Entrevista al periodista y escritor Daniel Fernández - Cubanet
Entrevisto para Cubanet a:
Enlace directo: Entrevista a Daniel Fernández, por William Navarrete, Cubanet
Fiesta de coronación en el Colegio Almendares. Su prima Aurorita Fernández, su padre Daniel Fernández, su madre Felicia González, la abuela Rosalía Palma, su tío Cándido Fernández y la tía Aurora ThorneDebo ser el único estibador del mundo acusado y encarcelado por escribir una novela
El
escritor William Navarrete entrevista al periodista, escritor y actor Daniel
Fernández
Aprovecho
de este viaje a Miami para visitar y entrevistar al periodista y amigo Daniel
Fernández. Como cada verano, Daniel espera a sus amigos con una bolsa de mangos
de su patio, en donde crecen tres variedades. Apasionado y especialista en
botánica, siempre ha sido punto fijo en los festivales del mango del sur de la
Florida, y pasear por su jardín en su compañía es una auténtica lección sobre
plantas, flores y árboles frutales. Un día me enseñó orgulloso la pitahaya que
crecía en su jardín con frutos.
A Daniel Fernández lo conocí hace más de 25 años. Trabajaba él en El Nuevo Herald y yo comenzaba a colaborar con el periódico cuando la periodista y activista Nancy Pérez Crespo nos recibió en su casa del SW para ofrecernos una de las opíparas cenas en la que solía reunir a amigos. Con el tiempo colaboramos en varios proyectos, lo invité a participar en la antología sobre el Centenario de la República Cubana en 2002 (Ediciones Universal), presenté algunos de sus libros en París, los reseñé en el periódico, del mismo modo que él escribió críticas sobre algunos de los míos. Nuestra amistad, a pesar de desacuerdos en algunos temas, ha trascendido durante años. Y aunque Daniel es bastante locuaz y ha contado mucho de su vida azarosa y llena de altibajos, me he enterado de muchas cosas que ignoraba y que han salido a la luz durante esta entrevista.
Cuéntanos de tus orígenes familiares
Cubano
por los cuatro lados. Mi padre, Daniel Fernández Pérez, ya era hijo de cubanos.
Mi abuelo Bernardo, su padre, tenía orígenes canarios, pero él había nacido en
Cuba igual que Rosa Pérez, su esposa. Mis abuelos eran de la zona de Campo
Florido, Madruga, Pipián, es decir, de los campos de la provincia de La Habana.
Un tío llamado Jacobo les puso a todos sus hijos nombres bíblicos. Tenía una
finca en Campo Florido y la primera foto actuando que me tomaron fue justamente
en ese sitio, y aunque solo tenía como año y medio, ya anunciaba mi inclinación
artística porque en ella estoy posando con un mango en la cabeza. La primera
vez que monté caballo fue en esa finca. En Madruga, vivía Ambrosio Pérez
Centeno, hermano de mi abuela, al que también visitábamos durante mi infancia.
Estos
abuelos eran espiritistas de salón y Bernardo curaba con agua. Recuerdo que
imprimía volantes con oraciones que lanzaba por las ventanas de las casas y
deslizaba por debajo de las puertas, como los programas de cine de barrio en
Buenavista. Incluso, publicó un librito titulado El amigo del hogar que
aún conservo. Curiosamente, falleció de un infarto en el andén de la estación
de trenes de Campo Florido cuando iba a visitar a su hermano Jacobo que estaba
muriéndose. Recuerdo que el hermano preguntaba constantemente por qué no
acababa de llegar Bernardo, y en un momento dijo: “Ah, ahí llegó Bernardo”, y
expiró. Al parecer había visto al espíritu porque Bernardo había fallecido días
antes.
En
cuanto a mi madre, se llamaba Felicia González Palma, hija de Bernabé y
Rosalía, también cubanos, de la zona del Guatao y Punta Bravo. Fue en casa de
una tía abuela llamada Cuca que tuve mi primer contacto con la botánica, porque
el esposo de ella, que llamaban Chichí, poseía un vivero y vendía matas. Esta
tía Cuca murió centenaria en Miami.
Con
esto quiero decir que mis orígenes son, por parte de mi padre, campesinos y por
la de mi padre, de un pueblo de la provincia de La Habana.
¿Y
tus padres?
Ellos
habían nacido ya en la ciudad de La Habana. Mi madre había sido manejadora de
Cuqui, hija de Isidoro Castellanos, el autor de dos libros: Anatomía,
Fisiología e Higiene y Zoología y Botánica, que eran los manuales
con los que se aprendían estos temas en las escuelas cubanas. Esto sucedió
antes de que se casara con mi padre, quien trabajaba en la fábrica de aluminio
Bolinaga, en Regla, en donde era remachador. Mi padre también había sido
venerable maestro masón de la Logia Libertad y Civismo que quedaba en el barrio
La Ceiba. Después de mi nacimiento, mi madre montó a través de una hermana de
ella un negocio de ventas a domicilio de joyas y de telas.
¿Dónde
naciste y qué recuerdos tienes del barrio de tu infancia?
Nací en
La Habana, en el barrio de Buenavista, y mi primer hogar se encontraba en el
2508 de la calle Consulado, que ahora llaman 60. Frente a la casa había una
especie de cuchillo formado por las calles Mendoza y Novena.
Mi
infancia estuvo bañada por la música, por una parte, cubana que oía desde la
victrola del bar de Everardo que quedaba en frente y, por otra, española, que
emanaba de otro aparato similar, pero esta vez proveniente del bar de Andrés,
un peninsular, con cuplés y todo el repertorio popular español del momento.
Buenavista
era un barrio muy cosmopolita. Al lado de mi casa estaba la quincalla El Gallo,
que pertenecía a un judío polaco llamado Isaac y, del otro lado, una fonda de
chinos que, luego, se convirtió en guarapera. Detrás de la fonda, por ejemplo,
vivían unos mexicanos: Ismael y su esposa que tenía unas trenzas yucatecas que
les llegaban a las rodillas. En una tienda de víveres en la misma cuadra
llamada La Bodeguita del Medio, propiedad también de una mexicana, Lupe, se
ponía un limpiabotas que era quien vendía revisticas policiacas a todo el
barrio, pero también pornográficas, que escondía en el cajón y fue la primera
vez que me enteré de la existencia de este tipo de publicaciones.
¿Dónde
cursaste tu primera escolaridad?
Empecé
el kínder en una escuelita pública y el primer grado en una privada que tenían
las hermanas Mirtha y Olguita Clemades. Luego me pusieron en el colegio
Almendares que estaba en la casona que había sido la de Don Nicanor del Campo y
allí cursé hasta el tercer grado. En ese colegio fui elegido “rey” en una
especie de tómbola con espectáculos en la que participaban todos los niños en
números bailables. La coronación fue todo un espectáculo y fui coronado por el
que era entonces conde de Pozos Dulces. ¿Te imaginas? Del cuarto grado y al
principio del séptimo grados los hice en la Academia Lasalle, del Centro Cívico.
En 1960, cuando empezaron los problemas políticos y que el transporte empezaba
a fallar decidí cambiar de escuela.
En
1959, meses después del triunfo de la revolución, mis padres se mudaron para
Puentes Grandes, a una casa junto a la que alquilaban mis abuelos maternos, con
tíos, tías y primos que vivían en esa casa y en otras del mismo barrio. Entonces
me matriculé en la escuela Carlos de la Torre, cerca de allí.
¿Tu
familia se había implicado en la lucha contra Fulgencio Batista? ¿Qué recuerdos
tienes del 1° de enero de 1959?
En mi
casa simpatizaban con los revolucionarios. Digamos que se implicaron
superficialmente pues compraban bonos del 26 de Julio y repartían aquellos
panfletos que se llamaban de Las 3 C (cero cine, cero cabarets, cero compras)
que incitaban a una forma de resistencia haciendo mella en la economía.
La
mañana del 1° de enero de 1959 una vecina espiritista llamada María Hernández
nos tocó la puerta muy temprano para darnos la noticia. Muy alborozada le
anuncio a mi abuela que se había ido el tirano y ambas de abrazaron llorando.
Sucedió que poco tiempo después, esta misma vecina vino a avisarnos que le
extrañaba que el polaco dueño de la quincalla no había abierto y así fue como
descubrieron que yacía apaleado y casi moribundo en el patio de su casa. Se
rumoró que era un ajuste de cuentas porque se sospechaba que había sido
informante de la policía de Batista.
Eras
muy joven, me imagino que no te implicaste en la revolución en marcha.
Te
equivocas. Con 13 años de edad me fui a alfabetizar. El entusiasmo entonces era
grande y yo había tenido una educación cristiana, en la que me inculcaron
aquello de ayudar al prójimo. Enseñar me parecía una misión justa y
humanitaria. A esto se añade que yo quería escapar de mis padres que no eran
nada fáciles. Recuerdo que un acceso de cólera mi padre me dijo que si lo que
quería era irme a alfabetizar que buscara el papel que él debía firmar
autorizándome como menor, y en ese mismo momento le dije que el papel lo tenía
en mis manos, de modo que en medio de su furia no le quedó otra alternativa que
firmarlo.
Alfabeticé
durante todo el año de 1961 y lo hice primero en solares de La Habana, luego en
el cuartón rural La Canoa, de la zona del central Perú, antes de Jobabo, en
Victoria de Las Tunas, antigua provincia de Oriente.
Pero
no habías terminado el bachillerato…
Después
de la alfabetización a todos los que habíamos participado en aquella aventura nos
dieron becas para que estudiáramos lo que quisiéramos. Yo me inscribí en 1962,
en la Escuela Nacional de Arte (ENA) en Cubanacán, en donde empecé a estudiar Artes
Dramáticas. En mi grupo estaban estudiantes que luego se convirtieron en
grandes actores, como Mirtha Ibarra, Doris Gutiérrez, Miriam Lezcano, Tito
Junco, María Elena Mariño, entre otros. Estudié dos años hasta que me
expulsaron por cuestiones disciplinarias, pero en realidad era por mi evidente
homosexualidad, lo cual había ocasionado acusaciones superficiales por algunos
alumnos. Al dejar la beca, pasé distintos cursillos, en la Biblioteca Nacional,
uno de Orientalismo, y en la Biblioteca de Marianao, uno de Apreciación de la
Lectura que fue en realidad de crítica literaria con la gran escritora Mercedes
Antón, cuya amistad disfruté también después en Miami. Como ya estaba en edad
militar, me llamó el Servicio Militar Obligatorio, que comencé en abril de 1965
en una unidad de radares que quedaba en el Wajay.
¿Terminaste
el Servicio Militar sin problemas?
¡Al
contrario! Fue justamente durante los tres años y medio que duró el Servicio
que estuve preso dos veces. La primera fue por fugarme y la segunda porque me
acusaron, en 1967, de haber brindado por la muerte del Che. Sucedió que los que
estábamos de guardia preparábamos los fines de semana una mezcla de alcohol de
90 grados que yo me robaba del almacén del que era responsable con agua de
coco. Una noche en que estábamos tomando aquella bebida llamada saoco Fidel
Castro acabada de anunciar, durante uno de aquellos discursos interminables que
pronunciaba, la muerte del Che. Entonces se apareció en la barraca en que
bebíamos, alguien extremista y comecandela que nos sacó en cara que en vez de
estar de luto parecía que estábamos celebrando la muerte del Che. La discusión
se fue acalorando y en una de esas, le dije que al fin y al cabo si estábamos
celebrando cuál era el problema. El caso fue que aquello trascendió, me
chivateó y me mandaron a una corte militar en la que condenaron a cuatro años
de prisión que empecé a cumplir en el castillo del Morro.
Cuéntanos
tu experiencia en esa prisión
A los
pocos días de ingresar en la prisión, me hicieron una prueba de redacción y
mecanografía, y se dieron cuenta de que yo tenía la preparación requerida para
ciertos trabajos burocráticos. Necesitaban a alguien que trascribiera los
juicios, aunque en realidad esos juicios eran una mascarada. Imagínate que
llegué a ver y transcribir hasta 34 juicios en un mismo día. De modo que permanecía
con el uniforme de recluta, con derecho a pases y llamadas telefónicas, pero
condenado a cumplir la condena en este lugar que, como sabes, era una prisión
colonial con galeras que databan de siglos atrás. El director de la prisión era
un tal Roberto Paraleda Nápoles y tenía un secretario que se llamaba Higinio,
que estaba cumpliendo condena por asesinar a su mujer. En una ocasión tuve que
sustituirlo, y ahí fue cuando descubrí que las sentencias se firmaban antes de
que tuvieran lugar los juicios que, aunque tenía abogados defensores de oficio,
eran decididos por un juez y dos vocales.
La
prisión tuvo mucho que ver con mi conversión espiritual. Fue allí que empecé a
escribir mi primera novela La vida secreta de Truca Pérez, que tantos
problemas iba a causarme años después. En El Morro había dos torreros, uno
español llamado Azcuín y uno cubano apellidado Chávez. Simpaticé con este
último que me regaló libros como Benito
Cereno, de Melville. Me dejaba subir al faro para ver La Habana de noche y
escuchar Nocturno, Oiga y otros programas en su radio. Como al
fanal había que darle cuerda cada seis horas, yo me ocupaba de eso a
medianoche, para que él pudiera acostarse temprano.
¿Cuándo
saliste y qué hiciste?
En 1968
me dieron la baja del Servicio y salí del Morro. Como estaba en vigor una ley
llamada “contra la vagancia” tuve que ponerme a buscar trabajo de traductor o
cosas que tuvieran que ver con el arte, pero en ningún sitio me aceptaban. Lo
único que encontré fue de bracero/estibador en los muelles del puerto. Estuve
trabajando en los muelles diez años de mi vida, hasta el 12 de mayo de 1978 en
que me meten preso por tercera vez.
Pero
nunca perdiste contacto con el ámbito intelectual…
En esa
época a Fidel Castro le dio por obligar a la gente que trabajaba a estudiar en
cursos nocturnos. Fue en 1974 que me inscribí en los cursos nocturnos de la
Facultad de Letras de la Universidad de La Habana y recuerdo que en mi aula
estaban desde Osvaldo Navarro, Susana Alonso, el actor Julito Martínez y hasta
Nitza Villapol, conocida por su programa Cocina al minuto, el primero de
su tipo en el mundo y uno de los que más tiempo duró en antena. Un programa muy
moderno. Fue donde se inventó la toma de los platos y calderos desde arriba,
que se logra mediante un espejo. Las cámaras de antes no permitían hacer las
maravillas que se hacen ahora. Me hice muy amigo de Nitza y recuerdo que me
confesó que ella estaba harta de la cocina y que quien cocinaba para el
programa era Margot y en su casa la que lo hacía era su madre, Carolina. En esa
época a la par de la escuela de Letras me matriculé en la escuela de idiomas
Tamara Bunke en la que me gradué de traductor de alemán.
¿Te
relacionabas con el mundo intelectual?
En este
periodo de mi vida frecuentaba a muchos intelectuales, pintores, escritores.
Era muy amigo de Humberto Arenal, que leyó mi novela, y quien me confesó en un
momento que se había quedado en Cuba porque no tenía otra opción, pero que a
veces le daban ganas de mandarlo todo al carajo.
También
era amigo de Abelardo Estorino, Antón Arrufat, Miguel Barnet, José Rodríguez
Feo, Carlos Piñeiro, Pepe Triana, y especialmente Virgilio Piñera a quien
conocí en el vestíbulo de la Cinemateca y, después de un largo interrogatorio,
tanteándome para ver si era informante del régimen, me fue dando entrada, al
punto de que, en ocasiones, me sentaba en la butaca del cine al lado de él para
ver las películas, y me leyó una de sus obras en su casa en privado.
En esa
época lo más delicioso de La Habana era que te encontrabas con gente conocida
en cualquier sitio, en la calle, porque todo el mundo tenía que salir a
resolver sus problemas. Así fue como conocí a Alicia Rico que se sentó al lado
mío en un banco del Parque Central para comerse unos churros y conversamos. Con
Bola de Nieve conversé montado en la ruta 27. Él vivía cerca del paradero de
esa guagua.
¿Cómo
era Virgilio?
Muy
lapidario, como toda persona que ha sufrido mucho y que, como él, fue tan
repudiado por su homosexualidad desde décadas antes. El humor de Virgilio era
único. Te contaré una anécdota que ocurrió en casa de Olga Andreu, en un
momento en que ésta organizaba la fiestecita de cumpleaños de su hija Natalia.
Entre los invitados estaba Antón Arrufat, quien enseguida se puso a sacarle
fiesta al noviecito de Natalia, joven y bello, y que no le hizo el menor caso.
Entonces, evidentemente furioso por el desprecio, Antón dijo: “Este muchacho
está lleno de vanidad”. A lo que Virgilio respondió: “Ay, niño, ¡déjalo que se
llene de algo! Como sabía que yo devolvía los libros me prestó muchos, entre
ellos El monje de Matthew Gregory Lewis, en la traducción de Artaud.
Virgilio decía que, como Mallarmé, él lo había leído todo.
Me
dijiste que volviste a caer preso, por tercera vez. Cuéntanos en qué
circunstancias.
Yo era
muy confiado y hablada más de la cuenta. Como dije, estando preso en el Morro
había empezado a escribir la novela La vida secreta de Truca Pérez. Como
hacía lecturas para amigos en diferentes lugares como en la casa de Carlos
Piñeiro, el director de la televisión, la novela inédita se había convertido en
una especie de leyenda urbana. Un día estando en Coppelia me encontré con Roger
Salas, quien al verme con el manuscrito debajo del brazo insistió para que se
lo dejara y, aunque no lo hice, sí le mostré páginas. Este Coco Salas vivía en
el mismo edificio que Reinaldo Arenas, en el antiguo hotel Montserrate, en las
lindes de Centro Habana y de La Habana Vieja. Yo visitaba frecuentemente a
Reinaldo y como a veces no estaba me quedaba un rato en casa de Coco Salas
esperando a que regresara.
En esa
época yo seguía de estibador en el puerto. Corría el año de 1978 y tuve la
premonición, e incluso se lo comenté a mi madre, de que me iban a arrestar. Y
no me equivoqué porque una mañana sentir cuando la policía de la Seguridad del
Estado vino a buscarme a la casa y me escapé por detrás. Claro, como no tenía
donde meterme no me ocurrió otra cosa que ir a mi trabajo, al puerto, porque en
cierta medida allí era donde más protegido me sentía porque me querían
muchísimo y la brigada en la que yo trabajaba, la de Fonseca, había salido
vanguardia nacional. Entonces me fui al trabajo y fue allí, delante de todos
mis compañeros, que vino la policía, un 12 de mayo de 1978, a arrestarme.
¿De
qué delito te acusaban y en qué condiciones ocurrió todo?
El
delito era subversión y distribución de propaganda enemiga. Todo relacionado
con mi novela manuscrita La vida secreta de Truca Pérez que denunciaba
la persecución a los homosexuales y ponía a Fidel como un tirano más. Con el
cineasta Tomás Piard había filmado de manera clandestina un episodio que
también me fue incautado. Los interrogatorios duraron 42 días en Villa Marista,
sede de la Seguridad del Estado, y también detuvieron e interrogaron a Carlos
Victoria, que vivía en Camagüey; al propio Tomás Piard; a Bernardo Medina, que
vivía en Pinar del Río, a Reinaldo Flores, quien había pasado la novela a
máquina.
¿Supiste
quién había dado el chivatazo?
Por
supuesto. Y lo sé porque le puse tres trampas y no es primera vez que lo
revelo. Fue Coco Salas, a quien yo le había dicho tres mentiras que salieron
durante los interrogatorios en Villa Marista. Siendo él la única persona a la
que le había dicho que existían siete copias del manuscrito, que una de las
copias estaba en el extranjero y que el escritor Miguel Barnet lo había leído.
Cuando el oficial interrogador mencionó estas cosas, yo le dije que estaba
perdiendo su tiempo que todo eso era una mentira que le había dicho a Coco
Salas para ponerlo a prueba. En cuanto le dije esto, se acabaron los
interrogatorios. Aunque ahora pienso que más de una persona informó sobre mí.
Nunca
acepté ninguno de los cargos y siempre mantuve que yo no había dicho nada de lo
que aparecía en la novela por la única razón de que se trataba del personaje
que al final se suicidaba. Inicialmente la sanción que me pedían era de 8 años
de cárcel y terminaron metiéndome 4 que iba a cumplir en el Combinado del Este.
¿Y
los cumpliste?
Ya
desde el juicio mismo me habían dicho que me liberarían a condición de que
aceptara irme del país. En ese momento estaban sacando presos de las cárceles
por acuerdos con el gobierno de Jimmy Carter. Así y todo, estuve preso un año y
medio en el Combinado del Este en donde estaban mezclados presos comunes y
políticos. El Gobierno estaba preparando el Festival Mundial de la Juventud y
de los Estudiantes y se esperaba que visitaran la isla miles de jóvenes de
todos los países del mundo. Por esta razón, recogían y encarcelaban a todos los
que ellos consideraban que representaban un peligro ya que podían contarles a
los visitantes la realidad que vivíamos. Aquello fue una auténtica razzia y
recuerdo haber visto ingresar al Combinado hasta unas 300 personas diarias. Había
persona que por estar marcadas y sin haber hecho nada las metieron en la
cárcel. Uno de ellos, por ejemplo, era Nelson Carrera, quien había estado en
Argelia y, tras su regreso a Cuba, se había quedado más tiempo de lo previsto
en Madrid. Como le tenían un expediente abierto también lo metieron preso en
ese momento.
Creo
que debo ser el único estibador del mundo acusado y encarcelado por escribir
una novela.
¿Cuándo
logras salir de la cárcel y de Cuba?
De la cárcel salí
en septiembre de 1979 y de La Habana, rumbo a Miami, el 12 de diciembre de
1979, un día de la Guadalupe, a quien, por cierto, le había hecho una promesa.
Había requerimientos para la salida como darse de baja de la libreta, hacerse
placas de pulmones, sacar los antecedentes penales y toda una serie de cosas.
Durante los tres meses que estuve en esas gestiones me encontraba con gentes
que conocía en la calle y que se hacían los que no me conocían. El propio
Piart, por ejemplo, fue uno de ellos. El terror era lo corriente.
¿Cómo fue
tu llegada a Miami?
Al principio me
quedé en casa de unos tíos mayores por parte de padre que ya estaban retirados
y que vivián en la 6 calle y la 16 avenida del SW. Estuve durmiendo durante dos
meses en un catre en la sala, hasta que conseguí trabajo en el departamento de fotolitografía
de la editorial América que era la que publicaba revistas como Buen Hogar,
Vanidades, etc. Me pagaban 30 dólares por artículo, pero pude ir
introduciéndome en el mundo periodístico. Además, me pude independizar y
mudarme solo para la 7 calle y la 17 avenida del SW, detrás del restaurante El
rey del bistec.
Poco tiempo
después empecé a trabajar, bajo la dirección de María Eloísa Álvarez del Real,
quien había sido directora del Instituto de La Habana, en el Almanaque
Mundial, una publicación de carácter anual. Recuerdo que hicimos el Atlas
de Venezuela y a mí me tocó preparar todo lo relativo a la isla Margarita. Hice
tres libros con María Eloísa: una biografía de José Gregorio Hernández, una
historia de la magia a la que pusieron un título absurdo Todo sobre brujería,
y un diccionario de arte y literatura. Esta etapa en la editorial América fue
muy formativa para mí, pues date cuenta que yo siempre había sido muy
marginado, algo así como una bala perdida, que nunca había pertenecido a ningún
grupo y que se había creado su propia Cuba, sobre todo en el exilio. Allí
escribí con 8 seudónimos sobre distintos temas, y me inicié como astrólogo
profesional en varias revistas internacionales. En la revista Ideas para su
hogar por más de 11 años tuve la columna Secretos de Buena Cocina con el seudónimo de Lola de Feria.
¿En qué
momento empiezas a trabajar para El Nuevo Herald y cómo entraste en el
periódico?
Debe ser hacia
1985, cuando el periódico estaba dirigido por Roberto Suárez. Yo empecé
traduciendo para Olga Connor que dirigía entonces Galería, recetas del alemán.
Luego, cuando entró Silvia Licha, y apoyada por Alberto Ibargüen, el nuevo
director, ésta me dio la oportunidad de escribir las críticas de música y las
columnas de música y de jardinería.
Mis columnas de
jardinería tenían un éxito increíble. Mi propia casa se había convertido en una
jungla pues cuando la compré en 1990 solo tenía dos matas de mangos y un
flamboyán, y hoy en día parece una selva tupida. Hubo un momento en que las
columnas tenían un spot publicitario en el canal 23, pero terminaron
retirándolos. Hice unos doce documentales sobre plantas mezclándolos con temas
culturales para una empresa particular, pero solo se vieron en Puerto Rico.
El periódico al
final, antes de retirarme, ya no se parecía en nada a aquel en el que empecé.
Antes pagaban todos los extras, pero cuando llegó como director Carlos
Castañeda instauró un sistema que a mí me recordaba el comunismo y los
periodistas empezamos a trabajar por un salario fijo, de modo que aumentó la
cantidad de trabajo por el mismo dinero.
Humberto Castelló logró volver a levantar el periódico, pero ante las
políticas de los dueños, se vio obligado a renunciar.
¿Qué
recuerdos tienes del Miami de la década de 1980?
Era una ciudad
maravillosa. Se acuñó la expresión The Magic City. Puedo decir que no tengo
ninguna nostalgia de Cuba, sino del Miami de aquella década. La ciudad tenía
decenas de sitios nocturnos, muchos teatros en español, muchos lugares para
gay, se socializaba mucho más que hoy y la vida cultural era increíble. Nancy
Pérez Crespo había fundado la editorial SIBI con un catálogo fabuloso. Allí
trabajé con Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé. Por Miami pasaban grandes
escritores y artistas. Por otra parte, existía una gran vida espiritual, había
convenciones de astrología. Siempre digo que en esta ciudad tuve una segunda
juventud. Todo eso empezó a cambiar a partir de 1989 y yo lo predije. De todas
formas, todo cambia y como dijo Lezama Lima, la vida es una oscura pradera que
va pasando.
Has
publicado varios libros y también has incursionado en la actuación…
He publicado Alquimia
magna, que primero salió en el periódico por entregas. Luego publiqué, en
2009, Sakuntala la mala contra la tétrica mofeta, una especie de
homenaje a Reinaldo Arenas quien mintió cuando contó en Antes que anochezca
que había sido Virgilio quien había quemado sus poemas. Sin embargo, en la
entrevista que le hizo el New York Times él había dicho que era yo el
que quemaba los poemas después de leídos en público para evitar las pruebas,
como realmente hice en una ocasión en casa de Carlos Piñeiro. Quizá le falló la
memoria. Luego, publiqué en 2010 las Novelas Sencillas que eran tres (Los
amores de Luis XIII y Akenatón y Nefertini, ambas publicadas en el
Herald bajo el seudónimo de Leina D’Zednarnreff en 1992 y 1993 y la propia Alquimia
magna que publiqué en este mismo periódico bajo el seudónimo de Aida
Cranite). Después publiqué en 2019 La edad de la idiotez. La amnesia y la
perplejidad y, por último, en 2022 Epístolas eróticas a Fabio, un
libro que desearía que siguiera circulando pero que Amazon tiene secuestrado.
En cuanto al
ámbito teatral mi debut fue con el grupo Prometeo en la pieza El chino,
de Carlos Felipe, en la que interpretaba el papel del esposo de mi maestra
Teresa María Rojas, bajo la dirección de Heberto Dumé y montaje de Samuel
Vázquez. Esto ocurrió en mayo de 1989 y la puesta tuvo lugar durante el cuarto
Festival de Teatro de Miami, pero pasaron muchas cosas, me desencanté y terminé
abandonando el teatro.
Pasó mucho tiempo
sin que volviera al teatro hasta que, por mis 70 años, escribí y actué en el
monólogo 70 veces Sakuntala para el
festival latinoamericano del monólogo en Havanafama. Estuve haciendo monólogos
míos durante varios años consecutivos, también había actuado en 2018 en Las
chicas de Copacabana que tuvo muchísimas exitosas funciones bajo la
dirección de Juan Roca y en la que interpreté el personaje de Hortensia. Y en
el 2023 hice de Liduvina en Divinas
palabras, de Valle Inclán, con el mismo grupo dirigido por Juan Roca.
¿Qué estás haciendo ahora?
Estoy trabajando
en una adaptación de La tempestad, de
Shakespeare, donde pienso realizar mi sueño de interpretar a Próspero y ya
comencé una nueva novela autobiográfica muy divertida y compleja. También he
entrado en una nueva etapa de crecimiento espiritual. Como decía Martí: La
educación comienza en la cuna y termina en la tumba. Todos los días aprendo
algo, hasta en sueños.
¿Has vuelto
a Cuba?
Nunca. Lo intenté
en 1989, cuando mi madre estaba muy enferma y se sabía que le quedaba poco. Me
humillé, pedí el permiso para regresar y me lo negaron. Mi hermana vivía
todavía en Cuba y me contó que al ir a las oficinas en donde se tramitaba el
permiso, con el documento de la Cruz Roja en la mano que probaba las
condiciones físicas de mi madre, el empleaducho a cargo de esto le dijo: “su
hermano nunca más podrá pisar esta tierra”.
Nunca entendí la
razón de tanto odio, como si yo hubiera puesto bombas o incendiado no sé qué.
El caso es que fue mi madre quien, nueve meses antes de morir, con mucho
esfuerzo vino a verme a Miami. Estuvo visitándome apenas 40 días. Pues solo
daban permiso por 20 prorrogables por otros 20 con papeles médicos y volviendo
a pagar el trámite. Llegó para verme y despedirse de mí, pues no la había
vuelto a ver desde mi salida de La Habana en 1979. Hizo aquel viaje con el seno
sangrando todavía de la mastectomía que le habían hecho. Entonces me dije que,
si a mí no me habían dejado regresar a mi país para ver mi madre antes de
morir, nunca más volvería a ver a Cuba. Tendrían que ocurrir muchos milagros
para que yo volviera. No odio a Cuba, pero solo me dio malos recuerdos y
prefiero la paz de mi patio donde vuelvo a vivir el Campo Florido de mi
infancia.
Comentarios
Publicar un comentario