Entrevista al empresario Fernando Vega-Penichet - por William Navarrete
Entrevisto desde Madrid al empresario cubano-español Fernando Vega-Penichet con quien tuve el placer de compartir buenas tardes en el Milford del barrio de Salamanca.
Enlace: Entrevista a Fernando Vega-Penichet / William Navarrete / Penichet
“Somos una auténtica saga familiar de orígenes cubanos que renació y echó raíces en España”
(El escritor
William Navarrete, entrevista al empresario Fernando Vega-Penichet López)
Como cada año la
primavera es la ocasión para que regrese a Madrid y me encuentre con amigos que
generosamente me presentan a otros que entran en el círculo de personas
entrañables. De este modo, gracias a la idea de Margarita Larrinaga y, a
sabiendas de que desde hace cuatro años entrevisto a exiliados cubanos que
conocieron la Cuba anterior a 1959, me encontré con Fernando Vega-Penichet
López, empresario afincado en Madrid y el primero de los catorce hijos de una
saga hispano cubana que renació en el exilio español después de que sus padres
llegaron a la Península en 1961, al salir definitivamente de La Habana y tras
una breve estancia en Estados Unidos.
Nos encontramos
en el Milford de la calle Juan Bravo, en donde Fernando es un habitué y comienzan
a fluir recuerdos y anécdotas de su vida que van conformando poco a poco el
cuerpo de esta entrevista. El exilio, el hecho de rehacer su vida, de encontrar
su propio camino, de renacer prácticamente y de transmitir luego la memoria
familiar a hijos y nietos ya es de por sí un esfuerzo personal y acto de valor que
convierte a quienes han pasado por estas vicisitudes en personajes
indispensables de la historia de una nación. Dejemos que sea el propio Fernando
quien en persona evoque entonces sus recuerdos familiares y algunas de sus
vivencias 65 años después de su salida de Cuba.
Como a
todos los entrevistados de esta serie comenzaremos evocando tus orígenes
familiares. ¿Quiénes son tus abuelos y padres?
Mi padre, Manuel
Vega Penichet, nació en La Habana el 15 de febrero de 1918 y falleció en el
exilio, en Madrid, en 1983. Era hijo de un asturiano y de una matancera que se
casaron en Cuba en 1916. Mi abuelo paterno, Fernando Vega Álvarez, fue uno de esos
tantos asturianos que un buen día partió de Oviedo rumbo a América y se instaló
en la capital cubana en donde trabajó mucho para conseguir el bienestar
económico. Comenzó trabajando como oficinista gracias a su contacto con José
Ignacio “Pepín” Rivero Alonso, el director del célebre Diario de la Marina,
cuyo padre también era asturiano, natural de Villaviciosa.
Era muy corriente
en el norte de España buscar mejor vida en América y me viene a la mente una
anécdota que contaba mi tía Lola quien contaba que, en Oviedo, cuando los
hombres decían que bajaban a por tabaco las mujeres se quedaban temblando
porque muy bien podían salir de sus casas, tomar el primer barco que soltara
sus amarras y terminar en las antiguas colonias de América. El caso es que mi
abuelo, una vez asentado en Cuba, se casa con la matancera Margarita Penichet
de los Reyes, nacida en Cárdenas, hija de Agustín Penichet Hernández y América
María de los Reyes Herrero, con quien tuvo además de a mi padre Manuel, a
Agustín, mi tío paterno. Margarita, como muchos de sus coterráneos, tenía orígenes
franceses por su lado paterno. Con otros asociados, mi abuelo fundó un banco,
hizo frente a los embates económicos del terrible crack financiero de 1929,
pero por suerte pudo salvar parte de su capital y dedicarse a invertir en propiedades.
Como le iba bien desde el punto de vista económico viajaba con frecuencia a
Europa, algo que benefició en mucho a mi padre porque de pequeño viajaban con
frecuencia a Francia y España. De este modo, mi padre aprendió perfectamente el
francés y estudió en Biarritz y en Saint-Jean de Luz (en Francia) y en el
colegio El Pilar, de la calle Castelló (en Madrid). Mis abuelos paternos
tuvieron dos hijos: Agustín y Manuel Vega Penichet.
En la capital
cubana, mi padre cursó el bachillerato en el colegio jesuita de Belén y, luego,
la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana. Una vez terminado sus
estudios abrió su propio bufete de abogados, llamado Jova - Vega Penichet, que
se encontraba en la calle Mercaderes n° 2, en La Habana Vieja y, luego, en el
Paseo del Prado.
Mi madre,
Graciela López Miranda, quien vive aún con 102 años en Madrid, era hija de
cubanos. Fue su padre Eduardo López de la Torre, propietario de la Compañía
General de Asfaltos de La Habana, casado con Graciela Miranda. Tuvieron tres
hijos: Graciela, Eduardo y Marta. Mi abuelo fue alguien muy emprendedor y
participó en la urbanización del reparto Biltmore pues era muy amigo de
Arellano, el promotor de esta zona residencial el oeste de La Habana, en plena
expansión en las décadas de 1940-1950. Por haber participado con su compañía en
la creación de este reparto, poseía varias parcelas en él, y en cuatro de éstas
había construido casas. La suya estaba ubicada en la calle Miraflores esquina a
Universidad, en el mismo Biltmore. Es la razón por la que nuestra casa familiar
también vivía allí, en la misma calle de ese reparto.
Mi abuelo se
exilia junto con su esposa y su hija pequeña Marta en Miami, en 1960, ciudad
del sur de la Florida en que ambos fallecieron. Su hijo Eddy, junto a otros
asociados, volvió a fundar en 1966 la General Asphalt Company en Miami,
compañía que dirige hoy mi primo Roberto López, en la que también trabaja su
hermano Alberto.
Cuéntanos
de tu hogar cubano y de tus primeros pasos en la vida
Mis padres
tuvieron 14 hijos de los cuales yo fui el primero en nacer, en 1943. En total
tuvieron diez hijos y cuatro hijas. De los catorce hermanos, once nacimos en
Cuba, dos exiliados ya en Estados Unidos, y Teresa, la menor, también en el
exilio, aunque en Madrid, en 1963. Mis padres educaron a todos los hijos en el
colegio jesuita de Belén y a las hijas las enviaron a la Merici Academy, un
colegio norteamericano establecido en La Habana por las monjas ursulinas
norteamericanas a partir de 1941. Toda mi escolaridad la cursé entonces en
Belén hasta 1957 en que me enviaron junto a mi hermano Manolo a estudiar el
bachillerato en Wisconsin, Estados Unidos.
¿Tuvo tu
familia alguna implicación en el movimiento insurreccional contra Fulgencio
Batista después del golpe de Estado de 1952? ¿En qué condiciones les sorprende
el 1ro de enero de 1959 y qué sucede?
Hasta donde sé en
la familia nadie estuvo implicado en temas políticos. Mi familia no dio un
céntimo para tumbar a Fulgencio Batista y menos para poner a Fidel Castro. Como
la gran mayoría de los clientes de mi padre eran miembros de compañías
extranjeras que invertían en Cuba tuvo mucho que ver desde los inicios mismos
del castrismo con el gobierno porque sus propios clientes eran los primeros
perjudicados con las leyes revolucionarias de confiscación de la gran propiedad
privada. Mi padre tuvo que asistir en 1959 a varias reuniones con personajes
clave del gobierno revolucionario para acompañar a sus clientes o
representarlos. Esta circunstancia le permitió darse cuenta desde muy temprano de
que lo que se estaba tramando era la instauración de un régimen comunista y él
se oponía a este tipo de ideología.
Hacia diciembre
de 1959 se reunió con sus padres y suegros y les comunicó que había decidido
irse del país con su mujer y sus hijos. Tanto sus padres como los de su esposa
le dijeron que se estaba precipitando algo, que mejor esperara un poco para ver
qué sucedía. Pero él ya estaba seguro de lo que iba a ocurrir y en febrero de
1960 salió al exilio, rumbo a Ridgefield, un pueblito del estado de
Connecticut, con mi madre y nueve de sus hijos, ya que mi hermano Manolo y yo nos
encontrábamos estudiando en Wisconsin. Mi madre salió de Cuba embarazada de
Juan quien nació en Estados Unidos en 1960. Más tarde, también en el exilio,
nació Miguel en 1961. Por último, ya en España, nació Teresa, dos años más
tarde. Al final mi padre no tardó en tener razón porque ese mismo año, bajo las
presiones políticas y el giro de los acontecimientos, también salieron hacia
Estados Unidos mis abuelos maternos y, rumbo a España, los paternos.
Trece hijos
en Estados Unidos y en el exilio no es cosa de juego. ¿Cómo pudieron tus padres
hacer frente al desafío de educar a tan vasta prole?
En Connecticut
éramos ya trece tras el nacimiento de mis hermanos Juan y Miguel. Mi padre
quería seguir siendo abogado, pero en Estados Unidos tenía que volver a empezar
la carrera desde cero, estudiando cinco años en la Universidad, algo que desde
el punto de vista económico no era posible. Por eso, en diciembre de 1961 volamos
todos de Nueva York a París, y desde la capital francesa en un minibús
Volkswagen de tres hileras de asientos, que mi padre compró en Francia, con el
objetivo de trasladarnos todos hasta Oviedo, capital de Asturias y tierra de su
padre. Allí ya estaban esperándonos mis abuelos. Fuimos quince personas en ese
viaje y las maletas iban en el compartimiento llamado “vaca” en el techo del
vehículo. Allí viajaba con nosotros, de Francia a España, todo el patrimonio
del que disponía mi padre.
Ese minibús se
convirtió en el símbolo de nuestra familia y se le conoció como el “Vegabus”
porque recorría las calles de Oviedo, primero, y en Madrid después, de un lado
para otro con la numerosa prole, según las necesidades de unos y otros.
¿Qué
impresión te provocó entonces la España de provincias en aquel año de 1961?
Lo primero que
debo decir es que nuestra familia paterna asturiana nos abrió las puertas de
par en par. Tanto fue así que apenas nos bajamos del minibús, nos repartieron a
todos los hermanos y las hermanas, en grupos de tres, en las casas de la
parentela a la espera de que mi padre encontrara un sitio para acogernos a
todos y poder reconstruir nuestro primer hogar en España, por supuesto, con lo
mínimo.
Por otra parte,
como mi hermano Manolo y yo habíamos vivido cuatro años entre Wisconsin y
Connecticut estábamos muy identificados con las costumbres y forma de vida
norteamericanas que no se parecían a las de Oviedo en esa época. Empecé a
quejarme constantemente y fue tanta la cantaleta que mi padre me llamó aparte
seriamente un día y me dijo: “Tienes dos opciones: Te quedas en Oviedo estudiando
para terminar el bachillerato y comenzar la Universidad, que es lo que tu madre
y yo deseamos, o te compro un billete de ida Madrid-Nueva York, te doy 20
dólares, con la condición de que no me llames o escribas pidiendo dinero porque
no te lo podré enviar, pues lo poco que hay es para tus hermanos y la familia
que quedamos en España”.
¿Y qué
decidiste?
Ahora, con el
tiempo, me doy cuenta de lo duro que debe haber sido para él aceptar que dos de
sus hijos adolescentes se fueran del hogar en busca de vida a otro país. Pero
en aquel momento yo y mi hermano Manolo éramos jóvenes y estábamos llenos de
ilusiones con lo que creíamos nos esperaba en Estados Unidos. De modo que ambos
regresamos al pequeño Ridgefield (Connecticut), mientras mi padre se quedaba en
Asturias con el resto de la familia, preparándose para revalidar su título de
abogado en la Universidad de Salamanca. Al final lo consiguió en 1963 y cuando
obtuvo el anhelado título envió un telegrama muy escueto a mi madre, en el que
decía simplemente: “¡Ya!”.
Quiero precisar
que, con su título de abogado español en mano, mi padre se mudó para Madrid con
toda la familia. Inició y fundó el bufete M. Vega Penichet alquilando una
oficina en la calle madrileña de Alcalá, n° 115, aproximadamente entre 1964 y
1965. Cuando lo hizo no tenía un solo cliente y él era el único abogado del
bufete. Ya en los años 1970-1975 había logrado estar entre los tres primeros
bufetes de Madrid, un verdadero éxito profesional que consiguió con mucho
trabajo y esfuerzo.
Al parecer
tú y Manolo eran inseparables. ¿Qué sucedió con ustedes dos tan jóvenes y solos
en Estados Unidos?
Al llegar en
febrero de 1962 a Ridgefield, un pueblo que como ya dije era muy pequeño, con
algo más de ocho mil habitantes en ese momento, nos fuimos a desayunar temprano
a un sitio en el mismo centro. Cuando terminamos decidimos que cada uno cogería
por la calle central y en dirección contraria para buscar trabajo. Al final acordamos
encontrarnos a las 5 pm en ese mismo lugar para compartir los resultados de
nuestras búsquedas.
Así hicimos y a
las 5 pm mi hermano Manolo había encontrado un trabajo de talador de árboles y
yo otro en una gasolinera. Durante este tiempo estuvimos haciendo varios
trabajos, sobre todo en una constructora. Así nos mantuvimos hasta que en diciembre
de 1962 fuimos a Miami a visitar a la familia por Navidad. En ese momento
acababan de llegar los prisioneros cubanos de Bahía de Cochinos y, entre ellos,
me encontré a antiguos compañeros de Belén.
En previsión de
una eventual futura intervención empezaron a reclutar a voluntarios cubanos para
ofrecer entrenamiento militar en el US Army a quienes quisiera alistarse. Los
entrenamientos eran en Fort Jackson, Columbia (Carolina del Sur) y mi hermano
Manolo y yo nos alistamos. Entonces mi abuelo Eduardo, preocupado por nuestro
nomadismo, quiso consultar al Padre Armando Llorente, sacerdote jesuita español
que había sido formador de muchos jóvenes cubanos en el colegio de Belén de La
Habana y que también había llegado al exilio. Cuando el Padre supo por boca de
nuestro abuelo de nuestras aspiraciones, le respondió que le parecía muy bien
que sus dos jóvenes sobrinos se entrenaran pensando en el futuro de Cuba. En
realidad, solo fui yo a Fort Jackson porque mi hermano Manolo por no haber
cumplido los 18 años no fue admitido. Mi entrenamiento duró seis meses. Manolo
se quedó en Miami con familia, regresó a Connecticut meses después y antes de
que yo terminara el entrenamiento militar.
Al final no
hubo segunda invasión…
Al final pasé los
seis meses, entre enero y junio de 1963, entrenando. Luego, regresé a Miami con
dinero ahorrado pues nos pagaron durante la formación militar, y me fui a vivir
con mi tío Eddy en Coconut Grove. Entre junio de 1963 y hasta el primer
trimestre del año siguiente trabajé en varias compañías constructoras en Miami.
Fue entre marzo y
sabril de 1964 en que me puse de acuerdo con mi hermano Manolo para regresar a
España, en un momento en que la familia se había establecido en Madrid y en que
mi padre ya había abierto el Bufete Vega Penichet en la capital española.
¿Terminas
entonces el bachillerato en Madrid?
Lo terminé en
junio de 1964 en el American School de Madrid con relativa facilidad a pesar de
que habíamos tomado el curso ya empezado. El caso fue que pidieron nuestras
notas en Wisconsin y Connecticut y teníamos buena parte adelantada. Yo siempre
he dicho que mi mejor universidad fue hablar perfectamente el inglés pues en
España en aquel entonces casi nadie lo hablaba. En junio de 1964 obtuve el
diploma de Bachiller y en septiembre ya estaba estudiando Derecho en la
Universidad durante 1965 y 1966.
La casa familiar quedaba
en el barrio de Chamartín, cerca de la plaza del Perú. Mi hermano Manolo y yo aguantamos
solo dos años de estudios universitarios porque con nuestras andanzas habíamos
perdido la costumbre de estudiar. Entonces mi padre nos dijo: “Si no estudian,
tienen que ponerse a trabajar”. Y gracias a nuestro dominio del inglés, eso hicimos.
En mi caso, empecé a trabajar como agente de cambio y bolsa en 1967 en Bache
Company, y la empresa me envió durante ocho meses a recibir un curso de entrenamiento
en Wall Street, Nueva York. Trabajé como broker en Bache y, luego, en
Kidder Peabody, también el Wall Street. En total estuve unos cuatro en este
ámbito.
¿Te
dedicaste a esto el resto de tu vida?
No. En 1971 un
cliente me ofreció trabajar con él en la compañía de brokers
internacionales en el ramo de la siderurgia Harlow and Jones. En esa época
viajé mucho a Londres y terminé estableciéndome definitivamente en la sucursal
en Madrid. En realidad, fue en el ramo de la siderurgia en donde me mantuve, exactamente
en Hierros y Aceros Europeos S. A. (HAESA) que terminé comprando al cabo de cierto
tiempo. Fueron años muy productivos y fructíferos hasta que me retiré, aún
joven, porque mis asociados ingleses eran mayores y se fueron retirando poco a
poco. Este trabajo me dio la estabilidad necesaria para fundar mi propia
familia, casarme en 1975 con María Fierro Guerra, la madre de mis tres hijos
(Fernando, Javier y María Vega-Penichet Fierro), y echar raíces en Madrid,
ciudad en la que vivo desde hace más de seis décadas ya.
¿Volviste
alguna vez a Cuba?
Volví una sola
vez, por cuatro días, en 1998. Me lo propuso un amigo español que era político
del gobierno de Felipe González y que viajaba con cierta frecuencia a la isla.
Viajé no con temor a que no me dejaran entrar sino a que me impidieran salir,
pues me había implicado en la Unión Liberal Cubana que presidía Carlos Alberto
Montaner y me había mostrado demasiado en los círculos de la Fundación Hispano
Cubana con grupos que se oponían en el exilio al gobierno castrista.
¿Y qué
resultó de ese brevísimo regreso al país en donde naciste y al que no habías
vuelto en 38 años?
Lo poco que vi me
bastó para dar gracias a Dios cuando me vi en el avión de vuelta a casa 4 cuatro
después. Pude recorrer algunos sitios afectivos de mi infancia como el colegio
Belén que ya no era Belén, pero cuyo edificio seguía siendo impresionante. Vi
también la casa de mis abuelos en el Biltmore y pude escaparme un día a
Varadero. En un taxi recorrí algunos barrios de La Habana y eso me permitió
darme cuenta de lo que había sido esa ciudad y, sobre todo, de lo que hubiera
podido ser si no hubiera llegado el comunismo. En realidad, cuando uno pasa
mucho tiempo sin volver al sitio en que se vivió de niño y adolescente las
dimensiones no corresponden con aquello que habíamos imaginado. Yo tenía el
recuerdo de grandes avenidas y cosas desproporcionadas que me parecieron, una
vez allí, bastante diferentes a lo que recordaba.
Tengo que decir
que este viaje lo hice casi de manera clandestina. Nadie sabía de mi presencia
en La Habana. Estando allí me fui a la misa del domingo a la Catedral de La
Habana y, al salir, me senté en una de las terrazas de un restaurante a beber un
par de daiquirís. Había un grupo de músicos y les pedí que me tocaran durante
media hora temas del cancionero popular cubano y en eso estaba, de espaldas a
la puerta, cuando oí que detrás de mí alguien grito: “¡Fernando Vega!”.
Confieso que me asusté porque, repito, nadie sabía que yo me encontraba en Cuba
y tampoco conocía a nadie que se hubiera quedado viviendo en la isla. Resultó
ser un amigo de Miami que también estaba como yo de incógnito visitando por
primera vez la ciudad después de muchos años.
¿Como has
podido mantener el acento cubano después de sesenta años de vida fuera de Cuba?
¿Ha habido alguna manera de transmitir a tus hijos algo de tu tradición
familiar?
Siempre viajé y
sigo viajando con frecuencia a Miami, que es en cierta medida una prolongación
de la Cuba de otros tiempos, tanto por los amigos, la familia como por la
gastronomía y algunas tradiciones. Mi segunda esposa, Silvia Santeiro de Arcos,
es cubanoamericana, de orígenes gallegos, y compartimos el tiempo entre Madrid
y el sur de la Florida desde hace más de dos décadas.
Es cierto que
mantener las tradiciones ha sido algo difícil. En otros tiempos, llevaba a mis
hijos al Centro Cubano de Madrid, que estaba en la calle Claudio Coello, y que
ya no existe, a comer platos cubanos y conversar con amigos que compartían los
mismos orígenes conmigo. También han viajado con sus familias en varias
ocasiones a Miami, sitio que les encanta, pues representa otra forma de vida y
otras costumbres. Y comparten con los Escobar López, la familia de mi tía
Marta, la hermana menor de mi madre, quienes viven allá.
Mi padre falleció
en 1983, a los 64 años, es decir, relativamente joven, y siempre he pensado que
su muerte se debió al desgaste físico y emocional de haber sacado adelante a
una familia de catorce hijos, con mucho empeño y un esfuerzo extraordinario.
Cuando falleció, los hermanos varones decidimos reunirnos todos los lunes en
casa de nuestra madre y, al poco tiempo, se incorporaron también las hermanas.
Esa reunión familiar continúa con nuestra madre centenaria y con la familia
que, entre hijos, nietos y bisnietos se ha ido convirtiendo en lo que somos:
una auténtica saga familiar de orígenes cubanos que renació y echó raíces en
España.
Madrid, marzo de
2025
Comentarios
Publicar un comentario