Entrevista a Ofelia Schuder y García Menocal, marquesa de Arcicóllar / Cubanet
Entrevisto en Madrid a Ofelia Schuder García-Menocal, Marquesa deArcicóllar y le pregunto sobre su madre, Ofelia García-Menocal Brito y la historia de ambas en Cuba y en el exilio. Aquí el enlace y algunas fotos (entre las que hay otras que no salieron en Cubanet).
Enlace a Cubanet: Entrevista a Ofelia Schuder y García Menocal, marquesa de Arcicóllar / William Navarrete / Cubanet
Creo que mi madre fue la última mambisa
(Entrevista a Ofelia Schuder y García
Menocal, marquesa de Arcicóllar, hija de Ofelia García-Menocal Brito)
* William Navarrete
Madrid – Casi todos los habaneros conocen
la hermosa casona en lo alto de un promontorio rocoso que se encuentra en la
esquina de las calles N y 25. Ya no tanto por sus antiguos propietarios, Fausto
García-Menocal Deop, hermano del que fuera presidente de la República cubana, y
su descendencia, sino porque a partir de 1973, fecha en que sus dueños
legítimos fueron expulsados de Cuba, la convirtieron en Palacio de los
Matrimonios del Vedado. La casa siempre me gustó por su aire de mansión
victoriana, con una columnata semicircular en su portal, sus hermosos jagüeyes y
el misterioso túnel para que los autos pudieran subir hasta su entrada
principal. De hecho, en Fugas, una de mis novelas, esta casa marca una
de las etapas del itinerario del personaje, un joven universitario cubano que, en
la década de 1980, atraviesa esa parte del barrio.
En esa casa vivió, hasta su salida de
Cuba, Ofelia García-Menocal Brito, antes de que, tras un ultimátum de Fidel
Castro, ella y Ofelia Schuder y García-Menocal, su hija de 13 años, salieran
rumbo a Madrid, después de que Ofelia madre fuera encarcelada. En el exilio, esta
última se convirtió durante tres décadas en epicentro de la vida de los que
llegaban huyendo del castrismo. Considerada como una “pasionaria” de la lucha
contra la dictadura cubana, trabajó arduamente desde el Centro Cubano de Madrid
y la Federación Mundial de Expresos Políticos de la que fue su secretaria
permanente hasta su fallecimiento. Con el tiempo, y tal vez porque su labor y
dedicación datan de una época en que el internet no existía, es difícil
encontrar información e imágenes sobre su vida y obra, e incluso, sobre otros que
como ella mantenían viva la causa cubana desde la capital de España.
Para subsanar, en la medida de lo posible,
estos olvidos, entrevisto en Madrid a su hija Ofelia Schuder García-Menocal,
marquesa de Arcicóllar, quien conserva inédita la autobiografía de su madre, y
muchísimos documentos, fotografías y, sobre todo, una vívida memoria de su
infancia en la Isla, así como de la entrega, sin concesiones ni beneficios a
cambio, de su madre. “Una vida de sacrificios”, resume, “que me marcó de joven
y contribuyó en al poco entusiasmo y al mucho escepticismo que me inspiran los
tiempos que corren”.
- Naciste en el seno de una familia
que marcó la historia cubana, no sólo política, sino también artística y
cultural. ¿Tenías conciencia de esto siendo niña?
Nací en 1960 con la revolución andando.
Mi madre era hija de Fausto García-Menocal Deop, hermano de quien había sido
presidente de la República cubana. Con el triunfo del castrismo, la mayor parte
de la familia se exilió, o sea, que mi llegada al mundo ocurrió en medio de un
cataclismo que había removido los cimientos de lo que había sido hasta ese año mi
institución familiar y la de casi todas las familias cubanas en general. Mi
madre, no era una simple descendiente de ricos, como suele decir la propaganda del
régimen. Era doctora en Derecho Civil de la Universidad de La Habana,
licenciada en Derecho Diplomático y Consular (1937-1943), fue nombrada cónsul
por oposiciones en 1957, hablaba varios idiomas, tenía una gran cultura y se
esmeraba en transmitirla a quienes la rodeaban.
Su padre era el menor de todos los
hermanos de Mario García-Menocal, al punto que cuando estalló la Guerra de
independencia no había alcanzado aún la mayoría de edad. Por eso intentó dos
veces incorporarse al Ejército Libertador, fugándose de casa para llegar a la
manigua, y dos veces el propio general Calixto García lo envió de vuelta a sus
padres. Mi abuelo fue luego Representante de la Cámara y senador de la
República. La familia había estado muy implicada en la guerra de los Diez Años,
así como en la de independencia. Mi tío-abuelo Serafín tuvo que emigrar por esa
razón a Nicaragua, en donde fomentó la industria azucarera de ese país, y
gracias a esto pudo mantener al resto de la familia que se había quedado en
Cuba, arruinada por la guerra de 1868. Gustavo, otro tío-abuelo, también fue
coronel del ejército independentista. La familia de mi madre estuvo siempre muy
implicada en la historia del país, incluso después del castrismo. Dos primos de
mi madre, Eugenio y Jorge Sardiña Menocal (nietos del que fue presidente)
fueron miembros de la brigada 2506 y de los dos, el último participó en el desembarco
en bahía de Cochinos como capellán. También Raúl García-Menocal Fowler y mi tío
Fausto iban en esa misma brigada.
Pero la familia contaba también con
varios artistas, como Pedro García-Menocal Almagro, que fue un gran retratista
de grandes personalidades norteamericanas. El retrato mío que ves allí lo pintó
él cuando tenía 31 años, regalo de bodas cuando me casé en 1991. Y más
lejanamente, el pintor Mario García-Menocal y García-Menocal, uno de los
pilares de la Academia cubana de San Alejandro. Sin contar la influencia en la
vida religiosa del país, pues también era primo nuestro el vicario y arzobispo
Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal.
Por supuesto, todo ese mundo de nombres,
cargos, anécdotas, alianzas, guerras y exilios fue poblando la imaginación de
una niña como yo que había nacido rodeada de objetos e historias sobre la
familia.
- Ofelia, tu mamá, decide quedarse
en Cuba y defender a capa y espada su legado familiar. ¿Por qué renuncia al
exilio contrariamente a casi todos los miembros de su familia y qué
consecuencias tuvo esta decisión?
Mi madre no le tenía miedo a nada. Había
visto mundo y conocido a mucha gente. Había vivido permanentemente en el Hotel
Ritz de Madrid entre 1946 y 1954, o sea, durante nueve años, porque su madre, Ofelia
Brito Mederos, que era propietaria de varias casas en La Habana, tenía
alquilada la suya a la Embajada de Bélgica, en el mismo sitio en que se
encuentra hoy en día, en la Quinta Avenida de Miramar y la calle 24, frente al
gran parque de la iglesia Santa Rita. Esa casa había sido construida por el
arquitecto César Mederos Menocal, pariente nuestro, y mi abuela quiso
destinarla a embajada, cosa que logró alquilándosela al Reino de Bélgica por
$900 mensuales. El Sr. Rosier, embajador de ese país, quedó muy complacido con
la casa y la manera en que mi abuela la había amueblado recurriendo a los
anticuarios que existían en las calles Consulado y Salud. Y solo pidió como
condición que el comedor fuera de Jansen y mi abuela lo complació.
Durante esos años de vida en Madrid, en
que era una veinteañera –pues nació el 18 de marzo de 1920, en la clínica del
Dr. Gustavo de los Reyes, en la calle 21 y G del Vedado– frecuentaba a gentes
tan diversas como Orestes Ferrara, los condes de París, el rey Pedro II de
Yugoslavia, Salvador Dalí y todo el beau monde que residía o pasaba
temporadas en este célebre hotel del Paseo del Prado madrileño.
Tal vez el haber nacido en ese medio le
daba una fuerza particular, algo así como la idea de que nada podría afectarle.
El caso es que decide quedarse contra vientos y mareas. Como era diplomática de
carrera, nombrada cónsul en la Gaceta Oficial de la República entre 1957
y 1960, Raúl Roa le propuso un puesto de diplomática en París, pues hablaba
perfectamente el inglés y el francés y había vivido también en Francia
anteriormente. Su negativa fue categórica: “Yo no colaboro con un gobierno
dictatorial”, le respondió.
Al verse privada de su trabajo, comenzó a
sobrevivir vendiendo enciclopedias y objetos, para mantener nuestra casa. Pero
en 1961, cuando yo tenía un año de nacida, conoció en una recepción de la
embajada belga –que como ya conté estaba todavía alquilada por mi abuela al
cuerpo diplomático de ese país– al embajador de Francia en La Habana, quien la
contrata para ocuparse de las traducciones y como secretaria en la sesión de asuntos
culturales. También crea su propia agencia de traducciones y hace lo mismo para
la embajada suiza. En la francesa trabajó entre 1961 y 1971, pero nunca estuvo
exenta de sobresaltos, pues en septiembre de 1963, siendo yo pequeña, recuerdo
cuando de madrugada tres milicianos tocaron la puerta para arrestarla en medio
de la noche. Mi madre no quiso abrir, pero un miliciano trepó por fuera y
penetró en la casa. En pocos minutos la casa estaba repletas de policías y la
condujeron a Villa Marista.
La acusaban de gestionar asilo a
“contrarrevolucionarios” cubanos ante embajadas occidentales en La Habana. En
realidad, María Antonia Mier,
antigua maestra del Colegio Lafayette, había influido para que mi madre evitara
que algunas personas fueran encarceladas, e incluso, fusiladas. Ella pertenecía
al Movimiento de Recuperación de la Revolución y su jefe era Rogelio González
Corzo, conectado con Manuel Artime, de la Brigada 2506. Mi madre aceptó
colaborar y le pusieron “Silvia” como nombre de guerra. Así logró conseguir el
asilo de Raúl Arango, Gabriel Valcárcel (financiero), Pedro López Peñaranda y
su mujer, Ricardo González (a través de México), Sergio Fuentes Frías, Bernardo
Hernández Álvarez (ambos por Francia) y a través las embajadas de Italia y
Uruguay, el de Felipe Quintero y muchos más. Con Gilberto Bosques, embajador de
México entonces, cuyas hijas eran amigas de ella, consiguió el asilo de tres
personas. Para ello contaba con el apoyo del vizconde Roger Robert du Gardier,
embajador de Francia y del conde Karl von Spretti, embajador de Alemania
Federal, en La Habana.
La soltaron gracias a las gestiones de la
embajada francesa. El caso fue que, como contrapartida de su liberación, el
gobierno cubano pidió que Francia dejara aterrizar en la isla de Guadalupe un
avión que venía con deportistas cubanos desde Brasil y que los ingleses se
negaban a que hiciera escala en una de sus islas del Caribe por los sucesos que
habían ocurrido en Cayo Anguila (Bahamas), en donde fugitivos cubanos habían
sido secuestrados por La Habana, violando derechos territoriales.
Mi madre sabía también algo de la
desaparición de un francés llamado Jean-Baptiste Mauriras, ocurrida el 9 de
octubre de 1966. Se decía que éste había salido a pescar, junto a un cubano, en
el yate que tenía fondeado en Tarará, y de ninguno de los dos se supo nada más,
aunque el yate apareció anclado luego en el puerto de La Habana. Por los
vínculos de Ofelia con el cuerpo diplomático francés y por pertenecer su esposo
a éste hubo todo un operativo en el que detuvieron a muchas personas. El caso
es que Mauriaras nunca apareció y se dice que donde se le vio por última vez
fue en Villa Marista.
- En Cuba la enseñanza fue
completamente nacionalizada en junio de 1961 (350 colegios católicos y 100
protestantes). ¿Tuviste entonces que asistir a la escuela pública del castrismo?
Mi vida de alumna cubana en la década de
1960, desde que comencé el preescolar en una guardería de una alemana hasta la
primaria, transcurrió en una burbuja completamente atípica. Lo que sucedió fue
que mi padre (el primer esposo de mi madre) era Raymond Duane Schuder, un
ingeniero norteamericano originario de Virginia del que divorció poco tiempo
después de mi nacimiento. Entonces, ella tuvo que criarme sola junto a María
Isabel de Aróstegui Adán, marquesa de Santa Ana y Santa María, su mejor amiga,
que tampoco se había ido de Cuba. Fue esta última quien tuvo la idea fabulosa
de sugerirle a mi madre de que me inscribiera, como hija de un norteamericano,
en los servicios consulares de Estados Unidos que representaba ya el gobierno
de Suiza.
Esa ciudadanía norteamericana permitió
que me matricularan en el colegio Hillside, una escuela privada para hijos de
extranjeros y diplomáticos en Cuba que todavía existe bajo el nombre de ISHavana, u que fundó en 1965 una
inglesa llamada “Penny” (Phyllis) Powers, que había sido niñera de Goar Mestre
y también profesora del Ruston College. De ella me enteré hace apenas unos años
que se cree que trabajó para los servicios secretos británicos y que estaba
envuelta con la famosa Operación de los Peter Pan, los niños cubanos enviados
solos por sus padres a Estados Unidos por temor a que les quitaran la patria
potestad, ya que ella había sacado a muchos niños judíos europeos durante la
Segunda Guerra Mundial.
De modo que yo siempre asistí a ese
colegio de diplomáticos en la calle 39 entre 44 y 46 en Playa y vivía un poco
desconectada de la realidad, como en la película Los sobrevivientes,
pues incluso me llevaba y traía el chofer de la casa. Mi único contacto con el
mundo cubano de entonces era con mis primos Alicia, Leonardo, Juan Luis, Virginia y Cecilia
Morales Menocal, que vivían frente al parque Gonzalo de Quesada del Vedado y cuyos
padres tampoco se habían ido del país. Frecuentarlos era mi única “ducha” de
realidad porque ellos sí tenían que ir a la escuela pública y vivían en una
realidad que era la de todos los cubanos. Dicho sea de paso, aquellos momentos
en que correteaba y montaba bicicleta en la calle con mis primos me encantaban.
- ¿En qué condiciones salen de
Cuba?
En 1973 acusan a Ofelia, mi madre, de fraguar
un atentado contra Fidel Castro, además de facilitar la entrada clandestina de
armas a Cuba por Pinar del Río (Causa 83/73). Por supuesto, todo eso era falso,
pero la condenan a 15 años de cárcel y luego se la rebajan a 9.
Mi madre estaba casada, en segundas
nupcias, como dije antes, con Louis Mongrelet, un capitán del Ejército francés,
caballero de la Legión de Honor, Cruz de Guerra, consejero de la Legación de la
Orden de Malta en La Habana y chiffreur (descodificador) de la Embajada
de Francia en Cuba. Como militar, él había estado en Argelia y Marruecos, pues
había nacido en el seno de una familia de franceses de los que llaman pieds-noirs
ya que habían nacido y vivido desde varias generaciones en las colonias galas
en el norte de África. Mongrelet había nacido en Nemours, en la Argelia
francesa, en 1903 y hablaba perfectamente el árabe y el barbaresco. A los 22
años era subteniente del regimiento de tiradores de Marruecos y tres años
después trabajaba para la Corte de Asuntos Indígenas de Rabat. En 1946, después
de haber estado como jefe del servicio de controles técnicos, también en Rabat,
quedó retirado como militar por enfermedad, pero siguió trabajando para el
gobierno francés como comisario del gobierno cherifiano en Safi, subjefe del
territorio de Marraquech, hasta ser mutado al Ministerio de Asuntos Exteriores
en París. Es entonces que llega, el 30 de marzo de 1958 como attaché de
la embajada francesa en La Habana, puesto en el que se mantiene hasta 1968, con
una breve estancia de un año (1963), en Paraguay.
Cuando arrestan a mi madre en 1973, Pierre
Anthonioz, el embajador francés en La Habana, tuvo la desvergüenza de
proponerle sacarnos a él y a mí de Cuba y de dejar a mi madre presa. Todo en
nombre de las “buenas relaciones entre los dos países”, o sea, para no afectarlas.
Por supuesto que mi padrastro se negó y, al día siguiente, envió una carta al
embajador renunciando a su pensión como militar francés. Ya estaba jubilado.
Así que, por temor al escándalo que se les venía encima, el embajador
intercedió para que liberaran a mi madre, algo a lo que Fidel Castro accedió
porque vio, al fin, la posibilidad de librarse de nosotros, confiscarnos lo
poco que nos había dejado y enviarnos al exilio.
- ¿Es entonces que llegan a Madrid?
Ofelia estuvo presa en Villa Marista dos
meses y luego en una granja llamada América Libre, entre el 8 de enero de 1973
y el 7 de junio de ese mismo año. Estando en la granja vio un día al hijo de la
directora, un muchachito de diez años, comiendo lichis. Cuando le preguntó de dónde
venían esas frutas, poco conocidas en Cuba, el muchacho le respondió que eran
de la finca colindante, llamada El Chico. Así fue como se enteró de que la
granja de mujeres en donde la habían encarcelado estaba al lado de la finca de
su tío Mario García-Menocal Deop. Fue su propio padre quien le regaló a su tío
las plantitas chiquitas de ese árbol. Décadas después habían crecido y daban
frutos. De vez en cuando, el hijo de la directora le regalaba a escondidas
algunos lichis. Mi madre anotó en sus memorias que cuando se las comía creía
que eran mensajes que le estaba enviando su padre.
Fue juzgada en la fortaleza de La Cabaña
en junio de 1973. En ese mismo lugar había estado preso su padre durante la
dictadura de Machado cuando el levantamiento de Río Verde, junto al coronel
Carlos Mendieta, contra Gerardo Machado. Mi madre contaba que en su juicio se
violaron todas las leyes, empezando por el Habeas Corpus y que su
abogado defensor fue interrumpido varias veces por “complicidad con la
acusada”. No dejaban de repetir que la revolución no necesitaba pruebas. Una
farsa de cinco horas al final de la cual el fiscal terminó pidiendo 15 años de
reclusión y la confiscación de todos sus bienes. Al final la condenaron a 9.
Gracias a las gestiones del vizconde
Robert du Gardier, ex embajador de Francia y del conde Robert de Billy,
presidente de la Casa de América Latina en París, pudo salir de la cárcel. La
llevaron directamente al hotel Habana Hilton (convertido en “Libre”) y a su
esposo Louis Mongrelet y a mí nos dieron tres días para prepararlo todo y unirnos
con ella para salir del país. Inmediatamente vinieron los funcionarios de
Confiscación de Bienes para inventariar todas nuestras pertenencias. Recuerdo
que la hoja del inventario, con todo lo que teníamos, parecía una sábana.
Papeles y más papeles en los que anotaron hasta las más insignificantes
cucharitas y tacitas. Además, sellaron todas las piezas de nuestra casa y solo
nos dejaron vivir por esos días en dos de las habitaciones. Evidentemente se
quedaron con todo.
Como nota anecdótica te puedo contar que,
años después, cuando Ofelia trabajaba como galerista de antigüedades en Madrid,
en donde había abierto un negocio de este tipo junto a Carmen Schwartz y
Zenaida Zunzunegui, empezó a viajar a Londres, París y otras ciudades para
comprar muebles y otras antigüedades en las subastas. ¡Cuál no fue su sorpresa al
encontrar en algunas subastas de esas ciudades el gran sofá de nuestra sala,
así como otros objetos! El gobierno cubano se los había vendido a los
diplomáticos que estaban en misión en La Habana.
Louis, mi padrastro, no quería vivir en
París pues prefería un clima más clemente. Prefería Madrid y es por eso que
aquí llegamos. Los primeros seis meses vivimos en el hotel Velázquez. Luego nos
instalamos en un pequeño estudio hasta que mi padrastro empezó a recibir su
pensión. Al principio todo el mundo elegante que la adulaba y frecuentaba en
sus años de bonanza, desapareció. Excepto Elena González del Valle y Herrera,
marquesa de Villalta, que nos ayudó mucho, no había nadie más para tendernos
una mano.
A mí me inscribieron primero en el King’s
College de Madrid y luego en el Santa Ana de la calle Serrano, y finalmente en
Runnymede College, también en Madrid, en donde fui muy feliz e hice grandes
amigos.
-
Inmediatamente Ofelia García-Menocal Brito se convierte en una de las figuras
clave del exilio cubano en España. ¿Qué recuerdos tienes de esas actividades?
Mi madre
ofrendó todo su tiempo y energía a la causa de la libertad de Cuba. “De casta
le viene al galgo el ser rabilargo”, como dice el refrán castizo español. Y sus
tíos, padre y abuelos lo habían dado todo por Cuba. Así que, entre venta y
venta de objetos antiguos para sobrevivir, se convirtió en una de las
activistas incansables del Centro Cubano de Madrid, una auténtica institución
humanitaria para ayudar a los exiliados que llegaban a dar sus primeros pasos
en Madrid. Allí trabajó, codo a codo, con María Comellas. La casa estaba
siempre llena de presos que salían de la isla. Mi madre era una intelectual y
alguien que podía perfectamente vivir con lo mínimo. Nunca se quejó de haber
perdido todo lo que perdió, ni iba por ahí, como tampoco voy yo, de “yo-tuve”,
que es como se llama entre cubanos a los que enumeran, a veces exagerando un
poco, lo que perdieron en Cuba.
Ofelia iba
mucho a Tampa pues se convirtió en la delegada europea de la Federación Mundial
de Expresos Políticos desde 1983. También era delegada coordinadora en Madrid
del Gobierno Constitucional de la República de Cuba en el Exilio. Muchas veces,
con pocos recursos, se largaba a Nueva York o a Ginebra para manifestar con un
par de cubanos delante de las sedes de las Naciones Unidas en estas ciudades. Yo
siempre digo que para mí ella fue algo así como la última mambisa.
Mi juventud
estuvo siempre rodeada de estas actividades y de los pocos alicientes que daba
una causa en la que pocos la apoyaban. Tal vez mi escepticismo actual tiene sus
orígenes en toda aquella lucha estéril, que no condujo nunca a nada, por mucha
pena que me dé reconocerlo.
- Tú
viajas a Cuba en 2003 y supongo que a tu madre no le gustó para nada la idea.
¿Por qué lo haces y qué impresiones tuviste?
En 2003 ya
llevaba 13 años de casada con mi esposo, Rafael Fernández-Villaverde y Silva, y
tenía a un hijo de 9. Durante todo este tiempo, en que había entrado en un
mundo de profundas raíces españolas, me daba la impresión de que yo venía de un
hueco negro. De que no tenía nada que mostrar de lo que había sido mi historia
familiar, excepto palabras y dos o tres fotos que se salvaron de la hecatombe.
Ya me habían quitado demasiado como para permitir que me quitaran también el
derecho de decirle a mi hijo: “Tu madre nació aquí, caminó de niña por estas
calles, tú también tienes sangre de este país”.
Así que
arreglé el pasaporte cubano que, ni siquiera tenía, y viajé con mi esposo e
hijo a La Habana. Nos hospedamos en un hotel que fue el palacete de los condes
de Santovenia, frente a la Plaza de Armas, en la antigua Habana intramural. Recorrí
los sitios de mi infancia o lo que quedaba de ellos, pues había más ruinas que
otra cosa. Mi escuela, la embajada francesa, la casa de mi abuela materna
convertida en embajada belga, la casa de mis queridos primos Morales Menocal
cerca del antiguo Auditorium del Vedado, el hotel Nacional que fue donde
aprendí a nadar, Coppelia y sus pocos helados, etc.
Llegó entonces
para mí el momento de visitar, una vez en Cuba, mi casa, construida por mi abuelo
Fausto Menocal, en donde nací y viví los primeros 13 años de mi vida. Esa casa
había sido construida en 1917 en unos terrenos que compró mi abuelo al Sr.
Aulet, propietario de casi toda la extensión del barrio Vedado que estaba por
construir. El arquitecto fue Emilio de Soto y demoró más de tres años en
construirse. La casa no se ve casi desde la calle porque está sobre un alto
promontorio escondida detrás de frondosos jagüeyes
Cuando
intenté, con mi esposo y mi hijo, subir una mujer nos vociferó desde arriba que
las visitas de aquella casa estaban reservadas a los arquitectos y a las personalidades
extranjeras. Insistí tanto que logramos colarnos por una reja entreabierta y
llegamos hasta la puerta de entrada. Cuando toqué salió una mujer mayor, que al
verme exclamó: “Tú eres la niña de esta casa”. Me entraron temblores, me dio
una crisis de pánico. Mientras tanto, la otra, la que había vociferado antes seguía
gritando y diciendo que ya ella nos había dicho que no podíamos estar allí, que
la casa no estaba abierta a visitantes foráneos. Entonces la señora que nos
había abierto la puerta se volteó y le dijo: “Cállate de una vez que ella es la
auténtica dueña de esta casa”.
De más está
decirte que de aquella escena no me recuperé en todo el viaje. Quien me había
reconocido se llamaba Lázara. Yo la había olvidado por completo, pero al
parecer había trabajado en la casa en tiempos de mi abuelo y hasta antes de
1959, pero como sucedía entonces, había seguido viniendo a vernos cuando yo era
niña y, al parecer, yo la había borrado del todo de mi mente. Después de
aquella escena, en que quedé destrozada, le dije a mi esposo que me llevara al
hotel Nacional y recuerdo que me tomé como cuatro daiquirís de una para poder recuperarme.
- En
internet hay una foto de Ofelia en auto exhibiendo una pancarta en la que puede
leerse “Basta ya. No Castro y por la libertad de Cuba”. Parece una foto
bastante reciente y a tu madre se le ve ya mayor. ¿Cómo fueron los últimos años
de su lucha en el exilio?
En efecto, esa
foto es del siglo XXI, y probablemente de un par de años antes de que
falleciera en Madrid, en 2012. Como te dije antes, ella nunca perdió el
entusiasmo, a pesar de los muchos embates y de los pocos alicientes de esa
lucha. Cuando muchos de los presos de la Primavera Negra cubana pasaron por
Madrid ella estaba siempre lista para recibirlos. Había ingresado en 2007 como
Dama en el Real Cuerpo de la Nobleza de Madrid, amadrinada por la condesa de
Monterrón, pero su prioridad siguió siendo hasta el último suspiro la libertad
de Cuba.
* Escritor y
periodista cubano naturalizado francés
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