Entrevista a la psicóloga María Victoria Arechabala Fernández, descendiente de los fundadores de la ronera cubana Arechabala
Me encuentro en Madrid con "Toya" Arechabala, como todos la llaman. Vive en Madrid y me recibe en su casa para contarme un siglo de vaivenes entre el País Vasco de sus bisabuelos paternos y Cuba, en donde echaron raíces y se convirtieron en los fundadores de una de las empresas cubanas cruciales de la primera mitad del siglo XX en la Isla.
Enlace directo: Entrevista a María Victoria Arechabala Fernández por William Navarrete, Cubanet
No se puede
pensar un país sin ver con tus propios ojos lo que se vive a diario allí”
(El escritor William Navarrete entrevista a la psicóloga María Victoria Arechabala Fernández, descendiente de los fundadores de la empresa cubana Arechabala)
Me encuentro en
Madrid, en su casa en el barrio El Viso, con María Victoria Arechabala
Fernández, a quien todos llaman “Toya”. Voy con el Dr. Antonio Guedes quien nos
pone en contacto y había estado en la presentación madrileña del fabuloso
volumen Arechabala. Azúcar y ron 1878-1959, publicado en la editorial
española Doce calles del que es autora, en colaboración con el Antonio
Santamaría García, Doctor en geografía e Historia por la Universidad
Complutense.
Los antepasados
de “Toya” fundaron una de las empresas más prosperas de Cuba, con un sello propio
que se convirtió en pilar de la identidad nacional. Uno de sus productos
emblemáticos, el ron Havana Club, sigue produciéndose después de la
expropiación de la empresa en 1960 y justamente por representar lo genuino
cubano es que el Gobierno del último medio siglo se empeñó en conservarlo,
cuando otros licores y bebidas producidos también en la Isla desaparecieron
definitivamente.
Yo recordaba,
cuando de pequeño y adolescente pasaba un mes en Varadero, la ciudad-balneario
en que vivió Toya durante sus primeros ocho años de vida, que al torreón que se
encuentra en a la entrada de la actual avenida de Las Américas que conduce a la
casona Xanadú, en otros tiempos de Dupont de Nemours, algunos de los mayores de
mi familia le llamaban “el torreón Arechabala”. Son fantasías que se cuentan
sin que sepamos de donde salen porque la propia “Toya” me comentó que ella
nunca oyó decir que esa estructura tuviera que ver con su familia. En otro
sitio encontré luego que ese torreón no era más que el revestimiento de un
tanque de agua y que fue construido por el propio Dupont en 1928 para
disimularlo.
Otro lugar mítico
de Varadero que hacía referencia a la familia Arechabala era el Retiro Josone,
una casona construida en 1942 por José Fermín Iturrioz Llaguno, sobrino-nieto
del fundador de la empresa, alrededor de una laguna natural, y que apenas se
podía ver desde la Avenida Primera. Una vez expropiado, Celia Sánchez se adueñó
del lugar y la utilizaba como residencia de protocolo oficial en que hospedaba
a mandatarios y personalidades internacionales. Recuerdo que hasta la década de
1980 el sitio y los jardines que lo rodeaban estaban envueltos de un halo de
misterio porque se decía que un túnel secreto pasaba por debajo de la avenida y
comunicaba la propiedad con la playa para que el huésped de turno pudiera huir
en caso de necesidad. Al parecer, hoy en día, lo han convertido en restaurante y
ya se puede visitar.
En todo caso,
para los apasionados y los nostálgicos de la historia cubana esta conversación
con una de las herederas del extinto imperio fundado por uno de aquellos vascos
emprendedores que forjaron la economía nacional es una oportunidad para
reflexionar acerca de lo que fue Cuba como tierra de oportunidades y también de
la creatividad e ingeniosidad de quienes emigraron hacia la Gran Antilla. De
aquella próspera industria lo que queda hoy es un desolador campo de ruinas. Da
risa y tristeza a la vez constatar en una de las publicidades publicadas en
1960 en Zig-Zag, el anuncio con bombos y platillos de que la
intervención por parte del Gobierno Revolucionario de aquella empresa iba a
llevarla a niveles de mayor relevancia, haciéndola marchar “a la cabeza de las
industrias progresistas del país”.
Mejor dejamos que
sea Toya quien nos cuente la fascinante historia de los Arechabala en Cuba y
agradezcamos el estupendo libro y la investigación que lo acompaña que logró
publicar con el mismo empeño con que sus antepasados vascos levantaron aquella
formidable empresa.
Los
Arechabala en Cuba son sinónimo de éxito empresarial y muy conocidos por haber
sido los propietarios de la ronera de este nombre antes de su expropiación en
1959. Cuéntanos de los orígenes de esta saga familiar y de su llegada a la
Isla.
José Arechabala
Aldama, mi bisabuelo, era originario de Gordejuela, un pueblo de la comarca de
las Encartaciones, en la zona occidental del País Vasco. Salió un buen día de
1862, a la edad de 14 años, rumbo a La Habana en la fragata Hermosa
Trasmiera. Era el sexto hijo de los ocho que tuvo una pareja de vascos y
como muchos emigrantes del norte de España que emprendían el viaje de ida a
América iba lleno de ilusiones y, en su caso, con una carta de recomendación
para su paisano Antonio Galíndez Aldama, socio de una familia de hacendados
azucareros cubanos, quien residía en Matanzas. Era corriente entonces las redes
de solidaridad entre emigrantes, y en la zona matancera el porcentaje de vascos
asentados fue bastante elevado. Cuando José se presentó ante Galíndez, éste lo colocó,
como a todo recién llegado, de “cabo de escoba”, una forma jocosa de llamar a
quienes empezaban barriendo el suelo. En esta empresa permaneció siete años,
aprendió diferentes oficios y fue mejorando de posición hasta que en 1869 entró
en la casa mercantil matancera Bea, Bellido y Compañía, también fundada por un
vasco, Demetrio Manuel de Bea y Maruri, marqués de Bellamar.
Fue en esta
empresa que mi bisabuelo conoció a Julián Zulueta, otro vasco, nacido en Álava
e importante hombre de negocios de la isla que poseía títulos nobiliarios,
esclavos e ingenios. Zulueta había construido en Cárdenas un gran
almacén situado frente al mar e idóneo para recibir y almacenar azúcar y
mieles. Necesitaba colocar allí a alguien con la capacidad necesaria para
figurar como su apoderado y en 1873 decidió asociar a mi bisabuelo a sus
negocios y nombrarlo su representante en esa localidad. Fue en el montaje y puesta en marcha del pequeño
alambique de Zulueta, donde José aprendió de los maestros y técnicos que
trabajaron con él algunos de los secretos de la fabricación de alcoholes para
uso doméstico y de aguardiente, ron y licores
En 1877 se
estableció por su cuenta tras trabajar cuatro años para Julián de Zulueta y
reunir el capital necesario para instalar su propio negocio en Cárdenas y se
dedicó al almacenamiento y comercio de azúcar y mieles que era un tipo de
negocio muy característico de los puertos. Construye también un alambique y
llamó al conjunto La Vizcaya. Fue éste el germen de la empresa por la que sería
reconocido después.
La historia
de todos estos emigrantes españoles norteños a Cuba es fascinante. ¿Se integró
a la vida social cubana de entonces? ¿Mantuvo vínculos con su tierra natal?
José había
ascendido socialmente y en 1874 se casó en Cárdenas con una cubana, María del
Carmen Hurtado de Mendoza García, hija de un gaditano que perteneció al Cuerpo
de Bomberos y de una criolla, Mercedes García Aguiar.
Gozando ya de
cierto bienestar económico, José Arechabala Aldama en uno de sus viajes a
Gordejuela en 1884, y como muchos indianos, marcó el paisaje local con su
propia casona, símbolo ante sus coterráneos del éxito alcanzado en América. La
llamó como su esposa: Villa Carmen, y es hoy la sede del Ayuntamiento de
Gordejuela. En esa década se le unió su sobrino José Arechabala Saínz, quien se
convirtió en su hombre de confianza y le ayudó en el crecimiento de la empresa.
También vinieron otros primos, de modo que fueron varios parientes y paisanos
los que terminaron atravesando el Atlántico hasta Cuba. Finalmente, Carmen, una
de las hijas del matrimonio Arechabala-Hurtado de Mendoza se casó en 1898 con
su primo José Arechabala Saínz. Estos son mis dos abuelos paternos.
La Vizcaya
completó su proceso de modernización iniciado en 1885 dejando el proceso de
alambique por el de destilación con miras a obtener un licor más fuerte y puro.
La empresa estrechó vínculos con otros empresarios azucareros establecidos en Cuba y, a finales del siglo XIX, adquirió
terrenos colindantes a la destilería en Cárdenas para ampliarla.
Lo curioso de un
personaje como José, el fundador de la empresa, es que siempre supo adaptarse a
las coyunturas económicas y políticas. En medio de situaciones adversas, como
incendios, huracanes y conflictos bélicos en el caso de la guerra
hispano-cubana-norteamericana y su desenlace en 1898, hizo que el negocio
creciera, en ocasiones batallando contra las políticas económicas de la
metrópoli y también haciendo frente a los contratiempos naturales e, incluso,
familiares.
¿Qué sucede con la empresa tras el
advenimiento de la República en 1902?
El tratado de
París garantizó la propiedad extranjera en la Isla. La Vizcaya se encontró
entre las pocas empresas españolas que lograron sobrevivir a la guerra. En 1907
el patriarca José dio empleo a su sobrino-nieto José Fermín Iturrioz Llaguno,
quien va a desempeñar posteriormente un papel decisivo en el negocio familiar. La
empresa se destacó en obras de interés público y, en 1919, se inauguró en
Cárdenas el teatro Arechabala a partir de la estructura inconclusa de un teatro
anterior, el teatro Concha. A la bonanza económica del periodo llamado de “las
Vacas Gordas”, como consecuencia del alza de los precios del azúcar con la
Primera Guerra Mundial, vino la crisis de la década de 1920 aparejada con la
llamada ley Seca en Estados Unidos, una medida que incrementó la llegada de
turistas norteamericanos a la Isla en busca de un destino en el que pudieran
divertirse, beber, jugar y bailar libremente. La empresa licorera resultó muy
beneficiada con esto.
En 1921 la
empresa se convirtió en José Arechabala Sociedad Anónima (JASA), y reunía todos
los negocios bajo una misma entidad económica que procedió a la remodelación de
naves y espigones del puerto de Cárdenas. En 1923 falleció José, el patriarca
de la familia y, un año más tarde, muere también José Arechabala Saínz, su
yerno y mi abuelo, con 57 años de edad. Tras su muerte, mi abuela Carmen decide
viajar a España pues había recibido mensaje que la amenazaban con secuestrar a
su hijo José María (mi padre), de cinco años de edad, si no entregaba ciertas
sumas de dinero. Al llegar a España, mi abuela se instaló en Madrid. Pasaba las
vacaciones escolares de mi padre con toda la familia en Gordejuela , primero en
Villa José y después en Villa Cuba una casa que amplió y rehabilitó. Esta
última aún permanece, detenida en el tiempo, en manos de mis hermanas y de mis
hijos.
Según los
estatutos de la empresa el presidente de la firma debía ser un accionista, lo
cual lo circunscribía a sus hijos o sus cónyuges. Pero la gestión del día a día
quedó en manos de José Fermín Iturrioz y Juan Abiega familiares no
descendientes del fundador pero que eran antiguos colaboradores y con un gran
conocimiento del negocio.
Mi abuela Carmen,
como propietaria principal de la firma, se mantenía, al menos durante los
primeros años de su vida en España, al tanto de todos los pormenores gracias a
una correspondencia regular con el director. Se apoyaba en su yerno Miguel
Arechabala Torrontegui que sería posteriormente también presidente de la
compañía.
Las
empresas son un termómetro de la situación económica, política y social del
país. ¿Es el caso de JASA?
Completamente.
Para hacer frente a la gran depresión de 1929 y a la crisis económica general
del periodo de gobierno de Gerardo Machado, JASA se diversificó. De este modo, empezó
a abarcar todos los derivados del azúcar para sacar provecho de éstos y comenzó
a incentivar la producción de dulces, conservas y otros insumos que utilizaban
mieles y bagazos, así como alcoholes y licores. Se adentró además en el mundo
agrario y compró el central Progreso. JASA se dotó a partir de 1933 de equipos
capaces de destilar hasta 4 millones de litros y construyó una nueva planta de
miel. Fue en este momento en que empezó a comercializar lo que se convertirá en
su ron más célebre para la exportación: Havana Club, aunque también fabricaba otras
marcas como Jamaica, Doubloon Rum y Alco-Elite, este último como alcohol puro
destinado a sanidad. Con la abolición de la ley Seca en Estados Unidos en 1933
los rones de Arechabala podían entrar al país vecino. Havana Club comenzó a
viajar en cajas de cartón de 12 botellas a las islas Canarias, Gran Bretaña,
Francia, Uruguay y Puerto Rico.
El movimiento
sindical cobró mucha fuerza y la empresa tuvo que hacer frente también a la
inestabilidad del mercado laboral a través de garantías, derechos y mejoras
salariales para sus obreros. Sin contar que un incendio ocurrido en 1930 les
obligó a construir un nuevo edificio para la administración. El huracán de 1933,
por su parte, provocó la subida del nivel del mar con grandes pérdidas en las
instalaciones portuarias. La economía empresarial estaba entonces sujeta a
todos estos vaivenes.
Al parecer
la empresa apostó por volverse más nacional, algo que no la benefició cuando
después de 1959 fue intervenida y nacionalizada…
En efecto, a
partir de la década de 1930 la empresa desplegó una fuerte campaña de mercadeo
en el plano nacional, sobre todo para promover nuevos productos. En 1935 se
arrendó el antiguo palacete de los Condes de Casa Bayona, justo en frente de la
Catedral de La Habana, e instaló allí sus oficinas, así como un bar privado
llamado Havana Club. Por su barra pasaban todos los visitantes importantes que
venían a la capital y el sitio era utilizado para eventos nacionales de los que
se hacía eco constantemente la prensa. La empresa adquirió el Borghi Park, el
estadio de béisbol de Cárdenas, al que puso por nombre Havana Club, y vinculó esta
bebida no solo a la pelota, sino también a las competencias de regata en
Varadero.
JASA se centró en
campañas publicitarias dentro de Cuba, colaborando con la estación de radio
CMGE de Cárdenas, anunciándose en revistas y periódicos, e incluso participando
en las verbenas locales y otorgando premios en concursos nacionales de
coctelería como el que convocó por primera vez el Club de Cantineros.
¿Qué sucede
después?
Viene entonces
una época de expansión de la empresa y el regreso de mi abuela Carmen
Arechabala y su familia, es decir con sus hijos y nietos: Ignacia Gloria,
Carmelina con su marido Miguel Arechabala y mis padres a Cuba en 1944.
Desde 1940, JASA
empezó a publicar hasta 1956 y como parte de su estrategia de comunicación, la
revista Gordejuela, primero semanal y luego mensual, para distribuirla
entre empleados, proveedores, clientes y amigos. En este periodo se produjeron
importantes remodelaciones, se amplió la flota naviera, se crearon nuevas
marcas como el coñac Arechabala, el aguardiente Uva Suprema, la ginebra
Aromática Arechabala, el vermut Quirinal, el anís Extra Triple Sec, entre otras.
La empresa se dotó de infraestructuras para el bienestar de sus empleados, como
un campo deportivo, un restaurante obrero y un parque infantil en Cárdenas, así
como de un club social en Varadero. Se construyó un nuevo espigón en el puerto
de Cárdenas y se realizaron nuevas obras en el litoral de la ciudad,
embelleciéndose y urbanizándose las calles y avenidas cercanas.
En 1946
fallecieron Miguel Arechabala y Juan Abiega, pilares de JASA, y en cierta forma
el nexo de unión y de control de los que llevaban la gestión de la empresa.
La década
de 1950 fue muy convulsa desde la perspectiva política en Cuba. Coincide con tu
nacimiento en 1950. ¿Qué recuerdos tienes de tus primeros años de vida en Cuba?
Cuando mi abuela regresó
a Cuba en 1944 en vez de radicarse en Cárdenas lo hizo en Varadero. Esa es la
casa de mi infancia, la de mis recuerdos, en Avenida Playa y calles 47 y 48. Ya
no existe porque la derrumbaron después de nuestra salida de Cuba y plantaron
en el terreno unos pinares.
En realidad, yo viví
en Cuba solamente mis primeros ocho años de vida. Toda mi familia materna
estaba en Madrid y desde 1954 mis dos hermanos mayores se quedaron también en
España para cursar estudios. Fui educada un poco a la antigua, de modo que en
Varadero nunca asistí a la escuela porque la enseñanza la recibía en casa. Me
escolarizaron en octubre de 1958 en el Colegio Estudio, una institución que fue
capital en mi formación porque impartía un tipo de educación muy completa,
basada en los principios de la Institución Libre de Enseñanza, con magníficos
profesores.
Tras el
nacimiento de mi hermana pequeña Isabel también en octubre del 58 mi padre
regresó a Cuba, pero cuando mi madre iba a hacer lo mismo acompañada de sus
hijas pequeñas, mi padre le aconsejó que no lo hiciera debido a una situación
política enrarecida.
A mediados de los
años 1950 ya se habían incorporado a distintas áreas de la empresa la
generación de los nietos del fundador. En 1957 mi padre asumió la dirección de
la compañía relevando a José Fermín Iturrioz. Su cuñado Javier Peralata, sus
primos y sobrinos José y Juan Malet Arechabala, Nicolás Pita Arechabala, José
Miguel Arechabala, Javier Márquez Arechabala, entre otros, fueron sus
principales apoyos familiares en la gestión. La presidenta seguía siendo mi
abuela Carmen.
Dentro de la
propia empresa había una célula del Movimiento 26 de Julio que sacaba químicos
de los laboratorios de la fábrica para la fabricación de explosivos que se
empleaban en actos de sabotaje contra el Gobierno. Al hacerse pública la huida
de Fulgencia Batista los obreros convocaron a una huelga y la dirección de la
célula del M-26 pasó a ocupar también la del sindicato. En abril de 1959 la
dirección del M-26 encabezada por José Luis Labrit pidió al Gobierno
revolucionario la intervención de la empresa. Las noticias del cierre de ésta
empezaron a circular en agosto de 1959 y tras un periodo de paro se retomaron las
actividades en noviembre de ese mismo año. Pero en diciembre de 1959, Augusto
Martínez Sánchez, ministro del Trabajo, dispuso la intervención de JASA, y de ello
se ocupó Calixto López, un capitán del Ejército Libertador y primer interventor.
En el momento en
que tuvo lugar la intervención de la empresa, mi padre ya no estaba en Cuba.
Había regresado a Madrid a mediados de 1959 y nunca más volvió al país hasta su
muerte en la capital española el 21 de diciembre de 2005. Tras la intervención
las fábricas de JASA se siguieron fabricando los mismos productos y el 13 de
octubre de 1960 la empresa fue finalmente nacionalizada mediante la ley 890 que
disponía la expropiación forzosa de todas las empresas industriales y
comerciales, fábricas, almacenes, etc.
Terminaba así
casi un siglo de historia de la empresa Arechabala en la Isla, aunque no la de
algunos de sus productos que siguieron fabricándose como es el caso del ron
Havana Club, hasta el día de hoy.
Por tu
parte materna, tu abuelo es considerado como un pionero del comercio minorista
en toda España. ¿Puedes hablarnos de él y del vínculo cubano de la familia?
Como ya dije, mi
madre Carmina Fernández había nacido en La Habana y era hija de José “Pepín”
Fernández, asturiano natural de Grado y de la habanera Carmen Menéndez Tuya.
Pepín, había llegado a La Habana décadas antes en donde trabajó para la tienda
El Encanto, junto con su primo César Rodríguez. Ya en La Habana, siendo
empleado de El Encanto, se convirtió en un innovador en este ámbito pues fue el
primero en establecer por primera vez los precios fijos mediante etiquetas para
evitar el regateo. También fue el propulsor de la medida comercial de las
rebajas
Mis abuelos
maternos se casaron en Cuba y tuvieron tres hijos nacidos en la Isla, entre
ellos mi madre, que vio la luz en La Habana en 1922. A diferencia de José
Arechabala, mi abuelo Pepín era un emigrante del siglo XX, no del XIX. Es
decir, se había ido a Cuba con la idea de volver a España y eso fue lo que hizo
una vez que decidió acabar con su trabajo en El Encanto. De hecho, antes de
volver a la Península decidió viajar a Estados Unidos para perfeccionarse. “Pepín”
regresó a España en 1931. En Madrid, fundó primero, en 1934, Sederías Carretas
y, en 1943, las famosas Galerías Preciados, consideradas como el primer gran
almacén por departamentos de la Península.
En tu caso
creciste en España. ¿Había algo de cubano en el ambiente familiar?
Todo. Mi padre y
mis abuelas hablaban con acento cubano. Nuestra “casa indiana” en Gordejuela se
llama, como dije, Villa Cuba y en ella el reloj se detuvo en la época en que vivió
mi abuela en la Isla. Todo rezuma Cuba, desde los muebles, objetos y hasta el
estilo. Mi abuela levantó su casa de Cárdenas y la trajo a Gordejuela cuando se
instaló en ella. En casa se hacían todas las recetas cubanas, algunas de las
cueles siguen vigentes en la mía, y la música del cancionero de la Isla nunca faltó
en mi universo. A mi padre le fascinaba Olga Guillot, en casa se oía a Celia
Cruz, Benny Moré, la orquesta Aragón. Yo hago unos mojitos excelentes. Me
considero española, pero no “pata negra”, como se dice aquí. Cuba es mi país y
España también lo es.
¿Has vuelto
a Cuba?
En efecto. La
primera vez fue en 1995 porque estuve en el México DF y, de pronto, tuve la
sensación de estar en Cuba. Ya sé que el DF no tiene mucho que ver con La
Habana, pero tal vez por la luz, el olor de las frutas, los ruidos o el
ambiente, me sentía como si hubiera vuelto a la Isla. Entonces preparé el viaje
aprovechando que una agencia organizaba con un grupo una visita. Pude entrar
con pasaporte español, aunque con un visado diferente. Hice el recorrido de
todo exiliado que regresa treinta y tantos años después. Es decir, nuestros
sitios en Varadero, en Cárdenas, lo que quedaba de la fábrica en esta localidad
matancera, La Habana, e incluimos Santiago de Cuba. Luego, tres o cuatro años
después, volví con mis dos hijos y dos de mis hermanas. Fue nuevamente un viaje
familiar, de vuelta a las raíces. Luego he conocido, ya con menos resonancias
del pasado otras partes de la isla como Pinar del Río y Trinidad.
Y he conocido a
personas vinculadas a la música y al arte que me han ayudado a conocer más a
Cuba, ya no solo la del pasado, y a sentirla más cercana en mi presente.
Aunque mi padre
no quiso volver nunca se alegró de que nosotros lo hiciéramos. Mis raíces están
en Cuba y no se puede pensar un país, entender la realidad de todo un pueblo,
sin ver con tus propios ojos lo que se vive a diario allí. Yo siempre pongo el
ejemplo de los exiliados republicanos del franquismo, quienes se pasaron fuera
de la Península casi cuatro décadas. Cuando llegó la democracia volvieron a un
país del que desconocían todo porque, entre tanto, las cosas habían ido
cambiando, a pesar de todo. En el caso de Cuba es igual. ¿De qué Cuba del
futuro se puede hablar si no conoces la de hoy?
Supongo que
el enorme y muy bien documentado libro que has publicado sobre la familia
Arechabala es casi un deber de memoria familiar, pero también de compromiso con
toda una nación.
Es exactamente
eso. El libro tiene 375 páginas y lo publiqué en la editorial Doce Calle con
Antonio Santamaría García, doctor en Geografía e Historia de la Universidad
Complutense, como coautor. Yo estudié Filosofía y Letras, en la rama de la
Psicología, además de ser Doctora en Filosofía por la Universidad Complutense,
pero no estudié Economía propiamente dicho. De modo que, para entender el
proceso de la empresa Arechabala en Cuba, situándola en contextos económicos,
sociales y políticos más amplios, la ayuda de un especialista como el Dr.
Santamaría fue crucial. Por otra parte, el diseño del libro corrió a cargo de
Inés Atienza Arechabala, mi hija, diseñadora gráfica de profesión quien lo
supervisó y diseñó contribuyendo a su solidez.
El libro posee
una abundante cantidad de imágenes y documentos de época, recortes de diarios y
revistas, publicidades de los productos Arechabala, datos, citas y
bibliografías. Es un libro muy completo que describe la evolución de una
auténtica empresa cubana que apostó por lo nacional, más que por la imagen
internacional.
De ese libro que
me ha dado mucha satisfacción, ha salido la exposición “Hacer país”, en la que
Cristina Vives e Inés Atienza Arechabala como curadoras invitaron a seis
artistas cubanos que viven dentro y fuera de la isla (Alexandre Arrechea,
Alejandro Campins, Ariamna Contino, José A. Figueroa, Alex Hernández y Yanelis
Mora) a apropiarse visualmente del patrimonio material, espiritual y documental
de los Arechabala e interpretarlo según sus propias referencias artísticas. La
exposición, un proyecto del Estudio Figueroa Vives, comenzó en marzo de 2025 y
se prolongará en La Habana hasta septiembre en Estudio 50, un precioso espacio
que era una antigua fábrica de espejos.
Madrid, primavera
de 2025
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