Chédigny y Montrésor, dos perlas del sur del Loira / por William Navarrete / El Nuevo Herald
Escribo para El Nuevo Herald sobre estos dos sitios fabulosos del sur del Loira en donde estuve invitado por la Oficina de Turismo de Loches.
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Chédigny y Montrésor, dos perlas del sur del Loira
William
Navarrete*
Chédigny fue el
primer pueblo de Francia que obtuvo el título de “Jardín de Interés”. Por
iniciativa de la alcaldía, a la que se sumaron inmediatamente sus habitantes, se
empezó a cultivar rosales por todas partes. Actualmente, unos mil ornan
parterres y jardines, e incluso las aceras transformadas en canteros. Chédigny se
convirtió así en el pueblo más perfumado del país durante el florecimiento y
hasta nuevas variedades de rosas han surgido allí.
Un festival
floral tiene lugar cada último fin de semana del mes de mayo, y a él acuden los
apasionados de la jardinería del mundo entero. Sin olvidar un evento
gastronómico y musical llamado “Bouche et de Blues”, celebrado el último fin de
semana de julio, para deleite de los paladares y oídos de sus participantes con
propuestas de excelentes platos y buena música.
En Chédigny hay
una iglesia del siglo XIII consagrada a San Pedro, con pila bautismal del
medioevo y nave única. También un viejo lavadero de madera, evidentemente
florido como todo el pueblo, a orillas del riachuelo de Orfeuil que lo atraviesa.
Existe un hermoso jardín llamado “del Cura” concebido como huerto medieval con
parterres específicos para diferentes especies aromáticas, alimenticias,
medicinales o arbustos tallados que se inspiran del arte “topiaire” (poda
artística), una manifestación muy francesa creada en el Versalles de los
Borbones de Francia cuando sus jardineros empezaron a diseñar figuras con la
poda de los arbustos. Asimismo, es posible recorrer una parte de las praderas
húmedas que rodean el caserío a lo largo de un kilómetro atravesando un vasto
rosal y enterándonos de los nombres y la historia de muchas especies.
Justo colindando
con el hermoso Jardín del Cura, se encuentra la Maison Flore, establecida en el
antiguo Presbiterio, administrada desde hace dos años por una pareja de jóvenes
hoteleros, Remi y Benjamin, quienes acogen a los visitantes en esta antigua y
elegante casona, en la que también proponen servicio de Salón de Té y, muy pronto,
de restaurante. Allí me alojé con vista a los rosales. Fue indescriptible el placer
de levantarme con el frescor matinal y disfrutar del desayuno en la terraza ajardinada,
desde la que los huéspedes pueden acceder directamente desde el hotel al Jardín
del Cura en horarios en los que éste permanece cerrado al público.
Otra opción
excelente para los almuerzos es el restaurante Le Clos aux Roses, con una carta
creativa que propone productos locales a precios muy módicos, habida cuenta de
la calidad de los platos y la elección de los ingredientes. A la salida del
pueblo, Le Fierbois es un fabricante de yogures caseros a la antigua que ha
recibido varias medallas en concursos, y fabrica también cremas, natas y arroces
con leche en potes. Sus productos pueden comprarse en el pueblo cercano de
Reignac-sur-Indre, exactamente en La Laiterie, a 8 kilómetros (10 minutos en
auto) de Chédigny.
A 22 kilómetros
de Chédigny (media hora en auto) se encuentra el pueblo de Montrésor, cuya
historia traza su majestuoso castillo, inicialmente una fortaleza del siglo XI
construida por Foulques Nerra, conde de Anjou. Transformado en castillo en el
siglo XV por Imbert de Basternay, consejero y chambelán de cuatro reyes de
Francia (desde Luis XI hasta Francisco I), Montrésor adquiere más o menos su
fisonomía actual después de que lo adquiriera el conde polaco Xavier Branicki
en 1849. Es la razón por la que, todavía en manos de esta familia de nobles, existe
en la comarca un fuerte ingrediente genético de población originaria de la
antigua Prusia ya que, durante décadas, y en dependencia de los acontecimientos
históricos que estremecieron a Polonia, fueron llegando decenas de sus
habitantes que terminaron mezclándose con la población local.
Me acompaña
Olivier Chable, quien no solo es el responsable de la comunicación de la
Oficina de Turismo de Loches, sino un apasionado del arte y la historia de esta
región del sur del Loira. El castillo ofrece extraordinarias vistas románticas
del pueblo. Y desde diferentes puntos del pueblo puede verse su majestuosa figura en
el promontorio en que fue construido a orillas del río Indrois.
Branicki era
exiliado político y amigo de Napoleón III, de modo que lo renueva según el
gusto del Segundo Imperio. Gran coleccionista de obras y objetos de arte,
adquiere importantes piezas entre las que se destaca un fabuloso cuadro del
Veronés, otros de Valentín de Boulogne y Vigée Le Brun, así como un piano en el
que Chopin compuso una pieza para la condesa Branicka, trofeos de caza,
tapices, libros valiosos, y no pocas esculturas, como El ángel caído de
Constantin Corti (1869) que se encuentra en los jardines de inspiración
romántica, entre el castillo y su dependencia. El recorrido comienza por el
comedor y la alcoba italiana, desde donde se sube por una escalera de caracol
de caoba a la planta superior.
Saliendo del
recinto y atravesando dos antiguos puentes levadizos (hoy integrados a la trama
urbana) visitamos la Colegiata, antigua iglesia privada de los castellanos,
construida por Bastarnay en el siglo XVI y en la que puede contemplarse una
enorme Anunciación de Philippe de Champagne, del siglo XVII, así como vitrales
de época.
Vale la pena bajar
al río y recorrer el camino ajardinado que bordea su curso, atravesando
puentecillos y esclusas, para admirar las diferentes vistas cautivadoras del
castillo, tratando de ignorar las piezas escultóricas de dudoso gusto que han
colocado a lo largo del trayecto.
Así, de vuelta al
pueblo, llegamos a la Halle aux Cardeaux (el antiguo Mercado) del siglo XVIII,
en donde se almacenaba la lana, y en cuyo piso superior se exhibe hoy el
trabajo del gemmail, una técnica artística, inventada en 1930 por el pintor
Jean Crotti, que conjuga el trabajo del vitral con el reflejo de la luz. Sin la
transparencia y el reflejo luminoso la obra pasaría desapercibida y sus motivos
invisibles.
Una especialidad
gastronómica enorgullece a Montrésor, pueblo alistado entre los más hermosos de
Francia. Se trata de su célebre “macaron” de receta natural y sin añadidos, diferente
de las restantes variantes francesas. Se puede adquirir en la pastelería
Beaugrand, sita en la calle del Mercado, no lejos de la Oficina de Turismo, en
donde también se venden productos y especialidades del sur de la Turena y se
proporciona información complementaria relativa a las visitas, monumentos y
actividades.
* Escritor
establecido en París
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