Entrevista a Ileana Arango - Cubanet
Entrevisto en su casa en Coral Gables a Ileana Arango Cortina, uno de los ejemplos más estremecedores de personas que han padecido los atropellos de la dictadura castrista. Les dejo la entrevista completa en las páginas de Cubanet y el enlace a continuación, además de la copia con fotos nuevas:
Enlace directo: Entrevista a Ileana Arango Cortina / William Navarrete / Cubanet
Son muchos los
crímenes del castrismo que han quedado impunes
(El escritor
William Navarrete entrevista a la activista Ileana Arango Cortina)
Cuando Ileana
Arango Cortina me dio hace unos días en Miami el testimonio de su vida pensé
inmediatamente en todos aquellos que durante décadas ayudaron al abyecto
régimen castrista a cometer abusos y atropellos como los padecidos por ella y
su familia. Se pregunta uno cómo muchos de esos colaboradores pueden vivir con
la conciencia tan tranquila, sabiendo como saben a estas alturas lo que esa
falacia llamada “revolución” representa.
A Ileana la
conocía desde hace años por sus actividades con el grupo de mujeres
cubanoamericanas exiliadas MAR por Cuba, la organización de la que es su
vicepresidenta y con la que hace más de 30 años colabora. Por su discreción,
estaba yo lejos de imaginar que esta mujer que hoy tiene 87 años hubiera pasado
por tantas desolaciones desde el 1° de enero de 1959. Le fusilaron al cuñado, le
encarcelaron durante quince años a su esposo y cinco a su hermano, se quedó ocho
sin poder reunirse con sus hijas menores en el exilio y cuando llegó finalmente
a Miami, en 1973, ya sus padres y abuelos habían fallecido, de modo que nunca más
los pudo ver ya que habían salido mucho antes que ella de la Isla.
Me encuentro con
Ileana en su casa en Coral Gables. Y de nuestro intercambio surgió este valioso
testimonio.
Cuéntanos
de tus orígenes
Nací en La Habana
en 1937, y a la vieja usanza. Es decir, no en una clínica sino con una
comadrona que asistió a mi madre durante su parto que tuvo lugar en la casa de
mi abuelo materno José Manuel Cortina García, en la calle K esquina 27 (actual
casa de la FEU) en el barrio El Vedado.
Bajo ese mismo
techo viví hasta los seis años en que me mudé con mis padres para Miramar, a la
casa que estaba en la misma esquina de la Quinta Avenida y la calle 42, justo enfrente
de la escultura de La Copa (a esa casa la convirtieron en una escuela primaria llamada
Vo-Thi-Thang a partir de los 1970).
Mi madre, Ofelia
Cortina Corrales, era hija de José Manuel Cortina García y de María Josefa
Corrales. Su padre había sido alguien estrechamente vinculado con las guerras
de independencia y la República de Cuba. El abuelo José Manuel había nacido en
San Diego, provincia de Pinar del Río, y era hijo de un agricultor de
ascendencia vasca. Fue abogado, periodista, representante de la Cámara Baja y
senador. Había sido secretario del presidente Alfredo Zayas Alfonso, ministro
de Exteriores en el gobierno de Federico Laredo Bru, justo en la época en que
yo nací, y también del primer gobierno de Fulgencio Batista, razón por la cual fue
uno de los constituyentes encargados de redactar junto a Manuel Márquez
Sterling la célebre Constitución de 1940. También era hacendado y tenía una
finca llamada La Luisa en Arroyo Naranjo y un extenso latifundio: el Cortina,
en Pinar del Río, dedicado a la ganadería, la siembra de tabaco, frutales y la
extracción de resina de pinos, que el castrismo confiscó para luego dejar que lo
vandalizaran y destruyeran. Con mi abuela tuvo cuatro hijos: Ofelia (mi madre)
y a mis tíos Esther (casada con Néstor Carbonell), José Manuel (con Cusa
Macías) y Humberto (con María López Sánchez).
¿Y por el
lado paterno?
Mi padre, Enrique
Arango Romero, nació en 1904 en La Habana y también era abogado e hijo de
Francisco Arango Mantilla y Mercedes Romero León. Mi abuelo Francisco fue uno
de los nietos de Francisco de Arango Parreño, latifundista, regidor, diputado a
Cortes en España, entre otros títulos que incluyen el marquesado de la
Gratitud, pero sobre todo fue un sobresaliente economista. Uno de sus hermanos,
mi tío Francisco, estaba casado con Isabel Ortiz, la hija del Dr. Fernando
Ortiz, gran intelectual cubano. Además de su bufete de abogados, sito en el
Edificio Ámbar Motors, mi padre era presidente del Sindicato Territorial de La
Habana SA, propietario a su vez del balneario La Concha (cuyo incendio acaba de
ocurrir aunque lo tenían abandonado desde hace años), en la Playa de Marianao,
entre otros sitios turísticos del país.
¿Dónde
cursaste tu escolaridad?
El kínder y el
primer grado los cursé en el Colegio Margot Párraga que quedaba en la calle
Calzada del Vedado. Luego me pusieron en la Merici Academy, que estaba en ese
mismo barrio, en Línea, y en donde las clases eran en inglés por las mañanas y
en español por las tardes. Este colegio había sido fundado por las monjas
ursulinas norteamericanas de Nueva Orleans en 1941. Además, tuve la suerte de que,
junto a mis primos Néstor y Martha Carbonell Cortina, tuve institutriz de
francés, con lo cual hablaba las dos lenguas de manera fluida.
Luego, para
séptimo grado, como mis padres querían que hiciera lo que se llamaba “ingreso”,
una especie de preparatoria antes de entrar en el bachillerato, me inscribieron
en el Sagrado Corazón del Cerro, pues el del Country Club todavía no había sido
inaugurado. Estudié primero y segundo años de bachillerato y, en 1952, me
enviaron a estudiar a Estados Unidos, exactamente en Tuxedo Park, en las
afueras de Nueva York, a un colegio de las hermanas de la Caridad llamado Mount
Saint Vincent Academy. Allí cursé el tercero y cuarto de high school. Había
otras latinoamericanas y cubanas que estudiaban conmigo.
Cuando regresé a
La Habana en 1954 entré a la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, pero
solo estuve año y medio porque me casé en 1956 y, pensé que podía seguir en la
Universidad de Santiago de Cuba a donde nos habíamos mudado después de casados,
pero ésta estaba cerrada por la situación política del país.
¿Qué pasó en
los años que precedieron al 1° de enero de 1959?
Como dije me casé
con Ramón “Rino” Puig Miyar, cuyo hermano Manuel – a quien todos llamábamos
Ñongo – era el esposo de mi hermana Ofelia. Rino trabajaba para la Bacardí desde
muy joven y para perfeccionar sus conocimientos de la compañía lo enviaron a
tomar un curso en la NYU, en Nueva York. El caso fue que, cuando acabó el
curso, lo ubicaron en las oficinas que tenían en Santiago de Cuba y para allá
nos mudamos. Los padres de Rino eran catalanes de Santiago y mi suegra había
quedado traumatizada con el terremoto que hubo en esa ciudad oriental en 1932.
El caso es que, en ese momento, decidieron irse a Barcelona, en donde vivieron
en Valvidriera, el pueblo de la familia, pero al estallar la guerra civil
española decidieron regresar a Cuba.
¿Se dieron
cuenta de lo que estaba por venir?
En Santiago de
Cuba vivíamos en la calle 13 entre la 4 y la carretera del Caney, en el reparto
Vista Alegre. Desde la casa veíamos las estribaciones de la sierra Maestra y,
evidentemente, presenciábamos la situación política, los tiroteos y lo que
estaba fraguándose. Mi primera hija, Ileana Cristina, nació en esta ciudad en
febrero de 1958 y dos días después fue el sabotaje por parte de la guerrilla a
las instalaciones de la refinería Texaco. Y la segunda, Annette, nació en La
Habana en 1959.
La vida cotidiana
en Santiago había ido empeorando. Recuerdo incluso que, mucho antes, un 30 de
noviembre de 1956, fui a la iglesia de Vista Alegre y vi a muchos jóvenes
uniformados. Se estaban preparando para el desembarco del yate Granma
que se esperaba ese día, pero no ocurrió hasta el 2 de diciembre. Le pregunté a
una vecina que vivía en la casa detrás de la nuestra y a quien le habían
fusilado un hijo cuando lo del Moncada, y me respondió: “Cállate y métete en la
casa”.
Por supuesto,
como casi todo el mundo, deseábamos que aquella situación acabara de una vez.
Como éramos demócratas convencidos no estuvimos de acuerdo con el golpe de
Estado de Fulgencio Batista en 1952 y aspirábamos a que se respetara el orden
constitucional por el que había luchado mi abuelo. En Santiago, mi esposo Rino
recaudó fondos para ayudar a los alzados, sobre todo porque veíamos la gran
cantidad de muertos que el régimen de Batista cobraba.
El 28 de
diciembre de 1958 salimos de Santiago rumbo a La Habana. La ciudad oriental
estaba esperando de un momento a otro la entrada de los barbudos. Llegando a La
Habana le dije a la familia que la situación era muy delicada, pero no me
creyeron. El 1° de enero de 1959, tras la huida de Batista y la primera
alocución de Fidel Castro, mi suegra lo oyó y dijo inmediatamente: “Esto es
comunismo”. Nadie mejor que ella para saberlo porque cuando la guerra civil
española, la casa de ellos en Barcelona fue ocupada por “los rojos” y fue así
que tuvieron que huir del país.
¿Cómo
fueron esos primeros meses viniendo como vienes de una familia tan marcada
desde el punto de vista político?
Mi primo Néstor
Carbonell y mi abuelo José Manuel Cortina intentaron desde enero de 1959 formar
un gobierno de transición. Pero el 8 de enero de 1959 mi hermano Eduardo Arango
Cortina cae preso por estar implicado en la conspiración trujillista batistiana
contra Fidel Castro. Pronto nos dimos cuenta del giro que estaban tomando los
acontecimientos, y hubo varios detonantes como el comienzo de los juicios sin
proceso de ley y, como consecuencia, los primeros fusilamientos. Otro
acontecimiento fue el juicio contra los pilotos entre febrero y marzo de 1959
quienes fueron absueltos y Castro ordenó que fueran juzgados nuevamente. Como
resultado de esta arbitrariedad, los condenaron a 30 años. Pudimos darnos
cuenta inmediatamente de los dobleces y las violaciones del nuevo gobierno.
Tal era la polarización
política del país que las amistades podían traicionarte sin que importaran los
vínculos en el pasado. Por ejemplo, cuando mi hermano cayó preso en el cuartel
Columbia le pidió a un amigo íntimo que nos comunicara que estaba vivo. Dicho
amigo, quien venía a casa diariamente y almorzaba con nosotros, le respondió
que él no podía hacer eso porque significaba traicionar a la revolución.
A mi hermano
Eduardo lo sentenciaron expeditivamente a seis años de privación de libertad y
lo mandaron a la cárcel de Isla de Pinos. De esos seis años cumplió cinco. No
completó la condena porque se enfermó con atrofia muscular y le permitieron
salir del país directamente de la cárcel para Madrid. Llegó a Miami más tarde, en
1968.
Sé que
inmediatamente se suman a la lucha contra el gobierno de Fidel Castro. ¿Qué
consecuencias tuvo para ustedes?
El ambiente era
espantoso. Nosotros vivíamos en Miramar y mis padres también, exactamente en el
edificio Riomar que quedaba en La Puntilla. Los antiguos empleados que antes
eran tan atentos y amables se convirtieron en harpías. El 22 de octubre de
1960, mi esposo Rino cayó preso. Iba a asistir a una reunión, junto a otros
conspiradores, cuando alguien de su mismo grupo dio un chivatazo y los
capturaron a todos. El juicio tuvo lugar un mes después – causa 498 de 1960 - y
a finales de 1960 ya estaba encarcelado en el presidio político de Isla de
Pinos. Le impusieron una condena de 15 años que cumplió a hasta el final. En
ese momento su hermano Manuel (Ñongo) logró escapar y salir del país en
dirección de Miami.
Pero lo
peor estaba por venir…
En efecto. Mi
cuñado Ñongo apenas llegó a Miami se unió a los grupos de infiltración y regresó
a Cuba como clandestino en marzo de 1961. Junto con este grupo venía Humberto Sorí
Marín, ex comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y ex ministro
de Agricultura. Tenían la responsabilidad de preparar la invasión desde dentro
junto con los grupos clandestinos que operaban dentro de la isla. En ese mismo
mes de marzo, antes de bahía de Cochinos, les tendieron una trampa en una
reunión que tenía lugar en una casa en el Biltmore y lo encarcelaron. Mi
hermana Ofelia era la encargada de conducirlo a esta reunión. Yo, al ver que
anochecía y que mi hermana Ofelia no se había comunicado conmigo, sospeché lo
peor y me dirigí al edificio Riomar para comunicarle a mis padres lo que temía.
Para ellos fue un gran shock pues no sabían que Ñongo estaba en Cuba.
Al día siguiente,
fui con mi padre a la sede del G2 en Quinta Avenida y calle 14, y tuve suerte
de que pude ver a Ñongo detrás de los barrotes de una ventana. Cuando le
pregunté por mi hermana Ofelia fue que se dio cuenta de que también a ella la
habían detenido. Tuvimos suerte de que un miliciano se nos acercó y nos dijo
que mi hermana se hallaba detenida en la misma casa en donde iba a ocurrir la
reunión clandestina. A los pocos días a todas las mujeres apresadas las
llevaron para la sede de la Seguridad del Estado, el llamado G2.
Pasaron los días
hasta que llegó la esperada invasión de bahía de Cochinos con las consecuencias
que todos conocemos. Recuerdo que le dije a mi padre: “Si juzgan a Ofelia y a
Ñongo puedes estar seguro de que a este último lo fusilan”.
Y así fue,
¿no?
Por supuesto. En
la brigada de exiliados tenía a dos primos: Humberto Cortina y Néstor Carbonell
Cortina. Este último no llegó a desembarcar porque era parte del grupo de Miró
Cardona que debía hacerlo por Oriente. Humberto, por su parte, sí lo hizo y lo
hirieron y apresaron.
Fueron días
caóticos. Mi esposo Rino y Eddy, mi hermano, incomunicados en Isla de Pinos,
dos primos que no sabíamos dónde estaban durante varios días y el 19 de abril a
primera hora de la mañana recibimos una llamada de mi hermana comunicándonos
que el juicio era ese mismo día.
Todas las
provincias estaban incomunicadas y el abogado que iba a defender a Ofelia y
Ñongo se encontraba en Santa Clara. En consecuencia, mi padre, como era
abogado, tuvo que ocuparse de la defensa de su hija Ofelia y de su yerno Ñongo.
Asistí al juicio, causa N° 152 de 1961, en la fortaleza de La Cabaña, el 20 de
abril de ese mismo año. Aquello fue un auténtico circo romano. Y el jurado
completamente kafkiano con las piernas encima de la mesa. En un momento dado,
la defensa le preguntó al fiscal que en qué se basaban para decir que ellos
eran contrarrevolucionarios y éste respondió: “Cuando vas a pescar abres un
huequito y metes a los gusanos. Pues bien, todos junticos son eso, gusanos,
como los que estamos juzgando aquí”.
Ñongo fue condenado
a paredón. La apelación ocurrió en ese mismo instante y el fiscal encargado de
procesarla, un tal Mago Robreño, llegó borracho y dijo que tenía mucha prisa. Cuando
supimos el veredicto le dije a mi madre: “Ni una lágrima. Esta gentuza no lo
merece”. Fue la primera vez que vi a mi padre llorar al tener que decirle a
Celia Miyar, la madre de su yerno, que no lo había podido salvar.
Mi padre y yo
habíamos ido a Guanabacoa para ver si a mi hermana ya le habían dado la
libertad, lo cual no sucedió hasta pasado varios días. Al llegar a casa
teníamos un mensaje de Cuca Martínez, la hermana de Alicia Alonso la bailarina,
quien se había enterado de que los cadáveres de los fusilados los iban a llevar
al cementerio a primera hora de la mañana y al estar ella allí, pudo reclamar
el cadáver de Ñongo y evitar que fuese enterrado en fosa común. El cadáver de Ñongo
fue trasladado al panteón de la familia al cabo de los seis meses después de
que el régimen lo autorizara. Cuca había estado tratando de salvar a Rafael
Díaz Hanscom, el ex esposo de Laurita Alonso Martínez, la hija de Alicia, pero
no lo había logrado, así que también lo fusilaron a él. Es increíble que tanto
Alicia como su hijo permitieran que este asesinato se llevara a cabo. Contrariamente
a las dos, Cuca fue siempre muy anticastrista. Por eso intentó ayudarnos.
Entre los
procesados de la causa estaban también Dionisio Acosta Hernández, Ofelia Arango
Cortina, Georgina González Blanco, María Caridad Gutiérrez García, Yolanda
Álvarez Bárgaza, Berta Echegaray Carreiras, Oscar Echegaray Carreiras, Eulalia
de Céspedes Company, Pedro de Céspedes Company, Narciso Peralta Soto, Eduardo
Lemus Pérez, Juan A. Picallo Ferrer, Orestes Frías Roque, León Blanco Ernesto
Rivero de la Torre, Felipe Dopazo Abreu, Juan Castillo Crespo, Iluminada
Fernández Ortega y Marta Godínez Valor.
En la madrugada
del día 20 de abril de 1961, fusilaron a ocho de los procesados en la causa
152. Fueron ellos: Humberto Sorí Marín, mi cuñado Manuel Lorenzo Puig Miyar
(Ñongo), Gaspar Domingo Trueba Varona (Mingo), Rogelio González Corso, Gabriel
Enrique Riano Zequeiro, Rafael Díaz Hanscom, Eufemio Fernández Ortega y Nemesio
Rodríguez Navarrete. A mi hermana Ofelia, que también era parte de los
enjuiciados, la llevaron a Guanabacoa y días después la liberaron. Son muchos
los crímenes del castrismo que han quedado impunes.
¿Te
quedaste en Cuba?
Tenía a mi
hermano y a mi esposo presos. Nos confiscaron todas las propiedades. Mi hermana
Ofelia con sus hijas salió para Miami en 1961, después que le fusilaron a su
esposo. Mis padres permanecieron en la isla porque quedábamos yo, además de mi
esposo y mi hermano presos. Eddy salió finalmente de prisión, como dije,
después de cumplir cinco años, y entre tanto mi hermana Ofelia se enfermó en
Miami. Fue entonces que decidimos que mis padres salieran al exilio con mis dos
hijas menores. Yo autoricé la salida de mis hijas porque temíamos lo que
pudiera pasar con los niños y la pérdida de la patria potestad de la que mucho
se rumoraba. Esto sucedió el 22 de octubre de 1966. Cuando se fueron me echaron
del apartamento de ellos en el edificio Riomar, argumentando que ese edificio
solo podía ser para personas del gobierno. Por suerte, me abrió las puertas de
su casa una gran mujer, María Súter y su hija Vicky (cuyo esposo Armando
Zaldívar Pita también estaba preso, condenado a 30 años de prisión por su
alzamiento en el Escambray) quienes vivían cerca de la playa de Marianao. ¡De
haber tenido mis padres y abuelos tantas propiedades, ni casa donde vivir me
dejaron!
Las visitas a la
prisión en donde estaba Rino las autorizaban cuando les daba la gana. El viaje
era un auténtico Vía Crucis. Cada prisión tenía sus propias dificultades. La de
isla de Pinos era la peor pues había que hacer un viaje en ferry que duraba de
12 a 14 horas o, de lo contrario, ir en avión. Para hacerlo vía aérea era
necesario hacer la cola durante días y tener en mano el telegrama anunciando la
visita ya que sin éste se perdía pasaje y dinero.
Durante las
visitas, te revisaban cualquier bulto que llevabas, te obligaban a sacarlo todo.
Si los guardias eran fresquitos se mostraban implacables. Los más viejos tenían
un poco más de condescendencia y aunque te quitaban siempre cosas siempre
resultaba menos que los novatos. Al cargo de las requisas personales estaban
unas feroces milicianas que de forma muy humillante te toqueteaban por todas
partes.
¿Cómo
viviste la década de 1960 en Cuba y cuándo logras salir?
Me quedé sola. Me
di cuenta de que necesitaba trabajar y empecé como secretaria en la embajada
del Líbano. Luego hice traducciones y hasta estuve como maestra en el único
colegio más o menos privado que existía: el Hillside School of Havana, fundado
por una inglesa llamada “Penny” (Phyllis) Powers y al que asistían los hijos de
diplomáticos y extranjeros residentes en Cuba.
Otra de mis
actividades y la más importante, era visitar a mi esposo Rino cuando lo
autorizaban. A estas visitas siempre me acompañaron mis dos hijas hasta que se
fueron del país. Ellas tenían uno y dos años y medio cuando lo arrestaron. Rino
estuvo primero en La Cabaña, luego en la isla de Pinos hasta que cerraron el
llamado Presidio Modelo que de modelo no tenía nada. Después en Sandino, pueblo
de reconcentrados en Pinar del Río donde habían instalado a los alzados del
Escambray y, finalmente, en la cárcel de Melena del Sur de donde salió
finalmente, después de cumplir los 15 años de cárcel, el 22 de octubre de 1975.
En 1970, cuando
trabajaba como secretaria en la embajada de Indonesia, me llegó un telegrama
autorizando mi salida de la Isla. Podía irme a condición de trabajar primero en
la agricultura o en alguna de las actividades que el gobierno le imponía como
castigo a quienes deseaban irse del país. Como no me veía trabajando en el
campo debido a las distancias y las visitas a Rino que eran mi prioridad, tuve
un intercambio de palabras con los funcionarios encargados de las ubicaciones y
pude conseguir que me pusieran en una marmolería que quedaba en el Ensanche de
La Habana, cerca de la calle Ayestarán, puliendo mármoles. Después estuve
haciendo lo mismo frente al cementerio Colón y en La Lisa. Además, me mandaron
a trabajar en la construcción del anfiteatro del Parque Lenin que se encontraba
en las afueras de La Habana, junto con otras mujeres que iban a abandonar el
país. Estuve tres años cumpliendo con ese trabajo forzado hasta que me llegó la
salida después de ocho años si haber visto a mis dos hijas. Llegué a Miami un 7
de febrero de 1973 justo dos días antes de que mi hija mayor cumpliera los 15
años. Lo había dejado de ver cuando tenía siete.
Por supuesto,
nunca volví a ver a mis abuelos José Manuel Cortina y María Josefa Corrales,
quienes habían salido al exilio en 1961 y fallecido antes de que yo llegara.
Tampoco volví a ver a mis padres fallecidos ambos en 1972, un año antes de que
me dejaran salir de Cuba. Tengo que aclarar que, aunque estaban al corriente de
la enfermedad de mi padre y de las condiciones de mi familia, en Inmigración
siempre me decían que yo no me iba nunca del país. Un día, durante una
entrevista en una dependencia del Ministerio del Interior, me dijeron que me
prepara porque mi esposo nunca iba a salir de la cárcel.
Saliste y tu
esposo se quedó preso…
Rino no logró
salir de Cuba hasta 1977. Mi hermana Ofelia se había ocupado de la crianza de
mis hijas hasta mi llegada. Terminé viviendo en Gainesville con mi hermana pues
mis hijas estaban estudiando allí. Por suerte, Ofelia pudo reponerse, gracias a
Dios, de los golpes muy fuertes que recibió. Sacó su carrera de Psicología y ejerció.
Yo empecé a dar clases
de español al principio y me instalé en Miami en agosto de 1973. Un primo de mi
esposo me consiguió poco después un trabajo de secretaria en la empresa de Duty
Free de los perfumes Rochas. Por suerte mis padres habían comprado un pequeño townhouse
en Westchester y eso me permitió encaminarme durante los primeros tiempos en el
exilio. Rino, como dije, no fue autorizado a salir del país hasta 1977, pues a
pesar de que cumplió la sentencia de 15 años en 1975 lo obligaron a trabajar en
la construcción para “ganarse” el derecho a emigrar. Finalmente salió vía
España y, 17 años después de aquel desastre, pudo retomar su trabajo con la
Bacardí en el exilio.
No has parado
de denunciar al régimen desde que llegaste al exilio…
¡Desde el primer
día! Participé en todo y siempre estuve vinculada a las actividades de la Casa
del Preso. Me incorporé a la organización no gubernamental MAR por Cuba desde
su fundación por Sylvia Iriondo en 1994. Con los presos aprendí que nada puede
quitarme las ganas de reír. También aprendí a que nada debe amargarme la vida,
ni dejar que el rencor me frustre, a pesar de que me molesta muchísimo la
injusticia y el hecho de que el mismo régimen que tanto nos hizo sufrir a mí, a
mi familia y a tantos siga en el poder aplastando a todo un pueblo. Siempre hay
que luchar por la libertad y dar un paso al frente. Tampoco me arrepiento de
ninguna de mis decisiones, a pesar del alto precio que tuve que pagar. Creo que en la vida debe de haber justicia y
es necesario que las futuras generaciones aprendan que las injusticias y la
maldad tienen graves consecuencias.
Coral Gables,
diciembre de 2024
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