Entrevista a Ernesto Díaz Rodríguez / por William Navarrete, Cubanet

Entrevisto al poeta y preso político Ernesto Díaz Rodríguez, que también tenía pendiente desde hace tiempo. Una suerte este largo intercambio. Aquí se los dejo:

William Navarrete/Cubanet/ Entrevista a Ernesto Díaz Rodríguez

Me sobran las palabras para denunciar la vileza del castrismo

(El escritor William Navarrete entrevista al poeta y preso político Ernesto Díaz Rodríguez)

Conocí a Ernesto Díaz Rodríguez hace más de una década durante uno de los viajes organizados por Silvia Iriondo y la organización MAR por Cuba a París. Ernesto estuvo junto a muchos de quienes militábamos en favor de la democracia en Cuba participando en diferentes actividades organizadas en los albores del siglo XXI y, sobre todo, en la Asamblea Nacional francesa denunciando los atropellos del régimen castrista.

Esta entrevista, tantas veces postergada, se debe al impulso de Ángel de Fana, también preso plantado como él, que restableció el contacto entre ambos, así como a Miguel Sales, con quien también compartió prisión, que me recordó que en el caso de Ernesto no se trataba solamente de un héroe de la lucha contra el castrismo, sino de un excelente poeta.

Recuerdo que, antes de nuestros encuentros en París, y en una ocasión en que me encontraba delante del club Hoy como Ayer, en la calle Ocho y la 22 avenida del SW de Miami, me encontré con Ernesto Díaz, en esa misma acera, no porque estuviera esperando para entrar al club, sino porque las oficinas de Alpha 66, la organización en la que participaba activamente como fundador, colindaban con las de ese sitio nocturno. Tal vez él no lo recuerda, pero le pregunté entonces qué objetivo tenía mantener una organización que no podía ya emprender ningún tipo de lucha armada contra el régimen, algo que había sido su objetivo fundacional. Y me respondió que, a falta de balas, le sobraban las palabras para denunciar la vileza del castrismo.

Ese día, comprendí por qué la poesía fue también para Ernesto Díaz un arma de combate. La razón por la que desde entonces no ha parado de escribir y de contar sus verdades.

Los padres de Ernesto Díaz

- Cuéntanos de tus orígenes familiares y del lugar en donde naciste

Provengo de una familia de Cojímar, un pueblo de pescadores al este de La Habana. Mi padre, Pedro Manuel Díaz Morales, era hijo de canario y trabajada como empleado de la empresa Ómnibus Aliados y, en sus tiempos libres, también era mecánico de los barcos de los pescadores de Cojímar. Mi madre, Paulina Rodríguez Sáenz era de Guanabacoa. Ambos tuvieron dos hijos dos varones.

Cojímar era un pueblo era maravilloso. Cohabitábamos todos como si de una gran familia se tratase. Era un lugar de gente humilde, pero feliz. Siempre digo que durante toda mi infancia y adolescencia creía que no podría vivir nunca lejos de ese lugar en donde se respiraba aire de mar por todas partes. Allí nací yo el 11 de noviembre de 1939 y todos mis recuerdos están relacionados con el mar, el ir y venir de los pescadores, pues vivía a dos manzanas de la playa. Me escapaba y traía caballos cerreros que domaba junto a otros muchachos en esa misma playa. ¡La de travesuras que hacíamos!

Sus abuelos paternos Manuel e Isabel, su padre y el hermano mayor

- ¿Conociste a Ernest Hemingway?

Lo conocí y mucho. Yo era un muchacho y lo veía constantemente en La Terraza, el bar-restaurante de un anciano español a quien todos llamaban “Curro”, a donde solía ir el escritor con bastante frecuencia. Hemingway era una persona muy afable. En Cojímar todo el mundo lo quería. A los pescadores les conseguía entradas para que fueran a recrearse a los jardines de La Tropical y de la cerveza Hatuey, donde se organizaban fiestas, bailes y conciertos.

Hay algo con respecto a Hemingway que nadie cuenta. Y es que si, por una parte, el piloto de su yate fue realmente Gregorio Fuentes, en quien realmente se inspiró para el personaje de Santiago, en su novela El viejo y el mar, fue en un pescador de Cojímar llamado Anselmo Hernández García. Sucedió que, después de la instauración del castrismo, la familia de Anselmo se exilió y él también lo hizo en un pequeño bote, con 92 años de edad, con el que llegó a Key West en 1966. Como era desafecto al régimen, a Fidel Castro no le convenía vincularlo con el tema de Hemingway y la manera en que explotaban la imagen del escritor para el turismo, de modo que, aprovechando que ya Hemingway no estaba vivo para contarlo, utilizaron a Gregorio Fuentes, personaje incondicional del régimen, para contar una serie de hechos que ni siquiera vivió con respecto al personaje de la novela. Hay fotos de Anselmo publicadas por Bohemia y tomadas, después de que a Hemingway le concedieran el Nobel, por el fotógrafo Raúl Corrales.

Ernesto Díaz de niño con su hermano

- ¿Qué puedes contarnos de tu escolaridad?

Cursé mis estudios primarios en el colegio público que no solo era muy bueno, sino que, contrario a lo que ha contado la propaganda del castrismo, era completamente gratuito. La secundaria la cursé en Guanabacoa, también en la enseñanza pública, y luego matriculé en la Escuela de Artes y Oficios para estudiar Mecánica Automotriz.

En esa época ocurrió un incidente por el que tuve que interrumpir mis estudios. Tengo como preámbulo que contar que mi padre era líder sindicalista en la empresa de ómnibus para la que trabajaba, y en nuestra casa el golpe de Estado de Fulgencio Batista, en 1952, nunca fue aceptado. Yo formaba parte de las juventudes que se oponían al gobierno inconstitucional tras ese golpe. Mi escuela quedaba cerca de la quinta estación de policías y, en una ocasión en que me encontraba en el balcón de mi aula, vi un patrullero con los guardias del gobierno abajo. No sé por qué se me ocurrió lanzarles un pupitre sobre el techo del auto de la policía. Te podrás imaginar el revuelo que aquello provocó y las consecuencias. Los guardias subieron, amenazaron y maltrataron a los que encontraron, y al final tuve que abandonar mis estudios y ponerme a pescar para ayudar a la familia, mientras estudiaba algo de inglés.

Ernesto Díaz a los 18 años en La Habana

- ¿Fue en esas condiciones que te sorprendió el triunfo de la insurrección de 1959?

Cuando Fidel Castro pronunció su primer discurso después del 1° de enero de 1959 mi padre me dijo: “No apoyes nunca a este hombre, será el mayor dictador de la historia de Cuba”. Y por supuesto ni yo lo apoyé, ni él se equivocó.

Mi padre salió al exilio el 21 de enero de 1961, en una pequeña embarcación. Estuvo a su cargo la riesgosa misión de sacar clandestinamente del país a un grupo de oficiales del Segundo Frente Nacional del Escambray, que ya se habían virado contra Fidel Castro. Con él iban los comandantes Eloy Gutiérrez Menoyo, Andrés Nazario Sargén, Lázaro Asencio y el Dr. Armando Fleites Díaz; los capitanes Eusebio Ojeda Díaz, Florencio (Kiko) Pernas, Ángel Baños Pantoja y Domingo Ortega Acosta. Completaban el grupo los primeros tenientes Jesús (Chúa) la Rosa Sabinas y Roger Redondo, además de los civiles Gustavo Puertas y el controversial periodista Max Lesnik, que más tarde se reincorporo a prestar sus servicios a la tiranía castrista. La coordinación el viaje hacia las costas de la Florida se llevó a cabo entre mi padre y el capitán Eusebio Ojeda, quien por entonces había sido asignado como interventor de la ruta 71 de ómnibus, cuando entabló amistad con mi padre. Ya por aquellos días, Ojeda, influenciado por mi padre tal vez, se había dado cuenta de que la revolución de Fidel Castro empezaba a dar un viraje hacia régimen dictatorial de estructura comunista y empezó a conspirar contra la incipiente tiranía.

Para sorpresa del grupo de oficiales desertores del gobierno castrista, tras su arribo a las costas de Estados Unidos, una vez concluido en las oficinas de Inmigración de Key West el proceso reglamentario, las autoridades norteamericanas los enviaron a un campo de concentración, en la remota McAllen, Texas. A través de los años, queriendo encontrar una explicación a este hecho, he llegado a pensar que aquello se debió a sucesos ocurridos en 1959, cuando Eloy Gutiérrez Menoyo y William Morgan organizaron una falsa conspiración, cuyo resultado fue el encarcelamiento de un grupo de exiliados cubanos, supuestamente patrocinados por la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Estando ya en marcha la última etapa del desembarco de la brigada de asalto 2506, tal vez hubo desconfianza hacia el grupo de Menoyo y puede que haya sido la razón de que los internaran. El caso es que en McAllen los dejaron unos seis meses, excepto mi padre que era el único que no tenía vinculo ni responsabilidad militar y por eso solo lo detuvieron algo más de un mes en ese sitio.

Anselmo Hernández García, quien realmente inspiró a Hemingway 
el personaje de Santiago en El viejo y el mar

- ¿Sales también al exilio?

Salgo la primera vez la noche del 13 de marzo de 1961. Logré escapar junto a otros 15 amigos perseguidos como yo. Lo hicimos en una lancha de pesca, rumbo a las costas norteamericanas. Por el camino nos agarró un frente frío y la lancha empezó a hacer agua. Pero éramos casi todos gente de mar, de modo que supimos enderezar la situación y desembarcar en Big Pine Key, uno de los cayos del sur de la Florida. En Cuba quedaban todavía mi hermano y mi madre que logramos sacar en agosto de ese mismo año gracias a un programa de visas waiver que existía entonces.

- ¿Empezaste a militar contra el castrismo inmediatamente?

Desde el primer día en que puse un pie en el exilio. En cuanto liberaron del campo de Texas a Menoyo y los restantes compañeros, entre ellos y Antonio Veciana fundaron la organización Alpha 66, y yo fui uno de los 66 fundadores. De esta organización se han dicho muchas estupideces. Que si ha sido terrorista; que, si era un grupo paramilitar, entre otras cosas. Una de las tantas falsedades del régimen. A todos los que se hacen eco de estas burdas mentiras les pregunto siempre: ¿Y la guerrilla castrista en la Sierra Maestra no era paramilitar y terrorista? ¿Quiénes ponían bombas y petardos en los teatros, clubes y lugares públicos de la Isla cuando estaban combatiendo a Fulgencio Batista? ¿Quiénes mantenían aterrorizado a todo el pueblo cubano desde que empezaron los atentados en las ciudades? La respuesta es: los llamados “revolucionarios”, o sea, los terroristas que luego se presentaron como salvadores de la nación y que se eternizaron en el poder con las armas de por medio. ¿Entonces qué pretendían? ¿Qué nosotros, los pisoteados, les tiráramos flores para sacarlos de la nueva dictadura que estaban montado?

Yo vivía de mi trabajo. En esa época cuando no entrenaba con Alpha 66 trabajaba en Nueva York pintando ventanas de rascacielos. O en Miami arreglando casas. Era un trabajo que pagaban bien y me permitía hacerlo temporalmente, reunir dinero y participar luego en los entrenamientos en la zona de la isla de Andros y en otros islotes desiertos del archipiélago de Las Bahamas.

En la Prisión Combinado del Este, La Habana, 1988

- ¿En qué acciones participaste?

En casi todas, antes de que me capturaran en Cuba. A principios de 1963, por ejemplo, ametrallamos un buque ruso que transportaba pertrechos militares y que fondeaba en el puerto de Isabela de Sagua, en Las Villas. En represalia a nuestra acción, que violaba los acuerdos Kennedy-Kruschchev de no intervención en Cuba después de la Crisis de Octubre (1962), los marines norteamericanos con los militares ingleses (por aquel entonces Bahamas no era independiente) desmantelaron nuestro campamento bahameño de Key William. A muchos del grupo los detuvieron y yo pude escapar porque logré montarme en una lancha rápida yunto con Jesús La Rosa regresar a la Florida.

Otra de las operaciones en las que intervine ocurrió el 19 de mayo de 1963, y fue contra un cuartel militar que habían montado en la desembocadura del río Tarará. Emprendimos esta acción en conmemoración de la caída en combate de José Martí, y atacamos el lugar. La versión del castrismo fue que habíamos atacado una escuela de estudiantes becados cuando en realidad fue contra el cuartel militar. El mencionado campamento de becados estaba bastante distante del lugar que ocupaba el cuartel.

A principios de 1964 nos fuimos a República Dominicana, en un sitio llamado Punta Presidente, en donde instalamos el campamento. Recuerdo que tuvimos el apoyo incondicional de Juan Nepomuceno Folch Pérez, un coronel dominicano, que había sido asignado como enlace entre el presidente Donald Rey Cabral y nosotros. En la tarde del 7 de mayo Folch nos recibió en Puerto Plata y a partir de ese instante se solidarizó con nosotros en todo momento. El objetivo era preparar una serie de desembarcos en Cuba. El primero se llevó a cabo en la madrugada del 28 de diciembre de 1964, en la zona de Imías, no lejos del faro de Punta Caletas, en la región de Guantánamo. Desafortunadamente, luego de múltiples, el 23 de enero de 1965, fueron capturados Eloy Gutiérrez Menoyo y los tres oficiales que lo acompañaron en el desembarco, es decir, Ramón Quesada Gómez, Domingo Ortega Acosta y Noel Salas Santos. Transcurridos unos días, por presiones de la OEA, entre otros factores y organismos adversos a nuestra lucha armada, nos vimos obligados a abandonar el campamento y regresar, vía Puerto Rico, a Estados Unidos.

Siendo muy joven aún, a los 24 años de edad, se me asignó el cargo de jefe de operaciones de Alpha 66, por lo cual participé prácticamente en todas las misiones. Al asumir tan grande responsabilidad, pensaba que no podía limitarme a organizar. Si enviaba hombres para que arriesgaran sus vidas, también tenía que arriesgar yo la mía.

Ernesto Díaz con una aguja de 500 libras pescada en Cojímar

- ¿En qué momento te capturan los militares cubanos?

El 4 de diciembre de 1968 desembarqué con cinco compañeros de Alpha 66 en un punto de la costa norte de Pinar del Río, una zona llamada El Morrillo. Pero un posta que habían colocado a la entrada del canalizo por donde penetramos detectó nuestra presencia y movilizaron hacia allí unas 12 patrulleras del régimen, con lo que nos bloquearon la salida del canal hacia el mar. Bajo metralla logramos romper el cerco y salir a la carretera. Al día siguiente asaltamos un carro, pero por desconocimiento de la zona, en vez de alejarnos del cerco volvimos a caer en él. Fue así como me capturaron junto a Emilio Nazario Pérez y a Felipe Sánchez Olivero.

- ¿Qué sucedió después?

Del paredón de fusilamiento nos salvó la ayuda de Dios y un toque de buena suerte. El fiscal asignado para la causa nuestra, alguien de apellido Amador, había luchado contra Batista. En una ocasión en que estaba siendo perseguido, el padre de Felipe Sánchez Olivero lo había escondido en su finca, por lo que pudo evadir la persecución de la policía de Batista y mantenerse en lugar seguro. Varios años más tarde este mismo hombre, ahora oficial del régimen castrista, era el fiscal encargado de establecer la petición de sentencia contra nosotros. Entonces le dijo al padre de Felipe que no se preocupara que la petición oficial sería de 30 años para cada uno de nosotros, que en nuestra causa no habría fusilamientos. Como parte del “show” le dijo que iba a hacer todo lo posible por conseguir de la petición oficial una rebaja del 50%. Al final cumplió con su palabra. A Felipe y a Emilio los condenaron a 12 años de privación de libertad y a mí a 15.

No obstante, en mi caso, yo sabía que mi condena era provisional, que en cuanto pudieran me iban a sumar más años. Y así fue. El 9 de octubre de 1974, seis años después de ese juicio, me volvieron a condenar y esta vez a 20 años adicionales de reclusión. En este segundo juicio me preguntaron si había salido legalmente de Cuba y les respondí que la salida de cualquier país es siempre legal porque el derecho de salida debe ser inalienable. Hubo otros altercados entre el fiscal de esa nueva causa y yo, pues yo estaba decidido a no mantener una pasividad antes las falsas acusaciones. Tuve al menos la satisfacción de llamarles por el nombre que se merecían. Resultó que a la madre de Emilio Nazario la llevaron a la sala del juicio con la intención de presionarla para que hiciera declaraciones en contra nuestra. La habían llevado al borde de la locura, al extremo de que intentó suicidarse. A su hijo mayor, que había desembarcado en Cuba en la expedición comandada por Vicente Méndez, con apenas 23 años de edad, lo habían fusilado ya. Y ahora le decían que, si no cooperaba, entonces fusilarían también a su hijo Emilio. Fue por esas crueles presiones que, cuando no lo esperaban, durante este segundo juicio, me paré y redoblando las fuerzas en mi voz les dije: ¡Qué bárbaros son, primero le asesinan a un hijo y ahora los mismos asesinos la traen aquí bajo chantaje y amenazas! De inmediato se armó un gran alboroto y acto seguido me sacaron a empujones de la sala de juicio.

Hay un detalle que considero oportuno no pasarlo por alto. Cuando el supuesto abogado defensor, al que nunca le había visto la cara, pidió la palabra, fue para decir que no estaba de acuerdo con la petición fiscal, y que yo, su defendido, merecía la pena de muerte por fusilamiento. Días después se me dio a conocer que me había sido impuesta una condena adicional de 25 años de prisión, con lo que se elevó mi permanencia detrás de las rejas a 40 años privación de libertad. ¡Esos eran, y son, los abogados defensores de los condenados bajo el castrismo!

Ernesto Díaz con Mario Chanes de Armas en el exilio

- Empieza tu largo y penoso recorrido por varias cárceles del régimen castrista…

En realidad, en el momento en que me condenaron ya no dejaban que nuevos presos se incorporaran al grupo de los plantados, aquellos prisioneros políticos que se negaban a aceptar el régimen de reforma, a ponerse el uniforme de los presos comunes y a trabajar. Como exigí que era yo quien decidía mi posición y no ellos, y que mi determinación era ser preso político plantado, lo cual iba en contra de sus disposiciones carcelarias, me encerraron seis meses en una celda de castigo en prisión de La Cabaña, que era en donde ponían antes a los condenados a muerte. Al final, como nunca cedí, no les quedó más remedio que incorporarme al grupo de los presos políticos plantados.

Estuve en las prisiones de 5 y I/2 (en Pinar del Río), en el campamento de alta seguridad de Sandino 3, en La Cabaña, en el Combinado del Este, en el Castillo del Príncipe y, al final, en Boniato, hasta mi regreso al Combinado del Este.

- Tengo entendido que Fidel Castro se ensañó particularmente contigo…

Cuando empezaron los primeros indultos tras las negociaciones bajo el gobierno de Jimmy Carter en 1978, Fidel Castro me puso en el 20% de los presos políticos que no serían liberados. La razón fue que, al no tener prueba alguna de participación nuestra en acciones, de ninguna índole, vinculadas a actos terroristas, inventó la fórmula de “elementos afines a grupos terroristas”. Una vez confinados a la cárcel de Boniato, en las inmediaciones de la ciudad de Santiago de Cuba nos mantuvieron durante unos 7 años sometidos a torturas espirituales y físicas, soportando, entre otros atropellos ruido ensordecedor de potentes bocinas instaladas en el corredor de los calabozos de castigo a donde habíamos sido confinados. Durante ese prolongado tiempo nos privaron del derecho a recibir o enviar correspondencia y se nos negó el derecho a recibir visitas de nuestros familiares. Ni siquiera en los casos de urgencia médica se nos permitió recibir la visita de un médico o medicamento alguno. Todo estaba condicionado a, entre otras imposiciones que no estábamos dispuestos a aceptar, a vestir el uniforme de los presos comunes.

En Boniato, como expliqué, permanecí junto con otros compañeros desnudo, aislado y sin recibir visitas familiares. Vi a presos morir por falta de atención médica. Esto fue entre el 25 de julio de 1979 y el 13 de marzo de 1986. Hubo luego otros indultos, pero a mí me excluían siempre.

En una ocasión el reverendo norteamericano Jesse Jackson, en viaje a La Habana, llevó una lista de presos políticos para pedir a Castro que los liberara y, por supuesto, en esa lista estaba mi nombre y una vez más me excluyeron. En 1988 vino a La Habana el cardenal John O’Connor, arzobispo de Nueva York, con otra lista de presos en la que estaba yo, y el propio Fidel Castro al ver mi nombre lo tachó y dijo: “Ernesto Díaz tiene que morir en prisión, no permitiré que salga”. Lo mismo volvió a suceder cuando vino a Cuba, ese mismo año, el presidente del comité de relaciones exteriores del Senado de Estados Unidos, el senador Claiborne Pell, de Rhode Island. También trajo una lista de presos en la que yo estaba, y la respuesta que obtuvo de parte de Castro fue la misma. Lo sé porque, para sorpresa mía, le permitieron visitarme en mi celda y él mismo me lo contó. Asimismo, visitó mi cárcel y pidió mi excarcelación, sin éxito, Monseñor Eduardo Boza Masvidal quien vivía exiliado en Venezuela desde 1962.

Originales manuscritos del libro Rehenes de Castro

- ¿Ya habías escrito tus primeros libros?

Exactamente. Desde la prisión escribí Un testimonio urgente, mi primer libro que logré sacar clandestinamente para que fuera publicado en Miami en 1977. Era un libro de poesías con algunos testimonios, pero la Seguridad del Estado se molestó mucho pues consideraban aquello como un acto de agravio. Me dijeron que me iban a sumar 20 años de condena, a lo cual les respondí que aquello me beneficiaría mucho porque si sumaban tantos años por haber publicado un simple libro de poemas, entonces éste iba a interesar a mucha gente, se iba a vender bastante y con los beneficios tendríamos más dinero para seguir luchando contra el régimen. Después me preguntaron que por qué había publicado fuera y les respondí que porque dentro de la isla no me era permitido hacerlo. El oficial me dijo entonces que en Cuba existía la Casa de las Américas y que muy bien hubiera podido hacer las gestiones para publicarlo allí. Entonces le dije que me alegraba saberlo porque tenía otro librito para niños previsto y me anunciaba una buena oportunidad. Fue entonces que se dio por vencido y me dijo por las claras: “Ni pierdas tu tiempo, tú nunca podrás publicar nada en Cuba”. Y yo: “¿Ya ve la razón por la que publiqué fuera?”.

Poco después fui reuniendo en hojas de papel muy fino, que llamábamos “de cebolla” todo el manuscrito de otro de mis libros: Rehenes de Castro, publicado por Linden Lane Press después.

Ernesto Díaz en Miami

- ¿Hubo un momento en que recibes incluso el apoyo del PEN Club Internacional de Escritores?

En efecto. Publiqué después, desde prisión también, Las campanas del alma, el libro para niños que mencioné antes. El 21 de febrero de 1989, el poeta René Tavernier, presidente del PEN Club francés de escritores me nombró miembro de honor de esta institución. La campaña por mi liberación se había intensificado tanto que personalidades como Óscar Arias, presidente de Costa Rica, Georges H. W. Bush (padre), Lane Kirkland (presidente de la AFL-CIO), además del PEN Club Internacional, el de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, hicieron gestiones personales para sacarme de la cárcel. También, la Acción de los Cristianos por la Abolición de la Tortura (ACAT), iniciativa encabezada por Catherine Cailliau, de Quimper, Francia, y el prestigioso intelectual Fernando Arrabal. Of Human Rights, fue otra de las organizaciones humanitarias donde encontré un espontáneo y grande apoyo con la valiosa participación de Frank Calzón y muchas otras instituciones y personas de alma noble que participaron en tan oportuna solidaridad y empeño para sacarme de la cárcel. Después de mi excarcelación y salida al exilio publiqué otros libros de poemas como Mar de mi infancia, El Carrusel (para niños), Piedra por piedra, A contraviento, entre otros.

- ¿En qué momento ocurre tu excarcelación, en qué condiciones y qué sucedes después?

De los viejos prisioneros políticos ya solo quedábamos Alberto Grau Sierra, Alfredo Mustelier Nuevo, Mario Chanes de Armas y yo. Yo había logrado entrar clandestinamente una grabadora a la cárcel del Combinado del Este y hacer con mis dos compañeros y con Alberto Grau que también compartía celda con nosotros, un programa de entrevista a Mario Chanes de Armas, que como sabes fue el preso político que más larga condena cumplió en el mundo: 30 años, entre 1961 y 1991. La entrevista fue transmitida por Radio Martí justo en el momento en que Alioune Sene, la relatora de Naciones Unidas para los derechos humanos realizaba una visita de trabajo a La Habana. Como es lógico el programa cayó como una bomba y fue la razón por la que las autoridades mandaron a construir una celda especial para encerrarnos a los cuatro de manera y tenernos más vigilados por una guardia especial, seleccionados para esa misión. En el caso de Alfredo Mustelier, considero que las razones de su aislamiento en esa nueva celda fue un intento de fuga fallido en el que tomó parte en la cárcel de Boniato.

De acuerdo a las versiones de oficiales de la Seguridad del Estado (G-2) desde hacía algún tiempo habían cambiado el Código Penal, y con el nuevo puesto en vigor ya no se podía retener a ningún preso encarcelado durante más de 20 años, en los casos que su condena original no obedeciera a una de pena de muerte, conmutada con posterioridad. Entonces empezaron a sondearme para que enviara una nota pidiendo. Por supuesto, como no estaba dispuesto a hacer ningún tipo de concesión a cambio de mi libertad, ni siquiera tomarme un simple vaso de agua, y ya de por sí eso implicaba una concesión, así se los hice saber con palabras bien claras, de manera que no les quedara duda alguna.

Unos meses más tarde, algo inesperado. Vino en ese momento una presentadora de un programa de televisión francés a entrevistarme, pues las gestiones del PEN de escritores habían trascendido. Me propusieron un encuentro en la oficina del director de la prisión y les dije que yo no vivía en ese sitio, sino en una celda, y que si querían entrevistarme tendrían que hacerlo en donde yo pasaba las 24 horas de cada uno de mis días. No les quedó más remedio que aceptar, pues ellos pensaban utilizar ese programa para mostrar lo generoso que era el castrismo con sus opositores. Pero conmigo se les fue el tiro por la culata porque cuando la periodista empezó a hablar de los beneficios de salud y educación que proporcionaba el gobierno cubano, le dije que eso no era nada extraordinario, sino la obligación de cualquier Estado en el mundo entero. Y añadí que, en definitivas, esos gastos no salían del bolsillo personal de Fidel Castro, sino del trabajo, el esfuerzo y la explotación de cada cubano tanto en trabajos agrícolas forzados como en todo el resto del sistema de opresión que habían impuesto en la isla. En varias ocasiones el director de la prisión quedó muy mal parado, pues se puso a defender las generosidades de la revolución con su familia y a contar que antes de 1959 él no tenía zapatos, y todas esas boberías que suelen contar los acólitos del régimen. Le pregunté entonces, micrófono abierto, que si con todo lo que tenía ahora podía viajar a Francia con su esposa y sus hijos que él había mencionado en caso de recibir una invitación con todos los gastos pagados, y su respuesta fue: “No, yo no podría ir”. ¿Cuál sería la razón para no poder ir a Francia?, le pregunté esta vez, por qué razón. “¡No me lo permiten!”, reconoció. “Ya ves, por eso lucho yo -le dije finalmente-, por su libertad y la de su esposa y sus hijos. La libertad es algo más que una muda de ropa y un par de zapatos”.

Un buen día, cuando ya no sabían qué hacer conmigo, me llevaron a la sede de la Seguridad del Estado. Inmediatamente, como no tenía nada que hacer en ese lugar, me declaré en huelga de hambre, pero enseguida me explicaron que estaban analizando la posibilidad de soltarme si aceptaba ciertas condiciones. Me dijeron que me dejarían libre dos años para durante ese tiempo estudiar mi comportamiento y proceder a darme la libertad definitiva en dependencia de mi comportamiento. Era como una libertad condicional y, como siempre, no acepté. Incluso afirmé que no aceptaría lo que habían hecho con otros presos políticos liberados, o sea, montarlos en un avión y mandarlos al exilio. El caso es que, parece que me dieron por incorregible porque durante ese mismo encuentro me preguntaron lo que haría si me soltaban ese mismo día. Les respondí que era muy simple, que lo primero que haría era convocar a una rueda de prensa para contarle al mundo entero los atropellos, humillaciones y abusos que había padecido en sus cárceles cubanas durante más de dos décadas.

Eran dos coroneles, o al menos así se identificaron. Sin poder ocultar su molestia y su impotencia porque no haber podido doblegarme, el jefe de ambos añadió: “Chico, haz lo que quieras, ése es tu problema, ya veremos lo que haremos nosotros si haces lo que dices, pero nuestra decisión es dejarte hoy mismo en libertad. Después tú haces lo que quieras, allá tú. Pero ten presente que puede haber consecuencias por tus actos.”

- O sea, ¿que ese mismo día te liberaron?

Exactamente. Un 23 de marzo de 1991, después de haber pasado más de dos décadas en las mazmorras castristas. Al salir, el oficial encargado de liberarme me dio unos papeles para que los firmara y yo vi que se trataba de las mismas condiciones que yo había rechazado. Entonces le dije que no valía la pena insistir, que podía devolverme a la cárcel, donde todavía estaba preso Mario Chanes de Armas, pero que yo no les firmaba ni ése ni ningún otro papel papeles. Fue entonces que me dijo: “Mira Ernesto, no firmes nada. Si tú no lo firmas no estás aceptando nada. Coge la puerta y lárgate. Buena suerte”. Así fue como me liberaron de la cárcel en Cuba más de 22 años después de haber condenado a largos años de prisión.

- ¿Saliste inmediatamente al exilio?

En Cuba solo me quedaba una sobrina de mi esposa que vivía en La Habana Vieja y que me acogió. 37 días después de mi liberación llegué a Miami en donde estaban todavía vivos mis padres. Mi padre falleció en 2002 y mi madre en 2008. Fue, después de todo, una suerte poder volver a verlos porque muy bien hubieran podido morir sin que nos encontráramos de nuevo, como les pasó a tantos otros. Mi hermano mayor, Pedro Manuel Díaz, fue quien se ocupó con la crianza de mis tres hijos: Ernesto Francisco, David y Danny. ¡Imagínate que el más grande de ellos tenía 5 años de edad cuando yo dejé de verlo! Pero mi hermano falleció poco después de mi llegada al exilio, como si hubiera estado esperando terminar la misión de criar a mis hijos para dejarnos.

Las cosas con mi matrimonio con la madre de mis hijos no funcionaron bien, no solo por discrepancias de personalidades sino por las grietas naturales que el tiempo y la distancia van tendiendo en el camino, a través de más de 20 años de aislamiento e incomunicación.

En exilio me casé por segunda vez. Mi esposa actual, Alicia Pérez, con quien ya llevo más de 30 años compartiendo las alegrías y las penas, es lo mejor que pudo haber ocurrido en mi vida. Su padre también guardó prisión bajo la tiranía castrista. Fue uno de los integraron la Brigada de Asalto 2506. Aprecio la transparencia de su alma y sus bondades también como médico y como ser humano. Tal vez como un mandato del destino, parte de mi poesía ha sido dedicada a los niños. Son ellos mi pasión. Como pediatra, Alicia vive entregada al bienestar y la salud de sus pequeños pacientes. 

Con su esposa Alicia Pérez en Miami

- ¿Qué has hecho desde entonces?

He participado en decenas de foros y eventos en más de 20 países denunciando los horrores del castrismo y la dictadura cubana. Desde mi regreso a los Estados Unidos, como parte de mi segundo exilio, retomé mis actividades en Alpha 66, pero como imaginas ya no podíamos funcionar de la manera en que lo habíamos hecho antes porque era impensable derrocar desde a la dictadura cubana con las armas desde Estados Unidos. La organización sigue existiendo como plataforma de denuncia y de combate a favor de los derechos humanos. Después del fallecimiento de Nazario Sargen, el 6 de octubre del año 2004, fui elegido para ocupar el cargo de secretario general. Desde entonces he estado ahí, aportando lo mejor de mi experiencia en estos más de 60 años de lucha.

Nunca he parado de escribir y de contar mi verdad en el mundo entero, a todos los que quieran oír lo que han sido las últimas seis décadas de dictadura en Cuba. Y tampoco dejaré de hacerlo mientras viva.

París/Miami, septiembre de 2024

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