La abadía de Santa María de Lagrasse, en el Aude, Francia – El Nuevo Herald
Fue fabuloso visitar esta abadía, administrada por canónigos agustinos y ser recibido por el Hermano Michel que nos contó sobre la vida de los canónigos y nos sirvió de guía en las diferentes dependencias de una de las abadías más animadas y alegres que he visitado en mi vida. Vale la pena llegarse hasta allí durante una visita al país cátaro francés. Lo cuento en El Nuevo Herald.
Enlace al Herald:
Abadía francesa Santa María de Lagrasse de
los canónigos agustinos al sur de Carcasona
William Navarrete*
Nos recibe el hermano Michel, de la orden
de los canónigos regulares de San Agustín, quienes ocupan, desde el año 2004,
una parte de la histórica abadía de Santa María de Lagrasse en el departamento
francés del Aude, al sur de Carcasona. La comunidad vivía entonces cerca de
Gap, en la Alta Provenza, pero como crecía necesitaban un edificio más amplio,
de modo que le compraron entonces a un propietario privado la parte que le
pertenecía de la abadía, quedando siempre el lado izquierdo en manos del
departamento del Aude, como bien público.
Sucede que, como muchos monasterios y
abadías de Francia, la revolución francesa de 1789 fue un cataclismo que alteró
la vida monástica que se llevaba hasta entonces. En medio de los excesos, la
abadía tuvo suerte porque su estructura original se conservó. Fundada antes del
reinado de Carlomagno en el año 779, su primer abate se llamó Nebridius y se
convirtió más tarde en arzobispo de Narbona. Durante el movimiento cátaro, entre
los siglos XII y XIII, los abates de Lagrasse adoptaron un papel conciliador
entre el Vaticano y sus enemigos. En el XVI se erige el macizo campanario que
vemos hoy, de 81 metros de altura. Y, a partir de 1663, la abadía acoge a una
comunidad de benedictinos que completan los edificios, extraña alianza de
arquitectura románica, gótica y clásica, propia de una transición por más de
diez siglos.
La revolución de 1789 expulsa entonces a
los monjes y la abadía es pillada y dividida en dos partes. A partir de 2004,
después de un periodo en que las hermanas de los Siete Dolores y de la Teofanía
la ocuparon, los canónigos agustinos le han dado nueva vida y actualmente la
parte que ocupan es un hervidero constante en el que los visitantes pueden
hacer retiros espirituales, participar en las misas con cantos gregorianos,
sumarse a las múltiples actividades que ofrecen los canónigos y sentirse que
forman también parte de la comunidad.
Unos 40 canónigos, que siguen las reglas
de San Agustín, ocupan hoy este maravilloso sitio. “La primera vocación de la
orden”, me explica el hermano Michel, “es la vida en comunidad que se expresa
en los rezos litúrgicos cotidianos y en el apostolado”, brindando servicio en
las diferentes parroquias, hospitales, centros de acogida y demás instituciones
de los alrededores. “Ya que viven juntos en comunidad, vivan juntos también en
la casa de Dios, en una sola alma y un solo corazón, entregados a Dios”, es una
de las reglas agustinianas. Los canónigos se diferencias de los monjes porque
no tienen la obligación de convertirse en sacerdotes.
Y es esa la impresión que tendremos en
cuanto penetremos por la gran puerta que da acceso al patio de honor del
edificio abacial. Como en un enjambre de abejas que van de un lado a otro con
sus hábitos de un blanco inmaculado, los hermanos se ocupan de múltiples tareas
y lo hacen sin distinciones, según la disponibilidad de cada cual. Lo mismo los
encontramos en la tienda (en donde venden productos que fabrican como el vino
de sus propias tierras que elaboran con la marca de la abadía), que acompañan
en los cantos a jóvenes que vienen de todas partes, o se ocupan de los jardines,
de la limpieza y del huerto de hierbas aromáticas que se encuentra en una de
las terrazas con vista al pueblo y al río.
El caso es que uno siente, contrariamente
a muchas abadías que son cascarones vacíos de lo que hubo en otros tiempos, que
en Lagrasse hay vida y alegría. Y es tal vez eso lo que mejor define a este
tipo de comunidad. No es raro ver entonces a algunos hermanos pedaleando por
las carreteritas que circundan el hermoso pueblo de Lagrasse o jugando con los
jóvenes en el terreno deportivo municipal. Al finalizar la visita el hermano
Ignace, belga-italiano, nos ofreció a la salida una bebida refrescante a base
de jarabe de frutas elaborada por ellos.
Los canónigos se han ocupado de la
reconstrucción del armonioso claustro, de la nave principal de la iglesia, del
refectorio y los dormitorios. El hermano Michel me dice que todo lo han
restaurado gracias al mecenazgo y a las donaciones recibidas, pero también gracias
a la venta de sus productos. Dirigidos por el abate Emmanuel Marie Le Fébure du
Bus, la vida comunitaria comienza, como en todas las abadías, con la misa de
Matines, siempre cantada en gregoriano, a las 5 de la mañana.
Actualmente, los canónigos comienzan la
etapa de restauración de uno de los brazos del transepto de la iglesia,
completamente derruido. Curiosamente, el otro transepto, el izquierdo, ha
quedado del otro lado de las espesas paredes, en la parte que corresponde a la
abadía estatal y pública que también vale la pena visitar por su claustro
recoleto, en medio del cual crece un fabuloso cedro del Líbano, así como las
bodegas, la pequeña capilla y el dormitorio, completamente depurados porque son
espacios reservados a museo.
Vale la pena también recorrer el pueblo
medieval de Lagrasse que comunica con la abadía gracias a al Puente Viejo, así
llamado porque se trata de un puente fortificado del 1300 que atraviesa el río
Orbieu, en el que es posible bañarse porque la municipalidad ha acondicionado
una playa en la ribera, al pie de la abadía. También puede apreciarse el viejo
mercado abierto, completamente medieval; casas de vigas aparentes como la del
Corregidor y estrechas callejas de arquitectura medieval. Lagrasse ha entrado
en la lista de “pueblos más bonitos de Francia”.
Una polémica se generó recientemente por
la publicación del libro “Tres días y tres noches” (ediciones Fayard) en que catorce
escritores franceses conviven con los monjes y describen, luego, sus
impresiones de la vida religiosa en comunidad. Los autores donan el beneficio
de la venta del libro para la necesaria reconstrucción de otras partes de la
abadía y expresan sus puntos de vista sobre la estancia. Pero en Francia
cualquier cosa que se sale de la norma genera inmediatamente polémica, sobre
todo si se trata de la Iglesia, a la que el islamo-izquierdismo no para de
tratar de “retrógrada”, entre otros insultos. Y resulta que los canónigos de
San Agustín han realizado una obra demasiado hermosa y valiosa como para no
generar molestias y despertar los viejos instintos de la mediocridad.
* Escritor franco-cubano establecido en
París
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