Santo Domingo y su casco colonial - en El Nuevo Herald
Aquí les dejo copiado este artículo que escribí para El Nuevo Herald sobre Santo Domingo y su renovado casco colonial en que estuve varios días en noviembre pasado (2021). No lo había subido por falta de tiempo.
Enlace directo (y copiado el texto al final):
Santo Domingo, renacimiento de su casco colonial / El Nuevo Herald / William Navarrete
Santo Domingo, renacimiento de su casco
colonial
William Navarrete*
Hacía dos décadas que no visitaba el
viejo casco colonial de Santo Domingo, la capital de República Dominicana. Recientemente
tuve la ocasión de pasar varios días allí y tuve la impresión de que lo que se
considera el núcleo urbano más antiguo del continente americano ha prosperado
mucho después de mi última visita. Se han restaurado muchos edificios,
arreglado las calles, dinamizado las infraestructuras comerciales y de servicios,
creado establecimientos que nada tienen que envidiar a cualquier restaurante,
café o heladería de otras ciudades del mundo, y, sobre todo, establecido un
servicio de vigilancia que garantiza la seguridad de locales y foráneos,
incluso de noche.
Me instalé en el Nicolás de Ovando, una
vieja casona colonial de la calle Las Damas en la que vivió en el siglo XVI el
conquistador extremeño que le dio su nombre. Ovando fue gobernador y
administrador de la colonia de La Española y el encargado de trasladar la villa
de Santo Domingo hacia el lugar en que se encuentra hoy. La casona colinda con
la de los Dávila, de la misma época, incorporada también al hotel. Las
dependencias traseras de ambas y los jardines dan hacia el puerto y
desembocadura del río Ozama, protegidas por las antiguas murallas y garitas
defensivas de la ciudad colonial.
A pesar de la apariencia y de la
exquisita decoración, a tono con los siglos de presencia colonial, el hotel
(que pertenece al grupo dominicano Hodelpa) no me pareció un cinco estrellas.
El desayuno es pésimo (cualquier cadena hotelera del Malecón lo tiene mejor),
el ruido del puerto insoportable y tuve que insistir para que me cambiaran de
habitación por un salidero en el baño que descubrí en medio de la noche cuando
el suelo estaba ya inundado. Sin contar que el internet funciona apenas en el
área de la piscina y patios interiores (debido, es lo que siempre dicen, al
grosor de las paredes). Por suerte, el personal sea muy amable.
Las Casas Reales se componen de dos
edificios con fachada de piedra coralina que acogen el museo de historia
nacional en el que se exhiben muebles, lienzos, objetos de la vida cotidiana en
el periodo colonial, una estupenda botica con los utensilios propios de la
farmacéutica de la época, carruajes, mapas antiguos, maquetas y todo aquello
que suele exponerse en una institución de este tipo.
En medio de esa misma calle, el Panteón
de la Patria se debe a una idea del dictador Trujillo quien decidió restaurar,
en 1958, la antigua iglesia de los jesuitas del siglo XVIII para convertirla en
mausoleo de los héroes nacionales y acoger los restos de los próceres. El
enorme candelabro que cuelga de la cúpula principal fue un obsequio del
caudillo Francisco Franco a Trujillo. A pesar del escaso interés del monumento
la afluencia de turistas es constante.
Al final de Las Damas, y más allá de la
gran plaza de España, se encuentra el Alcázar de Colón, una de las primeras
edificaciones de la ciudad colonial. Fue construido entre 1511 y 1514 para
alojar a Diego Colón, hijo de Cristóbal Colón, en funciones de gobernador de La
Española. Se le considera el primer palacio fortificado del continente
americano y una mezcla de estilos gótico-mudéjar e isabelino. Fue habitado
hasta 1577 por tres generaciones de descendientes de Colón y por la viuda de
Diego, María Álvarez de Toledo. Tuvo luego varias funciones hasta que, en la
década de 1950, se salvó de la ruina y se convirtió en museo.
A apenas una manzana de Las Damas se
encuentra la iglesia Metropolitana Nuestra Señora de la Encarnación o Catedral
primada de América, a un costado de un parque en donde discurre la vida
cotidiana de los moradores del casco antiguo. Alrededor de ésta, los cafés y las
terrazas permanecen repletos hasta altas horas de la noche y una arteria peatonal
atraviesa todo el casco: la calle El Conde.
En otra calle importante, la Padre
Billini, se encuentra la Casa de Tostado (hoy museo), una de las más antiguas
de la ciudad, antigua residencia del escritor Francisco Tostado de la Peña, y
uno de los pocos ejemplos de arquitectura gótica civil. Una manzana hacia el
oeste, la Capilla de la Tercera Orden Dominica, es un conjunto monumental del
que sobresale el convento del siglo XVI y la iglesia propiamente dicha, erigida
en 1759, en la que se encuentra la capilla Nuestra Señora del Rosario, con
exuberante decoración de relieves barrocos, inspirada en los signos zodiacales
con el sol en su centro.
En el caso histórico hay sitios inesperados.
Está el café más antiguo de la ciudad: La Cafetera (calle El Conde), un local
popular en donde se come y bebe a lo largo de una barra que no ha cambiado
desde su fundación en 1932 y donde tomé el mejor batido de zapote (mamey) de
todo mi viaje. En una esquina de la calle Emiliano Tejera está la sorprendente
Casa de los Dulces, que propone prácticamente todas las especialidades de
dulces en almíbar, pastas, cremitas de leche y cuanta confitería se elabora en
el país. No lejos de allí es posible ver las ruinas del Monasterio San
Francisco y la curiosa calle Hostos, con aceras empinadas a las que se accede
por una escalera. O el Banco de Reservas, un edificio de 1955, ejemplo del Art déco
tardío que ha conservado toda la gracia y originalidad de su estilo original.
Hoy en día, la zona colonial ofrece todo
lo necesario para permanecer varios días allí. Hay excelentes hoteles
boutiques, callejones floridos, galerías, librerías e, incluso, sitios
vegetarianos o de gastronomía “fusión”. Durante mi estancia solo salí del casco
en una ocasión y fue para cenar en Naco, un barrio con muchos restaurantes de
moda, como el O.Livia, dirigido por Erik Malmsten, un joven chef
sueco-dominicano y a donde llegué de manos de la historiadora del arte Sara
Hermann, dominicana que conoce cada rincón de su ciudad. O.Livia me sorprendió
por sus extraordinarios postres (que nada tienen que envidiar a los más
sofisticados de Francia), y sus creativos y excelentes platos en un ambiente relajado
y muy animado.
Una pausa en Santo Domingo capital, antes
de seguir hacia otras regiones o de regreso a casa, es posiblemente una de las
mejores opciones para un viaje al país. Aconsejo a quienes viajan directamente
a centros turísticos como Punta Cana que se salgan del circuito o fórmula de
“todo incluido” y partan a la conquista de la verdadera naturaleza y carácter
de este maravilloso y acogedor pueblo para que puedan conocer realmente el alma
dominicana y tengan algo que contar que no sea sobre cocoteros y playas
cálidas. Porque República Dominicana es mucho más que eso, por mucho que el
viaje dé prioridad al descanso de la rutina laboral.
* Escritor franco-cubano establecido en
Francia
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