Entrevisto a Luis Conte Agüero, memoria viviente de Cuba
Un placer y privilegio haber podido entrevistar a Luis Conte Agüero, “La Voz más alta de Oriente”, como se le llamaba en la Cuba de otros tiempos. Enérgico y vital con sus 98 años cumplidos. Les dejo la entrevista en Cubanet y agradezco al escritor Juan Cueto por su brillante idea de sugerirme esta entrevista y haber servido de puente.
Enlace a Cubanet: El pedazo de historia que me tocó vivir ya lo viví / Entrevista a Luis Conte Agüero / WilliamNavarrete / Cubanet
El pedazo de historia que me tocó
vivir ya lo viví
(El escritor y periodista William
Navarrete entrevista a Luis Conte Agüero, periodista y activista cubano
exiliado)
¿Quién no conoce a Luis Conte Agüero? Con
98 años cumplidos “La Voz más alta de Oriente”, como le llamaba la radio cubana
de la década de 1950, y 62 años de exilio, ha tenido, como los gatos, varias
vidas y ha escapado de diferentes encerronas tanto por su oposición a Fulgencio
Batista, tras el golpe militar de 1952, como por su muy temprano combate contra
el comunismo y contra Fidel Castro, de quien fue durante la década de 1950 uno
de sus mejores aliados, siempre desde la palestra pública del periodismo y el
activismo político.
Entrevistar a Luis Conte Agüero, de mente
lúcida y enérgica voluntad, a edad tan avanzada es un lujo. Nació en Santiago
de Cuba, el 6 de julio de 1924, en el seno de una familia de vida modesta
marcada por la política, pues su medio hermano, Andrés Rivero Agüero, hijo de
su madre con un primer esposo, fue ministro de Agricultura durante el primer
gobierno de Fulgencio Batista (1940-1944), ministro de Educación después del
golpe de Estado de 1952, senador en 1954, Primer Ministro de Batista en 1956 y,
finalmente, el último presidente electo en aquellas agitadas, inconclusas y marcadas
por la abstención elecciones de noviembre de 1958. Como sabemos, el paso de
poderes, que debía haber tenido lugar el 24 de febrero de 1959 nunca ocurrió.
Luis Conte Agüero vive en Miami y por
azar a pocos metros del tramo de avenido del South West que lleva hoy su
nombre.
- Como con todos los entrevistados
me gustaría indagar sobre sus orígenes familiares, el primer entorno, los
recuerdos de los primeros años de su niñez…
Yo nací en un hogar de clase media, en
1924, en la calle Estrada Palma, n° 156, en Santiago de Cuba, durante el último
año de mandato del presidente Alfredo Zayas y Zayas. Mi madre, Isidra Agüero y
Agüero era viuda y había tenido con su primer esposo cinco hijos: Emilio,
Nicolás, María Luisa, Vidalina y Andrés Rivero Agüero, y con su segundo esposo,
Luciano Conte Roberts, mi padre, a mi hermana Manuela y a mí. Mi padre era
inspector de Sanidad pública y mi madre ama de casa. Si, por una parte, mi
madre murió a la edad de 101 años, de mi padre tengo pocos recuerdos porque
vivió poco.
Como muchos niños de entonces estudié en
la escuela pública y luego en el Instituto de Segunda Enseñanza de la ciudad.
Era un niño más que avispado y aunque no lo crea nadie la primera lengua que
empecé a hablar, no me preguntes cómo ni por qué, fue griego. Fue a partir de
los 3 años que empecé a expresarme español y decía mi madre que parecía un
adulto ya. El caso es que, con apenas 5 años de edad, inventaba historias o
cuentos para entretener a los niños del barrio que venían a escucharme a casa
y, cuando no cabíamos en el corredor, que es como en Oriente llamamos a los
portales, nos metíamos en una cuartería de enfrente, que es como llamábamos al
equivalente de los solares habaneros, y pagaban un kilo o con botones para
escuchar mis historias. Recuerdo que hasta había inventado a un personaje que
se llamaba Jean Dupont. Pero, además, cantaba tangos, boleros y sones, cosa que
seguí haciendo toda mi vida. Razón por la cual la gente se asombraba de ver mi
nombre en carteleras de espectáculos musicales, incluso en Miami, y siempre
preguntaban: ¿Y ese Conte Agüero es el mismo que el de la radio en Cuba?
- ¿Cómo se despierta su interés por
la radio y, sobre todo, el periodismo?
Empecé emisoras más pequeñas que había en
Santiago como la CMKR o Radio Provincial de Santiago de Cuba, creada en 1935
por Jaime Nadal y luego en la CMKC, también de la década de 1930, muy vinculada
a Félix B. Caignet. Pero allí vino a buscarme, porque le había gustado y me
había oído, Ricardo Miranda Cortes, a quien llamaban “El Chino”, uno de los
socios de la CMKW, luego Radio Cadena Oriental. De Guadalajara, había llegado
un mexicano llamado Robles de la Vega que comenzó con un programa llamado “La
hora de Guadalajara” en el que yo era el cantante fijo y que empezaba siempre
con la tonada “Guadalajara es un llano, México es una laguna […]”. Muy
divertido y apreciado por los radioyentes.
Al final, la emisora terminó mudándose
para La Habana semanas antes de que Fidel Castro lanzara el ataque fallido al
cuartel Moncada, en 1953, y yo me mudé entonces para la capital con la emisora.
Fue entonces que comencé el programa que me dio a conocer en toda Cuba y que se
llamaba “Habla Luis Conte Agüero”, en el segmento de 12 m a 1 pm que era el de
más escucha.
- ¿Empieza a militar en la política
nacional con el Partido Ortodoxo de Eduardo Chibás? ¿Cuáles fueron sus primeros
contactos y qué recuerdos tiene?
Yo comencé mi liderazgo político mucho
antes, en el Partido Auténtico de Ramón Grau San Martín, antes de integrar las
filas del Partido del Pueblo Cubano u Ortodoxo, fundado en 1947 por Eduardo
Chibás, desprendimiento del primero, y a quien conocí desde el inicio de éste. De
hecho, escribí un libro que publiqué en 1987 en las ediciones de La Moderna
Poesía, aquí en Miami, titulado Eduardo Chibás, el adalid de Cuba.
En 1951 era candidato a la Cámara de
Representantes por la provincia de Oriente del partido de los Ortodoxos y fui
quien propuse a Fidel Castro para que se presentara como Representante por La
Habana. El candidato a Presidente de los ortodoxos, tras la muerte de Chibás,
era Roberto Agramonte Pichardo. Como todos sabemos estábamos seguros de ganar
si meses antes de las elecciones Fulgencio Batista no hubiera dado el golpe de
Estado del 10 de marzo de 1952.
- Fuiste uno de los últimos en
estar junto a Eduardo Chibás antes de su suicidio, tal vez el más sonado de la
historia política de Cuba por lo muy querido que era y por la manera teatral en
que sucedió. ¿Qué puede contarnos de esto?
A Chibás, como sabemos, le tendieron una
trampa porque era el candidato predilecto de las elecciones. Apareció en uno de
los periódicos de la época que Aureliano Sánchez Arango, entonces ministro de
Educación, había construido un reparto residencial en Guatemala. En realidad,
no era un periódico de verdad, sino un libelo improvisado, y entonces Ramón
Crusellas Touzet, que era amigo de Chibás, le lleva ese recorte y se lo deja.
En ese momento, aunque yo vivía aún en Santiago de Cuba, viaja a La Habana con
mucha frecuencia y formaba parte del entorno de Chibás.
Para no fallar en las denuncias que Chibás
hacía desde su programa, inspirado siempre de su lema “Vergüenza contra
Dinero”, trataba de ser muy cauteloso y verificaba las informaciones de casos
de corrupción y de desmanes que le notificaban. Pero, esta vez, tal vez porque
el artículo “fabricado” lo traía Ramoncito Crusellas, heredero del imperio jabonero
de ese nombre, Chibás no desconfió. Aclaro que el propio Ramoncito ignoraba que
se trataba de una trampa. Días después, el propio Chibás se dio cuenta de que
su denuncia no tenía fundamento pues ya se había comprobado la falsedad de la
información. Por supuesto, aquello representaba un descalabro tan cerca de las
elecciones porque las tales pruebas no podían ser utilizadas. La oposición
utilizaba esto para convertir al líder en el centro de las burlas y poder desacreditarlo.
Y no paraban de publicar caricaturas jocosas contra él. De modo que Chibás no
sabía muy bien cómo salir del atolladero, sin perjudicar al partido.
Entonces, ese mismo día, un domingo 5 de
agosto de 1951, preparó lo que para él sería su última intervención, aún sin
las pruebas, que transmitiría a las 8 de la noche en el horario habitual de su
emisión.
Yo estaba justamente con él en su
apartamento del edificio López Serrano, en El Vedado, el día en que intentará
suicidarse dándose un tiro en la ingle, en la antena. Nadie podía sospechar que
pudiera tener el propósito de suicidarse de la manera en que lo hizo. Eso sí, vi
que al final de su discurso había escrito “Morir por la Patria es vivir”,
parafraseando al Himno Nacional cubano. Entonces le dije: “Chico, esto de morir
por la Patria es vivir a qué viene”. Y me responde: “No te preocupes, que cambiaré
el final. Borra eso”. Yo mismo tacho entonces la frase y Arturito, un primo de
él, que era quien fungía de secretario y a quien él dictaba sus discursos, se
dispuso a añadir la nueva versión para el final, pero él mismo le dijo que no
se preocupara que ya se ocuparía de improvisarla.
Del López Serrano salimos para la
emisora, a donde siempre lo llevaba Alejandro, su chofer de toda la vida. Entonces
Chibás sacó su revólver y dirigiéndose a mí me dijo: “¿Qué te parece si lo pruebo?”
Yo me quedé un poco perplejo, pero juro que seguía sin sospechar nada sobre sus
verdaderas intenciones. Sacó una bala, me la dio, se la devolví, me dijo que no
la necesitaba”. Luego añadió que quería probar el arma, pero cambió de opinión
porque, según él, podía herir a algún transeúnte. Entonces la guardó. En ese
momento llegó Pelayo Cuervo Navarro con su propio chofer y nos propuso
llevarnos a la emisora, algo que en realidad siempre hacía Alejandro. Chibás
aceptó.
Ya en la emisora CMQ estaba hablando en
directo José Pardo Llada. Terminó su segmento y comenzó Chibás, quien entonces
leyó su intervención y terminó con versos del Himno Nacional. Estábamos en la
mesa del estudio Orlando Castro Yánez, Millo Ochoa y yo, exactamente delante de
Chibás. Fue entonces que se dio el tiro, uno solo, de abajo hacia arriba, con
el micrófono abierto, pero como se había pasado de tiempo ya no estaba en el
aire pues en eso CMQ era muy rigurosa y te cortaban cuando tu tiempo había
terminado. Fidel Castro no estaba allí presente, eso lo fabricó después del
triunfo de la revolución de 1959 una autora norteamericana por sensacionalismo
y para contribuir al culto del dictador, cambiando el nombre de Orlando por el
de Fidel que ya estaba en el poder para un libro que estaba publicando en
inglés.
El hecho de que Chibás se haya dado mal
el tiro y de que no muriera en el acto se debió a que mantuvo escondido el
revólver debajo de la mesa para que no viéramos el momento en que iba a
dispararse. Eso prueba que sí tenía voluntad de morir, contrariamente a lo que
se ha repetido muchas veces. Si en realidad hubiera querido herirse solamente
para distraer la atención sobre el tema de las pruebas que no tenía contra
Sánchez Arango, entonces lo hubiera hecho de manera que cualquiera de nosotros hubiera
podido saltar para impedírselo. Él consideró
que su suicidio iba a ser un legado histórico que confirmaría el triunfo del
Partido Ortodoxo en las elecciones de 1952.
- ¿Entonces usted estuvo en la
comitiva que lo trasladó a la clínica?
En efecto, lo cargamos entre tres.
Bajamos como bólidos del estudio hasta la calle con tan buena suerte de que
había un carro estacionado delante de la emisora de alguien que acababa de
disputarse con la novia. Y allí montamos con el cuerpo de Chibás. Recuerdo que estábamos
Roberto Agramonte, Pelayo Cuervo, Orlando Castro y yo. Pusimos a Chibás en la
banqueta trasera a todo lo largo y arrancamos camino de la clínica de la calle
27 del Vedado. Solo dijo entonces “Muero por Cuba”. Fidel Castro, que se
encontraba en ese momento en la emisora, se fue detrás de nosotros en otro
carro.
En la clínica lo operan y todos pensamos
que se salvaba. De modo que yo me regresé a Santiago de Cuba y estando allá es
que recibí la noticia de su muerte, el 16 de agosto, por hemorragia y una
medicina mal administrada. Esto significó un viraje total en la historia de
Cuba que aún hoy lo estamos pagando, pues no cabe ninguna duda de que eran los ortodoxos
los que iban a ganar aquellas elecciones.
- Llegó el fatídico 10 de marzo de
1952, el día que cambió el curso de la historia. ¿Qué hace Conte Agüero?
Como dije antes, mi emisora radial se
había mudado para La Habana en 1953 y yo con ella y con mi esposa. Primero viví
en el hotel San Luis y después nos mudamos para la calle Campanario n° 251, a
una casa en cuyo segundo piso estaban los estudios de la emisora. Al ser yo
miembro del Partido Ortodoxo y con la enorme responsabilidad de haberme codeado
con Eduardo Chibás desde los inicios mismos del partido, no podía permitir que
aquel golpe a la democracia fuese silenciado. Como muchísimos cubanos comencé a
militar contra Batista, aunque también contra los comunistas de los cuales
siempre desconfié.
Poco después me sorprendió, como a todo
el mundo, la noticia del fallido ataque encabezado por Fidel Castro al cuartel Moncada,
el 26 de julio de 1953. El día anterior yo había cenado con mi hermano Emilio
Rivero Agüero y su esposa Raquel Rojo Machado en el Palacio de Cristal de La
Habana. Estábamos lejos de imaginar todo lo que sucedería al día siguiente a
880 kms de donde estábamos.
Entonces se filtra la noticia de que los
cadáveres de los asaltantes caídos los llevaban en una rastra para enterrarlos
en el cementerio de Santa Ifigenia. Improvisé inmediatamente un duelo a los
caídos a través de las ondas de la emisora. El gobierno, por supuesto, me acusó
de apología del delito. La policía me buscó en Santiago, en mi casa Estrada
Palma y también en la de la carretera de Cuabitas, a la entrada de Puerto
Boniato, que era para donde me había mudado después de casado. Esto solo lo
supe luego. Resultó que quienes me buscaban estaban desinformados y consideraban
que yo había sido parte de los asaltantes al Moncada ya que muchos de los que nos
manifestamos públicamente contra el golpe de Estado estábamos fichados.
Salí entonces de la emisora, pero la
posta de vigilancia que habían puesto en la entrada no me reconoció, ya que no
se imaginaba que yo estuviera dentro puesto que lo habían puesto justamente
allí para evitar que yo pudiese llegar a los micrófonos. Por supuesto, no
sabían que mi casa y la emisora se encontraban en el mismo edificio. De modo
que hice el homenaje, salí a la vista de todos y me fui hasta El Vedado, y me
senté en un banco de la Avenida de los Presidentes y la calle 25, frente al
edificio Chibás. Fue en ese instante que decidí viajar a Santiago de Cuba.
En Santiago ya me tenían montada la causa
y me llevan a juicio. Me detuvo el capitán Rafael Morales Sánchez, quien, a
pesar de que había perdido a un hermano combatiendo contra los asaltantes se
portó de manera muy caballerosa conmigo. El juicio contra mí fue el 23 de
octubre de 1953 y me defendió el Dr. Baudilio Castellanos, coterráneo mío. La
vista del juicio tuvo lugar en el hospital Saturnino Lora. Allí estaban también
entre los acusados Gustavo Arcos Bergnes (en silla de ruedas pues lo habían
herido y a quien condenaron a 10 años de prisión), y la vieja guardia de los
comunistas como Blas Roca, Juan Marinello y Lázaro Peña, como aves de mal
agüero, siempre en medio de todo, a los que ni siquiera saludé. También estaban
Roberto Varona, su hermano Manuel Antonio Varona, José Núñez Carballo, entre
otros.
Por supuesto, los testigos fueron
honestos y negaron mi presencia en el asalto. Fui absuelto. Sin embargo, meses
después supe por mi madre que Fidel Castro había venido, el día antes del
ataque, a buscarme a su casa y luego a la mía, ignorando que yo me había mudado
para La Habana. Por supuesto, lo que quería era enrolarme en el asalto.
- Así y todo, tengo entendido que mantuvo
un estrecho vínculo con Fidel Castro durante el tiempo que estuvo prisionero en
el Presidio Modelo de isla de Pinos…
En efecto, Fidel Castro entra en prisión
después del juicio del Moncada. Fue condenado a 15 años, pero amnistiado 22
meses después. A mí, a pesar de haber sido absuelto, me metieron preso también,
primero en el Vivac de Santiago de Cuba, y luego, por orden de Batista, en la
misma prisión de isla de Pinos. Pero pude salir antes porque se hicieron muchas
gestiones para sacarme por vía de mi hermano.
Castro y yo no coincidimos en prisión,
solo una vez nos vimos detrás de un tabique de cristal cuando yo iba a salir. A
partir de mi liberación, empezamos a mantener una correspondencia regular. Veintiuna
de las cartas que me envió desde la isla de Pinos fueron publicadas en 1959, al
albor de la revolución, pues las había conservado todas. Muchas de ellas,
escritas en papel de calcar muy fino, las sacaban de prisión Mirtha Díaz-Balart
(su primera esposa) y Lidia Argota Castro (una medio-hermana). Esas cartas
revelaban ya la personalidad iracunda del futuro dictador. Recuerdo
particularmente una en la que me contaba que pasaba el tiempo leyendo. En otra,
anunciaba que retaría a duelo a su cuñado (el hermano de su esposa Mirtha
Díaz-Balart) porque la había puesto en la plantilla del gobierno de Batista para
que tuviera de qué vivir mientras él estaba preso, lo cual era para él era una
humillación intolerable.
Por supuesto, esas cartas también eran
una lluvia de elogios hacia mí. “Tú eres el pedazo del fondo del pueblo que
sobresale por encima del ambiente podrido” (12 de diciembre de 1953), “aún
conservo la pena de no haberte podido dar un abrazo y expresarte de palabra
nuestra gratitud cuando estuviste preso en esta misma prisión” (12 de junio de
1954), “te autorizo para que en mi nombre hagas cuantas declaraciones estimes
necesarias y tomes cualquier decisión” (17 de julio de 1954), “[mi hermana]
Lidia te dirá la palabra, la forma en que me expresé con respecto a ti: “El
hombre perfecto no existe, si existiera sería Luis Conte Agüero” (31 de julio
de 1954). Entre muchos otros elogios entre los que se hallaba su deseo de
convertirme en Presidente de Cuba. En una carta a Jorge Mañach, fechada el 17
de febrero de 1955 Castro llegó a escribir: “Se puede alegar a su favor
[refiriéndose a mí] que es, sin lugar a dudas, el líder joven de más prestigio
y capacidad intelectual de la última promoción republicana” (y esto a raíz de
una polémica ardua que sostuve con el vicepresidente Ramón Guas Inclán.
Incluso, cuando Batista amnistió a los presos del Moncada, las primeras
declaraciones de Fidel Castro en el programa “Ante la prensa”, en CMQ, cuando
le preguntan a quién consideraba el cubano más indicado para ocupar la
presidencia de Cuba, no vaciló en dar un nombre: el mío.
Cabe recordar que, en 1955, ya
amnistiado, Fidel Castro reunió a los exiliados cubanos que habían abandonado
el país por oponerse al golpe de Batista y pronunció un fogoso discurso en un
teatro del Downtown de Miami, que ya no existe, cerca del puente de la calle
Flagler, en donde recaudó bastante dinero. Recuerdo que recalcó que había unos
26,000 exiliados contra Batista en el Miami de aquel entonces, enfatizando la
vergüenza que representaba que Cuba tuviese tantos exiliados. Yo estaba
presente en ese momento pues me pidió que viajara desde La Habana para ayudarlo
a congregar a la gente. El evento fue cubierto por el Diario Las Américas
y fotografiado por Wilfredo Gort, fotógrafo de ese medio. Poco le importó
después de hacerse con el poder, que las cifras ascendieran hasta más de un
millón de exiliados, solo durante las tres primeras décadas de su dictadura.
Solo una mente enferma como la de Fidel
Castro podía girar, por conveniencia propia, 180 grados en sus opiniones. El 28
de marzo de 1960, cuando me acusó de traición por criticar el rumbo comunista
de su gobierno llegó a decir: “Los enemigos de la Revolución están muy
conscientes del servicio que Luis Conte Agüero les ha prestado, y Luis Conte
Agüero está muy consciente del servicio que le ha prestado a los enemigos de la
Revolución”, con ese estilo de retruécanos y repeticiones tan propio de él para
engatusar, martillar, convencer e inculcar. En aquella comparecencia televisiva
y radial de cuatro horas que hizo llegó a decir que el presidente que él mismo
puso inicialmente, Urrutia Lleó, no tomaba una decisión sin consultarme. Y pronució
aquella célebre frase:
“Luis Conte Agüero ha actuado con un gran
resentimiento de tipo personal, con un gran espíritu de frustración, con una
gran vanidad, y las cosas que ha hecho las ha hecho, pero muy consciente y muy
deliberadamente. Ha creado esta tremenda división y polémica sobre problemas de
comunismo y anticomunismo”. El texto íntegro de ese discurso contra mí lo
publicó el periódico La Calle, el 30 de marzo de 1960, N° 207, en su
edición especial.
- Nos estamos adelantando un poco a
los acontecimientos porque aún la revolución no ha triunfado y usted sigue
militando a favor de Fidel Castro, encumbrándolo, haciendo de él la figura
clave de ese movimiento contra Fulgencio Batista y a favor de la democracia en
Cuba. ¿No lamenta este pasado?
Hay una realidad: no era el único. Y
otra: el gobierno de Batista era absoluta y completamente antidemocrático y
anticonstitucional. Y las elecciones de pacotilla de 1956 y, luego las de 1958,
una auténtica burla al pueblo de Cuba.
Solo después, hablando con muchos, sobre
todo después de enero de 1959, fue que me enteré que Fidel Castro, en la
Sierra, no había disparado un solo tiro, excepto para matar alguna que otra vaca.
El famoso primer combate, el del Uvero, quien lo dirigió fue Juan Almeida
Bosque, el auténtico héroe de esa batalla. Castro siempre utilizó cadáveres o
el valor de otros hombres, el que él nunca tuvo, para cubrirse de gloria. El
famoso fusil con mirilla telescópica que se compró para luchar en la Sierra lo
usaba para exhibirse y sacarse fotos.
Cuando triunfó la revolución, que ahora
podemos llamar “castrismo”, yo estaba exiliado en Venezuela. Había tenido que
salir de Cuba en 1958 porque la situación era muy delicada para mí y me tenían
cercado. Incluso teniendo a mi hermano Andrés, en el gobierno de Batista.
- Justamente sobre eso quería
preguntarle. ¿Cómo es posible que estando en terrenos tan opuestos, Ud. y su
hermano Andrés no se hayan convertido en una especie de Caín y Abel?
Eso es algo increíble. Nuestro amor de
familia y fraternal nunca tuvo nada que ver con nuestras posiciones políticas.
Todo el mundo sabe que Andrés Rivero Agüero, mi hermano y medio, como siempre
digo, fue elegido Presidente de Cuba en aquel amago de elecciones de noviembre
de 1958, puesto allí por Fulgencio Batista como una marioneta. Rivero Agüero
venía representando el poder del dictador que combatíamos, de modo que aquellas
elecciones, en donde no había prácticamente ningún otro candidato, excepto un
Grau San Martín bastante alicaído, no valían para nada.
Justamente, el día del golpe de Estado
del 10 de marzo de 1952 mi hermano me llamó públicamente “El único insurrecto”
porque ese mismo día convoqué, inútilmente, al Ejército en Santiago de Cuba
para que se levantara contra el nuevo dictador de Cuba.
Mi hermano Andrés me pidió que lo apoyara
en 1958, pero conocía mi respuesta de antemano. Entonces le dije que, en ese
combate político nosotros seguíamos siendo hermanos, pero contrincantes. La
prueba de su servilismo a Batista es que salió, aquella noche del 31 de
diciembre de 1958, con el cortejo del dictador de Banes, rumbo a Santo Domingo,
en el mismo avión. Allí vive cierto tiempo, hasta que Leónidas Trujillo, el
dictador de República Dominicana, empieza a pedirles más y más dinero para
“protegerlos” a todos. Batista sale entonces rumbo a Europa y yo, que ya estaba
exiliado en Miami, me traigo a Andrés conmigo y aquí le consigo que le dieran
100 dólares mensuales como refugiado y una casa por cuyo alquiler solo se
pagaba entonces 72 dólares. Al menos durante ese primer año.
- Entonces regresa a Cuba, como
muchos exiliados, y apoya como muchos el cambio. Incluso, tengo entendido que
acompaña a Fidel Castro en su primer viaja al extranjero ¿Qué puede contarnos
sobre esto?
Una de las primeras acciones que emprendí
en mi vida, en el ámbito político, fue la creación de un Frente Católico Anticomunista.
Es cierto, a través de las páginas de los diarios Zigzag y El País
continué apoyando a la revolución, pero los comunistas no paraban de atacarme o
de silenciarme desde las páginas de sus periódicos, como Hoy, empezando
por el Che Guevara y Raúl Castro. El propio Juan Marinello, que en esa época
era quien lideraba a los comunistas, se encargó de maniobrar para que se
declarara públicamente que cualquier ataque contra los comunistas sería
considerado un ataque a la revolución.
Para su primer viaje a Estados Unidos
después de 1959, Fidel Castro quiso a toda costa que yo lo acompañara. Ya él
había llegado a Nueva York y amenazaba con no proseguir el viaje si yo no me
reunía en la Gran Manzana con él. De modo que, bajo presión –pues yo no quería
renunciar a toda mi actividad periodística en CMQ y Radio Progreso, además de
la prensa escrita– me uní a la comitiva. De allí fuimos a Washington, nos
reunimos en Canadá con miembros de la familia Bacardí, seguimos rumbo a Brasil
y, luego, a Argentina. Evidentemente, como ya yo veía la manera en que los
comunistas estaban maniobrando le advertí a Fidel Castro, varias veces en el
avión en que viajábamos, el peligro que representaba esta gentuza para la
revolución. Me respondió entonces que él no era el dueño del Partido de los
comunistas y ahí fue cuando le dije: “Del Partido no, Fidel, tú eres
simplemente el dueño de toda Cuba”. Y entonces se quedó mirándome. Ahí mismo
entendí cuáles eran sus planes.
- ¿Cómo ocurrieron los hechos que
lo obligaron a salir de Cuba de la manera estrepitosa en que tuvo que hacerlo?
Ocurrió que ya había descubierto la
conspiración del Partido Socialista Popular (o sea, el embrión del Partido
Comunista Cubano) para hacerse con el poder. Ellos sabían de mi profunda
aversión hacia la ideología que buscaban para Cuba. Yo había criticado una
ridícula “Exposición Soviética” en La Habana, en marzo de 1960, que exhibía los
logros de la URSS, y había dicho que todo eso se quedaba corto si se hubiera hecho
una muestra similar sobre los logros de Estados Unidos en materia de técnica,
ciencias y demás. Además, dije que todo aquello que los rusos habían realizado lo
habían hecho esclavizando a los seres humanos y que por eso no tenía ningún
valor.
Aquello creó una gran polémica y trataron
de desacreditarme y publicaron un artículo contra mí que titularon “El rey de las
ranas”. Y lo denuncié al día siguiente en un discurso, ante el Club de Leones,
en el Hotel Habana Hilton, un 21 de marzo de 1960. El primero en atacarme
virulentamente, tres días después, desde los micrófonos de su emisión radial en
Radio Progreso, fue José Parda Llada quien me acusó públicamente de
“divisionista y contrarrevolucionario”. Alea Jacta Est, como se dice
desde las guerras de Roma y Cartago, pues con esa acusación pública, Fidel
Castro, quien sabía que yo era una piedra en su zapato, tanto por mi prestigio
como por mis ideas contrarias a las de él, vio el camino abierto para lanzar
una cacería contra mí y sacarme del medio.
Conociendo ya como se manipulaba al
pueblo, yo prometí leer una carta abierta a Fidel Castro desde mi programa en CMQ,
pero los comunistas bloquearon con sus turbas el edificio de los estudios.
Entonces les jugué cabeza y me dirigí a Radio Progreso, que ellos habían
descuidado, y allí mismo, ese 25 de marzo, leí por las ondas radiales, con una
hora de adelanto y en un estudio herméticamente cerrado, lo que había escrito
dirigido al propio Castro. Acto seguido, al salir de la emisora en mi
automóvil, una turba preparada por Raúl Castro, Emilio Aragonés, Manuel Susarte
y Carlos Olivares, que se ocupaban de agitar a la plebe envidiosa y cizañera
contra quienes les molestaban, me interceptó y atacó el carro en que me desplazaba.
Cuando intenté bajarme empezaron a dar golpes contra la carrocería y a gritar
“Luis Conte Agüero, ¡paredón!”. Pero como me impedían salir del auto y gracias
a la habilidad y astucia de mi chofer, pudimos esquivar la turba y enfilar
raudo hacia la Octava Estación de Policía, en donde, iluso, pensaba poner
denuncia de la situación que había vivido. Tratamos luego de ir a la CMQ, pero
fue imposible pues intentaron volcarnos el automóvil conmigo dentro. Fue
entonces que nos dirigimos a la embajada de Argentina, en donde inmediatamente
pedí asilo. Estoy vivo de puro milagro.
- ¿Por qué cree que respetaron su
vida y no impidieron su salida de la Isla?
Fidel Castro tenía ganas de salir de mí.
De sacarme del paso. A él no le gustaban para nada mis constantes denuncias del
giro comunista que estaban tomando los acontecimientos y la manera en que la
vieja guardia roja de Cuba, los Roca Calderío, Marinello y toda esa gente, iban
ocupando más y más espacios en la vida pública, con el sectarismo típico de
todos los comunistas. O sea, ellos y solo ellos. El 26 de marzo de 1960, el Diario
de la Marina se hacía eco de mis declaraciones pública y, en grandes
titulares repetía mi frase antes dicha: “Quieren los comunistas hacer de Cuba
la Hungría de América”.
Por otra parte, Castro también quería
evitar una crisis con Argentina. El gobierno todavía no estaba afianzado y su
poder tampoco, de modo que no podía correr el riesgo de buscarse, en ese
contexto, un problema o una ruptura diplomática con un país que, entonces, era
muy importante en el ámbito de la política latinoamericana. Castro sabía que yo
gozaba de mucho prestigio en Argentina porque en 1958 el general Pedro Eugenio
Aramburo me había pedido que fuera yo quien anunciara las elecciones, pues era él
quien ocupaba la presidencia de facto tras el derrocamiento de Juan Domingo
Perón desde 1955. Algo que acepté a condición de que respetara el resultado de
las elecciones. Y cumplió con su promesa, pues ganó Arturo Frondizi, quien, en
realidad era un aliado de Perón y él lo reconoció.
Pero volviendo a mi asilo y salida de
Cuba en aquellos tiempos convulsos de 1960, dejaba atrás a mi esposa y a mi
hijo menor. A ellos los retuvieron, además de que vinieron los de “Recuperación
de bienes” a confiscar mi automóvil e inventariarlo todo. Finalmente, como no
los dejaban salir y los tenían como rehenes para chantajearme incluso fuera,
pudieron partir como turistas vía México burlando la vigilancia del G2.
- ¿Cómo fueron los primeros años de
exilio en Miami y qué actividades desarrolló?
Inmediatamente creamos un frente para
denunciar los atropellos del castrismo y el avance del comunismo en Cuba. En
esos primeros años no me cansaba de participar en mítines, de dar conferencias,
de denunciar en todas las tribunas posibles la situación de la Isla.
Todo no era coser y cantar, al contrario.
Teníamos que enfrentarnos cada vez a elementos comunistas y a favor de la
dictadura castrista que nos saboteaban los actos en muchos foros. Y no solo en
América Latina, sino en los mismos Estados Unidos, como en diciembre de 1961 en
Tampa en que fuimos agredidos por comunistas que vinieron a perturbar uno de
nuestros mítines y compañeros como Fernando Casanova y Eddie Silva, quienes
habían viajado conmigo desde Miami, también fueron detenidos en medio del
zafarrancho que formaron los agresores. ¡Y ni hablar de similares agresiones en
las universidades de Tegucigalpa o en la Universidad Católica de Chile, ese
mismo año de 1961!
Aunque pocas veces se salían con la suya
ya que los mismos participantes a los encuentros se encargaban de sacarlos y de
cerrarles el paso.
- Su renombre como periodista hace
que se vea implicado en diferentes conflictos latinoamericanos, como la crisis
dominicana de 1965. ¿Puede hablarnos de su papel en ese momento?
El 30 de mayo de 1961 muere asesinado el
dictador dominicano Leónidas Trujillo. El país había quedado en una situación
política confusa pues Joaquín Balaguer, que respondía a los intereses de
Trujillo, siguió gobernando hasta enero de 1962. Vino luego un periodo de
inestabilidad con Rafael Bonnelly y Juan Bosch, pero no duraron. Se creó una
junta provisional y hasta dos triunviratos. A esto siguió una guerra civil en
1965 con dos bandos, de un lado los constitucionalistas y del otro los
lealistas. A mí me llamó Antonio Imbert Barrera, que era el representante del
segundo bando cuando los dos intentaban gobernar, sin éxito, el país. En una
cena, visto que él tenía realmente el poder en el país, yo le pedí que renunciara
y que convocara a elecciones. Recuerdo que se puso colérico, pero al final
mandó a buscar a Francisco Javier Rivera Caminero, que era el jefe de las
Fuerzas Armadas, y aceptó mi idea. Todo fue muy ceremonioso porque él no quería
dar el brazo a torcer públicamente, de modo que me pidió que saliera por la
ciudad con miembros de su Consejo de ministros para crear un estado de opinión
y evitar un nuevo estallido. Entonces, al día siguiente, en la televisión
nacional, Imbert entregó su renuncia en mis manos, o sea, que yo actuaba como
una especie de auriga a cargo de entregarle el mando al gobierno de transición
hasta que se organizaran las elecciones de 1966.
Han sido décadas de trabajo periodístico
y de militancia política contra el castrismo. Todo el material de estos años
puede ser consultado libremente en las 179 cajas en la colección “Luis Conte
Agüero” que cedí a la Cuban Heritage Collection, de la biblioteca de la
University of Miami. Imposible que podamos resumir aquí cada acto, manifiesto,
congreso, foro, escrito, etc. He publicado unos 40 libros y me encontré con
casi todos los presidentes norteamericanos desde John F. Kennedy hasta el siglo
XXI. También he perdido la cuenta de los mandatarios latinoamericanos y
primeros ministros que me han recibido a lo largo de estas seis largas décadas
de exilio. He recibido muchos honores, un tramo de la avenida 27 del SW de
Miami lleva mi nombre, el alcalde de Hialeah Carlos Hernández proclamó el 6 de
septiembre como “Día de Luis Conte Agüero”. Pero todo eso lo dejo para los
historiadores. Para mis críticos y admiradores. Yo, el pedazo de historia de
Cuba que me tocó vivir y hacer ya lo viví y ya lo hice. ¡Y como dice la vieja
divisa bíblica “que tire la primera piedra quien esté libre de pecado”!
Comentarios
Publicar un comentario