Entrevista a Ileana Fuentes / Cubanet
Entrevisto a la historiadora y académica cubanoamericana Ileana Fuentes. Ver en Cubanet (enlace siguiente) y copia a continuación con fotos que no aparecen en Cubanet:
Entrevista a Ileana Fuentes / Cubanet / William Navarrete
“Soy una
optimista profesional sigo pensando que Cuba tiene arreglo”
(El escritor
William Navarrete entrevista a la historiadora y académica Ileana Fuentes)
Hubiera podido
conocer a Ileana Fuentes en 1995, durante uno de mis primeros viajes a Miami,
en que recorriendo la avenida 12 de La Pequeña Habana descubrí que existía un
museo cubano en la ciudad. Mi curiosidad me llevó a visitarlo y recuerdo
perfectamente el cuadro de Juan Abreu que allí se exhibía. Ahora, al entrevistar
a Ileana, me entero de que fue ella quien organizó aquella exposición, la
primera que organizaba como directora de un museo que había tenido no pocos
percances desde que había sido fundado.
Siempre me ha
gustado debatir con Ileana Fuentes y lo hemos hecho, como se dice, a chaqueta
quitada. Una vez mantuvimos una polémica por correos electrónicos por una
portada de un libro en homenaje al centenario de la República Cubana que yo
había coordinado desde París y para el que el pintor Ramón Alejandro había
dibujado una portada que a Ileana le pareció poco apropiada por razones que
ahora sería un poco largo precisar. Aquella disputa intelectual no hizo mellas
en nuestra amistad. Al contrario, seguimos intercambiando y colaborando cada
vez que la ocasión se presentaba.
No podía dejar a
Ileana Fuentes fuera de esta serie de entrevistas. Sus aportes han sido esenciales
para la cultura cubanoamericana en el exilio; sus libros, una referencia para
investigadores y estudiosos. Mejor dejemos que sea ella quien nos cuente su
larga trayectoria al servicio de la Cuba libre con la que muchos seguimos soñando.
Cuéntanos de
tus orígenes familiares
Nací en La
Habana, en la clínica de la Quinta Covadonga. Mis abuelos paternos emigraron de
Asturias a Cuba a principios del siglo XX. Los maternos lo hicieron de Galicia.
Mis padres nacieron en Cuba. Mi padre, Juan Fuentes Pérez nació en La Habana en
1909. Fue músico y fue maraquero del primer Conjunto Casino en la década de
1930. Se le conocía con el nombre artístico de “Bolita” y compuso varios temas
en colaboración con otros músicos, canciones como como Con la lengua afuera
o la guaracha A mí qué, grabados por la RCA Victor junto a Roberto Espí,
Esteban Grau y otros. Se casó con mi madre en 1947 y ya en esa época había
dejado la música y era sastre de la Casa Cofiño, sita en la calle Neptuno, en
La Habana.
Ermitas Ramos
Vázquez, mi madre, era habanera, nacida en 1922, la más joven de siete hijos. Era
doctora en Pedagogía y maestra de la escuela pública N° 8 de Guanabacoa. Fui
hija única y en el momento de mi llegada al mundo mis padres vivían en la calle
Ánimas, de La Habana Vieja. Luego nos mudamos para Concordia entre Escobar y
Lealtad, y en 1958 para el Ensanche de La Habana, calle Montoro N° 13 entre
Carlos III y Lugareño, a cuatro cuadras de la Plaza Cívica, entonces en
construcción.
¿Dónde
cursaste tu primera escolaridad?
Estudié en el American
Dominican Academy o colegio de las Dominicas americanas (que no debe
confundirse con el de las Dominicas francesas también en El Vedado) y casa
madre en Filadelfia. Se encontraba en la calle 5ta y D, al doblar del teatro Auditórium
de El Vedado, en lo que había sido la última residencia de Máximo Gómez. Ocupaba
gran parte de una manzana en un edificio antiguo de dos pisos, con unos enormes
patios centrales y jardines llenos de recovecos, enormes árboles y plantas
tropicales.
Tras el triunfo
del castrismo, nacionalizada ya la escuela, la convirtieron en los camerinos
del Ballet Nacional de Cuba. Estudié en ese colegio toda la primaria hasta el
8vo grado. Las clases eran en español con una sesión en inglés. Luego, el
bachillerato se cursaba en inglés. También había profesoras laicas y todas las
jefas de grado lo eran. El 8vo grado no lo terminé porque mis padres me sacaron
de la escuela después de que fue intervenida. En octubre de 1960 salí definitivamente
del país.
¿Tu familia
militó contra el gobierno de Batista? ¿En qué condiciones les sorprendió a
ustedes el triunfo de 1959?
A pesar de ser
única hija mi familia era numerosa. Vivíamos con mi abuela materna, Carmen
Vázquez, mi tío Pepe y mi tía Celia que era mi madrina. Como muchos de los que
eran demócratas convencidos, mi padre vendió, como muchos de los que eran
demócratas convencidos, bonos del 26 de Julio mientras trabajaba en la
Sastrería Cofiño entre 1957 y 1958. Había conocido a Fidel Castro en las filas
del Partido Ortodoxo y recordaba muy bien al personaje.
El 1° de enero de
1959 nos sorprendió en casa pues, aunque los mayores tenían la costumbre de
salir a festejar los 31 de diciembre, la situación estaba demasiado tensa para salir
a esperar el año nuevo en algún cabaret. A las 5 de la mañana nos sorprendió la
algarabía de la calle y todos nos levantamos. Se vivieron momentos de mucha
ansiedad pues poco después empezaron a liberar a los presos sin tener en cuenta
los motivos por los que habían sido encarcelados. El 8 de enero entró el
Ejército Rebelde con Fidel Castro al frente a la capital. Me daba miedo ver a
toda aquella gente vestida de verde olivo y con rosarios que les colgaban del
cuello.
Los juicios
populares empezaron poco después. Recuerdo perfectamente el que le hicieron a
Sosa Blanco transmitido por la televisión. Podíamos darnos cuenta de que todo
aquello era un circo romano, la gente gritando “Paredón”. Después de esto nada
volvió a la normalidad, aunque todo pareció retomar su curso, al menos durante
un año más.
¿En qué
momento estiman que el país había caído en manos de una nueva dictadura?
Como dije ya, mi
padre conocía a Fidel Castro desde la fundación del Partido Ortodoxo. Fidel había
aspirado a representante de la Cámara cubana. De modo que mi padre se dio
cuenta de todo enseguida. Su esperanza no era otra cosa que la negación de que
todo hubiese sido en vano. Mi abuela Carmen y él fueron los últimos en sentarse
a escuchar los discursos del “Máximo Líder”. Recuerdo en particular uno en 1960
que duró 7 horas en el que Castro empezó a hablar del apoyo que habían recibido
los rebeldes y mi abuela Carmen empezó a gritarle mentiroso y de rabia apagó el
televisor. Entonces le dijo a mi padre: “Juanito, esto se acabó”.
¿En qué
momento tus padres tomaron la decisión de irse del país y por qué?
Hubo tres
detonantes. El primero fue el hecho de que habían intervenido las escuelas
privadas, como la de las Dominicas en la que yo estaba estudiando. Y las
interventoras eran las mismas maestras de antes, pero esta vez vestidas con
uniformes de milicianas.
La segunda razón
fue la campaña de alfabetización. Sabíamos que habían reclutado a menores para la
Brigada Conrado Benítez, para que participaran en dicha campaña y obligaron a
los maestros de las escuelas públicas a inscribirse como voluntarios. Entonces,
como mi madre trabajaba en una escuela de este tipo, tuvo que alfabetizar a
personas en otros barrios después de que terminaba su jornada laboral. Nos
contaba que en las aulas habían asignado a dos milicianos, sentados detrás, con
un rifle en la mano cuya misión era vigilar el contenido de lo impartido. Entre los milicianos haciendo posta, y el
currículo de alfabetización que enseñaba que la “F” era de Fidel y la “C” de
Camilo, mi madre no pudo con aquello.
La tercera razón
fue el miedo de los padres a que enviaran a sus hijos a alfabetizar a lugares
recónditos. Había una alarma generalizada por la subversión de la autoridad
parental. Cuando nacionalizaron las escuelas hicieron circular una carta que
los alumnos debieron firmar mediante el cual se comprometían a estudiar en otro
país aún sin la autorización de sus padres.
Además de esto,
durante la invasión de bahía de Cochinos apresaron a mi tío Carlos y estuvo
tres semanas desaparecido. Mi tía Carmita, embarazada, mi madrina Celia y mi
madre estuvieron buscándolo mucho tiempo hasta que dieron con él en el castillo
del Príncipe. Cuando lo soltaron estaba esquelético y pesaba 22 libras menos.
En resumidas
cuentas, ni los menores teníamos escuela, ni Carlos tenía trabajo ya y todos
sabían que aquello terminaría muy mal.
¿Cómo sales de
Cuba?
A mediados de
1960 comenzaron a hacerse los trámites para sacar a menores de edad solos, sin
sus padres, Cuba. Polita Grau, sobrina del expresidente Ramón Grau San Martín,
fue una de las principales promotoras de aquella acción que se concretó con la Operación
llamada “Pedro Pan”. Entre diciembre de 1960 y octubre de 1962 salimos 14 048
menores de Cuba, una cifra muy superior a la de los niños judíos puestos a
salvo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial en lo que se llamó
“Kindertransport”. Fui parte de esa Operación y salí de la isla con mi primo
Carlos Manuel, hijo de mis tíos Carmen Ramos y Carlos García, el 20 de octubre
de 1961. Tenía 13 años y mi primo 6.
¿Dónde caíste?
Caí en lo que
habían sido barracas del ejército americano que se encontraban en el Kendall Camp, área actual de Kendall, una zona que era pura
maleza, pantano, cocodrilos y mosquitos, pues Miami terminaba en la avenida 57.
Allí fuimos alojadas miles de muchachas según iban llegando de Cuba. Estuve en
esas barracas dos semanas hasta que me reubicaron en Denver (Colorado), en un
orfanato católico. Conmigo fueron cinco las reubicadas en ese lugar, en total a
Denver fueron más de 200 muchachas entre 1961 y 1962. Viví 8 meses y medio en
Denver pues mi familia fue saliendo poco a poco rumbo a Nueva York gracias a
que un hermano de mi madre vivía en esta ciudad desde los años 1940. Él fue el que nos reclamó a todos entre 1961
y 1966.
Mi madre, mi tío
Carlos y mi prima Carmencita salieron en noviembre vía México. En enero de 1962
salieron tía Carmita con su hija bebé y en febrero salió mi padre. Todos fueron
a vivir a Nueva York. De pronto, eran doce personas en una casa para cuatro. Me
quedé en el orfanato hasta el 14 de junio de 1962. En aquella casa no cabía ni
una hormiga.
¿Cómo fue tu
vida en ese orfanato de monjas?
Eran monjas de la
Caridad de la orden fundada por la Madre Cabrini. En realidad, las hermanas
eran muy estrictas. Esos orfanatos habían sido el resultado de la depresión
económica de 1929 y ya en la década de 1960 todos estaban medio vacíos. Eran
incosteables y no había suficientes huérfanos para poblarlos. Por eso el
programa de Pedro Pan les benefició mucho porque el gobierno federal les daba
dinero por cada niña o niño cubano. Yo creo que los “pedropanes” que peor la
pasaron fueron aquellos que fueron colocados en hogares adoptivos, pues había
menos control de lo que les pudiera pasar. En el orfanato me enviaron a cursar
los estudios secundarios junto a otras 6 compañeras en la escuela Skinner Junior High que se encontraba
a una milla de distancia y a la que íbamos caminando a veces con hasta un pie de nieve acumulada.
¿En qué
momento logras reunirte con tus padres y en qué condiciones?
No fue hasta junio
de 1962 que mis padres pudieron sacarme del orfanato. Para la fecha ya se
habían mudado para un apartamento en Washington Heights, en Nueva York.
Vivíamos ocho personas bajo un mismo un techo. Cuando intentaron inscribirme en
una escuela secundaria de las mismas monjas de la Caridad que quedaba cerca de
nuestra casa me hicieron repetir el 9no grado por las malas notas que traía de
Denver. Después de todo me alegré porque eso me permitió mejorar el inglés.
Allí cursé los cuatro años de secundaria
y me gradué con honores.
¿Fuiste a la
universidad después?
Después del
bachillerato entré en la universidad privada Fordham, una institución jesuita
de Nueva York. Estudié Premédica y como requisito seis asignaturas: Cálculo,
Biología, Química, Alemán, Sociología y Física. Aquello era el reino del
machismo, pues Fordham había sido una universidad exclusiva de varones hasta
1963, de modo que, en septiembre de 1966, cuando yo entré, había cientos de
varones y menos de 50 hembras. Las clases de Biología y Química eran de 25
varones y 3 o 4 hembras. Fue una etapa muy difícil. ¡Te podrás imaginar!
Duré tres años en
premédica y al cabo de ese tiempo dije: “Ni una disección de animal muerto más!”.
Pedí una licencia académica y me di de baja. A los 21 años me fui a trabajar y
estuve dos enseñando en una escuela secundaria. Y cuando me sentí que estaba
lista regresé a estudiar Historia en la misma Fordham, donde, además, conseguí
un trabajo. De modo que la matrícula no me costaba nada porque trabajaba donde
mismo estudiaba. Saqué mi Licenciatura en Historia en 1973.
La Ileana que
yo conocí hace más de dos décadas estaba ya muy activa en los temas
relacionados con la democratización de Cuba ¿En qué momento empezaste a militar
por esta causa?
En los años
1967-1969 existían varios grupos de cubanos exiliados en Nueva York que
trataban de derrocar al castrismo. Abdala
se inició en esa época, la agrupación de cubanos jóvenes fundada por
Gustavo Marín. Un día me encontré con Iván Acosta, un estudiante cubano de New York University que vivía cerca de mi
casa. Iván me propuso entonces asistir a una reunión de unos 300 estudiantes
universitarios cubanos del área metropolitana en las que se hablaría sobre qué
hacer con respecto al futuro de Cuba. Asistí
a esa reunión, y al rato de comenzada, Iván me tocó el hombro y me propuso
que dijera algo. Fui la penúltima en dirigirme al público y lo que dije lo
publiqué después en mi libro Cuba sin caudillo (Linden Lane Press, Princeton, 1994). Tenía 20 años y dije que yo
había asistido a esa reunión buscando una respuesta y me marchaba como mismo
había venido.
Me empecé a
involucrar poco a poco con diferentes personas y a participar en actividades.
Mi padre me acompañaba a casi todo. De aquellas reuniones salieron muchas
amistades. Todavía teníamos muchas esperanzas en que algo iba a suceder, aunque
ahora, visto con la distancia del tiempo, me doy cuenta de que todo era pura
ilusión. ¡Y aquí estamos 65 años después!
En esa época
empezaron algunos exiliados a ir a Cuba invitados por el propio régimen a un
dialogo con las autoridades. ¿No te invitaron?
Por supuesto que
me invitaron y me negué. No tenía deseos de participar en un monólogo. No quise
hacerle el juego al régimen ni caer en su trampa, de lo cual no me arrepiento.
Es cierto que los que fueron al dialogo consiguieron que empezaran los viajes
de la comunidad en exilio a Cuba y se liberaron a muchos presos políticos. Pero
también generaron el primer gran sisma del exilio cubano. A pesar de ese sisma,
las amistades perduraron con el tiempo, como con Iraida Iturralde y Adriana
Méndez Rodena, entre otras. Muchos de quienes participaron en aquellos diálogos
han reconocido el fracaso de la empresa y el hecho de que esa acción dinamitó
la unidad del exilio.
Hubo también
brigadas como Venceremos con los Maceítos cuyos miembros achacaban a sus padres
el haberlos sacado de la Isla de niños. Algunos habían sido “pedropanes” como
yo y a muchos les comieron el cerebro haciéndoles creer que todo había sido
manipulación del Departamento de Estado norteamericano y de la CIA, y un error
de sus padres. Es algo que nunca se ha podido probar y el tiempo ha dado la razón
a los padres que supieron que con el régimen la única opción posible había sido
aquella.
¿Empezaste a
trabajar entonces directamente con el tema cubano?
Entre 1971 y 1973
terminé mi licenciatura y trabajé en el departamento de documentación comercial
de un banco internacional durante un año. A fines de 1975, me volví a encontrar
con Iván Acosta que para entonces había fundado el Centro Cultural Cubano en la
avenida 11 y la calle 51, en Nueva York. Ya habían montado la pieza teatral Los
Gusanos. Dos meses después le dije a mi jefe en el banco que me iba de
voluntaria a trabajar a un centro cultural y me convertí en administradora de
dicho centro. Mi padre puso el grito en el cielo y recuerdo que mi padre me
ponía todos los sábados, debajo de la almohada, 25 dólares para mis pequeños
gastos. Así estuve hasta que en 1977 empecé a trabajar en un programa federal de
empleo de artistas como directora de campo.
Creo que buena
parte de tu labor por la cultura cubana en el exilio la hiciste desde la
universidad Rutgers, en Nueva Jersey. ¿Puedes contarnos sobre este periodo?
En efecto, fue dirigiendo
la Oficina de Artes Hispanas de esta universidad que ideé el proyecto “Outside
Cuba/Fuera de Cuba” (1985-1989). Surgió estando yo en una conferencia en 1982
en la que me puse a conversar con la artista exiliada Inverna Lockpez y a
quejarnos de lo muy atrevida que nos parecía la generación Mariel cuando decían
que habían sido ellos los que trajeron la cultura cubana al exilio. Entonces
recuerdo que le dije a Inverna: “El problema es que nosotros, los que llegamos
mucho antes, nunca hemos hecho nada por que nos conozcan y reconozcan”. Fue en
ese momento que inventé “Outside Cuba”.
John Bettenbender, mi decano, me apoyó totalmente. Era un proyecto que deseaba mostrar que había una
cultura cubana libre en el exilio desde la década de 1960. El proyecto incluía
una exposición itinerante de arte y, por otra parte, una conferencia
internacional sobre literatura. Dividimos a los artistas por generaciones,
desde Cundo Bermúdez, Rafael Soriano, José Mijares, Jorge Camacho, Zilia
Sánchez, Agustín Fernández, Carmen Herrera, Juan Boza hasta artistas que
entonces eran más jóvenes como Jorge Pardo, Connie Lloveras, Humberto Calzada, Silvia
Lizama, Tony Labat, Gustavo Ojeda, María Martínez Cañas, etc. En total eran 47
artistas del exilio escogidos entre unos 200 expedientes (en la época Internet
no existía) que nos facilitó la fundación CINTAS. La selección tenía que ser
unánime, o sea que los tres curadores de la exposición (Ricardo Pau-Llosa,
Ricardo Viera y la propia Inverna Lockpez) tenían que estar de acuerdo. Así fue
como organizamos la exposición inaugurada en el museo Zimmerli de la Universidad
Rutgers de Nueva Jersey el 22 de marzo de 1987, y el catálogo – libro bilingüe
de 367 páginas que es de consulta obligatoria – fue impreso en 1989. El vernissage
fue apoteósico y hasta el gobernador del Estado asistió. Viajamos con la
muestra durante dos años a Nueva York, Ohio, Ponce (Puerto Rico), Miami y
Atlanta.
Te mudaste a
Miami a mediados de la década de 1990. ¿Qué te motivó a dejar Nueva Jersey?
Mis relaciones en
la Universidad se habían deteriorado pues las prioridades y los enfoques sobre
las minorías habían cambiado y durante todo el 1994 me hicieron la vida
imposible por ser cubana exiliada y anticomunista. Mi puesto se lo otorgaron a una
administradora puertorriqueña. Le puse una demanda a la Universidad por
discriminación.
Ese mismo año
durante un viaje a Miami en el que vine a dictar una conferencia sobre la mujer
cubana conocí a la abogada María Cristina del Valle quien había sido elegida
presidenta de la junta del Museo Cubano. Fue ella quien me propuso dirigirlo.
Se ha hablado
mucho de ese Museo Cubano que ha pasado por varias etapas. ¿Puedes contarnos
sobre él y de tu participación en la institución?
El primer museo se
llamaba Museo Cubano de Arte y Cultura y contaba en su junta a personalidades
del exilio como Margarita Ruiz, Mignon Medrano, Ofelia Tabares, Ana Rosa Núñez
y Luis Batifoll. Radicaba en una casita del South West sita en la calle 13 y la
12 avenida. La idea original había sido de Mignon porque quería dotar al exilio
de una institución que permitiera poner demandas contra el gobierno de Cuba por
el tráfico de obras de arte que habían sido confiscadas a sus propietarios al
salir de Cuba o, simplemente, que formaban parte del patrimonio nacional. Ya Cuba
había vendido en subastas cuadros de Joaquín Sorolla que eran patrimonios del
Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, entre otras.
La empresa fue un
fiasco. Cuando el Museo organizó exposiciones de artistas que habían
permanecido en Cuba como Amelia Peláez o acólitos del régimen como Mariano Rodríguez
que había sido incluso fundador y primer presidente de la sección de artes
plásticas de la oficialista UNEAC hasta 1963, hasta bombas se pusieron en la
entrada del Museo para sabotear aquella exposición.
El caso es que
para sufragar gastos el Museo comenzó a hacer subastas de arte, algo que, como
sabemos, no es de la competencia de ningún museo del mundo. El sisma generado
por el escándalo de sucesivos errores duró unos diez años hasta que en 1994 se
renovó la junta con gente más joven.
Fue entonces que,
durante mi conferencia, en cuyo panel estaban también Huber Matos hijo (representando a Cuba Independiente y
Democrática) y Domingo Moreira (representando
a la Fundación Nacional Cubano Americana), y en la que yo me había
debatido contra el machismo imperante, se me acercó María Cristina del Valle y
me dijo: “Nos haces mucha falta en Miami y, en particular, en el Museo”.
Empezó
entonces tu nueva vida en la capital del exilio y dirigiendo esta institución…
María Cristina
vino a verme a New Jersey a ofrecerme formalmente la dirección del Museo, y yo
le dije que estaba de acuerdo, pero necesitaba un salario y hacer una mudanza,
con mi hija menor para Miami. Aunque el Museo no tenían dinero, la Junta sacó
entonces un préstamo de 30 mil dólares, avalado por seis de sus directivos,
para pagar salarios y cosas básicas. Mis padres se mudaron también para Miami
seis meses después. Aquel “museo” en
realidad era una casita cayéndose a pedazos, con alfombras malolientes y
cucarachas muertas debajo, comején por los cuatro costados, no tenía casi
luces, y no tenía una colección de arte. Un auténtico desastre. Contaba con
cinco salones y uno de éstos se utilizaba como almacén y estaba abarrotado de
obras tiradas al descuido y muchas de ellas dañadas o en mal estado.
Me dieron ganas de salir huyendo y regresar a New Jersey. Pero me quedé,
encomendándome a las once mil vírgenes para que me alumbraran el camino y me
dieran fuerzas.
El 5 de enero de 1995 empezó entonces la segunda etapa del Museo, ahora
como Museo Cubano solamente, y recluté a cubanos que habían llegado a Miami a
través de la base naval de Guantánamo para que prestaran brazos en todo lo que
había que arreglar. La primera exposición se inauguró el 20 de mayo de ese año
con artistas cubanos del exilio como César Trasobares, Juan Abreu, Baruj
Salinas, María Martínez-Cañas, Mario Bencomo, Humberto Calzada, Susana Sorí,
Gay García, Juan “Sí” Rodríguez, María Brito, Pablo Cano, entre otros.
Imagínate, yo los conocía a casi todos gracias a mi proyecto “Outside Cuba” y
cuando se enteraron de que era yo quien iba a dirigir el Museo su apoyo fue
total.
Pero, al final,
en menos de un año se acabaron los fondos, no dio tiempo a recaudar recursos o
solicitar grants, y no pudimos
seguir. Por suerte, como había logrado una compensación por daños con mi
demanda a la Universidad, pude instalarme en Miami y empezar de nuevo.
Tu labor sobre
temas relacionados con el feminismo es muy conocida y has estado siempre muy
activa al respecto. Cuéntanos algo de tu labor en este ámbito.
Cuando vivía en
New Jersey, inicié con Iraida Iturralde, Lourdes Gil, Margarita García y Belkis
Cuza, entre otras la Fundación de la Mujer Cubana en 1988 (que dejé cuando me
trasladé para Miami). El día 10 de febrero de 1990, en una conferencia sobre
Cuba en Union City, New Jersey, elaboré por primera vez en público mi óptica
feminista acerca de la problemática cubana en la ponencia titulada “Hacia la
erradicación del machismo de la vida cubana”. Fue un verdadero escándalo.
Belkis Cuza, editora de Linden Lane Magazine, publicó el trabajo.
No fue hasta el
2003 en Miami que, junto a mi amiga la neuróloga Sandra Gómez y la abogada
Ofelia Nardo, fundé REDFEM, la Red Feminista Cubana, una ONG que funcionó
incluso dentro de Cuba hasta 2011 con mujeres activistas de derechos humanos.
A través de
REDFEM aportamos asistencia humanitaria tras el paso de ciclones por la isla.
Como en esa época comenzaron a permitir el cuentapropismo en Cuba, comenzamos a
ayudar a que mujeres emprendedoras pudieran crear sus propios micro negocios.
Creamos casas de lectura dirigidas por mujeres y entre 2004 y 2011 hicimos una
gran labor docente sobre derechos humanos y feminismo porque en Cuba no
existían precedentes de acciones de este tipo, llevadas a cabo por una ONG
feminista, a la excepción de FLAMUR (Federación Latinoamericana de Mujeres
Rurales) que se ocupaba de las mujeres del ámbito rural bajo el incansable
liderazgo de Magdelivia Hidalgo. REDFEM desmontó la idea de que Vilma Espín y
la Federación de Mujeres Cubanas eran feministas y mostró a Espín como lo que
era: una gran burguesa al servicio del machismo militar cubano.
Pero vuelve a
surgir la idea del Museo Cubano…
Ofelia Tabares
había vuelto a la carga y en 2007 decidió intentar reorganizar el Museo Cubano.
Para ello, la directiva disponía de un viejo edificio que había sido sede de la
Ópera en Coral Way y la avenida 12, pero estaba prácticamente en ruinas y había
que reconstruirlo. El condado Miami-Dade concedió 10 millones de dólares para
su compra y remodelación y se contrató a la compañía de arquitectos Rodríguez
and Quiroga Architects Chartered para ello.
La directiva del
Museo me propuso un contrato de consultora cultural y trabajé intensamente para
que la institución volviera a abrir con una sede por todo lo alto. Y también le
cambiamos el nombre a Museo Americano de la Diáspora Cubana pues nuestra
pretensión era que la institución fuera reconocida y acreditada por la Asociación Americana de Museos y pudiera
unirse a la prestigiosa Smithsonian Institution. Montamos un teatro
fabuloso y dos pisos de galerías
espectaculares; rescatamos aquel
edificio que estaba casi perdido. Finalmente, después de muchas peripecias, pudimos
inaugurarlo en octubre de 2016 con una exposición retrospectiva de la obra del reconocido
artista cubanoamericano Luis Cruz-Azaceta.
Hicimos muchas
actividades. Luego preparamos una muestra colectiva de 9 artistas y empezamos a
traer grupos escolares para promover el arte y la cultura cubana entre los
niños. El condado aportaba fondos y esos nos permitió organizar en octubre de
2018 una gran exposición de homenaje a Celia Cruz, en colaboración con la
fundación que se ocupa de la obra de la artista. Asistieron más de 1000 personas el día de la inauguración. La gente no
cabía dentro. Menos mal que
planificamos una recepción al aire libre en la fabulosa azotea del edificio.
Mi labor en el
Museo terminó en enero 2019 cuando hubo un cambio de dirección. Ese fue el año
en que tuve que colgar el sable. Durante dos años no hubo director ejecutivo y
luego vino la pandemia. Mantengo contacto con algunos artistas e intelectuales
–soy miembro del PEN Club de Escritores Cubanos del Exilio y de la Academia de
Historia Cubana en Exilio- pero estoy totalmente desvinculada del actual museo.
¿Qué has hecho
después? ¿Qué crees del futuro de Cuba?
Desde 2019
regresé a mi escritura y empecé a redactar mis memorias de “pedropan” tituladas
“Retrato de Wendy” y que abarcan entre 1955 y 1970. Están escritas en inglés y
en español. Es importante que se publiquen estas historias personales, que son
parte de la historia de Cuba y del exilio, especialmente las memorias de las
mujeres. Hay muchas historias masculinas ya contadas. Hay que aumentar las
voces femeninas como documentación de nuestra realidad.
Como soy una
optimista profesional sigo pensando que Cuba tiene arreglo. Que a las mujeres
les reconocerán plenamente sus derechos, que se acabarán los feminicidios, que
la isla será un día un país democrático sin un solo preso o presa por razones
políticas, un país donde se respeten los derechos humanos, y que esa gentuza
terminará por abandonar el poder.
No obstante, no
es menos cierto que el daño no ha sido solo físico sino moral. Ha sido un daño
enorme que implica la pérdida de ética y de valores elementales durante más de
seis décadas. Mi visión optimista de Cuba, que confieso persiste, es casi más
un acto de “wishful thinking” que de reflexión realista de lo que tenemos por
delante.
Miami, enero de
2025.
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