con la reelección de Machado. Fue mi
abuelo Rogerio quien construyó el Presidio Modelo de la isla de Pinos, en su
época una prisión ejemplar, para cuya concepción viajó por Estados Unidos y se
inspiró de los mejores y más modernos centros penitenciarios de ese país. Las
ironías de la vida hicieron que su hijo, es decir mi padre, fuera encarcelado
por los castristas en esa misma prisión y permaneciera en ella hasta su cierre
definitivo en 1968. A mi abuelo lo mata Modesto Maidique Venegas, el padre de
quien fue rector de la Florida International University, pues ambos eran
senadores liberales por la provincia de Camagüey, tuvieron un desacuerdo y se
citaron para un duelo, frente al restaurante Kasalta, a la entrada del Reparto
Miramar, en julio de 1931. Los duelos eran muy corrientes en la época y mi
abuelo se dirigió a ese sitio, y apenas se bajó de su auto lo balacearon. Esa
fue la razón por la que Maidique se va del país siete años, hasta que Batista
lo indultó. Mi abuela paterna fue Isabel Recio Heymann, hija de un médico del
hospital psiquiátrico de Mazorra llamado Tomás Recio Loynaz, quien también fue
senador de Cuba en la recién estrenada República, en 1902.
En cuanto a mi
madre, Aida Modesta Loret de Mola Betancourt, siempre vivió en Camagüey, pero
falleció en 1972, en el exilio, en San Juan de Puerto Rico, en donde vivió después
de salir de Cuba en 1964, a través de los Vuelos de la Libertad, el mismo año
en que Fidel Castro encarceló a mi padre. Mi madre empezó a perder el juicio a
partir de 1959 en cuanto comienzan las primeras persecuciones políticas contra
la familia. Es una víctima más del castrismo. Mi abuelo materno fue Luis Loret
de Mola Bueno, también senador entre 1936 y 1940, ministro sin cartera de
Fulgencio Batista en 1954. Cuando falleció en diciembre de 1959 ya le habían
confiscado todas sus propiedades. Su esposa, María Luisa Betancourt, ya había
fallecido en Cuba en 1954.
Mis padres
tuvieron seis hijos, tres hembras y dos varones. Yo soy el mayor de todos.
¿Cómo fue
tu infancia en Camagüey? ¿Tu escolarización?
Tuve una infancia
muy feliz. Nací en la casa de mi abuelo Luis Loret de Mola el 17 de noviembre
de 1935. En esa época, sobre todo en las provincias, las mujeres daban a luz en
las casas. Nuestra casa estaba en el n° 92 de la calle República y mis primeras
clases de kínder las recibí en Las Teresianas, un colegio católico de Camagüey.
Recuerdo las estancias en la finca El Tamarindo, propiedad de mi abuela paterna,
a unos 40 kms. al este de Camagüey en donde montaba caballo con mis primas
Josefina y Silvia Rodríguez Zayas-Bazán y en donde mi abuela preparaba unas
butifarras catalanas deliciosas. También iba mucho a San Serapio, la
plantación cañera de mi abuelo Luis, a unos 30 kms. al noreste de Camagüey, en
donde había un batey con tiendas y otros comercios.
El primer y
segundo grados los hice en Los Escolapios o escuelas pías de mi ciudad natal y
pasé luego a La Habana, al colegio Belén dos años como pupilo, de allí pasamos
al colegio Baldor, de donde nos saca nuestro padre en febrero de 1949 porque mi
hermano Rogerio tiró una piedra, una travesura de muchacho, y el director lo
expulsa del Colegio. Como aquella medida mortificó mucho a mi padre, me sacaron
a mí también de la institución y a ambos nos mandaron a College Park, Georgia,
por cuatro años, a estudiar a la Georgia Military Academy, el sitio donde mi
padre también había cursado estudios de 1927 a 1929.
¿Viviste el
golpe de Estado de 1952 en Cuba?
En ese momento yo
estaba todavía estudiando en Georgia en donde me gradué en agosto de 1953. Fue entonces
que regresé a La Habana y entré a la Universidad de Villanueva a estudiar
Derecho ese mismo año. Vivíamos al principio en el edificio América, en la
Quinta Avenida y la calle 38 de Miramar, pero en 1951 mi padre construyó una
casa en el Country Club de La Habana, terminada en 1952. De Villanueva pasé a
la Universidad de La Habana al año siguiente y allí estuve hasta que por la
inestabilidad política la cierran en 1956. Fue en septiembre de 1955 cuando me
incorporé a la Agrupación Católica Universitaria, dirigida por un sacerdote
joven jesuita llamado Amando Llorente, y en esa época compartía cuarto como
estudiante con Vicente Nonell, estudiante de Medicina. Para poder cerrar mi
ciclo de estudio tuve que pasar exámenes en otras universidades, como la José
Martí y la de Holguín, pero cuando Batista cae el 31 de diciembre de 1958 yo
estaba estudiando para el Examen del Estado para poder ejercer como abogado. De
todas formas, de poco hubiera valido, porque una de las medidas de Fidel Castro
fue anular todos los títulos universitarios obtenidos después de 1956. El caso
es que era abogado, pero no podía ejercer ni valía la pena hacerlo.
¿En qué
momento te das cuenta de que el triunfo de 1959 no iba a representar una salida
para la situación política de Cuba?
Al principio,
como casi todos los cubanos, simpaticé con la idea de un cambio que acabara con
la corrupción en la Isla y con la idea defendida por Castro de reintegrar la
honestidad, así como la Constitución de 1940. Por supuesto, nadie de mi familia
estuvo implicado en las luchas contra Batista, pues como dije, mi propio padre
había sido Gobernador de Camagüey de 1954 a 1958 y formaba parte del gobierno.
El caso fue que,
en marzo de 1959, cuando ocurrió el conocido juicio contra los pilotos, me di
cuenta de que íbamos de cabeza hacia una dictadura. En ese juicio los pilotos
habían sido absueltos por el tribunal, pero Fidel Castro pidió un nuevo juicio
y como es sabido nadie puede ser juzgado dos veces por un mismo delito. Castro
pasó por encima de la declaración de inocencia de un juez y los pilotos fueron
condenados a 20 y 30 años de prisión después de una revisión completamente
ilegal.
Ya yo me había
casado en diciembre de 1959, con Elena Pedroso Pujals, mi primera esposa y con
la que tuve dos hijos, de los cuales el primero nació en los Estados Unidos. en
noviembre de 1960. A mediados de 1959 empecé a conspirar contra el régimen
desde Camagüey. En agosto de 1960 me enteré a través de un familiar de mis
amigos que era oficial de la policía política de Castro que sabían de mis
actividades contra el Gobierno. Entonces me fui para La Habana y de allí viajé
a Miami, en vuelo directo y como turista, el 26 de septiembre de 1960.
¿Qué
hiciste al llegar al exilio?
Lo primero que
hice fue visitar la oficina del Frente Revolucionario Democrático, que dirigía Manuel
Antonio (Tony) Varona, porque sabía que se estaba preparando una invasión a la
isla. Me enteré entonces de que estaban buscando hombres-rana para desembarcar
en Cuba. Yo había sido durante todo el año 1959 y parte del 1960 entrenador de
natación del Camagüey Tennis Club y estaba en muy buenas condiciones físicas.
El caso es que en enero de 1961 me incorporé a un grupo de 12 hombres, entre
los que estaban Andrés Pruna, Jorge Silva, Amado Cantillo, Octavio Soto, Carlos
Fonts, entre otros y salimos por el río Miami en el Blagar, un barco
rumbo a la isla de Vieques, cerca de Puerto Rico, para entrenarnos. De allí
estuvimos luego en otra base naval al sur de Nueva Orleans con el grupo de Nino
Díaz, antiguo comandante del ejército rebelde, hasta que salimos por el río
Mississippi en abril de 1961 para Puerto Cabeza con el objetivo de reunirnos
con todos los que íbamos a participar en el desembarco de Bahía de Cochinos.
¿Sospechabas
en ese momento de que la operación podía salir mal?
En lo absoluto.
Nosotros confiábamos ciegamente en el poderío de Estados Unidos y en su
capacidad militar. Nadie podía imaginar entonces que, después de haber sido
entrenados por el gobierno norteamericano, pudiéramos ser traicionados.
Recuerda que la memoria del desembarco de Normandía estaba aún fresca pues
databa de menos de dos décadas. Para mí los norteamericanos era superhéroes,
capaces de vencer en todo lo que se propusieran. De hecho, en mi grupo, en que
éramos cinco hombres-rana, nos acompañaba Grayston Lynch, nuestro entrenador
norteamericano y la primera orden que recibimos tras pisar suelo cubano fue en
inglés: Fire!
¿Cómo
ocurren los hechos y en qué momento te das cuenta de que los habían dejado
solos?
Al segundo día de
estar combatiendo en playa Girón, Jorge Suárez Rivas, un compañero, me dice:
“Eddy, estamos embarcados, nos dejaron solos”. En ese momento comprendimos que
el apoyo aéreo prometido por Kennedy no iba a ocurrir. A mí me hieren al tercer
día, por eso que llamamos “fuego amigo”. Es decir, por una bala de los
nuestros, ya que estábamos a unos 100 metros de la playa, en una trinchera, y
vi que cuatro miembros de nuestra brigada entraron en un bohío que hacía de bar
y llamaban el “bar de Blanco”. Me doy cuenta de que la aviación de Castro iba a
tirotearlos, me levanté para avisarles y ellos me confundieron con el enemigo.
Así fue como me hirieron en la rodilla.
¿Qué pasa
después?
Me capturan y me
llevan herido para el central Australia. Me atendieron y me montaron con otro
herido de los nuestros, Rolando Toll, en un Buick negro del 1956 para llevarme
a la ciudad de Matanzas, en donde permanecimos en la estación de policía
durante varias horas en que no cesaban de insultarnos. De allí, nos llevaron
para La Habana, a la sede de la Seguridad del Estado en Miramar, en donde ni
siquiera nos bajaron del auto. Luego, nos condujeron a la Ciudad Militar
Columbia junto a un centenar de prisioneros y al día siguiente nos montaron en
autobuses para devolvernos a Girón. Tengo la certeza que nos estaban llevando
al sitio del desembarco para fusilarnos, pero nunca nos bajaron de los
autobuses y, de pronto, arrancaron de vuelta a La Habana. Creo que el hecho que
la prensa internacional ya estaba en Girón y de que éramos ya cientos de
prisioneros fue un factor para que no nos fusilaran. En realidad, no sabían muy
bien qué iban a hacer con todos nosotros.
El caso fue que
nos llevaron para uno de los antiguos ministerios de la Plaza Cívica. Fue en
este sitio en donde nos dieron la primera comida, un arroz frito con plátanos
maduros que estaba delicioso. Como estábamos desmoralizados, a varios los
entrevistan por la televisión. Como yo estaba herido no me entrevistaron.
Después estuve
junto a Felipe Silva, otro de los hombres-rana que había sido herido en un
codo, una semana en el Hospital Militar del cuartel Columbia en donde me ponen
un yeso en la pierna. La semana siguiente nos trasladaron al Palacio de los
Deportes, en donde empezaron los interrogatorios minuciosos sobre nuestros
orígenes y un sinfín de detalles, y luego dos semanas más tarde al Hospital Naval
de La Habana del Este que todavía no estaba terminado. Fue allí que los 12
hombres-rana, detenidos en una misma habitación, recibimos la primera visita de
nuestros familiares, en mi caso de mi padre, de mi abuela Isabel Recio y de una
prima.
¿En qué
momento les hacen el juicio?
Del Hospital Naval
fuimos conducidos al Castillo del Príncipe. El juicio lo suspenden al cuarto
día porque no lograban obtener de nosotros las confesiones que querían para
transmitirlas pues todos nos habíamos puesto de acuerdo para no decir nada en
contra de los americanos, ya que Fidel Castro pretendía montar un circo en el
que se esperaba que todos los de la brigada nos retractáramos. Al día siguiente
por la madrugada, a las 2 am, se apareció en la galera 13 en que estaba mi
grupo, el propio Fidel Castro en persona con la sentencia en la mano. Estuvo
dos horas con nosotros, muy amigable y como si fuera íntimo de todos, aunque en
realidad lo era de algunos como de Ulises Carbó, con quien había estado en la
lucha contra Batista, pero que se había se había revelado contra él.
Castro nos dijo:
“Tengo una buena noticia y una mala. La buena es que no vamos a fusilarlos, la
mala es que los condenaremos a penas de hasta 30 años o pediremos un rescate
muy alto por cada uno de ustedes”.
¿En qué
condiciones y cuándo ocurre la liberación de todos ustedes?
Bueno, de todos
no, porque hubo ocho que permanecieron presos y Fidel Castro mandó a fusilar a
otros cinco. En realidad, nos dividieron en grupos según el rescate que pedían.
Por los cabecillas, por ejemplo, es decir por Erneido Oliva, José San Román y
Manuel Artime pedían 500.000 dólares. Yo caí en el grupo por el que pedían
100.000 dólares por cada uno, y a todos en ese grupo los llevaron para Isla de
Pinos, pero como yo formaba parte de unos 60 heridos que requerían una atención
médica especial, entonces Fidel Castro permitió que saliéramos para Miami el 14
de abril de 1962 para que nos curaran. Cuando llegamos a Miami unos 20.000
exiliados nos esperaban en el aeropuerto. Nuestra única preocupación entonces era
rescatar a los más de 1100 miembros de la Brigada 2506 que habían quedado
prisioneros en Cuba.
¿Más de
seis décadas después qué piensas de todo esto?
La traición de
Kennedy fue el detonante para que sucediera prácticamente todo lo que vino
después. Primero, el hecho de que se afianzara un gobierno dictatorial y
comunista en las propias narices de Washington, y como consecuencia, todo lo
que Fidel Castro hizo en contra de los Estados Unidos y de la democracia en el
mundo, es decir, de los movimientos marxistas, las guerrillas, la
descolonización y decenas de otros acontecimientos que han cambiado el curso de
la humanidad.
Creo que Kennedy
era alguien frívolo, con poca experiencia, y estaba muy mal aconsejado, incluso
por el propio jefe de la CIA que nunca le habló claro ni le dijo que sin el
bombardeo norteamericano no teníamos ninguna posibilidad de derrocar al
ejército cubano. En realidad, Girón no fue una victoria de Castro contra
Estados Unidos, sino contra 1500 cubanos exiliados. Una guerrita civil en la
que prácticamente los americanos brillaron por su ausencia y que ganaron contra
un grupito. Mi experiencia relativa a la invasión la conté en El pez volador,
un libro que publiqué primero en español con Ediciones Universal en 2007 y
después en inglés en 2009, con el título de The Flying Fish, con Trafford
Publishing.
Después de la
Crisis de octubre de 1962 Kennedy debe haberse sentido culpable pues, cuando
salieron los prisioneros, se reunió con todo el exilio cubano en el estadio
Orange Bowl. La Crisis fue el momento oportuno para negociar la salida de los
prisioneros. Fue entonces que junto a su hermano Robert decidieron emprender
las negociaciones para esto, algo que ocurrió en diciembre de 1962. Al final,
fueron canjeados por 53 millones de dólares en medicamentos y comida para
bebitos.
¿Mantienes
contactos con antiguos miembros de la brigada 2506 en el exilio?
Por supuesto. Aún
viven más de 300 de nosotros. Nos reunimos con frecuencia y tenemos una
asociación de la que fui su secretario desde 2018 y, a partir de 2022, su
vicepresidente. Estamos construyendo un museo, por 5 millones de dólares, en la
calle 9 y la avenida 19 del SW. No podemos olvidar a los 1500 miembros de la
brigada, entre los que murieron 105 compañeros cubanos y cuatro norteamericanos,
ni lo que representó todo esto para la historia de la Isla y su exilio.
Después del
chasco de bahía de Cochinos muchos exiliados de la primera oleada me han dicho
que, en ese momento, entendieron que el comunismo en Cuba iba para largo y
empezaron a preparar el terreno para echar raíces en Estados Unidos. ¿Fue tu
caso?
En efecto. Empecé
a trabajar el 5 de noviembre de 1962 como trabajador social durante un año y
medio en el U. S. Cuban Refugee Assistance Program pues hablaba inglés
perfectamente. El supervisor era Emilio Bonich, la secretaria Elena Zaldo y en
el equipo estaban Orestes Zayas-Bazán, Álvaro Álvarez Fuentes, Jorge Fernández
Mascaró, entre otros. En mayo de 1963 me uní a la Representación Cubana en el
Exilio dirigida por Erneido Oliva, Ernesto Freyre, Jorge Mas Canosa, Vicente
Rubiera y Tulio Díaz Rivera.
Poco después hice
un cursillo en el Barry College de Miami de metodología de la enseñanza del
español y recibí una beca para convertirme en profesor de español en Kansas
State Teachers College (KSTC), en Emporia (Kansas), a donde me fui en febrero
de 1964 y permanecí seis meses para certificarme y conseguir un puesto en el
instituto de bachillerato de Plattsmouth, un pueblito de Nebraska. Mientras
intentaba obtener el nivel de master para poder enseñar en el ámbito
universitario hasta que lo logré en junio de 1966. Fue entonces que empecé a
trabajar en Appalachian State University (ASU), en Boone, un pueblo de Carolina
del Norte, en donde me quedé dos años y, luego, 31 años en East Tennessee State
University, en donde terminé como jefe del Departamento de idiomas durante unos
20 años y viviendo en Johnson City. En esa universidad dirigí 14 programas de
verano en España, Costa Rica, Ecuador y México.
Tuve una carrera
muy bonita hasta que me jubilé en mayo de 1999 y me mudé para Miami. Durante
toda mi vida de académico publiqué varios libros de texto para los estudiantes
de español que siguen siendo una referencia y han sido reeditados. Uno de
ellos, titulado ¡Arriba!, va por la séptima edición. Además de darme
gran satisfacción, me ha permitido ganar bastante dinero en materia de derechos
de autor.
También
eres fundador de NACAE. ¿Puedes hablarme de esto?
NACAE son las
siglas de la National Association of Cuban-American Educators y la fundé en
1990 junto con el Dr. Gastón Fernández de Cárdenas y el Dr. José Antonio
Madrigal, también educadores cubanoamericanos. NACAE ha desplegado y sigue
haciéndolo una intensa labor de presentaciones mensuales, organización de
eventos, reuniones, charlas, etc. También formo parte del consejo de diferentes
asociaciones culturales, políticas y comunitarias, como del Municipio de
Camagüey en el Exilio, que presidí durante dos años a partir del 2000, editor
del periódico El camagüeyano libre, como parte del board de Cuban
Cultura Heritage o en el seno de la Unión Liberal Cubana, junto a Carlos
Alberto Montaner, a la que me incorporé cuando me mudé para Miami. Me he
mantenido siempre muy activo.
¿Y Cuba en
todo esto?
A Cuba nunca
volví desde que salí de la prisión en 1962. Mi padre cumplió cárcel hasta 1971
en que salió al exilio, en donde falleció en 1991. En las condiciones de la
dictadura ni pensar en volver, sin contar que creo que no me dejarían entrar.
Por supuesto, siempre he pensado en el regreso, pues Cuba es una obsesión para
mí. Me encantaría poder participar o aportar algo a la reconstrucción de mi
país, y aunque no pierdo las esperanzas, no es menos cierto que, visto mi edad,
creo que el cambio debería ser lo más rápido posible, pues de lo contrario no
podré verlo.
South Miami,
julio de 2024
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