Montpellier, una ciudad francesa de arte e historia
Un artículo de viaje, después de mi estancia en Montpellier, que publiqué en El Nuevo Herald el pasado 13 de marzo y que no había tenido tiempo de subir al blog. Aquí dejo el enlace, lo copio y el pdf del periódico:
Enlace al Herald: "Montpellier, una ciudad francesa de arte e historia" / El Nuevo Herald / William Navarrete
Montpellier, una ciudad francesa de arte
e historia
William Navarrete* / El Nuevo Herald / 13 de marzo de 2022
La ciudad meridional francesa de
Montpellier se enorgullece de tener la facultad de Medicina más antigua del
mundo aún abierta. La idea surgió en 1181 cuando el señor Guilhem VIII autorizó
la enseñanza y el ejercicio de esta disciplina. Más tarde, en 1220 el cardenal
Conrad d’Urach concedió a la llamada Universitas medicorum sus primeros
estatutos, y en 1364 el papa Urbano V, que había sido profesor en esta ciudad,
tuvo la idea de construir un monasterio benedictino en el lugar en que hoy se
halla la prestigiosa escuela de galenos, para recibir a monjes y estudiantes.
Entre los grandes nombres de las Ciencias y las Humanidades que pasaron por sus
aulas se encuentran Rabelais y Nostradamus.
La Universidad se visita concertando cita
con la Oficina de turismo local y en ella pueden verse unas 11 000 piezas
anatómicas, centenares de manuscritos medievales, incunables y tratados de
medicina. También la más antigua herboristería de Francia y un jardín botánico
creado por el rey Enrique IV en 1593. Para los hispanoamericanos esta noble
institución tiene gran importancia pues fueron muchos los médicos de ambas
orillas del mundo hispano que obtuvieron su título en sus aulas. El
Conservatorio de Anatomía es un sitio del que uno no sale indiferente. Entre
órganos afectados expuestos en formol, patologías reproducidas en cera y
enfermedades en tercera dimensión hay de qué asombrarse y reflexionar.
Por suerte, a unos escasos metros de allí
está la Catedral San Pedro, imponente edificio austero construido en el siglo
XIV y cuyo portal se asemeja más a una fortificación que a un templo religioso.
El interior atesora algunas pinturas del Renacimiento y el antiguo claustro del
monasterio precedente, integrado a la Catedral.
Detrás de ambos edificios, en un
jardincillo que se encuentra casi enfrente del Jardín de Plantas más antiguo de
Francia, puede verse la Torre de los Pinos, uno de los últimos vestigios de la
muralla medieval que rodeaba el burgo de otros tiempos, junto con la llamada Torre
de la Babote, un poco más lejos y de la misma época.
A toda esa parte de la villa se le llama
el “Ecusson”, por su forma de escudo. Hay que perderse entre las callejuelas,
tomar un café en la vieja plaza de la Canourgue, visitar el mikvé o
antiguo baño ritual judío del siglo XII (uno de los más antiguos de Europa),
recorrer la avenida Foch cuya perspectiva cierra un Arco de Triunfo mandado a
construir en 1691 por Luis XIV para celebrar sus victorias y empujar las
puertas de los palacetes de la nobleza del Antiguo Régimen para impregnarse de
la atmósfera particular de esta sección del casco histórico.
Me tocó recorrer el laberinto de
callejuelas con Paola Domingo, profesora de la Universidad Paul Valéry a la que
había sido invitado para hablar de literatura y exilio, cuando un pequeño grupo
de manifestantes opuestos al carné de vacunación de la Covid-19 creaba mucho
revuelo lanzando gases lacrimógenos y fumígenos por todas partes. En ese
momento pude darme perfecta cuenta del intrincado trazado del casco porque en
lo que intentábamos escapar del efecto nocivo de los gases caímos en varias
ocasiones en el mismo sitio de donde tratábamos de huir.
A pesar de este anecdótico contratiempo
pudimos entrar la vieja pastelería Lo Monaco, de la calle Jean-Jacques
Rousseau, cuya especialidad son los chaussons de diferentes frutas, una
especie de empanada rellena de compotas; visitar la encantadora juguetería Pomme
de Reinette; la fabulosa librería La Géosphère, especializada en literatura de
viaje; así como el curioso museo Atger, en el que se exhiben unos 6000 diseños
y estampas de Rubens, Tintoretto, Tiziano, Donatello, Poussin, Watteau y
Fragonard, entre otros genios de las artes plásticas.
De este modo llegamos a la celebérrima
plaza de la Comedia, epicentro de la vida montpellerina, con su elegante teatro
de la Ópera construido bajo la dirección de
Charles Garnier a finales del XIX y la sensual fuente de Las Tres Gracias, cuyo
original de fines del XVIII se encuentra dentro del teatro.
Al final de la plaza, una alameda a la
sombra de árboles centenarios constituye uno de los paseos preferidos de los
locales. A ambos lados de su recorrido pueden visitarse el Pabellón Popular,
donde se exhiben con frecuencia muestras de fotografía y el imprescindible
museo Fabre, con una impresionante colección de pinturas en la que no faltan los
pintores españoles como Zurbarán o Ribera, los franceses como Ingres y
Delacroix, entre decenas de italianos, ingleses y alemanes, desde el
Renacimiento hasta las Vanguardias del siglo XX. Y a un costado del museo, el
hermoso palacete de Cabrières-Sabatier acoge el Departamento de Artes Decorativas
del Fabre, con particular énfasis en el mobiliario, las cerámicas, la
orfebrería y otros objetos de arte de diferentes épocas y estilos.
Del lado opuesto a la alameda, entramos
en una parte del llamado “Ecusson” en que pueden apreciarse fabulosos palacetes
renacentistas y clásicos. Vale la pena recorrer el barrio de la iglesia
Saint-Roch, atravesar la calle del Antiguo Correo, merodear por el antiguo
Halles (Mercado) de Castellane, llegarse hasta la animada plaza Jean Jaurès y
darse un salto hasta La Panacée, que no es más que el antiguo Colegio Real de
Medicina, convertido hoy en museo de arte contemporáneo, al igual que el
antiguo palacio Montcalm, de la calle de la República, que forma también parte
del conjunto de edificios bajo la égida del Mo.Co o museo contemporáneo.
Tiene Montpellier un mítico parque
ajardinado llamado Peyrou, diseñado en el siglo XVIII alrededor de una
imponente estatua ecuestre de Luis XIV, de la que se dice que los edificios
aledaños no podían sobrepasar la altura del brazo extendido del monarca. Al
final del paseo un templo que imita el estilo corintio fue erigido sobre una
plataforma desde donde se ve, a lo lejos, el Mediterráneo y también el
acueducto Arceaux, de la misma época, que suministraba agua potable a la
ciudad.
Son innombrables los sitios que podemos
visitar durante una estancia en esta ciudad joven y estudiantil. Algunos de
ellos fuera del centro, como los castillos de Mogère y de Flaugergues, el
proyecto urbano Antigone del arquitecto español Ricardo Boffil o el taller
museo Fernand-Michel, completamente dedicado al arte bruto.
Y para ello, Montpellier dispone de una
excelente red de tranvías que interconectan todos sus barrios, convirtiendo al
centro de esta ciudad de 270 mil habitantes en un gran espacio peatonal donde
se respira aire puro sin las molestias que suelen ocasionar el ruido y el humo
de los vehículos.
* Escritor franco-cubano establecido en
Francia
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