Entrevista a la arquitecta y exdiputada cubano-española Rocío Monasterio
Me dio mucho gusto entrevistar en Madrid a Rocío Monasterio, arquitecta y ex diputada hispano-cubana y adentrarme en el mundo de sus orígenes cubanos. La parte de historia de Cuba que se iba perdiendo, sus descendientes logran mantenerla vívida.
Enlace: Entrevista a Rocío Monasterio / Cubanet / por William Navarrete
“Tengo la
política y la causa cubana en mi ADN”
(Entrevista a la
arquitecta y ex-diputada cubano-española Rocío Monasterio)
Hace tiempo que
deseaba incluir en esta serie de entrevistas la de nuestra compatriota Rocío
Monasterio, quien saltó a la palestra política española cuando en 2014 decidió
ser parte de VOX. Su influencia y entrega en el seno de este partido fue en
crescendo y, dos años después, se convirtió en la presidenta de esta formación
para Madrid, así como, hasta hace muy poco, en su portavoz y diputada.
Una estancia en Madrid
y un encuentro propiciado por Margarita Larrinaga me permitió conversar
largamente con ella. Descubrí en Rocío a una persona extremadamente atenta a
todo interlocutor y a lo que puede emanar de una conversación. Alerta siempre,
directa sin dudas y sagaz como pocos. Previamente, pude reunir a duras penas,
algo de su genealogía e historia cubanas, con unos pocos detalles sobre su
familia encontrados en los medios, y me di cuenta, enseguida, de que nadie
había indagado realmente en la historia de su rama indiana que, como la de
muchos de quienes hicieron los viajes de ida y vuelta, fue parte esencial para
el desarrollo, ya no solo de Cuba, sino también de la propia España.
Como buena
arquitecta y mujer de negocios, Rocío Monasterio ha diseñado el plano personal
y profesional en el que se ha movido, a sabiendas de que, en su caso, la
política da más pérdidas que beneficios. No me interesó ahondar en los tópicos
que ha abordado durante sus últimos diez años de activismo en VOX porque todo
lo que ha dicho y formulado en este sentido es público y puede ser consultado
en vídeos, grabaciones y entrevistas. Me interesó, en cambio, conocer a la
persona con quien comparto orígenes, a la amiga de muchos amigos, y a quien
defiende a capa y a espada, sin que le tiemble la voz, sus ideas. Porque hace
tiempo que esta entrevista debían haberla propiciado desde su entorno por las
razones que irán aflorando mientras avancemos en el recuento de tantas
anécdotas y vivencias que hablan más que de política, de la propia humanidad de
Rocío.
Curiosamente, me
dijo, cuando la acompañaba de vuelta hasta su auto en el que llegó conduciendo
ella misma en medio de un Paseo de la Castellana congestionado por
manifestaciones variopintas, que una voz de mujer peninsular, como la de ella,
suena siempre con dureza, algo que visto desde Latinoamérica podría resultar
hasta contraproducente. No estoy muy seguro de que tenga razón, porque si algo
tiene de cubana justamente es la dulzura con que se mueve, ligera y sin rodeos,
en la conversación y en el trato. Justamente lo que no aflora cuando se le oye
hablar en público sobre los temas sociopolíticos que suele abordar.
La imagen de la
persona que transmiten algunos medios tiene muy poco que ver con quien me habló
en una tarde madrileña deliciosa de sus gustos, su afición por el arte y la literatura,
la cocina cubana, su familia de orígenes diversos, los recuerdos de su infancia,
la educación y consejos de su padre, muchísimas vivencias y algunas nostalgias.
Dejemos mejor que nos lo cuente ella.
- Cuéntanos
un poco de tus orígenes familiares
Por parte de mi
padre venimos de una familia de indianos cubanos. Mi abuelo Enrique Monasterio
Alonso, nacido en Oviedo en 1881 casó con Marina Díaz de Tuesta, nativa de
Álava (País Vasco). Mis abuelos se casaron en Cuba para fundir el negocio del
azúcar de ambas familias en la región de Cienfuegos. Pedro Monasterio, un
hermano de Enrique, también se fue a Cuba y falleció en la capital de la isla
en 1956.
En los años 1865
-1875 había un velero que fondeaba en el pueblo costero de Ribadesella, el Habana,
que cubría los viajes entre Asturias y la ciudad que su nombre anunciaba.
Los hombres de la familia iban y venían de un sitio al otro, y algunos hasta se
veían por primera vez en sus vidas en el muelle de Ribadesella cuando unos
abordaban y otros desembarcaban.
Por otra parte,
los Díaz de Tuesta de mi abuela paterna eran vascos establecidos en Cienfuegos,
desde que Galo Díaz de Tuesta Hoya llegó a esa región cubana a principios del
siglo XIX. De hecho, la casa de su hijo,
Lázaro Díaz de Tuesta Urrutia, mi bisabuelo, es una de las que mejor se
conserva como neoclásico cienfueguero, una ciudad que es todo siglo XIX, con
una arquitectura y urbanismo muy moderno para la época. La ocupa hoy una
galería de arte llamada, ignoro por qué, Maroya.
Mis abuelos
tuvieron cuatro hijos: Antonio Monasterio Díaz de Tuesta (mi padre, nacido en
Cienfuegos, en 1929), sus dos hermanos Urbano Enrique y Jacobo (ambos
fallecidos en el exilio de Miami) y mi tía Concepción (que llamamos Conchita),
que ha fallecido hace escasos días en Oviedo. Sobreviene entonces el divorcio
de mis abuelos paternos, algo que dice mucho de lo moderna que era Cuba, un
país donde el divorcio fue legal desde 1918, mientras que en España hubo que
esperar hasta 1981. Muy moderno, repito, y permíteme disgregar, incluso en su
Constitución ejemplar de 1940 que me leído de cabo a rabo.
Pero volviendo al
tema familiar, la abuela Marina se va de la isla y se instala en Nueva York, y
Enrique se queda en Cuba con los hijos varones. Fue entonces que él tomó la
decisión de enviarlos a estudiar a España, y durante once años mi padre y sus
hermanos vivieron en internados pasando de un colegio jesuita a otro, de Madrid
a Valladolid y, finalmente, al de la cántabra Comillas. Mi padre me contaba que
él y sus hermanos pasaron la Guerra civil en internados con un frío de miedo y
un hambre atroz. Para engañar el estómago calentaban agua que sacaban de los
radiadores y la mezclaban con arenilla para creer que era chocolate. Y lo peor:
mientras que las familias venían a buscar a otros niños los fines de semana y
durante las vacaciones, ellos se quedaban en el internado porque no tenían a
nadie que viniera a por ellos. Cuando mi padre terminó los estudios de derecho
en Salamanca, mi abuelo le reclamó de vuelta a Cuba.
En cuanto a mi
madre, Aurora San Martín de Artiñano, quien vive aún, es de origen asturiano y
vasco, también con una historia ligada a la lucha de España por conservar
Filipinas. Mis padres tuvieron cuatro hijos. Yo soy de mis dos hermanas y mi
hermano, la mayor.
- Tengo
entendido que tu padre y sus hermanos tenían un negocio próspero en la isla…
Ellos habían
creado un consorcio familiar llamado Compañía Azucarera Atlántica del Golfo y
se asociaron a la sucesión de los Falla Gutiérrez, una familia cántabra
originaria de Anero, con quienes administraban un central llamado Manuelita que
el castrismo expropió y le cambió el nombre por el de 14 de Julio. Era
corriente que familias indianas del norte peninsular se aliaran e invirtieran
en las tierras de América en un mismo negocio, ya sea por afinidad o por lazos
que venían desde España.
La familia vivía
entre Cienfuegos y La Habana, y en la década del 1950, mi padre, junto a mi tío
Pedro, construyó desde la Inmobiliaria Monasterio algunas torres modernas, una
de ellas en Calzada y 13, en el barrio del Vedado, conservando siempre el
último piso para uso familiar. Como soy arquitecta de profesión siempre me
interesé en este tema y recuerdo que él me contaba que para estos edificios se
utilizaron las técnicas más modernas del hormigón armado, toda una innovación
para la época. Tengo entendido que una de esas torres la utilizan desde hace
tiempo para alojar a militares castristas. Asimismo, me decía que fueron los
Monasterio, los primeros en llevar una línea de ferrocarril directa desde la
bahía de Cienfuegos hasta un central del interior, en este caso, el Manuelita.
- ¿Tu padre
tuvo conciencia de lo que iba a suceder en Cuba cuando Fidel Castro tomó el
poder el 1° de enero de 1959?
¡Y de qué manera!
Cuando Castro entró en La Habana se reunió, poco después, con grandes
empresarios cubanos a quienes dio cita en la casa de los Mestre, familia por
alianza con los Batista Falla. Allí se encontraban también algunos de los
comandantes principales de la Sierra Maestra acompañados por sus nuevas
queridas. Mi padre me contó que aquellas mujeres llamaban “papasito” a sus
amantes revolucionarios y con voces muy melosas les preguntaban públicamente
cuándo iban a comprarles abrigos de marta cibelina, joyas y otros bienes.
Acababan de llegar y ya estaban pensando en cómo gastar todo lo que iban a
robar al pueblo cubano.
Me contaba que le
preguntó a cada uno de los comandantes allí presentes, desde Juan Almeida y Raúl
Castro, hasta militares como Aldo Santamaría, si ellos eran comunistas. Todos,
sin excepción, le respondieron que sí. Cuando llegó el momento en que le
preguntó lo mismo a Fidel, éste le respondió que no lo era, que él no era
comunista. Al parecer aquello impresionó mucho a mi padre y al escuchar la
contestación de Fidel exclamó delante de todos: “¡Es la primera vez que veo una
casa de prostitutas dirigida por una señorita!”.
Me decía que tuvo
enseguida la impresión de que Cuba estaba perdida. De hecho, fue uno de los
pocos empresarios allí presentes que no apoyó la revolución en sus inicios de
1959. Por lo contrario, creó inmediatamente un grupo para combatirla y montó
una red para ayudar a muchos perseguidos para que pudieran escapar de Cuba y,
por otra parte, organizó acciones para desestabilizar el llamado poder
revolucionario.
Él tenía la
intuición de que la invasión de bahía de Cochinos fracasaría por la simple
razón de que esta acción ya no era un secreto para nadie. Por otra parte, ya
habían fusilado al tesorero de su grupo, y en un momento en que él bajó a la
tienda de ultramarinos (bodega dicen en Cuba) para comprar arroz y otros
alimentos para alguien que tenía escondido en su casa, el propio bodeguero le
dijo: “Monasterio, la persona que los está delatando la tiene usted escondida
en su propia casa”. Ni siquiera volvió a subir al apartamento. Ahí mismo lo
organizó todo y salió de la isla rumbo a España en 1961. Por supuesto, ya le
habían expropiado todos los bienes y, para colmo, hasta la medallita de San
Antonio que siempre le acompañaba, un recuerdo de su padre, la tuvo que dejar
en la bandeja cuando pasó por los controles policiacos de emigración en el
aeropuerto de La Habana.
- Naces en
1974, o sea, 15 años después de aquel 1° de enero de 1959. ¿Como es posible que
te hayas mantenido siempre tan apegada a tus orígenes cubanos?
Cuando mi padre
salió rumbo a España, su hogar se convirtió inmediatamente en un hervidero de
cubanos que llegaban al exilio y a los que había que ayudar. Se han contado
muchas tonterías de la presencia de España en Cuba y una de las que más repiten
sin parar, sobre todo ahora que es la moda, es que Cuba era una colonia
explotada, cuando en realidad era una provincia de España mucho más moderna y
libre que la propia península.
Con el mismo amor
con que en casa se hablaba siempre de Cuba, se evocaba también a Asturias, la
tierra de los abuelos. Con el dinero ganado en la Isla mi abuelo paterno ayudó
a financiar una de las carreteras que se construyeron en Asturias,
comunicándola con la región de León. Los indianos no se limitaron a sembrar
palmeras delante de sus casas del norte ibérico y a construir palacetes de
hermosa arquitectura caribeña, sino que trajeron mucho bienestar económico a
esas olvidadas provincias españolas. En el altar de la Covadonga, donde está la
cripta, puede leerse entre los benefactores el nombre de los Monasterio,
indianos de Cuba que financiaron su construcción.
Una vez en que yo
estaba paseando por el paseo marítimo de Ribadesella, pueblo en donde tenemos
una casa familiar, se me acercó un anciano cubano quien, al verme, me abrazó y
se puso a llorar. Yo no entendía nada, y esperé a que se le pasara para
preguntarle por qué lloraba. Entonces de su bolsillo sacó un cheque que tenía
doblado en tres y me dijo que él sabía por la prensa que Rocío Monasterio
veraneaba en esta localidad. “Entonces me dije: esta Rocío no puede ser otra
que la hija de Don Antonio”, me contó. Resulta que salía siempre con la
esperanza de toparse conmigo. Me mostró la cifra que había escrito en el cheque
y me dijo que era el dinero que había ahorrado para entregarlo un día a mi
padre pues, en el pasado, éste lo había ayudado económicamente. Ahora quería
devolvérselo, al menos, a su hija. Su gesto, por supuesto, me emocionó mucho y
entonces fui yo quien se puso a llorar. Por supuesto, terminé abrazándolo y
diciéndole que no era necesario, que ya no había deuda alguna.
- ¿Pudo,
entonces, tu padre recuperarse económicamente en el exilio?
De pequeña,
íbamos a menudo a Miami a ver a mis tíos y primos que vivían allí en medio de
la comunidad de exiliados de la isla. Fue durante uno de esos viajes que a mi
padre se le ocurrió traer a la península, en 1971 y como franquicia, a la
cadena Kentucky Fried Chicken. El negocio, al principio, parecía que no iba a
funcionar. Mi padre me contaba que cuando los clientes entraban a la sala se
sentaban a esperar que viniera un camarero a la mesa a tomarles el pedido. Y
que se asombraban cuando les explicaban que tenían que ir al mostrador para
pedir y ocuparse de sus propias bandejas. Pero, por suerte, siendo ésta la
primera cadena de autoservicio del país, la gente fue poco a poco
familiarizándose con el concepto y se convirtió en todo un éxito.
Yo ayudé a mi
padre ya al final, antes de que vendiera el negocio años después. Allí aprendí,
muy tempranamente, lo que era tener que sacar la paga de cada proveedor y
cubrir los huecos que ocasionaba el hecho de tener en nómina a muchas personas
que mi padre ayudaba y que, en realidad solo habían sido contratados para
ayudarles a volver a empezar.
- ¿Dónde
cursas tu escolaridad?
Estudié primero
en el colegio de Las Irlandesas, pero en un acto al que asistió mi padre se les
ocurrió poner una canción de Ana Belén y cuando él escuchó aquello de “abre la
muralla, cierra la muralla”, me sacó inmediatamente de allí. Entonces comencé en
el colegio Aldeafuente y, después, en el de Santa María del Camino. Los cambios
siempre vinieron motivados por buscar la mejor educación, en casa sacar todo
sobresaliente era cumplir con tu obligación.
Cuando terminé en
bachillerato entré en 1992, a la Escuela Superior Técnica de Arquitectura de
Madrid (ETSAM), una universidad pública perteneciente a la Universidad
Politécnica de Madrid, para estudiar Arquitectura. Me encantaba dibujar y sabía
que era la mejor opción como escuela. Además, no quería estar en una burbuja,
en una de esas instituciones privadas exclusivas. En ese periodo, con 19 años,
trabajaba por las mañanas en un estudio de arquitectura y estudiaba por la
tarde.
- ¿Coincide
esta etapa con tu estancia en Miami? ¿Qué recuerdos tienes de tu vida en esa
ciudad?
Los últimos años
de mis estudios en la Escuela de Arquitectura de Madrid a los alumnos que
obteníamos Matrícula de Honor en proyectos nos daban una beca para ser
profesores ayudantes de Proyectos Arquitectónicos. Estuve en esto poco tiempo
porque me di cuenta de que lo que deseaba realmente era ganar en práctica.
Entonces trabajé en 1996 como becaria para varios estudios y uno de ellos fue
la oficina de arquitectura, ahora casi centenaria, Bermello Ajamil and
Partners, sita en Coconut Grove. También participé en ACSA Otis International
Student Design, y quedé en segundo lugar en la categoría
de África y Europa. Mi propuesta consistía en 3000 viviendas
en Hong Kong.
En Miami tenía
familia, vivía en el South West y me conecté con el exilio cubano. Tengo un
recuerdo muy especial y sucedió que, años después, estando ya trabajando para
VOX, me invitaron a dar una conferencia a Miami y resultó que tenía lugar en el
mismo edificio en donde yo había trabajado para Bermello Ajamil and Partners.
Cuando tomé la palabra y conté que en ese mismo lugar había trabajado en el
ámbito de la arquitectura se quedaron muy sorprendidos. En esa época ya era
novia de quien luego se convirtió en mi esposo y padre de mis 4 hijos, Iván
Espinosa de los Monteros. Pero Iván trabajaba en Nueva York y yo en la Florida.
Miami es para mí
una mezcla de acentos suaves, sabores y lindos recuerdos. Y en cuanto a los
sabores, nunca están muy lejos de la cocina que me recuerda mucho a mi familia
de Miami que tanto quiero, donde no faltan la ropa vieja que ahora intento
hacer yo, el picadillo o los frijoles negros.
- ¿Fue en
tu época estudiantil que te interesaste por primera vez en la política?
¿Escoges este camino al finalizar tus estudios?
La política la
llevo tatuada. Mi padre siempre me decía que muchas personas creían que la
libertad se heredaba pero que, en realidad, había que defenderla en todas
partes porque de lo contrario la perdíamos. Como también me dijo que estudiara
una carrera que fuera útil en cualquier lugar del mundo y en cualquier
circunstancia. Algo que, si se presentaba una situación en la que había que
abandonar el país, pudiera recomenzar una vida nueva y encontrar inmediatamente
trabajo en cualquier parte.
En el 1998 creé
el Foro Generación del 78. Se trataba de una plataforma de debates políticos
sobre la democracia, la cultura, la historia, el rumbo que tomaba España. Allí
invitamos a muchas personas para discutir ideas e, incluso, a gente de
izquierda para entender también sus puntos de vista. Recuerdo que uno de
nuestros invitados fue Alberto Núñez Feijóo cuando era director de Correos
en el 2000.
Poco
después, fundé Rocío Monasterio y asociados, mi propio estudio de
arquitectura e interiorismo, que sigue muy activo y con el que desde sus
inicios trabajamos mucho en España y en Polonia.
En cambio, en el
ámbito de la política, lo que he logrado es perder dinero. Ha sido un
sacerdocio por principios, y una pérdida desde el punto de vista económico.
Claro, la diferencia con quienes hacen de la política una profesión, es que he
sido una persona completamente libre, pues no dependo de la política para
vivir. Mi profesión me permite decir lo que pienso, sin temor a perder el
empleo o a que me echen. Entiendo que esto es un lujo que pocos pueden
permitirse. Lo vemos a diario cuando a algunos les tiembla la voz o dicen lo
contrario de lo que piensan.
Por supuesto,
nunca dejaré la política y mucho menos la causa cubana. La razón es muy simple:
Las tengo en mi ADN. No pienso traicionar mis ideas, y menos a todos aquellos
que no tienen voz o que no pueden defenderse.
- ¿Has ido
alguna vez a Cuba? ¿O piensas hacerlo?
Nunca he ido.
Tampoco creo que la dictadura me lo permita. No me interesa ir a un sitio en
donde no puede comunicar libremente con sus habitantes y dónde quién va acaba
financiando al régimen. Pero Cuba está afectivamente muy vinculada con mi vida.
Y trato, en la medida de lo posible, de inculcarle ese amor a mis hijos. Algún
día iremos juntos toda la familia, es el viaje que más ilusión me puede hacer.
Después de todo,
vivo en España el mejor sitio para recordar cada día el lugar que con tanto
cariño acogió a los míos como emigrantes y del que, al mismo tiempo, tuvieron
que emigrar otra vez. ¿Te parece poco que viva en el madrileño Paseo de La
Habana?
Madrid, octubre
de 2024
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