La librería Lello de Oporto y la maldición de Harry Potter - Oporto (6)

Desde que el público decidió que la librería Lello de Oporto había sido la fuente de inspiración para la biblioteca del colegio de Harry Potter el sitio se ha convertido en una especie de Las Vegas o de parque de atracciones Disney. La autora de esa saga juvenil (que confieso nunca he leído y solo visto una de las películas por acompañar a una amiga joven, y no por desprecio, sino porque no es género que me haya gustado nunca) ha desmentido incansablemente las pretensiones del público de relacionar la librería de Oporto con su fuente inspiración, a pesar de haber vivido en algún momento de su vida en esa ciudad.

Pero la manada no oye, no lee, no quiere ver ni escuchar. Invariablemente, decenas de fanáticos de esa saga se plantan en la acera frente a la librería desde las 8 am (dos horas antes de que abra), para hacer la cola y poder entrar. Como la cosa ha tomado proporciones inimaginables, la librería ha tenido que crear barreras y todo un sistema para organizar la gigantesca cola, y hasta un servicio de pago de 6 euros (si se paga en efectivo) o de 5 si se paga en línea da derecho a entrar (euros que rembolsan con la compra de un libro, pero como ninguno cuesta menos de 6 euros...). Evidentemente, el público que asiste es ese tipo de público obediente que compra “on line” todo lo que le digan que tiene que comprar. Es el público de las mil y una aplicaciones, moderno, aunque inculto, desleído, pero, eso sí, al día en la última porquería que les vende el sistema.

Yo traté de hacer la cola como todo el mundo y en eso llegó el empleado de turno encargado de poner orden en la gigantesca fila y de cerciorarse de que todos habían comprado ya el billete de entrada. Cuando llegó a mí le dije muy campante que no tenía comprado nada y que pensaba pagar la entrada en efectivo, pues no deseaba pagar "on line" desde "mi teléfono". Entonces me dijo que eso era muy complicado porque no tenían a nadie realmente en la entrada para vender entradas. Fue entonces que tuve que sacar mi tarjeta “abretesésamo”, no la del banco sino la de periodista. En cuanto se la mostré las cosas cambiaron. Enseguida me dijo que "usted ni paga ni hace cola", y que, incluso, tenía derecho a pasar delante de todo el mundo (cosa que hice, por supuesto) sin perder un minuto más (algo que también sabía, pero había querido experimentar lo que experimentaban esos “lectores empedernidos" que esperan estoicamente horas no para comprar un libro, sino para revivir... Harry Potter en un sitio que nada tiene que ver con él).

Entonces pasé delante de toda aquella masa de lectores empedernidos. 

Lo primero que hay que decir es que casi nadie compra un libro. Lo segundo, que dado el tropel diario de mirones, la librería ha tenido que dar prioridad a crear espacios transitables entre las pocas mesas que van quedando, y por ende, sacrificar muchos libros. Lo tercero, que la gente ni mira los pocos libros que venden, sino más bien la escalera: lo único que, en realidad, hubiera podido inspirar (que ya sabemos que no) a la autora de la mencionada saga Y cuarto: para hacer una foto y poder ilustrar esta minicrónica tuve suerte porque el molote baja, sube, posa, baja, vuelve a posar, se para, baja de nuevo, se sienta, se levanta, se aferra a la baranda, le pasa la mano, se la vuelve a pasar, posa de nuevo, se hace "selfies", etc, delante, al lado y encima de... la dichosa escalera.

Toda la magia del lugar echa trizas gracias a la ralea-manada de empedernidos lectores que sale de la librería sin un libro entre las manos y que, probablemente, ni siquiera ha leído el de Harry Potter porque para ellos leer cansa y no por gusto sacaron las películas.









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