Esas delicias lusitanas para el paladar - Portugal (5)

Los placeres del paladar son también parte inherente de los viajes. Y en Portugal sobran oportunidades para probar delicias gastronómicas. Además, no se come lo mismo en una región que en otra. Como visita en norte me di gusto probando especialidades locales como la célebre francesinha de Oporto, las papas a la sarrabulho, el bacalao a la Braga, las bolas de Berlín, etc, etc, etc.

En Oporto, por ejemplo, justo enfrente del Mercado de Bolhao, hay un viejo salón de té y dulcería (la Confiteria do Bolhao), fundada en 1896. Da gusto sentarse a una de las mesas de mármol, en un salón en el que aún se ven ancianos vestidos con traje, corbata y llevando un elegante bastón, y pedir un café con leche ((en tazas de loza con la enseña y nombre grabada, como debe ser, y no en las mierdas plásticas o de cartón de las cadenas de café asqueroso a la americana, que por suerte no existen en Portugal), acompañado de pastel de nata y de brioches caseras que hacen con frutas confitadas.

 





Se come deliciosamente bien en las famosas “adegas” que son restaurancitos como los que en Cuba se llamaban “fondas”. Así, en una de las más auténticas de Oporto comí el mejor pulpo con mojo verde de mi vida, acompañado de lo que los portugueses llaman “salgados” que no son más que fiambres (croquetas de jamón, minutas de bacalao, empanadas de atún, y decenas de variantes de esos pequeños “tentempiés” que preceden a las comidas), sin hablar del delicioso arroz marinero, que viene en cazuela grande para dos, con todas las de la ley (abundantes mariscos entre gambas, camarones, almejas, mejillones y el copón y la vela). Bien cremoso, deliciosamente acompañado de perejil fresco. Y qué decir de la célebre Nata de Deus (natilla de los dioses) con sucesivas capas de placer entre las que no faltan la panetela borracha y las cremas sutilmente endulzadas.




Así las cosas, descubrí en una pastelería más concurrida de Viana do Castelo, al norte de Oporto, las célebres bolas de Berlín, en la pastelería de Manuel Natario (en donde se hace cola para comprarlas) una especie de beignet relleno de natilla y espolvoreado de canela, sucre glacé y otros ingredientes que son secretos, y que se come tibio acompañándolo con café con leche y unos deliciosos manjericos (yemas de huevo servidas en mini barquillos).

 




Y qué contarles de los churrascos, por los que los portugueses hacen colas fuera los domingos para sentarse en familia en esos restaurantes (churrasquerías) en donde el horno de leña humea sin cesar, exhibiendo en sus parrillas pedazos de cerdo, de bacalao, de carne de res, etc. mientras esperamos pacientemente que estén a punto de cocción para que nos los traigan a la mesa. Todo esto debidamente acompañado de las exquisitas cervezas nacionales, de los vinos verdes o, incluso, de un buen Oporto como digestivo.

(algunas bodegas de Oporto que visité):

 




Y entre los muchos descubrimientos caí, en los muelles de Gaia, del otro del Duero y después de atravesar desde Oporto el Puente Dom Luiz, con un guarapero que cultivaba la caña en su propio feudo y tenía la máquina adecuada para extraer de la jugosa rosácea uno de los guarapos más dulces que he tomado en mi vida. Guarapo que dicho sea de paso ya ni siquiera encuentro en Miami, donde a parece hay una guerrita contra todo lo auténtico y tradicional, y en donde prefieren el azúcar cancerígena esa llamada Splenda, cuando en realidad el jugo de caña natural no afecta en lo absoluto la glicemia ni la salud en general.

 


Y no sigo poniéndoles fotos porque empieza a darme hambre y, después de los excesos de Portugal debo medirme si quiero seguir viajando.

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