Entrevista a Alberto Muller - por William Navarrete - Cubanet
Entrevisto a Alberto Muller. Les dejo el enlace directo y la entrevista copiada abajo:
Me gustaría volver Cuba, pero no con asesinos en el poder / por William Navarrete
Me gustaría volver Cuba, pero no con asesinos en el poder
(El escritor
William Navarrete entrevista al periodista cubanoamericano Alberto Muller)
A Alberto Muller,
amigo de grandes amigos, lo contacté gracias a Juan Manuel Salvat, su colega y
cómplice desde que ambos estudiaban en la Universidad de La Habana en 1959. Por
supuesto, durante todos estos años, Muller ha sido una referencia del
periodismo de exilio cubano desde la ciudad de Miami, ya sea por sus casi tres
décadas como columnista del Diario Las Américas, como por su trabajo
infatigable en Radio Martí, emisora en la que trabajo desde 1995 hasta
hace muy poco, en que, como él mismo dice, lo retiraron.
- Háblanos de
tu lugar natal.
Nací el 23 de
mayo de 1939 en una casona del Cerro que era, hasta donde sé, un caso atípico
en La Habana. La casa familiar estaba en la Calzada del Cerrro, n° 1613,
esquina Lombillo y colindaba con la clínica La Covadonga. Tenía 22 cuartos y
dos plantas lo que permitía que cohabitaran cuatro familias del mismo núcleo:
la de dos de mis tíos, la mía directa y, por otra parte, mi abuelo. Como mi
padre y mi abuelo eran médicos la puerta principal se dejaba entreabierta desde
muy temprano utilizando una aldaba. De este modo los pacientes podían entrar
directamente sin necesidad de tocar. La puerta no se volvía a cerrar hasta las
8 de la noche.
Durante el día
desfilaba un cortejo de vendedores ambulantes: el hielero, el lechero, el
panadero, el vendedor de viandas, e incluso la dulcera Tomasa con la caja de
dulces sobre la cabeza, entre muchos otros que pasaban para vender sus
mercancías. Toda mi infancia transcurrió con ese trasiego de gente y allí viví
hasta los 18 años en que nos mudamos para Tarará.
- ¿Y tus
padres y abuelos?
Mi padre,
Francisco Muller San Martín, era médico como ya dije, y tenía consulta en la
calle J y Línea, en El Vedado. Era hijo del también médico cirujano Francisco
Muller Valdés-Collel (hijo a su vez del malagueño Juan M. Muller y de la
habanera Antonia Valdés-Collel) y no conoció a su madre, la habanera Caridad
San Martín Delgado (hija de Manuel San Martín y de María Delgado) porque ésta
falleció siendo él muy niño.
Mi padre tenía una
hermana (Dulce María) y dos hermanos: Juan Manuel que era inspector de
impuestos del Ministerio de Hacienda y Alfredo Muller, este último obispo de Cienfuegos
desde 1961, y a quien llamábamos el “Tío Cura”. Siempre vivió en la isla y allí
falleció en 1993. Estos Muller de mi familia paterna tenían orígenes en el
Reino de Baviera, de donde había salido uno de mis ancestros para ocupar la
función de agregado naval en el puerto andaluz de Málaga, hacia finales del
XVIII. El caso fue que, en la primera mitad del siglo XIX, dos hijos de este
alemán viajaron a La Habana, se establecieron en la capital cubana y echaron
raíces allí. En una ocasión averigüé con el cónsul de España en Miami quien, a
su vez, escribió a la alcaldesa de Málaga en aquella época, pues la conocía, y
ésta se interesó en el caso y encontró que, en efecto, un tal Wilhem Muller se
había establecido, proveniente de Baviera, en su ciudad. Y que sus dos hijos habían
salido hacia Cuba.
El caso es que mi
abuelo Francisco, además de médico, era malacólogo, es decir, coleccionista de
caracoles. Su colección era tan impresionante que recuerdo que venían a verla eminencias
del tema, como el Dr. Carlos de la Torre. Esta colección mi abuelo la donó a
las Escuelas Pías de los Escolapios de Guanabacoa, donde casualmente estudié
yo. Recuerdo que, en 1976, cuando salí de la prisión, visité el antiguo Palacio
Presidencial de La Habana, transformado ya en Museo de la Revolución, y grande
fue mi sorpresa al comprobar que toda la colección de mi abuelo, con las mismas
mesas y rótulos, se exhibía allí. Fue también mi abuelo paterno quien me enseñó
desde muy joven a jugar ajedrez, una de las aficiones de mi vida. Y mi padre
quien me introdujo en el mundo de la colombofilia, una de sus pasiones. Tenía
muchas palomas mensajeras y había ganado varios premios en la carrera La Habana
– Pinar del Río, a uno de los cuales le puso “Sarita”, que era el nombre de mi
madre.
Mi madre, Sara
Quintana Chacón era de Alquízar, un poblado de la llanura habanera. Me decía
que su padre había sido agregado consular de Cuba en Barranquilla, ciudad
colombiana en donde había nacido su hermana mayor, quien décadas después,
durante su exilio en Miami, le decía a todo el mundo que ella era colombiana.
Lo cierto es que conocía de memoria y cantaba el himno de ese país.
- ¿Dónde
cursas tus años de escolaridad?
Lo que llamábamos
kínder lo hice en la Escuela Pública de la Calzada del Cerro y calle La Rosa.
Como Antonieta Gorrín, esposa de un primo, era maestra del Columbus School del
Vedado, entonces cursé allí toda la primaria. Ese era uno de los colegios
bilingües de La Habana, en el que recibías las clases en español y en inglés.
Luego, el bachillerato lo empecé en el colegio de Belén, pero como en 1957 nos
mudamos para Tarará, y me cambiaron para las Escuelas Pías de Guanabacoa, algo
de lo que me alegré mucho porque yo tenía ciertas discrepancias con los
jesuitas, mientras que con los escolapios me sentía de maravillas. Recuerdo que
entre mis profesores tuve al Padre Pastor González, un negro al que debo lo
mejor de mi formación y que venía de las filas del ABC, aquella organización
fundada en épocas del machadato.
- Entonces
tu ingreso en la universidad, si no me equivoco, debe haber quedado en suspenso
por los acontecimientos de 1959…
En efecto, en
1958 la Universidad de La Habana permaneció cerrada. Esto hizo que entrara en
1959, a estudiar Derecho junto con un grupo de estudiantes católicos entre los
que estaban Juan Manuel Salvat, Reinaldo Ramos, Jorge Garrido, Juanín Pereira,
Yara Borges y Lillian Abella, con los que fundé un periódico llamado Trinchera
en el verano de 1959, que empezó se volvió muy polémico e incómodo para un
régimen que ya empezaba a dar las primeras señales de convertirse en dictadura.
- ¿Qué
actividades realizan en el seno de este grupo de estudiantes universitarios?
En diciembre de
1959 nos enteramos por Ángel Fernández Varela, quien dirigía una agencia de
prensa, que el corresponsal del periódico soviético Pravda en La Habana,
Alexander Alexaiev, era en realidad un agente encubierto del KGB en Cuba. Como las
oficinas del supuesto corresponsal de prensa estaban en el Hotel Sevilla, en El
Prado, para allá fuimos un grupo de Trinchera a intentar entrevistarlo.
Al principio, no
quiso recibirnos, alegando que estaba en vísperas de un viaje a Buenos Aires y
que no tenía tiempo, pero lo convencimos y accedió porque le dije que queríamos
comunicarle la situación del Partido Socialista Popular, que no había apoyado a
la revolución desde el principio. En el transcurso de esa entrevista él nos
dijo claramente que el compromiso entre la URSS y Fidel Castro ya estaba
establecido y que la revolución cubana iba a convertirse en puro comunismo
soviético en muy poco tiempo. Imagínate, en ese momento la mayoría de la
población creía que el gobierno no sería nunca comunista y el propio Castro
desmentía a todo el que le insinuara un posible viraje hacia la sovietización
del país. Nosotros publicamos la entrevista con muchísimas fotos del encuentro,
y aunque a su regreso de Argentina, Alexaiev desmintió lo que nos había dicho
ya era demasiado tarde porque teníamos las pruebas de nuestro intercambio,
fotos con él, e incluso unos pins con la hoz y el martilla que nos había
regalado. Esa misma persona terminó convirtiéndose en 1962, en el embajador de
la Unión Soviética en La Habana…
A aquel primer
encontronazo con el gobierno castrista le siguió la protesta que realizamos por
la visita a La Habana de Anastás Mikoyán, represor del levantamiento húngaro de
1958, y viceprimer ministro de Moscú en ese momento. Ocurrió en febrero de 1960,
después de que Mikoyán puso una ofrenda floral al pie de la estatua de José
Martí del Parque Central de La Habana. Una hora después nosotros pusimos
nosotros una corona con una banda en la que se podía leer: "A ti, querido
apóstol, en desagravio por la visita a Cuba de Anastás Mikoyán".
En el grupo
estábamos Juan Manuel Salvat, Joaquín Pérez Rodríguez, Rafael Orizondo, Fernando
Trespalacios, Reinaldo Ramos, Antonio García Crews, Tomás Fernández Travieso, Juanín
Pereira, Roberto Borbolla, hasta alcanzar unos sesenta. Inmediatamente nos
arrestaron y nos llevaron a mí y a Salvat para la estación de policía de Quinta
y 14, en donde nos entrevistó Abelardo Colomé, el llamado “Furry”, con el que
tuvimos un rifirrafe allí mismo, y esa misma noche nos mandaron para la
estación de La Habana Vieja en donde estaban los restantes detenidos, y nos
soltaron al día siguiente al mediodía. Por supuesto, dos o tres meses después,
Salvat y yo fuimos expulsados de la Universidad.
- ¿Qué
sucede después?
Salí rumbo al
exilio en agosto de 1960. Fue en Miami, durante una asamblea de antiguos
estudiantes exiliados, que fundamos el Directorio Democrático un 23 de
diciembre de 1960. De esta organización yo era el secretario general y José
Manuel Salvat el secretario de propaganda. Es así como Trinchera se
convierte entonces en nuestro periódico. Recuerdo que cuando fundamos el
Directorio, Manuel Artime quería que nos uniéramos a la brigada que se estaba
entrenando entonces en Guatemala para la invasión. Nosotros nos opusimos porque
el objetivo del Directorio no era exactamente ése. Contacté a alguien en el
puerto que por $ 1000 dólares nos dejaban en un punto de la costa norte de la
isla. Alguien nos cubrió los gastos, y luego Artime llamó cediendo y aceptando
que no nos incorporáramos a la brigada de Guatemala. Así fue como regresé a
Cuba en diciembre de 1960. Mientras que por otras vías fueron regresando también
los restantes del grupo.
- ¿Qué
pudieron hacer en Cuba en ese momento?
Nos reunimos con
los del MRR y con las organizaciones estudiantiles que se sumaron al
Directorio. Entonces empezamos a publicar clandestinamente Trinchera.
Fue en ese momento en que se nos ocurrió alzarnos en la Sierra, un acto que no
era muy descabellado porque existía un preámbulo a esta idea.
No lo conté
antes, pero en 1959 yo había estado en la Sierra Maestra, en las inmediaciones
de La Plata, con los comandos rurales que había creado Humberto Sorí Marín,
antes de oponerse al gobierno de Fidel Castro, de exiliarse, de infiltrarse
luego y de ser fusilado. Esto fue muy a principios de 1959, en donde estuvimos
allí como maestros y habíamos tenido un contacto muy estrecho con los
campesinos de la zona y sabíamos de la receptividad de estos. Por esa razón, en
1960, ya de regreso a La Habana y trabajando para el Directorio, enviamos a
José Marbán, a quien llamábamos “El Pico” para que fuera a explorar la
situación en La Plata y averiguara en qué medida los campesinos de allí estaban
dispuestos a ayudarnos en el alzamiento. Marbán hizo el trabajo adecuado y nos
comunicó que unas 1000 personas deseaban seguirnos para combatir al gobierno
castrista.
En ese momento,
partiendo de esta base, nos fuimos a La Plata. Hay que decir que creíamos en la
promesa de Eisenhower de ayudarnos, pero nunca imaginamos que con la llegada de
Kennedy se acabarían todas las ilusiones. El caso era que Fidel Castro recibía
armas de la URSS, pero nosotros no recibíamos nada de Estados Unidos. Los
norteamericanos ni siquiera tuvieron la delicadeza de decirnos que no nos iban
a ayudar en nada.
Al final pedimos,
por gusto, armas para 1000 hombres y, por supuesto, nunca llegaron. Montamos
dos campamentos: el primero en Nagua, dirigido por el gallego Carlos Cacicedo
y, el segundo, en La Plata, con Juan Ferrer, a quien llamábamos “Capitán
Metralla”. La invasión de bahía de Cochinos nos sorprendió en esta organización
y el 18 de abril de 1961 nos tendieron un cerco y nos capturaron a los últimos
del grupo en el central Estrada Palma.
- ¿Empezó
entonces tu largo periodo de reclusión?
Empezó con una
primera detención en el cuartel militar de Las Mercedes, en la zona de Bayamo,
y con un simulacro de fusilamiento para amedrentarme. Luego me enviaron en un
jeep al Castillito de Santiago de Cuba en donde me pusieron también en una de
las celdas del pabellón de condenados a muerte. Permanecí 27 días allí con la
zozobra de si me fusilaban o no. Me pasaron entonces a Boniato una vez que
dictaron la sentencia de 15 años de prisión en la Audiencia de Santiago, y de
esta siniestra cárcel santiaguera me trasladaron al Presidio Modelo de la isla
de Pinos, en diciembre de 1961. En esta prisión me impusieron el plan de
trabajo forzado, pero los estudiantes nos rebelamos y, por supuesto, nos
molieron a palos. Tengo en la pierna derecha dos cicatrices de los golpes con
bayonetas. Hubo 21 muertos en isla de Pinos en esta etapa, como Ernesto Díaz
Madruga, un muchacho del Directorio de 22 años que mataron a bayonetazos. Fue
una época muy dura porque nadie escuchaba, la intelectualidad de todo el mundo
estaba encantada con Fidel Castro y nadie se interesaba por las violaciones de
derechos humanos que se estaban perpetrando en Cuba. Cuando vacían el Presidio
Modelo y lo dejan de monumento nacional, entonces me trasladan primero a La
Cabaña y enseguida a la cárcel Guanajay, donde terminé de cumplir la condena.
En total estuve
preso 15 años. Todo lo que viví en el presidio político lo cuento en mi libro Pobre
Cuba, una especie de memorias que publiqué en 2021 en Miami, en las
ediciones Universal. Me excarcelaron en 1976.
- ¿Tengo
entendido que viviste unos años más en Cuba al salir de la prisión y antes de
exiliarte?
Cuando me
excarcelaron las prisiones de Cuba estaban repletas de prisioneros políticos.
En aquel momento todavía no había tenido lugar el acuerdo con el gobierno de
Jimmy Carter, de modo que cuando salías de la prisión no te dejaban partir al
exilio inmediatamente.
Entonces viví
tres años en La Habana, en casa de una de mis tías que vivía en Marianao. Me
casé saliendo de prisión con Celia Rodríguez, con quien tuve tres hijos, y como
en ese momento estaba funcionando una ley que llamaban “la ley del vago”, que
obligaba a todo el mundo en edad laboral a trabajar, me puse a buscar trabajo,
pero con mi pasivo nadie me daba una oportunidad. Así estuve buscando hasta que
una empleada de la oficina del Ministerio del Trabajo se apiadó de mí cuando le
dije que ya tenía un hijo y que necesitaba trabajar. Me preguntó si me
interesaba trabajar como ayudante de albañil en el estadio de La Tropical. “¡Por
supuesto!”, le respondí inmediatamente porque temía que me volvieran a juzgar,
esta vez, “por vago”.
Fue un periodo
interesante que me permitió conocer la verdadera situación de Cuba. Recuerdo,
por ejemplo, que en el trabajo todos jugaban a la bolita, a través de una
emisora venezolana que “cantaba” los números por la noche. Cuando venía el
comecandela del Partido Comunista todos hablaban de otra cosa y disimulaban,
porque como sabes el juego era ilegal y podían condenarte por eso.
- ¿Cómo
logran salir?
Bueno, salgo
primero yo solo, porque como mi esposa era profesional no la autorizaban. Logré
irme de Cuba en mayo de 1979 gracias a las gestiones del gobierno de Carter con
La Habana. Un gran amigo en Miami se ocupó de mi caso. Como empecé a trabajar
inmediatamente en una empresa de cubanos radicada Venezuela que se dedicaba a
reparar centrales azucareros, me mandaron a Caracas como director de la oficina
de la empresa allí, y permanecí cinco años en este país. Fue estando en
Venezuela que pude sacar a mi esposa e hijos de Cuba gracias Joaquín Pérez
Rodríguez, un cubano que había sido compañero nuestro durante la manifestación
del Parque Central y que en ese momento era ministro de Azúcar del presidente
venezolano Luis Herrera Campíns. Gracias a él pude sacar a la familia de la
isla.
- ¿Fue en
ese momento en que te encontraste con el escritor argentino Jorge Luis Borges?
Cuando llegué a
Caracas me conecté con la editorial venezolana Monte Ávila y su director se
hizo muy amigo mío. Borges anuncia en 1983 que quiere ir a Caracas para ver una
coleada de toros. Inmediatamente Monte Ávila lo invita y organiza una
delegación de escritores para recibirlo y acompañarlo a la plaza en donde se
hacían las coleadas. En esa delegación me encontraba yo. Cuando me lo presentaron
él quiso hacer un aparte. Me preguntó sobre Cuba, y yo que tenía las vivencias
frescas le hice un recuento de la verdadera realidad de la isla. Al final de la
conversación con él fue que pronunció la frase: Pobre Cuba, que yo utilicé
como título de uno de mis libros.
Curiosamente,
aunque Borges no veía ya, lo que hacía, cada vez que soltaban a un toro, era
bajar la cabeza hacia el terreno como para oler lo que estaba ocurriendo en la
arena.
- ¿Qué
haces cuando regresas a Miami en 1984?
Empiezo a buscar
trabajo y me convierto en agente de seguros, algo que nunca me gustó. Luego me
vinculé con una empresa de vinos, pero en realidad nunca abandoné el
periodismo. Recién llegado el Diario Las Américas me nombró columnista, actividad
en la que me desempeñé durante más de dos décadas. Siempre me mantuve
escribiendo poesías, ensayos, relatos, etc.
En 1995 se me presentó
la oportunidad de trabajar en Radio Martí y empecé a trabajar como periodista
en la emisora. Estuve haciendo el programa Periodismo.com. en que empecé a
tener una relación de trabajo con la bloguera Yoani Sánchez, que en ese momento
estaba en el centro de la atención de la prensa. Trabajé en Radio Martí hasta hace
dos años en que me retiraron.
- ¿En qué
proyecto estás ahora?
Cuando me retiraron
de Radio Martí, empecé a tener mucho más tiempo y reactivé con Juan Manuel
Salvat la idea de hacer Trinchera como periódico digital. Ya el proyecto
es una realidad y puede consultarse en www.trinchera.info. Lógicamente, ya no somos los jóvenes universitarios
de aquellos tiempos, por lo que ahora tratamos de informar al pueblo de Cuba lo
que está pasando en todas partes. No aspiramos a ser decisivos, pero sí ser un
vehículo informativo que se mantenga en el aire. La publicación es semanal y ya
vamos para la tercera entrega.
- ¿Nunca
regresaste ni has pedido hacerlo?
Nunca he puesto
una bomba, pero me han colocado en la lista de los enemigos de la dictadura.
Todo un honor. Cuando presenté en la Feria del Libro de Buenos Aires el libro
de ensayo en el que indago sobre las razones por las que Fidel Castro abandonó
al Che Guevara en Bolivia, la embajada de Cuba saboteó la presentación. A los
15 soldaditos que enviaron para poner malo aquello los propios organizadores
tuvieron que sacarlos, mientras ellos, retirándose, cantaban La Internacional. Las
cosas ridículas esas que el castrismo ha estado haciendo a lo largo de todos
estos años. Ya sabes.
Yo había sido
íntimo amigo de Octavio de la Concepción de la Pedraja, uno de los hombres que cayó
muerto en Bolivia al lado del Che en Bolivia. Siempre me intrigó por qué
“Tavito”, como le llamábamos, se había unido al grupo del Che, pues él era un
muchacho serio, católico, de buena familia. Entonces, durante un viaje que hice
en un crucero, me llevé el Diario del Che para leérmelo completo. Allí encontré
muchas cosas que me dieron elementos para afirmar que Castro lo abandonó a su
suerte. Basta ver las veces que el Che anotó que pasaban días sin que ningún
campesino boliviano se sumara a su grupo de guerrilleros.
Pero no pierdo esperanzas en que Cuba sea un día libre. Entonces haré la gestión para volver cuando el colapso total llegue. Por supuesto que me gustaría volver Cuba, pero no con estos asesinos en el poder.
Miami/París,
octubre de 2024


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