Silvio Rodríguez, el Maïakovski cubano con tufo de armario viejo lleno de bolitas de naftalina

Silvio Rodríguez, con tufo de armario viejo con bolitas de naftalina para espantar a las polillas y salir corriendo, interviene desde su cuenta Twitter para sermonear y hablar de la moral defensiva de no sé qué. Hace rato que el autor de esa Vieja Trova debería haber abandonado micrófonos y guitarra para dejar que otros, con la moral que él no tiene, decidan el mundo en que quieren vivir. 

Especialista en cantar los males que, según sus metáforas, casi siempre aburridas y crípticas, afectaban al resto del mundo, nunca se ha dignado (al menos desde que entró por el aro traicionándose a sí mismo y complaciendo a sus carceleros hace 50 años), a decir ni pío del régimen abyecto del que lleva décadas mamando. 

Nuestro Maïakovski cubano (no tanto por el tamaño –el ruso medía 1,90– como por la escasa estatura moral) sale siempre en defensa del Mordor caribeño. Ha sido él quien ha ido deconstruyendo y desmeritando poco a poco su propia obra, convirtiéndose en su propio sepulturero y echándose arriba cualquier cantidad de palas de estiércol hasta quedar entre los traidores más connotados del pueblo cubano.

Por eso me alegro mucho de que el 11 de julio, día de la rebelión nacional contra la tiranía y de las mayores manifestaciones de toda la historia de Cuba, haya comenzado en el poblado de San Antonio de los Baños, en donde ese mal parido no debió haber nacido nunca.

El twitt del susodicho:



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