El Nuevo Herald - "Un paseo por la vieja Roca de Mónaco"
Aquí les dejo mi artículo tras una estancia en la parte antigua de Mónaco, lo que se conoce como “le Rocher” (la Roca) que es donde están el Palacio Real, el Museo Oceanográfico y la Catedral entre otros monumentos y sitios de interés. Allí estuve a principios de diciembre, aprovechando que en Mónaco restaurantes y bares están abiertos, aunque todos los museos permanecen cerrados y no hay turismo extracontinental.
Para los que tienen acceso directo al Herald, les dejo el enlace. Y los que no, pueden leerlo en el pdf o copiado abajo de éste.
Un paseo por la vieja "Roca" de Mónaco / El Nuevo Herald
Un paseo por la vieja Roca de Mónaco
William Navarrete / El Nuevo Herald, 27 de diciembre de 2020
Sabemos que las fronteras permanecen
cerradas entre Europa, Estados Unidos y algunos países del continente
americano. Esta situación lamentable dura desde marzo y, para muchos, parece no
tener fin. No solo para quienes tenemos allegados de lado y lado del océano
Atlántico, sino para otros que suelen viajar de una orilla a la otra, pasar sus
vacaciones en Europa, disfrutar del clima generoso de los inviernos caribeños y
floridanos. En fin, para todos los que tenían planificado, incluso por primera
vez en sus vidas, un viaje a Europa o a América, y habían puesto todas sus
ilusiones en él.
Pero, como todo, este periodo oscuro,
tendrá que acabar, y volveremos, más tarde que nunca, a atravesar el océano,
surcar los cielos y disfrutar de la diversidad y belleza del mundo. Para mí
mismo, viajero infatigable, 2020 ha sido un año de poco movimiento, que
despediré sin echarle mucho de menos. A la excepción de un viaje de un mes a
Miami, justo antes del largo confinamiento de marzo, y varios recorridos dentro
de Francia, no me fue posible atravesar, como suelo hacerlo, otras fronteras.
Fue entonces que, aprovechando la poca
distancia que separa a Niza del Principado de Mónaco, me decidí por una
estancia en este minúsculo Estado monárquico, con el que medio mundo sueño
desde que el príncipe Rainiero y Grace Kelly, la célebre actriz convertida en
princesa, lo colocaron en el mapa de los soñadores, tras sus bodas en 1956.
Desde entonces, entre 4 y 5 millones de visitantes se dan cita entre calles,
jardines y plazas del Principado.
Las condiciones excepcionales de la
pandemia, me permitieron recorrer la vieja Roca de Mónaco, su parte más antigua,
construida sobre un peñón que se adentra en el Mediterráneo, en un momento en
que no había turistas. De hecho, ha sido la primera vez en que veo las calles desiertas,
las tiendas de souvenirs cerradas y los museos también. Un paraíso para los
fotógrafos con la muchedumbre de curiosos ausente y nadie en el campo visual.
Al subir por la Rampa de la Major, que,
desde la plaza del Mercado de La Condamine, conduce hasta la plaza del palacio
Grimaldi, después de atravesar la Puerta del Rocher, del siglo XV, lo primero
que vemos es la estatua de Francesco, el primero de los Grimaldi, ancestro de los
príncipes que han gobernado el minúsculo país. Le llamaban “Malizia” (el
Astuto) pues, en 1297, se adueñó del peñón, disfrazándose se monje franciscano
para pasar desapercibido. Allí fundó la dinastía que reina desde entonces, y
que consolidaron después sus primos.
Desde entonces, y excepto durante el
periodo de ocupación napoleónica, los Grimaldi han reinado durante siete siglos
en este exiguo territorio rodeado de Francia y a pocos minutos de la frontera
con Italia.
La rampa y una segunda puerta dan acceso
a la explanada o plaza del palacio. Concebido originalmente como fuerte genovés
en el 1215, razón por la que algunas partes de su estructura conservan aún un
aspecto rudimentario y austero, el edificio fue embellecido, modificado,
agrandado y adaptado con el transcurso del tiempo y por los diferentes
príncipes hasta el día de hoy. Aunque su fachada no es particularmente
atractiva, después de penetrar por la puerta principal, a partir del Patio de
Honor, se puede apreciar la magnificencia de salones y galerías, la mayoría con
hermosos frescos del Renacimiento, pintados por artistas italianos. A pesar de
ser aún residencia y palacio de gobierno de la familia reinante, es posible
visitar los Grandes Apartamentos con la galería italiana, el salón Mazarino, la
sala del Trono y la cámara de York, abiertos al público. Si en lo alto de la
Torre Santa Margarita flota el estandarte monegasco, entonces el Príncipe se
encuentra en ese instante en el Palacio.
A partir de allí, se puede recorrer los
jardines panorámicos que descienden hasta el Museo Oceanográfico, con vista
hacia el barrio de Fontvieille, un espacio construido sobre el mar, en donde
además de un puerto deportivo, se construyeron un estadio y gran cantidad de
edificios modernos sin gran interés. En cambio, los jardines San Martín, entre
las cortinas, garitas y murallas defensivas, son de gran belleza, y es el mejor
camino para llegar a uno de las instituciones monegascas más prestigiosas: el
Museo-Acuario Oceanográfico, construido frente al mar desde 1889 por el
príncipe Alberto I, inaugurado en 1910 y dirigido, entre 1957 y 1988, por el
célebre comandante Cousteau. Alberto I fue gran navegante, y organizó a finales
del XIX varias expediciones oceanográficas y cartográficas a lo largo y ancho
del orbe a bordo de su propia goleta. Para acoger sus colecciones y otras
muestras decidió entonces construir el Museo.
Frente a los jardines del Museo se
encuentra la Catedral Nuestra Señora Inmaculada, edificio románico-bizantino,
construido en 1875 sobre las ruinas de la antigua iglesia y en el estilo, muy a
la moda entonces, de otros edificios religiosos de Francia como el Sagrado
Corazón de Montmartre en París o Nuestra Señora de Fourviere en Lyon. El
edificio atesora algunas obras de arte importantes, como un retablo de Louis
Bréa, el mejor artista del Renacimiento en el antiguo condado de Niza, así como
las sepulturas de más de 20 príncipes, entre los que se encuentran Rainiero y
Grace.
Vale la pena perderse entre las callejas
que se encuentran detrás de la Catedral. En la encantadora plazuela del
Ayuntamiento, se encuentra el Museo Postal, la Capilla de la Misericordia y el
viejo Correos de Mónaco, y no lejos de allí diferentes edificios
gubernamentales e instituciones educativas, además de la Capilla de la
Visitación, la antigua capillita de la Paz San Honorato, que era parte del
Hospital Dieu (hoy día Ministerio de Estado) y los jardines con vista
panorámica hacia el puerto de Montecarlo.
Y para terminar la visita, nada mejor que
sentarse en algunos de los puestos de comidas del Mercado de La Condamine, en
donde siempre se podrá degustar los famosos barbagiuan, las célebres masas
crujientes monegascas rellenas con acelgas o espinacas, arroz, papas, ricotta o
parmesano, cebollas y puerros. ¡Es el plato nacional y vale la pena probarlo!
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