Mítica Salvador de Bahía / William Navarrete / El Nuevo Herald
Les dejo mi reportaje para El Nuevo Herald de mi reciente visita a Salvador de Bahía (Brasil) y algunas fotos al final (muchas no aparecen en el artículo):
Mítica Salvador de Bahía / William Navarrete / El Nuevo Herald
Se le llamó
Salvador de Bahía de Todos los Santos porque Américo Vespucio descubrió su
enorme bahía, casi un mar interior, un 1° de noviembre de 1510, día de Todos
los Santos. Fue fundada años después, en 1549, por Tomé de Souza, enviado del
rey Juan III de Portugal. Muy pronto le llamaron “la Roma negra”, no solo por
la cantidad de esclavos que trajeron, sino porque creció sobre colinas, siendo
el barrio de Pelourinho su primer asentamiento y centro histórico actual.
Llegué a la
mítica ciudad del nordeste brasilero, de la que siempre oí hablar por su célebre
carnaval, su arquitectura y sus manifestaciones culturales, directamente desde
París al aeropuerto, a unos 20 kilómetros del centro, precedido de un túnel
vegetal de bambúes impresionantes. Me instalé en una pousada (hostal
familiar) del barrio de Santo Antonio do Carmo, muy seguro y menos
congestionado que la parte este del Pelourinho, y conectado con ésta por la
larga calle Direta de Santo Antonio que comienza en la iglesia así llamada y
termina en el convento do Carmo, antes de descender la cuesta del Largo do
Pelourinho, epicentro del casco antiguo.
Unas diez
iglesias y conventos excepcionales se encuentran en el casco histórico. En el
Carmo propiamente dicho está el conjunto monumental que da nombre al barrio: dos
iglesias barrocas y conventos del siglo XVII con salas y claustros. Las iglesias
del Carmelo y de la Orden Terciaria colindan, separadas por las dependencias
conventuales. En Salvador hubo dos órdenes terciarias seglares importantes
(franciscana y carmelita) dedicadas al apostolado y vinculadas con sus
congregaciones.
A unos metros, la
iglesia del Santísimo Sacramento del Paso, está precedida por la escalinata más
alta de Salvador y es muy conocida por haber sido escenario de la película El
pagador de promesas, (Palma de Oro de Cannes, 1962). En casi todos les edificios
religiosos se paga entre 10 y 15 reales (unos $ 1, 50) para visitarlos
libremente. Además del mobiliario, las obras de arte, los techos de artesonado
pintados y la riqueza del conjunto, llama la atención la limpieza general. Todo
brilla porque pulimentan a diario muebles y baldosas.
Luego viene la
plaza triangular e inclinada Largo do Pelourinho, una de las más fotogénicas de
Salvador, que da nombre al barrio porque allí se alzaba la picota (pelourinho)
o columna donde ataban a los esclavos para castigarlos. Vemos la muy barroca
iglesia del Rosario (siglo XVIII) que fue, desde tiempos inmemoriales, la
cofradía de los negros, y cuya misa, cada martes a las 18h 30, cantada al ritmo
de tambores afrobrasileños, es una de las atracciones de la ciudad. Colinda con
una casona colonial que ocupa la escuela de gastronomía (Senac), sede de un
restaurante que propone platos locales estilo bufet; un café/chocolatería en
los bajos, en donde tomé el mejor chocolate de mi vida, además del Museo Gastronómico.
La plaza cierra con el edificio azul de la Fundación Jorge Amado, donde se
descubre la obra y vida del conocido escritor originario de Salvador.
De ahí se puede
subir por dos calles hasta el Largo Terreiro de Jesús, plaza rectangular
ajardinada con una fuente ornamental de hierro realizada en 1855 por el
escultor francés Mathurin Moreau. Tres iglesias conventuales rodean la plaza:
Santo Domingo de Guzmán al norte, San Pedro dos Clérigos al oeste y la Catedral
del Salvador al sur. Las tres son joyas del barroco portugués, destacándose los
armarios de la sacristía de la Catedral (1694), sus 13 altares chapados en oro
y dos retablos con tallas de madera en forma de bustos relicarios de mártires y
vírgenes de la Iglesia, realizados a finales del siglo XVI para las dos
primeras capillas.
Al norte del
Terreiro está, al final de una calle peatonal, la manzana que ocupa el Convento
de San Francisco y la Orden Terciaria con sendas iglesias, un conjunto
monumental considerado como una de las siete maravillas del barroco colonial
portugués. Tuve la suerte (en todos los sentidos) de haber sido una de las
últimas personas que lo visitó, el 5 de febrero, pues cinco minutos después de
que saliera de la iglesia todo su techo de artesonado en madera y oro
contrachapado se derrumbó estrepitosamente sobre la nave, provocando la muerte
de una joven turista e hiriendo a varios visitantes que, arrobados, contemplaban,
como yo minutos antes, el maravilloso trabajo de los ebanistas de la llamada
“iglesia del oro”.
Por largo tiempo los
visitantes tendrán que conformarse con contemplar desde fuera la extraordinaria
fachada plateresca de la iglesia de la Orden Terciaria (única en Brasil), a la
espera de que vuelvan a abrir el monumento para recorrer sus extraordinarios
claustros decorados con una de las series temáticas de azulejos más
espectaculares del arte portugués, así como la notoria riqueza de altares,
capillas, hornacinas, púlpitos y demás salas.
A un costado de
la Catedral se encuentra la Plaza da Sé (catedral) y la Casa del Frontispicio
que acoge el Museo del Carnaval junto al funicular (plano inclinado) para bajar
a la Ciudad Baja, a orillas de la bahía. Atravesando esta plaza llegamos al
Hospital de la Misericordia, de los mejores conservados de la ciudad, con rico
mobiliario y espectaculares vistas de la bahía y, en frente, la fundación
Pierre Verger, exhibe y estudia la obra del fotógrafo francés que residió durante
años en Salvador.
Viene luego la
plaza del Palacio de Gobierno con el célebre elevador Lacerda (que no funcionó
durante mi estancia), así como el palacio Rio Branco, antigua sede del Gobierno
y hermoso edificio Belle Epoque francés hoy cerrado. La calle de Chile baja
hasta la Plaza Castro Alves y posee edificios de gran valor arquitectónico
construidos durante la primera mitad del siglo XX como los actuales hoteles
cinco estrellas Fasano Salvador y Fera Palace, el edificio Braulio Xavier (con
fachada cubierta por un panel escultural de 1964 del artista Carybé) y el cine
Glauber Rocha.
La plaza termina
en la Av. Sete de setembro que bordea la monumental iglesia Sao Bento (el
trapiche de guarapo de su plazuela es una maravilla) y continúa por el barrio
comercial más moderno de Campo Grande hasta los jardines así llamados. Luego, más
alejados del centro, vienen los barrios Barra y Rio Vermelho, residenciales y
selectos.
La comida de
Bahía es patrimonio de Brasil, y la famosa moqueca de camarones o
pescado es deliciosa en el restaurante Tropicalia (calle Portas do Carmo), a
pocos metros de la Catedral. Los acarajés de camarones que venden en
puestos ambulantes dicen que son los mejores. Y en el Mercado Sao Joaquim, a
orillas de la bahía, vibra la ciudad con frutas y especias desbordantes de
aromas y colorido.
Se va a la parte
baja de Salvador para visitar el antiguo Mercado Modelo (con restaurantes y
puestos de artesanía), la impresionante basílica Nuestra Señora de Praia con
sus dos torres octogonales y para tomar el barco en la Terminal Náutica, al
lado del fuerte-islote San Marcelo y atravesar la bahía rumbo a la isla
Itaparica.
Hay mucho más que
ver, y como mi visita coincidió con el periodo previo al Carnaval había
comparsas y conciertos gratuitos en todo el casco antiguo. Etapa imprescindible
de un viaje a Brasil, Salvador de Bahía no puede dejarnos indiferentes.
* Escritor
establecido en París
@williamnavarrete.tourdumonde
Museo del Carnaval de Bahía
Calle del barrio del Carmo, en Bahía
Mercado de Sao Joaquim
Manolo, rey del pernil, fue el fundador de este establecimiento, el primero de su tipo en Brasil. En la foto, su hija Andrea.
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