Playa y más playa - Las Terrenas (Samaná)

Es una suerte estar aquí. Kilómetros de playas de aguas cálidas y transparentes. Ni un alma, cero estrés, nadie que te moleste, nadie para pedir nada, ni proponerte ningún servicio ni producto. El paraíso. No sé si es la época o si siempre es así. El caso es que Las Terrenas tiene vocación de edén y así lo consideraron los primeros franceses que se implantaron en esta costa (entonces prácticamente inaccesible) de la península de Samaná. Hay algunos extranjeros establecidos en el pueblo, poquísimos turistas y una población mayoritariamente dominicana. El día transcurre lentamente. Por la mañana, después del desayuno y antes de que arrecie el sol, baños de mar. Se pone uno tan exigente que, si vemos a una persona, ¡a una sola!, decidimos que esa sección de playa está “abarrotada” y entonces vamos a otra. Luego buscar en dónde almorzar. Según el antojo puede ser dominicano o internacional, a veces marisco o pescado en donde los pescadores, otras veces en los dominicanos con platos criollos en los que no faltan nunca los tostones, los frijoles colorados (que aquí llaman “habichuelas”) o la yuca (que también la hacen en forma de arepas). Por la tarde siesta obligada o piscina a la sombra. Y luego, más playa hasta la puesta del sol, para regresar a ducharnos, acicalarnos, salir a caminar por el paseo a orillas de la playa y escoger en qué sitio cenar. No hay televisión ni falta que hace la caja boba esa. Total, de las malas noticias se entera uno enseguida, y el resto no vale la pena. Por las noches lectura con un concierto de insectos, el de la noche tropical en el campo, los de la noche tropical, la verdadera, que tenía olvidado. Y así pasan los días en Samaná, sin otra aspiración que respirar bien toda esta paz, toda esta delicia, y dejarse llevar por el ritmo apacible de esta pausa en la vida.

De lo que digo dan fe decenas de fotos, todas iguales y diferentes a la vez. En diferentes momentos. Y yo, a veces, un puntico en el agua. De ensueño.