Lyon, capital gastronómica de Francia / en el El Nuevo Herald
Aquí les dejo mi artículo sobre Lyon capital gastronómica de Francia, publicado en El Nuevo Herald de este fin de semanas.
Lyon, capital gastronómica de Francia / El Nuevo Herald / William Navarrete
Lyon, capital gastronómica de Francia
William Navarrete / El Nuevo Herald, 22 de noviembre de 2020
Me encuentro en Lyon, invitado al
festival de literatura Belles Latinas que organiza Nouveaux Espaces Latinos,
una asociación que es el epicentro de la vida cultural latinoamericana en la segunda
ciudad más poblada de Francia. La ocasión se presta para escaparme, entre
conferencias y presentaciones, y recorrer esta urbe fundada por un antiguo
gobernador de la Galia romana, en el Ier. siglo adC, con el nombre
de Lugdunum.
En el Viejo Lyon tomo el funicular que
conduce a lo alto de Fourviere, la colina en donde estuvo el primer
asentamiento. Inaugurado en 1900 es uno de los más antiguos en funcionamiento y
la mejor opción para subir a la basílica de Nuestra Señora, construida en
estilo neobizantino a partir de 1872 y uno de los mejores miradores para
contemplar la ciudad.
No lejos de allí, me dirijo hacia el
sitio galorromano de Lugnudum, que posee uno de los mejores museos romanos de
Europa, concebido por el arquitecto Bernard Zehrfuss en forma de torre en
espiral. Desciendo por una rampa de hormigón armado que me permite recorrer los
diferentes aspectos de la vida en una colonia de la Roma imperial. Estatuas,
lápidas, altares, extraordinarios mosaicos, sarcófagos y decenas de piezas de
cerámica, vidrio y metal conforman una de las colecciones más ricas de su tipo.
Durante mi recorrido me asomo a los ventanales desde donde se ven el teatro y
el odeón romanos, en la planta baja del museo, por donde se sale al final del
recorrido.
Una vez en el sitio arqueológico decido
bajar la colina caminando hasta la plaza de la Catedral primada de San Juan. Construida
a partir del 1175, da fe del periodo de transición entre el románico y el
gótico. Colinda con un jardín arqueológico en que subsisten las ruinas de la
antigua iglesia de Saint Étienne. Durante las guerras de religión, la Catedral
fue devastada por las tropas calvinistas del XVII y también durante el sitio de
Lyon de 1793. En su coro se celebró el matrimonio histórico entre María de
Médicis y Henri IV. Dentro, la capilla más espectacular es la de los Borbones y
en el crucero de la nave vemos un reloj astronómico de gran belleza, del 1379 y
con más de 9 metros de altura.
El Viejo Lyon, a orillas del río Saona,
es el barrio medieval por excelencia. Fue declarado, junto al de la
Croix-Rousse, la Presqu’ile y Fourvière, Patrimonio Mundial de la Humanidad, y
tiene aires florentinos pues muchos de los artesanos y habitantes que le dieron
forma provenían de Toscana pues llegaron con el cortejo real que acompañó a
María de Médicis. De esa época datan los célebres “traboules”, pasadizos que
comunican a los edificios, y permiten atravesar manzanas por galerías y patios.
Empujo la puerta de uno, en la calle de Saint Jean, y salgo del otro lado. Hay
gran cantidad de restaurantes, unos más o menos turísticos que otros, pero en
realidad hasta en el menos auténtico se come muy bien.
Me pierdo entre las callejas estrechas. Compro
unos panecillos (brioches) de praliné que no son más que almendras garapiñadas de
coloración rosada. Atravieso el puente que separa el Viejo Lyon de la
Presqu’ile. Me llego hasta la place des Terreaux, con su impresionante fuente
Bartholdi, escultor de la Estatua de la Libertad de Nueva York. A un lado se
halla el imponente Ayuntamiento, del otro el Museo de Bellas Artes, uno de los
primeros museos públicos franceses que, establecido en una antigua abadía desde
principios del siglo XIX, atesora una colección de cuadros y esculturas que
abarca desde los primitivos italianos hasta las primeras vanguardias del siglo
XX.
En la Presqu’ile deambulo admirando la
arquitectura “belle époque”. Los edificios revelan la pujanza económica de la
ciudad, conocida por ser cuna de la sedería, además de importante polo
económico y encrucijada comercial de Europa desde la Edad Media. En Francia se
le tiene por ciudad burguesa, algo rancia, y a sus habitantes por discretos y
reservados. En Lyon se inventó el teatro de guiñol en 1808 (el Teatro y la Casa
del Guiñol son auténticas embajadas de esta manifestación). Fue en 1472, a la
par de Venecia y París, una de las primeras ciudades en disponer de imprentas
(un excelente Museo de la Impresión y de la Comunicación Gráfica ahonda en este
aspecto). También vio nacer el cinematógrafo y a sus inventores, los hermanos
Lumiere (se conserva el hangar en que se filmó el primer filme y la Villa
Lumiere, en que nacieron dichos hermanos, convertida en Museo de la
Cinematografía).
En esa casi isla, donde convergen el
Ródano y el Saona hay muchos monumentos de interés. No faltan iglesias y
conventos como el de los Cordeliers, la basílica Saint André d’Ainay, la
iglesia Saint-Nizier, aunque también la célebre Opera (agrandada y dotada de
una techumbre semicircular de vidrio por Jean Nouvel) o el bicentenario Teatro
des Célestins, entre otros sitios de interés.
Recorro la calle peatonal Merciere, en el
barrio de los Cordeliers. Allí encontramos numerosos “bouchons”, esos típicos
restaurantes lioneses de fama internacional, auténticos templos de la alta
gastronomía. Uno de ellos, el Bistrot de Lyon, fundado en 1896, no solo rinde
tributo al arte culinario, sino que conserva todo el mobiliario Art Nouveau de
época. De qué quedar obnubilado. No lejos de allí, con dos salas separadas por
un pasaje pintoresco, Le Merciere, es también otra institución de renombre,
menos antigua, pero considerado como uno de los mejores “bouchons” de la
ciudad.
La gastronomía merece particular mención.
Tanto es así que en un antiguo hospital se fundó la Ciudad Internacional de la
Gastronomía, un proyecto en que convergen y dialogan los oficios relacionados
con las artes culinarias y la agricultura, en donde se asiste a exposiciones
temporales o permanentes, talleres didácticos, cursos de cocina, etc. Entre los
platos típicos figuran, la ensalada lionesa, las charcuterías (salchichones, “rosettes”
y patés), las célebres “quenelles” con salsa Nantua, el llamado “delantal de
zapador”, la tarta de hígado de aves, la trucha ahumada, además de los
buñuelos, tartas de almendras y los llamados “cojines” de Lyon, una
especialidad de chocolate envuelto en pasta de almendra y licor Curazao, una de
las especialidades de la casa Voisin, maestros chocolateros desde 1897. En otra
de mis escapadas cruzo el Ródano para tomar el mejor chocolate de la ciudad, el
de Bernachon, en su sede del Cours Roosevelt.
Por último, subo al barrio de la
Croix-Rousse. Era el sitio en donde vivían los “canuts”, los obreros que
trabajaban tejidos y sedas. Ahora es el barrio bohemio por excelencia, en donde
se han instalado muchos artistas. Las calles son empinadas, algunas con
escalones que impiden el paso de vehículos. Nos reunimos algunos autores y
organizadores del festival en Le Jardin Gourmet, un auténtico restaurante de
barrio en donde hasta las patatas fritas son caseras. No es un “bouchon”, pero
nada tiene que envidiarles.
Tan cerca de París –a apenas dos horas de tren–, no sé cómo descuidé ir más a menudo. Se puede incluso tomar el tren, almorzar en un “bouchon”, dar un recorrido, y regresar en el mismo día. Dicen los que saben que los lioneses se repliegan en su mundo, que evitan darle mucha publicidad para que el turismo no los invada y seguir siendo lo que son, una ciudad de tradiciones en donde todavía podemos disfrutar sabores y maneras de antaño.
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