Entrevista a la soprano Alina Sánchez / William Navarrete
“En Cuba éramos
los perfectos rehenes y ni pensar en quedarnos fuera”
(El escritor
William Navarrete entrevista a la soprano Alina Sánchez)
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O leer a continuación:
Todos los que
crecimos en la Cuba de las décadas de 1970 y 1980 asistimos a conciertos de la
soprano Alina Sánchez. Figura clave del universo lírico de la isla, a Alina la
veíamos y escuchábamos muy a menudo en la pequeña pantalla, en el cine y
también en las salas de concierto del país. Hacía mucho tiempo que quería
entrevistarla porque, además de ser una excelente embajadora del bel canto
y la mítica intérprete de la Cecilia Valdés de Gonzalo Roig (como lo fue
también antes de 1950 Blanca Varela), nos une la profunda amistad con la
arquitecta cubana ya fallecida y quien vivió exiliada en Madrid Irma Alfonso
Rubio. Ella me mantenía siempre informado de todos y cada uno de los éxitos de
Alina desde su llegada a Madrid en la década de 1990.
En estos días, en
que otra gran amiga de Irma, la profesora de ballet italiana Stefania Angelo,
vino a verme al Festival del Libro de Niza, creo que nos ha estado mandando
señales de cariño para todos desde el cielo para que recordemos que fue su
pasión por el arte lo que hizo que estemos en contacto tiempo después de su
partida.
Casi todo lo que puede
verse hoy a través de YouTube existe gracias a alguien muy especial para Alina:
Mariloly, transformista habanero que acaba de fallecer en Miami y a quien pude
ver muchas veces a finales de los 1990 y principios de este siglo en el
escenario de una discoteca llamada Ozone que se encontraba en la avenida 57 del SW y la US-1. Nunca hubiera
imaginado que la divertida Mariloly fue una de las más fervientes admiradoras
de Alina, al punto de deberle muchas grabaciones de la época cubana que la
soprano daba ya por perdidas.
La vida de Alina
Sánchez, hoy establecida en Salamanca, ha estado repleta de éxitos. Para
contárnoslo la he traído a estas páginas.
Un 5 de septiembre de 1946 y en la barriada del
Cerro, en La Habana, y fruto de un enredo de telenovela que ni Cecilia
Valdés. Mi abuela materna, Genoveva Rodríguez Varona, es legalmente mi
madre. Fue ella quien me educó, junto a su esposo Rafael Sánchez Lalebret (que tampoco
era el padre de Ligia Solórzano, mi madre biológica). A ellos les debo mi
educación y todo lo que soy hoy. Mi abuelo Rafael era matancero, nacido en un
pueblito llamado Recreo (luego Máximo Gómez), y empezó como lector de
tabaquerías hasta convertirse en periodista. Terminó trabajando en el periódico
Información, en el departamento de información del Ayuntamiento de La
Habana y en la revista Bohemia. Falleció en un accidente, en 1976 cuando
cubría, como reportero, la construcción de las Ocho Vías en Cuba. Mi abuela
Genoveva, sin haber recibido una gran instrucción, era un ser de gustos
exquisitos. Con mucho esfuerzo ambos habían comprado su casita en el reparto
Residencial Almendares, que se encontraba en esa geografía, para muchos difusa,
que se encuentra cerca de lo que era el Reloj Club de La Habana y en donde, por
cierto, Guillermo Álvarez Guedes tenía la sede de su discográfica Gema antes de
que se la nacionalizaran y tuviera que exiliarse. Es decir, al oeste de la
Avenida de Rancho Boyeros, del otro lado de Alta Habana, por donde pasa el río
Almendares antes de llegar a Puentes Grandes.
El enredo es mucho más grande porque mi padre
biológico, Salvador García Ramos, quien había ocupado un puesto vinculado al
Senado por la provincia de Las Villas, iba a ser el padrino de mi madre Ligia y
terminó convirtiéndose en mi padre. Aunque, repito, no tuve relaciones con él
pues era bastante aventurero, y tuvo varios hijos regados, entre ellos al tenor
Aldo Lario (su nombre es Eudaldo García Gómez-Lario), del que supe que era mi
medio-hermano mucho después.
En todo caso, en la casa mis abuelos (a quienes
considero mis padres), se escuchaba la radio CMBF todo el día. El repertorio
clásico, la sinfónica y el bel canto eran omnipresentes y formaron parte
del universo sonoro de mi infancia. Recuerdo que lo más popular que se oía era
el tango, con intérpretes como Hugo del Carril, Libertad Lamarque, Carlos Gardel,
entre otros. Siempre digo que descubrí la música popular cuando llegué a la
Universidad.
Con su abuelo Rafael Sánchez Lalebret en la graduación de secundaria en el Colegio Amador
Justamente, ¿en dónde cursaste tus
primeros estudios?
Empecé la primaria en el Instituto Dixon, una
escuela privada en El Cerro, y cuando pasé al cuarto grado me matricularon en
el colegio Borroto, también en este barrio. Luego, cuando nos mudamos para el Residencial
Almendares, comencé a estudiar en el colegio Amador, en Calabazar. Cuba era entonces
un país en donde todo funcionaba, de modo que una guagüita de la escuela me
recogía y traía todos los días de vuelta a casa. Tanto el Borroto como el
Amador pertenecían a personas de una misma familia.
Mucho antes de que iniciar mis estudios de
bachillerato en el Instituto de La Víbora, me matricularon desde muy pequeña
bailes españoles, ballet y piano. Mi abuela Genoveva se había dado cuenta de
mis dones artísticos por capacidad que tenía desde niña de imitar a artistas
como Elena del Cueto o Sonia Calero delante del televisor.
O sea, que entras en la enseñanza
artística desde pequeña…
Me inscribieron en el Conservatorio de Leonor Periut,
que se encontraba en Centro Habana, y que formaba parte del Conservatorio Nacional.
En esta escuela se reunían muchísimos alumnos y Perla Feliú, la hija de Leonor,
era violinista de una orquesta femenina. Luego estudié en el conservatorio de
Clara Roche, sito en la calle Salud, donde recibí clases de danzas españolas,
ballet y piano. Clarita era bailarina de danza moderna y había sido
castañuelista de la Sinfónica. Fue además la formadora de muchos de los alumnos
que luego integrarían el conjunto de danza moderna de Ramiro Guerra. Todo esto
sucedía gracias a la voluntad de mis abuelos quienes trabajaban muy duro para
pagarme mis estudios.
¿Qué sucede a partir del 1° de enero de
1959?
Sucede que después del caos y de las grandes
transformaciones en el ámbito de la enseñanza que el triunfo del movimiento
insurreccional contra Batista significó, cursé, como casi todos los que fuimos
adolescentes durante aquellos años, un bachillerato acelerado en lo que había
sido el Cuartel Columbia, transformado entonces en plantel de enseñanza Ciudad
Libertad. El bachillerato lo terminé después en el Instituto de La Víbora. En
1961 me fui a alfabetizar a la zona de San José de las Lajas y mis abuelos, al
no querer perderme de vista ni un minuto, a sabiendas del relajo que había ya,
alquilaron un bohío en aquella zona para estar cerca de mí.
En 1962 entré en la Universidad a estudiar
Economía, después de haber recibido una preparación previa en Cálculo y Contabilidad,
pero rápidamente me di cuenta de que este tema nada tenía que ver conmigo. Entonces
dejé esta Facultad y me presenté a los exámenes de ingreso de la Facultad de
Artes y Letras de esta misma universidad para comenzar una licenciatura en
Historia del Arte.
¿Es durante tu carrera de Historia del
Arte que entras de lleno en el mundo del lírico?
Al mismo tiempo que cursaba estudios de Historia
del Arte con profesores estupendos entre los que recuerdo a Vicentina Antuña,
Mirtha Aguirre, Rosario Novoa, Roberto Segre, entre otros, empecé a tomar
clases en la academia de canto de Mariana de Gonitch, una soprano y pedagoga
rusa que había nacido en San Petersburgo, en la Rusia zarista, hija de un
almirante del ejército blanco y quien había pasado parte de su vida como
exiliada en París en donde comenzó su carrera en el arte lírico hasta que llegó
a Cuba en 1940. Mariana falleció en 1993 después de toda una vida entregada a
la enseñanza del bel canto. Y su llegada a Cuba se debió a que había
conocido a su esposo, Pedro Guida, saxofonista de los Lecuona Cuban Boys,
cuando éste tocaba en París en la década de 1930. Esa fue la razón por la que
ambos desembarcaron un día en La Habana.
A pesar de que con el triunfo de la revolución las
instituciones de enseñanza privada habían cerrado sus puertas, todas
nacionalizadas, Mariana seguía dando clases por su propia cuenta y sobrevivían
espacios en los que todavía podían presentarse los cantantes. Eran lugares que no
formaban parte del circuito oficial, como las logias masónicas, la Sociedad Teosófica,
entre otros. Fue Mariana quien me sugirió que me presentara a las audiciones
que iban a hacer para la Universidad de La Habana con el objetivo de escoger a
nuevos talentos por medio de la Comisión de Extensión Universitaria para un
montaje de Cecilia Valdés bajo la dirección del maestro Gonzalo Roig. Y
eso hice.
En ese periodo también quise explorar otras
cuestiones relativas a la técnica con la maravillosa concertista Carmelina
Santana, quien había sido alumna de Joaquín Nin y que me recomendó el pianista
Raúl Iglesias.
De modo que Cecilia Valdés, Mariana de
Gonitch y el maestro Gonzalo Roig están en los orígenes de tu exitosa carrera…
Exacto. Las audiciones se hicieron en el
apartamento en donde vivía, en la calle San Lázaro, el maestro David Rendón,
encargado del montaje. En aquella audición, en la que fui seleccionada
inmediatamente, también lo fueron Isabel Zamora, quien en ese momento estudiaba
veterinaria, y Odelinda Cárdenas que cursabas estudios para convertirse en otorrinolaringóloga.
Entre los pianistas estaba Carlos Manuel Mena Herrera, quien sigue siendo mi
amigo del alma, médico endocrinólogo que hoy vive en Colombia. El director
artístico fue Miguel de Grandy, quien todavía no se había exiliado en Miami, y
el coreógrafo un dominicano que llamaban Faruk. Yo tenía entonces 17 años de
edad.
En el primer ensayo que hice con el maestro
Gonzalo Roig recuerdo que puso la partitura original de Cecilia Valdés,
que es en sol mayor (un tono alto muy agudo). Los músicos, acostumbrados a que
bajara el tono para otras cantantes, le comentaron extrañados lo que ellos
pensaban que había sido un error. Fue entonces que, refiriéndose a mí, les
dijo: “Ella tiene el re. Lo canta en el tono original”. Fue a partir de ese
momento, debutando en la gran escena del antiguo Auditórium de La Habana (luego
Amadeo Roldan y hoy destruido, como todo en Cuba), que comenzó a despuntar mi
carrera.
Fue en ese momento en que el director de cine
Sergio Giral me llamó para que trabajara en el documental sobre la vida de
Gonzalo Roig (1968), pues quería que saliera al mismo tiempo que la zarzuela.
¿Entonces nunca trabajaste en el ámbito de
la historia del arte propiamente dicho?
El arte tiene que ver mucho con mi carrera, pero
si te refieres a trabajar en el mundo de la curaduría, exposiciones y todo lo
que tiene que ver con la crítica de arte, entonces puedo decir que nunca me
dediqué a eso. Me gradué, eso sí, en 1969 después de una interrupción de un año
en que nació Eduardo, mi primer hijo.
Seguí trabajando con el maestro Gonzalo Roig,
haciendo con él romanzas, arias y participando en conciertos de la Banda
Municipal de Conciertos de La Habana que entonces dirigía, e incluso en la
televisión, hasta que en 1970 me llamaron para que fuera parte del elenco del
Teatro Lírico Nacional (poco después llamado Gonzalo Roig) cuya sede estaba en
el hoy destruido y prácticamente en ruinas Teatro Musical, en la esquina de
Consulado y Virtudes, justo donde estuvo antes el teatro La Alhambra.
Debuté así en el Lírico Nacional con La leyenda
del beso, de Juan Vert y Reveriano Soutullo, dirigida por Rodrigo Prats, e
interpretando al personaje de Amapola, mi segundo protagónico después de
Cecilia.
¿En qué momento comienza tu carrera a
escala internacional?
En 1973 entré
como primera solista en la Ópera Nacional de Cuba. Recuerdo que mi primer
protagónico fue Violeta, en La Traviata, estando ya cuando la estrené con cuatro meses de
embarazo de mi hija Jari Anna. En Cuba, el teatro lírico estaba dividido en
zarzuela por un lado y ópera por el otro.
Obviamente, en aquellos
tiempos la primera gira internacional que se hacía era por las capitales de los
antiguos países socialistas de Europa del Este. En ese periodo participé en un
festival de cine en Moscú porque había trabajado, no exactamente como cantante
sino como actriz, en la película El otro Francisco, del director Sergio Giral.
Poco después
estuve en el Festival Cervantino de Guanajuato, en México, un país en el que me
presenté varias veces y del que conservo gratos recuerdos de mis actuaciones en
el papel de Gilda, en la Rigoletto de Verdi y en Lucia di Lammermoor,
de Donizetti, en el Palacio de Bellas Artes del Distrito Federal en 1985 y 1986,
respectivamente. Recuerdo haber hecho en una misma temporada para el Lorca, en
La Habana, los papeles de Musetta y Mimi a la vez en La Bohemia.
¿Rompiste
entonces con el mundo de la zarzuela?
¡Imposible!
Primero porque adoro la zarzuela y, contrariamente a lo que se cree, la
considero un género mayor y siempre lo he reivindicado. Segundo, porque me llamaban cada vez que
había que interpretar a Cecilia y fue el caso en 1981 cuando Roberto Blanco
quiso montar una Cecilia Valdés un poco diferente para la que le encargó
a Leo Brower una partitura que introdujera al personaje de La Chepilla, la
abuela de Cecilia, interpretado para esta ocasión por Esther Valdés.
Poco después a
Armando Suárez del Villar se le ocurrió montar La esclava de José Mauri,
una ópera cubana de 1918 en tres actos, cuya partitura había estado perdida
mucho tiempo y cuyo ambiente se desarrollaba en una plantación colonial de
Camagüey. O sea, que no sólo cantaba en óperas, sino que ofrecía conciertos de
canto, zarzuelas y otros géneros.
Y aparecías
también en el cine como actriz…
Actué, como ya
dije, en el documental sobre la vida del maestro Gonzalo Roig interpretando a Cecilia,
pero también en las películas El otro Francisco (1975) de Sergio Giral,
en Retrato de Teresa dirigida en 1979 por Pastor Vega; en Patakín (1985) una comedia musical de Manuel Octavio
Gómez y en Plácido (1986), también de Sergio Giral. Casi siempre en
relación con la música, evidentemente.
En aquellas
décadas, entre 1970 y 1990, las salidas de Cuba estaban muy controladas y
quienes viajaban eran estrictamente vigilados. ¿Nunca tuviste problemas al
respecto?
No solo estábamos
vigilados, sino que nos retiraban el pasaporte en cada viaje al extranjero y un
encargado designado por la Seguridad del Estado vigilaba todos nuestros pasos. En
Cuba éramos los perfectos rehenes y ni pensar en quedarnos fuera.
Con mi abuelita
anciana en la isla, siendo yo su único sustento, más dos hijos menores, te
podrás imaginar que éramos los perfectos rehenes y ni pensar en salir de Cuba.
Mi esposo y padre de mi hija era Néstor Gutiérrez Carbonell, barítono y miembro
del elenco. Quiere esto decir que no había manera de liberarse porque cuando
viajabas no lo hacías con todos los miembros de tu familia, además te retenían
en pasaporte y te vigilaban. Y si dabas el paso de quedarte, te exponías a que
te castigaran y te dejaran sin ver durante años a los tuyos, sin contar la
manera en que una decisión como ésta les afectaría a ellos también en sus
propias vidas dentro del país. Así que la posibilidad de quedarme ni siquiera
podía pasarme por la cabeza.
Evidentemente,
todos éramos víctimas de grandes arbitrariedades. La primera era que el Gran
Teatro García Lorca, sede del Ballet y de la Ópera, era el feudo personal de
Alicia Alonso, y por esta razón, la ópera quedaba relegada a un segundo plano,
pues ella lo acaparaba para lo único que le interesaba que era su propia
compañía de ballet.
Te voy a contar
la anécdota de lo que me sucedió en 1983 cuando el célebre director y productor
español José Tamayo Rivas vino a La Habana. Tamayo había emprendido ese mismo año,
con su espectáculo “Antología de la zarzuela”, una gira por América e hizo
escala en Cuba antes de seguir rumbo a México. Yo estaba embarazada de
Leonardito, mi tercer y el más pequeño de mis hijos, y lo preciso porque mis
embarazos siempre han tenido que ver con momentos clave de mi carrera. Para
mostrarle a Tamayo las y los diferentes cantantes decidieron hacer pequeñas
presentaciones. Cuando me oyó cantar me dijo, con aquella voz un poco
particular que tenía: “Usted se va conmigo y mi compañía”. Primero que todo,
eso no era así como así, y para colmos yo estaba embarazada. De modo que su
gira continuó y yo permanecí en La Habana. Tuve a Leonardito, y poco después me
propusieron una gira de conciertos por Jaén, Córdoba y otras ciudades de
Andalucía. Fue al final de ésta, cuando estaba de paso por Madrid, que volví a
encontrarme a Tamayo.
En ese momento me
contrató para su “Antología de la zarzuela” y, por suerte, el director de
teatro Ángel Guerra, encargado de aceptar los contratos, dio luz verde para lo
aceptaran. La primera presentación con la compañía de Tamayo fue en Israel, un
país con el que Cuba no tenía relaciones y mi pasaporte era cubano. A la
llegada al aeropuerto de Tel-Aviv todo el elenco pasó sin problemas menos yo y
otro cantante cuya madre era afgana o algo así. Al final, después de cierto
tiempo, me dejaron entrar y recuerdo con especial admiración la calidad del
público de ese país cuando nos presentamos en Jerusalén y en Netanya. La gira
continuó después por Estados Unidos, en donde cantamos en el Kennedy Center de
Washington, y después en Canadá, en los mejores teatros de Montreal y Quebec.
Pero yo tenía que regresar a Cuba porque había dejado a mi hijo que no había
cumplido un año todavía y tuve que pedir permiso a la compañía para ausentarme
un tiempo.
Me imagino
que no te dejaron salir otra vez…
¿Cómo lo sabes?
Obvio. Me di cuenta apenas puse un pie en La Habana. Allí hicieron todo lo
posible para no gestionarme el boleto de avión, a pesar de que Tamayo enviaba
un fax tras otro reclamando mi presencia en España para continuar la gira. No
me daban ninguna respuesta por parte del Ministerio de Cultura cubano. Esto
ocurrió en 1984. Al poco tiempo, en vez de enviarme a España en donde tenía un contrato
que cumplir con José Tamayo, me mandaron a México, a cantar Rigoletto y otros
conciertos, como ya dije, en el Palacio de Bellas Artes.
Incluso tiempo
después, en 1988, di una serie de conciertos en Noruega, Dinamarca y Finlandia
y me ofrecieron un contrato para la nueva temporada de ópera en Helsinki. El
Ministerio de Cultura cubano volvió a negarme la autorización.
Todas esas
arbitrariedades y hostilidades son propias de ese régimen…
Y la razón
fundamental por la que, cansada de todo aquello, decidí abandonar mi puesto de
primera solista de la Ópera Nacional de Cuba y fundar en 1989 el Estudio Lírico
de La Habana, al que llamé así pensando en el teatro experimental del gran
dramaturgo y pedagogo ruso Konstantín Stanislavski.
¿Y qué fue
lo primero que hiciste entonces, esta vez como directora de una compañía?
Lo primero fue un
homenaje al maestro Ernesto Lecuona, a quien, por haberse exiliado y morir
lejos de la Isla, se le había ninguneado y borrado de todo el repertorio lírico
nacional desde 1960. Me propuse entonces montar su zarzuela María la O, que había sido estrenada en 1930 en el Teatro
Payret de La Habana e interpretada anteriormente por grandes del canto cubano
como Marta Pérez, Sara Escarpenter, Hortensia Coalla y Rosita Fornés. Lo hice entonces
bajo la dirección de Nelson Dorr, con escenografía de Gabriel Hierrezuelo,
diseño de vestuario de Eduardo Arrocha (quien hizo una investigación
espectacular) y la dirección musical de Gonzalo Romeu.
Por supuesto,
Alicia Alonso no nos dio el Gran Teatro García Lorca, pero conseguí el Karl
Marx (antiguo Blanquita), que no tenía ni remotamente la misma acústica que el
Lorca, pero tampoco estaba mal. Entre las cantantes, la mezzosoprano Teresa
Guerra (que vive hoy en Béjar), Mayda Galano (que está en Madrid) y yo nos
turnamos para interpretar al personaje de María la O. La puesta de Dorr
introdujo pequeñas variantes como fue el hecho que en el libreto original de
Gustavo Sánchez Galarraga los dos personajes masculinos correspondientes al
marqués del Palmar y al conde de la Vega, antes destinados a dos hombres, se
convirtieron en marquesa y conde, para poder introducir a María de los Ángeles
Santana en el papel de la primera y a Germán Pinelli en el del segundo.
Mi satisfacción
fue enorme, no solo por el exitazo que tuvimos, sino porque gracias a esta obra
pude hacer que tanto María de los Ángeles Santana como Germán Pinelli volvieran
a España, después de décadas sin presentarse en ese país, en donde mucho tiempo
atrás habían sido admirados y queridos. En 1990 pusimos María la O en el
Centro Cultural de la Villa de Madrid, por primera vez en la historia de
España, y también primera presentación de ambos actores en este país después de
1960.
Siguieron
otros éxitos, ¿no?
Y muchos
desencantos, que fueron los que me hicieron abandonar definitivamente mi país.
Después de María la O hice El murciélago de Johann Strauss, una
opereta nacida de la tradición romántica alemana. La dirigió Maritza Rodríguez
y como en el acto II, durante la fiesta en la casa del príncipe ruso Orlofsky,
se suele introducir a grandes artistas, introduje entonces a Jorge Luis Prats y
a Rosita Fornés, lo cual generó enorme sorpresa. El éxito fue increíble, al
punto que la embajadora de Austria en La Habana quedó prendada de la puesta y
nos escribió una carta que aún conservo.
De más está decir
que, en 1991, Estudio Lírico de La Habana le hacía competencia el Teatro Lírico
Nacional y al de la Ópera. No podían ignorarnos. Es la razón por la que en 1991
la propia Alicia Alonso me invita a cantar a Viena. En la capital austríaca,
después de una presentación de la ópera Norma, junto al barítono Hugo
Marcos, uno de sus grandes auditores, el mítico Erich Kunz, nos invitó a ambos
a presentarnos para la temporada siguiente. Cuba nos negó entonces el permiso.
Ni Hugo ni yo comentamos nada, pero cada cual sabía ya lo que tenía que hacer.
¿Y qué
hiciste?
Mi última
actuación en Cuba fue en Aída de Verdi, una idea de la directora de
orquesta Elena Herrera que a mí me pareció un disparate porque representaba un tour
de force, ya que en la ópera las interpretaciones están muy jerarquizadas y
dependen de la intensidad de carácter de cada personaje. A tanta insistencia me
lancé y creo que quedó bastante decente, a pesar de que no era un personaje a
mi medida. Recuerdo que estaba ensayando Aída mientras tenía a mi
abuela-madre enferma de gravedad. Casi que lo hacía por ella porque nunca se
perdió uno solo de mis conciertos en Cuba y sabía que se sentiría muy orgullosa
de verme en ese papel.
Mi abuela-madre falleció
justo antes de la puesta. Ya mis dos primeros hijos estaban mayorcitos, aunque
el pequeño todavía tenía 9 años. Me dije entonces que si no salía de Cuba en
ese momento no podría hacerlo nunca. Dejaba atrás a mis tres hijos, pero no tenía
otra alternativa.
¿A dónde te
vas y como fueron tus primeros años de exilio?
A Madrid, a donde
llegué en 1993 para quedarme. Al principio estuve cantando en un espectáculo de
boleros, pero como llegó la temporada estival y el tema de los espectáculos se
paralizaba, entonces tenía que encontrar otra cosa. Yo había conocido
anteriormente al actor Paco Valladares, quien era muy amigo de la presentadora
Teresa Campos quien tenía un programa matinal en la televisión, de lunes a
viernes, llamado Día a Día. Allí actué entonces, siempre muy medida como
recién llegada, cantando en el segmento musical que tenía el programa hasta que
una de las personas encargadas de la producción me presentó a la representante
francesa Elizabet Michaud, quien tenía una empresa llamada Arts et Musique.
Elizabeth comenzó a conseguirme presentaciones y conciertos en toda la Península,
y aprendí algo del manejo de contratos y estos temas de los que nunca me había
tenido que ocupar.
Entonces
creaste tu propia empresa…
Llamémosla así si
quieres. Yo sé mucho de arte, pero nada de finanzas. Me asocié con la
mezzosoprano Teresa Guerra y juntas fundamos aquella miniempresa con la que
decidimos montar en 1999 María la O. La puesta fue fenomenal, estrenada
en el teatro Campoamor de Oviedo. Trajimos de Cuba a Manuel Duchesne y a
algunos músicos que eran imprescindibles. El éxito fue tremendo, al punto que el
alcalde de Oviedo (que era del PP) nos prometió invitarnos a las temporadas
siguientes, pero en eso vinieron las elecciones, cambió el partido en el poder,
y nunca más nos llamaron. La zarzuela también la pusimos en Segovia y León.
Todo muy exitoso, pero creo que estuvimos pagando las deudas por una década.
A mis hijos había
podido sacarlos de Cuba finalmente en 1995. Y después de la fallida miniempresa
empecé a trabajar con la Compañía Lírica Extremeña que dirigía Paquita García,
quien me había oído cantar en Cáceres y se empeñó, contra mis propias objeciones,
en que interpretara al personaje de la Mari Pepa en la zarzuela La revoltosa.
Estando con Paquita conocí a Juan Sebastián García Caminos, profesor del
Conservatorio de Plasencia, quien nos invitó a mí y a Teresa Guerra, a impartir
unos talleres vocales en la ciudad de Béjar. Cansada de la inestabilidad de las
prestaciones artísticas, me convertí por siete años, y hasta 2007, en profesora
del Conservatorio de esta ciudad de la provincia de Salamanca.
¿Conservas
materiales gráficos y documentales de tu brillante y extensa carrera?
Como todo artista
de pura cepa, soy un desastre para coleccionar o almacenar mis propios
programas y este tipo de cosas. La mayor parte de mis actuaciones que pueden
verse en YouTube se las debo a una persona muy especial, que desde los años en
que vivió en Cuba se convirtió en uno de mis mayores admiradores y nunca me abandonó
durante toda mi vida hasta su muerte reciente en Miami, el pasado mes de marzo.
Quiero hacerle un homenaje muy especial a esa persona: a Danilo Domínguez Dieppa, más conocido por su nombre de transformista de “Mariloly”, con el que fue pionero de este género en Miami y actuó en clubes y otros
espacios de esa ciudad después de su salida al exilio por el puerto del Mariel.
Durante toda la década de 1970, Danilo y el grupito de sus amigos, eran punto
fijo en todas nuestras actuaciones. No se perdían una ópera, conservaban todo
el material posible y lo increíble era que se robaban las rosas del cementerio
para componer los ramilletes que, al final de cada puesta, nos ofrecían a las
intérpretes. Danilo tenía una voz espectacular, pero en Cuba nunca le dejaron
entrar en el ámbito lírico por ser homosexual declarado. Incluso, su padre que
era taxista, me iba a buscarme a mi casa en el alejado reparto Residencial
Almendares, cuando llovía, para llevarme al teatro y que no me mojara. El
hermano de Danilo, el pediatra Fernando Domínguez, quien vive aún en Cuba, fue
quien atendió a mi hijo Leonardito. Este público de aficionados cubanos salvó
la memoria de aquella época. Danilo se tomó el trabajo de rastrear muchas de
mis interpretaciones y de subirlas a su canal de YouTube. Si hoy podemos
recordarlas fue gracias a su paciente labor y a su enorme pasión por el arte
lírico.
¿Y cómo
vive Alina hoy?
Vivo desde hace
tres años muy feliz y cerca de mis nietos mellizos a orillas del río Tormes, en
la ciudad castellana de Salamanca. Mi hija Jari Anna es cantante, y vive a
pocas manzanas de mi casa. Mi esposo Pablo Suárez, ya está retirado, pero como fue
un excelente técnico de luces y sonido, conoce, como yo, a muchas personas del
mundo del espectáculo, por haber trabajado para la productora Pentación,
dirigida por Jesús Cimarro, que administraba el Teatro La Latina. La dueña del
Teatro La Latina era la inolvidable Lina Morgan. Cuando decidió vender el
teatro recibió jugosas ofertas que querían utilizar el inmueble para otros
fines no artísticos. Lina se negó rotundamente y aceptó una oferta menos
cuantiosa porque su condición para vender era que se conservara activo el
teatro de sus sueños.
También, y partir de ese momento, mi esposo estuvo en casi todas las
presentaciones del actor de origen cubano Gabino Diego Solís, acompañándolo
durante años por toda la Península, y a cuya madre Ana María Solís, que acaba de fallecer, tú entrevistaste.
Todo esto hace que viajemos constantemente a Madrid, a ver a amigos,
espectáculos, aunque también sigo cantando, impartiendo talleres para alumnos y
presentándome en muchísimos lugares.
París/Salamanca, junio 2025
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