Entrevista a Anolan Ponce - William Navarrete, Cubanet
Les dejo la entrevista a Anolan Ponce, empresaria y activista cubano americana radicada en Miami. Gran amiga y muy querida:
“Era como si
el reloj se hubiera detenido: en Cuba todo estaba deslucido”.
(El escritor William
Navarrete entrevista a la empresaria y activista Anolan Ponce)
Conocí a Anolan
Ponce gracias a Sylvia Iriondo, a principios de este siglo, cuando la
organización MAR por Cuba, que Sylvia dirigía y a la que Anolan se incorporó
desde muy temprano, comenzó a hacer campañas en París en las que tomé parte
activa. Se trataba de defender a los presos políticos de la Primavera Negra de
2003 y junto con otros activistas trabajamos todos arduamente para que
diputados y senadores franceses los apadrinaran personalmente. Era una forma de
protegerlos, y también de intentar que fueran liberados. Hubo otras campañas,
incluso en el Parlamento Europeo de Bruselas (abril de 2004), manifestaciones
en Miami y en París, presentaciones en la Casa de América Latina de la capital
francesa y desayunos que organizaba MAR en el Colonnade Hotel de Coral Gables.
Incluso, se presentó la iniciativa “Yo no” [coopero con la dictadura] en la que
participé junto a Sylvia Iriondo, Anolan Ponce, y las mujeres de MAR, el 18 de
agosto de 2006 en presencia de Lincoln Díaz Balart, en el Country Club de Coral
Gables.
Con alegría y
optimismo contagiosos, Anolan ha estado a lo largo de todos estos años en
muchos de los sitios en me he presentado. Siguió trabajando intensamente por la
causa de la democratización de Cuba y sigue haciéndolo. Como ha sucedido con
muchos entrevistados descubro casi al mismo tiempo que el lector su historia y
es un placer dejar testimonio de la vida de otra cubana ejemplar en estas
páginas.
Cuéntanos
de tus orígenes familiares
Nací el 2 de
junio de 1947 en Las Cañas, un pequeño pueblo cerca de Artemisa, en lo que era
entonces la provincia de Pinar del Río. Mi padre, Manuel Ponce Martínez, había
nacido en la finca La Simpatía de esa localidad. Su madre era cubana y su padre
canario, originario del pueblo de Arucas, en la isla de Gran Canaria, y por esa
razón a él le decían “El Isleño”. Mi abuelo paterno había llegado a Cuba con 15
años y como muchos de sus paisanos comenzó a trabajar en lo que apareciera, y en
su caso como lechero. Poco a poco, con mucho esfuerzo, fue adquiriendo tierras
y dedicándose al cultivo de la caña y el tabaco, los productos propios de la
región. Algunas fincas las compraba y otras las arrendaba, y fue precisamente
al arrendar una de estas fincas que conoció a mi abuela, María del Rosario
Martínez, una bella cubana de 18 años, hija de otro cultivador de tabaco, Homóbono
Martínez. Mi abuelo contaba ya 30 años y
se había establecido como uno de los principales cultivadores de tabaco y caña
de la zona, por lo que dos años después se casaron. Fue entonces que adquirió La Simpatía, la
joya de sus siete fincas, donde transcurrió su vida de hombre casado y crió a
sus seis hijos hasta que la adversidad tocó a su puerta.
Fue en 1926 que tuvo
grandes reveses, pues sus facultades cognitivas declinaban, perdió mucho de lo
invertido y no pudo rebasar el golpe.
Una triste noche de San Marcos, el Santo Patrón de Artemisa, mi abuela escuchó
un disparo, y al salir al portal pudo divisar a corta distancia el cuerpo sin
vida de mi abuelo. Se había destrozado
el pecho con un disparo de su escopeta de caza. Ella se quedó viuda y haciendo
frente a una deuda, además de responsable del sustento de seis hijos. Entonces
tuvo que deshacerse una por una de las fincas adquiridas, aunque nunca de La
Simpatía. Era su último recurso, y la arrendó por tres años mientras tomaba
albergue con sus hijos en una casita construida para el capataz de dicha finca.
A los tres años había saldado la última deuda, se mudó de nuevo a la casa principal
y continuó el cultivo en la propiedad. La Simpatía quedó en manos de la familia
Ponce gracias a la entereza y valor de mi abuela.
En esa finca
creció mi padre quien contaba seis años cuando mi abuelo se suicidó, y contrariamente
a sus hermanos mayores, odiaba el campo. El decía siempre que el campo era muy
ingrato porque por mucho esmero que pusieras en cultivarlo, de pronto una plaga,
un ciclón o una sequía lo arruinaba todo. Su sueño era estudiar Ingeniería,
pero no lo pudo realizar. Después de graduarse de la escuela superior en
Artemisa no se le facilitaba ir a estudiar a la Universidad de La Habana. Por
eso empezó a estudiar mecánica por correspondencia, se hizo mecanógrafo, y
contrató a un maestro privado de Las Cañas que lo instruyó en asignaturas básicas
del Bachillerato como Álgebra, Geometría, etc. Era un apasionado de las Matemáticas,
pero también de la Historia y de las Ciencias. Fue por aquella época que
conoció a mi madre, Veneranda Sosa, una joven de Las Cañas con quien contrajo
matrimonio y se mudó para ese pueblo. De esa unión nacimos mi hermano Manolito
y yo.
El esfuerzo de mi
padre por salir adelante en la vida lo ejemplifica la imagen que de él tengo estudiando
tarde en la noche a la luz de un quinqué, ya que en aquel entonces no había luz
eléctrica en la finca.
¿Cómo
transcurre tu niñez?
Mis primeros dos
años de vida los pasé en Las Cañas, pero después mi padre construyó una casa
para nosotros en La Simpatía, y para allá nos mudamos. En la Simpatía
transcurrieron mis próximos tres años, y recuerdo la bella naturaleza que nos
rodeaba: los verdes cañaverales, la tierra arada, los surcos listos para
recibir las semillas o las posturas. Y recuerdo también los pequeños placeres como
irnos con toda la familia a la playa de Guanímar, que no era nada del otro
mundo (tenía un muelle para entrar al agua pues había mucho fango en la orilla
y debido a ello mi mamá siempre me ponía zapaticos de goma); pero, como todos
los recuerdos de infancia, es entrañable para quienes como nosotros la
visitábamos. En Semana Santa, un amigo de mi padre le prestaba un bote que se
llamaba Mary II y nos íbamos de Guanímar hasta la playa de Majana a
comprar langostas que luego mi madre preparaba en enchilado para Viernes
Santo.
Otro
acontecimiento que no nos perdíamos era la fiesta del 7 de octubre en Las Cañas
en honor a su Santa Patrona, la Virgen del Rosario. Todo un espectáculo para
mis ojos infantiles. La banda de música, el fascinante vendedor de velas con su
gorra de almirante, colgándoles del hombro como un abanico de colores, los fuegos
artificiales en el techo de la iglesia, las pencas de guano atadas a postes y
horcones de los portales por todo el pueblo, y la hermosa Virgen que paseaban
por el pueblo en una plataforma de flores blancas que cargaban con orgullo hombres
de fe.
¿Cómo
recibieron el golpe de Estado de 1952 en tu familia?
El golpe de Estado
del 10 de marzo de 1952 liderado por Fulgencio Batista cambió abruptamente este
mundo, y aunque reconozco que fue desastroso para Cuba porque rompió el ritmo
constitucional de nuestra patria, y facilitó la llegada de Fidel Castro al
poder, fue muy positivo para mi familia por línea materna.
Mi tío mayor por
línea materna, Basilio Sosa Sáez, era amigo personal de Fulgencio Batista desde
que se alistó en el Ejército con 18 años. Tal era la amistad que tenían, que
cuando Batista comenzó su romance extramatrimonial con Marta Fernández Miranda,
le asignó a mi tío la tarea de acompañarla a sus citas. En la víspera del
golpe, Batista llamó a mi tío Basilio a Kuquine, su finca en las afueras de La
Habana, y sin explicarle por qué, le encargó la seguridad de su familia. La
amistad continuó en el exilio. Cuando mi abuelo materno, Eligio Sosa, falleció
aquí en Miami en 1972, a la funeraria llegó una corona en cuya tarjeta se leía:
“General Batista y Sra.” El libro de los asistentes también está firmado por
Roberto Fernández Miranda, el hermano de Marta.
Mi otro tío más
joven por línea materna, Emiliano Sosa Sáez, resultó estar directamente
involucrado en el golpe de Estado porque fue reclutado por Rafael Salas
Cañizares quien después se convirtió en jefe de la Policía Nacional. Tío
Emiliano entró a Columbia en el cuarto automóvil por la Posta 4, durante la
madrugada del 10 de marzo de 1952, y le otorgaron el grado de capitán. Con solo
29 años era el capitán más joven en La Habana a cargo de la estación No. 13 que
estaba en Luyanó. Como sabía de los vastos conocimientos de mi padre, lo nombró
jefe de la oficina de esa unidad y nos mudamos ese mismo año para La Habana,
exactamente para San Francisco de Paula, un pueblo en las afueras de la
capital, entre Luyanó y El Cotorro. A la misma vez puso en venta la parte que
le correspondía de La Simpatía que había sido dividida entre los 5 hermanos.
Con el producto de esa venta tenía varios proyectos para nuestro futuro en La
Habana.
¿Cómo
transcurrió tu vida en San Miguel del Padrón en la década de 1950?
Mi padre no
perdió tiempo y matriculó por las noches en la escuela de Belén donde cursó los
estudios necesarios para obtener su título en Electromecánica en 1955. Su
diploma lo tengo colgado en mi oficina, en lo que yo llamo “La pared de los
esfuerzos”, pues, entre otras cosas, están mis títulos universitarios y los de
mis dos hijos, algunas de mis columnas en la prensa, el pasquín de mi hijo
cuando se postuló para Representante y otro de la Brigada 2506, además del Congressional
Record que me otorgaron en el 2013. No solo me siento orgulloso por todo lo que
hay en esa pared, sino que será la memoria familiar para mis dos nietos para
que sepan que en la vida todo es posible con esfuerzo.
Una vez que mi
padre obtuvo su título, mi madre entonces se matriculó, también por las noches,
en la Escuela Normal para maestros con el propósito de graduarse en Magisterio,
algo que siempre había soñado. Puso todo su empeño en ello e hizo un gran
esfuerzo, ya que tenía a su cargo todas las labores domésticas de nuestro hogar
y dependía del transporte público, la ruta de guaguas 7, para asistir a sus
clases. Pero solo pudo completar un año, ya que Fidel Castro desembarcó en
Oriente en diciembre 1956 y muy pronto comenzaron a estallar bombas en lugares
públicos lo cual la hizo abandonar los estudios por la gran inestabilidad
política que comenzó a azotar al país.
Del pueblo habanero
recuerdo la cercanía de la Finca La Vigía, donde vivía el escritor
norteamericano Ernest Hemingway. Cuando se aproximaba el 28 de enero, todo el
alumnado de mi escuela con la banda de música practicaba para la parada que se
hacia ese día delante de esa propiedad, mayormente porque la calle en la cual
estaba situada no tenía tráfico. La casa casi no se divisaba desde la calle, escondida
por altas cañas bravas, pero lucía bella y misteriosa, y siempre la mirábamos
con respeto, intrigados por el norteamericano famoso que vivía allí. La Vigía
estaba muy cerca de mi casa y de los jardines de La Mineral, una de las aguas
que se producían en la zona y cuyos jardines eran una maravilla, en donde las
jóvenes del pueblo celebraban sus fiestas de 15. Recuerdo también la iglesia de
San Francisco de Paula, donde hice mi primera comunión, con su antiquísima
puerta enorme de madera y sus imágenes clásicas, especialmente la de La
Dolorosa, la Virgen María con un puñal clavado en el corazón ante Cristo en la
cruz.
Pero si La Vigía
y los jardines de La Mineral le dieron fama a San Francisco de Paula, lo mismo
se puede decir de los panecitos que allí se fabricaban. Eran redondos y con una
delicada capa azucarada además de nuez moscada. Tan populares eran que el local
de color verde donde los fabricaban y los vendían y que estaba a la entrada del
pueblo la gente fue bautizado como “Los Panecitos.” San Francisco de Paula era
uno de los pueblos que atravesaba la Carretera Central, y los ómnibus que
corrían muy veloces y llamaban “La flecha de oro”, siempre paraban allí,
durante su ruta Habana-Santiago de Cuba para que los pasajeros pudieran comprar
los panecitos. Eran tan famosos que me los he encontrado aquí en Miami, durante
algunos eventos de Cuba Nostalgia en donde los han fabricado y vendido.
Yo asistía al
Colegio Santana, también en San Francisco de Paula, donde cursé hasta el sexto
grado y me gradué en junio de 1959. Fue entonces que me matricularon en la Havana
Business Academy, una escuela de gran reputación, en donde todas las clases se impartían
en inglés. Mi vocación eran ya las ciencias
empresariales.
¿Qué
sucedió con el triunfo de la insurrección de 1959?
Lo primero fue
que mi tío capitán, por estar en el círculo militar de Batista, salió de la
isla en el último avión que se llevaba a muchos de quienes eran parte del Gobierno.
Mi padre estaba marcado, como es lógico, por haber trabajado en la estación de
mi tío. Fue investigado y no tuvo problemas, y como al principio no pensábamos
que las cosas cambiaran radicalmente siguió el consejo de un amigo que le
propuso abrir un taller de mecánica con un contrato para arreglar los camiones
de la Coca Cola que el procuraría. El taller lo abrieron en el mes de julio de
1959 en Concha y Luyanó, y lo llamaron “El 1055 de Concha”. Durante los
primeros meses de 1959 estuvo funcionando más o menos bien a pesar de que las
condiciones no eran idóneas. Entonces comenzaron a visitarlos los inspectores
enviados por el Gobierno para ponerles obstáculos y exigirles costosos permisos,
a la vez que la falta de piezas de repuesto y materiales fue haciendo la
situación insostenible para el nuevo negocio. Ello provocó la cancelación del
contrato con la Coca-Cola dos meses antes de su intervención, lo cual supuso la
pérdida del mejor cliente que tenían. Tuvieron que cerrar el taller y todos los
equipos se trasladaron temporalmente –o al menos eso creían– a La Simpatía. Allí
con el tiempo se convirtieron en chatarra, víctimas también del comunismo.
¿Deciden
permanecer en el país?
Mi padre salió
del país rumbo a Miami en octubre de 1960, dejándonos a mi madre, a mi hermano
y a mí en Cuba pensando en reclamarnos cuando estuviera establecido en los
Estados Unidos, lo cual suponía serían tres meses. Sin embargo, una vez en
suelo norteamericano se incorporó a los campos de entrenamientos militares de
la Brigada 2506 en Guatemala donde se preparaba una invasión a Cuba. Nunca nos
dijo nada de sus actividades en el exilio, y cuando nos escribía lo hacía
haciendo llegar la carta a mi tía en Miami para que desde esa ciudad nos la
remitieran a Cuba.
En abril de 1961
estábamos en La Simpatía donde mis tíos habían establecido una granja de
gallinas ponedoras cuando empezamos a oír los bombardeos de la base de San
Antonio de los Baños. Mi madre decidió que teníamos que regresar a nuestra casa
en San Francisco de Paula, pero una vez allí comprendió que había sido un error
regresar, pues supimos del encarcelamiento masivo que el régimen castrista
llevaba a cabo con todos los que consideraba desafectos del gobierno castrista.
Mi madre temía por mi hermano que en aquel entonces tenía 15 años, y tratamos
de esconderlo en un alto cesto de mimbre que perteneció a mi abuela, pero como medía
seis pies de estatura la cabeza siempre se le quedaba afuera.
Gracias a Dios
nunca vinieron a buscarlo y nos enteramos del fracaso de la invasión de Playa
Girón como todos, por la radio y la televisión. Todo estaba perdido. Pero
seguíamos ignorando que mi padre se encontraba entre los invasores de la
Brigada 2506 y que había sido capturado. Mi madre nos prohibió a mi hermano y a
mí mirar las entrevistas en la televisión, pero esa noche ellos fueron a
visitar a un vecino y yo encendí el televisor. Estaban presentando a todos los
invasores, y entonces veo a mi padre pararse y decir su nombre. Fue muy rápido,
solo unos segundos, y es difícil describir lo que sentí. Estaba muy confundida
y no dije ni media palabra a nadie. Esa noche me acosté pensando que era
imposible, que aquello debía haber sido fruto de mi imaginación, porque seguía
pensando que mi padre estaba en Miami.
¿Y cómo
recibieron la noticia oficial?
Nunca hubo noticia oficial. Al día siguiente
de yo verlo, mi tío vino a buscarnos y nos llevó para La Simpatía. Allí se
enteraron mi madre y mi hermano, pues mis tíos también habían visto a mi padre
en televisión. Dos semanas después cuando regresamos a San Francisco de Paula,
los milicianos habían entrado en nuestra casa registrándolo y virándolo todo.
Mi padre estuvo
preso 23 meses, como casi todos los que fueron capturados. Primero estuvo en el
Hospital Naval, en La Habana del Este, y después en el Castillo del Príncipe. En este último nos permitían visitarlo cada
dos semanas.
¿Qué les
contó entonces?
En la primera
visita, nos contó de la batalla, pero lo primero que nos dijo es que se había
vuelto creyente, pues hasta entonces era ateo. Nos contó que desembarcaron bajo
un intenso bombardeo, algo inesperado, pues se suponía que la aviación completa
de Fidel Castro había sido eliminada en bombardeos previos a la invasión,
bombardeos que el presidente Kennedy canceló con ellos ya en alta mar. Al tercer
día de combate comprendieron que habían sido traicionados, pues veían en el
horizonte los barcos de guerra norteamericanos, y a pesar del cerco de fuego
que les tendieron ninguno de esos barcos hizo amago de apoyarlos. José Pérez
San Román, jefe de la Brigada 2506, entonces dio la orden: “Cada hombre por sí
mismo” y mi padre con 4 brigadistas más decidió huir a través de los montes. Su
objetivo era tratar de llegar hasta La Simpatía, por la costa sur de Cuba.
El caso fue que,
estuvieron sin agua ni comida varios días. Escondiéndose en los matorrales y
sin saber muy bien qué rumbo llevaban avanzaban con dificultad. El cuerpo se
acostumbra a no ingerir alimentos después de un día sin comer, pero no puede
estar más de 24 horas sin beber agua. Estaban sedientos y uno de ellos, Jesús
Sosa Cabrera le dijo: “Isleño, arrodíllate y vamos a rezar”. Él le hizo caso, no por creyente, sino por
cumplir con los otros. En ese momento se dio cuenta de que tenía puesta la
cadena con la medallita de la Virgen de La Caridad que mi madre le colgó al
cuello cuando salió de Cuba y que había pertenecido a su madre y se dijo: “no
me la van a quitar los milicianos”, y allí mismo la enterró. Un poco más
adelante llegaron a un sitio en que tropezó con los cimientos de lo que
había sido una casa. Fue entonces que se dijo que si allí había existido una
casa debía haber también un pozo y comenzaron a escarbar. Removiendo piedras y
lajas hallaron un pozo. El agua no era del todo limpia, pero les supo a gloria.
Unas horas mas tarde los capturaron los milicianos.
¿Cómo se
produce la salida de Cuba de todos?
Bueno, de todos
no. Mi padre se quedó preso, y nosotros nos fuimos de Cuba. Ya estábamos
marcados porque éramos familiares directos de alguien de la Brigada 2506 y nos
iban a hacer la vida imposible. Mi hermano y yo ya no asistíamos al colegio, y se
corría el rumor de que los padres perderían la patria potestad de sus hijos.
Ante tales amenazas él mismo convenció a mi madre para que saliéramos de Cuba.
Salimos de La
Habana rumbo a Miami el 22 de octubre de 1961, con una visa waiver. Mi
padre se nos unió en Miami en diciembre de 1962 después de las negociaciones
entre Fidel Castro y el gobierno de Estados Unidos para un canje de los
prisioneros por 62 millones de dólares en medicinas y alimentos.
¿Cómo fueron
tus primeros años en el exilio?
Vivimos en la
Pequeña Habana, exactamente en el 1450 SW 4th Street, en un edificio que
todavía está en pie. El gobierno norteamericano ayudaba económicamente con
dinero a todos los cubanos que estaban llegando, además de proveerles
asistencia médica en un dispensario en lo que es hoy es La Torre de la
Libertad. Los combatientes de Bahía de Cochinos eran tratados como soldados
norteamericanos, y nosotros percibíamos 225 dólares mensuales. Eso terminó una
vez que mi padre llegó a Miami.
Mis padres
hicieron mucho hincapié en que tanto mi hermano como yo fuéramos a la
Universidad. Yo asistí a FIU, me gradué de Marketing and International
Business, y después, obtuve un master en Business Administration. Mi hermano obtuvo
dos masters, uno en Urban and Regional Planning de la Universidad de la Florida
en Gainesville y otro en Historia de Florida State University, de la cual
terminó siendo profesor. Tan importante era para mis padres la educación
universitaria, que mi madre me dijo: “No te casas hasta que tengas, al menos,
dos años de College”. Y me casé en 1968 con Cecilio Padrón Sánchez, quien
también era de la Brigada 2506 y desembarcó en Bahía de Cochinos como
paracaidista.
¿Cómo
comenzaste tu vida laboral?
Entré en Eastern
Airlines con 19 años en 1966, y permanecí en esta compañía por 25 años. Comencé
como secretaria y fui ascendiendo hasta llegar a desempeñar la posición de
Senior Systems Engineer a cargo del diseño, desarrollo e implementación de
programas de computadora para Flight Operations, algo ajeno a lo que yo había
estudiado, pero donde encontré mi nicho. Bajo mi responsabilidad estaban las
comunicaciones de los despachadores de Eastern con la torre de control y todo
el sistema de comida en los aviones. En esta posición tuve la triste tarea de hacer
el cierre final a Eastern el 18 de enero de 1991 con un programa que yo había escrito
años atrás bajo amenaza de huelga. Eastern, la segunda línea área de los
Estados Unidos, con 50 000 empleados, 10 000 de los cuales estaban en Miami,
dejó de existir presionada por conflictos laborales que no pudo resolver. Pero yo continué trabajando, pues nuestros
sistemas fueron adquiridos por Continental Airlines.
Esto lo hice
hasta 1994 en que renuncié y compré una agencia de viajes que mantuve hasta
1999. Pero ya en 1991 me había interesado en la compra o desarrollo de bienes
raíces, y había fundado con el edificio que me tocó en el divorcio, FAM
Warehouse Corp, un complejo de almacenes para alquilar. Después compré tierras en El Doral y construí
en 1999 otro complejo de almacenes comerciales, FAM-WEST Warehouse Corporation.
En 2021 termine la construcción de mi tercer proyecto de almacenes en Medley,
MPVS Properties, que lleva las iniciales de los nombres de mis padres. Aparte de todo eso, construí en 1996 la casa
donde vivo, diseño de mi hermano.
Te has
convertido en una de las abanderadas de la lucha contra la dictadura cubana.
¿En qué momento despertó en ti el interés por esta causa?
Sucedió cuando el
caso Elián González en 1999. Recuerdo que me fui a manifestar contra el regreso
del niño a Cuba delante de la Corte en Miami junto a Ofelia Vázquez, la que
fuera manejadora de mis dos hijos. En esa manifestación me vio Graciela
Cruz-Taura, profesora de FAU quien ya me conocía, y formaba parte del grupo MAR
por Cuba que había fundado Sylvia Iriondo en Miami. Fue ella quien me sugirió
que podía incorporarme al rosario que todos los miércoles rezaban las mujeres
de MAR en la Ermita. Desde ese momento empecé a colaborar con esta Organización
y estuve hasta 2014 en casi todas las campañas, en los viajes a la Comisión de
Derechos Humanos de Ginebra, a París en donde participamos en las
manifestaciones y actividades que tú mismo organizabas en favor de los presos
de la Primavera Negra de 2003, en Costa Rica, Washington, etc., siempre apoyando
en todo lo que estaba a mi alcance.
Pero has
estado también en otros grupos…
En 2003 Leopoldo
Fernández Pujals, Remedios Díaz-Oliver y Gus Machado fundaron el US Cuba
Democracy PAC. El objetivo era influir a través de cabildeo a los congresistas
para evitar que quitaran el embargo al régimen de Cuba. Nuestro cabildero fue el
abogado y director ejecutivo de Cuba Democracy Advocates Mauricio Claver-Carone,
quien hizo una tarea estelar respaldado por nuestras recaudaciones y se evitó que
el lobby en contra del embargo tuviera éxito. Me incorporé al PAC desde su
fundación y nuestro objetivo fue recaudar fondos para poder influir realmente
en la política de la Casa Blanca con respecto a la dictadura cubana. Cada uno
de los 20 directores del PAC estábamos comprometidos con 5000 dólares anuales,
pero recaudábamos mucho más a través de las actividades que organizábamos.
¿Fue entonces
que comenzaste Risas y música para Cuba, aquellos espectáculos que hacías
en Miami una vez al año?
Exactamente. En el
2004 hice el primero gracias a la ayuda de los actores y dramaturgos cubanos
Salvador Ugarte y Alfonso Cremata quienes donaron una función en su Teatro Las Máscaras,
comprometiéndome yo a vender las 200 butacas y ellos a actuar gratis con su
elenco. Ese primer evento fue Un velorio en Hialeah, y todo lo recaudado
fue para el PAC. Entonces se me ocurrió que el espectáculo debía crecer y
conseguí el Teatro Artime que tenía 800 butacas. Cuando vi, desde el escenario,
la cantidad de entradas que tenía que vender pensé que nunca lo lograría. Pero
Cremata tuvo la idea genial de traer a su amiga Olga Guillot, quien no se
presentaba en Miami desde hacía unos diez años pues se había disgustado con la
radio local ya que a su último disco no le habían hecho suficiente publicidad. Ese
segundo espectáculo salió ya con el título con el que se siguió realizando: Risas
y música para Cuba y tuvo a Olga Guillot como invitada especial. Fue un éxito
total.
Mi tercer
espectáculo decidí presentarlo en el Dade County Auditorium con sus 2200
butacas, lugar donde lo continué presentando hasta su final. Algo importante es
que los artistas que aceptaban participar lo hacían de forma gratuita para
apoyar nuestra causa. En los espectáculos que organicé hasta 2018 tuve a Blanca
Rosa Gil, Xiomara Alfaro, Luis Aguilé (ya mayor y residiendo en España),
Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval, Roberto Torres, Carlucho y su elenco, Amaury
Gutiérrez, Carlos Oliva, Marisela Verena, Luis Bofill, Luisa María Güell,
Pedrito Román, Eddy Calderón, Los Tres de La Habana, Ana M. Perera, Malena y
Lena Burke entre otros. Sin embargo, algunos cuyos nombres prefiero no
mencionar nunca quisieron apoyarnos, e inventaron pretextos porque no estaban
dispuestos a dar un centavo por nuestra causa. Pero siempre tuvimos enorme
apoyo de la radio y la televisión.
Lo importante no
era solo el dinero que se recaudaba, sino que lo recaudado venía realmente del
pueblo, contrariamente al lobby de quienes cabildeaban a favor de que quitaran
el embargo. Pero era una labor intensa, pues yo procuraba los artistas, los
tickets se vendían por teléfono desde mi casa y se enviaban por correo; yo iba
a las estaciones de radio a promover el show, y llevaba a los artistas a los
programas de televisión; pero fue una labor muy fructífera. El ingreso bruto de
Risas y Música para Cuba en 14 años llegó al millón de dólares. Por ello
me otorgaron el Congressional Record.
Tengo
entendido que también te implicaste mucho en el Memorial Cubano…
Con el Memorial
colaboré también desde su comienzo en 2003. El Memorial Cubano fue idea de
Renato Gómez y Francisco Martínez, dos ex presos políticos cubanos. Todos los
años en la tercera semana de febrero, de viernes a domingo, se colocaban 10 000
cruces en el campus de FIU en el parque Tamiami. Cada cruz llevaba el nombre, la fecha de
defunción y lugar de fallecimiento de la victima. Estos nombres provenían de
listas compiladas por el Dr. Armando Lago, ya fallecido, de las cuales se
imprimían etiquetas que después se colocaban en las cruces. Hice de todo. Puse
etiquetas hasta a la medianoche, y servía los tres días en las mesas de
voluntarias recibiendo a los visitantes indicándoles donde estaba la cruz que
buscaban. Pero necesitábamos encontrar
un lugar digno para construir un monumento permanente y obtener los fondos. Finalmente,
con el apoyo de políticos cubanoamericanos, y sobre todo del comisionado Joe Martínez,
se logró construirlo en el mismo parque Tamiami, y se inauguró en 2014. Fue
diseñado por los arquitectos cubanos Willy y Otto Borroto y se trata
de un obelisco cuadrado de 18,9 metros de altura con la bandera
cubana pintada en sus cuatro lados, y los nombres de las más de 10 000
víctimas tallados en paredes de mármol negro a su alrededor.
El Memorial
Cubano fue mi inspiración para escribir “Historia de una cruz”, un artículo que
envié a El Nuevo Herald, y para sorpresa mía, me lo publicaron. Estuve colaborando con este diario como
columnista de Opinión por 10 años, de 2012 a 2022. Y con El Diario Las Américas por tres,
de 2008 a 2011.
¿Regresaste
alguna vez a Cuba?
Mi esposo
Cecilio, que luego se convirtió en uno de los directores que tuvo la Fundación
Nacional Cubano Americana, tenía el delirio de volver a Cuba y en 1985 accedí. Por
supuesto, no le dije nada a mis padres pues les hubiera dado un infarto. Fuimos
una semana en aquellos viajes de la comunidad en que había que reservar un
hotel y no podíamos exceder una estancia de siete días. Fuimos a Ciego de Ávila
y Sancti Spiritus, las ciudades de donde venía la familia de Cecilio. También a
Las Cañas, La Simpatía y San Francisco de Paula. El viaje fue por México y
cuando subí al avión de Cubana de Aviación me sentí derrotada porque estaba
regresando al sitio en donde los que nos hicieron sufrir y nos humillaron
seguían en el poder.
¿Y qué
impresiones tuviste?
Me di cuenta de
que a pesar de la decadencia y del horror todo me era familiar. Cuba era mi
tierra y sentí como si el reloj se hubiera detenido porque todo estaba
deslucido, pero seguía en el mismo lugar. Recuerdo que íbamos en un taxi y
vimos encima de un edificio un letrero que anunciaba los chorizos españoles El
Miño. Entonces le dije a Cecilio: “Ay, los chorizos que tanto me gustaban, qué
bueno, vamos a comprar una lata”. Y el taxista se volteó hacia nosotros y nos
dijo: “Ay señora, del Miño aquí solo queda el letrero”. Mi hijo Eric Padrón,
que falleció con 53 años hace apenas dos años, visitó la isla en 1990 y mi hija
en 2015. Ambos quisieron ver la tierra de sus padres, pero cuando regresaron me
di cuenta de que no les interesaba volver.
¿Qué planes
tienes para el futuro?
“Historia de una cruz”
me inspiró a escribir una novela histórica sobre los 10 muchachos de mi pueblo
de Las Cañas que murieron asesinados por el castrismo por haberse alzado contra
el gobierno, y hace años que estoy enfrascada en ello. Los dos jefes principales eran Francisco
Robainas Domínguez, a quien llamaban “Machete”, y se suicidó cuando los
milicianos lo cercaron, e Israel García Díaz, conocido como “Titi”, quien fue
fusilado. A otros 5 los quemaron vivos en un cañaveral. Otros dos murieron en combate, y otro fue
ultimado frente a su familia. Tengo las entrevistas grabadas que hice a las
esposas de Tití y Machete, y también al único guerrillero del grupo que
sobrevivió, Domingo García, quien me contó como llego el final de la guerrilla.
Cuando “Historia
de una cruz” fue publicada en El Nuevo Herald en 2004, Sofía Cabrera, quien
fue maestra en Las Cañas, averiguó quien yo era y me llamó. Entonces me dijo: “Tienes que escribir la
historia completa”. Fue ella quien me puso en contacto con las personas que
antes mencioné, y quien recopiló sus recuerdos del día que quemaron a los cinco
alzados en un cañaveral de la finca Monserrate colindante con Las Cañas.
Mi único plan en
estos momentos es terminar la historia que ya solo le falta el capítulo final.
Se lo debo a estos muertos de mi pueblo y sobre todo a Sofía.
Miami, enero de
2025
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